Fuego y Aire

 

por Rich Wulf y Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki




“La serpiente enseño sus fieras fauces y siseó un terrible grito hacia los dos shugenja.”



Isawa Nakamuro paso su mano por la pared de piedra, maravillándose ante su suavidad y su rico color dorado. El Maestro del Aire miró hacia arriba, y a su orden, una brillante mota de fuego apareció y se fue girando hacia la oscuridad, iluminando la caverna. Las paredes parecían interminables. Aquí y allá, huecos circulares rompían la perfecta suavidad de la pared; cada uno tenía casi un metro de diámetro. El brillo amarillo de dos ojos grandes refulgía en uno de los más cercanos, reflejando la luz de la voluta de Nakamuro.


“Konnichiwa,” dijo Nakamuro, inclinándose un poco y sonriendo.


Una gran y plana cara emergió del agujero, rodeada de una melena de grueso y tieso pelo. La criatura parpadeó hacía Nakamuro con grandes ojos amarillos. “Pasas mucho tiempo en la Caverna del Oro, Isawa Nakamuro,” dijo la criatura. “Zelgk pensaría que seas un shaman en forma humana.” Un suave rugido salió de la garganta de la criatura. Una persona menos experimentada hubiese pensado que el sonido era amenazador; de las semanas que había pasado entre los zokujin, Nakamuro reconoció el sonido como una risa.


Nakamuro se encogió de hombres. “Este es un sitio precioso, Zelgk-san,” dijo el Fénix. “Nunca antes había visto piedra como esta.”


La criatura asintió. “Esta caverna es un lugar sagrado,” dijo el zokujin. “La voz de los espíritus de la tierra es fuerte aquí.” Los ojos de Zelgk miraron hacia arriba; miraba a parpadeante espíritu de fuego de Nakamuro con franca curiosidad.


“Les puedo oír,” dijo Nakamuro. Como todos los shugenja, Nakamuro podía oír las voces de los espíritus del fuego, tierra, aire y agua cuando quería escucharlos. Aunque su maestría de la magia de la tierra era bastante pobre, incluso él podía sentir el poder de este sitio. Aunque no había visto la luz del sol desde la Batalla de la Nieve y el Fuego, estar en un sitio así le hacía sentirse mucho más confortable con su destino.


De un solo y ágil brinco, Zelgk saltó desde su elevada posición y cayó de cuclillas al lado de Nakamuro. “A tu amiga no le gusta este sitio,” dijo Zelgk, mirando hacia el Fénix más alto.


Nakamuro frunció el ceño. “Shaitung no es mi amiga,” dijo. “No se si alguien podría llamarla amiga.”


Zelgk asintió despacio. “Ella es solitaria, como una montaña,” dijo. “Dura, fría, inflexible. Es una gran pena. Si hubiese sido una zokujin, sería una poderosa shaman.”


“Entre nuestra gente, ella es una poderosa shaman,” dijo Nakamuro. “Derrotó a cinco de los más grandes. . . shamanes. . . en nuestro Imperio humano.”


Zelgk agitó lentamente su gran cabeza. “Shaitung me lo contó,” dijo. “Me dijo que tu eras uno de ellos.” El zokujin cogió una pequeña piedra entre dos dedos, la consideró por un momento, y se la metió en la boca. Miró a Nakamuro inquisitivo.


“Es verdad,” asintió Nakamuro. “Éramos enemigos, antes de venir aquí. Nuestros clanes estaban en guerra. Los clanes. . . son similares a vuestras tribus.”


El zokujin parpadeó. “Zelgk sabe eso,” dijo. “No puedes vivir bajo el Imperio durante once siglos sin aprender algo sobre el. Piensas que pudimos aprender vuestra lengua, ¿pero no saber nada sobre vuestros clanes?”


“Creo que no había pensado nada sobre ello,” rió Nakamuro. “Perdóname, por favor.”


Zelgk asintió lentamente. “Continúa historia. Nakamuro parece hombre pacífico. ¿Por qué luchas contra Shaitung?”


“No fue mi decisión,” dijo Nakamuro. “Yo esperaba resolver el conflicto entre nuestros dos clanes sin incidentes, pero había otros que no estaban de acuerdo. Algunos de mi clan echarían la culpa a Shaitung de los crímenes de su padre.”


“El Oráculo Oscuro del Fuego,” dijo el zokujin, sus ojos entrecerrándose. “Contra el que mi gente lucha.”


“Si,” contestó Nakamuro. “¿Ha habido algún progreso?”


“No,” dijo el zokujin. “La tribu de Zesh pierde terreno cada día ante Tamori y sus terrores. Retroceden hacia las profundidades de la tierra cada día que pasa. Muy pronto, tememos que incluso la sagrada Caverna del Oro se pierda.” El zokujin miró hacia Nakamuro con amplios y dorados ojos. “Entonces todo estará perdido.”


“Deberías dejar que te ayudásemos,” dijo firmemente Nakamuro. “Shaitung y yo somos ambos poderosos shugenja. Nuestra magia podría ayudar a cambiar la marea contra vuestros enemigos.”


Zelgk dio un corto gruñido de risa. “Humanos necesitan luz para viajar por las cuevas.” Gesticuló hacia la llama que revoloteaba cerca de la cabeza de Nakamuro. “Demonios de fuego os podrían ver en cuevas a mucha distancia. Seríais más un estorbo que una ayuda. Si ayudar queréis, quedaros aquí en cuevas, prepararos para luchar cuando los terrores finalmente lleguen.”


“Si estás seguro,” dijo Nakamuro. “Aún creo que debe haber alguna manera en la que os podamos ayudar.”


“Y por supuesto tus propias opiniones son más importantes que las de los demás, sin importar lo sabias que sean,” dijo una fría voz desde el otro lado de la cámara. “Tan Fénix.”


Una luz parpadeante apareció en la fuente de la voz, iluminando la figura de
Tamori Shaitung. Era alta, delgada y exótica. Tenía rasgos agudos, pero elegantes. Anduvo a través de la caverna dorada hacia Nakamuro; el sonido de garras barrenando resonó tras ella. Igual que a Nakamuro, no se la permitía ir a ningún lado dentro de las cuevas sin un guardián zokujin.


Aunque le perturbaba mucho pensarlo a Nakamuro, Shaitung aún le consideraba un enemigo. En la superficie, que estaba muy por encima de esta caverna, sus clanes – Fénix y Dragón – estaban en guerra. A Nakamuro nunca le había gustado los conflictos armados, pero la decisión de entrar en Guerra no había sido suya. Él era un miembro del Consejo de Maestros, los más poderosos y preeminentes shugenja Fénix. Cuando su clan tenía necesidad, no podía hacer otra cosa que estar ahí, incluso si significaba ir a la guerra. No odiaba al Clan Dragón, y consideraba desafortunada esta guerra. Había aprendido pronto en la vida que aquellos que hacen la guerra, recogen solo muerte. Durante la Guerra de los Espíritus, los soldados del Crisantemo de Acero secuestraron a varios niños Fénix, intentando extorsionar la cooperación de su clan. Los soldados mataron al primer amor de Nakamuro, Isawa Yaruko, hija del Maestro de la Tierra Isawa Taeruko. Aunque solo era un niño en ese momento, Nakamuro se echaba la culpa de no haber podido salvar a Yaruko. Sintió que Taeruko también le echaba la culpa, haciendo que muchos de sus argumentos para una resolución pacífica no fuesen escuchados por los demás miembros del Consejo.


Shaitung, por el otro lado, tenía un gran odio hacia los Fénix. Su padre había sido Agasha Tamori, el último Daimyo Dragón de la familia Agasha. Treinta años atrás, la familia Agasha había desafiado los deseos de su padre, y se habían ido al Fénix. Su padre se embarcó en una gran cruzada para forzar a que los Agasha volviesen, aliándose con Hantei XVI, el Crisantemo de Acero, durante la Guerra de los Espíritus. Los consejos de Tamori llevaron a los ejércitos del Hantei contra el Clan Fénix.


Cuando se forjó un tratado para acabar con la guerra, el Crisantemo de Acero recompensó a su perdido servidor, demandando que se fundase una familia con el nombre de Tamori. Irónicamente, Agasha Tamori desapareció antes de que pudiera disfrutar de su premio. Volaron los rumores diciendo que Tamori había sido un maho-tsukai que finalmente había encontrado su Mancha demasiado difícil de ocultar, y que se había tomado su propia vida, avergonzado. Incluso los Dragón generalmente consideraban con desdén y sospecha a la familia Tamori, debido a la conexión del que les dio el nombre con el Crisantemo de Acero. Este era el legado que Shaitung, la hija única de Tamori, había heredado. Las circunstancias la habían forjado en una líder fuerte y en una poderosa shugenja, pero también la habían llenado de odio.


La reciente guerra entre Dragón y Fénix había empezado cuando erupciones volcánicas en territorio Dragón, forzaron a sus campesinos a buscar sitios cultivables en tierras que los Fénix consideraban suyas. Lo que podía haber acabado diplomáticamente se convirtió en una guerra abierta, debido al existente resentimiento entre las familias Tamori e Isawa. La guerra llegó a su clímax durante la Batalla de Nieve y Fuego. Tamori Shaitung se adelantó para retar a todo el Consejo a un combate personal. No había forma de que un solo shugenja se pudiese enfrentar a todo el Consejo y sobrevivir, pero Shaitung no había previsto sobrevivir. A través de una combinación de preparación y determinación, consiguió arrastrar a todo el grupo a una caverna en las profundidades de la tierra.


Ahí, Shaitung y el Consejo se encontraron con una sorpresa. Los rumores de la corrupción de Agasha Tamori no solo eran verdad, si no que se habían quedado cortos. Tamori había desaparecido para contestar a una nueva llamada – la llamada del propio Jigoku. Retirándose a las profundas cuevas bajo las montañas, se había convertido en el Oráculo Oscuro del Fuego. Había sido él el que había alentado las llamas de la guerra entre Dragón y Fénix, al provocar las erupciones volcánicas. Toda la guerra había sido planeada para descarrilar la campaña planeada por el Clan Fénix contra la Tierras Sombrías. Tamori estaba preparado para hacer cualquier cosa y así destruir la esa amenaza contra su nuevo centro de poder – incluso sacrificar a su propia familia.


Nakamuro y Shaitung habían escapado por los pelos de su confrontación con el Oráculo Oscuro. Los otros Maestros no habían sido tan afortunados. La última vez que Nakamuro les había visto, estaban siendo sepultados bajo un muro de lava invocado por Tamori. Justo después de escapar del Oráculo, las extrañas criaturas que luego habían sabido que eran zokujin, les habían descubierto. Los zokujin tenían una fuerte conexión con los espíritus de la tierra, y les perturbaba la presencia del Oráculo Oscuro. Mientras los Dragón y los Fénix luchaban en la superficie, los zokujin habían estado luchando en estas cuevas contra los sirvientes del Oráculo Oscuro durante meses, incluso antes de que llegasen Nakamuro y Shaitung.


“Shaitung,” dijo Nakamuro, inclinándose ante la Dragón. “¿Donde has estado?”


Shaitung se rió del Fénix. “¿Te das cuenta de nuestra situación? Estamos embotellados bajo la tierra sin la luz del sol, forzados a usar nuestra magia para invocar suficiente comida para sustentarnos entre todos estos comedores de piedras, con un ejército de terrores elementales que nos impiden avisar al Dragón de los planes de mi padre. ¿Dónde te crees que he estado?”


Nakamuro se cruzó de brazos dentro de sus mangas e inclinó un poco su cabeza. “Soy consciente del peligro en el que nos encontramos, Shaitung-san,” contestó. “Pero, no veo el porqué de rendirse al enfado. Después de que volvamos a la superficie, habrá suficiente tiempo para continuar con nuestra ridícula guerra. Mientras tanto, podemos ser corteses el uno con el otro, y aprender todo lo que podamos de los zokujin.”


“Te podrás contentar con ser un prisionero, pero yo no. Mientras has estado admirando estas cuevas, he estado planeando. Creo que se lo que hacer con el Oráculo Oscuro.”


“¿Si?” Preguntó Nakamuro. “¿Significa esto que al fin estás preparada a confiar en mi?”


“No, simplemente necesito tu ayuda.” El mentón de Shaitung estaba fuertemente cerrado; Nakamuro se daba cuenta que el pedirle ayuda no le había sido anda fácil.


“Puedes confiar en que haga todo lo que pueda, Shaitung-san,” dijo con una respetuosa reverencia. “¿Cual es tu plan?”

 

“He oído leyendas de un hechizo que permite a un maestro de la magia del aire transportarse de un lugar a otro,” dijo ella. “¿Es verdad?”


“Si,” contestó Nakamuro. “Un hábil shugenja puede conseguir que los kami del aire abran un camino a un reino llamado el Sendero. A través del Sendero, un shugenja puede llegar a cualquier sitio que le sea conocido. Un shugenja con talento puede mover a un ejército completo por el Sendero.”


“¿Y tu conoces este hechizo?” Preguntó ella.


Nakamuro asintió. “Si, aunque no nos ayudará nada. Su alcance es limitado, y el shugenja tiene que poder ver claramente su destino. Debido a nuestra. . . abrupta. . . llegada bajo tierra, no tengo ni idea donde estamos bajo la tierra, o hacia donde están Shiro Tamori o Kyuden Isawa en la superficie. Cualquier intento de volver a casa a través del Sendero sería extremadamente peligroso.”


“No quiero que nos lleves de vuelta a casa,” dijo Shaitung. “Quiero que nos lleves al sitio donde nos enfrentamos con mi padre.”


“¿De vuelta a la guarida del Oráculo?” Nakamuro estaba sorprendido. “¿Por qué estaría él ahí? Seguramente se fue a nuevo lugar cuando violamos su privacidad.”


“A mi padre no le gustan los cambios,” dijo amargamente Shaitung. “Como debes de recordar, estaba vehementemente contra la defección de los Agasha al Fénix. Y además, tiene sentido. Después de todo, los zokujin han intentado encontrar un camino para pasar del Oráculo y de sus terrores elementales, y han fracasado. Nosotros hemos intentado encontrar un camino, y también hemos fracasado,” dijo Shaitung. “Claramente, él ha establecido lo que cree que es el centro de su territorio. Creo que hay que hacer un nuevo plan. Se acabó de esconderse bajo tierra.”


“Derrotó a todo el Consejo. Los zokujin han luchado contra él durante meses. No podemos derrotarle.”


“Y una solitaria chica nunca podría derrotar al Consejo de Maestros. Creía que habrías aprendido que era un error minusvalorarme, Isawa Nakamuro.”


“Tienes razón,” concedió Nakamuro. “Te escucho.”




Tamori pasó por la tierra como una gran bestia excavadora. Era un material tan crudo, no como el delicioso y ardiente toque del fuego. Los últimos días había estado dirigiendo y amplificando el poder de sus terrores. Sería refrescante volver a su cámara personal, y bañarse en el dulce liquido de su estanque de lava. Había pasado mucho tiempo desde que se había permitido ese placer.


El Oráculo Oscuro explotó a través del suelo de su cámara. Ya podía sentir el calor de su estanque, lo que trajo una sonrisa a su cara.


“Hola otra vez, padre.”


Tamori se volvió despacio para dirigirse a la voz. Dos figuras estaban en las sombras de la cámara, iluminadas solo por el sutil resplandor de la lava. “¡Hija!”
Exclamó con una siniestra sonrisa. “¡Es maravilloso volverte a ver! Parece como si tu y tu. . . amigo acabaseis de estar aquí.”


“No estamos aquí para hablar, padre,” dijo Shaitung concisamente.


“¿Entonces por qué estáis aquí, querida mía?”


“Si pudiese hacer lo que quisiera, preferiría limpiar la mancha que hay sobre el honor de nuestra familia, que es en lo que te has convertido,” contestó la shugenja, odio evidente en su voz.


“¿Y tu?” Tamori miró a Nakamuro. “¿Has vuelto para hacerme una oferta mejor? O quizás quieras venganza. - Si, te recuerdo, Fénix, aunque entonces solo eras un niño. Eras el que lloraba como una mujer cuando los soldados Hantei mataron a tu amiguita. . .


El habitualmente pacífico Maestro del Aire gruñó con rabia, pero le detuvo la mano de Shaitung sobre su brazo. “Nakamuro sabe que no puede aceptar ninguna oferta tuya, padre. Sabe bastante de las maneras de los Oráculos. Por ejemplo, me asegura que un Oráculo Oscuro no puede usar sus poderes contra otro ser sin ser invitado o atacado.” Miró de reojo a su compañero Fénix. “Y yo he venido a descubrir si queda algo de mi padre en ti.”


La risa del Oráculo era tan genuina como inesperada. “¡Ah, eso es magnífico! ¿Qué iluminado de tu parte!” Tamori verdaderamente se limpió una lágrima mientras su risa disminuía. “Tu amigo tiene razón. Pero, afortunadamente, me invitaron a provocar hostilidades entre vuestros respectivos clanes.


“¿Por quién?” Demandó Shaitung.


La sonrisa de Tamori se volvió aún más amplia. “¿Quieres decir que no lo sabes? ¿De verdad? Niña boba. Digamos que era alguien que tiene un considerable rencor contra los Agasha por su deserción,” sonrió Tamori. “Y gracias a su invitación, puedo actuar en contra de cualquier Fénix que quiera.” Miró a Nakamuro con una mirada terrible. “¿O quizás este quiera avanzar su conocimiento de los Oráculos, uniéndose a mi causa?”


“Eres una abominación,” dijo suavemente Shaitung.


“Si, lo soy,” contestó Tamori. “Si recuerdo bien, te uniste a los Maestros en mi contra.” Una gran serpiente de fuego se elevó del estanque que estaba tras Tamori mientras este hablaba, enrollándose en su cuerpo sin ningún efecto aparente. “Contra tu padre. Tu propia carne y sangre. Si alguna vez hubo una invitación, me la has dado tu.” La serpiente enseñó sus ardientes fauces y siseó una terrible nube de vapor hacia los dos shugenja.


Shaitung dio un gran grito. A Nakamuro le pareció, a partes iguales, ansiedad y ciego odio. Poder irradiaba de ella como una forja que repentinamente resplandecía a la vida, y en ese momento, Nakamuro entendió perfectamente como Shaitung podía haber derrotado a los Maestros. Ella era una fuerza primordial y pasional de la naturaleza. Y desde luego, se parecía a su padre.


Tamori y su hija se juntaron con una fuerza que parecía como si las propias Fortunas estuviese entrando en combate. Shaitung invocó grandes pilares de tierra que lanzó contra su padre una y otra vez, para que él los fundiese con el increíble calor de su magia. Tamori mantuvo su sonrisa, pero Nakamuro podía sentir que hasta él estaba asombrado por la ferocidad del ataque continuó de Shaitung.


Nakamuro luchó por mantenerse en pie, mientras la cámara retumbaba por la batalla. Las paredes se desmenuzaban y balanceaban peligrosamente, y Nakamuro se encontró lanzado al suelo, encontrándose cara a cara con un abrasado cadáver en un kimono chamuscado que reconoció. “Riake,” susurró. Sintió el principio del pánico florecer en su pecho, propagándose por sus miembros como un reguero de pólvora. Poniéndose de pie de un salto, miró alrededor suyo desesperado.


Allí. En la pared del norte. Los temblores habían abierto un túnel que antes había estado bloqueado. ¿Era eso la luz del sol? ¿Era posible que este túnel llevara hasta la superficie? ¿Podía albergar la esperanza de que escapar era posible? Apretó los dientes mientras miraba hacia la batalla.


“¡Nakamuro!”
Gritó Shaitung. “¡Ayúdame a destruir esta porquería!


Continuará. . .