Deshecho

 

por Shawn Carman y Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

El Palacio Imperial en Otosan Uchi, año 436…

 

Hantei Yugozohime se reclinó, cansada, en su trono. Por fin, el último cortesano había sido despachado, y todos los deberes del día habían acabado. El año que llevaba en el trono de Rokugan había sido agotador, aunque no podía negar que las recompensas eran considerables. Se había ocupado de aquellos que habían aplastado a su padre y a su abuelo bajo sus botas, severamente. Sabía que tenía que consolarse con su victoria, pero sus años con los León la habían hecho codiciar la batalla. Ahora que había acabado la batalla, estaba insatisfecha.

            “¿Me llamasteis, mi Emperatriz?” Las facciones sin edad de Otomo Hokusai, el recién nombrado daimyo de la familia Otomo, no mostraban emoción alguna. Aunque Yugozohime le había nombrado recientemente, a raíz del exilio de su padre, Hokusai había sido uno de los miembros más poderosos de la Corte Imperial, incluso durante el reino de Gozoku. Era uno de los más valiosos consejeros de Yugozohime, y quizás, el único miembro de las familias Imperiales en el que ella confiaba sin dudarlo. Demasiados primos suyos se habían inclinado ante el reinado de Gozoku, favoreciéndose de los generosos regalos y los patentes sobornos que el triunvirato les daba por su cooperación.

            “Shiba Gaijushiko,” dijo ella. “Él es el único líder que queda del triunvirato. ¿Nos podemos permitir el lujo de confiar en él?”

            “Desde luego que no,” contestó instantáneamente Hokusai. “Nos traicionará y nos engañará a la menor oportunidad. Pero es un cobarde tremendo. Si cree que vuestra misericordia es todo lo que le mantiene vivo, sin dudar traicionará a todos sus camaradas para retenerla. Por la intimidación, se mantendrá leal.”

            La Emperatriz asintió, juntando sus manos ante ella. “Estoy de acuerdo. Por lo menos, nos aseguraremos que su organización está diseminada y rota. No nos volverán a amenazar.” Pasó sus manos por el dorso de su katana, que siempre estaba al costado de su trono. “Pero debo asegurarme que no se volverán a levantar. No quiero que mis descendientes se vean amenazados por traicioneros asquerosos como estos.”

            “¿Que queréis que haga, Emperatriz?” Preguntó deseoso Hokusai. Su ansia era una de las cosas que le hacían tan entrañable a Yugozohime. Era tan distinto a los demás cortesanos. Muy refrescante.

            “Tu y los tuyos mantendrán equilibrados a los clanes, los suficientemente fuertes para que me sirvan, pero sin poder retar mi gobierno. Nunca más se deben aliar contra el trono. El Hijo del Cielo es el supremo y único poder que esta nación siempre conocerá, y tu harás que se cumpla.” Se inclinó hacia delante. “¿Hay otros entre los Otomo en los que confíes para que te ayuden en esto?”

            “Aún no,” dijo honestamente Hokusai, “pero haré que vean la verdad. Os serviremos, Alteza, y os serviremos bien.”

            “¿Entonces, harás esto por mi?”

            No titubeó, ni un instante. “Si.”

            “¿Como lo harás?”

            “Aún no lo se, mi Emperatriz,” contestó. “Pero pronto lo haré.”

 

 

Kyuden Seppun, año 1160

 

            De niño, Doji Tanitsu había sido amigo de todos los hijos del Emperador Toturi. Sus vidas adultas les habían llevado por caminos radicalmente diferentes, por supuesto, pero la relación básica que habían creado, se mantenía igual. Naseru y Tanitsu había disfrutado de juegos de go y de sadane, cada uno de ellos intentando ser más astuto que el otro. Desde entonces se habían apartado, los años que Naseru había pasado bajo el tutelaje de Hantei XVI le habían cambiado. A pesar de todo, eran buenos amigos, lo buen amigo que uno podía ser con el Yunque. Sezaru había sido más difícil. Sezaru era solitario y melancólico por naturaleza. A pesar de ellos, Tanitsu había hecho un esfuerzo especial para incluir a Sezaru en los juegos de niños mientras crecían, y al revés de los demás niños, nunca había despreciado a Sezaru por ser diferente. Con Tsudao fue una historia diferente; ella una persona muy sociable, y tenía muchos amigos. Pero Tanitsu se había unido mucho a ella, ya que, al revés de sus otros amigos, él no tenía motivos escondidos. Otros niños se hacían amigos de Tsudao para complacer a su padre o para tener el favor de la heredera. Los padres de Tanitsu eran ambos funcionarios menores de la Casa de Toturi que no veían honor en usar a su hijo como instrumento político. Por ello, se hizo amigo de Tsudao por pura suerte. Una vez, durante un corto periodo de tiempo cuando eran adolescentes, habían sido más que amigos. No deseando deshonrar la Casa Imperial, Tanitsu había terminado con la relación, y dejado Otosan Uchi. Durante un tiempo, Tanitsu vivió en tierras León. Intentando poner cuanta distancia podía entre Toturi y él, Tanitsu buscó a Akodo Kaneka, el auto-proclamado hijo ilegítimo de Toturi. Irónicamente, la reputación de Tanitsu se tener un comportamiento alocado e impulsivo entre su clan hizo que Kaneka le tolerase, ya que, normalmente, el Bastardo apenas podía aguantar a los Grulla o a los cortesanos. Tanitsu se ofreció a escribir una crónica de la vida del ronin, una crónica que hasta este día he estado guardada en un sitio de honor en Shiro Akodo.

            Eventualmente, Tanitsu volvió a Otosan Uchi. Fue fácil para él auto-convencerse de que ya no amaba a Toturi Tsudao, siempre que se mantuviese ocupado. Incluso empezó a cortejar a Kakita Nanami, una guapa diplomática Grulla que había conocido en sus viajes. Con la destrucción de Otosan Uchi, Tsudao se había trasladado a Kyuden Seppun y se auto-proclamó Emperatriz. Tanitsu había conseguido su puesto actual en Kyuden Seppun sencillamente porque era el que mejor conocía a Tsudao, no por ninguna atracción que aún sintiese por ella. Sus sentimientos personales por ella no habían influido en nada.

            “Síguete diciéndote eso, Tanitsu-san,” se susurró a si mismo, mientras andaba por los pasillos de Kyuden Seppun. “Quizás pronto te lo creas…”

En su mano, Tanitsu agarraba un pergamino envuelto con cinta de seda. Otomo Hoketuhime, daimyo de la familia Otomo, había mandado invitaciones a todos los preeminentes samurai que estaban presentes en Kyuden Seppun, y a muchos de tierras más lejanas, informándoles que los Otomo iban a mantener una sesión de la Corte Imperial. La forma de decirlo – “Corte Imperial” en vez de “Corte de la Emperatriz” era obvia. Tsudao se había declarado a si misma Emperatriz, pero era bien sabido que Hoketuhime apoyaba a su hermano Naseru. Los Otomo se habían reunido en el hogar de sus primos, los Seppun, después de la destrucción de su hogar en Otosan Uchi. Fricción entre las princesas Otomo y la auto-proclamada Emperatriz había sido palpable en las últimas semanas. A pesar de su vida al servicio de las cortes del Imperio, había veces que incluso hasta Tanitsu se cansaba de los juegos que aquí se hacían.

            Pero, fuese cual fuese el asunto a tratar, debía ser muy importante. Bayushi Kaukatsu, el Canciller Imperial, había trasladado una gran parte de la Corte Imperial solo al decidir trasladar su sede personal a Ryoko Owari. Entre el Canciller y Hantei Naseru, que también había trasladado su cuartel personal allí, Ryoko Owari había crecido dramáticamente en importancia política. Si Tsudao no tenía cuidado, se podía encontrar con que su hermano había usurpado su reclamación al trono por defecto, si los cortesanos se reunían en la Ciudad de las Mentiras. Aún así, Tanitsu había visto hoy a muchos samuráis importantes en los salones de Kyuden Seppun, incluyendo a un puñado de Escorpiones y Unicornios, clanes que tradicionalmente no apoyaban en demasía a Tsudao. Los Otomo debían tener algo muy importante que ofrecer si estaban atrayendo a los más influyentes individuos del Imperio, alejándoles de Ryoko Owari.

            Habiendo llegado a su destino, Tanitsu estuvo un pequeño instante alisándose las arrugas de su exquisitamente manufacturado kimono. Luego, dobló la esquina que llevaba al salón de la corte, su practicada sonrisa ya en su sitio. Hacía mucho tiempo, Tsudao la había llamado con cariño su “sonrisa mentirosa.” El recuerdo trajo una breve y genuina sonrisa a su cara.

            “Tanitsu-san,” dijo un funcionario Otomo, acercándose y dando un corto golpe de cabeza. “Me alegra volver a verte. ¿Cómo están tus padres? Ha pasado demasiado tiempo desde que vi la belleza de Kyuden Doji.”

            “Mis padres están bien, gracias, Motoshi-san. Y tu sabes que siempre serás bienvenido en el hogar de mi familia.” Tanitsu encontraba a Otomo Motoshi bastante arrogante y grosero, pero al menos era honesto. Por esta sola razón, Tanitsu había cultivado una extraña amistad con él durante los años. Motoshi estaba bien educado en multitud de asuntos, y por ello, era fácil de entablar con él interesantes conversaciones. Aún así, Tanitsu era extremadamente cauto en no revelar nada importante en su presencia. “¿Sabes de que va todo esto, viejo amigo?” Preguntó Tanitsu. “He sido incapaz de encontrar a alguien que sepa algo sobre las razones de Hoketuhime-sama para convocar esta inesperada sesión.”

            Motoshi rápidamente enmascaró una mirada pensativa con una desarmante sonrisa. “Eh, temo que no puedo hacer eso, viejo amigo. Tenemos que mantener unos cuantos secretos, ¿no es verdad? Si no lo hacemos, ¿como podrían mantener los Otomo su reputación de siniestros genios? ¡El Escorpión nos echaría riendo de la corte!”

            Esta vez, la sonrisa de Tanitsu era un poco forzada. Motoshi claramente no tenía ni idea de lo que estaba pasando, y lo encubría malamente. Pero un pensamiento más moderado era que lo que iba a pasar debía ser muy importante, si incluso miembros de la delegación Otomo eran mantenidos al margen.

“Verdaderamente no podemos hacer que la reputación de tu gente sea mancillada, Motoshi,” dijo Tanitsu, riendo. “Si incluso los Otomo pueden caer en desgracia, entonces, los Grulla serán ciertamente los siguientes.”

            Siguieron unos cuantos momentos más de conversación cortés antes de que Tanitsu pudiese escapar, y moverse por la habitación. Los reunidos era un verdadero quién es quién de los más influyentes y poderosos hombres y mujeres de las cortes de Rokugan. Algunos de los más poderosos hombres que Tanitsu había conocido estaban presentes. En una esquina, el propio Bayushi Kaukatsu hablaba silenciosamente con Ikoma Sume – una visión aterradora. Al otro lado de la habitación, Tanitsu vio a uno de sus héroes de la infancia, Ide Tadaji, el antiguo Consejero Imperial de Toturi. Finalmente, también había muchos cortesanos de las generaciones más jóvenes, incluyendo a la adorable Yoritomo Yoyonagi, al representante del Campeón Esmeralda, Bayushi Norachai, y un Cangrejo que parecía un zalamero, al que Tanitsu no reconoció.

Era difícil ver a tantos en un mismo sitio, y Tanitsu no podía recordar la última vez que tantos personajes importantes se habían reunido en un sitio, desde el nombramiento del Canciller Imperial. Tanitsu estuvo tiempo moviéndose por entre la gente, saludando a muchos viejos amigos, y conociendo a nuevas incorporaciones a los séquitos de los Grandes Clanes. Era un vieja rutina, una que hacía tiempo que se había vuelto casi automática. La mente de Tanitsu estuvo trabajando durante todo el tiempo, intentando anticipar lo que les esperaba a todos, una vez que los Otomo hicieran su anuncio.

            Después de lo que parecieron horas, hubo un tumulto cerca de la entrada a las habitaciones de la anfitriona. Entraron sirvientes de esa habitación para atender las necesidades de los invitados de los Otomo, mientras que Otomo Hoketuhime fue hacia el centro del salón, sonriendo y hablando con muchos de los invitados mientras lo hacía. Como siempre, Tanitsu se maravilló por la belleza de la mujer. Había quién la llamaba la Princesa de Invierno, ya que sus ojos eran de un profundo azul marino, que atraía a todo el que se arriesgase a mirarlos. Eran ojos Grulla, el resultado de incontables generaciones de matrimonios entre los Doji y las Familias Imperiales. Hoketuhime había destruido a muchos de sus enemigos con esos ojos. Eran a la vez una obra de arte y un arma mortífera.

            “Queridos amigos,” dijo cariñosamente Hoketuhime, “os debo agradecer a todos el que os hayáis reunidos con nosotros aquí, en tan poco tiempo y bajo circunstancias tan misteriosas. Espero que lo comprendáis una vez que os revelemos nuestros propósitos.” Aquí se volvió a mirar una vez más a sus invitados, aunque esta vez con una triste expresión. “La familia Otomo ha perdido su hogar ancestral con la destrucción de Otosan Uchi. Muchos de vosotros habéis expresado vuestras condolencias sobre dicha pérdida, y os lo agradezco otra vez. Además, muchos de vosotros nos habéis ofrecido un hogar en vuestras tierras. Nuestros primos, los Seppun, fueron lo suficientemente amables como para albergarnos en su hogar durante un tiempo, y aunque les agradezco su misericordia, no les podemos agobiar más. Somos los Otomo – la sangre de los Emperadores fluye por nuestras venas. Debemos encontrar nuestro propio camino. Debemos encontrar nuevas tierras.”

            Un leve susurro corrió por la habitación, al darse cuenta muchos de los cortesanos exactamente hacía donde iba Hoketuhime con esto. Tanitsu apartó de si el ruido, enfocándose en su anfitriona. “Muchos de vosotros, privadamente, nos han ofrecido territorio en vuestras propias provincias, un sitio donde podamos construir nuestro nuevo palacio, y reestablecernos. Aunque esta es una buena solución a nuestro problema, temporalmente me he mostrado reacia. No sería conveniente por nuestra parte aceptar la hospitalidad de un único clan, sin dejar que los demás que quisieran ofrecer algo así sean escuchados antes, ya que los Otomo no pueden mostrar favoritismo, incluso a nuestros amigos más cercanos.” Aquí, abrió las manos para incluir a toda la habitación. “Por lo que pido a cada uno de vosotros que ha hecho esta muy generosa oferta, que la repita ante todos, para que los Otomo puedan elegir su nuevo hogar de entre sus aliados, sin alegaciones de favoritismo o de métodos cuestionables.”

            Tanitsu sonrió para dentro. Se preguntaba si alguien verdaderamente había hecho esa oferta; era poco probable. La mayoría de los clanes temían a los Otomo. Aunque eran útiles aliados, era mejor tratarles con cautela. Pero estar ante el daimyo y los representantes de los demás clanes y permanecer en silencio, deshonraría a la Familia Imperial. Hoketuhime había fabricado esta reunión para que su familia pudiese ganar nuevas tierras, y hacer que pareciese como que estaban otorgando un favor, en vez de recibirlo. Verdaderamente increíble. Tanitsu se sorprendería si alguno de los presentes no se adelantase y ofreciese sus tierras a los Otomo.

Tanitsu ya lo había hecho.

 

 

            Tres días más tarde, Tanitsu empezaba a pensar que hubiese sido mejor para él si hubiese ofendido a los Otomo, y tener que enfrentarse a la ira de Kurohito. Estos últimos días habían sido extenuantes, con representantes de cada clan moviéndose para ponerse en una mejor posición, intentando conseguir el favor de los Otomo. Todos reconocían los beneficios políticos de tener a los Otomo en sus provincias, y aunque un clan no estuviese interesado en tener esa ventaja, no querían que sus enemigos la tuviesen. Por lo que los debates habían durado horas. Eran todos muy corteses y educados, por supuesto, pero para Tanitsu esa insinceridad solo lo hacía que fuese más exhausto.

            “¿Están todos los jóvenes tan tensos como tú? Espero que no, o no habrá generaciones futuras.” Kakita Munemori miró a Tanitsu con una expresión rara, algo burlona. “En serio, Tanitsu. ¿Acaso te has dado cuenta de lo que pasa alrededor tuyo en el salón?”

            “Por supuesto que si, Munemori,” dijo Tanitsu irritado. “¿Como puedo estar diez horas cada día en esta habitación, y no ver lo que pasa a mi alrededor? Los Fénix son los que están ahora intentando que los Otomo…”

            “Eso no es lo que quiero decir,” dijo pacientemente el viejo cortesano, mientras andaban. “¿Quiero decir si es que has mirado alrededor tuyo?”

            “¿Y eso que quiere decir?”

            “Quiere decir que si el escote de Yoritomo Yoyonagi baja un poco más hacia el sur, entrará en las Tierras Sombrías, y estará seriamente en peligro de ser Manchado. ¿Cómo puede andar esa mujer sin desnudarse? Sospecho que tiene que ser una shugenja.”

            Tanitsu se había quedado quieto, y miraba atónito al hombre mayor. “Creo… creo que he oído el rumor de que ella se entrenó en Amaterasu Seido.”

            “¡Ahí lo tienes!” Dijo Munemori, aplaudiendo con un risa complacida. “¡Sabía que había algo mágico en ella!”

            Tanitsu rompió a reír, sintiendo el cansancio y frustración de los últimos días desaparecer. “¿Como has podido sobrevivir en la Corte Imperial durante todo este tiempo, viejo salido?” Preguntó, quitando la acidez del insulto con una sonrisa. “Creo que te tendrían que haber echado hace décadas.”

            “Periódicamente finjo locura,” dijo el viejo Grulla, sombríamente. “Hace que los cortesanos se apiaden de mi. Ah, y el hecho de que haya oído numerosos e ilícitos asuntos sobre mujeres de alto rango también ayuda. Ningún marido o padre puede hablar contra mi, o los esqueletos nunca dejarían de salir de los armarios.”

            Limpiando lágrimas de risa de sus ojos, Tanitsu agitó su cabeza al cortesano en fingido desdén. “Seguramente que te han traído las Fortunas para mantenerme cuerdo,” dijo. “Y aunque aprecio en demasía tu ingenio, está el hecho de que a no ser que tu y yo encontremos alguna manera de impresionar a los Otomo, los Grulla perderán esta batalla.”

            “No pensemos en los Otomo,” dijo Munemori, su voz repentinamente adoptando un tono serio. “Pensemos en nuestros competidores. ¿A quién ves como amenaza seria?” Arqueó una ceja, como si supiera la contestación, pero estuviese probando a Tanitsu.

            “El Escorpión y el León,” contestó Tanitsu. “Ninguno más puede verdaderamente competir con Kaukatsu o con Sume, excepto Ide Tadaji, y este parece demasiado distraído como para que le importe.”

            “Entonces, tratemos con el Escorpión,” dijo Munemori. “Son la amenaza más seria. Kaukatsu y su séquito son listos e inventivos. Nos robaron la corte durante el reino de Toturi. Si triunfase el León, que así sea, siempre que el Escorpión falle.”

            Tanitsu agitó su cabeza. “No creo que pueda maniobrar más que Kaukatsu. Es demasiado experimentado, con demasiados contactos.”

            “¿Le tienes miedo?”

            “Si,” admitió el joven cortesano. “Conozco mis limitaciones. Hay pocos enemigos a los que verdaderamente tema enfrentarme en la corte, pero Kaukatsu es el principal de ellos.”

            “Creo que esa puede ser la cosa más inteligente que te he oído decir, y eres un joven inteligente,” dijo Munemori. “Kaukatsu es un depredador, y la corte es su coto de caza. Debemos tener mucho cuidado.”

            Tanitsu empezó a pasear otra vez, ignorando la mirada exasperada que Munemori le dirigió. “Si no puedo maniobrar más que Kaukatsu, entonces debo encontrar una forma de que retire su invitación.”

            “Si,” asintió Munemori. “Y entonces ascenderemos a Tengoku y derrotaremos a Fu Leng. Yo distraeré al Kami Oscuro mientras tu le golpeas con tu abanico. Después de todo, tratar con Kaukatsu solo nos debería llevar una mañana, y debemos estar ocupados.”

            “Hablo en serio,” insistió Tanitsu. “El Escorpión es el clan más taimado del Imperio. Seguramente que hay algo que podremos sacar a la luz que ellos quisieran mantener oculto. Si fuese lo suficientemente importante, hasta podrían decidir que el tener a los Otomo entre ellos no sería de su mejor interés.”

            Munemori se acercó. “¿Estás sugiriendo,” dijo en voz baja, “que intentemos chantajear al Canciller Imperial?”

            “No, no, no chantajear,” dijo rápidamente Tanitsu. “Prefiero usar el término ‘farol’.”

            “Engañar a un Escorpión,” dijo el cortesano muy tranquilamente. “Esa es la cosa más alocada que haya oído en mi vida. Por supuesto, procedamos. Quizás divertiremos tanto a la corte, que los Otomo se confundirán y harán su hogar entre los Liebre.”

            “Necesitamos un plan,” dijo Tanitsu, su expresión, repentinamente determinada. “No tenemos nada que podamos usar en su contra, y poco tiempo para buscar información.”

            Munemori se acarició pensativamente su mentón, y miró a Tanitsu durante varios minutos, para él, un poco característico largo silencio. “Puede que no sea así. Es posible que tenga algo que podamos usar, pero tiene un precio.”

            “¿Qué es?”

            “Si te doy está información,” dijo en voz baja Munemori, “me tienes que dar tu palabra de honor que no hablarás con nadie sobre ello, una vez que haya concluido este asunto. Ni siquiera conmigo, y desde luego que con nadie más de entre los Grulla. Este material es demasiado sensible, y arriesgo mi propio honor dejando que tu lo veas. ¿Lo entiendes?”

            Tanitsu estaba deseoso, pero temeroso. Pensó durante un instante, sopesando las posibilidades. Finalmente dijo, “Me ha encargado este deber mi Señor Kurohito. Debo aceptar el precio que pides. Te doy mi palabra de honor.”

            “Eso es todo lo que necesito.” Munemori sacó un pergamino de su kimono. “Esta es correspondencia personal de un viejo amigo. No prueba nada, ni siquiera especifica de lo que habla, pero debería contener los suficiente como para poner al Escorpión a la defensiva. Úsalo bien, y luego destrúyelo.”

            Tanitsu asintió. “Por lo que entonces solo debemos temer al León.”

            “Déjamelos a mi,” dijo Munemori, volviendo su familiar sonrisa. “Tengo alguna experiencia en tratar con oponentes bulliciosos.”

 

 

            A pesar de que numerosos clanes habían sido prácticamente eliminados de la decisión, ninguno de los cortesanos había aún abandonado Kyuden Seppun. Parecía que todos querían saber el resultado. Todos los ojos miraban a los tres que, hasta ahora, con mayor éxito habían cortejado a los Otomo: Bayushi Kaukatsu, Ikoma Sume, y Doji Tanitsu. Aunque se debería sentir halagado por ser considerado un igual con esos dos hombres, Tanitsu se sentía casi abrumado por la presión y la atención.

            Casi. Después de todo, era un Grulla, y un Grulla nunca eludía su deber.

            Ocasionalmente, resonaban risas por el salón, y Tanitsu vio a Kakita Munemori enfrascado en una viva discusión con Ikoma Sume y Yoritomo Yoyonagi. La joven poetisa Mantis se estaba claramente divirtiendo, pero Sume parecía algo frustrado de participar en esta conversación, aparentemente inútil, sin forma de poder escaparse educadamente. Lo más seguro es que fuese el llamado “truco del Gorrión inconsciente” que Munemori había mencionado la noche anterior: se involucraría en una conversación, y contaría largas y tortuosas historias, que ataban a sus compañeros, mientras que fingía no darse cuenta de las señales que estos daban de que deseaban marcharse. Se interpondría físicamente en el camino de aquel que intentase marcharse, impidiéndoles que se marcharán educadamente. Ikoma Sume era muy cortés, aún más cuando estaba presente la preciosa joven Mantis, pero no estaría retenido por mucho tiempo. Tanitsu tenía una muy estrecha ventana de oportunidad.

            “Kaukatsu-sama,” dijo, acercándose al Canciller. “Ha sido una semana interesante, ¿verdad? Me considero bastante afortunado de haber podido participar en estos importantes asuntos.”

            “Ah, la juventud,” sonrió Kaukatsu tras su máscara. El tono del Canciller era normal, controlado, como todo en ese hombre. “Cada nuevo reto es una gran aventura, una señal en la cara de la historia. Cuando llegues a mi edad, Tanitsu-san, aprenderás a apreciar cada reto con el que te enfrentes por sus propios méritos, y no medirlos por tu subjetivo punto de vista.”

            “Solo puedo desear servir a mi clan durante tanto tiempo y tan bien como vos, Canciller,” dijo Tanitsu, “y con la mitad de vuestra sabiduría. Verdaderamente, envidio a vuestro hijo, Ogura, tener un padre con tanta sabiduría.”

            La expresión del Escorpión no cambió nada, aunque Tanitsu sabía que la relación entre padre e hijo era tensa. “Ogura es un magistrado en Ryoko Owari Toshi. Su puesto ha sido un gran honor para mi y para nuestra familia.”

            “Lo había oído,” admitió Tanitsu con una sonrisa. “También he oído unos desagradables rumores sobre esa gran ciudad, rumores que me llenan de tristeza. Pero no debería discutir esos rumores en la corte. Perdonad mi rollo, Kaukatsu-sama.”

            “No hay nada que perdonar, querido chico. Después de todo, son los rumores son la mitad de lo que hace que nuestro trabajo sea tan gratificante. Por favor, iluminarme. Temo que todos los que están en Ryoko Owari se sienten tan intimidados por mi posición que raramente puedo oír algún buen rumor, a no ser que se los saque a los demás.”

            “¡Sin rumores! No puedo imaginarme tal suerte,” bromeó fácilmente Tanitsu. “Bueno, si creemos los rumores, vuestro hijo fue el responsable de perturbar las actividades de algunos disidentes en el mismo corazón de Ryoko Owari, no hace mucho tiempo. Los relatos varían, claro, pero he oído desde un culto de Bloodspeakers, a un grupúsculo traicionero de samuráis Escorpión, que conspiraba para sumergir a la ciudad en la anarquía. Incluso si los rumores son falsos, estoy seguro que las gentes de Ryoko Owari están agradecidas de tener un sirviente Escorpión tan diligente para protegerles.”

            “Ya veo.” La expresión de Kaukatsu seguía siendo totalmente inescrutable. No había placer, ni sorpresa, ni ningún tipo de cambio. No por primera vez, Tanitsu empezó a preguntarse si esto había sido una buena idea. “Hubo una redada como la que describes, pero Ogura no estaba en la ciudad en ese momento. Afortunadamente, sus aliados y subordinados son tan eficientes como él, o sino no trabajaría con ellos. Se trató el problema rápida y duramente. El propio Yojiro lideró el asalto.”

            “Estoy muy contento de oírlo,” dijo sinceramente Tanitsu. Durante un momento miró por la habitación, como si hubiese terminado la conversación, y luego se volvió, como si hubiese recordado un último detalle. “También he oído algo sobre una ‘ennegrecida torre.’ ¿Era ese el cuartel general del grupo en cuestión? No sabía que hubiese torres en Ryoko Owari. ¿O quizás es ahí donde Ogura estaba en ese momento? Debería escribir a mis amigos Soshi y preguntarles sobre esta ennegrecida torre... ¿o era umbría? Si. Estoy seguro de que era así. ‘Torre Umbría.’ Un amigo mío, de cuando participé en el Torneo del Campeón de Topacio hace algunos años, es un estudiante de arquitectura. Creo que estudió con los Kaiu durante un tiempo. Seguramente que me podría contar algo más de esas torres. Tuvo un puesto en Ryoko Owari, y desde luego, sabría de la existencia de unas torres así, en las que se viese envuelto vuestro hijo.”

            La mirada con la que miró Kaukatsu a Tanitsu no era, para nada, la que había esperado el Grulla. De alguna manera, suponía que había deseado que el Escorpión palideciese, o incluso pareciese asustado. En vez de ello, fue el objetivo de una breve y crítica mirada, como si Tanitsu le hubiese insultado gravemente. Esos ojos le condenaban, le aseguraban de que no sabía lo que estaba haciendo. “Si supieras algo de lo que hablas,” dijo Kaukatsu con voz clamada, “entonces no hablarías de ello.”

            “¿No lo haría?” Contestó Tanitsu con cara sorprendida. “Bueno, quizás deba preguntárselo a los Otomo.”

            “Tranquilo, Tanitsu,” siseó Kaukatsu. “Este es tu ultimo aviso.” El fuego que ardía en los ojos de Kaukatsu era distinto a todo lo que Tanitsu había visto en su vida. Incluso en la batalla, junto a los soldados de Kaneka, nunca había visto tanta cólera. Por un momento, Tanitsu temió que hubiese ido demasiado lejos.

            “No,” dijo tranquilamente Tanitsu. “Tu das marcha atrás. Es el deber de la Grulla el gobernar las cortes, no el del Escorpión. Da marcha atrás, Kaukatsu, o iré a los Otomo con esto.”

            Kaukatsu miró a Tanitsu durante un largo instante, y luego agitó lentamente su cabeza. “Eres un loco, chico,” dijo. “Un día recordarás esta conversación, y te darás cuenta de que he intentado salvarte. Que tu destino esté contigo.”

            Con eso, el Canciller se volvió y fríamente se alejó, abriendo su abanico de un golpe con una mano. Tanitsu parpadeó, sorprendido por la clara muestra de derrota del Canciller. Desde el otro lado de la habitación, miró fijamente a los ojos de Munemori. El viejo cortesano sonrió y asintió una vez, casi imperceptiblemente.

            Tanitsu no estaba seguro de lo que acababa de hacer, pero había actuado como Munemori le había indicado, y las palabras parecía que habían surtido el efecto deseado sobre el Canciller. No estaba seguro de lo que significaban las últimas palabras del Canciller; sin duda, algún farol Escorpión. En cualquier caso, todas las piezas estaban ahora en juego. Pero el ganador de este grandioso juego de go estaba por verse. Era, como Tanitsu había escuchado decir una vez a Ikoma Sume, un juego muy entretenido.

            Con eso, Tanitsu se adelantó a hablar con la Princesa de Invierno.

 

 

            Una tenue luz de luna hacía que los jardines de Kyuden Seppun casi tuviesen una luz de otro mundo. El ambiente de un sitio de esta belleza le había servido bien a Kakita Munemori en innumerables otros encuentros nocturnos en el pasado. Pero este iba a ser un encuentro poco agradable. Al llegar al sitio convenido, Munemori miró alrededor suyo furtivamente, antes de decidir que no había nadie cerca. “Estés donde estés, puedes salir,” dijo en voz baja. “Estamos solos.”

            Una tapada figura salió de las sombras entre dos filas de setos. La luz de la luna apenas iluminaba la larga e hinchada túnica, y el monograma dorado blasonada en ella. La dorada medio-máscara semejante al monograma, cubría todo bajo el puente de la nariz del hombre, dejando solo su oscura y penetrante mirada. “Saludos, Munemori-san. Espero que tengas la información que necesito.”

            “¿No te hace más difícil esa máscara que llevas, el esconderte entre las sombras? El color oro es bastante poco discreto, Seiryo.”

            “Los peces desean enseñar a los pájaros a volar,” dijo el Escorpión con una seca risa. “Tu táctica ha tenido éxito. Aparentemente, Kaukatsu se lo pensó mejor el intentar conseguir la residencia de los Otomo. Ya ha partido hacia Ryoko Owari, quizás para interrogar a su hijo.”

            “Tanitsu lo hizo bien,” asintió Munemori.

            “Desde luego. ¿Qué le contaste? ¿Qué sabe ?”

            El Grulla agitó su cabeza. “Casi nada. Conoce la frase ‘Torre Umbría’, pero no tiene ni idea de lo que significa. Sabe que, de alguna manera, Ogura esta involucrado, como enemigo o aliado. Sencillamente usó unos pocos trozos de información que le di para distraer al Canciller y asegurarse la nueva residencia de los Otomo. Partirán hacia Kyuden Doji en menos de un mes. Ese chico es bastante extraordinario.”

            “¿Es peligroso?” Preguntó Seiryo.

            “¿Qué quieres decir?” Preguntó Munemori. “¿Peligroso para nosotros o lo suficientemente peligroso como para servirnos?”

            “Ambas.”

            Munemori se encogió de hombros. “Dije que apenas sabía nada. Lo que significa, tan inteligente como es, que solo es cuestión de tiempo el que descubra la verdad. Es demasiado astuto para dejar pasar algo así sin inquirir sobre ello.”

            Seiryo se apartó su capa, mostrando bajo ella, un brillo de acero. “¿Me encargo de él?”

            “No seas bobo,” dijo bruscamente Munemori. “Eso atraería sospechas. Y además, le revelé eso por una razón. Tiene un gran potencial, y yo estaré ahí para guiar su crecimiento. Tanitsu sería un buen elemento para nosotros; sea el heredero que sea el que herede el trono, nos escuchará. Los Grulla gobernaremos las cortes, los Escorpión gobernarán las sombras, y así…”

            “Como debería ser,” susurró Seiryo. “Como siempre tenía que haber sido.”

Las sombras de la noche crecieron más alargadas, mientras los dos hombres continuaron su discusión sobre Emperadores, clanes, y la conquista que habría...