La Guerra de la Rana Rica

6ª Parte

 

por Shawn Carman y Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El campamento Unicornio, ayer

 

El chomchog del Khan había sido desmontado por primera vez en varias semanas. Ya se lo habían llevado, en un carro tirado por una docena de bueyes, de vuelta a Shiro Moto, donde lo cuidarían hasta que Chagatai lo volviese a necesitar. La velocidad era más necesaria que el confort. Fuese la Victoria o el fracaso el destino del Unicornio, esta noche no volvería a dormir bajo las estrellas.

            El caballo de Shono galopó por el campamento, levantando polvo y hierba tras de sí. Suavemente, la bestia pasaba por entre el caótico desorden del campamento que se estaba levantando, a veces saltando sobre pequeños obstáculos. El caballo se detuvo y el jinete miró a su alrededor. “Tú,” gritó Shono, señalando a un soldado con una mirada impaciente. “¿Dónde está el Khan?”

            El hombre pareció sorprenderse, pero se incline con rapidez y miró hacia la parte este del campamento. “Está preparando su caballo para liderar la marcha, mi señor General.”

            El jinete asintió y giró a su caballo en esa dirección, dejando al soldado entre el polvo.

            Moto Chagatai continuó asegurando sus cosas en las alforjas, sin levantar la vista pero reconociendo al jinete por la manera de andar de su caballo. “Shono,” dijo. “Tus fuerzas partieron al alba. ¿No debería estar su general entre ellas?”

            “Las fuerzas de Mirumoto Kei han sido hechas retroceder hasta un cañón sin salida,” confirmó Shono. “Mis soldados mantienen ahí su posición; me reuniré con ellos muy pronto. Debo hablar con vos antes de que os vayáis, mi Khan.”

            Chagatai levantó una ceja. “Si no hay más remedio,” dijo finalmente, asintiendo a sus oficiales. Los demás se inclinaron y se alejaron para que los dos pudiesen hablar en privado. “Encuentro extraño tu comportamiento, Shono,” dijo Chagatai. “Confío en que no me hagas perder el tiempo en un momento así, especialmente considerando cual es tu misión. Te envié a que te ocupases de Kei porque eres en los pocos en los que confío que haga lo que hay que hacer.”

            Shono asintió. “Huang está al cargo en mi ausencia. Confío en él como confío en mi mismo. Que vuestra sorpresa ante mi presencia indique la gravedad de mis palabras, mi Khan. He recibido un augurio inusual. Temo por nuestros esfuerzos.”

            Chagatai frunció el ceño. Miró al ojo cristalino de Shono. “No soy un hombre que se burle de la magia, Shono-san, pero tampoco le doy más importancia a sus avisos que lo que el instinto y la experiencia me dicen.”

            Shono miró hacia otro lado, estaba claro que este asunto le era tan incómodo como a su Khan. “Si, mi señor. He sentido algo terrible en l horizonte, y temo por el bienestar de nuestro clan.” Se detuvo un momento y se irguió sobre la silla de montar. “He venido a pediros permiso de ocupar vuestro lugar como el comandante en Sukoshi Zutsu.”

            El Khan rompió a reír, dando una palmada al costado de su caballo mientras se subía a su silla de montar. Se limpió la cara cuando finalmente acabó de reír. “¿Es eso lo que has venido a decirme? ¿Qué tu ojo de cristal te avisa de que habrá peligro?” Se rió sombríamente. “Entonces que así sea. Soy el Khan. La muerte cabalga junto a mí, deseando consumir a mis enemigos, y un día vendrá a por mí. Un Unicornio no huye de su destino. Esta guerra se puede ganar.”

            “Habiendo perdido las fuerzas de Rao será difícil,” empezó Shono. “No estoy pidiendo que abandonéis la guerra, mi Khan, solo que reconsideréis enviar tantas fuerzas a Sukoshi Zutsu. Es posible que haya tiempo de encontrar otra solución antes de que llegue el Campeón.”

            “Lucharemos con desventaja, eso es verdad,” estuvo de acuerdo el Khan. “Y si nuestras tropas que su líder se retira y le pasa el mando a otro, ¿no será mucho mayor esa desventaja? Si enviamos tropas adicionales al sur, eso creará una oportunidad para que los Dragón o los León se metan en nuestro territorio. Eso no lo puedo permitir. Por ahora, el equilibrio de esta guerra está más claro que nunca lo ha estado. No, cabalgaré a Sukoshi Zutsu, y tú cumplirás tu misión, impidiendo que los Dragón interfieran más. No te preocupes por mí, Shono-san, conozco mejor las tácticas León que incluso ellos mismos.”

            Shono inclinó su cabeza. “Como ordenéis, mi Khan.”

            Chagatai le dio una fuerte palmada en el hombro. “Eres un buen oficial y un activo de mi clan,” dijo con firmeza. “No pretendo ignorar tu aviso, pero tampoco pretendo huir de este conflicto.” Estudió cuidadosamente a Shono. “Siento que ya sabías cual sería mi respuesta.”

            “Así es, mi Khan,” admitió Shono. “Pero no podía no avisaros. Esperemos que esté equivocado.”

            Chagatai sonrió con satisfacción. “¿Dices que nos enfrentaremos a una crisis terrible, nos pondremos a prueba todos los que nos llamamos Unicornio?” El Khan desenvainó su cimitarra y miró al claro acero. “Shono-san, espero que tengas razón.” Levantó la espada y dio la orden al Unicornio de avanzar.

 

 

El poblado de Sukoshi Zutsu, hoy

 

Los León llegaron con el alba, corriendo por la llanura, cazando los esquivos rayos de sol que pasaban sobre la hierba marrón. La primera oleada estaba formada por guardianes Ikoma montando los mejores caballos que podían reunir los León. Sus monturas no eran equiparables a la caballería Unicornio, pero a pesar de todo presentaban una amenaza considerable. Tras su estela marchaban lanceros de pesada armadura, cuyo deber era atacar a cualquier caballería Unicornio que sobreviviese o maniobrase alrededor de la primera oleada. A los lanceros les seguía un verdadero océano de infantería, ola tras ola de samuráis y ashigaru vestidos con armadura marrón-dorada. Iban hacia el poblado como una ansiosa marea. Las fuerzas del León parecían no tener fin.

            Una unidad de infantería Unicornio seguía a una unidad de Doncellas de Batalla Utaku, quienes sin dudarlo salieron cabalgando a enfrentarse a los León. Quizás era la primera vez desde que la guerra había empezado, que no había valientes gritos de batalla, ni proclamas a los ancestros, ni gritos desafiantes por ninguno de los dos bandos. El campo de batalla se quedó extrañamente en silencio durante varios largos momentos, y solo las estruendosas pisadas de la caballería y los lejanos sonidos metálicos de las armaduras perturbaban el silencioso ambiente de una fría y tardía mañana de otoño. El silencio se conserve durante un único y perfecto momento, y entonces empezaron los tambores. Al principio el ritmo era lento, y al empezar, las tropas León empezaron a marchar lentamente, sin moverse hacia delante, llevando con sus pisadas el ritmo de los tambores. El ritmo se fue incrementando durante un minuto, el sonido de los pies de los soldados golpeando la tierra inevitablemente volviéndose tan fuerte que ahogó a los tambores. Entonces, todos al tiempo, los soldados y los tamborileros se detuvieron, y todo quedó en silencio. Entonces los tamborileros gritaron y volvió a empezar el ritmo, pero esta vez solo se escucharon los sonidos de los soldados León avanzando y los jinetes galopando al unísono.

            Los soldados de a pie Unicornio empezaron a flaquear, desconcertados por la intimidatoria muestra de concentración y unidad. Su comandante Shiotome reforzó su valor con un solo grito, hacienda girar su naginata en una mano y señalando a las fuerzas León. La primera línea Unicornio chocó contra los guardianes con un restallido. Las Utaku aplastaron a los guardianes, dejando a enemigos y caballos muertos por todo el campo de batalla. Las Shiotome cabalgaron por entre los lanceros, pero se encontraron que obstruían su camino las picas endurecidas por el fuego que tenían preparadas los León. La infantería León corrió hacia delante para aplastar a la rota línea Unicornio. Desde las murallas de Sukoshi Zutsu, los Unicornio podían ver como los estandartes violeta de sus compañeros eran rodeados por un océano de oro.

            Uno a uno, los estandartes morados cayeron bajo la horda León, pero cada una que caía lo hacía en medio de una masa de Leones muertos. La primera oleada Unicornio había sido derrotada, pero quizás no tan fácilmente como habrían deseado los León, y al final sus fuerzas no cubrían tan completamente el horizonte como antes lo habían hecho.

            Y tras las murallas del poblado, los demás Unicornio esperaron el siguiente asalto.

 

 

            “Señor Nimuro,” gritó Otemi sobre el clamor, “el flanco derecho esta atravesando las filas contrarias, pero más Unicornio avanzan para llenar la grieta. ¿Qué ordenáis?”

            Mitsu Nimuro no dijo nada, solo continuo mirando al campo de batalla, a la carnicería que se desarrollaba ante él, su expresión extrañamente entusiasmada. “Es incluso más bello de lo que recordaba,” susurró con voz ronca. “Esto es para lo que nací. Esta es la razón de mi creación.”

            “¿Señor Nimuro?” Dijo Otemi, aún gritando e inclinándose hacia delante sobre su silla de montar, intentando escuchar a su Campeón. “Mi señor, ¿que ordenáis?”

            “Ocúpate de esto, Otemi,” dijo Nimuro, haciendo un gesto despectivo. “Impide que los Unicornio avancen.” Desenvainó su katana con una mano mientras sus ojos observaban las filas enemigas. “Yo me ocuparé de que haya una conclusión más definitiva.”

            La cara de Otemi era una máscara de asombro, con un poco de indignación. “Mi señor,” dijo cuidadosamente, “el puesto de mando necesitará vuestra ayuda. Tenemos la ventaja de ser más numerosos, pero no deberíamos subestimar al Unicornio. Nuestros exploradores informan que las defensas alrededor del poblado son más fuertes de lo que sospechábamos. Recuerdan a fortificaciones Cangrejo.”

            “Confío en su habilidad para adoptar una contra-estrategia sin que yo tenga que intervenir,” dijo Nimuro con obvio desdén. “Vine por la batalla, y una batalla tendré. Ocúpate de tus tácticas, Ikoma, son la primera baja en una guerra, un simple escudo para confundir al enemigo. Al final del día, serán las espadas y la astucia de los héroes individuales lo que ganen esta batalla.” El Campeón se rió sarcásticamente ante Otemi mientras el más joven guerrero el miraba sin expresión alguna.

            “Como ordenéis, Nimuro-sama,” dijo Otemi.

            “Sabes que digo la verdad, Otemi,” dijo Nimuro. “Recuerdo una vida de guerra, la vida de un héroe, y tu vida no es diferente. Me llaman el León Dorado de Toshi Ranbo.” Señaló con su espada hacia el mar de muerte que se movía ante ellos. “¡Tras hoy te podrán llamar el León Carmesí de Sukoshi Zutsu, Otemi-san!” Sus ojos se entrecerraron porque pareció encontrar al enemigo que buscaba entre las fuerzas enemigas. Con una calurosa risa, Nimuro llevó a su guardia personal colina abajo hacia la lucha.

            Otro oficial León se volvió hacia Otemi. “¿Qué hacemos, comandante?” No dijo nada en contra de su campeón, pero su asombro ante el extraño comportamiento de su señor estaba claro en sus ojos.

            Otemi no titubeó. “Cumplimos con nuestro deber.” Se volvió hacia los oficiales reunidos, señalando a dos de ellos. “Vosotros, coger vuestras unidades y reforzar ese flanco. Nimuro intentará atravesar las líneas Unicornio para enfrentarse a las unidades de mando que están cerca de la retaguardia. Debemos apoyarle. Ordenaré una carga cuando vea que habéis conseguido romper las líneas enemigas.” Señaló a otro. “Coge a tus hombres y estate preparado tras la infantería que ahora está luchando. Mata a todo lo que atraviesa sus líneas. Coge una división adicional de arqueros y mantenlos en la reserva. Será difícil usarles con efectividad sin tener bajas debido al fuego amigo – quiero evitar eso, pero si todo está perdido, estate preparado para hacer lo que haya que hacer para romper al Unicornio.” Se volvió para observar la batalla y desenvainó su espada. “Todos vosotros debéis estar preparados para cargar al instante si doy la orden. Tenemos ventaja, y no la perderé. Si los Unicornio retroceden hacia las murallas no debemos perseguirles, no hasta que nuestros shugenja puedan inutilizar su armamento de asedio.”

            Otemi vio la lejana figura de Nimuro desaparecer en un tumulto con una mezcla de aprensión y alivio. Aunque el Campeón estaba actuando irracionalmente, su presencia estimulaba los espíritus de los soldados junto a los que pasaba, y no se podía negar que los refuerzos que había hecho venir desde las provincias colindantes hacían que su victoria fuese más probable. Nimuro había perdido a una hermana y a un hermano por las Tierras Sombrías. Una cosa era perder familia en la guerra, otra verles ser consumidos por el mal. Pérdidas así podían volver loco a un hombre. Parecía como si Nimuro quería ir hacia la muerte para vengar su pérdida.

            Otemi solo esperaba que la furia de Nimuro no consumiese a aquellos que cabalgaban junto a él.

 

 

            Menos de una hora después de que se enfrentasen los ejércitos León y Unicornio, los muertos llenaban las llanuras alrededor del poblado. Los vivos no podían detenerse a llorarles, luchando como estaban en campos de seca tierra que se había convertido en barro por la sangre. Dejando a un lado el pesar y el horror, continuaron destruyéndose los unos a los otros en el nombre del honor, el deber, y el odio. Los Unicornio lentamente retrocedieron hacia sus torres asalto exteriores, pero los León iban en oleadas, haciéndoles retroceder. Incluso con sus refuerzos Kaiu, el poblado no había sido transformado para convertirse en un puesto avanzado militar. Si la batalla llegaba a las murallas, el poblado sería borrado de la faz del Imperio. Las tropas León eran como una fuerza de la naturaleza, gradualmente hacienda retroceder al ejército del Khan.

            Pero al irse acercando a las murallas, las fuerzas Unicornio se movieron con repentina rapidez. Las torres de asalto exteriores se abrieron de repente, derramando unidades de pálidos Guardias Blancos que allí dentro habían estado escondidos. Atravesaron las filas de infantería, yendo hacia las posiciones de los oficiales León. La niebla surgió de la tierra por orden de los shugenja Unicornio shugenja, escondiendo la brutal carga suicida de las Shiotome. Cada grupo de Doncellas iba inequívocamente hacia uno de los grupos de mando del ejército León. Inevitablemente, las Doncellas de Batalla fueron aplastadas, pero las almas de los oficiales León fueron llevadas hasta Yomi junto a suyas.

            Había habido exactamente una unidad de Shiotome por cada uno de los grupos de mando más importantes del ejército León. Solo un puñado de oficiales sobrevivieron a este inesperado ataque, muy pocos como para preguntarse como les habían atacado los Unicornio tan limpiamente, con tanta exactitud. Matando a la última Doncella de Batalla que tenía ante él, Ikoma Otemi levantó su tessen y dio un grito para restaurar el orden en sus exhaustas tropas, intentando retroceder hasta que se pudiese reconstruir una cadena de mando, pero reinaba el caos. Matsu Nimuro parecía disfrutar con el repentino desorden, ordenando atacar a sus tropas mientras galopaba hacia el estandarte de Chagatai.

            Chagatai vio como se acercaba el Campeón León y como Nimuro mataba a media docena de guerreros Khol en otros tantos segundos. El Khan levantó su cimitarra y espoleó a su caballo para salir al paso del avance de su enemigo. Los guerreros Unicornio se apartaron a su paso, no más deseosos de interponerse en su camino que si estuviesen ante uno de los Señores de la Muerte.

            Fue el gutural grito de muerte de un leal guardia Matsu lo que alertó a Nimuro de la presencia de Chagatai. Se giro rápido como un rayo y se lanzó hacia un lado justo cuando la cimitarra del Khan pasó a centímetros de su cabeza. La hoja primero se enganchó y luego rebanó el yelmo de Nimuro, aunque no llegó a tocarle la piel. Este se quitó el kabuto, dejando que su largo y sudoroso pelo volase en el viento de otoño. Con un grito gutural, Nimuro atacó con su katana y sintió la satisfactoria resistencia de la carne contra su acero. El caballo del Khan trastabilló hacia delante y Chagatai adelantó una mano, cogiendo a Nimuro por la pierna y tirándole también al suelo. Dos Campeones se pusieron en pie después de rodar por el suelo, enfrentándose el uno al otro con las espadas preparadas.

            Chatagai se desembarazó de su silla de montar y cayó con fuerza al suelo, rodando por la velocidad de su caída y poniéndose en pie al instante. “He criado a ese caballo desde que era un potrillo,” gruñó.

            “Entonces te estará esperando para llevarte al Jigoku gaijin que te espera,” contestó Nimuro con una sombría risa.

            Chagatai sonrió sarcásticamente al León. Desenvainó una segunda y más pequeña espada con su otra mano y avanzó hacia Nimuro. Un guardia de honor Matsu intentó intervenir, y Chagatai le mató con un golpe casi sin preocuparse. Levantó la vista, sorprendido al ver que también Nimuro tenía la espada levantada, preparado para matar a su propio soldado para que este no le impidiese la confrontación con Chagatai. A su alrededor, la batalla se paralizó, al cesar de combatir los soldados de ambos bandos para mirar. León y Unicornio que habían estado solo un momento antes envueltos en una brutal lucha ahora estaban los unos junto a los otros, fascinados.

            Los ojos del Unicornio se fijaron en el hombre que acababa de matar, y luego miraron a la espada de Nimuro. Una mirada de asombro apareció en sus anchos rasgos.

            “Se dice que los León son de los samuráis más nobles,” dijo en voz baja, solo para que le escuchase Nimuro. “Me esperaba astucia, ¿pero matarías a tus propios hombres?”

            “La victoria lo redime todo,” contestó Nimuro.

            “Suenas más Escorpión que León,” contestó Chagatai. “Este no es el León Dorado del que habla la leyenda.”

            “Entonces crearé nuevas leyendas, para que se recuerde adecuadamente el legado del León Dorado,” dijo Nimuro. El León sonrió y una extraña luz apareció por un instante en su mirada.

            El Campeón Unicornio se mantuvo en su postura, preparado. Un momento antes se había enfrentado a Nimuro con la confiada postura de un guerrero enfrentándose a un enemigo contra el que se había preparado para luchar durante mucho tiempo. Ahora solo había incertidumbre, tensión. Chagatai hizo una finta y arremetió, hacienda girar sus espadas en un extraño movimiento circular. Nimuro dio un paso hacia un lado y detuvo una cimitarra con el borde serrado de su tessen, luego apartó hacia un lado la otra con su katana y atacó con su espada hacia el estómago de Chagatai con un fuerte contraataque. El Khan consiguió liberar su segunda hoja del tessen y la bajó con un rápido movimiento que hizo que la espada de Nimuro se clavase en el ensangrentado barro.

            El Campeón León soltó su espada y le dio un salvaje puñetazo que pasó por debajo del mempo de Chagatai y le golpeó directamente en el mentón, haciendo que el Khan retrocediese un paso, trastabillando. Nimuro se adelantó con la misma velocidad y, desenvainando su wakizashi, dio un devastador golpe hacia arriba, haciendo caer una gran sección de las placas lacadas de la pechera de Chagatai y arrancándole totalmente su mempo. Un largo y zigzagueante corte apareció en la cara del Khan, y la sangre corrió libremente sobre las placas que aún permanecían en la pechera de su armadura. Levantó su espada para detener el siguiente golpe de Nimuro, pero el ataque del León era una finta, y otra vez su wakizashi rompió la armadura de Chagatai, rompiendo las placas y arrancándole carne de su antebrazo, y enviando a la cimitarra, dando vueltas, hacia la hierba. Al mismo tiempo, su fuerte mano derecha agarró la muñeca de Chagatai, manteniendo su otra cimitarra lejos del cuerpo.

            “Aquí es donde acaba tu guerra, Unicornio,” siseó Nimuro, envainando su wakizashi y recogiendo su katana perdida.

            La cara de Chagatai se retorció de ira y se lanzó hacia delante, haciendo chocar su cara tan fuertemente contra la de Nimuro que dejó mareados a ambos. El Khan no dudó, si no que se volvió a lanzar hacia delante, esta vez haciendo que su hombro chocase fuertemente contra el esternón del León y siguió empujando, haciendo que ambos cayesen al suelo, el uno sobre el otro.

            Los dos Campeones forcejearon el uno con el otro, usando ahora solo sus manos, caídas y olvidadas todas las armas en los estertores de su mutuo odio. Las heridas de Chagatai le daban una clara ventaja a Nimuro. La fuerza del León parecía no tener límites, y en pocos momentos el León tenía agarrado a su enemigo, aplastándole, y Chagatai luchaba por zafarse. La cara de Nimuro se retorció con una viciosa sonrisa.

            “¿Deseas conocer la gloria de la Mano Derecha, perro mestizo?” Susurró Nimuro. “¡Pues te va a aplastar!” Hubo un repentino reflejo verde en los ojos de Nimuro al apretar aún más su mano, amenazando con romperle la espina dorsal al Khan. Con tremendo esfuerzo, Chagatai consiguió liberar un brazo que le tenía agarrado el León, asiendo el cuello de Nimuro y clavando profundamente su pulgar en un lado del cuello. Los ojos de Nimuro se abrieron un poco, pero solo apretó con más fuerza. Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos, cada uno lleno de odio, cada uno deseando que muriese el otro.

            “Empecé esta guerra para mostrar mi fuerza ante un Campeón,” siseó Chagatai. “No sé lo que eres, Matsu Nimuro, pero no eres un Campeón.”

            El León empezó a apretar con menos fuerza al tener dificultades para respirar. Nimuro soltó a Chagatai, agarrando el brazo que le estaba aplastando el cuello con sus dos manos. Chagatai, rápidamente, con su mano libre, cogió el wakizashi de Nimuro de su saya, y le dio un corte en el estómago al León. Nimuro retrocedió jadeando, tosiendo sangre. Un segundo golpe y el Khan enterró la espada del León en su propio corazón. Un coro de vítores resonó por entre las filas Unicornio. Chagatai jadeó al respirar, intentando gritar la orden que aplastaría a los León antes de que se reagrupasen, pero una clara voz resonó por encima de los vítores.

            “¡Guerreros de la Mano Derecha, retroceder!”

            Ikoma Otemi estaba sentado sobre su caballo, amenazadoramente por encima del Khan. Sostenía la espada de Nimuro, la Espada Celestial del León, en alto con una mano. Frunció el ceño al Khan con una mirada de odio, pero los seis Guardias Blancos que inmediatamente bloquearon el paso a Otemi alentaron al general León a seguir su propia orden y retroceder.

            Los guerreros Unicornio que estaban alrededor de Chagatai gritaron un temible grito de batalla y volvieron al ataque, sus renovados esfuerzos castigando a los desmoralizados León. Cuando Chagatai recogió sus espadas, una figura familiar surgió de las líneas de retaguardia y se le acercó. “¡Mi Khan! ¿Estáis herido?”

            “He vencido,” le gritó a Moto Qing. “El León ha sido herido, pero aún nos superan en número.”

            “Entonces retroceder al poblado, mi Khan,” contestó Qing. “La Guardia Blanca cubrirá la retirada del ejército. Cuando lleguen Shono y los demás refuerzos, el León no tendrá oportunidad alguna de vencer.”

            “La Guardia Blanca no puede contener sola al León,” contestó Chagatai.

            “Entonces castigar al León por nuestras muertes,” dijo con gravedad Qing. “No tememos las bendiciones de los Shi-Tien Yen-Wang.”

            Chagatai agarró el hombro de Qing con su ensangrentada mano derecha. “Has alegrado a los Señores de la Muerte,” le dijo al soldado. “Creo que también bendecirán a tus enemigos.”

            Qing no dijo nada más, se giró y se lanzó hacia los León mientras Chagatai aceptaba una nueva montura y se alejaba cabalgando de primera línea, débil y desplomado sobre la silla de montar debido a la pérdida de sangre. Los Unicornio habían vencido hoy; y aunque sus fuerzas en el poblado estaban debilitadas, refuerzos llegarían muy pronto. Los León estaban desperdigados e indefensos, y con Sukoshi Zutsu en su poder, la Ciudad de la Rana Rica sería suya en cuestión de días. El Unicornio había ganado, pero los pensamientos de Chagatai daban vueltas a la batalla de hoy.

            ¿Qué había ganado?