La
Furia de un Oni
por Rich Wulf y Shawn Carman
Traducción de Hoshi Togai
Los bardos a lo largo del
Imperio, samurai y plebeyos sin distinción, cuentan historias de Yugure Yama,
las Montañas del Crepúsculo. Habitualmente, estas historias se cuentan entre
susurros después de beber demasiado sake, o para asustar a las jovencitas de la
corte en una fría noche. Se habla de la destrucción del Clan del Jabalí. De
cómo nació el Yunque de la Desesperación. Se habla también de Shakoki Dogu, el
misterioso fantasma que despoja de carne los huesos de los viajeros. Son muchas
las historias que aquí se narran, y ninguna de ellas tiene un final feliz.
“Hoy no será distinto,”
dijo la voz. Sezaru la ignoró.
Toturi Sezaru no se
preocupaba por los mitos y leyendas. Solo importaba la realidad. El miedo y la
superstición eran para los débiles de mente. La palabra débil difícilmente se
podría usar para describir al Lobo.
El joven hijo de Toturi
examinaba los alrededores con cuidado. Independientemente de lo que uno pudiese
creer con respecto a las historias de estas altas montañas, no cabía duda de
que se trataba de un lugar oscuro y misterioso. Mirando por encima de su
hombro, Sezaru podía ver como sus tres servidores iban tras suya sin emitir
queja alguna. Miya Gensaiken, el educado cortesano que servía como heraldo de
Sezaru mantenía su habitual buen humor. Toturi Koshei, el larguirucho yojimbo
de Sezaru no parecía preocupado por la escalada. Asako Ryoma, el magistrado
Fénix, comenzaba a mostrar signos de fatiga.
“Ryoma,” dijo Sezaru,
“¿necesitas descansar?” No había preocupación alguna en el tono de Sezaru. De
hecho, no le preocupaba demasiado el cansancio de Ryoma, ni tampoco dirigió su
atención hacia el shugenja, le preocupaba mucho más las montañas de más
adelante. No entraba dentro de la naturaleza de Sezaru mostrar preocupación por
las debilidades de los demás. Centrándose solo en sus puntos fuertes, Sezaru
creía que ayudaba a los otros a superarse a sí mismos sin su ayuda.
“No, Sezaru-sama,” jadeó
Ryoma. “Podré resistirlo.”
“No seas arrogante,
Ryoma,” Sezaru le reprendió. “Te necesito alerta y atento para cuando
alcancemos nuestro destino. Y no lo estarás si te encuentras agotado.
Continuemos, nuestro destino esta cerca.” Sezaru señalo con su cabeza hacia los
distantes picos. Allí, una torre enorme dominaba el paisaje. Negras
enredaderas, tan gruesas como árboles adultos, la rodeaban. A primera vista
parecían cubrir la estructura, pero de hecho formaban el cuerpo de la misma.
“La Torre de las
Enredaderas,” exclamó Koshei.
Sezaru asintió. “Sí. Aquí
es donde podremos encontrar al Oráculo de la Tierra, y gracias a él obtendremos
algo más de la verdad que busco.” La voz de Sezaru se transformo velozmente en
algo parecido al silbar de una serpiente, mientras continuaba su búsqueda para
descubrir la identidad del asesino de su padre, parecía cada vez mas
obsesionado. Los otros estaban preocupados por él, Sezaru tenía conocimiento de
eso, pero no mostraba preocupación alguna. Sólo el éxito de su misión era lo
que importaba. Tsudao, Naseru, Kaneka, ninguno de ellos estaba preparado para
vengar el asesinato de su padre. Ya fuese por su falta de habilidad o
motivación. Sólo él podría llegar al final de esto.
Sezaru continuaba la
marcha, eligiendo la ruta por el empinado sendero. Carecían de monturas;
incluso las ágiles mulas que habían tomado prestadas del pueblo Cangrejo habían
sido dejadas atrás. Las Montañas del Crepúsculo eran un lugar accidentado,
hostil a cualquier clase de vida. Koshei encabezaba la marcha, con ojos avizor
a cualquier cosa que pudiese amenazar a su señor. Sezaru iba tras él junto con
Ryoma, Gensaiken cerraba la marcha.
Un grito agudo se oyó
detrás de Sezaru. El Lobo se volvió, una mirada de irritación se reflejaba en
su cara. Ryoma se hallaba tumbado en el camino, sujetándose una pierna y
encogido de dolor. Gensaiken estaba agachado a su lado, mirando al shugenja con
expresión curiosa.
“Se ha caído, mi señor,”
dijo Gensaiken, dirigiéndose a Sezaru.
“¿Ryoma?” Preguntó
Sezaru. “¿Te encuentras bien?”
“Creo... que puedo
continuar,” dijo Ryoma, apretando los dientes.
Los ojos de Sezaru se
entornaron durante un instante, concentrándose en las profundidades del Vacío.
El Lobo frunció el ceño. “Tienes la pierna rota, Ryoma,” dijo con lastima. “No
puedes hacer nada en tal estado. No puedo desperdiciar la magia para curarte;
desconozco que es a lo que nos tendremos que enfrentar en la Torre. Necesitaré
de todo el favor de los Kami que pueda reunir.”
“Me quedare con él si es
tu deseo, mi señor,” dijo Gensaiken. “Creo en serio, que no seré de utilidad en
el arduo viaje, y para seros franco, estoy asustado de lo que pueda ocurrir
cuando encontréis al Oráculo. Estaría mas que satisfecho de permanecer aquí
cuidando de Ryoma y atendiendo sus heridas.” Gensaiken saco un pequeño
nage-yari de detrás de él y blandiéndolo como si estuviese dispuesto a defender
al Ryoma del mismo Shakoki Dogu.
Sezaru miró a Gensaiken
durante un momento. “Muy bien,” dijo. “Quizá sea lo mejor. Koshei y yo
viajaremos mucho más rápido solos.” Después de eso, el Lobo continuó el camino.
Koshei dio a Gensaiken
una ultima mirada de aprobación, entonces se volvió y también siguió el camino.
“Pareces preocupado,
yojimbo,” Sezaru dijo tras unos momentos, con la atención fija adelante. Estaba
dicha como una afirmación, aunque parecía referirse al meollo de la cuestión,
como casi todas las cosas que decía Sezaru. “No estás enmascarando tus
pensamientos como acabo de demostrarte, Koshei. No encuentro útil a un yojimbo
sin autocontrol.”
“Sí, mi señor. Os ruego
que me perdonéis.” La cara de Koshei mostraba vergüenza y deshonra. “Procuraré
cambiar.”
“Hazlo,” dijo Sezaru. “Y
ahora, ¿qué es lo que te preocupa?”
“No confío en Miya
Gensaiken,” dijo Koshei con franqueza. “El hombre es un cobarde.”
“Tal vez,” dijo Sezaru.
“Pero al menos conoce sus limitaciones. Encuentro en ello una rara virtud, una
que tal vez Ryoma haría bien en imitar.”
Koshei rió. “¿Encuentras
a un servidor con limitaciones agradable porque vos mismo carecéis de
limitaciones?”
Sezaru miró a Koshei con
expresión apacible, sin demostrar ni ira ni asombro. “Tal vez,” dijo él.
•
Ryoma gesticulaba de
dolor mientras Gensaiken le entablillaba la pierna. El cortesano se arregló las
vestiduras y se sentó sobre los talones, sonriendo con amabilidad al shugenja.
“Un excelente trabajo,” dijo Ryoma,
encogiéndose mientras examinaba su herida. “¿Estás versado en medicina?”
“Un sisha esta versado en
distintas cosas,” dijo Gensaiken con un humilde asentimiento. “Un heraldo nunca
sabe que habilidades ha de disponer. Somos la voz del Emperador, y no podemos
dejar que corten la garganta del mismo.”
Ryoma gruñó evasivo,
apoyándose contra la pared mientras examinaba la rocosa ruta.
“Para ser sinceros, no
pensaba que estuviese tan exhausto. No es propio de mí dar traspiés.”
“No diste un traspiés,”
dijo Gensaiken con una sonrisa. “Yo te he hecho caer.”
Ryoma parpadeó,
enderezándose y mirando a Gensaiken. “¿Qué es lo que has dicho?” Preguntó
“Yo, te he hecho, caer.”
Gensaiken pronunció las palabras con lentitud. “Te agarré de la pierna y
te hice perder el equilibrio para que
te cayeras.” El sisha mostraba una brillante sonrisa. “Tenia la esperanza de
que te murieras, pero no fue así.” La voz del joven cortesano era clara, feliz
y con un cierto tono frío.
“¿Qué es lo que estás
diciendo?” Preguntó Ryoma, con los labios temblorosos por el miedo. “¿Por qué
has hecho tal cosa, Gensaiken?”
“Te encontrabas en mi
camino,” dijo Gensaiken. “Tu y Koshei. Y necesito eliminaros a ambos para poder
ejercer mi influencia sobre el Lobo sin distracciones. Pensaba que tú, de entre
todos, lo comprenderías. Después de todo, ¿no fuiste tú quien acabó con el
Campeón de Jade Kuni Utagu, para que dejase de difamar a tu señor en la corte?”
Gensaiken puso una sonrisa todavía más amplia, mostrando unos perfectos dientes
blancos.
Ryoma se estremeció.
“¿Cómo... como has tenido conocimiento de eso?” Dijo. “Ni siquiera Sezaru tenía
conocimiento de eso...”
“Sezaru ve lo que quiere
ver,” dijo Gensaiken. “Yo lo veo todo. Veo lo que hay en tu corazón. Veo que
estas aterrorizado. Incluso veo que te gustaría matarme. Pero no lo harás.”
Ryoma tanteó la bolsa de
pergaminos que se encontraba en su cadera. “¿Cómo estas tan seguro?” Gruño él.
“¡Soy un Magistrado de Jade, un Inquisidor entrenado por los Asako! ¡He
arrebatado la vida a criaturas que ni te imaginarías en tus peores pesadillas!”
“Lo dudo muchísimo.”
Gensaiken se rió tontamente.
Un repentino golpe resonó
cuando una enorme bestia alada aterrizó en el camino entre Gensaiken y Ryoma.
Gensaiken rodeo la gruesa y blindada pierna, y con una sonrisa, dijo “Te
presento a Yokubo.”
La vista de Ryoma se fijó
en los ojos de la criatura, al mismo tiempo que su garra le aplastaba el
cráneo.
Reflejados en ellos,
Ryoma no vio nada excepto el vacío…
•
El Oráculo de la Tierra
no era algo a lo que uno podría llamar con seguridad “humano.” A diferencia de
Kaede, la madre de Sezaru, o del etéreo Oráculo del Aire con el que ya se
habían encontrado, este Oráculo era una dura estatua que representaba vagamente
una figura humana. Sus rasgos eran macizos, indefinidos. Su cuerpo estaba
cubierto de brillantes vetas verdes que lo recorrían. Permanecía en un trono
enorme que también estaba formado por enredaderas, las raíces y ramas entraban
y salían de su cuerpo, y de sus labios manaba la esencia misma de la tierra.
Incluso sentado era impresionante, tres cabezas más alto que Koshei. Los
Cangrejo de la zona le habían dicho a Sezaru que el Oráculo de la Tierra
carecía de nombre, o al menos uno al que respondiese.
“Has venido en busca de
la recompensa de la sabiduría de la Tierra,” dijo el Oráculo. “Has visto ya a
mi hermana.”
Sezaru miró a Koshei. El
yojimbo asintió con rapidez y dio un paso al frente. “Es cierto, Oráculo-sama”,
dijo Koshei, inclinándose con gracia. “Mi pregunta es sencilla. Deseo saber
donde puedo encontrar al Oráculo del Agua.”
Durante unos instantes el
Oráculo permaneció en silencio. Cuando lo hizo, su voz surgió como un murmullo
que emanaba del corazón de la montaña. “Busca al Oráculo donde comenzó el
renacimiento. Búscalo en el castillo en llamas donde el fuego no quema.”
Koshei asintió. “Arigato,
Oráculo-sama,” dijo, retrocediendo hasta situarse detrás de su señor.
El Oráculo ni se movió ni
habló, pero sus ojos negros se volvieron hacia Sezaru.
“¿Dónde encontraré a la
criatura conocida como Daigotsu?”
Preguntó Sezaru sin rodeos.
El Oráculo se demoró
nuevamente. Cuando habló esta vez, una expresión de sorpresa parecía cruzar su
rostro deforme, como si tampoco él esperase la respuesta. “El Señor de las
Tierras Sombrías te aguarda en la base de la montaña. Huye, Hijo de los Cielos.
Enfrentarte a él ahora, acarreará tu derrota.” Con eso, un temblor sacudió la
torre. El Oráculo parecía hundirse en su trono, las enredaderas crecían velozmente
y cubrían su cuerpo. Poco después, se había ido al corazón de la torre. La
torre misma comenzó a agitarse, la luz del sol atravesaba las grietas de la
pared mientras las enredaderas desaparecían.
“¿Qué es lo que ocurre?”
Exclamó Koshei, asombrado.
“El Oráculo de la Tierra
se ha marchado,” dijo Sezaru. “Daigotsu está aquí.” De su kimono rojo de seda
sacó una máscara de porcelana blanca. El rojo sol naciente de la frente
reflejaba la luz del mismo sol. Koshei conocía muy bien la máscara; había sido
un regalo a su maestro de sus mentores Isawa. Sezaru sólo se la ponía cuando se
iba a enfrentar a alguien. Sezaru la tenía ahora puesta.
“¿Te enfrentarás a el?”
Preguntó Koshei. “Pero el Oráculo dijo—”
“Ryoma y Gensaiken me han
mostrado su lealtad,” siseó Sezaru. “Yo no puedo ofrecerles menos. Koshei,
confío en que puedas huir de la torre por tus propios medios antes de que
desaparezca por completo.” Con un grito, Sezaru convocó a los espíritus del
aire y desapareció de la vista, dejando solo a Koshei.
•
Sezaru flotaba muy por
encima de las Montañas del Crepúsculo, su cuerpo sostenido por los espíritus
del aire como una hoja por la brisa. En su mano derecha sostenía varios ofuda
nacarados, los pergaminos sagrados de los que se servía para invocar su magia más
poderosa. En la izquierda llevaba la daga de plata que siempre llevaba consigo
desde el día de su gempukku. Le llevó sólo un momento encontrar lo que buscaba
desde el lugar en el que se encontraba; en la base de la montaña, una enorme
criatura ocupaba el camino, inclinado sobre el destrozado cadáver de Asako
Ryoma. Sezaru lo vio ponerse en pie
lentamente, volviéndose hacia diminuta figura de Miya Gensaiken.
Con una fuerte invocación
a la Fortuna del Fuego y del Trueno, Sezaru apuntó a la criatura. Osano-Wo le
respondió encantado; los cielos vomitaron una columna de puro fuego, cayendo
sobre la tierra y consumiendo a la bestia con furia. Cuando las llamas se
extinguieron, la bestia permanecía en el centro de un circulo de devastación y
piedra fundida, observando vigilante con una curiosa expresión. Sezaru
descendió con velocidad para enfrentarse mejor a su enemigo y bloquear su ruta
hacia Gensaiken.
La criatura era enorme,
se asemejaba vagamente a una persona pero con mas de tres metros de altura, con
enormes alas. Su cuerpo estaba cubierto de placas quitinosas del color del oro
pulido; brillantes y relucientes gemas
se encontraban distribuidos por las placas, incluido un enorme rubí en su
frente del tamaño de un huevo de gallina. Sus alas no tenían plumas si no que
estaban cubiertas de un pelaje oscuro de textura similar a la seda. Matas
similares formaban unas hombreras y una falda en la cintura. Su cuerpo era
sinuoso y escurridizo, que no era ni el de un hombre ni el de una mujer. Sus
movimientos tenían una gracia hipnótica al tiempo que trasladaba su peso de un
pie al otro.
Sezaru cruzó su mirada
con la suya sin asomo de miedo. Sus ojos no eran sino negros como la tinta.
Sezaru no estaba impresionado. Jamás se había encontrado una amenaza de la que
no pudiera encargarse, y esperaba que no fuese distinto en esta ocasión.
“Daigotsu,” dijo Sezaru.
“Es una forma de hablar,”
replicó la bestia. “No intimidas tanto como dicen las historias.” La voz era
profunda, como si resonase desde el fondo de un pozo. Había algo en aquella voz
gutural que hacía sentirse sucio simplemente oyéndola. Era el tono meloso de un
Grulla, o quizá de un Otomo, pero filtrado por algo tan malvado que Sezaru no
podía identificar el acento.
“Tu no eres la cosa que
asesinó a mi padre,” dijo Sezaru con llaneza. “Los Escorpiones que la
describieron dijeron que tenía cuatro brazos, y una armadura rojiza.”
“No soy una ‘cosa’,
Sezaru-san,” dijo la criatura con una risa. “Soy un hombre, al igual que tu.”
Se acercó hacia Sezaru con una garra extendida, las placas quitinosas sonaban
como una armadura de acero. “Muy similar a ti.”
Los ojos de Sezaru se
entrecerraron; el Lobo parecía olfatear
el aire. “No,” dijo él. “No eres tú realmente. Es una marioneta. Otro de tus
Onisu.”
La bestia asintió. “Su
nombre es Yokubo,” dijo, señalando con una mano el andrógino cuerpo metálico.
“Era una Grulla, una vez lo fue. O quizá debería decir ‘él’ fue. Realmente, es
difícil de decir. Supongo que carece de importancia.”
Sezaru refunfuñó. “Si soy
tan poco impresionante, Daigotsu, ¿por qué no te enfrentas directamente a mí?”
De nuevo, emitió una
risa. “No estás todavía preparado para enfrentarte a mí,” dijo, con sus ojos
negros fijos en el Lobo. Con eso, una gran ala sedosa se abalanzó sobre Toturi
Sezaru, tratando de envolver los labios y garganta del Lobo.
Se movía más rápido de lo
que Sezaru podía ver, y antes de que pudiera reaccionar, la cosa se volvió y lo
arrojó contra el muro de piedra de la montaña. Sezaru gruño de dolor al tiempo
que se deslizaba hacia el suelo, con la daga y ofuda entre las manos. El Lobo
permaneció tirado, inmóvil. Yokubo se dirigió lánguidamente hacia la forma
caída de Sezaru, con una de sus garras alisando los sedoso pelos de su ala. Un
suspiro salió de su horroroso rostro mientras se inclinaba sobre Sezaru.
“No estoy seguro de que
es lo que la Hija Oscura ha visto en ti,” dijo Yokubo con una risa.
Tras su máscara, los ojos
del Lobo se abrieron del todo. “Descubrirás que no soy tan fácil de eliminar
como mi padre,” dijo Sezaru, rasgando el aire con su daga. Una explosión de
fuego negro surgió de la herida del mismo aire, cayendo sobre Yokubo y
arrojándolo al suelo sobre el camino. La bestia aterrizó bruscamente sobre su
espalda, dando varias vueltas y
estrellándose finalmente contra un grueso árbol, haciendo astillas el tronco.
Negros arcos de electricidad surgían de su cuerpo, el poder del Vacío en estado
puro.
Sezaru se puso en pie,
avanzando de forma dolorosa hacia la criatura. De cualquier forma, debería
estar destruido del todo. Los elementos que componían su cuerpo deberían de
haberse dispersado por la pureza del Vacío, pero todavía había un cuerpo. Se
detuvo a echar un vistazo a Asako Ryoma, que estaba en unas rocas cercanas. El
hombre nunca podría volver a ser identificado. Durante unos instantes, Sezaru
sintió pena. Pero Gensaiken había huido, y Koshei estaba lejos del peligro.
Sezaru volvió a echar un
vistazo a Ryoma, y cuando levantó la vista Yokubo había desaparecido.
Con una brusca
inspiración, Sezaru examino nuevamente los alrededores. No vio ni oyó nada.
Extendió sus sentidos, uniéndose al poder del Vacío. Podía oír los latidos del
corazón de cada insecto, sentir como las rocas se erosionaban por la fuerza del
viento, oler el aroma de la hierba que crecía, sentir el pulso del espíritu
Shakoki Dogu en las profundidades de la tierra, pero nada de eso tenía
importancia. Por mucho que buscaba a Yokubo, no encontró nada…
Un silbido sobre Sezaru,
tan débil que ni el oído de un perro sería capaz de oírlo, aunque ensordecedor
para el maestro del Vacío. Justo a tiempo levantó la vista para ver al Onisu
caer en picado para aplastarlo, surgiendo por delante del sol. Se echó a un
lado a la vez que la criatura aterrizaba, mientras sus garras se aferraban con
firmaza en el rocoso camino. Sezaru sintió como algo se hundía profundamente en
si pierna, el Onisu lo había clavado al suelo.
Sezaru se retorció, murmurando las palabras de otro
hechizo, dispuesto a abrasar al Onisu con fuego incluso si eso significaba
perder su propia pierna. Yokubo se burló, lo abofeteó con fuerza, rompiéndole
la mandíbula, interrumpiendo el hechizo, y enviando su máscara rodando al por el camino. Sezaru aunque
tambaleante, se recuperaba con rapidez, concentrando el poder de su magia por
pura voluntad. Yokubo se rió y dijo una sola palabra en la extraña y metálica
lengua de los oni. Los ofuda de Sezaru se consumieron en llamas en su mano.
“Estúpido,” dijo la
criatura con su extraña y seductora voz. “No puedes derrotarme Lobo, nadie más
que tu podría apagar el corazón del Señor Sol como si fuese una simple vela.
¿Por qué te crees que elegí, de entre todas las pesadillas, para enfrentarme a
ti? Yokubo es la pesadilla del deseo. Estás consumido por tu propio deseo de
venganza. En tu búsqueda para destruirme, ¡te has quedado indefenso ante mi
poder!
“Mátame,” escupió Sezaru,
con la voz distorsionada por su mandíbula rota. “Los otros te destruirán”
“¿Los otros?” Yokubo se
rió. “¡Tú eres el mas fuerte de ellos, y no eres nada! El corazón de Naseru se
encuentra lleno de traición. Tsudao está embargada de miedo y remordimientos.
La ambición de Kaneka lo lleva a destruir
lo que le rodea. Cualquiera de ello no seria nada mas que una diversión
momentánea para mis Onisu. Los niños de Toturi. Vientos de Cambio. ¡Bah! ¡No
sois nada! Simples molestias a las que eliminar. Al igual que tu padre, al que
valorabas más de lo que se merecía. ¿Por qué te crees que envié a Fushin para
destruirlo, Sezaru? ¿Por qué crees que Traicionera el rival más adecuado para
enfrentarse a Toturi Primero?¿Por qué fue así?
Las cejas de Sezaru se fruncieron de furia.
“¿No tienes respuesta a
eso?” Pregunto Yokubo con dulzura, mientras chasqueaba los dedos. “O quizá
estás preparando tu próximo movimiento. ¿Qué será?. Cuanto más me desprecies,
Yokubo se hará más fuerte cuanto mayor sea el deseo de apagar la sed de
venganza de tu corazón. Yokubo extendió las garras de una mano, sujetando a
Sezaru por la garganta. “Ya basta de tonterías. Envíale mis saludos a tu padre,
Lobo”
Sezaru cerró sus ojos, rodeándose
del poder del Vacío. Se preguntaba si su madre estaría esperándolo al otro
lado.
Un aullido de banzai puso a Sezaru nuevamente en
alerta. Abrió sus ojos para ver a Toturi Koshei cargando contra Yokubo, con la
katana entre las manos. El oni se tambaleó cuando la espada de Koshei le cortó
el pecho, dejando un surco de brillante sangre roja desde el hombro derecho a
la cadera izquierda. La criatura aulló de dolor y dio una patada salvaje,
poniendo a Koshei de rodillas. Mientras el yojimbo se tambaleaba, Yokubo le
cruzó salvajemente la cara. Koshei retrocedió dolorido, aunque permaneció en
pié. Se limpió la sangre de la cara con la manga y le gritó a su señor.
“¡Huid mi señor! ¡Yo no
soy nadie, pero vos debéis sobrevivir! ¡Rokugan os necesita!”
Sezaru se puso en pie con
rapidez, observando con sorpresa como su yojimbo se enfrentaba nuevamente al
Onisu. El enfrentamiento era desigual. No había nada que él pudiera hacer para
derrotar a tal criatura. Pero todavía manaba sangre del pecho de la cosa, allí
donde Yokubo había sido herido.
“¡Estúpido sentimental!”
Espetó Yokubo, con una voz aguda y llena de furia. “¿Qué es lo que esperas
conseguir?”
Koshei no dijo nada, pero
volvió de nuevo a la carga. En sus ojos no
había nada mas que una expresión de sacrificio por su señor. Ni miedo.
Ni odio. Ni pena.
No había deseo.
Sezaru miró de nuevo al
Onisu, y una sonrisa se dibujo dolorosamente en su cara destrozada. El Lobo
invocó nuevamente a su magia, dirigiéndola esta vez no sobre Yokubo, si no para
fortalecer a Koshei. Llenó los brazos del yojimbo con el poder y la fuerza del
fuego, su corazón con toda la fuerza de la tierra, sus piernas con la ligereza
del viento. Koshei golpeo a Yokubo repetidamente, aumentando su velocidad y la
fuerza de los mismos con cada golpe.
Yokubo retrocedía, indeciso, sin saber como combatir esta nueva amenaza.
De un poderoso tajo, Koshei arrancó de cuajo una de las alas de la bestia. La
cosa retrocedía, respirando pesadamente mientras la sangre regaba el suelo y el
ala cortada se retorcía en el suelo.
“¡Ya es suficiente!”
Rugió la bestia. Arrancó un enorme árbol con una mano, blandiéndolo contra
Koshei como si fuera una maza. El yojimbo se tiró a un lado, esquivando el
arma. El Onisu aulló de furia, dando golpes sin ton ni son alrededor de él.
Koshei retrocedió, acudiendo velozmente junto a su señor herido. Pasó un brazo
por detrás de Sezaru, ayudándolo a ponerse en pie de nuevo.
“Señor, debemos huir,”
dijo Koshei.
Sezaru sólo pudo asentir,
con la mente embargada por el dolor y mareado por su conexión con el Vacío.
Invocando el poco favor de los kami que tenía a su disposición, convocó a los
espíritus del aire alrededor suya, y de su yojimbo. Los dos se elevaron con
rapidez en el aire, dejando velozmente la carnicería de la montaña detrás suya.
Yokubo sólo pudo aullar de furia y agitar los brazos, incapaz de volar con un
ala cortada.
“Quizá,” murmuro lleno de
dolor Sezaru. “Quizá el conocer las limitaciones de cada uno, después de todo
no es una virtud, amigo mío.”
“La bestia tiene tu
máscara,” contesto Koshei, apuntando hacia abajo. Yokubo sostenía la mascara
entre sus enormes dedos de metal. El sol naciente de la frente destelló un
momento antes de que el Onisu se desvaneciese en medio de la tierra.
“Volveremos a por ella,”
dijo Sezaru con un gruñido, “pero hoy no.”