Asuntos
de Importancia
por Shawn Carman y Rich
Wulf
Traducción de Mori Saiseki
El repiqueteo de la
campana de la mañana era claro y perfecto, como siempre. A Doji Seishiro
siempre le había recordado a una espada perfecta, desenvainada de una saya de
una manera perfecta. Muchas veces había escuchado ese sonido proviniendo de su
sensei Noritoshi, pero nunca lo había conseguido hacer a pesar de las horas de
entrenamiento de la kata. Se imaginaba que sería un objetivo sobre el que
trabajaría toda su vida.
Su
anfitrión Miya se subió al estrado cerca del borde norte de la habitación y se
inclinó ante los reunidos. “Saludos y buena fortuna a todos, miembros de la
Corte Imperial. Siento informarles que el Emperador no podrá estar presente
hoy, ya que Su Majestad es necesario en otro lugar. A pesar de ello, hay varios
asuntos de gran importancia que él desea que sean discutidos, para que él se
ocupe de ellos en cuanto vuelva.”
Ante
eso, hubo un murmullo entre la multitud, pero Seishiro era el único que estaba
lo suficientemente cerca como para escuchar un gruñido de descontento de
alguien que estaba cerca. Se giro y levantó una ceja con curiosidad a su
compañero Grulla.
Asahina
Handen sonrió disculpándose. “Perdóname, Seishiro,” dijo en voz baja, “solo que
me recordaba a cuando empecé a estudiar en el templo, y los profesores nos
daban a todos cada noche largos pasajes del Tao que leer y memorizar. Era una
práctica más encaminada a que las jóvenes mentes no deambulasen y encontrasen problemas,
más que a educar e iluminar de verdad.”
Seishiro
frunció el ceño. “No estoy seguro de que sea una buena idea comparar los deseos
del Emperador con deberes estudiantiles, Handen. Casi parece… una blasfemia.”
“En
absoluto. La superioridad del Emperador a sus sujetos es desde luego comparable
a la que un maestro sensei tiene sobre sus alumnos, por ello no pretendía
menospreciar,” insistió Handen. “Si acaso, debo decir que, en conjunto, somos
unos alumnos indignos.” Señaló a su alrededor a las docenas de personas que
estaban por la inmensa habitación. “Debes admitir que la Corte Imperial ha
visto miembros de una gloria mayor.”
Aumentó
el fruncimiento del ceño de Seishiro. “No consigo ver como esto mejora tu
argumentación. Estos hombres y mujeres son héroes del Imperio. Hablar así de
ellos es vergonzante, Handen.”
El
shugenja tomó aliento, quizás para empezar una explicación, luego se detuvo y
suspiró. Miró alrededor de la habitación, sus ojos viendo a los que le
rodeaban. “Como desees, Seishiro. Por favor, perdóname este momento de
debilidad. Seguro que, algún día, un momento así será mi perdición. Supongo que
debo agradecer que estés aquí para guiarme.”
“Solo
mantén esas opiniones entre nosotros, y no pasará nada,” dijo con seriedad
Seishiro. El Miya seguía hablando, aunque pocos parecían verdaderamente estar
prestando atención. Hablaba sobre la necesidad de que hubiese paz en la Ciudad
de la Rana Rica, y mencionó que unos recientes y pequeños conflictos políticos
entre los Mantis y los Fénix eran un problema en potencia que necesitaba ser
apagado antes de que aumentasen fuera de control… la retórica típica de un
Miya.
Ese pensamiento
preocupó a Seishiro. Se preguntó si quizás había reaccionado mal ante Handen
porque las palabras del shugenja eran igual que lo que él pensaba. ¿Cuántas
veces en los últimos cinco años se había preguntado cual era el propósito de su
nombramiento? ¿Cuántas veces él, un guerrero, había sido verdaderamente capaz
de representar los intereses de su clan? Desde luego que había habido ocasiones
en las que su espada había servido como un elemento suficientemente
disuasorio, pero para eso no estaba la Corte Imperial. Este lugar era
para hombres como Bayushi Kaukatsu, Ikoma Sume, e Ide Michisuna. Seishiro había
aprendido mucho en estos cinco años, pero solo lo suficiente como para saber
que nunca dominaría la senda de la política.
Pero a pesar de todo
tenía obligaciones que cumplir. Nunca diría en voz alta sus dudas, fuese cual
fuese su importancia. Y nunca dejaría de cumplir con sus obligaciones, por muy
desagradables que fuesen. Hoy, por ejemplo, la primera tarea que le había dado
su señor y su señora era hablar con un representante Mantis en nombre de los
Fénix. Aparentemente, Shiba Yoma estaba teniendo poco éxito con Yoritomo Yoyonagi,
y se pensaba que quizás una mente más militar podría encontrar una base común
con algún otro miembro de la delegación Yoritomo.
Era ya media mañana
para cuando Seishiro consiguió liberarse de los inevitables enredos y
distracciones para localizar a su contacto. Extrañamente, el hombre se había
marchado de la corte y estaba sentado en un tranquilo rincón de un jardín en el
patio del palacio. Era algo raro en él, al menos por lo que había oído. El
Grulla se acercó con cuidado al Mantis y se quedó de pie, esperando que el otro
saludase.
El Yoritomo inspiró
tranquilamente de una extraña pipa y exhaló un aro de humo. Era un hombre
grande, moreno, vestido en un kimono de seda que le sentaba mal. Miró
despreocupadamente por encima de su hombro a Seishiro. “¿Grulla, te puedo
ayudar en algo?”
A Seishiro no le gusto
el tono del Mantis, ni su negativa a reconocer a Seishiro a pesar de su
prominencia en la corte, pero no cayó en la trampa. “Quizás si, y quizás no,
Katoa-san,” dijo tranquilamente. “Pensaba que quizás podría sentarme contigo
durante un momento, si no tienes objeción alguna.”
Katoa se encogió de
hombros. “¿Por qué me debería importar?”
Seishiro asintió y se
sentó enfrente del vezado marinero. Podía ver los gruesos callos en las manos
de Katoa, ganados por una vida en el mar antes de venir a la corte. Incluso
tras tantos años aquí, el Mantis volvía a los mares lo suficientemente a menudo
para que los callos no desapareciesen. Eran, quizás, como las cicatrices de
batalla para su clan. “¿Cómo les va a los Mantis esta temporada?”
“No tengo ni idea,”
dijo secamente Katoa. “Estoy atrapado aquí, y confío poco en lo que llega a
través de la correspondencia de mis amigos en las islas. La verdad es demasiado
importante como para arriesgarse a que sea interceptada por nuestros enemigos.
Presumiblemente todo está bien, o Kumiko me habría hecho llamar personalmente.”
“Un desafortunado
problema,” contestó el Grulla. “Me considero lo suficientemente afortunado por
estar tan cerca de casa. Tienes mi simpatía por estar tan lejos de la tuya.”
“Tu simpatía es
extremadamente reconfortante,” dijo secamente Katoa. Su tono no era sarcástico,
pero su intención si. “¿Qué es lo que deseas de mi, Grulla?”
“Me
puedes llamar Seishiro,” contestó, intentando mantener su tono normal.
“A, claro. Gracias,” dijo Katoa con una sonrisa que
obviamente era forzada. “¿Qué es lo que deseas de mi, Grulla?”
Seishiro
inspiró hondo para calmarse. “Mi señora Akiko-sama es gran amiga de su antiguo
clan, el Fénix. Ella y el venerable Shiba Yoma se están reuniendo con tu
asociada Yoyonagi-san para discutir alguna forma de restaurar la paz entre
vuestros clanes. Pensaba que quizás tu y yo podríamos encontrar algún punto de
encuentro sobre este asunto.”
Katoa
levantó una ceja. “¿Y por qué lo piensas?” Riéndose ante lo incómodo que estaba
Seishiro, continuó. “Los Fénix han estado muy fríos en sus relaciones con los
Mantis desde las desavenencias que siguieron a la Lluvia de Sangre.
Injustamente nos echan las culpas por las acciones de unos pocos locos corruptos,
y no han proseguido varias negociaciones comerciales que ya estaban en marcha.
Kumiko simplemente les ha quitado ciertos favores que estaba en nuestras manos
el poder otorgarlos.”
“Los
Fénix han perdido un importante centro de comercio, que intentan reconstruir,”
replicó Seishiro. “Seguro que Kumiko-sama entiende su falta de materiales en
una situación así.”
“Había
un acuerdo,” dijo Katoa. “No han cumplido con su parte del trato, no por
nuestra culpa. Lo suyo es un pequeño hurto que nosotros simplemente intentamos
corregir. Si le echan la culpa a los Mantis por su ineptitud para proteger sus
propias ciudades, entonces no sacarán provecho de los frutos del trabajo de los
Mantis.”
“Hasta
ahora, siete barcos destruidos por Kitao y sus piratas corruptos, y los Fénix
son incapaces de reunir la fuerza militar necesaria para detenerles,” dijo
Seishiro entre dientes apretados. “Docenas de vidas perdidas, y los Mantis no
hacen nada para ayudarles. Los Fénix ya han dejado claro que con gusto
cumplirán con sus obligaciones una vez que la reconstrucción se haya
completado.”
“¿Nada?”
Dijo Katoa tras una larga chupada de su extraña pipa. “¿Los Fénix se creen que
no hacemos nada? Hacemos todo lo que podemos. Simplemente no necesitamos la
ayuda de los Fénix. Conocemos mejor que ellos al enemigo.”
“Me lo
imagino,” contestó amargamente Seishiro. “Serviste una vez bajo ella, ¿verdad?
Cuando usurpó el gobierno de tu clan tu eras uno de sus mayores partidarios.
Cuando Kumiko la echó, a ti te enviaron aquí, para quitarte de en medio. Y por
eso creas problemas donde no existen. ¿Qué porcentaje de este problema es por
interferencia tuya?”
“Encontraría
tu pregunta muy insultante si me importase un ápice lo que piensas sobre mi,”
dijo Katoa, enviando otro anillo de humo hacia Seishiro. “Sirvo a la Hija de
las Tormentas, de la mejor manera que sé. Y por el momento, considero su forma
de tratar este asunto Fénix es por el mejor interés de mi clan. No necesitamos
hacer nada para ayudarles. Si nos echan la culpa por sus dificultades, entonces
están buscándose unos problemas que no están preparados para resolver.”
“Ya
veo.” Seishiro se puso en pie. “Quizás fue un error buscarte. Creo que tu y yo
tenemos menos en común de lo que sospechaba.”
“Eso
espero,” escuchó murmurar a Katoa mientras se alejaba del Mantis que estaba
sentado en el jardín.
•
Habían pasado unas
horas, y pocas cosas habían ocurrido que mejorasen el mal humor de Seishiro. Su
desastroso encuentro con Katoa había hecho poco para cumplimentar la tarea que
le había dado la Dama Akiko. Los Grulla eran aliados de los Fénix, y se
llevaban relativamente bien con los Mantis. Si no podía resolver este problema,
¿qué recurso le quedaba?
Pensó en
otras cosas. Había intentado que le dieran audiencia con Bayushi Kaukatsu para
discutir unos cambios que los Grulla deseaban hacer sobre el emplazamiento de
guardias Seppun por las ciudades de las provincias bajo su control. Y le habían
vuelto a desbaratar los planes, esta vez por un largo intercambio verbal entre
Kaukatsu y Kitsu Juri. De alguna manera, debería haber disfrutado viendo como
los dos tradicionales enemigos de su clan se peleaban en la corte, aunque el
León estuviese recibiendo la peor parte. Pero no disfrutó. Le parecía excesivo
disfrutar de la falta de armonía de la corte.
A la
malograda reunión con Kaukatsu le había seguido un breve encuentro,
afortunadamente, con Hitomi Vedau y Bayushi Kwanchai. Los dos estaban
vehementemente discutiendo sobre los méritos de dos antiguas formas de artes
marciales, una que utilizaba el no-dachi y la otra una disciplina sin armas,
ninguna de las cuales había escuchado antes Seishiro. Esto no había impedido a
ambos que buscasen su arbitraje sobre el asunto, y solo se pudo escapar de la
discusión después de casi una hora, cuando el “embajador” Nezumi Zin’tch
subrepticiamente pegó un mordisco al rollito de pescado de Vedau. La sonora
carcajada de Vedau aún resonaba en los oídos de Seishiro. Hizo un gesto de
dolor al recordarlo, levantando la vista con rapidez al ver a un hombre vestido
con los colores Dragón, verde y dorado. No era el tatuado, sino Mirumoto Tsuge.
Tsuge
era un poderoso guerrero, aunque ni se le acercaba a Vedau en tamaño. Juntos
Tsuge y el monje hacían una formidable pareja en las salas de la corte.
Seishiro solo había hablado con Tsuge en un par de ocasiones, y de nada que
tuviese importancia. Simplemente, el Dragón poco podía ofrecer políticamente –
en general se ocupaban de sus asuntos y Seishiro lo prefería así. Pero ahora,
la mirada urgente de Tsuge le avisaba a Seishiro de que las cosas habían
cambiado. “Buena fortuna, Tsuge-san,” dijo Seishiro con una pequeña
inclinación.
“Buenas
fortunas, Seishiro-san,” le devolvió el Dragón. “Me preguntaba si podrías
otorgarme un momento de tu tiempo.”
“Hoy
tengo el día complicado,” contestó Seishiro, “pero si o que te preocupa es
breve, andemos juntos y hablemos de ello.”
Los dos
hombres anduvieron juntos durante un momento sin hablar, sus kimonos verde y
azul contrastando mucho, así como la posición de sus espadas en sus obi.
“Conoces la tarea que se ha encomendado a mis señores Rosanjin y Satsu después
de la Lluvia,” dijo Tsuge.
“Si,”
contestó Seishiro. “El Emperador os ordenó buscar y destruir a los Portavoces
de la Sangre, igual que ordenó a su hermano Sezaru que les encontrase.”
“Así
es,” dijo Tsuge. “Sezaru y sus hombres buscan las amenazas escondidas y a los
más poderosos del culto, mientras que nosotros cazamos a aquellos lo
suficientemente estúpidos como para reunirse en un número significativo. Los
ejércitos de Rosanjin-sama ya han puesto en la hoguera a casi tres docenas de
células en nombre del Justo Emperador.” No había arrogancia en la voz del
Dragón, solo relataba unos hechos.
“Impresionante,”
contestó con sinceridad el Grulla. Encontraba reconfortante que, por una vez,
alguien hiciese algo constructivo por el bien del Imperio. “Tu señor sirve bien
al Emperador.”
“Pero
hay un problema,” confesó Tsuge. “Con los contactos que tiene Sezaru en mi
clan, ha reclutado a muchos de nuestros mejores magistrados Kitsuki para ayudar
a los inquisidores Asako y a los cazadores de brujas Kuni. Hemos sufrido
numerosos reveses por ello.”
“El
Señor Sezaru es un Fénix,” replicó Seishiro. “Podríais rehusar educadamente,
por supuesto. No tiene verdadera autoridad sobre tu clan.”
“Se
educó con los Dragón así como con el Fénix,” explicó Tsuge, “y sigue siendo el
hermano del Emperador a pesar de su lealtad. Rehusar sus peticiones no sería
aceptable. No podemos interferir con sus objetivos, por mucho que sus acciones
interfieran con nuestras obligaciones.”
“Lo
entiendo. ¿Qué es lo que quieres que haga?”
Tsuge
asintió lentamente. “El señor Rosanjin desea conseguir los servicios de los
famosos magistrados de tu familia para compensar la reducción de efectivos que
hemos experimentado.” Se detuvo un momento. “La familia Shinjo podría ser otra
opción, por supuesto, pero su Khan parece algo... reacio a ayudarnos, por
nuestra intervención en Kaeru Toshi.”
Seishiro
lo consideró durante un momento, y luego miró a su alrededor para ver si alguien
les estaba escuchando. “Seguramente has oído los rumores sobre actividades
militares Escorpión,” dijo en voz baja. “Los Grulla se han estado preparando
por si los Bayushi nos atacan, usando la guerra en Kaeru Toshi como una
pantalla para distraernos de sus intenciones. Con los León, Unicornio, y Dragón
tan ocupados, ahora sería un momento estupendo para que ellos debilitasen
nuestra posición en la corte.”
“Si, he
oído los rumores,” contestó Tsuge. “Pero los Escorpión son nuestros aliados. El
aprovecharse de un conflicto como el de Kaeru Toshi para empezar una nueva
guerra sería un tremendo deshonor. No creo actúen tan flagrantemente.”
“Los
acciones de los Escorpión rara vez son predecibles. A pesar de todas sus
virtudes, no puedes negar que ellos creen que la victoria es la redención del
deshonor.”
“Eso es
verdad,” dijo Tsuge, “pero sigo pensando lo mismo. De hecho, puede que sea por
el bien de los Grulla ayudar a los Dragón, ya que al hacerlo se complicarían
los planes que pudiesen tener los Escorpión. Si os atacasen en esas
circunstancias, el Señor Satsu sin duda lo consideraría una traición de nuestra
larga alianza, una alianza que ellos valoran mucho.”
Seishiro
se frotó pensativamente la barbilla. “Puede que tengas razón, Tsuge-san.
Hablaré de ello con la dama Akiko cuando tenga la oportunidad. A partir de ahí,
es una decisión que ella debe tomar. Pero dada la ayuda que desinteresadamente
habéis proporcionado a sus aliados del Fénix, pienso que encontrará aceptable
tu propuesta.”
“Gracias,
Seishiro-san,” dijo Tsuge haciendo una pequeña reverencia. “Siempre es un
placer tratar contigo. ¿Quizás querrías unirte a mi en el dojo para un poco de
boxeo?”
Seishiro
forzó una sonrisa y levantó las manos. “Temo que hoy no me es posible. Debo
atender varias reuniones esta tarde y esta noche. Quizás en otro momento.”
“Como
quieras,” contestó Tsuge. “¿Dónde vas ahora?”
“A ver a
Moto Chen,” contestó. “Nagori desea conocer la perspectiva Unicornio sobre la
guerra de Kaeru Toshi, y Chen parece el más adecuado para hacerlo
imparcialmente.”
“¿No
vive Chen en el Shinomen Mori cuando no está en Toshi Ranbo?” Preguntó Tsuge.
“No consigo entender como puede estar enterado de la situación desde allí.”
“Es el
antiguo comandante del Junghar,” contestó Seishiro. “Estoy bastante seguro de
que estará siguiendo de cerca la información sobre su antiguo mando.”
•
Era ya
casi de noche cuando Seishiro volvió finalmente al jardín para tener un momento
de paz. Para la hora que era, el jardín estaba sorprendentemente vacío. El
cansado bushi Grulla se sentó pesadamente cerca de un tablero de go y cerró los
ojos durante un momento. Quizás se habían equivocado al enviarle a la corte.
Durante años había permanecido callado, sin decir nada de sus reservas ni
preocupaciones. Quizás Handen tenía razón, la corte no era lo que una vez fue –
y él era parte del problema. Quizás sería mejor que sus obligaciones pasasen a
alguien más cualificado. Quizás era el momento de volver a casa. Prepararía la
petición por la mañana.
“Seishiro-san,
parece que no te encuentras bien.”
Seishiro
abrió los ojos. Una familiar figura estaba ante él, mirándole intensamente. El
samurai vestido de oro y marrón señaló el tablero de go con una mirada de
interrogación y levantó sus cejas. Seishiro asintió al León. “Gracias por
interesarte por mi, Setai-san,” contestó. “No me daba cuenta de que mi desánimo
fuese tan obvio.”
“Solo
para aquellos que te conocen,” dijo Setai, cogiendo una piedra de go y
moviéndola. “He oído que las partidas de Nagori y Atasuke han atraído considerable
atención cuando juegan aquí en la ciudad. ¿Por qué crees que nadie presta
atención a las nuestras?”
“Supongo
que porque a ambos nos falta la dinámica personalidad de Nagori,” contestó
Seishiro. “Por eso, y además porque creo que hay muchos en la ciudad que te
tienen miedo.”
“Hmm,”
dijo con curiosidad Setai. “Interesante, si es que es verdad. ¿Me pregunto por
qué? Mi carrera desde que me enviaron a este puesto no ha sido nada
importante.”
“Creo
que es tu antigua filiación lo que causa su recelo,” dijo Seishiro, y luego
hizo un gesto de dolor para si mismo. El pasado de Setai no era algo de lo que
se hablase habitualmente. Setai había sido un Deathseeker, un bushi forzado a
buscar su propio fin en una batalla para limpiar una deshonra de su pasado. Él
era uno del pequeño grupo de Deathseekers que en toda la historia había sido
absuelto de su deshonra aún en vida.
“Posiblemente,” fue la única respuesta de
Setai. No pareció seguir con el tema. “¿Qué te preocupa, amigo mío?”
Seishiro
dudó por un momento. Sería indecoroso hablar sobre sus preocupaciones con otra
persona, pero sabía que si había alguien en quién confiaría que no traicionaría
sus confidencias, ese era Setai. El León era quizás el hombre más honorable que
jamás había conocido, una extraña afirmación proviniendo de un leal Grulla. Sus
clanes siempre habían sido rivales, a veces enemigos, pero al menos eran unos
honorables enemigos. “Estoy pensando en abandonar la corte,” dijo finalmente.
Setai
asintió. “He pensado lo mismo muchas veces,” dijo. “¿Puedo preguntarte que te
ha hecho cambiar repentinamente de opinión? Llevas ya muchos años aquí, desde
que los Miya volvieron a convocar la corte. No puedo imaginarme esta asamblea
sin ti.”
Seishiro
consideró sus palabras durante varios momentos, haciendo varios arriesgados
movimientos en el tablero de go mientras tanto. “No veo que haya beneficio
alguno en corte,” confesó finalmente. “Aquí no pasa nada excepto mezquinas
riñas que afectan a clanes enteros y amenazan las vidas de miles. Los llamados
cerebros lanzan grandiosos esquemas que no son nada más que desprecios a sus
enemigos y amasijo de poder personal para ellos a costa de los demás. Aquí no
hay nada que no pueda encontrar en un patio lleno de niños inmaduros.” Se sentó
hacia atrás, sorprendido por la vehemencia de sus propias palabras.
El León
no pareció sorprenderse por el arranque de Seishiro. En vez de ello, estaba
totalmente concentrado en el tablero de go, pensando cuidadosamente su
siguiente movimiento. “Te falta un marco de referencia,” dijo finalmente.
Seishiro
frunció el ceño. “¿Qué significa eso?”
“Significa
que has pasado poco tiempo lejos de tus palacios Grulla y sus jardines,”
contestó Setai. Viendo fruncir el ceño al Grulla, levantó sus manos en un signo
de paz. “No quería ofenderte, simplemente has visto poco de como funciona de
verdad el mundo.”
“Si no
quieres ofender, no lo estás haciendo muy bien,” refunfuñó Seishiro.
“Entonces,
deja que te pregunte esto,” contestó Setai. “¿Cuándo fue la última vez que
recaudaste impuestos? ¿Cuándo estuviste destinado en algo más pequeño que una
ciudad? ¿Cuándo te moviste de verdad entre la gente corriente durante más de
unos pocos instantes?”
Seishiro
pensó en ello. “No lo recuerdo.”
Setai
asintió. “No lo recuerdas porque nunca lo has experimentado. Yo si. En mis años
como Deathseeker, vi… mucho que desearía olvidar. Pero puedo decir sin exagerar
que en mi búsqueda de la muerte viví una vida plena.”
Seishiro
hizo un gesto como para obviar sus comentarios. “Esto no tiene nada que ver con
la corte.”
“Tiene
todo que ver con la corte,” insistió Setai. “¿Sabes lo que tu compañero Handen
ha estado haciendo todo el día?”
“Riñendo
con su rival entre los Hiruma sobre unos números,” contestó Seishiro.
“Discutieron durante horas sobre cuanto arroz por acero iban a intercambiarse.
Ha sido extraordinariamente desagradable.”
“¿Alguna
vez has visto una hambruna?” Preguntó Setai.
“No,”
contestó Seishiro.
“Ese
arroz,” dijo Setai con firmeza, “dará de comer a los soldados de la Muralla
Kaiu, y a los trabajadores que hacen sus armas. Ese arroz salvará más vidas de
lo que crees – quizás incluso la tuya. ¿Alguna vez has visto a un granjero
enterrar a sus hijos? Yo si, y me gustaría no volverlo a ver. El acero armará a
magistrados, budoka, y ashigaru. Protegerá al Imperio de los bandidos, los
Portavoces de la Sangre, las Tierras Sombrías… de todo tipo de amenazas. Handen
y su amigo salvaron muchas vidas hoy con su discusión, aunque no se hayan dado
cuenta.”
Hubo un
momento de silencio. “No había pensado en ello,” contestó Seishiro.
“Porque
solo veías el lado desagradable,” contestó el León. “Y quizás tengas razón,
quizás sea desagradable que un samurai se ocupe de esos asuntos. Quizás sea
desagradable discutir como mezquinos mercaderes sobre unos números. Pero a
veces el fin justifica los medios. Por ejemplo, fíasete en nosotros dos.”
Levantó las manos, señalando lo que les rodeaba.
Seishiro
miró a Setai con expresión confundida. “¿Qué quieres decir?” Repitió.
Setai
suspiró y sonrió un poco. “Tu y yo somos guerreros. Sabemos lo que pasará en la
Ciudad de la Rana Rica. Muchos morirán, y al final quizás nada cambie a parte
de un nuevo gobernante de esa misma ciudad. Un día, nuestros clanes irán otra
vez a la guerra entre si y volveremos a ser enemigos. Ambos lo sabemos. Aún no
ha llegado el día, pero vendrá, y es posible que pronto. ¿Por qué crees que aún
no ha llegado?”
“Me lo
he preguntado a menudo,” confesó Seishiro. “Me parece algo extraño.”
“Una vez
estuviste al mando de un puesto avanzado Grulla en Inari Mura, ¿verdad?”
Preguntó Setai. “¿Y acaso tu y tus hombres ansiaban luchar contra mi clan?”
“Si,”
contestó sin dudarlo. “Era nuestro deseo más sincero. Los León son unos dignos
oponentes, incluso la derrota ante vosotros es digno de leyendas.”
Setai
sonrió. “Leyendas, si,” dijo. “¿Pero cuantos de tus hombres hubiesen muerto si
eso hubiese ocurrido?” Preguntó Setai en voz baja. “¿Cuántas vidas
desperdiciadas debido a un simple orgullo y a la arrogancia, por ambos bandos?
¿Les importaría a sus huérfanos y viudas tus leyendas?”
“Es
nuestro deber morir,” contestó Seishiro.
“Es
nuestro deber morir por el Imperio,” le devolvió Setai. “No por orgullo. La
gran mayoría de los conflictos entre nuestros dos clanes han sido innecesarios.
Lucharía a muerte contra ti si se me ordenase hacerlo, amigo mío, pero
preferiría reunirme contigo mañana para otra partida de go, y luchar junto a ti
para asegurarnos de que el Imperio sobrevive para ser un lugar adecuado para
nuestros descendientes. Aunque esa batalla tenga que ser en este lugar… un
campo de batalla de política y alianzas. Esta corte puede tener sus fallos,
pero durante cinco años Rokugan ha conocido la paz. No es por sus fieros
guerreros, sino por hombres como Nagori y Atasuke. Por hombres como nosotros. Tus
primos podrían estar hoy vivos porque tu y yo hemos jugado docenas de partidas
de go en este mismo jardín.” Se inclinó hacia delante. “La guerra es el destino
de un samurai, eso es verdad. Pero ese destino tiene que servir para algo, o no
significa nada.”
“Me
avergüenzas con tu sabiduría, Setai-san,” dijo sobriamente Seishiro. “Quizás
fue la cobardía lo que me llevó a pensar en abandonar.”
“Entonces,”
dijo Setai, echándose hacia atrás y volviendo a prestar atención al tablero de go.
“Dime. ¿Qué has hecho hoy?”
“Tuve una
muy infructuosa reunión con los Mantis,” contestó Seishiro. “Un intento fallido
de prevenir los conflictos que han tenido con los Fénix en los últimos meses.”
“Ya veo.
¿Y lo volverás a intentar mañana?”
Seishiro
movió una única piedra blanca por el tablero. “Creo que quizás lo haré.”