Un Juego Entretenido

 

por Shawn Carman

 

Traducido por Mori Saiseki

           

 

            Las habitaciones de la corte estaban extrañamente en silencio, con menos movimiento del normal y sin apenas ser llenado por el usual murmullo de cortesanos. Kaukatsu metió el pergamino que acababa de recibir en su manga, para leerlo más tarde, y miró alrededor suyo para ver que había raro. Ese silencio en la corte normalmente indicaba que un espectáculo interesante había ocurrido, para deleite de los cortesanos allí reunidos. Entre las restantes voces, podía distinguir a un rico barítono, elevándose y descendiendo de una forma dramática.

            Sume. Claro. El viejo bardo había estado entreteniendo a las masas con sus coloristas relatos desde hacía muchos días. Por alguna razón, que Kaukatsu no entendía, los demás parecían no cansarse de él. Pero a los ojos del Bayushi, Ikoma Sume eran tan transparente y obvio como pesado. A pesar de ello, no estaría bien parecer descortés o prepotente. Con una sonrisa amable pero completamente hipócrita, Kaukatsu cruzó la habitación para escuchar junto a los demás.

            “Terrible fue la ira del Rey de los Trolls,” entonó solemnemente Sume, aparentemente llegando al final del relato. “La horrible bestia destrozó la región en su furor, deseando la muerte del magistrado que le había causado tanto dolor. Pero el magistrado era muy inteligente, y montó una trampa mortal para el Rey de los Trolls en lo alto de las montañas. Cuando la bestia finalmente le encontró, uso los secretos de la nueva magia que había descubierto, para rasgar el espíritu de la bestia de su cuerpo, y mandarla gritando a los reinos de los espíritus.” Sume se levantó, y miró al gentío. “Según la leyenda, el cuerpo de la bestia aún dormita en las profundidades de las montañas. A no ser que,” hizo una pausa con una sonrisa burlona y una ceja levantada, “que su espíritu, ¿escapase en la Batalla de la Puerta del Olvido?”

            Hubo una explosión de risa por parte de los cortesanos reunidos, así como un genuino y cortés aplauso. El hombre viejo sonrió y se inclinó profundamente ante su audiencia. Un extremadamente joven cortesano Fénix se levantó cuando el bardo se empezaba a marchar. “¡Sume-sama! ¿A que clan pertenecía el joven magistrado? ¿Era un Fénix? ¿Seguramente que esa magia solo podía ser dominada por un Fénix?”

            Sume sonrió con tristeza. “Desafortunadamente, los Ikoma perdieron muchos e importantes datos cuando la Oscuridad Mentirosa asoló nuestras tierras, hace muchos años. El nombre del valeroso individuo se nos han perdido. O quizás mi débil y vieja mente, sencillamente no lo recuerda.” Hubo otra explosión de risa ante las palabras del bardo. “En verdad, desconocemos a que clan servía el joven, solo que servía al Imperio. Así son las historias de los héroes.” Sume abrió sus brazos, como para acoger a todo el grupo. “Cuando mis descendientes cuenten historias en la corte, a lo mejor, ¿hablaran de uno de vosotros?”

            Kaukatsu sonrió irónicamente. Estaba seguro que Sume no lo sabía, pero admitiendo ignorancia, el bardo se había hecho querer aún más por el grupo, e incluso habría inspirado a algún joven futuro-héroe a mirar al viejo Ikoma como a un mentor. Era un movimiento más astuto de lo que hubiese creído capaz a Sume, y lo había hecho parecer muy fortuito. Quizás, ¿había algo más interesante en el bardo, de lo que Kaukatsu había imaginado? Por supuesto, el viejo era el Daimyo de los Ikoma, y el líder de los llamados ‘espías-maestros’ de su familia, pero nunca había sido digno de su atención, a pesar de su clara superioridad sobre la mayoría de los cortesanos reunidos. Sería interesante, al menos, explorar exactamente, que tipo de hombre era realmente Ikoma Sume.

 

 

 

            Algún tiempo después, Kaukatsu consiguió encontrar solo a Sume en el jardín, poniendo en orden las piezas de un antiguo tablero de go. A pesar de acercarse silenciosamente, el viejo Ikoma levantó su mirada y le miró con una sonrisa inteligente. “Buen día, amigo Kaukatsu-san. Un día magnífico para dar una vuelta, ¿no crees?”

            “Así es, Sume-sama,” Kaukatsu sonrió mientras le saludaba. “Disfruto del silencio después de una mañana en la corte. Demasiadas voces pueden dejarle a uno sintiéndose raro.”

            “Ah,” asintió Sume. “No puedo decir que haya tenido alguna vez ese problema.” Sonrió ampliamente a su propio chiste, y luego señalo el tablero de go. “¿Te importaría entretener a un viejo con una partida?”

            “Sería un honor.” Kaukatsu se sentó, y rápidamente hizo un movimiento de apertura en el tablero. Sume le siguió, y muy pronto, los dos estaban absortos por el juego, sin ni siquiera hablar durante un rato. Kaukatsu sabía que la familia de Sume era reconocida por todo el Imperio por sus excepcionales habilidades tácticas, pero no podía entender la intención de la estrategia de Sume.

            “Muy pronto,” dijo Sume, “¡seré yo el que te llame sama! Después de todo, eres el futuro Canciller.”

            “Esa decisión no esta aún tomada, Sume-sama.” Kaukatsu inclinó su cabeza y sonrió, como si se le hubiera hecho una gran alabanza.

            Las cejas del viejo hombre se elevaron en falsa sorpresa. “¿Después de que Yojiro interviniera personalmente? No creo que ninguno de los demás campeones valoraran tanto el puesto como para enfrentarse al Señor de los Secretos en su propio campo.” Kaukatsu permaneció en silencio, y el juego continuó. Una vez más, fue Sume el que rompió el silencio. “De una u otra forma, los Otomo anunciarán su decisión sobre la Chancillería mañana.”

            “Si,” asintió Kaukatsu. “Muchos se defraudarán cuando el anuncio final se haga, sea quien sea el elegido. Creo que el puesto será un objetivo de malos deseos por parte de los que deseaban ser elegidos.”

            “A, si,” dijo Sume irónicamente. “Parecido al aprieto de nuestro actual Campeón Esmeralda. Es trágico.”

            Kaukatsu frunció el ceño con pesar y agitó su cabeza de un lado a otro en solemne acuerdo, a pesar de haber sido impresionado por la sagaz valoración del apuro de Yasuki Hachi. “Lo es.”  

            “Pero,” continuó Sume, “a lo mejor no será recibido como te imaginas.” Miró a Kaukatsu fijamente. “Hay algunos que no quieren poder para si mismos, sino que quieren usar el poder que otros poseen.”

            El Escorpión examinó cuidadosamente a Sume. ¿Estaba proponiendo algo? Había más en el viejo hombre de lo que había anticipado. Kaukatsu se dio cuenta de repente de la estrategia que el León estaba usando en la partida de go. Era una vieja apertura llamada El Amigo Tatuado. Requería que Kaukatsu no solo creyera en sus propias habilidades, pero también que su oponente cometiese un error que le hiciese perder.

            Kaukatsu se dio cuenta, de repente, de que Sume no cometería ese error No en el go, y desde luego que no en la corte. “Perdonadme, Sume-sama, pero temo que tengo una reunión que no puedo perder. ¿Sería posible que continuásemos nuestra partida en otro momento?”

            Sume inclinó su cabeza respetuosamente. “Claro, Kaukatsu-sama.”

            El cortesano sonrió. “Maravilloso. A lo mejor, cuando haya concluido esto, puede que visite Kyuden Ikoma. Siempre he querido visitar el hogar de tu familia. Hay tanta historia que encontrar allí.”

            Por una vez, el viejo bardo no sonrió. “¿Y tu señor Yojiro-sama? ¿Lo permitiría?” 

            “Estoy seguro que si. Está deseando formar una alianza con tu muy distinguido clan.”

            Sume miró calmadamente a Kaukatsu. “No supongas que por que Kaneka aceptara el regalo de un favorito de Yojiro, los Leones vayan a hacer lo mismo.”

            Una mirada, mil veces practicada, de confusión y algo de ofendido, enmascaró el sobresalto que le causo a Kaukatsu, las palabras del hombre mayor. “Sume-sama, no entiendo. ¿Qué estás sugiriendo?”

            Tan rápidamente como había desaparecido, la expresión jovial habitual de Sume volvió. “Lo siento, Kaukatsu-sama. Debo de haberme confundido. A mi edad, esas cosas pasan con alarmante regularidad. Te pido perdón.” Se levantó de su asiento para hacer una reverencia profunda al cortesano.

            “Desde luego, Sume-san,” dijo grácilmente Kaukatsu. “Un hombre de tu gran talla, desde luego que se ha ganado el derecho a equivocarse en ocasiones.” Devolvió el saludo del bardo y se volvió para abandonar el jardín, con una expresión de concentración.

            ¿Cuanto sabía el bardo?

 

 

 

El día siguiente, el murmullo familiar de docenas de conversaciones diferentes llenaban las abigarradas habitaciones. Kaukatsu intentó no fruncir el ceño. Los Otomo estaban deliberando mucho sobre el tema. De una parte, era normal, ya que el nombramiento de un Canciller Imperial era algo muy serio. Pero por otro lado, nunca era fortuito tener que esperar durante tanto tiempo por algo. Significaba que los Otomo estaban teniendo dificultades con la elección, y eso significaba que Kaukatsu no les había cortejado tan bien como había creído.

Una suave, seca risa sonó por la habitación. Yoritomo Yoyonagi, un conocido poeta del Clan Mantis, había conseguido ser el preferido de la corte esta temporada. Además de sus considerables talentos como diplomática y artista, sus maneras eran tan diferentes de los típicos Mantis, que la mayoría de cortesanos encontraban su encanto irresistible. Solo Kaukatsu parecía inmune a sus encantos. La joven miró le miró de repente, desde el otro lado de la habitación. Kaukatsu sonrió levemente, intentando que no pareciese forzada. Yoyonagi le devolvió la sonrisa, su expresión taimada pero al mismo tiempo inocente. Algún día sería un oponente formidable. Kaukatsu deseaba que llegase ese día. La corte era tan aburrida con tan pocos que le desafiaran. 

El sonido de un gong significaba que volvían los Otomo a la habitación. La delegación era pequeña, pero vestida de manera tan espléndida que el kimono negro y carmesí de Kaukatsu parecía triste en comparación. A la cabeza del grupo estaba Otomo Hoketuhime, daimyo de la familia, y Otomo Gosaiko, sensei jefe de la escuela cortesana de la familia. La presencia de ambas mujeres en el procedimiento aseguraba que cualquier clan al que se le diera permiso para nombrar un Canciller Imperial, apreciaría el enorme honor que los Otomo les otorgaban. Otro juego.

Hoketuhime sonrió amablemente a los reunidos cortesanos. “Queridos amigos,” empezó, “nos habéis honrado profundamente con vuestras generosas ofertas de ayuda. Vuestra entusiasta respuesta nos da esperanza para que un día, muy pronto, el Imperio vuelva a estar unido bajo un solo Emperador.” Hubo un murmullo de asentimiento entre la multitud. “Cuando llegue el momento, cada uno de vosotros será recordado, como también lo será la devoción de vuestros señores, que os mandaron aquí para intentar traer la paz entre los Cuatro Vientos.” Kaukatsu notó un brillo sospechoso en los ojos de más de un cortesano. Para ser tan ‘honorables’, estaban deseando vergonzosamente la ganancia personal.

“Desafortunadamente,” continuó Hoketuhime, “solo un clan puede recibir este honor. Después de una cuidadosa consideración de cada una de vuestras propuestas, es la decisión de la Corte Imperial que el Escorpión sea el responsable del nombramiento del Canciller Imperial.”

Todos los ojos, muchos de ellos envidiosos, se volvieron hacia Bayushi Kaukatsu. El esperaba que su sonrisa victoriosa fuese apropiadamente grácil y humilde. “Mis señores y señoras,” dijo, inclinándose profundamente, “nos honráis de gran manera con vuestra aceptación de nuestra humilde propuesta. Mi señor Yojiro ha pensado mucho sobre este tema, y me ordenó que aceptara este enorme honor en nombre de nuestro clan. Es un honor al que solo puedo desear demostrar ser digno ante esta augusta congregación y ante mis benditos ancestros que me ven en este día.”

Las gráciles reverencias de los Otomo fueron contestadas por un cortés aplauso por parte de los cortesanos reunidos. Kaukatsu se volvió despacio, inclinando su cabeza a aquellos a los que reconocía en el grupo, sonriendo calurosamente a otros. Para su delicia, aquellos que parecían más sorprendidos por su anuncio eran aquellos que estaban por debajo de su atención. Aquellos que le conocían, como Ide Tadaji, no parecían sorprendidos en lo más mínimo.

Kaukatsu se sorprendió un poco al ver que Doji Tanitsu se había adelantado al grupo para hacerle una profunda reverencia. La sabedora sonrisa del Grulla no indicaba la más leve sorpresa. Tanitsu le congratuló y ofreció los servicios de los Grulla en el cumplimiento de sus deberes. Kaukatsu solo sonrió y asintió. Las palabras del Grulla estaban claramente ensayadas. Era un mensaje: los Grulla estaban preparados para lidiar con un Canciller Escorpión. Tanitsu se estaba convirtiendo agradablemente en un potencial y digno competidor en la corte.

Poco después, cruzó brevemente su mirada con Ikoma Sume. Una mirada inteligente pasó entre ellos, y Kaukatsu supo que no habían acabado aún. Pero ya habría tiempo para eso. Kaukatsu se acababa de convertir en uno de los hombres más influyentes de Rokugan, y tenía deberes que hacer antes de perseguir esta anomalía que tanto incordiaba sus pensamientos.

 

 

 

            La luna brillaba sobre el patio ajardinado. Kaukatsu encontró a Ikoma Sume sentando ante el mismo tablero de go, esperando. Las piezas del juego estaban sin tocar desde la última vez que se habían visto, unos días atrás. El Escorpión se sentó sin hablar y miró descaradamente al otro hombre. El tiempo de palabras inteligentes había pasado. “Hay más en ti de lo que se ve a simple vista, Sume-san.”

            “Muchas gracias, Kaukatsu,” dijo Sume con una pequeña sonrisa. “Eso es un gran cumplido, viniendo de un Escorpión.”

            “No parecías tan cumplido antes.”

            Sume agitó su cabeza. “No me entiendes, amigo mío. Solo siento respeto por el Clan Escorpión. Sobresalís en las habilidades que estado toda mi vida estudiando. Si de tu gente se puede decir que tiene alguna falta, es que porque creéis que ya que sobresalís en algo, nadie más puede ser hábil también en ello. Hasta que no corrijáis esta omisión, continuaréis recibiendo sorpresas, como la que yo te di.”

            Kaukatsu rió entre dientes. “Eres un hombre sabio, Sume. ¿Estas seguro de no ser un monje?”

            Sume también rió. “Estoy lejos de ser un monje, ya que muchas preocupaciones terrenales me importan.” Miró a Kaukatsu fijamente. “Mi joven sobrino, por ejemplo. Tiene mucho potencial, pero es un hombre honorable y justo. Temo que a no ser que reconozca los peligros de la vida cortesana, seguirá siendo manipulado por hombres como nosotros, que saben bien la realidad de las cosas.”

            “¿De verdad?” inquirió Kaukatsu, acariciándose el mentón pensativamente. “A lo mejor tu sobrino, que creo que recientemente se convirtió en un audaz capitán marino, sería bien recibido entre mi gente durante un tiempo. Estoy seguro que le despertásemos a las realidades del Imperio.”

            “Si,” convino Sume, “pero no como un estudiante. Como un invitado. Como un igual. No le deshonraré con algo menor.”

            Kaukatsu pensó durante unos momentos. “Entonces, quizás… ¿una boda? ¿Una unión entre nuestros dos clanes? Ikoma Otemi estaría cumpliendo con un gran deber para el León.”

            “Entonces tenemos una boda,” dijo Sume. “A tu antigua alumna Yasuko.”

            El Escorpión arqueó sus cejas sorprendido. “¿Shosuro Yasuko?” No pudo sino reír. “Admito que estoy sorprendido que quisieras tal… distracción en el hogar de tu familia. ¿Y que pasa con la samurai-ko Matsu con la que se aventuró? Oí mucho sobre eso, hasta en Otosan Uchi.”

            “Los León no permiten que el amor nuble su juicio,” dijo Sume.

            Kaukatsu asintió. “Entonces sois gente sabia. Pero aún, ¿Yasuko? Es una mujer con tendencia a… perderse en la compañía de otros. Estoy seguro de que sería una invitada molesta.”

            “Suena como si hablases con experiencia.”

            Kaukatsu rió. “Un Escorpión no rinde tan fácilmente sus secretos.”

            “Ella tiene información que deseo,” dijo simplemente Sume. “Y será nuestra invitada, la mujer de mi honrado sobrino. Nada más.”

            “Entonces estamos de acuerdo,” dijo Kaukatsu finalmente, pensando en el mensaje que Tanitsu había mandado antes. “Partiré por la mañana, para empezar a cumplir con mis obligaciones. Pero antes de marchar,” gesticuló hacía el tablero, “¿terminamos la partida?” 

            Sume sonrió. “Desde luego que podemos terminar esta partida. Habrá muchas más.”

 

 

 

            Sin ser visto por ambos hombres, Ide Tadaji estaba sentado en un rincón escondido del jardín, mesándose su barba, mientras las voces de los dos hombres volaban entre los setos. “Sume-san,” susurró a si mismo, “hay mucho que aprender sobre ti, viejo amigo.” 

            Silenciosamente, el viejo cortesano se levantó y se fue del jardín.