La Guerra de la Rana Rica

Quinta Parte

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Hitomi Sendatsu y Mori Saiseki

 

 

Korin era igual de pío que cualquier samurai. Solía visitar regularmente los santuarios cercanos a Kyuden Ikoma, rezando a sus ancestros y a las Fortunas, pero sin prestarles nunca demasiado interés. Encontró extraño que últimamente los dioses y espíritus estaban más en su mente. Rezaba a menudo, pero no pedía que le guiasen. No pedía que el León encontrase la victoria en esta guerra. No pedía perdón o una oportunidad de redención – no se merecía tales cosas. Pedía sólo que los dioses y los ancestros volvieran sus ojos hacia esta guerra. Pedía que vieran lo que sucedía aquí y se dieran cuenta de que no habría honor en esa victoria, ninguna gloria que ganar. Seguro que no debían haber visto lo que sucedía en Kaeru Toshi. ¿Qué dioses permitirían tal cosa?

Las Fortunas aún no habían respondido a Korin, pero él no cejaba en su empeño.

Afortunadamente no había escasez de santuarios cerca de Kaeru Toshi para que rezara. Esta tierra había sido una vez territorio Unicornio, aunque los Unicornio eran indiferentes amos, pero los nómadas se tomaban su fe en serio. Incontables pequeños santuarios salpicaban la llanuras, así que no importaba que trecho de camino pudiera un Unicornio llamar hogar, nunca se hallaba lejos de un lugar para honrar a sus ancestros y a sus dioses. Este en el que se encontraba ahora Korin, apenas a un día de Kaeru Toshi, estaba en mal estado. Abrió la puerta de un empujón y vio que el interior había caído en un estado lamentable. Una estatua de una Fortuna había caído en la parte de atrás del edificio. Mientras Korin ataba las riendas de su caballo a un poste y entraba en el pequeño y polvoriento edificio, se preguntó adónde se habrían ido los monjes. Lo más seguro es que hubieran huido poco después de que comenzara la guerra.

“Quizás no nos hayáis abandonado,” dijo Korin, arrodillándose y enderezando la estatua de madera de un empujón. Miró a los ojos huecos de la Fortuna. “Porque nosotros os hemos abandonado.”

La desgastada escultura representaba a un hombre mayor con una sonrisa triste y enigmática. Korin no sabía decir si era Jurojin o Fukurokujin. Al final, en realidad no importaba. Todavía arrodillado, Korin colocó sus espadas en el suelo, inclinó su cabeza, y comenzó a rezar.

Varias horas más tarde, se levantó de su vigilia, volviéndose ligeramente ante el sonido de movimiento fuera. Podía oír varios caballos, además del sonido metálico de armaduras. Cogió sus hojas y lentamente se levantó, la katana a mitad de camino fuera de su saya. La puerta del templo se abrió y entró una familiar mujer joven vestida con una pulida armadura dorada.

“Korin,” dijo con voz encantada, aunque sus ojos parpadearon momentáneamente ante su espada medio desenfundada.

“Kenji,” dijo tranquilo Korin, enfundando la hoja. Rápidamente se alejó de ella, volviendo a su vigilia ante la estatua de la Fortuna.

“Un saludo brusco para una vieja amiga,” dijo con voz decepcionada. “¿Qué he hecho para merecer tal grosería?”

“Nada,” dijo Korin, sin levantar la vista hacia ella. “Ni deberías avergonzarte tú misma con la presencia de un ronin traidor.”

“Ronin sólo porque quiere,” respondió Kenji. Se arrodilló a su lado, inclinándose hacia delante para mirar a sus ojos. Él mantuvo la mirada fija en el suelo. “Tu lugar entre nosotros permanece, si eliges volver.”

“¿Cómo puedo?” dijo Korin, mirándola desamparado. “Fallé a Otemi-sama. Murieron hombres por ese fallo. Si vuelvo, sólo pasará de nuevo. Yo… sé cosas que avergonzarían Señor Otemi, sin importar lo que haga.”

“¿Qué cosas?” preguntó mordaz Kenji.

“No puedo decirlas,” respondió Korin.

“¿Así que te escondes?” preguntó con burla Kenji. “¿Dejas de lado tu nombre León y tu honor porque ya no es conveniente?”

“No es tan fácil como haces que suene, Kenji,” dijo Korin. “He intentado hallar otra solución… esta es la única forma.”

“Entonces he cometido un error,” dijo Kenji, mirándole seria. “Te confundí con otro.”

“¿A qué te refieres, Kenji?” preguntó Korin.

“Ya conoces esta historia,” respondió. “Hace cinco años, mi hermana del Orgullo del León, Matsu Watako, estaba atrapada en territorio Fénix. Pedí permiso para dirigir una expedición para sacarla a ella y a su unidad, pero lo denegaron. Nuestras fuerzas estaban siendo puestas a prueba contra los Tsuno. Nuestros cortesanos alegaban que la protesta política por otra invasión de tierras Fénix sólo colocaría a nuestro clan en una posición imposible. A nadie le importaba que mi hermana y sus aliados ya estuvieran en una situación imposible, solos en tierras extrañas sin suministros, rodeados de enemigos.”

Korin apartó la vista de nuevo, inclinando la cabeza una vez más.

“Pero el comandante de Watako nunca perdió la esperanza,” continuó Kenji. “Hasta cuando estaba preparada para morir en un inútil ataque final a Shiro Shiba, perseveró y pidió paciencia. Aunque quedó malherido en su huida de los ejércitos Fénix, siguió presionando. ¿Cómo podía Watako desperdiciar su vida cuando este hombre tenía la fuerza para continuar? La misma idea era vergonzosa. La fuerza de Ikoma Korin fue tal que no pudo evitar crecer en ella.”

“No hice nada por Watako,” dijo Korin en voz baja. “Fueron Fujimaro y Mitsu los que nos salvaron.”

“¿Estás llamando mentirosa a mi hermana?” preguntó Kenji con voz peligrosa.

“Kenji, si supieras lo que sé no dirías tales cosas,” dijo.

“Entonces respóndeme a esto,” dijo. “¿Y si fuera yo? ¿Qué pasaría si fuera avergonzada y me expulsara del León? ¿No buscarías la verdad? ¿No me ayudarías a ser lo que merezco una vez más?”

Korin la sonrió con tristeza. “Kenji, merezco ser exactamente lo que soy ahora.”

“Tonterías,” espetó ella. Levantó la cara como si fuera a escupir, pero rápidamente echó un vistazo a la estatua de la Fortuna y decidió otra cosa. Con gracia se puso en pie y se movió hacia la puerta.

“Quizás tengas razón, Korin-san,” dijo débilmente mientras llegaba a la puerta del santuario. “Quizás no comprendo qué vergüenza te ha llevado a este punto. Quizás espero no comprenderlo jamás, pero yo comprendo una cosa que tú has olvidado.”

La miró por encima del hombro.

“Comprendo que para un León, siempre hay un camino para la verdad, un camino para la verdadera redención,” dijo ella con una pequeña sonrisa. “La gloriosa batalla. Otemi-sama me ha entregado mil guerreros León y marchamos en dos días sobre el pueblo de Sukoshi Zutsu. Lucha a mi lado, y redímete ante los ojos de Otemi.”

“¿Sukoshi Zutsu?” preguntó Korin, su voz temblando ligeramente. “¿Qué interés podría tener Otemi en tal insignificante lugar?”

“Basta con decir que su importancia se ha incrementado,” respondió Kenji. “Únete a nosotros de nuevo y podré decirte más. ¡Esta será la batalla que acabe esta guerra!”

Korin no dijo nada, sólo la contempló en un silencio atontado.

Kenji frunció el ceño y suspiró profundamente. “Bien,” dijo. “Si prefieres componértelas en vergonzante soledad, que así sea. Cuando estés preparado para saber una vez más que es ser León, únete a mi ejército en Sukoshi Zutsu.”

Con eso se volvió, cerrando la puerta de golpe. Sólo una franja de luz pasaba al desaliñado. El sonido de armaduras y caballos se alejó. Korin se metió en su gastado kimono y sacó la tira enrollada de pergamino que había encontrado en su alforja hacía dos días. Sólo había una línea de símbolos escritos en la página con una escritura limpia y sencilla.

“En Sukoshi Zutsu, el León sufrirá.”

Korin se llevó el mensaje a su nariz. El débil aroma de perfume de lilas había ya desaparecido, la única parte del mensaje que identificaba a su dueño.

Era el mismo perfume que la mujer de Ikoma Otemi, Yasuko, había llevado la noche que Korin no había podido matarla.

 

 

En el centro del campamento Unicornio había una enorme tienda de campaña, mayor que todas las demás. Era lo que los Unicornio llamaban un chomchog. Este era el verdadero hogar del Khan, mucho más que los muros de piedra de Shiro Moto donde recibía a los visitantes que no eran del clan. En la parte de atrás de la tienda de campaña, Chagatai, Khan del Clan Unicornio, estaba tumbado tranquilamente sobre un montón de almohadones forrados de piel. Esperaba pacientemente mientras sus consejeros le informaban los últimos acontecimientos de la guerra.

            Chagatai miraba su plato de comida masticaba pensativamente mientras escuchaba. Shinjo Shono estaba sentado junto a él, también escuchando cuidadosamente los informes. Shono no comía nada; ya comería después. El general Shinjo encontraba difícil disfrutar de las comidas mientras escuchaba informes de bajas. Se preguntó si envidiaba o apenaba la habilidad de su Khan para que no le afectasen esas cosas.

            “Mi Khan,” dijo un guardia, adelantándose e interrumpiendo el discurso de un oficial de suministros sobre las cada vez más escasas raciones del ejército. “Un explorador trae un informe urgente de las fuerzas del Comandante Rao.”

            El Khan miró intensamente al guardia, su ancha cara arrugándose en un gesto desagradable. Con un gesto despectivo, despachó el oficial de suministros. “Que pase inmediatamente,” ordenó Moto Chagatai.

            El guardia asintió y retrocedió para abrir la entrada al chomchog. Un explorador que no debía haber visto más de quince veranos entró dentro de la tienda de campaña, su cara y sus ropas llenas de polvo. Un ensangrentado vendaje le rodeaba un muslo. Aunque el chico intentó parecer mostrarse firme, Shono podía ver el miedo en sus ojos. Estás serían malas noticias; pocos hombres disfrutaban al darle malas noticias al Khan.

            “Mi Khan, Chagatai-sama,” dijo el explorador, arrodillándose y apretando su puño contra el suelo. Por la forma en que se movió, estaba a punto de desplomarse. “La guardia avanzada del Baraunghar ha sido aplastada.”

            “¿Aplastada?” Contestó Chagatai, su voz un profundo rugido. “Explícate.”

            “Nos tendieron una emboscada las fuerzas de Mirumoto Kei,” informó el explorador. “El capitán Jushiro informa de el setenta por ciento de muertos en dos divisiones, incluyendo la suya. Nos vimos forzados a retroceder hacia territorio Unicornio.”

            “¿Jushiro?” Preguntó el Khan. “¿Por qué no viene este informe del propio Rao?”

            “Muerto, por una flecha Mirumoto,” contestó el explorador.

            “Buena suerte ha tenido,” dijo sombríamente Chagatai. “¿Y qué hay de la tercera división?”

            “No ha habido informe de las fuerzas de Utaku Xiulian,” dijo el explorador. “Presumiblemente no ha habido supervivientes.”

            Chagatai frunció aún más el ceño. “¿Cómo te llamas?” Preguntó.

            “Jinturi, mi Khan,” respondió el explorador.

            “Has hecho bien informándome con tanta rapidez,” dijo Chagatai. “Una vez que hayas descansado y comido, te presentarás ante la Guardia Blanca. Necesitan los servicios de buenos exploradores.”

            Los ojos del explorador se abrieron de par en par con una mezcla de horror y sorpresa. Shono sintió algo frío en su estómago. Servir en la Guardia Blanca era un gran honor, pero un puesto peligroso. Eran las fuerzas más salvajes de las tropas de Chagatai, siempre luchando en el lugar donde la lucha era más encarnizada. Si siempre necesitaban exploradores era solo porque aquellos que iban por delante de ellos frecuentemente no regresaban. No había duda de que el Khan había recompensado a este chico por su sentido del deber, pero Shono se sorprendería si volvía a ver a Jinturi. El explorador se levantó e hizo una reverencia, con valor escondiendo el temblor causado por su cansancio, y se fue de la tienda de campaña.

            “General Shono, quisiera hablar contigo,” dijo Chagatai, lo suficientemente alto como para que todos le escuchasen. “Los demás… iros.”

            Los otros consejeros rápidamente se fueron, evacuando la tienda de campaña y dejando que Chagatai hablase con Shono.

            “El Clan Dragón…” dijo Chagatai, sus labios formando una pequeña mueca despectiva. “¿Qué piensas de su aparición aquí, Shono?”

            “Me preocupaba que esto pudiese pasar desde la muerte de Mirumoto Kyuzo,” dijo Shono con un suspiro. “Los Dragón se están volviendo más desesperados, más despiadados.”

            “Si,” contestó Chagatai, recostándose y tamborileando sus dedos sobre una rodilla. “Yo, también, me siento sorprendido por lo dignos enemigos que han demostrado ser. Estaba seguro de que las Doncellas de Batalla de Xiulian podrían con ellos.”

            Shono miró a Chagatai, su ojo de cristal brillando. La magia del ojo no sentía ni bravuconería ni preocupación en las palabras de Chagatai, solo algo de sorpresa. “¿Sabiais que los Dragón atacarían?” Preguntó Shono.

            Chagatai asintió. “Me habían dicho que ocurriría, pero no estaba seguro de si la fuente era fiable,” dijo. “Estaba convencido de que una división de Doncellas de Batalla podrían con cualquier cosa que los Dragón pudiesen tener.” El Khan meditó en oscuro silencio durante varios largos momentos. “No disfruto cuando me demuestran que me he equivocado, Shono.”

            “¿Qué ordenáis, mi Khan?” Preguntó Shono.

            “Coge a la mitad de la Guardia Blanca y tres divisiones,” contestó Chagatai. “Deseo que encuentres a Mirumoto Kei y a sus ejércitos. Rao y Xiulian les habrán causado bastante daño; no pueden haber huido muy lejos, desde luego no lo suficientemente rápido como para escapar de nuestros caballos, y desde luego no lo sutilmente como para escapar de tu ojo. Muéstrales lo que significa provocar la furia del Unicornio, Shono.”

            “Hai,” contestó Shono, asintiendo a Chagatai. Aceptó la orden con sentimientos encontrados. Sabía que los Dragón eran guerreros honorables. Solo servían los intereses del Emperador en esta guerra; su posición aquí era quizá más digna que la suya. A pesar de eso, si habían matado a otros Unicornio, no había otra cosa que hacer que castigarles.

            “Pero antes de que te marches, quiero que me aconsejes, Shono,” dijo Chagatai.

            “Por supuesto, mi Khan,” contestó Shono, mirando con curiosidad al Khan. Era inusual que Chagatai pidiese consejo.

            “El que me dijo que los Dragón atacarían me dijo mucho más,” dijo Chagatai. “Me dijo que los León conocen nuestro plan de mover la gran parte de nuestras fuerzas a Sukoshi Zutsu y usarla como base para su guerra contra el León. Los León ahora marchan para quitar a las fuerzas que nos quedan en ese poblado. Si los Dragón no hubiesen interferido, nuestro asentamiento en esa área sería lo suficientemente fuerte como para que ninguna fuerza León en el área inmediata nos pudiese retar. Ahora, el futuro no es tan cierto.”

            “Entonces, la acción más sabia sería retirar nuestras tropas del poblado antes de que sean destruidas,” dijo Shono. “Podremos vengarnos venciendo a los Dragón por su interferencia y volver a nuestras tierras. Ya hemos demostrado que estamos parejos en fuerzas con los León. Sería algo muy práctico. Tang podría seguir presionando a los León en las cortes; comprenderían que Kaeru Toshi no vale los problemas que les podemos dar. Se podría incluso obtener la ciudad por medios pacíficos.”

            “A, pero la paz nunca fue el objetivo,” dijo Chagatai.

            Shono arrugó su frente. “¿Qué queréis decir, mi Khan?”

            “La verdad está en una historia, Shono,” dijo Chagatai. “¿Tienes tiempo de que te cuenta una historia antes de que vayas a cazar a Mirumoto Kei? La historia de nuestro pueblo siempre ha recaído en sus historias, Shono-san, igual que su futuro.”

            “Claro, mi Khan.”

            La arrugada cara de Chagatai mostró una amarga sonrisa. “Hace algunas décadas, el Emperador Toturi se volvió loco,” empezó. “Se dice que fue poseído por el mismo espíritu asqueroso que abrió la Puerta del Olvido, pero esos detalles no son importantes. Durante esta locura dicto muchos edictos, edictos que luego fueron rescindidos. Entre ellos, declare que los León no eran dignos de mantener su posición como la Mano Derecha del Emperador.”

            “Sé todo esto, mi Khan,” dijo Shono. “Solo era un niño, pero estaba con mi padre en Otosan Uchi cuando se dictó ese decreto.”

            “Entonces sabes que proclamó al Unicornio su Mano Derecha” dijo Chagatai. “Sabes que en su servicio, cabalgamos por todo el Imperio, limpiando Rokugan en busca de la justicia. Le servimos bien. Derrotamos a sus enemigos. Nos enfrentamos al blasfemo Campeón de Jade en su guarida y sangramos y morimos al servicio del Espléndido Emperador. Y con el tiempo, cuando todo se acabó, el Emperador volvió a recuperar su cordura. Miró hacia atrás, hacia todas las cosas que había hecho durante esos oscuros años y revocó muchas de ellas. Entre las cosas que restauró fue a los León como su Mano Derecha.” Chagatai miró a Shono con seriedad. “Y nadie lo discutió. Nadie cuestionó sus acciones. Después de todo, ¿cómo podría un clan de ignorantes bárbaros servir mejor al Emperador que los León?”

            Shono no dijo nada.

            “Tú viviste en ese tiempo e incluso en tiempos anteriores, Shono,” dijo Chagatai. “Dime. Cuéntame el honor y la gloria que tenían los León en aquellos días. Háblame de esos grandes héroes como Okura y Ryozo. Dime como Matsu Tsuko se cortó su propio estómago antes que denunciar al Dios Oscuro. Cuéntame lo noble que era Akodo Kage. Háblame de estas cosas, Shono, y dime que los León son unos servidores más dignos del Emperador que nosotros.”

            “Con todo respeto, mi Khan, ninguna de esas cosas fueron tan simples como contáis,” dijo Shono, aunque no podía negar que sentía un poco de ira ante las palabras de Chagatai, “y nosotros los Unicornio tampoco estábamos libres de falta en aquella época.”

            “Hablas de tu padre,” dijo Chagatai. “Pero te contestaría que los Unicornio se ocupan de sus propios traidores.” Miró significativamente a Shono. “No quiero decir que los León no tengan algo de dignidad. Mi propia esposa es una León, su sangre corre por las venas de mi hijo. Pero ver como los León tropiezan tan ciegamente y a pesar de eso volver al favor del Emperador, un favor que nos habíamos ganado honradamente, y que nadie lo discuta, ¿qué tipo de insulto es ese? Esa historia hecha vergüenza sobre el nombre de todos los que se llaman a si mismo Unicornio. Que los León nos quitasen con tanta facilidad Kaeru Toshi solo aumenta ese insulto. Ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio.”

            “¿Por lo que al tomar Kaeru Toshi pensáis que volveremos a ser la Mano Derecha?” Preguntó Shono.

            “Por supuesto que no,” contestó Chagatai. “Pero demostraré al Imperio que somos igual de fuertes que el León. Es por eso por lo que ahora no podemos retroceder.”

            La finalidad de esa frase llenó a Shono de miedo. “¿Entonces que haremos?” Preguntó Shono.

           “Los León piensan que no sabemos que se dirigen hacia Sukoshi Zutsu,” dijo Chagatai. “Mi caballería es la más rápida del Imperio. Mientras tú cazas al Dragón, las fuerzas del Khol cabalgarán hacia el poblado. Si conseguimos llegar a tiempo, el León sera aniquilado.”

            Shono sabía que no debía cuestionar que pasaría si el Khan no llegase a tiempo. Un Unicornio, y mucho menos el líder de todos los Unicornio, no fracasaría así. Pero aún así miró a su señor con expresión de preocupación. ¿Por qué pondría tanta fe Chagatai en la palabra de un espía, y mucho menos en un espía que decía saber los planes de los ejércitos León y Dragón? ¿Quién podría ser esa persona? Shono sabía que no debía preguntar; Chagatai guardaba bien sus secretos.

            “Entonces os deseo buena suerte, mi Khan,” dijo Shono, levantándose e inclinándose. “Me uniré a vos en Sukoshi Zutsu cuando el Dragón haya sido derrotado.”

 

 

Ikoma Otemi estaba sobre la muralla de Kaeru Toshi, observando a los ejércitos que tan recientemente se habían convertido en suyos moverse por los campos baldíos. La tierra que le rodeaba se hallaba reseca por el interminable combate. Toda la ciudad se hallaba cubierta por una delgada capa de polvo. A pesar de que los soldados presentaban una cara valiente, sabía que la moral estaba peligrosamente baja. Las raciones eran escasas y los trenes de suministros desde Kyuden Ikoma eran pocos y espaciados. Si ganaba esta guerra hoy llevaría meses si no años reparar el daño hecho. La tierra de labranza alrededor de Kaeru Toshi se encontraba ahora devastada e inútil. Un año de batalla había animado a los mercaderes sabios a encontrar otros lugares para negociar con sus mercancías.

Si no llegaba pronto la victoria, no habría nada por lo que luchar.

Las ordenes de Otemi desde Shiro Matsu eran claras. El honor del León estaba en juego ahí; la simple defensa no era suficiente. Tenía que asegurar Kaeru Toshi y llevar la lucha al Unicornio. Miró a Kaeru Meiji, que permanecía a poca distancia en la muralla.

“Arriesgamos mucho con esta táctica, Meiji,” dijo Otemi. “Es mejor que desees que tus Machi-Kanshisha no se hayan equivocado.”

“Tengo fe absoluta en ellos,” respondió Meiji con una ligera sonrisa.

Otemi estudió la cara de Meiji cuidadosamente. “Pareces de buen humor para un hombre asolado por la pena.”

Meiji miró a Otemi con sorpresa, y luego rió. “El asesinato de mi padre me afecta profundamente, os lo puedo asegurar,” respondió Meiji. “Sin embargo es mi obligación al León permanecer a vuestro servicio. Mi pena puede esperar, Otemi-sama, hasta que se gane esta guerra. Hablando de lo cual, aún creo que sería sabio enviar una unidad de mis Machi-Kanshisha para que sirvan de exploradores a Matsu Kenji. Nadie conoce estas tierras como ellos, y fueron ellos los que primero espiaron los movimientos de tropas Unicornio.”

“Kenji estará bien,” dijo Otemi, su voz tomando una ligera entonación. Volvió a mirar a sus ejércitos.

“Me pregunto si nuestro señor Nimuro tiene la misma confianza que vos,” respondió Meiji. “¿No desearía que sacaseis ventaja de cualquier oportunidad de victoria?”

“Eso haría,” respondió Otemi. “Nimuro estaría muy decepcionado si tomáramos cualquier acción que amenazara la seguridad de tropas León. Por lo tanto, mis órdenes permanecen.”

“¿Os referís a que no confiáis en mis hombres?” preguntó Meiji, asombrado.

Otemi miró fijamente a Meiji. “A lo que me refiero,” respondió lentamente, “es que Kenji y sus bushi son tropas veteranas, habituadas a luchar como una unidad cohesionada. Tus Machi-Kanshisha son irregulares habituados a luchar en combate de unidades pequeñas. Sólo la molestarán.” Se volvió para mirar a sus soldados.

“Y no,” añadió Otemi. “No confío en vosotros.”

“¿Porque somos antiguos ronin?” preguntó Meiji.

“Si fuera así, no confiaría en ningún Akodo, ya que muchos de ellos llevan sangre ronin,” dijo Otemi. “Vosotros los Kaeru sois diferentes. Erais mercenarios, contrabandistas. Mi tío creía que había puesto freno a vuestras tendencias deshonrosas ofreciéndoos lealtad, y bajo el liderazgo de vuestro padre quizás tuviera razón. Ahora, con franqueza, no estoy seguro de qué pensar. Su muerte ha debilitado mucho a tu familia, como sin duda pretendían los enemigos del León.”

“¿Entonces por qué hicisteis caso de mi aviso?” respondió Meiji.

“Porque si tus palabras son falsas y no hay una significante presencia Unicornio en Sukoshi Zutsu no arriesgo nada enviando una fuerza tan relativamente pequeña de tropas. Sin embargo, si tus palabras son ciertas, confío mas en Kenji que en cualquier otro para conseguir la victoria contra toda probabilidad.”

“Por vuestro bien, esperemos que el Señor Nimuro no esté decepcionado,” dijo Meiji.

Otemi se volvió y miró al hombre más pequeño, sus ojos fijos con una dura mirada feroz. Meiji no miró a los ojos de Otemi, sino que continuó mirando levemente a las tropas León que marchaban. Otemi pasó rozándole y bajó la escalera para encontrarse con sus oficiales. Meiji sonrió débilmente mientras el general se iba.

           

 

El viento aullaba por los caminos cercanos a Sukoshi Zutsu, como solían hacer los vientos en otoño en Rokugan. El otoño en las tierras León siempre había sido muy bello de ver, e incluso aquí, en lo que una vez fue territorio Unicornio, Korin tenía que concentrarse para no recordar memorias de su niñez. Esas memorias eran ahora dolorosas, sombras de una vida que nunca volvería a conocer. Siguió adelante, vigilando cautelosamente desde la distancia al ejército León. Les había seguido en silencio durante los últimos días. Creía que aún no le habían visto. Y si lo habían hecho, no habían hecho nada para detenerle. ¿Qué estaba él haciendo aquí?

            Se sintió obligado a buscar a Kenji, avisarla, ¿pero cómo podía? ¿Qué podría decir para que ella le creyese? No podía revelar lo que sabía sobre Yasuko. Kenji era una de las seguidoras más leales de Otemi; ¿qué pasaría si ella supiese la verdad sobre la esposa de Otemi? ¿Buscaría vengarse y mataría a Yasuko como él intentó hacer? ¿Sacarlo a la luz y avergonzar para siempre a Otemi? ¿Esconder el secreto como él había hecho y vivir en deshonor? Korin no quería que nada de eso le ocurriese a Kenji.

            ¿Y si estaba equivocado? ¿De verdad podía ir a ver a Kenji y avisarla que debía posponer su ataque simplemente porque una mujer que sabía que era una traidora le había avisado? Una cosa así sería absurda.

           Pero, algo le hizo dudar – la misma duda que le había detenido su mano cuando estaba preparado a matar a Yasuko con su espada. ¿Y si lo que había hecho Yasuko era verdaderamente por deber y obligación para con el Escorpión? Eso no perdonaba su crimen pero desde luego lo hacía más fácil de entender. ¿Y si era sincera cuando decía que verdaderamente valoraba igualmente sus obligaciones para con el León, y ahora quería ayudarles a ganar esta guerra? ¿Podía verdaderamente Korin rechazar la ayuda de un aliado tan poderoso cuando los León la necesitaban tanto? Si el Canciller Imperial estaba verdaderamente en contra de ellos, entonces podrían necesitar cualquier ayuda que pudiesen reunir.

            Al menos aquí sabría la verdad. Si las fuerzas de Kenji verdaderamente estaban perdidas, sabría que Yasuko era de fiar. Korin se odió a si mismo por incluso pensar eso, ¿pero que elección tenía? No había forma de convencer a Kenji de la verdad sin destruirla. Al menos sabiendo lo que quizás podría ocurrir, él podría marcar la diferencia.

            Y si fracasaba, ¿qué habría perdido el León? Solo a un deshonrado samurai que no quería informar que había una traidora en la cama de su señor.

            Korin frunció el ceño y espoleó a su caballo para que galopase. Dio un amplio círculo alrededor de las fuerzas León, esperando adelantarlas y poder ver el poblado. Salió del camino y se adentró en un bosque poco poblado de árboles, un remolino de secas hojas doradas volando en su estela. Si los mapas que había estudiado hacía tanto tiempo eran correctos, entonces Sukoshi Zutsu estaría detrás de la siguiente colina.

            Un leve movimiento, delante de él en el bosque hizo que Korin detuviese con rapidez su caballo. Tiró de las riendas y silenció a su caballo a tiempo para escuchar pesadas pisadas de caballo alejarse galopando. Korin saltó de la silla de montar, arrastrándose rápidamente entre los matorrales. Llegó al borde de un claro, y de repente le golpeó el olor a cobre de la sangre. Un cuarteto de guerreros con la armadura ligera de los exploradores León yacían muertos en el claro junto a sus caballos, llenos de flechas. Dos soldados Unicornio yacían muertos junto a ellos. Uno era un explorador, poco más que un niño. El otro era un Guardia Blanco vestido con una pálida armadura. El sashimono en su espalda llevaba un anagrama de una blanca máscara de kabuki. Los Unicornio no solo estaban preparados para el asalto León, ya habían matado a los exploradores de Kenji. El ataque comenzaría en cuestión de minutos, como mucho.

            Korin arrancó el sashimono de la espalda del Unicornio muerto y regresó a su caballo. Si volvía lo suficientemente rápido, aún podría avisar a los León. Quizás habría tiempo para preparar una defensa o incluso retroceder hasta que supiesen a cuantos se enfrentaban. Korin corrió hacia el camino, hacía las tropas León. Una avanzadilla de tropas León que había en el camino le cortaban el paso. Korin rápidamente detuvo a su caballo al ver las primeras líneas del Clan León, muchos de los cuales tenían preparados sus arcos. Se dio cuenta de que estos hombres no le conocían. Ya no llevaba símbolo alguno de familia o clan. Para ellos solo era otro ronin. Si se les acercaba demasiado alocadamente le dispararían y caería del caballo. Si se les acercaba con demasiada cautela nunca llegaría a tiempo.

            Korin empezó a cabalgar por el camino, el estandarte Unicornio en alto. Vio como un hombre rápidamente tensaba su arco y apuntaba.

            “¡Guerreros del Clan León, prepararos para la batalla!” Dijo, dejando que el ensangrentado estandarte de la máscara kabuki ondease bajo el fuerte viento.

            Vio a los León empezar a ponerse en posición mientras la flecha le golpeó el hombro. El arquero había acertado, pero su aviso había sido escuchado. Un coro de acero al desenvainarse resonó por el ejército León al mismo tiempo que el bramido de los cuernos de caza Unicornio llenaron el aire. Korin cayó con fuerza sobre los matorrales y sintió como su boca se llenaba de sangre. El mundo giro y se apagó por lo que le pareció que era solo un momento, pero cuando se le aclaró al vista, el camino estaba lleno del caos de la batalla. Estaba tendido junto a la base de un árbol, junto a un lancero León que estaba tendido boca abajo entre las hojas. Con entumecido horror se dio cuenta de que la única razón por la que aún vivía era que a nadie le importaba lo suficiente como para asegurarse de que estaba muerto.

            Korin se puso de rodillas como pudo, mirando la situación de la batalla. Las fuerzas Unicornio superaban en número a las León casi tres a uno. Las fuerzas León habían empezado una retirada ordenada, pero no con la suficiente rapidez. En la distancia podía ver el estandarte de Kenji. Ella formaba un círculo junto a sus oficiales, rodeados por las filas que avanzaban de los Guardias Blancos Moto. Vio el estandarte de Kenji desaparecer bajo la oleada.

            Korin maldijo. El aviso de Yasuko había ido verdad y él no había podido avisar a tiempo a Kenji; incluso ahora ella podía estar muerta. Solo quedaba una cosa que hacer para un León. Para un León siempre había una senda hacia la verdad, una senda hacia la verdadera redención.

            La gloriosa batalla.

            Con una mueca de dolor, Korin tocó la flecha alojada en su hombro izquierdo. Sacarla solo causaría más daño; gruñó y rompió el astil cerca de su base, atando el estandarte Unicornio alrededor de la herida para detener la hemorragia. Susurrando una oración por el alma del hombre que yacía muerto junto a él, cogió al lanza de este y corrió hacia la batalla.

 

 

“Tres semanas,” dijo Bayushi Kaukatsu. “Tres semanas, como mucho, y el Campeón Esmeralda llegará a la Ciudad de la Rana Rica. Todos vuestros problemas serán irrelevantes. La paz reinará de nuevo en Rokugan, y durante un tiempo, al menos, honraremos al Emperador como hermanos.”

            El hombre frente a Kaukatsu frunció el ceño. Obviamente, la noticia no le agradaba.

            “Tres semanas es mucho tiempo,” dijo el hombre con voz profunda.

            Kaukatsu se encogió de hombros. “¿Quién puede decirlo en tiempos de guerra?” respondió el Canciller. “Las cosas suceden rápido.” Por dentro, Kaukatsu se sentía un poco decepcionado. Este siempre había sido un oponente digno. Hasta Yojiro había sentido gran respeto por él. Tal cosa era admirable por sí misma, pero manipular la rabia de este hombre era una tarea sencilla. Casi parecía mal, aunque no podía sentir vestigios de engaño en las reacciones emocionales de su oponente.

            “Sólo queda el asunto de si ese pueblo es tan importante como decís que es,” dijo.

            “No hay ningún ‘si’,” interrumpió lacónico Kaukatsu. “Tengo fuentes entre los más altos rangos del Unicornio. Arriesgo mis propias alianzas informándoos de esto en interés de la paz. Lo menos que podéis hacer es concederme el respeto de no cuestionar mi palabra.”

            “Si tenéis razón,” continuó, “Ikoma Otemi ha fallado en dirigir esta guerra como debiera.”

“Fallar es una palabra fuerte,” dijo Kaukatsu. De nuevo, se sintió ligeramente decepcionado de que su interrupción sólo hubiera sido ligeramente desafiada. ¿Dónde estaba el fuego, el intelecto, del que tan altamente había hablado Yojiro? Podría igual estar manipulando a un Cangrejo. “Otemi-san es un héroe; sus logros hablan por sí mismos. Sin embargo una guerra a esta escala no es algo a lo que esté acostumbrado. Un campo de batalla tan pequeño, y tan grandes apuestas. Quizás meramente no esté acostumbrado a tal responsabilidad. Requiere guía. Y no es como si los fallos de liderazgo fueran algo nuevo en esta guerra. ¿No fue un fallo de los Kaeru que no reconocieran la amenaza lo suficientemente rápido? ¿No fue un fallo de Ikoma Hasaku no enfrentarse al Unicornio con la agresividad suficiente? Otemi ha heredado este legado de fallos, agravado por muchos hombres. ¿Ha de luchar con estos fallos en solitario además de contra el enemigo?”

“Es como decís. El problema siempre ha sido de liderazgo.”

“Y sin embargo tres semanas, como dijisteis, es mucho tiempo,” continuó Kaukatsu. “Un nuevo general y su guardia podrían moverse a Kaeru Toshi lo suficientemente rápido para llegar mucho antes que el Campeón Esmeralda. Podríais enviar a alguien más a ayudar a Otemi-san.”

“No hay nadie más. Nadie excepto yo.”

Kaukatsu dejó que sus ojos se abrieran, como si el pensamiento no hubiera sido siempre el suyo. “Un movimiento audaz, amigo mío. Pero quizás sea lo que necesita el León. Después de todo, ¿no está ya el Unicornio mandado por su señor en lugar de un inferior? Esto podría aumentar adecuadamente su moral.”

Asintió. “Es como decís,” respondió. “He de prepararme para partir enseguida.”

Kaukatsu sonrió, aunque por dentro estaba decepcionado por la facilidad de su victoria. “Entonces os deseo la mejor de las suertes en vuestra guerra, Señor Nimuro.”