Tres Días


por Ree Soesbee

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Estaba de pie en la corte del Emperador de todo Rokugan, y tenía miedo.

 

No por mí, si no por el Imperio. La corte parecía extrañamente reservada, apartada de su habitual política descafeinada, y escuché las conversaciones a mi alrededor con asombro y preocupación. En vez de las habituales riñas sobre derechos de comercio o favores, oía susurros de guerra.

 

Me llamo Doji Shizue, y soy la cuentacuentos del Imperio. Grulla de nacimiento, mi madre era Escorpión, a algunos dicen que tengo el ingenio de ambos. Solo puedo tener la esperanza de que las Fortunas también me hayan bendecido, que pueda entender nuestras dificultades y eludirlas.

 

El Emperador, Hantei 39, descansaba sobre su Trono Esmeralda, sus pesadas túnicas envolviendo su cuerpo como un capullo de alguna extraña oruga. Resplandeciente de plata, oro y jade, oía distraído a los consejeros en el estrado que tenía cerca de él.

 

Ante él, los Grulla y los León discutían sin cesar sobre el derecho a gobernar las llanuras Osari, las tierras más ricas del Imperio. Ambos clanes tenían un pequeño derecho sobre ellas, aunque los Grulla las habían gobernado durante varios siglos. El Emperador no parecía interesado en sus cuidadosos argumentos ni en sus halagos.

 

A un lado, los Unicornio se pavoneaban en sus ropajes violetas, sus inquisitivos ojos resguardados y reservados. Había oído que temían por la salud del Emperador – como todos nosotros, temiendo que muera de esta plaga que asola la Ciudad Imperial. Los Unicornio habían mandado a su propio médico – un extraño y primitivo shaman, me temo – para asistir al Emperador. No ha hecho nada.

 

Los Fénix, siempre nuestros aliados, estaban solos en un rincón de la sala, hablando con nadie excepto con ellos mismos. Miraban alrededor suyo, al resto del Imperio con ojos tocados por el miedo, y yo no sabía que les preocupaba. Todo lo que pude averiguar es que había magia extraña funcionando, algo que ellos aún no podían comprender. Sus Maestros Elementales estaban extrañamente ausentes, reuniéndose misteriosamente en solitario, en las alturas de sus grandiosos palacios del norte. No pregunté sus razones; ellos no las ofrecieron.

 

Incluso los Dragón estaban extrañamente callados, sus susurros y adivinanzas caídos al borde de la corte. Sin sus continuas ocurrencias, la corte parecía un lugar mucho más sombrío, sin las bromas y las rápidas ocurrencias de ese iluminado clan.

 

Algo no preocupaba a todos, y no sabíamos lo que era.

 

Me incliné ante Ishikawa cuando pasó cerca. El más famoso guardia Imperial, capitán de sus legiones, Ishikawa era visto como un bastión de honor – y me hubiera gustado conocer sus pensamientos mientras paseaba de un lado a otro como un gato montés cautivo.

 

Las puertas se abrieron, y docenas de guardias se dispusieron a proteger al joven Emperador. De pie en la puerta, humo gris rezumando de su piel, un samurai Seppun se arrodilló, sus ojos muy abiertos. “Mi Señor,” dijo mientras se inclinaba, y el muchacho en el Trono Esmeralda levantó sus cejas debido a la intrusión.

 

“Los Cangrejo están reclutando un ejército,” jadeó, cogiéndose el brazo donde la sangre había manchado fuertemente su gi marrón y dorado. “Les he visto, dirigiéndose hacia el norte de la Muralla.”

 

Seppun Ishikawa se adelantó, su paso vacilante. Cuando vio que el hombre llevaba la Mancha y la plaga, su paso se aceleró. Protegería al Hijo del Cielo a cualquier coste.

 

El samurai bajó una vez mas su cabeza, sangre verde goteándole desde debajo de su túnica. Ishikawa se detuvo a unos pocos pasos de él, su mano temblorosa.

 

“¡No le toques!” Gritó Shiba Ujimitsu, poniéndose entre el Emperador y el mensajero Seppun. “¡Tiene la Mancha!”

 

“Los Cangrejo la han traído al norte,” susurró el mensajero, apenas oyéndosele sobre el asustado movimiento de los cortesanos. “Sus ejércitos no son de samurai. Llevan grandes máquinas, hechiceros-maho, y cosas peores.”

 

“No…” Ishikawa no quería creer, incluso cuando la prueba manchaba el suelo de caoba del gran palacio de Otosan Uchi.

 

“Oni, mi señor. Demonios de las Tierras Sombrías, y sus favoritos. Kisada se ha vuelto loco.”

 

Al lado del Emperador, Ujimitsu se adelantó. Recordando otro manchado mensajero, otra corte, preguntó. “¿Viste una gran oscuridad entre ellos – signos de una magia que propaga una sombra oscura por la tierra?”

 

“No,” suspiró el mensajero. “Solo maho y sangre.”

 

“Pero,” Ujimitsu sopesó suavemente, susurrando a su yojimbo. “He sentido que esto venía durante algún tiempo. Kisada es solo el primer paso.”

 

No oyendo las calladas palabras del Fénix, el guardia Seppun volvió a hablar. “Vi al hijo de Kisada, entre los otros. Luchando junto a un inmenso oni… de sangre y hueso.” El Seppun se atragantó con las palabras, tosiendo mientras la Mancha asía su garganta y agarraba su voz.

 

“¿Yakamo?” Dijo el Emperador, sorprendido.

 

“Hai. Luchando junto a los otros, rodeado de su guardia Hida.”

 

“Yakamo solo tiene una mano – ¿como puede ir a la batalla?” Dijo Doji Yosai, un viejo cortesano de pelo canoso y cara curtida.

 

“Ya no está manco, Doji-sama.” El mensajero Seppun limpió la sangre que tenía entre sus labios. Se habían vuelto grises con el esfuerzo, y la sangre parecía casi negra contra su oscurecida piel. “Yakamo lucha con una mano hecha de hierro, acero y carne – una gigantesca garra cortada de la propia piel de Fu Leng, creo.”

 

Un grito salió de una de las más jóvenes cortesanas, cortado rápidamente al acallarla su jefe Unicornio. Ide Tadaji se unió al círculo que se había formado alrededor del arrodillado Seppun.

 

“¿Yakamo lucha solo? Quizás se haya convertido en un renegado… o quizás esté loco.”

 

“Iye. No. Tiene cien Guardias Hida, mil hombres de Tsuru, y Kuni – Hiruma – muchos de los Cangrejo se le han unido. Este no es un renegado, mi señor. Esto es la guerra.”

 

El Emperador volvió a fruncir el ceño, y fue como si un trueno hubiese roto sobre el palacio, escondiendo el palacio de la luz del sol.

 

“Puaj.” Uno de los Leones levantó una mano con arrogancia. “Esto es una estratagema hecha por los Grulla, para desviar la atención de la verdadera guerra – las llanuras Osari. Los Grulla nos las deben dar, o…”

 

“¿O qué, León?” Kakita Yoshi sonrió. “¿O tu, también, marcharás sobre nosotros con las Tierras Sombrías a tu lado?”

 

La corte descendió en discusiones y caos, y el Emperador se levantó de su trono. Era pequeño, no mayor de veinte años pero con la frágil apariencia de un niño mucho más pequeño. A su lado, la Emperatriz Kachiko cogió su codo para ayudarle a caminar, y él la sonrió con confianza. 

 

La sonrisa de ella tenía algo de venenosa, pero el Hantei pareció no darse cuenta. “Gracias, esposa.”

 

“Por tu generosidad, Señor,” ella se inclinó, agradeciendo sus amables palabras.

 

Como yo estaba cerca de ellos, oí más que el resto de llorosos y pendencieros cortesanos que había tras de mi en la sala. Oí cuando Ishikawa se arrodilló ante su primo, sin tocar al hombre Manchado. “¿Conoces su propósito?” Susurró mientras los cortesanos volvían a graznar.

 

“Planean…” la voz del Seppun era ahogada, su cuerpo convulsionándose, “…apoderarse de… Beiden Pass.” La respuesta fue en voz baja, escondida de los entrometidos oídos de los demás. La cara de Ishikawa se volvió morada, pero pronto recuperó su paz.

 

Desde el estrado del Emperador, uno de los cortesanos de alto rango señaló con un severo dedo al herido Seppun arrodillado en la puerta. “Ese hombre,” Seppun Bake torció su labio y batió su recargado abanico de encaje, “debe ser destruido.”

 

El Seppun en el umbral sonrió por última vez, jadeando enfermo con cada bocanada que respiraba. “Pido al Emperador permiso para cometer seppuku, ahora que mi deber ha sido realizado.”

 

“Os lo concedo,” dijo sombríamente Hantei 39.

 

Antes de que el samurai pudiera coger su espada, su cuerpo se sacudió, incapaz incluso de completar su reverencia dando las gracias. Intentó levantarse del suelo, pero un hilo de sangre negra cayó desde su boca y desde su nariz, y el mensajero Seppun cayó hacia delante, gastada su última energía.

 

Ishikawa se levantó, sacando su espada mientras la luz abandonaba los ojos de su primo. Antes de que la Mancha pudiese tener por completo el control de la carne del Seppun, Ishikawa separó la cabeza de los hombros del samurai de un limpio corte, y el cuerpo dejó de temblar. Mientras la sangre se extendía por la sala del trono del Emperador, el cuerpo, por fin, quedó inmóvil en el suelo.

 

El silencio llenó la sala. El único ruido que nos llegaba era el suave y rítmico sonido del tenso respirar de Ishikawa. Nadie se movía.

 

Luego, finalmente, Ishikawa se volvió para hacer un reverencia a su señor en el Trono Esmeralda. “El cuerpo debe de ser bendecido. Y luego quemado.”

 

El Emperador asintió, amartillando sus dedos para encubrir el estremecer de su boca. La Mancha ya se había empezado a extender sobre Rokugan, y la plaga se apoderaba de la tierras Grulla. Pronto, los demás clanes también la sentirían – un oscuro veneno que pudría al Imperio desde su interior.

 

En el estrado, al lado del Emperador, Kachiko, Señora de las Mentiras, sonrió tras su máscara de seda.

 

Así empezaron las verdaderas primeras batallas de la Guerra de los Clanes, un tiempo de problemas y de pruebas. Mientras los Cangrejo marchaban hacia el norte atravesando las tierras de los deshonrados y derrotados Escorpión, el León y el Grulla luchaban por riqueza y orgullo.

 

El Unicornio, siempre vigilante, volvió a sus maneras solitarias, contentándose con permitir que el Imperio se quemara alrededor suyo, y el Dragón se replegó a sus montañas, proclamando que un gran misterio estaba a punto de empezar. Los Fénix, siempre aliados de los Grulla y del Trono Esmeralda, solo tenían una terrible profecía que contar, susurrando sobre grandes magias oscuras que se propagaban desde las tierras del sur. Mientras esperábamos que el mundo se enderezara solo, un gran estremecimiento asoló la tierra, y la plaga se extendió por la Ciudad Imperial, cogiendo incluso al Hijo de Cielo en sus garras.

 

El Imperio Esmeralda nunca volvería a ser el mismo.

 

-Tres Días, de Noticias Oscuras, escrito por Doji Shizue