La Guerra de los Espíritus

Relato del Libro de Reglas

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Hace Casi Quinientos Años . . .

 

No Hay Demora En La Ejecución. La ofensa de tu hijo es inexcusable. Por dudar de mi juicio, te unirás con él. Guardias” – hizo perezosamente un gesto el Imperial Hantei —“quitarle la cabeza al Campeón Grulla.”

 

Los años no son importantes. Solo son importantes los Eternos Sol y Luna dando vueltas en el cielo, sobre el Imperio. Solo los Hantei, cuya palabra es ley, están sobre todo lo demás. Mi deber es servir.

Mi nombre es Hida Tsuneo, y soy el Campeón del Cangrejo. Ahora estoy sobre la muralla al lado de mi Hantei, inclinándome ante él mientras dice palabras inmortales.

Recuerdo su voz del pasado: “Nunca, Madre, me has decepcionado tanto.” Hantei XVI era un hombre alto y delgado, con hombres demasiado anchos para su enjuto esqueleto. Su nariz ganchuda flotaba sobre un delgado bigote y una barba delicadamente recortada por cien cortesanos que le servían. “Nunca antes, Otomo-san, me has permitido cogerte de esta manera,” continuó, pasando sus delgados dedos por los dobleces de su dorado kimono. “Te había creído más lista. Después de todo, ¿no nací de ti?”

“Y otros cuatro.” El silbido llegaba desde los rotos dientes de la mujer. Ella dejó de mirarle para escapar de su heladora mirada y del apestoso olor que era su vida. Sangre goteaba al suelo ante el trono del Hantei. “Cuatro. . . a los que mataste.”

“Si, por supuesto.” El Hantei sonrió casi tranquilizadoramente, haciendo una señal al guardia Seppun para que quitase otro dedo de la mano de la cortesana.

Ella no gritó cuando se lo hicieron – solo tembló. Sangre manchaba su cara pintada de blanco. Una máscara Escorpión, pensé, adecuada para una Emperatriz.

Los guardias se echaron hacia atrás, y varios de los cortesanos reunidos en la habitación parecían más pálidos que antes. Yo no sabía por que. Esta no era la primera vez que el Hantei Imperial ‘castigaba’ a miembros de su familia. Los demás habían muerto después de un castigo similar, matados por traiciones tanto reales como imaginadas. El Hantei nunca había permitido la traición – ni siquiera la traición de pensamiento.

Incluso en ese momento, diez veces diez cadáveres Seppun colgaban de altas picas a todo lo largo de la Carretera Imperial de Otosan Uchi. Su crimen había sido seguir a un hombre que no les respetaba. El Emperador les había ordenado destruir a todos los samurai de la provincia Chokai de las tierras Mirumoto. Pero fracasaron, y murieron. Dos Mirumoto escaparon para contarlo.

Hantei continuó, “Intentaste envenenarme, Madre.”

“Intenté salvar al Imperio de ti,” tosió, costillas rotas haciendo suaves protuberancias en su elaborado kimono. Esta había sido la primera vez que su hijo la había llamado a su presencia en tres años. Sus doncellas decían que había pintado cada dorado gorrión de su kimono con un pincel hecho de su propio pelo. Ahora, sangre y saliva cubría a los gorriones, y sus ancianos huesos no eran más que rotas alas. “Te maldigo, Hantei Okucheo, a que sufras por cada muerte que has causado, y que el Imperio nunca más tenga que aguantar tu peso.”

Hantei XVI sonrió suavemente. “Matar a la Emperatriz consorte, Tsuneo-san. No sirve para nada más.”

Soy un Cangrejo. No cuestiono.

Otomo Kaoichihime me miró con ojos cansados mientras levantaba mi espada.

“No, Tsumeo-san,” murmuró Hantei – un débil susurro mientras que enderezaba su túnica, “con tus manos. No merece más que los goblins con los que luchas en la muralla.”

Sentí su pelo entre las palmas de mis manos llenas de callos, sentí su carne estremecerse una vez al empezar a romperse su cráneo. Ella me susurró antes de morir.

Su sangre bajó por mis dedos.

Y ahora estoy sucio. Recuerdo la asquerosa sensación de grasa sobre mis manos cuando cayó al suelo, la espesa pasta que manchaba mis ropas. Nunca lo olvidaré – los Kami no me dejan.

Morí sucio.

Los guardias invadieron el salón del trono y destruyeron al Crisantemo de Acero. Guardias Grulla. Guardias León. Guardias Fénix y Escorpión – y Seppun. Mi Emperador fue traicionado, destruido. Y yo no luché para salvarle.

Me quedé sobre el cuerpo mutilado de su madre, mis manos temblando. Diez veces mil samurai con ojos vacíos mirando desde sus picas, con la carne pudriéndose en la Llanura de los Setecientos Soldados, con cuerpos que eran escombros en la base de los acantilados Fénix – me susurran en Jigoku.

Morí en segundos.

Le llevó diez días al Emperador.

A quien fallé: ¿al Emperador o al Imperio?

 

 

Ahora Toturi se sienta en el trono de jade, pero el salón del trono es el mismo. Recuerdo cada detalle; aún veo la sangre de Kaoichihime manchando su propia túnica de gorriones. Veo sus huesos desparramados por el suelo.

La muerte no me ha cambiado. Jigoku no me ha cambiado. Volver desde la tumba a este nuevo cuerpo no me ha cambiado. Estoy al lado de mi Emperador, y aún oigo sus órdenes. La magia de una poderosa puerta que llevaba a la tierra de los muertos – una puerta ahora destruida – ha traído que renazcamos en el Imperio. No podemos volver, excepto muriendo una vez mas. Recuerdo la voz de Kaoichihime mientras escucho a Hantei.

“Me devolverás el trono a mi y a mi linaje, Toturi-san, o te echaré de el.” Sus palabras son suaves, sedosas – pero recuerdo la daga insertada en su cuello por su propio hijo. “Obedecerás las órdenes del Imperial Hantei.”

“No,” dice el hombre en el Trono de Jade. “No te puedo devolver lo que las Fortunas y los Kami me han dado. No traicionaré su confianza.”

“Entonces sentencias a tu gente a la muerte,” ronroneó Hantei XVI.

“Si te doy el trono, sentencio a muerte a todo el Imperio. He tomado una decisión, y la haré cumplir.” Toturi está impasible. Ahí hay un Emperador digno de respeto.

Solo deseo que me pudiese unir a él.

Hantei no se inclina al abandonar el salón de audiencias, pero yo permanezco el tiempo suficiente para inclinar mis ojos ante el hombre que está en el trono. Creo que lo entiende. Debo obedecer a mi Emperador. Si hay una batalla, lucharé con cada gramo de mi ser, y manejaré el peso de mis legiones como ordene Hantei XVI. Pero esta guerra de espíritus no me gusta.

Esta vida no me gusta.

“Tsuneo,” dice Toturi, “¿por qué le sigues?”

Levanto la vista, y sé que mis ojos traicionan mi alma. “Siempre le he seguido.”

“Este es un Imperio nuevo, Tsuneo. Vuelve a tu familia. ¿Cómo les puedes abandonar?”

“Le he servido durante quinientos años,” susurro. “¿Como puedo dejar de seguirle?”

 

El susurro de Kaoichihime me vuelve mientras sigo a Hantei XVI por las doradas llanuras, de vuelta a nuestras tropes en el distante sur: “Te maldigo, Tsuneo, a que le sigas en la muerte. . . y más allá.”

Perdóname, Rokugan.

Perdóname.

 

 

Ha Pasado Una Generación, y los espíritus liberados a través de la Puerta del Olvido se han asentado en el Imperio. Pero no son espíritus pacíficos y maleables cuyo único deseo es retirarse y vivir sus vidas sopesando el significado de la muerte. Antes bien, son memorias de unos tiempos más violentos – cuando ellos gobernaban el Imperio y cuando Rokugan temblaba bajo sus órdenes.

A su cabeza está la renacida sombra de Hantei XVI, llamado el Crisantemo de Acero.

El más temido tirano de la historia del Imperio.

Lidera un ejército de viejos espíritus que murieron en guerras largo tiempo olvidadas, que derramaron su sangre en luchas y deshonrados, o que murieron por un Imperio que ya no los quiere. El Imperio ya no los quiere.

Pero ellos no pueden olvidar.

El retornado Emperador Hantei ha retado a Toturi por el Trono de Jade, alentando una Guerra entre los renacidos y los vivos. Toturi ha ordenado que todos los espíritus o se metan en los monasterios o que se vayan del Imperio – esto último ya sea viajando a otras tierras o saltando desde los altos acantilados de Otosan Uchi. Aquellos que eligen la muerte vuelven a Jigoku con todos los honores.

Pero desde tierras Cangrejo se levanta un ejército, constituido por espíritus samurai que rehúsan que Toturi les eche tan pronto después de haber renacido. Marchan detrás de un temible general, Hida Tsuneo, que dice ser el Campeón Cangrejo. Algunos de entre los vivos se le han unido, e incluso aquellos que luchan contra él respetan su habilidad y su honor.

Seis de los Siete Clanes están unidos tras Toturi, sus banderas bajo sus órdenes. Solo los Fénix han retirado sus tropas: los espíritus les amenazan; los samurai de Tsuneo han capturado a sus hijos. Tsukune debe elegir: o traiciona a Toturi, o el futuro de su clan morirá.

La Guerra de los Espíritus asola diez veranos, culminando en la Batalla del Honor Ahogado, la Batalla de los Callados Vientos, y en otros frentes. Tsuneo es astuto y tiene espíritus a sus órdenes con nada que perder. Si fracasan, Toturi les forzará a abandonar el Imperio o a volver a la muerte. Creen que luchan por la verdadera línea Hantei, nunca viendo el loco brillo en los ojos de Hantei XVI.

Han destruido las tierras Asahina. Los Unicornio han perdido Shiro Iuchi. Los espíritus han forzado al León, muy mermados tras la Batalla de la Puerta del Olvido, a retroceder al Paso Beiden, y están junto a los Escorpión de Bayushi Yojiro, y se preparan para una batalla final. Si fracasan, Tsuneo conseguirá llegar a Otosan Uchi y pondrá a un tirano en el trono.

Si triunfan, el Imperio cambiará para siempre...