Asuntos de Importancia

 

por Shawn Carman y Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Toshi Ranbo, hace dos meses

 

El repiqueteo de la campana de la mañana era claro y perfecto, como siempre. A Doji Seishiro siempre le había recordado a una espada perfecta, desenvainada de una saya de una manera perfecta. Muchas veces había escuchado ese sonido proviniendo de su sensei Noritoshi, pero nunca lo había conseguido hacer a pesar de las horas de entrenamiento de la kata. Se imaginaba que sería un objetivo sobre el que trabajaría toda su vida.

            Su anfitrión Miya se subió al estrado cerca del borde norte de la habitación y se inclinó ante los reunidos. “Saludos y buena fortuna a todos, miembros de la Corte Imperial. Siento informarles que el Emperador no podrá estar presente hoy, ya que Su Majestad es necesario en otro lugar. A pesar de ello, hay varios asuntos de gran importancia que él desea que sean discutidos, para que él se ocupe de ellos en cuanto vuelva.”

            Ante eso, hubo un murmullo entre la multitud, pero Seishiro era el único que estaba lo suficientemente cerca como para escuchar un gruñido de descontento de alguien que estaba cerca. Se giro y levantó una ceja con curiosidad a su compañero Grulla.

            Asahina Handen sonrió disculpándose. “Perdóname, Seishiro,” dijo en voz baja, “solo que me recordaba a cuando empecé a estudiar en el templo, y los profesores nos daban a todos cada noche largos pasajes del Tao que leer y memorizar. Era una práctica más encaminada a que las jóvenes mentes no deambulasen y encontrasen problemas, más que a educar e iluminar de verdad.”

            Seishiro frunció el ceño. “No estoy seguro de que sea una buena idea comparar los deseos del Emperador con deberes estudiantiles, Handen. Casi parece… una blasfemia.”

            “En absoluto. La superioridad del Emperador a sus sujetos es desde luego comparable a la que un maestro sensei tiene sobre sus alumnos, por ello no pretendía menospreciar,” insistió Handen. “Si acaso, debo decir que, en conjunto, somos unos alumnos indignos.” Señaló a su alrededor a las docenas de personas que estaban por la inmensa habitación. “Debes admitir que la Corte Imperial ha visto miembros de una gloria mayor.”

            Aumentó el fruncimiento del ceño de Seishiro. “No consigo ver como esto mejora tu argumentación. Estos hombres y mujeres son héroes del Imperio. Hablar así de ellos es vergonzante, Handen.”

            El shugenja tomó aliento, quizás para empezar una explicación, luego se detuvo y suspiró. Miró alrededor de la habitación, sus ojos viendo a los que le rodeaban. “Como desees, Seishiro. Por favor, perdóname este momento de debilidad. Seguro que, algún día, un momento así será mi perdición. Supongo que debo agradecer que estés aquí para guiarme.”

            “Solo mantén esas opiniones entre nosotros, y no pasará nada,” dijo con seriedad Seishiro. El Miya seguía hablando, aunque pocos parecían verdaderamente estar prestando atención. Hablaba sobre la necesidad de que hubiese paz en la Ciudad de la Rana Rica, y mencionó que unos recientes y pequeños conflictos políticos entre los Mantis y los Fénix eran un problema en potencia que necesitaba ser apagado antes de que aumentasen fuera de control… la retórica típica de un Miya.

Ese pensamiento preocupó a Seishiro. Se preguntó si quizás había reaccionado mal ante Handen porque las palabras del shugenja eran igual que lo que él pensaba. ¿Cuántas veces en los últimos cinco años se había preguntado cual era el propósito de su nombramiento? ¿Cuántas veces él, un guerrero, había sido verdaderamente capaz de representar los intereses de su clan? Desde luego que había habido ocasiones en las que su espada había servido como un elemento suficientemente disuasorio, pero para eso no estaba la Corte Imperial. Este lugar era para hombres como Bayushi Kaukatsu, Ikoma Sume, e Ide Michisuna. Seishiro había aprendido mucho en estos cinco años, pero solo lo suficiente como para saber que nunca dominaría la senda de la política.

Pero a pesar de todo tenía obligaciones que cumplir. Nunca diría en voz alta sus dudas, fuese cual fuese su importancia. Y nunca dejaría de cumplir con sus obligaciones, por muy desagradables que fuesen. Hoy, por ejemplo, la primera tarea que le había dado su señor y su señora era hablar con un representante Mantis en nombre de los Fénix. Aparentemente, Shiba Yoma estaba teniendo poco éxito con Yoritomo Yoyonagi, y se pensaba que quizás una mente más militar podría encontrar una base común con algún otro miembro de la delegación Yoritomo.

Era ya media mañana para cuando Seishiro consiguió liberarse de los inevitables enredos y distracciones para localizar a su contacto. Extrañamente, el hombre se había marchado de la corte y estaba sentado en un tranquilo rincón de un jardín en el patio del palacio. Era algo raro en él, al menos por lo que había oído. El Grulla se acercó con cuidado al Mantis y se quedó de pie, esperando que el otro saludase.

El Yoritomo inspiró tranquilamente de una extraña pipa y exhaló un aro de humo. Era un hombre grande, moreno, vestido en un kimono de seda que le sentaba mal. Miró despreocupadamente por encima de su hombro a Seishiro. “¿Grulla, te puedo ayudar en algo?”

A Seishiro no le gusto el tono del Mantis, ni su negativa a reconocer a Seishiro a pesar de su prominencia en la corte, pero no cayó en la trampa. “Quizás si, y quizás no, Katoa-san,” dijo tranquilamente. “Pensaba que quizás podría sentarme contigo durante un momento, si no tienes objeción alguna.”

Katoa se encogió de hombros. “¿Por qué me debería importar?”

Seishiro asintió y se sentó enfrente del vezado marinero. Podía ver los gruesos callos en las manos de Katoa, ganados por una vida en el mar antes de venir a la corte. Incluso tras tantos años aquí, el Mantis volvía a los mares lo suficientemente a menudo para que los callos no desapareciesen. Eran, quizás, como las cicatrices de batalla para su clan. “¿Cómo les va a los Mantis esta temporada?”

“No tengo ni idea,” dijo secamente Katoa. “Estoy atrapado aquí, y confío poco en lo que llega a través de la correspondencia de mis amigos en las islas. La verdad es demasiado importante como para arriesgarse a que sea interceptada por nuestros enemigos. Presumiblemente todo está bien, o Kumiko me habría hecho llamar personalmente.”

“Un desafortunado problema,” contestó el Grulla. “Me considero lo suficientemente afortunado por estar tan cerca de casa. Tienes mi simpatía por estar tan lejos de la tuya.”

“Tu simpatía es extremadamente reconfortante,” dijo secamente Katoa. Su tono no era sarcástico, pero su intención si. “¿Qué es lo que deseas de mi, Grulla?”

            “Me puedes llamar Seishiro,” contestó, intentando mantener su tono normal.

            “A, claro. Gracias,” dijo Katoa con una sonrisa que obviamente era forzada. “¿Qué es lo que deseas de mi, Grulla?”

            Seishiro inspiró hondo para calmarse. “Mi señora Akiko-sama es gran amiga de su antiguo clan, el Fénix. Ella y el venerable Shiba Yoma se están reuniendo con tu asociada Yoyonagi-san para discutir alguna forma de restaurar la paz entre vuestros clanes. Pensaba que quizás tu y yo podríamos encontrar algún punto de encuentro sobre este asunto.”

            Katoa levantó una ceja. “¿Y por qué lo piensas?” Riéndose ante lo incómodo que estaba Seishiro, continuó. “Los Fénix han estado muy fríos en sus relaciones con los Mantis desde las desavenencias que siguieron a la Lluvia de Sangre. Injustamente nos echan las culpas por las acciones de unos pocos locos corruptos, y no han proseguido varias negociaciones comerciales que ya estaban en marcha. Kumiko simplemente les ha quitado ciertos favores que estaba en nuestras manos el poder otorgarlos.”

            “Los Fénix han perdido un importante centro de comercio, que intentan reconstruir,” replicó Seishiro. “Seguro que Kumiko-sama entiende su falta de materiales en una situación así.”

            “Había un acuerdo,” dijo Katoa. “No han cumplido con su parte del trato, no por nuestra culpa. Lo suyo es un pequeño hurto que nosotros simplemente intentamos corregir. Si le echan la culpa a los Mantis por su ineptitud para proteger sus propias ciudades, entonces no sacarán provecho de los frutos del trabajo de los Mantis.”

            “Hasta ahora, siete barcos destruidos por Kitao y sus piratas corruptos, y los Fénix son incapaces de reunir la fuerza militar necesaria para detenerles,” dijo Seishiro entre dientes apretados. “Docenas de vidas perdidas, y los Mantis no hacen nada para ayudarles. Los Fénix ya han dejado claro que con gusto cumplirán con sus obligaciones una vez que la reconstrucción se haya completado.”

            “¿Nada?” Dijo Katoa tras una larga chupada de su extraña pipa. “¿Los Fénix se creen que no hacemos nada? Hacemos todo lo que podemos. Simplemente no necesitamos la ayuda de los Fénix. Conocemos mejor que ellos al enemigo.”

            “Me lo imagino,” contestó amargamente Seishiro. “Serviste una vez bajo ella, ¿verdad? Cuando usurpó el gobierno de tu clan tu eras uno de sus mayores partidarios. Cuando Kumiko la echó, a ti te enviaron aquí, para quitarte de en medio. Y por eso creas problemas donde no existen. ¿Qué porcentaje de este problema es por interferencia tuya?”

            “Encontraría tu pregunta muy insultante si me importase un ápice lo que piensas sobre mi,” dijo Katoa, enviando otro anillo de humo hacia Seishiro. “Sirvo a la Hija de las Tormentas, de la mejor manera que sé. Y por el momento, considero su forma de tratar este asunto Fénix es por el mejor interés de mi clan. No necesitamos hacer nada para ayudarles. Si nos echan la culpa por sus dificultades, entonces están buscándose unos problemas que no están preparados para resolver.”

            “Ya veo.” Seishiro se puso en pie. “Quizás fue un error buscarte. Creo que tu y yo tenemos menos en común de lo que sospechaba.”

            “Eso espero,” escuchó murmurar a Katoa mientras se alejaba del Mantis que estaba sentado en el jardín.

 

 

            Habían pasado unas horas, y pocas cosas habían ocurrido que mejorasen el mal humor de Seishiro. Su desastroso encuentro con Katoa había hecho poco para cumplimentar la tarea que le había dado la Dama Akiko. Los Grulla eran aliados de los Fénix, y se llevaban relativamente bien con los Mantis. Si no podía resolver este problema, ¿qué recurso le quedaba?

            Pensó en otras cosas. Había intentado que le dieran audiencia con Bayushi Kaukatsu para discutir unos cambios que los Grulla deseaban hacer sobre el emplazamiento de guardias Seppun por las ciudades de las provincias bajo su control. Y le habían vuelto a desbaratar los planes, esta vez por un largo intercambio verbal entre Kaukatsu y Kitsu Juri. De alguna manera, debería haber disfrutado viendo como los dos tradicionales enemigos de su clan se peleaban en la corte, aunque el León estuviese recibiendo la peor parte. Pero no disfrutó. Le parecía excesivo disfrutar de la falta de armonía de la corte.

            A la malograda reunión con Kaukatsu le había seguido un breve encuentro, afortunadamente, con Hitomi Vedau y Bayushi Kwanchai. Los dos estaban vehementemente discutiendo sobre los méritos de dos antiguas formas de artes marciales, una que utilizaba el no-dachi y la otra una disciplina sin armas, ninguna de las cuales había escuchado antes Seishiro. Esto no había impedido a ambos que buscasen su arbitraje sobre el asunto, y solo se pudo escapar de la discusión después de casi una hora, cuando el “embajador” Nezumi Zin’tch subrepticiamente pegó un mordisco al rollito de pescado de Vedau. La sonora carcajada de Vedau aún resonaba en los oídos de Seishiro. Hizo un gesto de dolor al recordarlo, levantando la vista con rapidez al ver a un hombre vestido con los colores Dragón, verde y dorado. No era el tatuado, sino Mirumoto Tsuge.

            Tsuge era un poderoso guerrero, aunque ni se le acercaba a Vedau en tamaño. Juntos Tsuge y el monje hacían una formidable pareja en las salas de la corte. Seishiro solo había hablado con Tsuge en un par de ocasiones, y de nada que tuviese importancia. Simplemente, el Dragón poco podía ofrecer políticamente – en general se ocupaban de sus asuntos y Seishiro lo prefería así. Pero ahora, la mirada urgente de Tsuge le avisaba a Seishiro de que las cosas habían cambiado. “Buena fortuna, Tsuge-san,” dijo Seishiro con una pequeña inclinación.

            “Buenas fortunas, Seishiro-san,” le devolvió el Dragón. “Me preguntaba si podrías otorgarme un momento de tu tiempo.”

            “Hoy tengo el día complicado,” contestó Seishiro, “pero si o que te preocupa es breve, andemos juntos y hablemos de ello.”

            Los dos hombres anduvieron juntos durante un momento sin hablar, sus kimonos verde y azul contrastando mucho, así como la posición de sus espadas en sus obi. “Conoces la tarea que se ha encomendado a mis señores Rosanjin y Satsu después de la Lluvia,” dijo Tsuge.

            “Si,” contestó Seishiro. “El Emperador os ordenó buscar y destruir a los Portavoces de la Sangre, igual que ordenó a su hermano Sezaru que les encontrase.”

            “Así es,” dijo Tsuge. “Sezaru y sus hombres buscan las amenazas escondidas y a los más poderosos del culto, mientras que nosotros cazamos a aquellos lo suficientemente estúpidos como para reunirse en un número significativo. Los ejércitos de Rosanjin-sama ya han puesto en la hoguera a casi tres docenas de células en nombre del Justo Emperador.” No había arrogancia en la voz del Dragón, solo relataba unos hechos.

            “Impresionante,” contestó con sinceridad el Grulla. Encontraba reconfortante que, por una vez, alguien hiciese algo constructivo por el bien del Imperio. “Tu señor sirve bien al Emperador.”

            “Pero hay un problema,” confesó Tsuge. “Con los contactos que tiene Sezaru en mi clan, ha reclutado a muchos de nuestros mejores magistrados Kitsuki para ayudar a los inquisidores Asako y a los cazadores de brujas Kuni. Hemos sufrido numerosos reveses por ello.”

            “El Señor Sezaru es un Fénix,” replicó Seishiro. “Podríais rehusar educadamente, por supuesto. No tiene verdadera autoridad sobre tu clan.”

            “Se educó con los Dragón así como con el Fénix,” explicó Tsuge, “y sigue siendo el hermano del Emperador a pesar de su lealtad. Rehusar sus peticiones no sería aceptable. No podemos interferir con sus objetivos, por mucho que sus acciones interfieran con nuestras obligaciones.”

            “Lo entiendo. ¿Qué es lo que quieres que haga?”

            Tsuge asintió lentamente. “El señor Rosanjin desea conseguir los servicios de los famosos magistrados de tu familia para compensar la reducción de efectivos que hemos experimentado.” Se detuvo un momento. “La familia Shinjo podría ser otra opción, por supuesto, pero su Khan parece algo... reacio a ayudarnos, por nuestra intervención en Kaeru Toshi.”

            Seishiro lo consideró durante un momento, y luego miró a su alrededor para ver si alguien les estaba escuchando. “Seguramente has oído los rumores sobre actividades militares Escorpión,” dijo en voz baja. “Los Grulla se han estado preparando por si los Bayushi nos atacan, usando la guerra en Kaeru Toshi como una pantalla para distraernos de sus intenciones. Con los León, Unicornio, y Dragón tan ocupados, ahora sería un momento estupendo para que ellos debilitasen nuestra posición en la corte.”

            “Si, he oído los rumores,” contestó Tsuge. “Pero los Escorpión son nuestros aliados. El aprovecharse de un conflicto como el de Kaeru Toshi para empezar una nueva guerra sería un tremendo deshonor. No creo actúen tan flagrantemente.”

            “Los acciones de los Escorpión rara vez son predecibles. A pesar de todas sus virtudes, no puedes negar que ellos creen que la victoria es la redención del deshonor.”

            “Eso es verdad,” dijo Tsuge, “pero sigo pensando lo mismo. De hecho, puede que sea por el bien de los Grulla ayudar a los Dragón, ya que al hacerlo se complicarían los planes que pudiesen tener los Escorpión. Si os atacasen en esas circunstancias, el Señor Satsu sin duda lo consideraría una traición de nuestra larga alianza, una alianza que ellos valoran mucho.”

            Seishiro se frotó pensativamente la barbilla. “Puede que tengas razón, Tsuge-san. Hablaré de ello con la dama Akiko cuando tenga la oportunidad. A partir de ahí, es una decisión que ella debe tomar. Pero dada la ayuda que desinteresadamente habéis proporcionado a sus aliados del Fénix, pienso que encontrará aceptable tu propuesta.”

            “Gracias, Seishiro-san,” dijo Tsuge haciendo una pequeña reverencia. “Siempre es un placer tratar contigo. ¿Quizás querrías unirte a mi en el dojo para un poco de boxeo?”

            Seishiro forzó una sonrisa y levantó las manos. “Temo que hoy no me es posible. Debo atender varias reuniones esta tarde y esta noche. Quizás en otro momento.”

            “Como quieras,” contestó Tsuge. “¿Dónde vas ahora?”

            “A ver a Moto Chen,” contestó. “Nagori desea conocer la perspectiva Unicornio sobre la guerra de Kaeru Toshi, y Chen parece el más adecuado para hacerlo imparcialmente.”

            “¿No vive Chen en el Shinomen Mori cuando no está en Toshi Ranbo?” Preguntó Tsuge. “No consigo entender como puede estar enterado de la situación desde allí.”

            “Es el antiguo comandante del Junghar,” contestó Seishiro. “Estoy bastante seguro de que estará siguiendo de cerca la información sobre su antiguo mando.”

 

 

            Era ya casi de noche cuando Seishiro volvió finalmente al jardín para tener un momento de paz. Para la hora que era, el jardín estaba sorprendentemente vacío. El cansado bushi Grulla se sentó pesadamente cerca de un tablero de go y cerró los ojos durante un momento. Quizás se habían equivocado al enviarle a la corte. Durante años había permanecido callado, sin decir nada de sus reservas ni preocupaciones. Quizás Handen tenía razón, la corte no era lo que una vez fue – y él era parte del problema. Quizás sería mejor que sus obligaciones pasasen a alguien más cualificado. Quizás era el momento de volver a casa. Prepararía la petición por la mañana.

            “Seishiro-san, parece que no te encuentras bien.”

            Seishiro abrió los ojos. Una familiar figura estaba ante él, mirándole intensamente. El samurai vestido de oro y marrón señaló el tablero de go con una mirada de interrogación y levantó sus cejas. Seishiro asintió al León. “Gracias por interesarte por mi, Setai-san,” contestó. “No me daba cuenta de que mi desánimo fuese tan obvio.”

            “Solo para aquellos que te conocen,” dijo Setai, cogiendo una piedra de go y moviéndola. “He oído que las partidas de Nagori y Atasuke han atraído considerable atención cuando juegan aquí en la ciudad. ¿Por qué crees que nadie presta atención a las nuestras?”

            “Supongo que porque a ambos nos falta la dinámica personalidad de Nagori,” contestó Seishiro. “Por eso, y además porque creo que hay muchos en la ciudad que te tienen miedo.”

            “Hmm,” dijo con curiosidad Setai. “Interesante, si es que es verdad. ¿Me pregunto por qué? Mi carrera desde que me enviaron a este puesto no ha sido nada importante.”

            “Creo que es tu antigua filiación lo que causa su recelo,” dijo Seishiro, y luego hizo un gesto de dolor para si mismo. El pasado de Setai no era algo de lo que se hablase habitualmente. Setai había sido un Deathseeker, un bushi forzado a buscar su propio fin en una batalla para limpiar una deshonra de su pasado. Él era uno del pequeño grupo de Deathseekers que en toda la historia había sido absuelto de su deshonra aún en vida.

             “Posiblemente,” fue la única respuesta de Setai. No pareció seguir con el tema. “¿Qué te preocupa, amigo mío?”

            Seishiro dudó por un momento. Sería indecoroso hablar sobre sus preocupaciones con otra persona, pero sabía que si había alguien en quién confiaría que no traicionaría sus confidencias, ese era Setai. El León era quizás el hombre más honorable que jamás había conocido, una extraña afirmación proviniendo de un leal Grulla. Sus clanes siempre habían sido rivales, a veces enemigos, pero al menos eran unos honorables enemigos. “Estoy pensando en abandonar la corte,” dijo finalmente.

            Setai asintió. “He pensado lo mismo muchas veces,” dijo. “¿Puedo preguntarte que te ha hecho cambiar repentinamente de opinión? Llevas ya muchos años aquí, desde que los Miya volvieron a convocar la corte. No puedo imaginarme esta asamblea sin ti.”

            Seishiro consideró sus palabras durante varios momentos, haciendo varios arriesgados movimientos en el tablero de go mientras tanto. “No veo que haya beneficio alguno en corte,” confesó finalmente. “Aquí no pasa nada excepto mezquinas riñas que afectan a clanes enteros y amenazan las vidas de miles. Los llamados cerebros lanzan grandiosos esquemas que no son nada más que desprecios a sus enemigos y amasijo de poder personal para ellos a costa de los demás. Aquí no hay nada que no pueda encontrar en un patio lleno de niños inmaduros.” Se sentó hacia atrás, sorprendido por la vehemencia de sus propias palabras.

            El León no pareció sorprenderse por el arranque de Seishiro. En vez de ello, estaba totalmente concentrado en el tablero de go, pensando cuidadosamente su siguiente movimiento. “Te falta un marco de referencia,” dijo finalmente.

            Seishiro frunció el ceño. “¿Qué significa eso?”

            “Significa que has pasado poco tiempo lejos de tus palacios Grulla y sus jardines,” contestó Setai. Viendo fruncir el ceño al Grulla, levantó sus manos en un signo de paz. “No quería ofenderte, simplemente has visto poco de como funciona de verdad el mundo.”

            “Si no quieres ofender, no lo estás haciendo muy bien,” refunfuñó Seishiro.

            “Entonces, deja que te pregunte esto,” contestó Setai. “¿Cuándo fue la última vez que recaudaste impuestos? ¿Cuándo estuviste destinado en algo más pequeño que una ciudad? ¿Cuándo te moviste de verdad entre la gente corriente durante más de unos pocos instantes?”

            Seishiro pensó en ello. “No lo recuerdo.”

            Setai asintió. “No lo recuerdas porque nunca lo has experimentado. Yo si. En mis años como Deathseeker, vi… mucho que desearía olvidar. Pero puedo decir sin exagerar que en mi búsqueda de la muerte viví una vida plena.”

            Seishiro hizo un gesto como para obviar sus comentarios. “Esto no tiene nada que ver con la corte.”

            “Tiene todo que ver con la corte,” insistió Setai. “¿Sabes lo que tu compañero Handen ha estado haciendo todo el día?”

            “Riñendo con su rival entre los Hiruma sobre unos números,” contestó Seishiro. “Discutieron durante horas sobre cuanto arroz por acero iban a intercambiarse. Ha sido extraordinariamente desagradable.”

            “¿Alguna vez has visto una hambruna?” Preguntó Setai.

            “No,” contestó Seishiro.

            “Ese arroz,” dijo Setai con firmeza, “dará de comer a los soldados de la Muralla Kaiu, y a los trabajadores que hacen sus armas. Ese arroz salvará más vidas de lo que crees – quizás incluso la tuya. ¿Alguna vez has visto a un granjero enterrar a sus hijos? Yo si, y me gustaría no volverlo a ver. El acero armará a magistrados, budoka, y ashigaru. Protegerá al Imperio de los bandidos, los Portavoces de la Sangre, las Tierras Sombrías… de todo tipo de amenazas. Handen y su amigo salvaron muchas vidas hoy con su discusión, aunque no se hayan dado cuenta.”

            Hubo un momento de silencio. “No había pensado en ello,” contestó Seishiro.

            “Porque solo veías el lado desagradable,” contestó el León. “Y quizás tengas razón, quizás sea desagradable que un samurai se ocupe de esos asuntos. Quizás sea desagradable discutir como mezquinos mercaderes sobre unos números. Pero a veces el fin justifica los medios. Por ejemplo, fíasete en nosotros dos.” Levantó las manos, señalando lo que les rodeaba.

            Seishiro miró a Setai con expresión confundida. “¿Qué quieres decir?” Repitió.

            Setai suspiró y sonrió un poco. “Tu y yo somos guerreros. Sabemos lo que pasará en la Ciudad de la Rana Rica. Muchos morirán, y al final quizás nada cambie a parte de un nuevo gobernante de esa misma ciudad. Un día, nuestros clanes irán otra vez a la guerra entre si y volveremos a ser enemigos. Ambos lo sabemos. Aún no ha llegado el día, pero vendrá, y es posible que pronto. ¿Por qué crees que aún no ha llegado?”

            “Me lo he preguntado a menudo,” confesó Seishiro. “Me parece algo extraño.”

            “Una vez estuviste al mando de un puesto avanzado Grulla en Inari Mura, ¿verdad?” Preguntó Setai. “¿Y acaso tu y tus hombres ansiaban luchar contra mi clan?”

            “Si,” contestó sin dudarlo. “Era nuestro deseo más sincero. Los León son unos dignos oponentes, incluso la derrota ante vosotros es digno de leyendas.”

            Setai sonrió. “Leyendas, si,” dijo. “¿Pero cuantos de tus hombres hubiesen muerto si eso hubiese ocurrido?” Preguntó Setai en voz baja. “¿Cuántas vidas desperdiciadas debido a un simple orgullo y a la arrogancia, por ambos bandos? ¿Les importaría a sus huérfanos y viudas tus leyendas?”

            “Es nuestro deber morir,” contestó Seishiro.

            “Es nuestro deber morir por el Imperio,” le devolvió Setai. “No por orgullo. La gran mayoría de los conflictos entre nuestros dos clanes han sido innecesarios. Lucharía a muerte contra ti si se me ordenase hacerlo, amigo mío, pero preferiría reunirme contigo mañana para otra partida de go, y luchar junto a ti para asegurarnos de que el Imperio sobrevive para ser un lugar adecuado para nuestros descendientes. Aunque esa batalla tenga que ser en este lugar… un campo de batalla de política y alianzas. Esta corte puede tener sus fallos, pero durante cinco años Rokugan ha conocido la paz. No es por sus fieros guerreros, sino por hombres como Nagori y Atasuke. Por hombres como nosotros. Tus primos podrían estar hoy vivos porque tu y yo hemos jugado docenas de partidas de go en este mismo jardín.” Se inclinó hacia delante. “La guerra es el destino de un samurai, eso es verdad. Pero ese destino tiene que servir para algo, o no significa nada.”

            “Me avergüenzas con tu sabiduría, Setai-san,” dijo sobriamente Seishiro. “Quizás fue la cobardía lo que me llevó a pensar en abandonar.”

            “Entonces,” dijo Setai, echándose hacia atrás y volviendo a prestar atención al tablero de go. “Dime. ¿Qué has hecho hoy?”

            “Tuve una muy infructuosa reunión con los Mantis,” contestó Seishiro. “Un intento fallido de prevenir los conflictos que han tenido con los Fénix en los últimos meses.”

            “Ya veo. ¿Y lo volverás a intentar mañana?”

            Seishiro movió una única piedra blanca por el tablero. “Creo que quizás lo haré.”