Hermanos de Sangre, 4ª Parte

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

“Mohai nunca atravesó el Corazón de la Tumba de Iuchiban…” dijo Kaiu Kuma, dándose lentamente cuenta mientras se alejaba del Seppun. “No hasta que…”

            “No hasta que tu mostraste el camino,” contestó el Seppun con una delgada y cruel sonrisa. “No hasta que, guiados por el espíritu de Gineza, nos enseñaste como escapar de las trampas Kaiu que llenaban las salas. Es por eso por lo que Mohai no llegó al lugar de descanso de Iuchiban hasta que tu lo hiciste.”

            “¡Pero el Corazón estaba abierto cuando llegamos!” Contestó Kuma. “¡Las puertas estaban hechas pedazos!”

            “Iuchiban sintió nuestra llegada,” contestó el Seppun. “Hizo como si las puertas ya habían sido abiertas, para que nuestro engaño fuese completo. No esperábamos que el Inmortal nos ayudase de esa manera, pero lo agradecimos de todos modos.”

            “¿Me usasteis… usasteis a mi ancestro… para penetrar en la Tumba?” Preguntó Kuma, asombrado.

El Seppun suspiró. “Cangrejo idiota, ¿valoras tan poco el trabajo de tu ancestro? ¿De verdad crees que nosotros los Portavoces de la Sangre podríamos entrar por la fuerza en el Corazón Escondido, después de no poder rescatar a nuestro señor tantas veces? Encuentro irónico de que aunque le concedimos el respeto adecuado al trabajo de tu familia, a ti te pareció ese trabajo tan indigno que sin darte cuenta nos mostraste la forma de escapar de las trampas de Gineza.”

            Kuma frunció el ceño. “Si sientes tanto respeto por el acero Kaiu, enfréntate ahora a el,” dijo Kuma. “Deshaz este hechizo que me impide tocarte, y devuélveme mi espada.”

            El Seppun levantó sus cejas, y se pasó una mano sobre su afeitado cráneo. Se rió en voz baja, como riéndose de algo gracioso que no podía expresar en palabras.

            “¿Cuanto tiempo, Saito?” Preguntó Kuma, mirando con silencioso odio a su antiguo amigo. “¿Cuanto tiempo llevas siendo uno de ellos?”

            “Desde siempre,” contestó el Seppun. “Y aunque soy de verdad un Seppun, mi nombre no es Saito. Soy Seppun Jin, y he servido a los Portavoces de la Sangre desde hace nueve décadas. Seguiré sirviéndoles mientras mi magia de sangre sostenga mi vida. Entré a tu servicio y me convertí en tu amigo debido a los especiales detalles de tus antepasados, para que un Portavoz de la Sangre al que conocieses bien estuviese preparado a dirigirte hacia tu destino. Si quieres saber la verdad, esa no fue la parte difícil. Fue mucho más difícil manipular las cosas para colocarte junto a una sodan-senzo a la que confiarías tu alma inmortal.”

            “¿Sui?” Contestó Kuma con voz horrorizada. “¿Qué ha sido de Sui?”

            “Ya hablaremos de ello,” contestó Jin. “Por ahora estoy mucho más interesado en una parte anterior de tu relato. Mencionaste a otro prisionero de Iuchiban, un ser llamado Adisabah, al que se encontró tu hermano. Háblame más de él.”

            “¿Por qué tendría que decirte algo más, Portavoz de la Sangre?” Preguntó Kuma.

            “Porque te lo ordeno,” contestó Jin, “y en tu estado actual, creo que encontrarás muy difícil rehusar una de mis órdenes.”

            Kuma frunció el ceño. Podía sentir una poderosa fuerza sobre su voluntad, forzándole a obedecer. Reunió todas las reserves de energía que le quedaban, intentando resistir.

            “Muy bien,” dijo el Seppun en un tono suave. “Entonces lleguemos a un acuerdo. Cuéntame algo más interesante. Háblame de tu enfrentamiento con Iuchiban, desde tu propia perspectiva…”

 

 

            La cámara mortuoria de Iuchiban estaba envuelta en oscuridad. La única luz provenía de una antorcha que chisporroteaba en el suelo, que había caído cuando le habían dado un corte al cuello de Sui. Kuma se arrodilló junto a su esposa, abrazándola con fuerza mientras ella temblaba con dolor e ira. Kuma miró a los tres Portavoces de la Sangre. El hombre al que conocía como Seppun Saito estaba solo a un par de metros de distancia, un brillo asesino en sus ojos, mientras sujetaba el cuchillo que había cortado el cuello de Sui. Mohai estaba cerca de las puertas de la sala, sobre el cuerpo caído del hermano de Kuma, Katamari. Shahai estaba dándole la espalda, mirando al sarcófago donde estaban los restos de Iuchiban.

            “Te recuerdo, Shahai,” dijo la voz de Iuchiban, ronca y hueca mientras llenaba la sala. “Visité a menudo tus sueños en tu juventud. Te dedicaste a mi… pero ya no. Ahora obedeces a Fu Leng. Eres su Hija Oscura.”

            “Reconozco el poder de Fu Leng, igual que reconozco el tuyo,” dijo fríamente Shahai. “Pero no llamo a nadie mi señor.”

            “Dicho como alguien que verdaderamente abrazó mi filosofía,” contestó Iuchiban. “¿Hablaste de un Señor Oscuro al que querías que ayudase?”

            “Si,” contestó Shahai. “Daigotsu, el corrupto hijo del Hantei. Fue muerto en una batalla contra los Cuatro Vientos, y aunque volvió de la muerte, su control sobre la magia de sangre ha sido muy debilitado por esa experiencia. He hecho todo lo que he podido para devolverle su poder, pero no encontré solución alguna. Solo pude pensar en otra persona en todo Rokugan que tuviese un mayor conocimiento de la magia de sangre que yo misma – Iuchiban el Sin Corazón.”

            Kuma miró lentamente por encima de su hombro, hacia donde estaba tendido Katamari. No podía ver si su hermano estaba vivo o muerto. Rezó a las Fortunas por que Katamari aún viviese. Quizás, si su hermano podía aún invocar su magia, podía haber una forma de salir de esto…

            “No veo a ese Señor Oscuro contigo, Shahai-chan,” dijo Iuchiban, mofándose. “¿Me teme?”

            “No conoce mi plan,” contestó Shahai. “Es un hombre que prefiere solucionar sus propios problemas.”

            “Que admirable,” contestó Iuchiban con una carcajada seca. “Desgraciadamente, poco puedo hacer desde aquí. Fuera del Corazón Escondido, soy incluso menos que un fantasma. Puedo aparecer solo en sueños, y solo en los sueños de aquellos que me reconocen como a su señor. Tu Señor Oscuro, desgraciadamente, no me lo reconoce.”

            “Te llevaré hasta él,” contestó Shahai. “He estudiado las obras de los shugenja Fénix y Escorpión que te ataron aquí. Estoy segura de que puedo quitar las guardas que atan tu espíritu dentro de esta sala.”

            “Entonces, hazlo,” susurró Iuchiban, “y ayudaré a tu Señor Oscuro.”

            “Mujer sombra y carcelero ambos llenos de engaño, ¿verdad?” Susurró una voz en el oído de Kuma. “No confíes en ninguno de ellos, pensar. Confía solo en la bestia sabia, deberías.”

            “¿Quién eres?” Susurró Kuma, sus ojos buscando entre las sombras, pero no encontrando la fuente de la voz. Los otros parecían no oírla, ni siquiera Sui, quién aún se acurrucaba junto a él con muchísimo dolor.

            “Es llamado Adisabah, un prisionero como tú,” fue la respuesta. “Declaración – su especie puede oler la traición igual que huele a podrido en la carne fresca. Pronto la mujer sombra y el carcelero se traicionarán entre sí, si, y el caos reinará. Observación – el caos engendra oportunidad. Poder ofreceros ayuda si tu ofreces ayuda a cambio. Quizás tu manada podrá sobrevivir este día si se coge esta oportunidad.”

            “¿Qué va a pasar?” Susurró Kuma.

            “Mira y ve,” contestó la voz con tono entretenido.

            “¿Por qué estamos aún vivos?”

            La voz se rió un poco. “No desearías saber lo que los que son como el carcelero hacen a carne así, pero es mucha más valiosa mientras tu corazón late, si. Prepárate, porque la esperanza florece incluso en tierra baldía. No somos los únicos prisioneros que hay aquí.”

            “Me perdonarás que no confíe plenamente en ti,” contestó Shahai mientras rodeaba el sarcófago. Un largo dedo recorría la podrida superficie llena de jade. “He traído algo para asegurarme tu cooperación.” Buscó entre sus ropas color lavanda y sacó una reluciente gema roja, del tamaño del puño de un hombre. Llenó la oscura sala con una pálida luz color rojo sangre.

            “Mi rubí,” dijo Iuchiban riéndose cariñosamente. “¿Donde lo has encontrado?”

            “A, un rubí de almas. Una belleza maravillosa, ¿verdad?” Volvió a decir la voz de Adisabah en el oído de Kuma. “Una prisión es, una prisión en la que guardar almas, hasta que el que la tiene las suelta. No haber visto una en muchas vidas, y nunca haber visto una tan poderosa. El carcelero conoce bien su oficio, desde luego que si.”

            “No importa donde fue encontrada,” contestó Shahai. “Solo que fue encontrada. Ríndete al rubí. Deja que guarde tu alma dentro de ella, y romperé los sellos de esta tumba, para que puedas ser libre.”

            “Entonces cambiaré una prisión por otra,” contestó Iuchiban.

            “O puedes permanecer aquí,” contestó Shahai, volviendo a meter el rubí entre sus ropas. “Daigotsu siempre podrá encontrar otra forma.”

            “Shahai-chan, por favor,” dijo Iuchiban, su voz casi rogando. “No estoy rechazando tu petición, solo… determinando hasta donde llega nuestro acuerdo. ¿Debo atarme al rubí, y tu abrirás la tumba, para que el rubí pueda ser llevado de vuelta a la Ciudad de los Perdidos… y allí ayudar a tu Señor Oscuro a para devolverle su poder?”

            Shahai asintió. “Y una vez que vuelva a tener su poder, te liberaré para que hagas lo que quieras.”

            “Eso lo dudo mucho,” contestó Iuchiban. “¿Por qué querría tu Señor Oscuro compartir el Imperio con un ser más grande que él?”

            “Te sobrestimas si crees que eres más grande que Daigotsu,” contestó Shahai, sonriendo.

            “Ya veo,” dijo Iuchiban en voz baja. “Muy bien, Hija Oscura. Levanta el rubí. Acepto tus términos.”

            El aire se movió ante Shahai. Una figura, vagamente humana, apareció ante ella, mirándola con huecos y vacíos ojos. Su piel parecía haber sido desollada de su cuerpo, hebras de carne y tendones desapareciendo en la oscuridad, donde se ataban a las paredes de la tumba. Kuma sintió nauseas al verlo, pero no podía dejar de mirar.

            “Prepárate, carne,” dijo la voz de Adisabah en su oído.

            El rubí brillaba en la mano de Shahai, y el espíritu flotante gimió al fijarse sus ojos en la gema. Anchos hilos se desataron de la figura flotante, yendo por el aire y uniéndose al rubí. El espíritu se deshizo como un trozo barato de tela, gimiendo de dolor mientras era consumido por la reluciente joya. En segundos se había terminado, y ahora el rojo rubí brillaba con un tono más oscuro.

            “¿Ya está?” Preguntó Mohai con voz áspera. “¿Iuchiban está dentro?”

            “El espíritu que hay dentro de la gema es viejo y poderoso,” contestó Shahai. “Puedo sentir su magia de sangre, mucho mayor que ninguna que haya sentido jamás. No puede ser otro que Iuchiban. Empieza el ritual, Mohai. Debemos romper estas guardas para poder llevar el rubí a casa.”

            Mohai asintió rápidamente y se arrodilló sobre el suelo. Cortó con un largo cuchillo la palma de su mano, y empezó a cantar mientras la sangre caía al suelo. Jin también empezó a cantar, y Shahai se les unió, deteniéndose solo para mirar dentro del rubí durante un largo instante.

            “Prepárate,” repitió Adisabah.

            “Ya está,” dijo por fin Jin. “Los sellos de la Tumba se han roto.”

            “Excelente,” dijo Shahai, volviéndose a mirar al caído Kuma y a su esposa. “Entonces solo queda –”

            Shahai dejó repentinamente de hablar al cogerla Mohai por el cuello con una mano. Jin parpadeó sorprendido, solo para caer hacia atrás al golpearle el inmenso tsukai con el dorso de la mano en su cara. Mohai se irguió, levantando del suelo fácilmente a Shahai con una mano, y tiró al suelo su gorro de paja.

            “La traición es una herramienta muy poderosa, Shahai,” dijo Mohai, su voz resonando con un extraño tono hueco, “pero debe ser usada con cautela, por que cuando fracasa, las consecuencias son terribles.”

            “¿Mohai?” Shahai se atragantó, mirándole incrédula. “¿Por qué?”

            “Mohai no,” dijo él con fuerza. “¡Iuchiban!”

            “Pero el rubí…” dijo ella roncamente.

            “Contiene el alma de Yajinden, mi sirviente más poderoso aunque a veces errático. Intentó recientemente traicionarme, y también fracasó. He estado guardando su alma para mi propia diversión, y ahora se ha mostrado útil.” Puso su otra mano ante la cara de ella. “Devuélvemelo ahora, por favor.”

            “Pensar que están adecuadamente distraídos,” susurró Adisabah. “Deberías correr ahora, ¿si?”

            Kuma solo miraba fijamente, aturdido por los eventos que pasaban ante él, pero entonces una ruda mano le agarró del hombro. Su hermano Katamari hizo que se pusiese en pie, y luego también ayudó a Sui a levantarse. Juntos, los tres rápidamente huyeron de la sala. Corrieron por los pasillos de la Tumba, y mientras corrían, las cambiantes paredes adoptaron una apariencia más estable. Las alocadas y cambiantes imagines se convirtieron en piedras sólidas al salir de ellas el espíritu de Iuchiban.

Katamari iba el primero, metiéndose por estrechos pasillos y oscuros pasadizos como si conociese el camino, hasta llegar por fin a una gran sala cuadrada. Cada esquina de la habitación estaba marcada con extraños símbolos ocultos. Un rincón estaba vacío. Dos más estaban ocupados por extraños montones de huesos, y que nunca antes había visto Kuma nada parecido. El cuarto era el más peculiar. Un pequeño hombre vestido con ricas túnicas de seda estaba ahí arrodillado, fumando una pipa. Su cabeza era la de un tigre, y sus ojos verdes les miraban plácidamente.

“Ahora la carne ha visto el poder del carcelero,” dijo, y era la voz de Adisabah. “El carcelero anda como un fantasma, igual que su lugarteniente, Yajinden, cogiendo carne del que quieren. Las viejas almas perecen, y los cuerpos nuevos se convierten en suyos. Suerte tuvisteis al huir cuando lo hicisteis, ¿verdad? ¿Ahora que pasará? ¿Mantendrá su palabra la carne?”

            Katamari solo sonrió. Arrastró un pie por el suelo, estropeando solo un poco los símbolos ocultos que rodeaban la criatura.

            Adisabah sonrió. Hizo un gesto con la mano hacia Sui, y un fulgor de brillante magia rodeo su cuello. Ella levantó la vista con los ojos muy abiertos, la horrible herida que el Portavoz de la Sangre la había causado ahora totalmente curada.

            “Gracias,” contestó ella.

            “Un honor curar a los Kitsu, quienes son valientes cuando nosotros somos débiles, y débiles cuando nosotros sabios,” contestó Adisabah sonriendo. “Dar mis recuerdos a sus primos, cuando los veas en los campos de los espíritus, ¿si?”

            Sui frunció el ceño, confundida, pero Adisabah no se explicó. Un pequeño temblor resonó por la tumba. Polvo se filtró desde el techo, lloviéndoles encima.

            “Debemos escapar,” gritó Katamari. “Ayúdanos como prometiste.”

            “Por supuesto,” contestó Adisabah, metiendo la pipa en su chaleco. “Una vez que escapemos el Corazón, si. Demasiada magia Rokugani aquí dentro. Los espíritus dar dolor de cabeza, y no poder concentrar. Ve delante, carne, y seguir.”

            Kuma asintió y les lideró. Aunque no tenía arma alguna, se sentía envalentonado por su fuga, listo para enfrentarse contra cualquier cosa. Sui estaba justo tras él, y les seguía la extraña criatura. Katamari era el último, vigilando con cautela a Adisabah. Los cuatro fueron por los túneles durante varios minutos, mientras el suelo temblaba y se movía bajo ellos, deteniéndose a menudo para rodear pasadizos llenos de escombros.

            “¿Qué está pasando?” Preguntó Sui. “¿Por qué se está hundiendo la tumba?”

            “El carcelero odia su tumba,” contestó Adisabah. “Esta es la primera oportunidad que le han dado para destruirla, ¡una oportunidad que ha cogido! Una pena – es un entendido de la destrucción. Gustaría ver este evento si no estar en el corazón de dicha destrucción. No nos entretengamos, ¿si?”

            Los cuatro continuaron, corriendo por las salas del Corazón hasta que finalmente llegaron a la salida del Corazón. Un par de enormes puertas de piedra estaban ante ellos, ahora cerradas y selladas.

            “Antes no estaban cerradas las puertas,” susurró Katamari.

            “Pero no permanecerán cerradas,” contestó Sui. Hizo un gesto hacia las puertas y dijo palabras mágicas. Rajas aparecieron por la superficie de las puertas al debilitar los kami piedra y mortero. Hizo otro gesto, y las paredes de piedra se derruyeron, mostrando la gran tumba que había más allá del Corazón.

            Al caer las piedras, un rayo de energía roja atravesó el umbral, golpeando a Adisabah en el pecho. La criatura soltó un felino rugido de dolor al ser lanzado contra la pared contraria, cayendo inmóvil al suelo. Por entre el humo y los escombros surgió Iuchiban, aún llevando el cuerpo robado a Mohai. El rubí de Shahai brillaba en su mano.

            “Soltasteis a mi mascota de su jaula,” dijo Iuchiban con desdén, mirándoles fríamente. “Aunque elogio vuestra complicidad para liberarme, esto no lo puedo perdonar.”

            Iuchiban levantó el rubí, y los pasillos se llenaron de una luz rojo sangre. Kuma sintió un repentino empujón, un cambio en la profundidad de su alma. Un instante más tarde estaba mirando desde arriba hacia su propio cuerpo, y su cuerpo le miraba triunfante.

            “¡Carne!” Gritó con la voz de Kuma. “¡Vuelvo a tener carne! ¡Arigato, Iuchiban!”

            “Cállate, Yajinden,” contestó Iuchiban, “y encárgate de estos otros.”

            Yajinden corrió con su cuerpo robado, cogiendo a Katamari por el cuello y tirándole contra la pared. Kuma fue hacia su hermano, mirando sorprendido como sus dedos empezaron a difuminarse en el aire como si fueras de niebla. Con horror se dio cuenta de lo que había pasado – Yajinden había expulsado a su alma de su cuerpo, como había dicho la criatura Adisabah.

            Estaba muerto.

            Katamari agarró el amuleto que tenía alrededor del cuello, y empezó a decir palabras mágicas. Iuchiban puso cara de desprecio e hizo un rápido gesto. El amuleto se volvió muy caliente bajo las manos de Katamari. El Iuchi gritó de dolor mientras metal fundido y cristales caían por su brazo. Kuma gritó de ira, pero no tenía voz. Miró al caído Adisabah, a los Portavoces de la Sangre, a Katamari, pero nadie se daba cuenta de donde estaba.

            Entonces miró a su esposa, y la vio mirarle con sus dorados ojos. Le miraba con tristeza y confianza. Sintió como ella le tocaba con su magia. Ella buscó entre sus pensamientos, buscando conocimientos que estaban enterrados dentro de su mente, conocimientos de una vida de entrenamiento Kaiu. Él se abrió a ella, dejándola saber lo que necesitaba, las debilidades estructurales de la tumba que él veía.

            “Ahora ayuda a Katamari,” susurró ella. “Ayúdale a aguantar el tiempo suficiente para que yo haga lo que hay que hacer.”

            Kuma asintió. Había sentido antes como la magia de su mujer le afectaba, llenándole con la fuerza de sus ancestros. Ahora sentía la magia desde el otro lado, otorgándole una conexión mística con su hermano vivo. Hizo que Katamari se pusiera en pie, y dirigió su mano para golpear a Yajinden, mandando a su robado cuerpo volando hacia atrás hasta chocar contra Iuchiban.

            “¿Kuma?” Susurró Katamari.

            “¡Pelea!” Le gritó al oído a su hermano.

            Katamari solo asintió. Susurró un corto hechizo, y un brillante yari formado por viento puro apareció brillando entre sus manos. Golpeó con el a Yajinden mientras este se ponía en pie, volviendo a derribarle. Golpeó a Iuchiban mientras el Portavoz de la Sangre también se levantaba, pero este cogió la hoja de la lanza entre sus manos, mirando con algo de curiosidad como los kami del aire le arrancaban la carne de sus dedos. Miró hacia Katamari, pero Kuma giró la cabeza de su hermano para que Iuchiban no pudiese robarle el alma. Los ojos del Portavoz de la Sangre se entrecerraron al ver a Sui tras Katamari.

            Ella completó su hechizo, y un trueno resonó por la Tumba de Iuchiban. En el ultimo instante, Kuma vio como Adisabah se levantaba y se lanzaba hacia Katamari, atravesando juntos el umbral del Corazón.

            Luego la criatura y su hermano desaparecieron, y el techo cayó sobre los demás.

 

 

            “El Sin Corazón se irritó mucho por destruirle su tumba y dañar su nuevo cuerpo,” dijo el Seppun, andando por la sala con expresión de impaciencia. “Aunque iba a destruirla él mismo, hay bastante diferencia entre la satisfacción de destruir tu propia prisión, y el que un intruso la haga caer sobre tu cabeza.”

            “Entonces estoy contento de que Sui le negase esa satisfacción,” dijo amargamente Kuma. “Espero que el resto de su inmortal vida esté llena de esas decepciones.”

            “Por supuesto,” el Seppun puso los ojos en blanco. “Tu y tu esposa dieron sus vidas para molestar un poquito a Iuchiban. Estoy seguro de que se quedó impresionado. Tu resistencia no consiguió nada.”

            “Al menos puedo desafiarle,” le contestó Kuma. “Tu trabajabas antes para Shahai, ¿no es verdad? ¿Ahora eres el lacayo de Iuchiban?”

            El Seppun sonrió. “Para mi hay poca diferencia. Al final, el poder es el poder, y el poder de Iuchiban es absoluto.”

            “¿Si?” Contestó Kuma. “Si tu poder es tan grande, ¿qué me has sacado? Que mi hermano aún vive, y que Adisabah, el prisionero de tu señor, ahora está libre. ¿Por eso invocaste mi espíritu, verdad? ¿Por qué esperabas enterarte de donde se había ido Adisabah? No sé nada. No aprenderás nada de mi.”

            “Yo no diría que no he aprendido nada,” el Seppun se encogió de hombros. “He aprendido que los estúpidos no solo se resisten hasta el final, sino incluso más allá. Encontraremos a tu hermano. Encontraremos al rakshasa (*), y tú nos ayudarás, Kaiu Kuma.” El Seppun sacó un largo cuchillo y se cortó la palma de su mano con el, la sangre agolpándose sobre la hoja. “Las uniones de la sangre son verdaderamente fuertes…”

 

 

(*) Nota del traductor: Sacado de una información que Yoritomo Giichi puso el Foro The Kobune Port.

Los Rakshasa son una especie de demonios de la mitología India que tomaban la forma de animales con forma humana (no solo tigres, también había monos). Eran unos servidores del rey demonio Ravan, al que mató Rama, que era un avatar de Vishnu. Básicamente, Alderac cogió todo esto para los Reinos del Marfil del juego Legend of the Burning Sands. Según el libro de rol Secrets of the Mantis, los Rakshasa son unos brutales demonios shapeshifters que ansían asesinar. Lo que les hace muy peligrosos, aparte de su increíble fuerza, sus habilidades mágicas, y su habilidad de devorar espíritus, es su inmunidad a la magia de los elementos de los kami. Son solo débiles (al menos en Rokugan) ante el maho, es por ello el encarcelamiento de Adisabah el Cruel por parte de los Portavoces de la Sangre en la Tumba de Iuchiban. También son débiles ante el marfil, que les daña como el jade a los corruptos. Tienen una arrogancia supina, merecida, ya que son casi iguales en poder a muchos señores de los oni. Es por ello por lo que Adisabah el Cruel acaba siendo capturado por los Portavoces de la Sangre y encarcelado en la Tumba de Iuchiban.
            Hay dos clases de Rakshasa, los normales y los hermanos de Ravan, a los que se llaman los Gran Rakshasa. Quedan como seis de estos Rakshasa en el mundo, y tres de ellos están ahora mismo en Rokugan. Adisabah el Cruel, que hasta ahora mismo estaba haciendo chill-out en la Tumba de Iuchiban. Otra es Raniyah el Taimado, que hasta hace poco se hacía pasar por una ise zumi que vivía en Otosan Uchi, pero se ha aburrido de su disfraz, y se ha ido a algún lugar desconocido de Rokugan. El tercero es Bishan el Vigilante, que tomó la forma de Yoshitsune, el padre de Yoritomo, después de que Yoshitsune fuese asesinado por asesinos de los Reinos del Marfil. Ahora está viviendo en las junglas de las Islas de la Seda y las Especias, ya que se ha quedado muy prendado del Clan Mantis.