Cenizas y Acero
por Rich Wulf
Traducción de Mori Saiseki
“Te doy la bienvenida a Kyuden Gotei, Doji-sama,
aunque debo confesar que habéis llegado mucho antes de lo que esperaba,” dijo
el pequeño cortesano, haciendo una profunda reverencia. “La abuela Jukio me ha
contado mucho sobre vuestra larga amistad con nuestra familia, y es un gran
honor para mi ser vuestro guía, y espero que vuestro amigo. Soy Moshi Mogai,
hijo de Moshi Utamaro, que luchó junto a vos en la Guerra de los Clanes. Yo soy
el que se puso en contacto con vos.”
“Konichiwa, Mogai-san,” contestó Doji Chomei, devolviendo la reverencia del hombre.
El viejo samurai frunció levemente el ceño, haciendo que una Mirada de
preocupación apareciese en la cara de Mogai.
“¿Estáis
bien, Doji-sama?” Preguntó en voz baja Mogai. “Si necesitáis algo, simplemente
pedirlo, y los sirvientes atenderán todas vuestras necesidades.” Mogai hizo un
rápido gesto, y un joven heimin con ropajes verdes apareció de algún sitio.
“Estoy
bien, solo es una vieja herida,” dijo Chomei, sonriendo débilmente, y con una
mano en su cadera derecha. “Los viajes la molestan, y temo que la edad no
ayuda. Si solamente me pudiese echar un rato, todo estará lo suficientemente
bien.”
“Desde
luego,” asintió rápidamente Mogai. “Por aquí, Doji-sama.” El Mantis señaló
hacia un pasillo lateral, y se echó hacia un lado, esperando para ponerse al
lado del Grulla. El yojimbo de Chomei y el sirviente de Mogai les siguieron.
Chomei apenas podía
ocultar su admiración ante los lujosamente decorados salones del palacio
Mantis. Cada pared tenía pinturas de seda o delicadas esculturas colgantes. Los
suelos estaban cubiertos en ricas y exóticas alfombras. Faroles dorados que no
tenían precio colgaban del techo, iluminando su camino.
“¿Bastante espectacular,
verdad?” Dijo Mogai, notando el interés de Chomei. “Los frutos del trabajo del
Clan Mantis. A algunos no les gusta mi clan, les llamarían mercaderes, piratas,
e incluso ronin. Que nos llamen lo que quieran. Mientras protestan en sus
sucios cuchitriles, nosotros estamos rodeados por el lujo.”
“Verdaderamente, nunca
había visto tal muestra de riqueza,” asintió Chomei.
“¿De verdad?” Mogai
parecía dudoso. “¿Ni siquiera en Kyuden Doji o en Kosaten Shiro?”
“Mi familia tiene una
gran riqueza, eso es verdad,” dijo Chomei, “pero habitualmente, nuestro estilo
de decoración es algo más... austero.”
“Creo
que quieres decir ‘de mejor gusto’,“ dijo Mogai con una irónica risita.
“Yo no
dije eso,” replicó Chomei.
“No,
pero yo si,” contestó Mogai. “No me hago ilusiones. Kyuden Gotei es un sitio
maravilloso, pero no tiene ningún orden. La moderación no es la virtud más
importante de mi clan. Aún así, este sitio tiene bastante encanto.”
“Es más
grande de lo que recordaba,” dijo Chomei. “Aunque no he estado aquí en casi
tres décadas.”
“La
ciudad se expandió mucho cuando Aramasu fue nuestro señor,” contestó Mogai. “Es
un monumento a su padre adoptivo, el Hijo de las Tormentas. Es como la hubiese
construido Yoritomo, si hubiese sobrevivido la Guerra Contra la Sombra.”
“Los
pasillos parecen no acabar nunca,” dijo Chomei, mirando por un pasillo lateral
mientras andaban.
“A veces creo que de
verdad no tienen fin,” dijo Mogai. “He pasado aquí los últimos tres años de mi
vida, y hay algunas secciones en las que nunca he estado. El palacio es ahora
tan grande como la mayoría de las ciudades pequeñas, y la propia ciudad es más
grande que todas, excepto Ryoko Owari.” El cortesano cuidadosamente evitó
cualquier mención a Otosan Uchi.
“Creo
que Yoritomo hubiera dado su visto bueno,” dijo Chomei.
Mogai
miró deseoso al Grulla. “¿De verdad?” Preguntó. “Se que usted y él fuisteis
amigos, o al menos eso se dice.”
Chomei
rió en silencio. “Fuimos camaradas, aliados durante la Guerra de los Clanes, y
la Guerra Contra la Sombra, pero no se si se puede decir que fui su amigo.
Yoritomo podía ser un hombre difícil. Si me gustase usar metáforas trilladas,
podría decir que era ‘tan frío e impredecible como una tormenta’, pero por
suerte, mis maestros siempre me alertaron contra esas tonterías.”
“Desde
luego, afortunado,” dijo Mogai con una sonrisa.
“No creo que nadie
conociese lo suficientemente bien a Yoritomo como para llamarle ‘amigo’,” dijo
Chomei. “Quizás yo me acerqué más que muchos.”
“Bueno, de todos modos,
conocisteis y luchasteis junto al Hijo de las Tormentas, y ese es un honor que
pocos pueden decir hoy en día,” dijo Mogai. “Siempre seréis bienvenido entre el
Clan Mantis.”
Llegaron
al final del pasillo, y las puertas ante ellos se abrieron, revelando un
frondoso jardín. A la luz de los faroles colgantes, Chomei podía ver una
increíble mezcla de flores de colores y de helechos salvajes. Un pájaro alto y
rosa, con delgadas patas y cuello de cisne se metió en el camino, miró a Chomei
sin miedo, y continuo con su camino.
“Extraordinario,”
dijo Chomei, “nunca había visto un animal así.”
“Hay
siete que viven aquí,” dijo Mogai. “Aramasu los trajo de vuelta de sus viajes a
los Reinos del Marfil. Supuestamente, no se reproducen en cautividad, pero
parece que les gustan los jardines. Por aquí, por favor.”
Mogai
llevó a Chomei por los bien cuidados caminos, hasta llegar a un bien iluminado
claro. Pequeños bancos estaban colocados por los bordes. En el centro, cuatro
hombres en buenos kimonos verdes estaban golpeando una gran pelota de cuero con
sus pies, rodillas, hombros y cabeza, los brazos cruzados a la espalda. Dos
jóvenes doncellas Mantis estaban sentadas cerca, haciendo muy bien que no
prestaban atención, mientras hablaban de los hombres tras sus abanicos. Uno de
los Mantis cogió la pelota en el aire con una mano, y se inclinó
respetuosamente hacia Chomei. Los otros se volvieron y rápidamente se
inclinaron ante su estimado visitante. Las dos mujeres se levantaron e hicieron
lo mismo.
“Mis
disculpas, Doji-sama,” dijo calladamente Mogai. “Esperaba encontrarme este
claro vacío. Podemos encontrar otro que sea más apropiado para que descanséis
tranquilamente.”
“No hace
falta,” dijo Chomei. “Soy yo el que debe pedir disculpas por perturbar el
juego. Ha pasado mucho tiempo desde que vi un buen partido de kemari.” Se
volvió hacia los jugadores. “¿Os importa que me quede y mire?”
“Por
supuesto,” dijo Mogai, por su tono, parecía como si no le gustase la petición.
Señaló hacia uno de los bancos, y fueron hacia allí.
“Mogai-san,”
dijo uno de los atletas, andando hacia ellos. Era uno de los que había
asentido, en vez de inclinarse. “¿Es este el Grulla al que esperabas?”
Chomei
se sentó en el banco, una mano sujetando la herida de su cadera. Les miró con
curiosidad.
“Hai,”
dijo Mogai, mirando al otro Mantis con apenas velada antipatía. “Este es
Rikugunshokan Doji Chomei, héroe de las Guerras de los Clanes.”
“Por
favor, Mogai-san,” dijo Chomei con una sonrisa. “Ya no soy general. Ahora solo
sirvo como consejero del Señor Kurohito y la Dama Rekai.”
“¿Héroe?”
Preguntó el Mantis frunciendo el ceño. “Por las historias de Mogai, esperaba
que fueseis más alto, Rikugunshokan.”
Chomei
levantó una ceja. “Perdona mi grosería,” dijo en un tono seco, “pero no oí tu
nombre, chico.”
“Este es
mi hermano, Kalani,” dijo Mogai con tono dolorido. “Es uno de los favoritos de
la Dama Kitao, y cree que eso le excusa de olvidar sus modales en la presencia
de alguien mejor que él.”
“¿Modales?”
Preguntó con curiosidad Kalani. “Creo que estoy siendo bastante cortés con el
Rikugunshokan, comparando con sus anteriores visitas. ¿No te golpeó hasta casi
matarte el Hijo de las Tormentas?” Kalani sonrió. Uno de sus amigos rió
suavemente.
“Si, una
vez tuve el honor de hacer un duelo con Yoritomo,” dijo Chomei, mirando a los ojos
al hombre más joven. “¿Quieres qué te enseñe lo que aprendí de él?”
“¿Qué
gloria ganaría, haciendo un duelo con un viejo herido?” Preguntó Kalani.
“¿Qué
gloria perderías,” replicó Chomei, “dejando que uno te venciera?” Al otro lado
del claro, una de la mujeres rió suavemente.
Kalani
también rió. “Y yo esperaba a un viejo y balbuceante cortesano Doji,” dijo.
“Mogai, ¿por qué no me dijiste que tu invitado tenía carácter? Me caes bien,
Rikugunshokan. Me recuerdas a mi abuelo. “
“Estuve bastante tiempo
con las doncellas Ciempiés durante la Guerra de los Clanes,” dijo Chomei con
una irónica sonrisa. “Bien puedo ser tu abuelo.”
Los
amigos de Kalani rieron con eso, e incluso Kalani no pudo reprimir una risa. El
joven Mantis al fin se inclinó respetuosamente, mostrando su derrota en el
duelo verbal. “Rikugunshokan Doji Chomei,” dijo Kalani, señalando al viejo
samurai como si le estuviese introduciendo por primera vez. “Camarada de
Yoritomo y amigo de mi padre. Respetarlo como si se tratara de mi, o responderéis
ante mi.” Kalani miró hacia los demás. Estos hicieron una profunda reverencia,
se despidieron y salieron del claro. Kalani se quedó, sentado en un banco
cercano.
“¿Qué os trae a
nuestras islas, Rikugunshokan?” Preguntó Kalani. “Mi hermano no fue muy específico
sobre los detalles de vuestra visita. ¿Habéis venido a ofrecer el
reconocimiento del Clan Grulla al derecho de la Dama Kitao?”
“Quizás,”
contestó Chomei. “El Señor Kurohito está indeciso sobre ello, pero ha dejado
que sea yo el que tome la decisión para nuestro clan, ya que tengo más
experiencia en tratar con los Mantis que ningún otro Grulla. Tu hermano me
indicó que tenía algo importante que enseñarme, algo que podría modificar la
opinión de mi clan. Me dio pocos detalles, pero el Señor Kurohito no tenía
deberes más urgentes para un viejo samurai como yo. Además, había transcurrido
demasiado tiempo desde que había visitado vuestras islas.”
“Si
Mogai te trajo aquí para que Kitao pudiese hablaros, me temo que os ha hecho
perder el tiempo,” dijo Kalani. “No se espera a Kitao de vuelta en Kyuden Gotei
en muchos meses.”
“¿A?”
Dijo Chomei, mirando con curiosidad a Mogai. El cortesano estaba estudiando
cuidadosamente un arbusto al otro lado del claro.
“¿Puedo
hablar libremente?” Dijo Kalani, mirando especialmente hacia el yojimbo de
Chomei y al sirviente de Mogai.
Chomei
asintió. Les hizo una señal a los dos para que les dejasen. Cuando se habían
ido, se volvió de nuevo hacia Kalani.
“Este no
es un buen momento para estar en Kyuden Gotei, Rikugunshokan,” dijo Kalani en
voz baja. “Si yo fuese tu, me iría y no volvería. Desafortunadamente, no soy
tu, y no me puedo ir sin que me llame traidor mi clan, y causarme aún más
problemas.” El silencio cayó sobre el claro. Distraídamente, Kalani arrancó una
brizna de hierba del suelo, y la enrolló entre sus dedos.
“¿Traidor?”
Replicó Chomei.
“Hay un
movimiento dentro del Clan Mantis en contra de la Dama Kitao,” contestó Mogai.
“Dicen los rumores que, en este momento, Kitao está cazando al líder de los
traidores.”
“¿Quién
quisiera usurpar el liderazgo del Mantis?” Preguntó Chomei.
“Un seguidor de
Yoritomo Aramasu, que cree que Kitao algo tuvo que ver con su muerte,” dijo
Mogai.
“Un loco que no puede
dejar las cosas tranquilas,” añadió Kalani, rompiendo la brizna en dos trozos.
“Loco hoy, héroe
mañana,” dijo Mogai en voz baja.
Kalani se movió,
incómodo. “Escuchad mi consejo, Rikugunshokan,” dijo. “Es mejor que no os
involucréis en esto. La política Mantis no es tan... cortés como la de los
demás clanes.”
“Estoy bastante
familiarizado con las tradiciones de tu clan,” dijo Chomei. “Yo estuve aquí
cuando Yoritomo fijó la mayoría de los precedentes.”
“Mi
hermano es bastante pesimista,” dijo Mogai. “Os aseguro, Doji-sama, no corréis
ningún peligro aquí.”
“¿Entonces,
por qué parece últimamente tan nerviosa la Legión de la Tormenta?” Preguntó
Kalani. “¿Y por qué han estado tan callados la Élite de Yoritomo?”
Chomei
miró a Kalani inquisitivamente.
“La
Legión de la Tormenta y la Élite de Yoritomo son dos de las más prestigiosas
órdenes de los bushi Mantis,” explicó Mogai. “Las dos esencialmente sirven el
mismo propósito – protegen y sirven al Campeón Mantis. La Legión de la Tormenta
es la más antigua de los dos grupos, y es, normalmente, la más activa, cazando
a los enemigos de los Mantis. Por otro lado, la Élite de Yoritomo, se fundaron
durante la Guerra de los Clanes. Protegen específicamente el territorio
Mantis.”
“Conozco
los dos grupos,” dijo Chomei, “pero no sabía que existía un conflicto entre los
dos.”
“Normalmente,
no lo hay,” contestó Mogai. “Sus deberes raramente se interfieren. Pero, el
actual líder de la Élite, Yoritomo Kamoto, no es, precisamente, un amigo de
Kitao. Desapareció hace meses, y ninguno de los miembros de la Élite que hay en
Kyuden Gotei dirá donde se fue.”
“Kamoto
siempre ha tenido una vena independiente,” dijo Chomei. “No era uno de los
favoritos de Yoritomo.”
“Entonces, al menos esa
tradición Mantis ha seguido bajo Kitao,” dijo Mogai. “Ella intentó poner uno de
sus amigos, un Legionario Tormenta llamado Ikemoto, como el nuevo comandante,
pero la Élite de Yoritomo rehusó obedecerle, diciendo que un nuevo comandante
solo podría ser nombrado cuando hubiera pruebas de muerte o deshonor de su
predecesor.”
“¿Y
Kitao permitió que sus propios bushi la desafiaran así?” Preguntó Chomei.
“Por
supuesto que no,” dijo Kalani riéndose. “Los oficiales de la Élite de Yoritomo
en Kyuden Gotei fueron arrestados ese mismo día. Los otros entraron en vereda,
pero no están contentos ante la situación. Es un grupo enfadado y amargado, al
que no le gusta ni un pelo Ikemoto.”
“Un montón de gente en
la ciudad no están contentos con Kitao,” añadió Mogai. “Los estatutos de la
Élite de Yoritomo fueron escritos por el propio Yoritomo. Algunos dirían que
Kitao no tiene derecho para cambiar la tradición establecida por el Hijo de las
Tormentas.”
“Otros
podrían argumentar que ella es vuestro daimyo y puede hacer lo que quiera,”
contestó Kalani, tirando hacia un lado las dos briznas de hierba. “La gente que
se pone en contra de su señor, terminan siendo cazados, como Kamoto.”
“Kitao
no está buscando a Kamoto,” dijo Mogai secamente.
Kalani
rió y agitó su cabeza. “Mogai, hecha a un lado tus cuentos folclóricos. Lo dos
sabemos que Kamoto tiene el hábito de no hacer lo que le mandan. Esta rebelión
es suya, y solo suya. No hay un heredero de Yoritomo. No hay una Hija de las
Tormentas.”
Mogai no
dijo nada, solo miró al suelo.
“¿Hija
de las Tormentas?” Preguntó Chomei. “Yoritomo no tuvo hijos.”
“Por
supuesto que no,” dijo Kalani. “Murió durante la batalla de la Puerta del
Olvido, y su novia murió poco después. El heredero de Yoritomo es un mito, una
excusa para que Kamoto cause problemas.”
“Mi
hermano ha dicho demasiado, Doji-sama,” dijo Mogai. “Estábamos equivocados por
involucraros en nuestros problemas y en nuestra política. No penséis sobre
ello, ya que son asuntos Mantis. Si deseáis, os explicaré más por la mañana.
Ahora no, es tarde. Os enseñaré vuestras habitaciones, y me retiraré.” Mogai se
levantó y rápidamente fue hacia las puertas del pequeño jardín, antes de que
Chomei pudiese protestar.
“Tened
cuidado, Rikugunshokan,” susurró Kalani mientras se levantaba Chomei. “Mi
hermano es un buen hombre, pero es un bobo. Un día, su idealismo le destruirá.
Tened cuidado de no estar demasiado cerca.”
Chomei
no contestó, solo siguió a Mogai fuera del jardín. Mientras seguía al cortesano
por los pasillos de Kyuden Gotei, se preguntó por la razón por la que
verdaderamente había sido invitado a las Islas de los Mantis.
Sospechaba
que pronto lo sabría, de una u otra manera.
•
El ruido de una vasija
rompiéndose en una habitación contigua despertó a Chomei de su sueño. Se
levantó cansado, mirando alrededor de su habitación. En algún lado, en la
distancia, podía oír a gente gritar. El sonido del acero golpeando piedra
resonó como contestación. Los signos eran sutiles, pero había vivido durante
suficientes invasiones a castillos, para saber cuando estaba viendo una. Chomei
se levantó tranquilo, se fue al tocador, y empezó a ponerse su kimono. Para
cuando el yojimbo de Chomei irrumpió en la habitación, el Viejo Grulla estaba
metiendo su daisho dentro de su cinturón.
“¡Chomei-sama!” Dijo el hombre, mirando
confuso a la vacía cama. Parpadeó hacia su señor, totalmente preparado para
luchar.
“Siento
no haber sido previsor, y no haber traído mi armadura,” rió Chomei. “¿Cual es
la situación, Hisato?”
“Los
Mantis luchan entre ellos,” dijo el yojimbo, desconcertado. “Dos grupos, uno
llevando un símbolo de un rayo ahorquillado, el otro llevando un monograma con
un kama doble.”
Chomei
asintió. “La Legión de la Tormenta y la Élite de Yoritomo. Llévame
inmediatamente a Moshi Mogai,” dijo.
“Mi señor, no creo que eso sea prudente,” dijo el
yojimbo, inclinando su cabeza, pidiendo perdón por su alegato. “Quizás sería
más prudente quedarse aquí y defender este área.”
“Más
prudente, si, pero me importa poco la prudencia en este momento,” dijo Chomei.
“Nos han traído aquí con falsas pretensiones. Quiero respuestas.”
“Hai,”
dijo Hisato con un corto movimiento de cabeza. Salió al pasillo, miró hacia los
dos lados para asegurarse de que el camino estaba limpio, y luego gesticuló a
Chomei. Los dos samurai salieron de la habitación, moviéndose con cautela por
los oscuros pasillos.
“Solo
somos dos, mi señor,” dijo Hisato en tono nervioso. “¿Qué haremos si nos
atacan, mi señor?”
“Nos
unimos a ese grupo,” dijo Chomei. Hisato parpadeó.
“Eres un buen yojimbo, Hisato, pero tu inexperiencia es
palpable,” dijo Chomei. “Un día aprenderás el inherente humor que hay en tu
propia e inminente muerte.”
“Como
digáis, mi señor,” contestó Hisato.
Los dos Grullas continuaron por el pasillo. Los ruidos de
la batalla se acercaron. Truenos retumbaban en el cielo.
“¿Una
tormenta?” Preguntó Hisato.
“Lo más seguro es que sea un shugenja Yoritomo con
tendencia al drama,” dijo Chomei. “Quizás no deberíamos ir por aquí.”
Los dos
Grullas se volvieron, y en ese momento, las puertas que tenían tras de ellos se
abrieron de golpe. Siete samurai Mantis con armadura de la Legión de la Tormenta
estaban con las katanas preparadas. El líder tenía una gruesa venda atada
alrededor de su bíceps derecho, sangre corriendo por su brazo.
“Tu,
Grulla,” dijo, apuntando su espada a Chomei. “Proclama inmediatamente tu
fidelidad.”
“Soy Chomei de la Casa Doji,” dijo Chomei audazmente.
“Sirvo al Señor Doji Kurohito.”
“¡A
Jigoku con Kurohito! ¿Kitao
o Kumiko?” Demandó el hombre, todavía con su espada preparada.
“¿Qué?”
Contestó Chomei. “¿Quién es Kumiko?”
“¿Sirves a la Dama Kitao o a la traidora, Kumiko?”
Demandó el hombre con voz más fuerte. Chomei sabía, por el loco brillo en los
ojos del hombre, que la lucha le había vuelto loco. No importaba los que
dijera, el Mantis atacaría, y sus subordinados posiblemente harían lo mismo.
Chomei mantuvo su mano derecha sobre la empuñadura de su katana, como
ofreciendo un regalo. Hisato miró a su señor con nerviosismo.
“Hisato,
atento a mi señal,” dijo Chomei. “Demuestra a estos hombres la fuerza del acero
Grulla.”
Como un rayo, la espada de Chomei fue desenvainada. Saltó
sobre el Mantis, y dio un golpe abierto, rompiendo la espada del otro hombre, y
abriéndole del cuello hasta la pelvis. Hisato sacó su propia espada solo un
segundo más tarde, gritando un fiero grito de batalla, y atacando junto a su
señor. Los Mantis se echaron hacia atrás al principio, sorprendidos por la
súbita furia de los Grullas superados en número, y en un instante, cayeron dos
más. Entonces, con un fiero grito, los Mantis se reagruparon y atacaron de
nuevo. Hisato gruñó de dolor y cayó bajo la espada de un Legionario de la
Tormenta. Chomei levantó su espada para volver a golpear, pero la herida de su
cadera se encolerizó y le hizo tropezar. Le golpearon su pierna, cayó al suelo
y perdió su espada. Miró a los ojos de los furiosos bushi Mantis. En ese
momento, supo que iba a morir.
Qué extraña
ironía, pensó, que su carrera empezase y acabase siendo derrotado por un
Mantis.
Un seco trueno resonó por el pasillo. Durante un breve
instante, un áspero olor a quemado llenó las narices de Chomei, antes de que un
rayo cayera en cascada por encima suyo. El rayo eléctrico se dividió claramente
alrededor de Chomei y de Hisato, golpeando a los Mantis que quedaban, y
tirándoles hacia atrás por el pasillo.
Chomei
se puso sobre una rodilla, dolorido, y recuperó sus espada. Miró hacia atrás
por el pasillo lleno de humo, preguntándose si había sido salvado, o
sencillamente se enfrentaba a un nuevo enemigo. Un viejo gaunt con lank pelo
blanco emergió de entre el humo, mirándole con una severa mirada. “Hace tres
década que avise al Señor Yoritomo que vosotros Grullas siempre traeríais
problemas,” dijo el hombre siseando. “Por supuesto, no me escuchó.”
“Yoritomo
Komori,” dijo Chomei. “Creía que te habías retirado.”
“Y yo pensaba que tu estabas muerto,” dijo Komori con una
sonrisa burlona. “¿Y qué?” El viejo shugenja se acercó rápidamente al caído
Yojimbo de Chomei, y se arrodilló. Sacando un trozo de pergamino de la bolsa
que tenía en su cinturón, susurró palabras de oración. Brillantes y azules kami
del agua se arremolinaban alrededor de las puntas de los dedos de Komori,
pasando a la herida en el hombro de Hisato, y cerrando la herida.
“Tu
yojimbo es tan torpe como tu,” dijo Komori mofándose. “¿Como está la herida que
te hicieron en Kyuden Doji?”
“Aún me
molesta,” dijo Chomei.
“Tienes
suerte de que yo no te haya matado,” dijo Komori. “Simple justicia, creo, por
atacar a un ogro tu solo.”
“Veo que
tu humor ha mejorado desde la última vez que nos vimos,” dijo Chomei.
Komori gruñó. “Echamos
en falta tu espada en la Puerta del Olvido, Grulla.”
“Siento no haber
estado,” dijo con sinceridad Chomei.
Para asombro de Chomei,
el Mantis fue hacia los Legionarios de la Tormenta, curando también sus
heridas. El viejo shugenja maldijo en voz baja cuando vio al hombre que había
matado Chomei.
“¿Por
qué les curas?” Preguntó Chomei. “Esos hombres intentaron matarnos.”
“Estos
hombres son Mantis,” dijo Komori, mirando fríamente hacia el Grulla. “Pueden
ser lo suficientemente bobos como para servir a un falso señor, pero de todas
formas, son mi familia. Les dejaré aquí, atados con magia. Cuando se acabe este
golpe, la Hija de las Tormentas les dejará que elijan si la quieren jurar
fidelidad, o unirse a la usurpadora Kitao en su exilio.”
“¿Hija
de las Tormentas?” Dijo Chomei. “Me habían dicho que era un mito.”
“Entonces
ven conmigo, Chomei,” dijo Komori, “y conoce tu mismo a este ‘mito’.”
•
Komori llevó a Chomei a
un gran patio, cercano al ala oeste del palacio. Treinta Legionarios de la
Tormenta estaban en el centro del patio, rodeados por un círculo de cuarenta
miembros de la Élite de Yoritomo, con lanzas y arcos. Un pequeño grupo de
aterrados cortesanos y sirvientes estaban acurrucados en una esquina, vigilados
por más miembros de la Élite de Yoritomo. Un alto samurai en una armadura verde
brillante estaba cerca de la puerta. Komori fue directamente hacia él. Chomei
le siguió.
“¿Cuantos
muertos?” Preguntó Komori, señalando hacia los Legionarios de la Tormenta.
“Veinte
Legionarios de la Tormenta, diez Élite,” dijo en voz baja el samurai. “Podría
ser peor. Ninguno de ellos renegar a Kitao, por lo que creo que irán a
fortificar su posición en Toshi no Inazuma cuando les soltemos. No me va a gustar. Kyuden Gotei puede ser más grande,
pero Toshi no Inazuma es mucho más defendible, y sin Élite de Yoritomo que nos
ayude desde el interior. Komori, vamos a tener mucho trabajo si queremos entrar
vencedores en la Ciudad del Rayo.”
“Esperemos
no llegar a eso,” dijo el shugenja. “¿Dónde está Ikemoto?” Preguntó Komori.
“Se ha
ido,” contestó. “Sospecho que huyó tan pronto empezó el ataque. No es un bobo.”
El samurai se volvió a mirarles. Su cara era más delgada – con más líneas de
preocupación y de edad, pero Chomei le reconoció en el acto.
“Yoritomo
Kamoto,” dijo Chomei. “¿Por qué no me sorprende verte en medio de todo esto?”
“Doji
Chomei,” dijo Kamoto con voz neutral. “Llegaste antes de lo que esperábamos.”
“Por lo
que mi invitación durante la ausencia de Kitao no fue una coincidencia,” dijo
Chomei. “Eso pensaba. Mi yojimbo fue herido durante el golpe. Los dos podríamos
haber muerto, sino hubiese sido por Komori.”
“Entonces
te pido mis más sinceras disculpas,” dijo Kamoto. “Te aseguro, no teníamos la
intención de que presenciaras esto; esperábamos que llegases cuando la batalla
hubiese concluido. Este es un asunto Mantis. No podemos permitir que continúe
gobernándonos Yoritomo Kitao como daimyo de nuestro clan.”
“Kamoto,
has derramado la sangre de tus hermanos,” dijo Chomei. “¿Qué te hace creer que
seas mejor que Kitao? Quién gobernará los Mantis cuando ella se haya marchado,
¿tu?”
“Yo,”
llegó la respuesta.
Una
joven cruzó el patio hacia ellos. Estaba vestida con un amplio y simple
vestido, dejando ver mucha de su delgado y musculoso cuerpo. Su cara tenía los
rasgos aquilinos de una Moshi, pero sus ojos eran fieros, oscuros y
decididos.
“Soy
Yoritomo Kumiko,” dijo. “La hija de Yoritomo.”
“Si eres
su hija, entonces, ¿donde has estado todo este tiempo?” Preguntó Chomei.
“Eso no
te incumbe,” dijo secamente Kumiko. “Yo te hice llamar a través de Mogai. Me
gustaría pedirte dos favores.”
“¿Me
pides favores cuando no quieres contestar mis preguntas?” Preguntó Chomei. “En
verdad que eres la hija de Yoritomo.”
“Y tu
estás rodeado por mi guardia de élite, por lo que te sugiero que coopere,”
contestó Kumiko.
“Muy
bien,” contestó Chomei. “¿Qué quieres de mi?”
“Primero,
quiero que le lleves al resto del Imperio noticias de lo que has visto aquí,”
dijo ella.
“¿Quieres
que le diga al Imperio que te mereces ser la daimyo de tu clan?” Preguntó
Chomei.
“No
necesariamente,” contestó ella. “Puedes tomar tu propia decisión en ese
aspecto. Solo deseo que les digas que la Hija de las Tormentas ahora gobierna
Kyuden Gotei. Diles que no quiero una guerra civil. Solo quiero recuperar lo
que es mío. No ansío la sangre de Kitao, y mostraré clemencia con sus
seguidores si demuestran sentido común.” Señaló hacia los prisioneros
Legionarios de la Tormenta.
“¿Y qué
pasa con los veinte que han muerto?” Preguntó Chomei. “¿No fueron...
razonables?”
“No hay victoria
sin coste,” dijo Kumiko. “Has sido samurai durante mucho tiempo como para
saberlo, Doji.”
“Quizás,”
dijo Chomei. “No puedo prometer más. ¿Qué más deseas de mi?”
“Te
quiero contar el asesinato de Aramasu,” dijo Kumiko. “He hablado con Akodo
Kaneka, que estuvo presente durante el ataque Escorpión a la hacienda de
Aramasu en Otosan Uchi. La Legión de la Tormenta estaba asignada a proteger a
Aramasu, pero cuando llegaron los Escorpión, solo había tres guardias, en vez
de los habituales veinte. Cuando la flota entró en la bahía, buscando sangre
Escorpión, fue un navío quemándose de la Legión de la Tormenta lo que les
detuvo – un navío sin marineros a bordo. Este testimonio fue jurado por el
Shogun. Cualesquiera que sean los sentimientos que tu clan tenga hacia Akodo
Kaneka, me imagino que no dudaréis de su palabra.”
“¿Por lo
que crees que la Legión de la Tormenta traicionó a tu hermano?” Preguntó
Chomei. “Creía que la Legión de la Tormenta nunca traicionaría a otro Mantis.”
“Aramasu
era adoptado,” contestó Kumiko. “No todos le consideraban un verdadero Mantis.
Especialmente Kitao, la líder de la Legión de la Tormenta. Aramasu nunca confió
en ella, pero sus logros durante la Guerra de los Espíritus promovieron su
ascenso. Obtuvo mucha gloria y riquezas luchando tanto para Toturi como para el
Crisantemo de Acero, aunque cubrió bien su duplicidad. Aramasu sospechaba de
sus crímenes y empezaba a ir en contra de ella, por lo que ella envenenó las
mentes de los Legionarios de la Tormenta en contra de él. Permitió que el Clan
Escorpión asesinara a mi hermano adoptivo. Ahora los vuelve en mi contra. No lo
permitiré. Si me quiere cazar, se encontrará a su vuelta con que la gema de las
Islas de la Seda y la Especie le ha sido robada.”
“Kitao
no lo permitirá,” dijo Chomei. “Es posible que no quieras una guerra civil,
Kumiko, pero la tendrás.”
“Entonces
dile al Señor Kurohito lo que te he dicho,” dijo ella. “Dile la verdad. Con la
ayuda del Clan Grulla, quizás Kitao no este tan confiada en su habilidad para
enfrentarse a nosotros. Nos has ayudado antes, Doji Chomei. Ayudaste a mi padre
a construir su Alianza. Ahora te pido que nos vuelvas a ayudar.”
“Le diré al Señor
Kurohito lo que he visto aquí,” dijo Chomei. “No puedo prometer nada más.”
•
Un Mes
Más Tarde...
Doji
Kurohito estaba cómodamente sentado en el estrado ante Chomei, el ceño
fruncido, pensativo. Kurohito era lo más parecido al modelo de un samurai
Grulla – partes iguales de político y de guerrero. Su kimono azul oscuro estaba
exquisitamente hecho, y ni un solo pelo blanco estaba fuera de su sitio, pero
su mortífera espada Kakita siempre estaba a su lado.
“Las nuevas que me
traes son interesantes aunque no sorprendentes,” dijo el señor Grulla. “¿Los
Mantis están al borde de una guerra civil y piden nuestra ayuda?”
“Hai,”
dijo Chomei.
“Dime,
Chomei,” dijo Kurohito. “Conoces como piensan los Mantis. ¿De verdad crees que
si le damos nuestro apoyo a esta Hija de las Tormentas, Kitao abandonará su
posición?”
“Creo
que si mandamos una fuerte fuerza de Daidoji a Toshi no Gotei, la Legión de la
Tormenta reconsiderará su campaña,” dijo Chomei. “Eso le podrá dar a Kumiko la
oportunidad de convencerles de la verdad.”
“¿Y qué
verdad es esa?” Preguntó Kurohito. “¿La verdad que le contó el Bastardo?
Recuerda que Akodo Kaneka es un hombre que dice ser el hijo de Toturi. Un
hombre que permitió que el Imperio creyese que era el heredero Yasuki, solo
para llenar sus bolsillos de un oro que en verdad pertenece al Cangrejo y a la
Grulla.”
“Yo
pensaba que conocía a Kaneka,” añadió Doji Tanitsu, un cortesano de pelo
oscuro, que estaba sentado a la derecha de Kurohito. “Pero ha declarado la
guerra contra nuestro clan simplemente porque al hacerlo gana popularidad. No
puedo creer que se involucrara, a no ser que le sirva para sus propios
propósitos.”
“Los
Daidoji informan que Kaneka ha hecho una alianza con la Hija de las Tormentas,”
añadió Kurohito. “Ella fue una de las primeras en ofrecer su wakizashi cuando
él se declaró Shogun, después de que Kitao rehusara jurar la fidelidad ciega
que él demandaba. Fue la primera aparición pública de Kumiko. Pero claro,
supongo que es fácil dar tu espada, cuando estás más acostumbrado a pelear con
instrumentos de granja.”
“Kumiko
no me dijo que había jurado fidelidad a Kaneka,” admitió Chomei.
“Estoy
seguro de que no lo hizo,” dijo Kurohito. “Pero aún y así, esperaba que nos
aliásemos con ella, los que hemos sufrido más que ninguno a manos del Bastardo.
La Hija de las Tormentas espera que ignoremos nuestros propios problemas, para
que resolvamos los suyos.” Kurohito de se detuvo por un momento.
“Diré esto,” dijo
Tanitsu. “Es lista.”
“Hai,” contestó
Kurohito. “Yo haría los mismo, si estuviese en su lugar.”
Chomei
frunció el ceño.
“No te
sorprendas tanto, Chomei-san,” dijo Kurohito con un gesto de desaprobación. “El
Honor es algo bueno, pero el honor de un daimyo no es como el honor de los
demás samurai. Uno de ser práctico para que el clan sobreviva. Un daimyo que se
aferra demasiado a su honor personal, gobernará pobremente. Mira sencillamente
a Aramasu. Era fuerte, honorable. Un samurai admirable. Y ahora está muerto. Kumiko ha vencido
donde Aramasu falló, por ello será una poderosa Campeona Mantis.”
“¿Por lo
que nos aliamos con la Hija de las Tormentas?” Preguntó Chomei.
“Me
gustaría,” dijo Kurohito. “Kitao se presentó en mi corte la semana pasada.
Cuando me contó que Kumiko se había aliado con el Shogun, deseosamente la
ofrecí nuestro apoyo.”
“Kitao
es una hipócrita traidora,” dijo Chomei. “Kamoto me relató los crímenes que
cometió durante la Guerra de los Espíritus.”
“Kitao
es una Mantis. Por supuesto que es una criminal,” contestó Kurohito.
“Encuéntrame un Mantis que esté libre de culpa, y gustosamente la apoyaré para
daimyo. ¿Dónde estaba Yoritomo Kumiko durante los años en los que su hermano
adoptivo gobernaba los Mantis?”
“Sospecho que navegando
por la costa de los Reinos del Marfil, como pirata,” dijo Tanitsu.
“¿Entonces,
has decidido no apoyar a Kumiko?” Preguntó Chomei, decepcionado.
“Quizás
no,” dijo Kurohito. “Durante nuestro breve conflicto con los Cangrejo, los
Mantis cambiaron de bando no una, sino dos veces. Quizás ha llegado el momento
de devolverles el favor. Usaremos la Legión de la Tormenta de Kitao para que
nos ayuden en nuestra batalla contra el Shogun, mientras nuestros cortesanos
esparcen la verdad de las acciones de Kitao por las cortes, en nombre de
Kumiko. Con suerte, ayudamos a los Mantis
resolver sus problemas. Sin ella, se siguen matando entre ellos.
Conseguiremos el favor de las dos.”
“Los
Mantis valoran las acciones, no las palabras,” dijo Chomei. “Este es un camino
peligroso. Si cualquier lado oye que nos hemos aliado con el otro, ambos se
volverán contra nosotros.”
“Entonces
haz una demostración de lealtad a ambos lados,” dijo Tanitsu. “Les damos a cada
uno un regalo que disipe todas sus dudas. ¿Quizás los artículos que me
enseñasteis antes, Kurohito-sama?”
“Justo
lo que pensaba,” asintió Kurohito.
“Kitao
es la comandante de la Legión de la Tormenta y Kumiko es la hija del propio
Yoritomo,” dijo Chomei. “Ninguna es del tipo a la que se le pueda comprar con
trinquetes.”
“No has
visto lo que pretendo darlas,” dijo Kurohito. Hizo una seña a dos de sus
guardias, quienes rápidamente se fueron, y retornaron con dos dorados arcones.
“Mis agentes en Otosan Uchi vigilaban de cerca al Clan Escorpión los meses
anteriores a la muerte de Yoritomo Aramasu. Como sabes, hemos estado buscando
oportunidades para reafirmar nuestro dominio sobre las cortes, y debilitar el
poder del Clan Escorpión. Cuando Aramasu fue asesinado, cometieron errores. Mis
agentes Daidoji estaban preparados para recoger los pedazos.”
“¿Pedazos?”
Preguntó Chomei.
Kurohito
asintió. “En realidad, dos pedazos. Este,” señaló al arcón de su izquierda,
“fue... perdido... por un correo Escorpión cuando iba a la Arboleda del
Traidor. Creo que será un regalo perfecto para la Dama Kitao.”
El
guardia abrió el arcón, revelando una gran urna de marfil.
“Las
cenizas de Yoritomo Aramasu,” explicó Tanitsu. “Sin duda, se apresurará a
enterrarle con honores, para conseguir el favor de aquellos que sospechan de su
complicidad en la muerte de Aramasu.”
“El otro
regalo es bastante más valioso, pero quizás menos sentimental,” dijo Kurohito,
señalando al arcón de su derecha. “Fue robado por un heimin bobo durante el
ataque Escorpión. Debería haber sido matado por sus crímenes, pero nuestro
agente Daidoji estaba preparado para mostrarse clemente, dada la importancia de
lo que llevaba.”
El
guardia abrió el arcón, revelando una katana en una saya verde brillante.
Chomei creyó ver una chispa de electricidad saltar de la tsuba de la espada a
la tapa del arcón.
“Nobori
Raiu,” dijo Tanitsu. “La Espada Celestial del Clan Mantis.”
“Daremos
esta espada a Kumiko,” dijo Kurohito. “Acallará todas los argumentos contra su legitimidad,
cuando su clan vea que tiene la espada que Tsi Xing Guo forjó para su clan.
Para nosotros, estos regalos no son más que cenizas y acero, pero para Kitao y
Kumiko, les dará legitimidad a su reclamación, o la destruirá.”
“Un buen
plan, pero no permanente,” dijo Chomei. “No podemos quedarnos sentados en la
valla para siempre. Al final, deberemos elegir a quien apoyamos, a Kumiko o a
Kitao.”
“Entonces dejo esa
decisión en tus manos, Chomei,” dijo Kurohito. “Estos regalos las pondrán en un
lugar similar.”
“¿Y como elegiré cual
es la legítima daimyo?” Preguntó Chomei.
“Esa nunca fue la
cuestión, y no nos incumbe,” dijo Kurohito. “¿La cuestión es cual de ellas
beneficiará más a los Grulla? Esa respuesta, Chomei-san, te la dejo a ti.”
•
Akodo Kaneka – También conocido como el Bastardo y el
Shogun, uno de los cuatro individuos que pretenden el trono de Rokugan.
La Batalla de la Puerta del Olvido – El gran conflicto
que terminó la Guerra Contra la Sombra. Muchos samurai fueron matados o
corrompidos por las Tierras Sombrías durante este conflicto. Esta batalla
ocurrió aproximadamente veintiséis años antes de esta historia.
Clan Ciempiés – Un Clan Menor que fue absorbido por los Mantis cuando estos se
convirtieron en un Clan Mayor. Ahora son la familia Moshi.
La Guerra de los Clanes – Un gran periodo de luchas,
aproximadamente tres décadas antes de esta historia, que terminó con el retorno
de Fu Leng, una poderosa divinidad, con el poder de la corrupción.
Doji Chomei – Un viejo samurai del Clan Grulla. Durante
la Guerra de los Clanes, ayudó a Yoritomo a formar su Alianza, y eventualmente
a obtener el estatus de Clan Menor al Clan Mantis.
Doji Hisato – El guardaespaldas de Doji Chomei.
Doji Kurohito - Campeón del Clan Grulla.
Doji Tanitsu – Un cortesano del Clan Grulla.
Jigoku – El Reino de la Maldad, hogar de Fu Leng.
Kyuden Gotei – El palacio de las Islas Mantis. La ciudad
que la rodea es Toshi no Gotei, la ciudad más grande de las Islas Mantis.
Moshi Jukio – Daimyo de la familia Moshi del Clan Mantis.
Muchos se refieren a ella como la “Abuela,” aunque su única nieta de verdad es
Yoritomo Kumiko.
Moshi Kalani – Un samurai del Clan Mantis, hermano de
Moshi Mogai.
Moshi Mogai – Un cortesano del Clan Mantis, hermano de
Moshi Kalani.
Nobori Raiu – La Espada Celestial de los Mantis, perdida
recientemente durante el asesinato de Yoritomo Aramasu.
Rikugunshokan – Un rango militar Rokugani, parecido a
“general.”
Toshi no Inazuma – La Ciudad del Rayo, otra fortaleza Mantis.
Tsi Xing Guo - La Fortuna del Acero, una divina entidad
que forjó las Espadas Celestiales para los ocho Clanes Mayores.
La Guerra Contra la Sombra – La Guerra que siguió a la
Guerra de los Clanes, en la que Rokugan casi fue destruido desde dentro por una
extraña entidad conocida como la Oscuridad Yaciente.
La Guerra de los Espíritus – La guerra más reciente en la
historia Rokugani, acabando solo ocho años antes.
Yoritomo – El daimyo del Clan Mantis durante la Guerra de
los Clanes. Fue él el que consiguió para el Mantis su estatus de Clan Mayor.
Murió durante la Batalla de la Puerta del Olvido, dejando el liderazgo del clan
a su hijo adoptivo, Aramasu.
Yoritomo Aramasu – Campeón del Clan Mantis, fue
recientemente asesinado por asesinos del Clan Escorpión. Aramasu era
originalmente un Escorpión, aunque luego fue adoptado por Yoritomo, y nombrado
heredero.
Yoritomo Kamoto – Un samurai del Clan Mantis. Líder de la
Élite de Yoritomo.
Yoritomo Kitao – Actual Campeón del Mantis, nombrada
sucesora de Aramasu debido a sus tremendos apoyos entre la Legión de la
Tormenta. Una antigua pirata y contrabandista. Algunos creen que fue
parcialmente responsable de la muerte de Yoritomo Aramasu.