Demasiado Cerca de la Llama
Secrets
of the Phoenix
por Rich Wulf y Shawn Carman
Traducción de Mori Saiseki
Miya Hatori metió sus manos dentro de sus
mangas, y anduvo más deprisa. Había empezado a planear este viaje a tierras
Fénix hacía solo unas pocas semanas, y ahora acababa de ser avisado de que
había llegado un embajador de los Isawa, y que pedía tener una audiencia con
él. Era una circunstancia totalmente inusual, y que instantáneamente le había
puesto a Hatori a la defensiva. Que era, lo más seguro, la intención de su
visitante. Los Fénix podían ser sacerdotes y pacifistas, pero el viejo
historiador había visto demasiado a menudo sus hazañas en la corte, como para
permitirles la más mínima ventaja. Incluso un pequeño error así dejaría a
Hatori exactamente donde quería el representante Fénix.
Hatori llegó ante las puertas del salón, y
se detuvo un momento para ordenar sus pensamientos antes de entrar. Adoptando
una estudiada pose de total indiferencia con algo de condescendiente
hospitalidad, abrió la puerta y entró en el salón de las audiencias privadas
haciendo una floritura con su exquisitamente tejido kimono. El hombre que
estaba dentro sonrió educadamente e hizo una reverencia. “Miya Hatori,
historiador del Imperio. Me honra conoceros.”
El historiador devolvió adecuadamente la
reverencia. “Shiba Yoma, Voz de los Maestros Elementales. Soy yo el que me
siento honrado de poder recibir a un invitado tan prestigioso.”
“Me halagáis, Hatori-sama.”
“No suelo halagar, Yoma-sama,” replicó
Hatori. “Encuentro que poco ayuda para mantener una conversación honesta y
franca.”
La sonrisa de Yoma se amplió y tomó un
aspecto genuino, aunque solo por un momento. “A veces creo que hay muy poco de
eso en el Imperio, amigo mío. ¿Dónde pasaríamos los inviernos si no estuviésemos
inmersos en adornadas conversaciones y en halagos sin sentido? Supongo que
serían terriblemente aburridos.”
Hatori no dijo nada. Sabía muy bien que Yoma
era tan hábil en la corte como cualquier Grulla, y que diría cualquier cosa que
pensase que al historiador le gustase escuchar, solo para ganar su confianza.
La sonrisa del Fénix nunca vaciló. “Os debo
confesar, Hatori-sama, que mi visita no es una visita de cortesía. He venido en
nombre de los Maestros Elementales.”
“Es lo que esperaba, dado el curso de los
recientes acontecimientos.”
“Por supuesto,” dijo Yoma asintiendo. “El
Concilio ha oído que la Corte Imperial está interesada en los asuntos Fénix.
Naturalmente, los Maestros están preocupados, ya que los Otomo son conocidos
por inmiscuirse en lo que básicamente son asuntos internos de un clan.”
“Espero que podáis entender el interés de la
corte,” dijo Hatori irónicamente. “Vuestro señor Aikune...”
Yoma carraspeó suavemente. “Shiba Aikune no
es ni el Campeón Fénix ni el daimyo Shiba. No es mi señor, solamente un
conocido comandante militar. Aikune ha preferido no nombrarse daimyo, ya que
sabe que es muy grande la responsabilidad de controlar el Último Deseo de
Isawa.”
“Y esa es, parcialmente, el motivo de mi
visita,” dijo Hatori. “Los Shiba, una importante familia militar, están sin
líder. Y Shiba Aikune ha tomado el control de los ejércitos Fénix usando un
artefacto que, hace mil años, el Príncipe Brillante ordenó que nunca se usase.
De igual preocupación es la reciente desaparición de los Maestros, y su
posterior retorno, además de la muerte de Isawa Riake. Estoy seguro de que hay
explicaciones muy razonables para todo lo que ha ocurrido, ya que los Fénix
siempre han sido un clan excepcionalmente razonable. A pesar de ello, la corte
ha mostrado su interés, y me han ordenado a que le tome testimonio al daimyo de
vuestra familia. Es una misión que cumpliré con honor y discreción, pero la
completaré con vuestra cooperación o sin ella. Respeto vuestro consejo,
Yoma-sama, pero no puedo permitirme mostrar favoritismo. Deseo que perdonéis mi
naturaleza franca.”
Yoma suspiró dramáticamente, y dio vueltas
por la habitación para admirar una espada colgando de la pared del salón. “Todo
esto es tan innecesario, Hatori-sama.”
“¿Lo es?” Preguntó el historiador. “Los
Fénix son tan misteriosos como cualquier otro clan del Imperio. Profundizan en
olvidados secretos y en escondidas formas de magia, que otras familias no han
descubierto, y que quizás no descubran en décadas o siglos. Nadie puede
cuestionar su inigualable expertizaje en todas las cosas místicas.”
Shiba Yoma levantó una mano para protestar,
sonriendo tímidamente como si él fuese directamente responsable de todos los
logros que Hatori había citado. “Por favor, Hatori-sama, esas cosas no son...”
“Pero parece que ese poder inspira una
seguridad de que solo los Fénix son capaces de comprender esas cosas,” continuó
Hatori. “Una certeza de que nadie más es merecedor, o siquiera capaz de
entender vuestras actuaciones, y mucho menos capaces de ser merecedores de poder
compartir vuestros secretos. ¿Cuántas veces ello ha conducido al desastre? ¿Se
convertirá Aikune en otro Isawa Tsuke? ¿Los habitantes del Imperio tendrán que
mirar hacia el norte y preguntarse si las llamas que tantas veces envuelven a
los Fénix se extenderán hacia el sur?”
El cortesano Fénix se mostró horrorizado,
palideciendo visiblemente. Hatori no se detuvo el tiempo suficiente como para
permitirle que discrepase. “El vuestro es un clan bendecido con el renacer,
pero el Imperio no es tan afortunado. Si hay alguna posibilidad de que los
secretos que escondéis pudiesen significar el fin de nuestra forma de vida,
entonces debo saber la verdad, para que nos podamos preparar. Pero si es como
dices, entonces no hay amenaza alguna, y mi investigación será una molestia
menor, y nada más.” Cruzó la habitación, y miró fijamente a Yoma. “¿Sería tan
trágico aguantar una humillación tan pequeña durante tan poco tiempo, si con
eso los ojos del Imperio dejasen de mirar vuestros asuntos?”
Shiba Yoma frunció el ceño, su frente
arrugándose mientras pensaba. Después de unos cuantos y largos minutos, dijo
finalmente, “Organizaré las reuniones adecuadas para vos y para vuestros
vasallos. Si sirve a los intereses de mis señores, entonces aceleraré vuestra
investigación tanto como sea posible. Y una vez que haya acabado, espero que
este desagradable asunto no vuelva a ser mencionado en la corte.”
“Desde luego que así lo espero,” dijo Hatori
dando por terminada la conversación. “La alternativa es... demasiado
desagradable para considerarla.”
•
Fuzake Sekkou intentó no sonreír con
orgullo, ignorando la asombrada mirada del funcionario Agasha mientras ella
desaparecía en la siguiente habitación para anunciar la llegada del shugenja.
Esta era la primera vez que a Sekkou le habían encomendado hacer una visita en
el nombre de su señor sin que tuviese que ir también Taneji. Hatori le había
dicho que la familia de Taneji no tenía buena disposición hacia los Agasha, y
aunque estaba seguro de que el joven se hubiese comportado correctamente,
estaba preocupado de que los prejuicios de Taneji hubiesen afectado a su
misión. Por ello, Hatori había mandado a Taneji a las provincias Asako, y a
Sekkou a las provincias Agasha.
De una parte, Sekkou encontraba
estimulante la idea de actuar solo. Era una señal de la mayor confianza que
Hatori depositaba en él. Por otro lado, aún tenía mucho que aprender sobre las
excentricidades de aquellos que tenían poder sobre familias enteras. Sus
recientes experiencias en las tierras Moshi junto a Hatori habían sido muy
difíciles de entender. Sekkou deseaba sinceramente que los Agasha fueran más
fáciles de tratar.
Sekkou sabía que los Agasha antes habían
servido al Clan Dragón, pero habían abandonado sus juramentos, y prestado
fidelidad al Fénix en algún momento de la Guerra Contra la Sombra. Dada la
historia de su propia familia, Sekkou podía entender un comportamiento así,
especialmente si las informaciones que había leído sobre el comportamiento de
Mirumoto Hitomi durante la Guerra Contra la Sombra eran mínimamente correctas.
No era extraño que aún ahora, después de la muerte de Onnotangu, la adoración a
la Luna se viese con sospechas y malestar.
El funcionario Agasha que se había llevado
los papeles de Sekkou volvió a la sala de espera. “Sekkou-sama,” dijo ella,
inclinándose profundamente. “Hamanari-sama os recibirá inmediatamente.”
El joven shugenja se levantó con una
sensación de ligera sorpresa. Nada había indicado que esperasen su visita, pero
también se decía que Hamanari era un vidente, y era muy difícil sorprender a
los videntes. Aún así, que un personaje tan importante como el daimyo Agasha
recibiese a un visitante sin demora era muy inusual. Lo normal era hacer
esperar al visitante varios días, mientras el daimyo intentaba discernir el motivo
de la visita. Quizás Shiba Yoma había puesto los cimientos para esta
entrevista, como había implicado Hatori.
La habitación a la que llevaron a Sekkou era
totalmente distinto a todos los demás salones de audiencias que había visitado.
Había visto tanto excesos como minimalismos durante su servicio al historiador
Miya, sobre todo recientemente en las cortes León y Mantis. Pero esto era una
nueva experiencia, una que solo podía describir como ascética. Los únicos
muebles eran una pequeña mesa de escribir, un altar con varios palos de
incienso quemándose ante el, y una serie de pequeños y confortables cojines que
aparentemente estaban destinados a los visitantes. Entre los cojines y la
mesita, Agasha Hamanari estaba arrodillado en el suelo. Parecía estar meditando
profundamente. Sin saber lo que hacer, Sekkou se quedó de pie en silencio, y
esperó.
Después de casi media hora, los ojos de
Hamanari se abrieron, y sonrió al joven shugenja. “Eres un hombre paciente,
Fuzake Sekkou. Muchos samurai suelen están dispuestos a esperar antes de ser
admitidos aquí, pero una vez que han entrado en esta habitación, pocos están
dispuestos a esperar a que les atienda. Te doy las gracias por permitirme
acabar mi meditación.”
Sekkou hizo una profunda reverencia. “No
podría deshonrar a un anfitrión tan amable, Hamanari-sama.”
El daimyo Agasha asintió apreciativamente, y
señaló hacia los cojines que tenía ante él. “Me alegró mucho oír hablar sobre
la inminente visita de Hatori a las tierras de nuestro clan,” continuó. “Hace
varios meses tuve una visión de un mono que buscaba conocimiento. Creía que,
por fin, mis habilidades habían sucumbido a la senectud, pero aquí estamos.”
Hamanari sonrió ampliamente.
Sekkou frunció el ceño durante un momento
hasta que se dio cuenta de que el daimyo estaba bromeando. Su cara mostró una
fácil sonrisa. “Mi tío se quejaba también de visones parecidas. Por supuesto,
el sake que había estado bebiendo hacía tiempo que se había pasado.”
Hamanari volvió a sonreír, desarmando a
Sekkou a pesar de los severos rasgos del daimyo. Sekkou tenía que admitir que
no estaba preparado para encontrarse con uno Agasha tan humorista y cordial. Su
afeitada cabeza y los retorcidos tatuajes que apenas se podían vislumbrar por
su cuello y sus mangas le daban una apariencia decididamente intimidatoria.
“¿En qué puedo ayudar al gran Miya Hatori en
su deber, Sekkou?” Preguntó Hamanari.
“Es una tarea bastante simple. Como sabéis,
la guerra entre Dragón y Fénix, y el reciente incidente entre Shiba Aikune y
sus antiguos aliados León han preocupado mucho a las cortes. Hatori está
reuniendo información para poder dar una informada opinión, pero desea vuestro
consejo. Con vuestro conocimiento único del futuro, él desea saber si estáis
preocupado por vuestro clan.”
El vidente se quedó en silencio durante un
momento, considerando sus palabras cuidadosamente. “Siempre estoy preocupado
por mi clan, pero no creo que eso es lo que querías preguntar,” dijo. “Tuve un
visión recientemente. Fue una visión terrible. Un gran pájaro de presa ardiente
se elevó de tierras Fénix, y asoló el Imperio, dejando nada más que cenizas y
muerte a su paso.”
Sekkou se quedó pálido. “¿Aikune?”
“No estoy seguro,” dijo Hamanari. “Las
visiones que giran alrededor del joven señor Shiba no suelen ser tan obvias. No
creo que fuese Aikune. Todo lo que puedo asegurar es que el Último Deseo estaba
de alguna manera involucrado, pero no puedo decir si traerá lo que vi, o si
podrá prevenirlo.”
“¿Puede evitarse esta visión?” Preguntó
Sekkou.
“El futuro es como el agua de un gran río,”
dijo Hamanari. “Siempre está cambiando, siempre se está moviendo. Nada es
seguro. Encuentro que cuanto más intentamos alterar el destino, más nos seguro
este se vuelve.”
“¿Y qué harán los Agasha?”
“Estamos con Aikune y los Maestros. Los
Maestros nos han permitido que hagamos lo que deseemos, que estudiemos las
sendas de la magia que hemos estudiado durante siglos. A cambio, ofrecemos
nuestros consejos a Aikune, y esperamos poder evitar el destino que hemos
visto, a través de la sabiduría y la hermandad. Haremos que el clan permanezca
unido.” Hamanari miró al vacío por un instante. “Mi familia dejó al Dragón
porque temían que el poder de Mirumoto Hitomi la llevaría a la locura. Si nos
hubiésemos dado cuenta de que ella nos necesitaba, y nos hubiésemos quedado y
la hubiésemos ofrecido nuestros consejos y nuestra compasión, entonces la
Guerra Contra la Sombra podría haber terminado mucho antes de lo que lo hizo.
No permitiré que los Agasha cometan ese error otra vez. No abandonaremos a
Shiba Aikune, aunque no desee nuestra ayuda.”
Sekkou asintió respetuosamente, pero se
imaginó al gran pájaro de fuego asolando el Imperio, y tembló, Agasha Hamanari
era, supuestamente, uno de los mayores videntes de Rokugan. ¿Podría incluso él
atreverse a prevenir un destino tan horroroso? Solo el tiempo lo diría.
Ese pensamiento no era nada reconfortante.
•
Las provincias Asako eran las menos domadas
de las tierras Fénix. Montañas dominaban toda la parte occidental, e incluso
las partes arables estaban llenas de macizos de rocas y grandes acantilados y
escarpados. Afortunadamente, Kyuden Asako estaba situado cerca de la frontera
oriental, y el viaje hasta allí no era tan inaccesible como se podía esperar.
Eso era muy apropiado, pensó Otomo Taneji, considerando cuantos Emperadores
usaban el palacio como uno de sus lugares favoritos para convocar una Corte de
Invierno.
Taneji tenía que admitir, que por muy
desagradable que era viajar por las provincias Asako, la vista de la intacta
naturaleza desde los balcones de Kyuden Asako era espectacular. Solo unos
cuantos caminos y alguna aldea moteaban el paisaje. Le recordaba a Taneji las
llanuras cercanas a Kyuden Miya, cerca de la finca de su señor. A veces le
parecía que quedaban muy pocos lugares así en el Imperio. Con la reciente
destrucción de Otosan Uchi, y las guerras que habían surgido entre los clanes,
Taneji daba aún más valor a la majestad de la naturaleza.
“Me alegra encontrarte aquí, Otomo-san.” La
voz llegó desde la puerta del palacio. Un encorvado hombre mayor con la cabeza
rapada y las túnicas de color azafrán de un monje salió por la puerta y se unió
a Taneji en el balcón. “Es uno de mis lugares favoritos para meditar. Hay una
cierta percepción que solo tal serenidad puede traer.”
“Si todos nuestros hogares tuviesen tanta
belleza, habría más serenidad, o eso creo,” contestó Taneji.
“La belleza está a nuestro alrededor,” le
contestó el viejo. “La mayoría no sabe donde encontrarla.”
“Cierto. Muy cierto.” Taneji dio un paso
hacia atrás de la balaustrada para hacer una profunda reverencia al hombre
mayor. “Siento molestaros, Hermano, pero llevo esperando aquí bastante tiempo.
¿Sabéis cuando seré admitido a la presencia del Señor Toshi?”
El viejo se rió. “Soy Asako Toshi, amigo
mío. ¿No soy lo que esperabas?”
Taneji volvió a inclinarse como pidiendo
perdón. “Debo admitir que no,” dijo. “En mi experiencia, la mayoría de los
daimyo se dan grandes aires de superioridad, y muestran su estatus con orgullo.
No estaba preparado para un hombre tan...”
“¿Llano?”
“Yo hubiese dicho ‘humilde’, Toshi-sama. Me
honra por fin conoceros. Me honra también vuestra consideración hacia mi.”
“Igual que yo, Taneji-san,” dijo Toshi,
volviéndose para volver a mirar el paisaje. “Las familias Miya y Otomo son
grandes aliados de todos los clanes. Los Fénix saben quienes sirven al Imperio,
aunque otros se olviden.” Sonrió al cortesano. “Tanto tu señor como tu padre
fueron respetados invitados de mi predecesor en su momento, y ahora estoy
encantado de tener también como invitado.”
“Gracias, Toshi-sama. Mi padre siempre habló
bien de sus visitas a este lugar, pero sus relatos no le hacían justicia a esta
belleza. Kyuden Asako es un maravilla del Imperio.” Los dos se quedaron en
silencio durante un momento, admirando la gloría de la puesta de sol. Ambos
tardaron bastante en desear romper el silencio.
“Taneji, ¿qué tarea te ha mandado hacer
Ikoma Hatori?” Preguntó abruptamente Toshi. “Sabemos que el historiador no sale
de su biblioteca sin una buena razón, y los Asako están dispuestos a ofrecerle
todo aquello que podamos. Es un hombre justo y honorable.”
Taneji inclinó su cabeza respetuosamente.
“Os agradezco mucho vuestra generosidad, Señor Toshi.” Por fin dejó de mirar el
paisaje para mirar abiertamente a su anfitrión. “Hatori-sama está reuniendo los
testimonios de los señores de Fénix para la Corte Imperial. Hay...
preocupaciones entre algunos miembros de la corte sobre al estado actual de
vuestro clan, y Hatori debe determinar si es que no tienen fundamento.”
“Está claro que hablas sobre los acontecimientos
recientes. La guerra contra el Clan Dragón.”
“Entre otras cosas,” dijo Taneji. No quería
enumerar las preocupaciones de la corte, pero Hatori le había pedido que fuese
muy específico con los Asako. Después de todo, se tomaban todo literalmente, y
Hatori confiaba en ellos más que en las demás familias Fénix. “La desaparición
y aparición de los Maestros Elementales, la ausencia de un Maestro del Agua, la
muerte de los consejeros León de Aikune, el Oráculo Oscuro del Fuego... todas
esas son preocupaciones sobre las que debo indagar.”
“Tu específica omisión del Último Deseo es
muy notable, Otomo Taneji. ¿Deseas evitar ese asunto en particular?”
El cortesano movió sus pies, incómodo. “No,
mi señor. Solo me quedo perplejo ante aquellas cosas que no entiendo. Tengo
poca experiencia sobre los asuntos mágicos, y pocos deseos de adquirirla.”
“¿Te enseñaron a evitar asuntos que
desconoces?” Toshi se rió un poco. “No es el típico entrenamiento de un Otomo.”
“Si,” dijo Taneji humildemente. “Mi sensei
siempre me aconsejaba que debía aprovecharme de las cosas que dominaba y a que
encontrase aliados para defenderme de mis debilidades. Ocuparse de asuntos que
te son desconocidos solo invita al desastre, y para mi la magia es uno de esos
asuntos. Afortunadamente, Hatori-san tiene a un shugenja muy capaz a su
servicio... aunque ese shugenja se comporte muy a menudo como un incompetente.”
Toshi levantó una ceja. “Me imagino que tu
sensei tenía que ser un conversador aburridísimo.” Su sonrisa parecía natural,
no forzada, pero duró muy poco. “Todas las cosas son parte de una gran rueda
kármica, Taneji. El Orden Celestial lo gobierna todo. Los Fénix están más
alineados con los flujos y reflujos de los kami que la mayoría de los otros
clanes, y no podemos ignorar nuestra bendición. Nuestros modos son extraños, lo
sé, pero son necesarios. Como los tuyos. Te ayudaré tanto como pueda a
comprender lo que ha ocurrido en las
tierras Fénix.”
“¿Necesarios?” Preguntó Taneji. “No quisiera
discutir, ¿pero por qué ha sido necesaria la guerra contra el Dragón?”
“Todo es parte de un ciclo,” dijo con
firmeza Toshi. “Esto no es diferente. La destrucción y el rejuvenecer son
inevitables. Shiba no Kami lo vio, y dio a nuestro clan el nombre del inmortal
Fénix. Los Fénix se vuelven poderosos. Los Fénix se vuelven arrogantes. Los
Fénix pagan el precio. Los Fénix vuelven, ganan sabiduría, y vuelven a empezar.
Aunque sufrimos, nuestra sabiduría beneficia a todos. Los nombres cambian. Las
situaciones cambian. El resultado es el mismo. Los Fénix serán destruidos. Los
Fénix volverán a levantarse.”
Taneji frunció un poco el ceño. “¿Y no os
preocupa? ¿No os pesa que vuestro clan vuelva a poder ser destruido?”
“Por supuesto que me preocupa,” dijo Toshi.
“El pensar en que el Oráculo Oscuro se pueda levantar y destruir al debilitado
Concilio de Maestros me llena de temor. La idea de soldados Fénix entrando en
combate contra nuestros primos Dragón me repele. El poder del Último Deseo me
es totalmente incomprensible. Pero yo solo soy un hombre. Hago lo que puedo,
pero no soy tan arrogante como para suponer que puedo cambiar al universo, y no
permito que mi vida se consuma con preocupaciones sobre lo que no puede ser
cambiado.”
El hombre más joven agitó su cabeza.
“Entonces que tengo que decir a mi señor, Toshi-sama? ¿Qué los Fénix están
condenados?”
Toshi se paró un momento para respirar el
frío aire de montaña antes de contestar. “No estamos condenados,” dijo.
“Estamos bendecidos. ¿Qué otro clan vive con el saber que su destrucción
asegura un glorioso renacer? No tengo muchas ganas de que lleguen los días
oscuros, Otomo Taneji, pero tampoco los temo especialmente. El Fénix es
eterno.”
•
“Señores, Miya Hatori,” anunció el ayudante.
El shisha entró con determinación por el gran pórtico que daba a los salones
del Concilio Elemental. El viejo Miya no necesitaba ser presentado. Los
Maestros Elementales conocían la llegada de Hatori desde hacía semanas – como
jefes de su familia, se les había dado la misma cortesía que a cualquier
poderoso daimyo o campeón. Aunque ningún único Maestro gobernaba a los Isawa,
juntos, los Maestros Elementales dictaban el destino del Clan Fénix.
En silencio, Hatori se recordó a sí mismo
que posiblemente los Isawa hubiesen estado preparados aunque no les hubiese
anunciado su visita. Los shugenjas más poderosos de los Fénix compartían con
los Dragón el hábito de no verse sorprendidos por cualquier cambio de
acontecimientos.
El noble Imperial mantuvo el paso mientras
cruzaba la amplia habitación llena de arcos. No dejó que su miedo aflorase,
mientras se preparaba para lidiar con lo que posiblemente era el más poderoso
grupo de shugenjas del Imperio. “Señores,” dijo bruscamente, e hizo una
profunda reverencia cuando llegó a una distancia aceptable de la mesa redonda
de piedra del Concilio. “Me honra estar ante ustedes como representante de la
Ciudad Imperial.” Continuó Hatori sin levantar la cabeza. No se le pasó
desapercibido que dos de los asientos del Concilio estaban vacíos.
“Levanta, Miya Hatori,” dijo Isawa Hochiu
con voz profunda. Hochiu era fácilmente el Maestro Elemental más intimidatorio.
El Maestro del Fuego era mucho más alto que sus compañeros, y tenía el confiado
porte de un bushi. “Confío en que fuiste guiado a nuestra presencia sin
incidentes,” dijo monótonamente Hochiu.
“Últimamente, la carretera desde Otosan Uchi
se ha vuelto peligrosa,” dijo Shiba Ningen. El Maestro del Vacío miró
directamente a Hatori, sus negros ojos azabache parecía que miraban
directamente dentro de su mente. Había una profundidad en los ojos del Maestro
del Vacío... o un vacío que no podía comprender. Hatori se sintió como un chico
que acababa de pasar el gempukku al que le miraba su sensei, y sin poder evitar
retirar la mirada.
“Así es, estimado Maestro,” dijo Hatori,
rápidamente volviendo en sí. “Tiempos azarosos.”
La Maestra de la Tierra habló ahora.
“Entonces tu asunto debe de ser de gran importancia, Hatori-san.” La cara de
Isawa Taeruko era tan serena como la del Maestro del Vacío, aunque su cortesía
parecía algo forzada. Antes de que Hatori pudiese continuar, habló Ningen.
“Cada brizna de hierba debe existir para completar el jardín, Hatori-sama, pero
el jardinero no examina cada raíz.” Su tono llevaba una amenaza. “Solo las
hierbas malas.”
Hubo una gran conmoción fuera de la
habitación. Sin preámbulo, un hombre delgado en brillantes túnicas naranjas
entró en la habitación. Los ayudantes se pararon antes de entrar tras él,
pareciendo tanto resignados como temerosos al dejar la persecución. “Siento mi
retraso, Maestros compañeros,” dijo el hombre mientras tomaba asiento, no dando
muestra alguna de que había visto a Hatori.
Tenía que ser Nakamuro, el Maestro del Aire.
Una entrada tan rara solo podía significar dos cosas – o que había sido
premeditada para coger por sorpresa a Hatori, o que el Concilio estaba mucho
más fragmentado de lo que parecía, incluso a los afilados sentidos del Miya.
Hatori tenía que golpear ahora para asegurarse. “Nakamuro-sama.” Hatori hizo
una profunda reverencia al Maestro del Aire. “Me honra vuestra presencia. Me
siento doblemente honrado ahora que de verdad estoy ante el Concilio
Elemental.”
“Levanta, Miya,” dijo en voz baja Nakamuro,
dejando que su fría mirada permaneciese sobre la Maestra de la Tierra durante
un instante más de lo debido como para que fuese un gesto falso. Entonces había
de verdad una división en el Concilio que era más profundo que su inhabilidad
de nombrar a un nuevo Maestro del Agua. Justo lo que había temido Hatori.
“He venido a informar que mis vasallos y yo
hemos encontrado nuestra estancia en las tierras Fénix... aceptable,” dijo
Hatori, permitiendo que esa palabra llevase un significado claro a todos los
Maestros reunidos. “Informaré a las familias Imperiales que cualquier temor que
hubiese por la estabilidad del Clan Fénix era infundado, y humildemente pido
perdón por nuestra intrusión.”
“Tonterías,” dijo Ningen. Su respuesta cortó
obviamente tanto a Hochiu como a Taeruko. “Las familias Imperiales siempre han
estado próximas a los Fénix. ¿No fueron los Seppun los que hablaron del Tao a
los Fénix? ¿No sangran juntos los Miya y los Shiba por la paz del Imperio?
Hubiese sido un insulto mayor si los Fénix no hubiesen oído nada de nuestros
primos de las Tierras Imperiales en estos duros tiempos.”
“Os lo agradezco, Ningen-sama,” dijo
lentamente Hatori, inclinándose una vez más. Había sido despachado, eso estaba
claro, y sabía poco más de lo que sabía cuando llegó. Los Fénix tenían unas
profundas divisiones internas, pero estaban muy acostumbrados a esconder sus
problemas internos de los foráneos. “Deseo saber una cosa más antes de informar
a Miya Yumi,” dijo, mirando lentamente a cada uno de los Maestros. “Creo que
los Tamori mantuvieron como rehén a Nakamuro, pero le soltaron sin amenazarle
ni dañarle. Es curiosos, dado que vuestros clanes son tan enemigos, y me
gustaría mucho saber porqué.”
“Los Tamori creen que el Oráculo Oscuro del
Fuego es una amenaza mucho mayor,” dijo Nakamuro. “Quieren llegar a la paz.”
“Mientras continúan matando a nuestros
bushi,” escupió Taeruko, haciendo que Nakamuro la mirase penetrantemente.
Los dos se miraron fijamente durante un
momento. Hatori sintió pena. Si dos Fénix podían hacer que su odio fuese tan
obvio ante un visitante Imperial, entonces tenía que ser muy venenoso. Con tal
conflicto dentro del Concilio, no era extraño que no hubiesen elegido a un
nuevo Maestro del Agua para reemplazar a Isawa Riake. Hatori se preguntó que
había pasado entre Taeruko y Nakamuro, si se podría arreglar el pasado para que
el Concilio volviese a estar unido.
“¿Ha decidido ya el Concilio que hacer con
Agasha Tamori?” Preguntó Hatori.
“Agasha es ahora un nombre Fénix,
Hatori-san; el Oráculo Oscuro no merece llevarlo,” dijo con fuerza Hochiu.
“Ahora solo es Tamori. Sé que no estás tan satisfecho como dices sobre la
frágil paz de nuestras tierras, pero no temas. Verdaderamente, los eventos de
los próximos días serán una gran periodo para los Fénix. Quizás puedas volver
para escribir sobre ellas en tu historia.”
“Vete ahora, Miya Hatori-san,” dijo Shiba
Ningen, “y llévate contigo las bendiciones de Concilio de Maestros.”
Hatori se inclinó por última vez ante
Ningen. Muchos dicen que los magos del Vacío estaban en contacto con un poder
más allá de la compresión humana, que en el mejor de los casos eran unos locos.
El hecho de que Hatori considerase al Maestro del Vacío el Maestro más juicioso
y amigable no era una noción reconfortante.
•
Miya Hatori no era un hombre que soliese
tener miedo. Durante el curso de su vida, había aguantado retos que helarían la
sangre de hombres más débiles, pero se había enfrentado a todos ellos. No
siempre había salido victorioso, pero nunca había huido. La sangre de los Ikoma
podía fluir por sus venas, pero tenía el alma de un Miya.
Pero ahora sentía miedo. Hatori no lo
mostraría nunca, pero sentía el frío puño del miedo alrededor de su corazón, y
trepando por su garganta. Había visto dos veces en su vida el poder de los
Oráculos, y una vez vio al gran Dragón del Trueno volar por el cielo. Incluso
en esos momentos, Hatori no estaba seguro de que había visto un poder igual de
fuerte que aquel al que estaba a punto de ver.
Una fría brisa movía el borde del kimono de
Hatori. El vestido estaba sucio en algunas partes debido a la larga subida
hasta la parte de arriba de la meseta donde esperaba la llegada de Shiba
Aikune. Era un sitio ridículo para tener un encuentro, y estaba seguro de que
había sido elegido solo para demostrar el poder del Último Deseo que llevaba
Aikune.
Justo cuando ese pensamiento se formó en su
mente, Hatori sintió una extraña agitación en el aire, como si los kami
estuviesen más activos de lo normal. Luego hubo un gran rugido, como el del
océano. Un gran agujero se abrió en mitad del aire ante él, llamas bailando
alrededor de todo su borde. Shiba Aikune, comandante de los ejércitos Fénix, salió
del agujero tan fácilmente como si saliese de la puerta de su propia
habitación.
El joven comandante sonrió elegantemente.
“Saludos, Hatori. Te doy la bienvenida a las tierras Shiba. Te pido perdón por
no haberte saludado antes, pero como seguro que te puedes imaginar, estos son
momentos de mucho trabajo para mi familia.”
“Pero no de tanto trabajo para que no
pudieseis encontrar tiempo para impresionarme con una muestra de vuestro
poder,” dijo Hatori suavemente. “¿Es eso lo que queríais, no? ¿Impresionarme?”
“¿Y te has impresionado?” Aikune parecía que
sentía verdadera curiosidad.
“Si,” admitió Hatori. “El Deseo es
verdaderamente una maravilla del reino mortal.”
“Así es,” dijo Aikune en voz baja,
sosteniendo su espada ante él para examinarla. Durante un breve instante,
Hatori creyó oír algún tipo de susurros, como si un niño quisiese hablar con
él. Debía haber sido solo en su mente. “El mayor error de los Isawa,” continuó
Aikune, “y lo usaré para llevar a los Shiba a su legítimo lugar en el Imperio.”
“A algunos puristas no les podrían gustar
esas palabras, Aikune-sama,” dijo Hatori. “Muchos recuerdan los juramentos que
Shiba hizo a Isawa antes de la primera guerra contra Fu Leng. Seguramente
preguntarían si esos juramentos ya no son importantes para vuestra familia.”
Aikune frunció el ceño. “Shiba nunca conoció
la humillación que los Isawa acumulan sobre sus hijos. Nunca hubiese querido
que nos hubiesen reducido a esto. ¿Inclinados ante el deseo de los mortales?
¿Sin sangre del cielo en sus venas? ¡Ridículo!”
“Quizás, pero estás usando un artefacto
creado por ellos. ¿No prueba eso su valía?”
“No pretendas contarme como son los asuntos
de mi clan, historiador,” dijo enfadado Aikune. “No sabes nada de lo que han
sufrido los Shiba.”
“¿Los Shiba?” Preguntó Hatori. ¿O tú,
Aikune-sama?”
Aikune se quedó muy callado durante un
momento. “Sé lo que estás intentando hacer, Hatori. No funcionará. No soy un
loco baboso, ni un conquistador deseando aplastar al Imperio bajo mi bota. Solo
deseo lo que se merecen los Shiba, nada más.”
“No tengo duda alguna de que la familia
Shiba se merece poder y prestigio, Aikune-sama,” dijo sinceramente Hatori. “Han
sido un ejemplo para el Imperio durante más de mil años. Compasión, sinceridad,
honestidad... tantos parecen haber olvidado que eso forma parte del bushido,
igual que la guerra y la muerte. Pero los Shiba no lo han olvidado. Han
cumplido con su deber sin protestar, sin gloria, desde los albores del Imperio.
No conozco otra familia que lo merezca más.”
“Si,” estuvo de acuerdo Aikune, sus ojos
ardiendo. “Lo entiendes.”
“Y entiendo otra cosa más, Aikune-sama.
Entiendo que lo que se merecen los Shiba no tiene por que ser lo que quieren
los Shiba. ¿Entendéis eso? ¿Habéis hablado con vuestros familiares? ¿Comparten
vuestra pasión, o simplemente veis lo que queréis ver en ellos?”
“Ellos están a mi lado, viejo. Su visión es
la misma que la mía.”
“¿Estáis seguro de que no lo ven como su
deber, sea cual sea sus propios sentimientos?”
Aikune frunció el ceño. “No, en absoluto es
así. No lo entiendes.”
“Quizás es por la memoria de vuestra madre
por lo que os sirven,” continuó Hatori. “Ella fue una heroína muy grande, y un
magnífico líder. ¿Cómo puede un verdadero samurai rehusar la petición del hijo
de su daimyo, especialmente tan pronto después de su muerte?”
“No es así,” protestó el Fénix.
“Eso espero,” dijo Hatori. “Aikune-sama, aún
sois joven. Tenéis un gran destino ante vos, y nadie puede discutir eso. Solo
os puedo aconsejar que seáis cauto. No dejéis que la ambición nuble vuestra
mente. Soy lo suficientemente viejo como para haber visto a los Fénix
destrozados por el poder que tenían.” Miró hacia el Último Deseo. “Vuestro
poder es tan grande que si eso volviese a ocurrir, no estoy seguro de que los
Fénix podrían sobrevivir. Ni tampoco el Imperio.”
En el largo silencio que siguió, Aikune no
quiso mirar a los ojos a Hatori. Finalmente, levantó la vista, y una vez más el
historiador se quedó asombrado del ardiente poder que contenía la mirada del
Fénix. “Para conseguir aquello que es mío, estoy dispuesto a arriesgarme.”