La Muerte de Yoritomo

 

by Ree Soesbee

 

Traducido por Mori Saiseki

 

“Ríndete, Yoritomo,” siseó el Primer Goju, sombras surgiendo de sus manos y cercando al guerrero isleño. “Incluso la tormenta debe arrodillarse ante algo, y tuya es la decisión. Sabemos que Hitomi te dijo que morirías a mano de tu hijo. Nosotros, también lo hemos visto. Es inevitable. Es un traidor, un Escorpión, sin razón alguna para preocuparse por ti o por tu clan. Solo te sirvió para fomentar su venganza. Lo único que tienes que hacer es doblar tu rodilla, y podrás vivir para siempre... nuestro poder puede ser tuyo.” Por un instante, Aramasu vio como se cerraban los ojos de su padre. “Danos tu nombre..."  

 

Entonces, los ojos del guerrero se abrieron... y Yoritomo rió. “Podrás llevarte mi orgullo o mi alma, pero nunca te llevarás mi nombre. Diez mil hombres ostentan por mí mi nombre. Cien mil campesinos, y las islas de los Mantis ya tienen mi nombre. Si lo quieres, tendrás que encontrarnos a todos.”

 

“No puedes robar mi nombre. Ya lo he dado.” Gruñendo, la Sombra retrocedió. “¡Arrodíllate!” Goju le golpeó una vez, con la mano abierta, y al tocar la armadura del poderoso guerrero, y su toque quemó la armadura del poderoso guerrero, chisporroteando con negra llama, hasta la piel que bajo ella estaba. Yoritomo se mantuvo de pie, aunque la sangre formaba charcos a sus pies. El kami volvió a golpearle, rasgando los ojos de Yoritomo, y dejándole ciego.  Lagrimas de sangre fluían por las mejillas de Yoritomo, pero no se movió. La Sombra golpeó por tercera vez.

 

Aramasu gritó, pero no pudo oír su propia voz sobre la risa de Goju. Vio caer a Yoritomo. Aramasu saltó hacia delante mientras el Goju desaparecía en la sombra, cayendo de rodillas al lado del Señor de los Mantis.

 

Agarrando la mano del joven, y apretando sus dos grandes kama sobre la palma de Aramasu, el poderoso General dijo estoicamente, "Los necesitarás. Debes de liderar ahora a los Mantis. Yo tengo otro deber – uno que me tienes que ayudar a completar."

 

“Recuerda esto, aunque te lleve la Sombra. Eres Yoritomo Aramasu. Siempre serás mi hijo.”

 

“Fortunas,” Aramasu bajó su cabeza, sin poder cumplir el ultimo ruego de su padre. Luego, con la fuerza de un verdadero hijo de Kaimetsu-uo, Aramasu alzó el kama y acabó con la vida de Yoritomo.

 

“Lo recordaré…”

 

Goju rió desde los cielos, viendo las llamas cruzar los campos de Jigoku. Los Espíritus se quemaban y consumían, y con su muerte, ciudades y familias del Imperio de Jade empezaron a desmoronarse para convertirse en la nada. “Desistir, samurai,” gritó. “¡Vuestro tiempo ha acabado!”

 

“No, Goju,” dijo una voz desde la a puerta. En el arco de entrada , estaba un hombre tremendo de ojos brillantes, levantando sus brazos a ambos lados de la puerta. “Durante mil años, he cumplido con mi deber hacia la tierra. He mantenido abierto la puerta hacia Jigoku, y he guardado los espíritus de esta tierra. No más.”

 

“Es el momento para que caiga el arco.”

 

Ryoshun, el décimo kami, se agarró de ambos lados del la masiva entrada de piedra, y comenzó a tirar.

 

Mientras lo hacía, un ejército de espíritus resplandecientes fluyó por la entrada, pasando a través del espíritu inmortal del kami, y precipitándose hacia los últimos fragmentos de los ejércitos aliados del Trono de Jade.

 

Otros espíritus permanecieron al otro lado de la Puerta del Olvido, destrozando la Sombra que había invadido Jigoku. Este ejército estaba liderado por Yoritomo, cargando junto a los Thunders perdidos, Doji Hoturi e Isawa Tadaka. El poderoso Mantis levantó sus armas y gritó, y todo el inframundo tembló con tormentas. La Sombra empezó a retroceder.

 

Desde el arco, vino un ejército, cargando hacia el corazón de Volturnum. Entre ellos, Matsu Agetoki, orgullo del León; Hida Sukune, hermano del Sol; el gentil Kakita Yoshi; el bravo Iuchi Daiyu; Hasame, el ronin; el Maestro del Agua, Isawa Tomo; Bayushi Aramoro y un ejército de Escorpiones, muertos en las arenas del Lejano Oeste, se alzaron para luchar por el Imperio en su momento de máxima necesidad. Ellos atacaron desde el inframundo, preparados a luchar contra la Sombra. Y a su cabeza, montando un corcel pálido como el Sol, cabalgaba Toturi, Emperador del Trono de Jade, Señor del Crisantemo, Soberano de Otosan Uchi y las Siete Colinas.

 

Con él vino un ejército de espíritus, fluyendo tan dorados como el sol, para ayudar a la última esperanza del Imperio, antes de que fuera demasiado tarde.

 

Un samurai puede morir un millar de muertes.

 

Un Imperio solo puede morir una vez.