La Ciudad de los Perdidos
por Rich
Wulf y Kim Hosmer
Daigotsu se apoyó en la barandilla de la
muralla de la ciudad, mirando hacia los campos de allí abajo. Desde la
distancia podrías creer que eran campos de labranza normales. Era solo
examinándolo con detenimiento que se podía discernir la peculiar naturaleza de
la cosecha. Flores virulentas envenenadas, traicioneras viñas con pinchos, y
muchas otras variedades de Manchados estaban siendo cultivadas en la
ennegrecida tierra. Los agricultores parecían despreocupados o ignorantes del
peligro.
“Será
una buena cosecha, ¿verdad, Kyoden?”
El oscuro yojimbo no dijo nada. Sin esperar una contestación,
Daigotsu se permitió sonreír de satisfacción. La Ciudad de los Perdidos
verdaderamente rivalizaba con cualquier ciudad del Imperio. Una muralla que
rivalizaba a cualquiera de diseño Cangrejo, construida por los Perdidos
arquitectos Kaiu. No es que la fueran a necesitar. El vasto ejército
Shadowlands estaba a sus ordenes, y era muy numeroso. Pero esto era como tenía
que ser. Se estaba cansando de que su enemigo fuese tan predecible, de su
debilidad innata. ¿Para que le servía el deber y el honor a los muertos? ¿Para
que servía jugar un juego con un oponente que telegrafiaba sus movimientos
mucho antes de hacerlos?
Con una perturbación de magia oscura, se volvió a sus
habitaciones, sorprendentemente parcamente decoradas En una de las mesas había
informes que habían traído sus exploradores. Los movimientos de las diferentes
fuerzas que cada clan estaba reuniendo, así como las actividades de cada
Viento. Al capturar la Muralla, se dio cuenta que necesitaba un teniente,
alguien que llevase a cabo sus órdenes, y tomar decisiones cuando él no
estuviese presente para tomarlas. Frunció el ceño y miró a su yojimbo.
“¿En qué manos debería caer este mando?”
Giró su cabeza como si escuchase una contestación de su siempre
presente guardián.
“Shahai es lista, pero tiene su propia agenda. De todas
maneras, yo no mando sobre ella, ella está aquí por sus propias rezones. Necesito
a alguien que solo sirve mis intereses. Alguien acostumbrado a tratar con
samurai.”
Mirando hacia abajo, pasó un dedo sobre una lista de posibles
candidatos. “Hay tantos que podría elegir, ¿pero a quién?” Cogiendo otro
pergamino, una sonrisa apareció lentamente por su cara. “¿Espías?” Comentó con
divertimento. “¿Aquí? Que audaces se han vuelto mis enemigos…”
Quizás estos dos problemas podrían solucionarse entre ellos…