Hidden Emperor 5

 

por Ree Soesbee

 

Traducción de Mori Saiseki




 

Las sombras se hacían más profundas alrededor del trono de Jade, la pálida luna brillando con luz trémula en las lisas y esculpidas formas de dragones y leones que decoraban la silla. En las alcobas que rodeaban el salón del trono, crisantemos se marchitaban, sus jarrones vacíos de agua, desatendidos por los heimin.


Pisadas, suaves y silenciosas, por el pulido suelo de madera. Un deslizamiento silencioso, y luego otro al volverse a cerrar la puerta, y la habitación volvió a estar vacía.


La oscuridad ahogaba el sonido, robaba la luz, y fastidiaba sus intentos de seguir a la silenciosa figura. Las paredes del salón del trono estaban vacías, y presentían algo en la oscuridad. Momentos más tarde, sus manos encontraron la cerradura que había tras el crisantemo, levantando la exquisita madera y deslizando hacia un lado el panel. Apareció una pequeña raja. Con un movimiento premeditado, Shizue se metió por la puerta escondida. Una fría brisa sopló por entre su pelo, pero su temblorosa mano no era debida al frío.


El suave susurro de la seda, en el pasillo delante de ella, una tenue luz, voces.


Peligro.

“Ya se han dado los primeros pasos...” dijo un susurro. “...están claras las implicaciones...”


Ella había estado siguiendo al traidor durante varios días, esperando la más mínima equivocación. Una única oportunidad para saber la verdad. Mientras Shizue escuchaba, la luz de la linterna vaciló, haciendo que las sombras se moviesen y bailasen. Al acercarse, la luz se hizo más tenue, y las sombras se acercaron.


Risas.

“Incluso los Unicornio luchan ahora para nuestros propósitos,” sonrió la voz a la de su compañero. “Aunque no lo saben, son los que mejor nos sirven.”


“Mi Señor...” dijo el segundo hombre, y su suave kimono crujió al moverse. “Los Mantis marchan sobre Otosan Uchi, y cada paso que da Yoritomo es otra grieta en nuestra guardia. Es probable que no permanezcamos mucho tiempo ocultos.”


“Niño tonto,” la voz del Maestro era oscura, llena de sedosas promesas. “Los Mantis son una marioneta, listos para ser influenciados por el oro brillante. Enséñales las tierras de los Fénix, y su codicia les alejará de aquí. No tienen nada que deseemos.” Se movió, la lámpara golpeando su túnica marrón.


La espalda del espía se enderezó, como golpeada por una látigo punzante, y su cabeza se inclinó. Con un dócil tono, el hombre de la lámpara continuó, diciendo en voz alta sus pensamientos, como si estuviese hablando a las propias sombras. “Los Mantis vendrán, amigo mío, y cuando lo hagan intentarán poner a un nuevo Emperador en el trono. Y les dejaremos intentarlo.”


“Pero hay más noticias, mi Señor.” El espía levantó su cabeza, y su mano fue inconscientemente hacia su daisho. “El León marcha hacia tierras Cangrejo, y sin un líder, los descendientes de Hida serán aplastados. Si caen...”


“Excelente.”

“¿Mi Señor?”


“Los tiempos han cambiado, mi fiel amigo. Ejércitos marchan, y el Emperador se ha perdido. Muy pronto, las sombras tendrán que hablar.” Se volvió, y el hombre se puso en pie, haciendo una reverencia.


“Vete ahora.” La lámpara se alejó, y Shizue se volvió, corriendo por el pasillo antes de que sus suaves pasos la delatasen. Cerró el panel tras ella, y miró a la aún vacía habitación. El graznido de un pájaro en el patio rasgó el quieto aire del salón del trono, y el jade del trono parecía mate y sin vida mientras el gris del amanecer empezaba a romper las sombras de la noche. Había escapado.


Al oír el tenue y seco golpe del escondido panel, el Maestro se volvió una vez más hacia su sirviente. “Una cosa más, Taro-san.” El cuchillo se deslizó fácilmente entre los dobleces del suave kimono, atravesando la carne de la desprotegida espalda del hombre. La lámpara se agitó, la luz girando alocadamente por el vacío pasillo, y un gemido de asombro resonó por las sombras.


Los ojos del monje, lentamente vaciándose de vida, miraron a su Señor mientras se deslizaba al suelo. Sus rodillas temblaron. Un reguero de sangre corrió por sus abiertos labios mientras balbuceaba, “Kage... ¿por qué?”


“Porque, niño, no eres aquel al que se lo quería contar.” Sonrió al cuerpo muerto hasta que toda vida se había ido de sus fríos e inquisitivos ojos. Entonces, con una leve sonrisa, levantó la brillante lámpara, los haces de luz iluminando sus rasgos aristocráticos. Ya no necesitaría más la lámpara.


Había llegado el amanecer.


 

Habían pasado tres meses desde que los Unicornio habían tomado Ryoko Owari, imponiendo su ley por la fuerza militar. Desde que Toturi se había ido de su Trono de Jade, un año de caos y confusión, los Grandes Clanes se han levantado para reclamar el trono, cada uno temiendo perder su puesto ante otro. Mientras los ejércitos de los Unicornio cabalgan para hacer cumplir las leyes del Imperio, inquietos bandidos asaltan los caminos y los campos, destruyendo todo lo que no se pueden llevar. Parece cercano el fin del Imperio, y solo la valentía de dos hombres puede desenredar el misterio que hay tras la desaparición del Emperador. Desde las montañas del Dragón a los amargos yermos de las Tierras Sombrías, braman las guerras y los ejércitos marchan.


Los Mantis, liderando los ejércitos combinados de la Alianza, han tomado el Paso Beiden. Rodeados por fuerzas Grulla y Unicornio al sur, su única esperanza es ir hacia el norte, atravesando territorio León, en un intento de encontrarse con sus refuerzos en las playas de la ciudad del Emperador. Su líder, Yoritomo, ha reivindicado su derecho a reclamar el Trono de Jade, y el Campeón Grulla ha contestado a esas audaces palabras proclamando una guerra abierta.


El Canciller intenta desesperadamente restaurar el orden, mientras sus consejeros miran con ojos de deseo, para aprovecharse de cualquier debilidad o error. Solo los diestros consejos de un Grulla mantiene a la Corte Imperial sin que se rompa en pedazos sobre algún premio imaginado. Pero las promesas y los juramentos acarrean un pesado precio para los incautos. Desde las Montañas Dragón llegan los primeros embajadores, contando historias sobre un genocidio por parte de los Naga, y deseando la paz. Hitomi, su nuevo Campeón, manda un mensaje de buena voluntad y de unidad, y una oferta de hermandad a todos aquellos que se la quieran unir en su búsqueda de la iluminación.


Pero hacia el sur, el León marcha sobre las tierras Cangrejo, mandando sus grandes ejércitos hacia la poco defendida Muralla Kaiu. Sin un líder, los Cangrejo intentan reunir fuerzas para defenderse de una invasión, mientras sus hermanos mueren lentamente en el perdido Castillo Hiruma. Los Grulla y los Mantis se enzarzan en una amarga y sangrienta guerra en las vacíos tierras Escorpión, y de los Fénix no se sabe nada. El Imperio se desmorona bajo el peso de la anarquía, y la tormenta de la guerra destruye el sol y solo deja un negro cielo. Es un tiempo de sombras, traiciones y guerra – y un tiempo de héroes.