Knight of Long Knives (*)

por John Wick

Traducido por Mori Saiseki

 

Kachiko estaba arrodillada en la oscuridad, sus párpados cerrados con gran suavidad. El aire estaba en calma, y la oscuridad en silencio. No se podía percibir movimiento alguno bajo su kimono, ni siquiera su respiración se podía notar.

 

Muy despacio, la luna se movió por el cielo nocturno, y Kachiko esperó. Silenciosa. Pacientemente.

 

Hubo entonces un crujido, el sonido de pisadas sobre el suelo de ruiseñor del Palacio Imperial. Las pisadas eran lentas y firmes. Una sombra cruzó los paneles de la habitación, hasta que llegó a la puerta deslizante. La figuro se arrodillo, deslizó la puerta hacía un lado, y entró en la habitación de rodillas, con sus ojos mirando hacía el suelo.

 

“Él está listo, mi señora,” dijo el sirviente.

 

Ella no dijo nada, pero se levantó con suavidad, la oscuridad tan profunda, que solo se podía ver el contorno de su kimono. Pasó por delante del sirviente, hacía el pasillo, sus pisadas silenciosas.

 

Sus leves pisadas la llevaron por el pasillo hacia otro panel. Se arrodilló ante la puerta, la abrió deslizándola hacia un lado, y entró. Ante ella había una cama cubierta, cuatro sirvientes, arrodillados de dos en dos a ambos lados de la cama, y el Gran Señor, yaciendo inmóvil bajo las delgadas mantas.

 

Estuvo un momento en silencio, escuchando la respiración del hombre.

Cuando ella habló, su suave voz fue como si un trueno hubiese cruzado la amplia habitación.

 

“Marcharos.”

 

Los sirvientes dudaron. Los ojos oscuros de Kachiko se tornaron de un color rojo oscuro, y volvió a decir. “Marcharos.”

 

Ya no dudaron. Se levantaron, giraron y rápidamente se fueron de la habitación, dejándola sola con los quejidos de un hombre moribundo.

 

Estuvo en silencio durante mucho tiempo, como si escuchara la fatigosa respiración del Gran Señor. Entonces, muy lentamente, se le acercó, sus ojos fijos en su cara. “El Doctor Imperial me ha dicho que soy muy valiente al querer veros, mi Señor. Creen que tenéis la plaga.” Sus palabras eran delicadas y seguras, marcando cada sílaba con intención. “Pero nosotros lo sabemos mejor que ellos, ¿no es verdad?”

 

El rostro del Emperador no se inmutó ante su voz. Tan joven, pero tan marcado por el trabajo de seguir vivo. “Ya veo que el veneno ha chupado gran parte de vuestra  juventud.” Otra vez, su callada risa llenó la vacía habitación.

 

“Posiblemente te preguntes cuando tuve la oportunidad.” Miró al patético cuerpo del Emperador, su voz alzándose con pequeños atisbos de ira.  “La verdad, fue durante nuestra primera noche en esta misma habitación, o Excelso. Sois un idiota .” Kachiko se encogió de hombros. “Claro que sois un hombre, y hay tantos hombres idiotas.”

 

Fue entonces cuando sus manos se retorcieron. Pero yo había encontrado un buen hombre. Un hombre mejor que vos. ”Fue cuando Kachiko descendió, su delicado cuerpo moviéndose rápidamente. Se recostó sobre él y sus manos acunaron  su cara. “Un hombre mucho mejor que vos. Recuerdo el día que tomasteis nuestro castillo con los Seis Clanes a vuestras espaldas. Nos declarasteis sin honor, ultrajasteis nuestro nombre. Nos convertisteis en eta.”

 

Su voz se quebró en esa última palabra, su susurro tan áspero. El peso de ella sobre él le dificultaba su respiración, y ella sonrió. “Y entonces me visteis. Visteis una mujer mayor, más sabia. Algo que habíais deseado desde hacía tanto tiempo. Me viste con mi marido, con mi hermoso marido..."

 

Se detuvo. Notaba la respiración del Emperador en su cara, al forzarla su peso para que saliera, y vio una única lágrima caer desde su ojo a la mejilla del Emperador. Lentamente se levantó de nuevo. Estuvo en silencio durante mucho tiempo, como esperando una respuesta. Pero ella sabía que él no podía responder. No podía hablar. Eso la hizo sonreír.

 

“Pero no vine aquí a echároslo en cara, Gran Señor. Os he traído noticias. ¿Queréis oírlas?” El Emperador permaneció en silencio. “Muy bien. Has de saber  que la pasada noche, vuestro Campeón Esmeralda cayó. ”Le miró cuidadosamente, pero él seguía sin dar alguna señal de reconocimiento. “Se le encontró muerto esta mañana por una aguja de geisha. Si, el hombre al que mandasteis asesinar a mi marido está ahora en la tumba,” y su voz se tornó un susurro, "y vos le seguiréis muy pronto.”

 

Se detuvo como se detienen los gatos, solo para mirar al ratón retorcerse entre sus garras. “También has de saber, Gran Señor,” susurró. “Has de saber que he cumplido la venganza de mi familia. Yaces aquí, pudriéndote,  mientras los Grandes Clanes que os  apoyan se preparan para una guerra que los destruirá.”

 

La respiración del Emperador se paró, para luego titubear. Tosió, y luego contuvo la respiración otra vez. Kachiko sonrió. “Si, es verdad. Los Seis Clanes que os ayudaron a destruirnos se pelean entre ellos por vuestro trono. La Alianza por la que tanto trabajasteis ya no existe. A pesar de los ejércitos bárbaros que invaden desde el norte, y de las sombras que cada vez se acercan más desde las Shadowlands, los Clanes se pelean entre sí, en una desesperada lucha por el poder.”

 

Una vez más, la habitación permaneció en silencio, exceptuando la respiración del Emperador. De repente, ella levanto la vista de su cama hacia las paredes que les rodeaban. Sus ojos se entrecerraron, buscando entre la tenue luz, mientras su mano izquierda se metía entre los pliegues del kimono.

 

“Os dejo ahora, Gran Señor. Hay algo más que necesita de mi atención. Pero no tengáis miedo, volveré mañana para traerte las novedades.” Se arrodilló, y besó dulcemente sus labios. Hubo un pequeño sonido, el olor a ácido, y el cuerpo roto del Emperador... se agitó.

 

Ella se levantó del suelo, sus ojos fijos en una sombra. Sus pisadas ahora eran cautas, y su mirada no vacilaba. Dio unos cuantos pasos más mientras escuchaba sus pisadas  haciendo crujir el suelo deliberadamente.

 

De repente, hubo un borrón de movimiento, y una sombra saltó de su escondrijo. Un latido después, ella ya se encontraba contra el suelo, con un gran peso sobre su pecho. Escuchó su peso conjunto estrellarse sobre el suelo, y apenas tuvo tiempo de tener la esperanza de que el sonido hubiese alertado a los bushi que estaban en el piso de abajo. Hubo un rasgado de tejido, y un desgarro de piel,  y la sangre manchaba el suelo.

 

Una vez más, la habitación se llenó con el vacío del silencio. La respiración del Emperador no se vio perturbada por el ataque. Yacía en su lecho, inmóvil salvo por la ligera bajada y subida de su pecho.

 

Las dos figuras del suelo estaban inmóviles. Entonces, una se empezó a mover. Despacio, al principio, muy visible el dolor que producía cada movimiento. Se movió por el suelo, dejando tras su movimiento una senda roja y espesa. Una mano se alargó, empujó el panel deslizante hacía un lado, y la figura volvió a caer, rodando escaleras abajo.

 

Los dos bushi que encontraron el cuerpo estaban ya subiendo por las escaleras. La vieron caer desde la habitación, y corrieron hacía arriba. El más viejo saltó sobre el cuerpo, con su katana desenvainada. El más joven se detuvo, su mano sobre su espada.

 

El bushi más joven levantó el inmóvil cuerpo y lo llevó al Dormitorio Imperial, y casi resbalando en la sangre que allí había. Depositó el cuerpo en el suelo y se acercó donde se arrodillaba el otro bushi, el mayor.

 

Miraron a la figura vestida de negro. Era un hombre, vestido con toda la parafernalia de los ninja. “Mira,” dijo el mayor, señalando una pequeña herida en el pecho del ninja. El menor encontró el arma cerca de allí, y la reconoció al instante. Era un aiguchi, la hoja de empalar del Clan Escorpión.

 

Los dos se giraron hacia la figura que el menor había acarreado escaleras arriba. Su kimono se había abierto, revelando el tatuaje de su espalda. El Signo del Escorpión. La nueva (y según los rumores, la más experta) concubina del Emperador.

 

En ese mismo instante, tres samurai entraron corriendo desde las escaleras, acompañados por dos de los consejeros Imperiales. Los tres samurai miraron los cuerpos. “¡La concubina del Emperador aún vive!” gritaron, pero el Doctor Imperial ya estaba mirando el cuerpo inmóvil del Emperador.

 

Uno de los consejeros se acercó al bushi más joven. “¿Qué tienes en la mano?” El bushi le dio el aiguchi al consejero.

 

El consejero lo estudió, dándole vueltas y más vueltas en su mano, sus ojos muy abiertos de incredulidad. “Esto es muy curioso. Nunca hubiera supuesto que ofrecería su vida por la del Emperador.”

 

El Doctor dejó al Emperador y se acercó a la mujer caída. Los demás esperaron. Cuando se incorporó, dijo “La herida sigue sangrando sin parar, pero no es peligrosa. Vivirá.”

 

Los samurai la levantaron y la llevaron a su habitación, donde el Doctor la vendaría y curaría. El consejero se quedó en la habitación, con el aiguchi todavía entre sus manos.

 

“Tuvo mucha suerte,” les dijo a los bushi. “Si la herida hubiese sido un poco más profunda, ella hubiera muerto.”

 

“Si,” asintieron los bushi. “Tuvo mucha suerte.”

 

Se giraron, se arrodillaron, y se inclinaron ante el Emperador. Después, abandonaron la habitación, los bushi volvieron a su puesto, y el consejero volviendo a sus obligaciones.

 

Y en su propio dormitorio, la concubina del Emperador gimió de dolor mientras el Doctor cosía su herida. Si, le dejaría una cicatriz, pero cualquier sospecha sobre su traición , dejaría de existir. El asesino había muerto, su vida ofrecida para proteger a la Gran Señora del Clan Escorpión. Todo iba de acuerdo con el plan.

 

Tuvo otro pinchazo de dolor en su costado, pero nada podía empañar la sonrisa de Kachiko.

 

 

(*) Hay juegos de palabras que funcionan en un idioma, pero que no tiene traducción posible en otro. Este es el caso del titulo de este relato. Knight of the Long Knives se podría traducir como “La Noche de los Cuchillos Largos” en referencia a cuando un grupo de S.S. Nazis destruyeron en una noche a la cúpula directiva de las S.A. Nazis (grupo para-policial rival hasta ese momento dentro de la organización de Hitler), atacando un chalet cercano a un lago austriaco (creo recordar), donde dicha cúpula estaba cupulando en una orgía desenfrenada. Pero también, como me ha apuntado Gesseri, se puede traducir Knight no solo como “Caballero”, si no también como "Aquel que hace un gran servicio a su dama, a su patria o a su familia", que es la que yo supongo que ha querido usar Wick.