Derecho de Honor, Fuerza de Acero
por Rich Wulf
Traducción de Hoshi Togai
“Dime, Higatsuku, ¿por qué debería
perdonarte la vida?”
Esa era la parte más difícil, Shosuro
Higatsuku no era capaz de pensar en una buena razón. Hizo la reverencia más
grande posible y se disculpó nuevamente, tal vez eso le consiguiese un poco más
de tiempo. “Los rumores se extienden y crecen
cada que se transmiten, incluso tu gloriosa victoria sobre la Grulla
aumenta cada vez que se transmite, Kaneka-sama.” El joven Escorpión ejercitó
cada pizca de su voluntad para mantener el miedo alejado de su voz.
Recorrió con la mirada el enorme recibidor de Yasuki Yashiki, esperando
encontrar alguna sombra de simpatía en las caras de los consejeros del
Bastardo. No vio ninguna. “Tal vez haya algo de verdad en estos rumores.
Seguramente no se trata más que de otro intento de tus enemigos para minar tu
derecho al trono.”
“Es posible,” dijo Kaneka, “si a lo que me enfrentase solo fueran
rumores. ¿Kitsuki-san?”
Un hombre alto con túnica verde y dorada se
adelantó, pareciendo nervioso y fuera de lugar. Mirando a su alrededor y
haciendo una breve reverencia a los allí reunidos, sacó un pequeño pergamino de
su pergamino de su túnica. “Mi nombre es Kitsuki Remata,” dijo. “Fui yo quien
en un principio emprendió la investigación de la herencia de Akodo Kaneka y
descubrió que mantenía unos lazos de sangre con la casa Yasuki mas cercanos que su daimyo en ese momento,
Yasuki Hachi. Sobre posteriores investigaciones, he detectado ciertas...
inconsistencias en mis hallazgos iniciales y preferí encargarme de investigar
independientemente.”
Unos cuantos Leones y Cangrejos entre los
consejeros de Kaneka miraban con desprecio al Dragón. Algunos colocaron sus
espadas donde pudieran sacarlas con mayor facilidad. Remata vacilaba. Por mucho
que le disgustase a Higatsuku ver a uno de los aliados de su clan como el
blanco de las iras de otros, se sentía aliviado de que la atención de estos no
siguiera sobre él. Se mezclo entre la multitud.
“Continua, Kitsuki-san,” Kaneka dijo con
brusquedad. “Tu familia tiene un gran renombre por su dedicación a la verdad.
Cualquiera que quiera interferir con la verdad tendrá que responder ante mi.”
Remata asintió. “Los primeros documentos
eran una falsificación,” dijo.
Un coro de asustados jadeos resonó por toda
la sala; todos habían oído los rumores, pero oírlos ahora confirmados por un
Kitsuki era algo diferente. Higatsuku no estaba sorprendido. Había advertido a
Kaneka de tal posibilidad meses antes. ¿Le había escuchado el Bastardo?
“La geisha Hatsuko no tenía ninguna relación
con los Yasuki,” dijo Hachi. “Había sido, de hecho, adquirida por los Shosuro a
los Nambu, una pequeña familia vasalla de los Soshi.”
Akodo Ijiasu se puso en pie de un salto.
Parecía listo a desenvainar su hoja.
“Ijiasu-san,” dijo Kanaka con una pequeña
sonrisa. “Pareces preparado para un combate. ¿A quién pretendes atacar?”
Ijiasu se detuvo, con la boca abierta.
“Yo...”
“¿Crees que tienes más derecho que yo a
estar enfadado?, preguntó Kaneka.
“Por supuesto que no, Kaneka-sama”, dijo
Ijiasu.
“Entonces siéntate,” ordeno Kaneka, “y
permíteme ocuparme de esto.”
Ijiasu se sentó, inclinando la cabeza por la
vergüenza. Higatsuku estaba nuevamente impresionado. Aunque Kaneka tenía una
capacidad asombrosa para la violencia, tenía también una increíble habilidad
para controlar su temperamento cuando era necesario.
“Remata-san,” continuo Kaneka. “En tu
opinión, ¿quién crees que es responsable de este fraude? ¿Quién buscaría
mancillar mi honor de tal manera?”
“Creo que eso es obvio,” dijo Moto Chagatai
acariciando su corta barba. “Tu hermanastro, Naseru, que te tiene poco cariño,
Kaneka-sama.” Higatsuku miró silenciosamente al Khan Unicornio. Al igual que
Kaneka, este era, de lejos, mucho más inteligente de lo que su apariencia de
bruto sugería.
“En verdad,” continuó Remata, “fue el Señor
Naseru quien me encargo esta misión. Creo que esperaba que pudiese refutar de
alguna manera, la relación del Señor Kaneka con su padre. Cuando recibió las
noticias de que Kaneka era de hecho el heredero Yasuki, parecía muy apenado.”
“Eso parece tener sentido,” Yoritomo Kitao
intervino. “Todo el mundo sabe que Yasuki Hachi es el perrito faldero de
Naseru.” Higatsuko rió para si mismo. Esa, y lo sabía por experiencia, era
realmente tan estúpida como aparentaba.
“Así pues, no puede ser Naseru,” dijo
Kaneka, sonando poco convencido, “lo que nuevamente nos conduce a Miya Ippei,
el hombre que crees que falsificó los documentos en cuestión.”
“Un hombre que, recientemente, fue hallado
muerto con una sobredosis de Vacío Líquido, un poderoso extracto de opio,” dijo
Remata.
“Muy conveniente”, dijo Kaneka frunciendo el
ceño.
“Mis investigaciones han determinado que
Ippei tenía una considerable deuda por sus apuestas en el casino del Pez Dorado
de Ryoko Owari,” Remata añadió. “Un casino propiedad de tu consejero, Shosuro
Higatsuku.”
“Lo que nos trae de nuevo al principio”,
dijo Kaneka, posando su mirada de nuevo en Higatsuku.
Higatsuku gimió para si mismo, en el momento
en el que, nuevamente, toda la sala volcó su atención sobre él.
“¿Que tienes que decir en tu defensa,
Higatsuku? Preguntó Kaneka.
“Deberías acabar con él, Kaneka-sama” dijo Moto Chagatai. “Yo lo
haría si estuviese en tu lugar.” La mirada de Chagatai se cruzó con la mortal
mirada de Higatsuku. Higatsuku rápidamente posó su mirada en el suelo.
“Un momento,” dijo Kaneka , reteniendo a
Chagatai con un gesto de la mano. “Habla, Higatsuku.”
“Mi señor, estoy...” Higatsuku se detuvo
durante un largo momento. “Me encuentro disgustado.”
Kaneka elevó una ceja. “Explícate.”
“¡Encuentro esta situación insultante!” Dijo
Higatsuku, encontrando coraje a medida que continuaba. “Me conocéis, mi Señor.
Sabéis que nunca os traicionaría.”
“¿Seguro?” Replico Kaneka. “¿Y como podría
estar seguro de eso?”
“¿Tan rápido os habéis olvidado de como
entré a vuestro servicio?” Gimió Higatsuku. “¡Vos me amenazasteis y me
asaltasteis brutalmente! ¡He visto como mi señor amenaza a aquellos que se han
ganado su ira! ¡He visto el destino de sus enemigos! ¿Realmente pensáis que desearía
contarme entre ellos? Mi señor Kaneka, os temo.”
“Eso parece,” dijo Kaneka impasible. “El
hecho es que estabas chantajeando a Miya Ippei.”
“¡Al igual que tres Bayushi, dos Ikoma, y un
Otomo que os podría nombrar!” Gimió Higatsuku. “El hombre era... de impulsos
desenfrenados. Sabéis que os sirvo con lealtad, Kaneka, y vos sabéis porque.”
Higatsuku dejó la sugerencia en el aire. Ambos sabían que Higatsuku había
dirigido la muerte del Campeón Mantis, Aramasu. Una sola palabra del Bastardo
al samurai Mantis apropiado y la vida de Shosuro Higatsuku valdría menos que la
de un cortesano Doji en las Shadowlands.
Kaneka frunció el ceño. “Afirmas que eres
leal, pero eso es algo fácil de decir.”
“Entonces permitidme demostrarlo,” dijo
Higatsuku, adelantándose a la zona central de la sala.
Con un rápido movimiento, saco su wakizashi
de su obi. Un susurro atemorizado recorrió toda la asamblea. Higatsuku miró a
cada uno de ellos con una sonrisa. Podría decir que era en lo que estaban
pensando. Algunos preguntándose si pretendía atacar a Kaneka. Otros si lo que
pretendía era cometer seppuku para probar su sinceridad. En su lugar, su acción
sorprendió a cada samurai en la habitación.
Shosuro Higatsuku hundió su espada en una
rendija entre dos piedras del suelo, girándola, y rompiendo su propio
wakizashi.
“Higatsuku, ¿que significa todo esto?”
Demandó Kaneka.
“Pruebas, mi señor”, dijo Higatsuku,
recogiendo del suelo un pequeño fragmento de acero. “Dice la leyenda que
después de que los Kami bajasen del cielo, se celebró un gran torneo para
decidir quien sería el primer Emperador. Como sabéis, el primer Hantei fue el
vencedor. Para asegurarse la lealtad de sus poderosos hermanos y hermanas,
Hantei reclamó una prueba. Cada uno de ellos rompió su wakizashi original. Un legendario
fabricante de espadas las forjó en una katana, una hoja que Hantei llevaba
siempre consigo. ¿Qué samurai osaría romper su propia hoja – un símbolo
viviente de su honor – si era algo menos que sincero? ¿Qué samurai osaría
entrar en tal asunto si no era sincero? Te ofrezco este fragmento de mi hoja
rota, para que lo puedas usar para forjar una espada que traerá la unidad al
Imperio.”
“¡Kaneka-sama, de la misma forma os ofrezco
mi espada!” Akado Ijiasu dijo sin vacilar. “¡En el nombre del Clan León!” El
joven León se adelantó, arrodilló, y rompió su wakizashi como lo había hecho
Higatsuku.
“¿Y que ocurre con los Yasuki?” Replicó
Kaneka, evitando ser distraído del asunto principal, por el dramático gesto de
Higatsuku. Se levantó de su asiento y se enfrentó al Escorpión.
“¡Nunca has aceptado el título de daimyo!”
Contestó Higatsuku. Has venido solamente para restaurar el orden y es lo que
has hecho. La Grulla atacó al Cangrejo distrayéndolos de su tarea en el Muro.
Los has castigado. Esa no es la forma de actuar de un usurpador, es la de un
Emperador.”
“No soy el Emperador” dijo Kaneka. “No me he
ganado ese titulo.”
“Shogun, entonces,” dijo Moto Chagatai. El
Khan se levantó y desenvainó su wakizashi.
Kaneka miró al Campeón Unicornio con
curiosidad. “No estoy familiarizado con ese título.”
“Es un título descrito en el Libro de Sun
Tao,” dijo Chagatai. “El Shogun es el jefe militar del Imperio, un soldado que
dirige a la gente cuando el emperador no puede o no quiere.”
“Rokugan jamás ha tenido un Shogun,” dijo
Akodo Ijiasu.
“Nunca ha habido necesidad de uno,” replicó
Chagatai. “Hasta hoy, el shogun no era más que una teoría propuesta por Sun
Tao. ¿No ves la belleza aquí? Si no puedes ignorar los murmullos de tus
enemigos, entonces grita para ahogarlos. Tus hermanos y hermana sólo dan
pequeños pasos para reclamar el trono para si mismos. Da este gran paso, y deja
que el Imperio sepa que tu no vas a ser menos.
“Entonces, que así sea,” dijo Kaneka. “Por
mi honor, y por la fuerza de mi acero, seré Shogun.”
Con eso, Moto Chagatai hundió su espada en
el suelo y la quebró. “Estoy orgulloso de servirte, Shogun,” dijo, extendiendo
la mano formando el símbolo Unicornio de saludo.
“Yo estoy orgulloso de tu lealtad, poderoso
Khan,” dijo Kaneka, aceptando la mano de Chagatai y chocándola con fuerza y sin
vacilar. Un murmullo de respeto surgió de muchos de los Unicornios presentes.
Higatsuku ocultó su disgusto ante el extraño gesto unicornio de tocar la carne
de otro con la suya.
“¿Qué ocurrirá con el Cangrejo?” Preguntó
Kaneka, volviéndose hacia su representante.
“Nos has tratado con honor,” dijo Hida
Hitoshi, también poniéndose en pie y quebrando su espada. “Mis tropas están a
tu servicio, Shogun, y ofrezco los servicios de la Forja Kaiu para prepara tu
nueva espada.”
“Mis más sinceras gracias, Hida-san” dijo
Kaneka, impresionado. Los ojos del nuevo Shogun inspeccionaron la sala.
“¿Remata-san?”
El joven Dragón parpadeó. “¿Sí?”
“Te has arriesgado mucho viniendo a contarme
la verdad,” dijo Kaneka. “Eres a la vez valiente y astuto. Consideraría valioso
tu servicio, Dragón, pero se que todavía sirves a Naseru. Dejo la elección en
tus manos.”
Remata se detuvo durante unos instantes,
sumido en sus pensamientos. “Señor Kaneka, creo...” una lenta sonrisa surgió de
su cara, “creo que mi vida sería mucho mas sencilla a vuestro servicio.” Con
eso Remata desenvainó su espada y la dejó en el suelo.”
“Excelente,” dijo Kaneka. “¿Y que ocurrirá
con los Mantis?” Se volvió hacia Yoritomo Kitao.
“Con todos mis respetos,” dijo Kitao,
haciendo una reverencia. “Preferiría continuar sirviéndoos como hasta ahora.
Los Mantis necesitamos... de una cierta flexibilidad.”
“¿Para que así podáis traicionar a Kaneka
como hicisteis con los Cangrejo y los Grulla?” Preguntó Higatsuku con una
ligera sonrisa. Kitao miró a Higatsuku, pero no dijo nada, sabía que era mejor
no desafiar a Higatsuku en público; él conocía la verdad detrás de su repentino
ascenso a Campeona Mantis. “Shogun, ¿si se me permite hablar?” Una voz surgió
de entre los reunidos.
Todos los ojos se volvieron. Una menuda
joven de delicadas formas se adelanto. Estaba vestida de seda verde como un
sencillo marinero Mantis. El brillo verde de sus ojos sugería que podía ser
cualquier cosa, excepto eso. Sin otra palabra, desenvaino el wakizashi de su
obi y lo rompió en las baldosas del suelo.
“¿Qué significa todo esto?” Quiso saber
Kaneka. “¿Quién eres?”
“Shogun-sama” dijo la joven, “Yoritomo Kitao
tiene dificultad para demostrar su lealtad, de la misma manera que un ciego
tiene dificultad para percibir los colores.” Llevándose las manos a su espalda,
la joven Mantis sacó un par de kama de plata, levantándolos en alto para que
todos los vieran. “Soy Yoritomo Kumiko, Hija de las Tormentas, la legítima
heredera de Yoritomo. Entrego mi lealtad al Shogun.” Los samurai allí reunidos
jadearon atónitos ante lo ocurrido.
“Bien,” se dijo Higatsuku. “Esto es un hecho
inesperado...”
“¡Tu!” Gritó Kitao, avanzando hacia Kumiko.
“¿Como te atreves?”
Kaneka hizo un sencillo gesto. Un par de
enormes samurai Unicornio se interpusieron en el camino de Kitao.
“¿Qué?” Quiso saber Kitao, mirando a Kaneka.
“Kumiko ha mostrado lealtad donde tu has
fallado, Kitao,” dijo audazmente Higatsuku. “Permitiremos que ella demuestre
ser quien dice que es. Por el momento. Te sugeriría que no amenaces más a un
servidor del Shogun.”
“Bien dicho Higatsuku-san,” dijo Kaneka.
Kitao parecía a punto de decir algo, pero se
lo pensó mejor. Haciendo una ultima reverencia a Kaneka, se volvió y abandonó
la sala. Sus samurai Mantis salieron tras ella. Un puñado de ellos se quedo,
inclinándose ante Kumiko. Kitao los miró con desdén, y se fue.
La improvisada ceremonia continuó durante
dos horas, con muchos samurai adelantándose y ofreciendo su lealtad al nuevo
Shogun. Higatsuku se encontraba ahora solo en la cámara, escribiendo nombres en
una larga hoja de papel. Había sido cuidadoso en memorizar las caras y los
nombres de aquellos que habían roto sus espadas. Su propia proclamación de
lealtad no había tenido otro fin más que el de preservar su piel, pero él se encargaría
de vigilar si los demás cumplían su juramento. Después de todo era por esa
clase de cosas por las que Kaneka lo mantenía a su lado.
“Bien hecho Escorpión,” dijo una voz que
surgía de entre las sombras de la oscura cámara.
Levantó la mirada sorprendido. “¿Mi señor
Kaneka?” Preguntó.
“El truco con las espadas fue un poco
dramático, ¿no crees?” Preguntó el Bastardo.
“¿Te han disgustado mis actos, Señor
Shogun?” Preguntó.
“No del todo,” dijo Kaneka con una ligera
sonrisa. “Has cumplido muy bien con tu parte, Escorpión.”
Higatsuku frunció el ceño. “¿No os
entiendo?”
“Chagatai y yo habíamos estado planeando
esto durante meses,” dijo Kaneka. “Siempre he sabido que no era el heredero
Yasuki. ¿Por qué te crees que fui tan cuidadoso en no tomar el nombre Yasuki?
Una vez me hubiese hecho con los recursos de los Yasuki, siempre había tenido
la intención de convertirme en Shogun y dirigirme hacia la capital. Simplemente
has proporcionado a los otros un símbolo físico para seguirme, y te lo
agradezco.”
“Increíble” dijo Higatsuku “No sospechaba
nada.”
“No eres el único aquí con sangre
Escorpión,” dijo el Bastardo.
Higatsuku no pudo reprimir un carraspeo.
“Tus juegos sirven a mis propósitos
Escorpión, pero ten cuidado,” dijo Kaneka. “Estoy vigilándote. Recuerda que también
tengo sangre León.” Un brillo asesino cruzó la mirada de Kaneka.
“Si, Señor Shogun,” dijo Higatsuku,
ocultando el terror de su voz.
Kaneka dejo a Higatsuku con su trabajo.