La Moneda de la Traición, 4ª Parte
por Shawn Carman
Traducción de Mori Saiseki
Akasha dormía inquieta. Daba vueltas bajo su edredón, su
frente arrugada, concentrada, llena de sudor. Ocasionalmente, extraños ruidos
saldrían de sus labios, alternándose entre callados gemidos e inquietantes
siseos.
En el
sueño, Akasha flotaba en las profundidades del océano. El agua era oscura y
estaba agitada. Rotas plantas y sorprendidas criaturas la pasaban volando a
increíbles velocidades, atrapadas en algún vórtice gigante. Akasha estaba
inmóvil en medio del caos. A pesar de que comprendía que solo era un sueño, no
podía evitar sentir miedo. Las sensaciones eran muy reales.
Entre
las revueltas aguas, una pálida forma se apareció ante ella. Shasyahkar, el
moribundo jakla que había visitado sus sueños hacía algunos meses. “¿Por qué no
has hecho lo que te pedí, Akasha? Mi tiempo se acaba.”
“Lo sé,
sensei,” gritó ella por encima del rugiente agua que asolaba sus oídos, “pero
hubo muchas cosas de las que tuve que ocuparme antes de que pudiese…”
“Cosas
triviales,” dijo secamente el espectro. “Cosas humanas sin importancia.
Comparadas a la supervivencia de nuestra raza, ¿fueron tus tareas tan
importantes?”
“No lo
entiendes,” empezó ella.
“Desde
luego que no.” A pesar de la obvia debilidad de su figura, era terrible su
iracundo aspecto. “Debes completar tu búsqueda, y pronto, o todo se habrá
perdido. Tenías que ser el Legado de los Naga, pero si no puedes hacer lo que
debes, en vez de ello serás su maldición.”
“Sensei,
por favor,” dijo ella, suplicando.
“No
puedo mantener esta reunión,” dijo el Naga. “Estoy muy lejos de los campos de
perlas. Haz lo que tienes que hacer, Akasha. Y yo haré lo mismo.” Con eso, la
figura se alejó hacia las oscuras aguas.
Akasha
se levantó súbitamente, un grito en su garganta. Su agitada respiración empezó
a estabilizarse cuando reconoció donde estaba.
Chen se
movió junto a ella. “¿Qué pasa?” Preguntó en voz baja. Instantáneamente estaba
alerta y preparado, anticipando un ataque.
“Un
sueño,” dijo ella sin aliento. “Solo era un sueño.”
Se
relajó visiblemente. “¿De qué era?”
Akasha
dudó. Hasta ahora, no le había dicho la verdad a Chen. Desde luego que no era
por que no confiase en él. Ella había jurado mantenerlo en secreto, y a pesar
de que era muy distinta a los Unicornio entre los que había vivido toda su
vida, valoraba la inviolabilidad de un juramento tanto como ellos.
Pero
ahora, Chen estaba a punto de convertirse en parte. Si permanecía en silencio,
su ignorancia podía desequilibrar el delicado equilibrio por el que había
luchado tanto para conseguir. Peor aún, la vida de Chen podría estar en
peligro, y eso era algo que ella no permitiría. ¿Pero por donde empezar?
Chen
estaba ahora sentado, su cara una máscara de preocupación. “Cuéntamelo.”
“Ghedai
no es el único jakla Naga despierto,” finalmente empezó, “aunque él cree que es
así. Hay otro, un ser llamado el Shasyahkar. Es como un padre para mí… aunque
los Naga no conocen esa palabra. Ghedai y él discutieron sobre el destino de
los campos de perlas Naga, y Ghedai le atacó. Shasyahkar se quitó del Akasha
para engañar a Ghedai y que creyese que había muerto, y ha permanecido
escondido desde entonces. Shasyahkar no puede sobrevivir apartado de la fuente
de su magia. Se muere.”
“¿Como
sabes esto?”
“Hace un
año, Shasyahkar vino hasta a mi en un sueño, y me contó su lucha con Ghedai.
Estaba convencido que Ghedai se había vuelto loco por el poder. He estudiado
los secretos de las Perlas Doradas con él en sueños desde entonces.”
“¿Perlas
Doradas?” Chen frunció el ceño. “¿Como la que te vio nacer?”
Akasha
asintió. “Shasyahkar dice que Ghedai quiere para si el poder de las perlas,
pero yo no estoy segura. Sin la influencia del Akasha, Shasyahkar se ha vuelto…
errático. Es difícil saber lo que piensa.”
Chen
miró profundamente a sus ojos. “Hay algo más.”
Ella
volvió a asentir, bajando la cabeza. “De lo que hablamos en el poblado de los
Indomables, los rituales que Ghedai quiere usar… hay algo más. No sabía como
decírtelo.”
“Todo
acabará bien,” dijo él. “No tienes nada que temer. Cuéntamelo.”
Akasha
respiró hondo y sonrió con tristeza. Luego empezó a explicar el verdadero
propósito de su visita al gran Shinomen Mori que veían en el horizonte.
•
Los
bushi de la familia Moto usaban muchas exclamaciones para mostrar sorpresa,
algunas de las cuales se referían a la anatomía de las Fortunas o los Kami de
una forma colorista, y que la mayoría de los shugenja las encontrarían
blasfemas. Moto Chen usó una de esas expresiones, haciendo que Ghedai le mirase
inquisitivamente.
“¿Por
qué es relevante en este momento la capacidad reproductora de Shiba?” Preguntó
el Naga con curiosidad.
“Los humanos no pueden
sentir las emociones de los demás,” explicó Akasha con una sonrisa.
“Frecuentemente usamos… coloristas exclamaciones para expresar cosas como la
sorpresa o el asombro.”
“O justo
cuando nos quedamos sin habla,” añadió Chen, mirando con asombro a su
alrededor. “Está habitación es asombrosa. Nunca he visto una cosa igual.” El
soldado frunció el ceño mientras pensaba en cuantas veces había dicho esas
mismas palabras en los últimos dos meses. Los Jinetes de la Tormenta Mantis
andando despreocupados por el océano, el poblado secreto de los Indomables, y
ahora esto. Aparentemente, no tenía un vocabulario tan grande como creía.
La
cámara de rituales de Ghedai dominaba el piso bajo de un gran templo Naga. El
templo tenía una cierta elegancia, pero su parcial estado ruinoso lo hacia
parecer de otro mundo. El interior estaba lleno de largas mesas de piedra, y de
altares de algún tipo, cada uno cubierto con perlas de diferentes tamaños y
colores. Chen solo podía imaginar el valor de un tesoro así.
“Maestro,”
dijo Akasha, mirando a su alrededor sin respirar, “¡hay tantas! ¿De donde han
venido todas ellas?”
El orgullo
de Ghedai era evidente. “Las he estado reuniendo de diferentes templos por todo
el gran bosque. Al principio, temí que los Tsuno las pudiesen encontrar y
destruirlas si permanecían indefensas, pero he llegado a darme cuenta de que
hay muchos y grandes secretos dentro de estas perlas que puedo descubrir para
bien de todos los Naga.”
“Si los
Naga guardasen pergaminos en vez de perlas, esto sería Kyuden Isawa,” Chen dijo
con ironía.
“Guardamos
pergaminos,” dijo Ghedai, mirando al antiguo general con una expresión de
curiosidad. “Los usamos para registrar historia, teoría mágica, y cosas
parecidas. ¿O era eso más de tu ‘humor?’ Me temo que no lo entiendo muy bien.”
“La
mayoría de los humanos tampoco entienden el humor de Chen, maestro,” añadió
Akasha.
“En
cualquier caso,” interrumpió el soldado, “¿qué tipo de rituales pensáis hacer,
Ghedai-sama?”
El Naga
se balanceó de un lado a otro, abriendo sus brazos y girando su cabeza como si
estuviese contando sus perlas preciosas. “Si, he descubierto muchos rituales en
estos últimos días,” dijo. “Tu Legión ha hecho que se retiren los Tsuno,
aunque, a veces, aún se mueven por el bosque. Con ellos lejos, he aprendido
muchos secretos de las perlas.”
Chen
frunció el ceño. Ghedai estaba hablando sobre los Tsuno, los demonios que
asesinaban a los guardianes Naga y encarcelaban a sus hermanos durmientes, como
si fuesen un inconveniente menor. Una extraña actitud para el así llamado
protector del Shinomen Mori, pero era cierto que los Naga era un pueblo
extraño. “¿En qué ritual tendré que participar directamente?”
“Si,
General, si,” dijo Ghedai, como si recordase el motivo de la reunión. “El
primero es un ritual nuevo. Por lo que yo sé, nunca antes se ha usado antes.”
“Maestro,
¿no será eso arriesgado?” Había inquietud en la voz de Akasha. “El efecto de
nuestra magia sobre los humanos es impredecible en la mejor de las
circunstancias.”
“Hay
peligro en todas las cosas nuevas, Akasha,” confirmó Ghedai, “pero todos mis
estudios y experiencia me lleva a creer que este saldrá bien. Es similar a un
poderoso rito usado durante tu guerra contra el Vil, hace unos años.” Se volvió
hacia Chen. “¿Qué sabes del Ojo Brillante?”
“El Ojo
Brillante. ¿Es así como vosotros los Naga os referís al sol?”
“No,” le
corrigió Ghedai. “Vosotros humanos llamáis al Ojo Brillante ‘el sol.’” Luego
siseó contento, y Chen se dio cuenta de que se estaba riendo. “Por favor,
continua.”
“Oh,”
Chen se rascó la barbilla. “Bueno, el Señor Sol es Hida Yakamo, un Cangrejo que
ascendió después de servir como padrino de la Dama Amaterasu cuando ella
cometió jigai.”
“¿Y
antes de eso?”
“Fue
Campeón Cangrejo, y se perdió en una batalla ante Shiro Hiruma.” El antiguo
general frunció el ceño. “He oído rumores de que fue devuelto a la vida gracias
a un ritual Naga, aunque no los entiendo muy bien.”
“No
devuelto a la vida, no de verdad,” dijo Ghedai. “Un poderoso ritual invocó el
alma de Yakamo desde los lejanos lugares de los Reinos de los Espíritus, y lo
unió a nuestra fuerza de vida comunal, el Akasha, la misma fuerza de la que
nuestra Akasha toma su nombre. Esto permitió que la mente comunal de nuestra
gente habitase en su cuerpo.”
“¿Entonces
no era realmente Yakamo?” Preguntó Chen.
Ghedai
parecía confundido. “Haces una distinción que yo no comprendo. Vosotros humanos
no entendéis que un alma puede ser una, y al mismo tiempo muchas. Lo que
restituimos fue Yakamo, y también era el Akasha. Es… difícil de expresar el
concepto usando solo vuestro burdo lenguaje. En cualquier caso, no es
importante. El proceso que usamos para restituir el alma de Yakamo le hizo
parte de nuestra fuerza de vida, capaz de comunicar y entender a los Naga de la
única forma en que puede hacerlo un Naga. Como tú debes hacer, Moto Chen.”
Chen dio
un involuntario paso hacia atrás, al darse cuenta de lo que iba a pasar.
“¿Estás sugiriendo que vas a hacerme a mí lo mismo que se hizo con Yakamo?”
“No, por
supuesto que no,” dijo el jakla moviendo la mano. “Para hacerlo, primero te
tendríamos que matar. Terriblemente ineficaz.” Señaló hacia el otro lado de la
habitación, hacia un gran par de perlas iguales, cada una metida en un pequeño
altar de piedra. “Pero usando estas magníficas perlas que he descubierto, creo
que será posible traer una única mente humana al Akasha. Tristemente, las
perlas no sobrevivirán el proceso, pero estoy convencido de que se puede
hacer.”
“Increíble,”
dijo boquiabierta Akasha. “¿De donde han venido, maestro?”
“Las
encontré en un antiguo vivero, que no había sido usado desde siglos antes del
primer Gran Sueño,” contestó Ghedai. “No puedo decir lo que hacían allí. Pero
fuese cual fuese su uso original, ahora servirán bien a los Naga. Traerán un
gran general a nuestra gente.”
Moto
Chen miró hacia abajo, extrañamente avergonzado por los elogios de Ghedai.
“Perdonad que os diga esto, pero no parece que necesitéis en este momento a un
general.”
“Pronto,”
dijo Ghedai. “He encontrado el modo de despertar a determinados individuos
dentro del Akasha. Con ello, podríamos despertar los suficientes guerreros para
proporcionarte un ejército adecuado para proteger el bosque, destruir a los
Tsuno así como reforzar la frontera sur de tu clan.”
“Un
ejército de guerreros Naga. Es difícil de imaginar.”
“No
tendrás que imaginártelo mucho más, General. Empezaremos mañana. Necesitarás
descansar. Será difícil.”
Chen
asintió. “Mañana será.”
•
“Todo
esto es muy raro,” dijo Chen mientras dejaba sus espadas en un improvisado
atril de armas. “Lo que me contaste en el viaje de vuelta desde las tierras
Cangrejo…”
“¡No
hables de ello aquí!” Le advirtió Akasha en voz baja.
Chen
asintió. “Casi parece imposible,” terminó.
“Ojalá
fuese así,” dijo ella con tristeza, quitándose su fina y enjoyada tiara.
“No
temas,” dijo Chen, sonriendo cariñosamente. “Me aguantar cualquier cosa que
pase. Luché contra los Shi-Tien Yen-Wang junto a Moto Chagatai. No sobreviví
solo para morir en una cama de perlas en un bosque encantado. ¿Quién escribiría
un poema sobre eso?”
Akasha
le sonrió también. “¿Solo un poema? ¿Para el gran Moto Chen? Pensaba que lo
normal sería una obra de teatro.”
“Bah,”
contestó Chen con una sonrisa irónica. “Sabes que odio aguantar toda una obra
de teatro.”
“¿Pero
como te haría justicia un poema?” Ella le tomó el pelo. “¡Moto Chen! ¡General
del Junghar! ¡Asesino de Kolats! ¡Veterano del mar y el azote de la costa
Fénix! ¡Defensor del Shinomen Mori!”
“Vale,
quizás sea necesaria una obra de teatro,” admitió Chen, frotándose pensativo la
barbilla. “¡Sé que mi madre se hubiese sentido orgullosa!”
Ambos
disfrutaron del momento durante un rato, pero una nube llegó pronto a los
rasgos de Chen. Akasha sabía en lo que estaba pensando. “La unidad de Chaozhu
está situada a varias horas al norte de aquí. Hablé con uno de los exploradores
Naga que ha visitado el campamento.”
Chen
asintió. “Sospechaba que estarían cerca.”
“Llevaré
el mensaje mañana, como me pediste.” Se arrodilló y le miró a los ojos. “¿Estás
seguro de que lo quieres hacer?”
“No lo
sé,” confesó. “Pero tengo que intentarlo. Tengo que asegurarme.” Ella no dijo
nada, pero tocó la frente de él con la suya. “¿Estás segura de que puedes
llevar el mensaje sin ser vista? No confió en nadie bajo el mando de Chaozhu, y
no quiero que arriesgues tu vida sin necesidad.”
“No es
innecesario,” contestó Akasha, “y por supuesto que puedo. Después de todo,
están en el Shinomen.”
•
Ghedai puso ambas manos
sobre la gran perla de color bronce que estaba en el centro de lo que había
preparado. “Habrá una molestia,” dijo, su voz baja y extrañamente
reconfortante. “No te alarmes. Pasará.” Su cola se movió, anticipándose al
poder que este ritual despertaría.
Chen no dijo nada, pero
su boca formó una delgada línea. Su cara era de concentración, y al asentir
Ghedai, puso su mano izquierda sobre la perla de color bronce que tenía ante
él. La mirada inquisidora de Ghedai fue contestada por un segundo asentimiento
mudo.
El jakla sonrió. Muy
pronto, no serían necesarias las palabras. El reconfortante abrazo del Akasha
envolvería a Chen, llevándole a la mente comunal de la raza Naga. Sería un
igual entre ellos, una parte de un todo.
El peón perfecto.
¿De verdad
pensaba el humano que le sería dado un ejército Naga, y la forma de
controlarlo? Era concebible que era lo suficientemente ingenuo para creerlo,
pero casi parecía imposible de creer. A pesar de todo, hacía mucho que Ghedai
había aprendido a no subestimar la capacidad de los humanos para
auto-engañarse. Una vez que estuviese conectado al Akasha, sería sencillo
dominar sus pensamientos. Era débil, un ser menor, y no podría resistir el
poder de un verdadero jakla. Entre su gente, Chen ya se le miraba con
desprecio, un general caído llevando una escandalosa aventura con una chica
medio–Naga. ¿Quién creería que era raro si empezase a despilfarrar la
considerable fortuna de su familia hacia los Naga? Una fortuna que Ghedai
podría usar para buscar más de los perdidos campos de perlas, para reunir más
poder para si mismo.
Con una sonrisa, Ghedai
cerró los ojos y empezó el ritual.
Ghedai oyó a Chen dar
un ahogado grito mientras enfocaba el Akasha hacia la frágil mente del humano.
La resistencia del general era impresionante para una especie tan débil, pero
Ghedai se concentró y empujó. La mente de cientos de miles de Nagas brotaron
hambrientamente, deseosos de añadir los pensamientos de Chen a los suyos. El
asalto de pensamientos y emociones martilleó la fuerza de voluntad de Chen,
debilitando y haciendo que el humano se agachase visiblemente, sus dientes
apretados contra el dolor.
El labio superior de
Ghedai se rizó, en una muestra de repugnancia muy humana. Ninguna mente humana
se le podía resistir. Con fuerte determinación, lanzó toda su voluntad tras un
único asalto mental…
Y encontró la mente de
Chen abierta y esperándole.
Ghedai gritó
ahogadamente, sus ojos abriéndose de golpe. Chen se había enderezado, su
postura firme e inflexible. Sus ojos estaban abiertos, pero no eran ojos
humanos. Brillaban con una tenue luz verde. “Gracias,” dijo levemente Chen, y
su voz sonaba extrañamente como un siseo.
“¿Qué significa esto?”
Demandó Ghedai. Su voz estaba llena de furia y temor al mismo tiempo.
“Tu locura debe
terminar, Ghedai,” contestó Chen. “He vuelto para que sea así.” Los rasgos de
Chen estaban cambiando, deslizándose como agua en un riachuelo. Una brillante
Perla de Piel de Camaleón cayó desde su abierta mano. Chen ya no era Chen. Ni
siquiera ya era humano. Ghedai le reconoció inmediatamente, y se maldijo por
caer en una ilusión tan simple.
“¡Shasyahkar!” Siseó
Ghedai.
“Si,” dijo el
Shasyahkar, asintiendo tristemente. “Sobreviví a tu traición. Gracias a ti,
vuelvo a ser uno con el Akasha.” La pálida piel del Naga se volvió más verde y
sana por momentos. Fue hacia Ghedai con su mente, cogiendo la mente del jakla a
través del Akasha. Ghedai se defendió luchando, cogiendo la voluntad de
Shasyahkar con la suya. Sus dos mentes luchaban furiosamente en un reino de
puro pensamiento y emoción.
“¡Deberías haber muerto en silencio, estúpido!” Ultraje. “¡Te destruiré por esto!”
Shasyahkar no gastó
energía en palabras, pero redobló su ataque mental. Las perlas esparcidas por
la habitación zumbaron y se agitaron con la fuerza de la batalla de los dos
jaklas.
•
Un
solitario caballo destrozaba los matorrales de Shinomen. El jinete miró a su
alrededor, como si buscase algo. Por fin, sus ojos se posaron sobre una
formación rocosa especial, y tiró de las riendas del caballo con fuerza hacia
la derecha. Después de unos momentos abriéndose camino por la espesa
vegetación, emergió en un pequeño claro, con un acantilado que miraba sobre un
lago bastante grande. Un solitario hombre estaba en la cara del acantilado, sus
brazos cruzados. Esperando.
“No
puedo creer que fueses tan estúpido como para pensar en que me encontraría
contigo,” gruñó Moto Chaozhu. “¿Donde está tu caballo?”
“Has
venido,” dijo Chen, ignorando la pregunta de su hermano. “Sabia que lo harías.”
“¿Y qué
es esto?” Escupió Chaozhu, levantando su mano. Un mechón de pelo, en forma de
coleta y canoso, estaba enrollada en la palma de su mano. “¿Creíste que un
mechón de pelo de nuestra madre haría que me echase a llorar y te suplicase
perdón?”
Chen
agitó su cabeza. “Sencillamente pensé que te recordaría tiempos mejores.”
“Tiempos
mejores,” el hermano mayor se mofó, saltando de su montura. “Como si no se
hubiesen borrado cualquier memoria entrañable que tuviese de ti. Nunca te
perdonaré por traicionarme, Chen, por coger el puesto que era mío por derecho.”
“¿No?”
Preguntó Chen. “Ni siquiera ahora que has llegado a un acuerdo con alimañas
para apoderarte de mi título?”
“¡No
puedes hablarme de esa manera!” Gritó Chaozhu. Sus dientes estaban apretados,
sus ojos locos. “¡Soy un oficial del ejército del Khan! ¡No eres nada! ¡Soy tu
hermano mayor y me respetarás!”
“Siempre
has tenido mi respeto, Chaozhu,” dijo Chen, su voz elevándose para igualar al
de su hermano. “Tu lo tiraste. Yo no fui el que metí esta cuña entre nosotros,
hermano. Fuiste tú.”
“Todo lo
que era tuyo tendría que haber sido mío,” dijo con odio Chaozhu. “Tú nunca te
lo mereciste. Nunca fuiste digno de ello. Yo poseía el talento y las
habilidades; tú solo te ganaste el favor de Chagatai como un Grulla maullador.
Ahora,” señaló hacia el símbolo de rango que adornaba su armadura, el
distintivo de un shireikan, “la ventaja es mía.”
“¿A qué
coste?” Preguntó Chen. “Te has convertido en el enemigo.”
“Tus
acusaciones no tienen base,” dijo Chaozhu, sus ojos mirando a todos lados como
si buscasen oídos fisgones. “Aunque perdone tus acusaciones, y te desee una
larga vida, Chen, solo con tus teorías paranoicas. Vuelve a acusarme, y
revocaré la clemencia que te he mostrado.”
La furia
que Chen había sentido tan a menudo durante los últimos meses estaba
extrañamente ausente. “No es demasiado tarde, Chaozhu,” dijo Chen. “Cualquier
control que los Kolat tengan sobre ti, te ayudaré a romperlo. Aún eres mi
hermano. Compartimos la misma sangre.”
“Veremos
la sangre de quién corre por tus venas,” dijo amenazadoramente el hombre más
grande mientras sacaba un cuchillo de su cinturón. “Veamos si tu inhumana
amante te encuentra tan arrebatador cuando te haya decorado la cara con acero
Moto.”
“O sea
que así es como va a ser,” dijo Chen, su voz resignada.
Chaozhu
se tiró hacia delante, su hoja dando un ancho golpe que rebanaría la garganta
de Chen. Pero Chen anticipó la maniobra, y saltó alejándose del golpe. Chaozhu
se enderezó y llevó la hoja hacia arriba con un fiero movimiento.
Desesperadamente, Chen cogió la hoja con su mano izquierda, la hoja haciéndole
un profundo corte en su carne, mientras la punta se clavaba en su costado. Con
un grito de furia, propinó un puñetazo al mentón de su hermano mayor. Era un
golpe calculado y deliberado que causó que un sonido de rotura resonase por el
claro. Chen quitó el cuchillo de las debilitadas manos de su hermano, le dio la
vuelta en su mano, y levantó en alto el arma. Chaozhu miró hacia su hermano,
sus ojos abriéndose con miedo. Chen hizo una mueca, apretó su puño sobre el
mango del cuchillo, y golpeó a Chaozhu en la sien. Sangre bajó a los ojos de
Chaozhu mientras trastabillaba hacia atrás.
“La vida en la
carretera te ha hecho fuerte, hermanito,” siseó Chaozhu. Se limpió la sangre de
su cara con su antebrazo, y desenvainó su katana.
“¿Fuerte?”
Preguntó Chen. Tiró al suelo el ensangrentado cuchillo y se volvió hacia el
acantilado. No podía irse por donde había venido sin pasar por donde su hermano
estaba con su espada, y no desenvainaría su propia espada contra Chaozhu. “Si
defines fuerza como voluntad de derramar la sangre de tu hermano, entonces
ruego que siempre sea más débil que tú. Espero que no vivas para arrepentirte
del camino que has elegido, Chaozhu.” Con eso, Chen saltó del acantilado para
caer en el lago que había debajo.
Chaozhu
corrió hacia el borde, y miró hacia la superficie del lago. Chen ya estaba
saliendo por una orilla, su caballo esperándole al borde de la línea de
árboles. Haciendo una mueca con ira, Chaozhu envainó su katana y se fue.
•
El
ondulante mar que era el Akasha hervía y enturbiaba con furia. No había forma
ni sustancia en la batalla, solo la abrumadora presencia mental de dos poderosa
jakla.
“Sentí como morías, Shasyahkar.” Curiosidad.
“No.” Desafío. “Voluntariamente me separé del Akasha para escapar de ti.”
“Es imposible sobrevivir tanto tiempo
separado del Akasha.” Incredulidad.
Pena. “¿Te has vuelto tan retorcido por tus
mentiras qué no puedes aceptar la verdad? Si, debía de haber muerto, pero no lo
hice. Akasha me ayudó. A través de ella, fui capaz de coger suficiente fuerza
para prepararme para este día.”
“¡Akasha!” Ultraje. Traición. “¡Asquerosa humana! Asquerosa y traicionera
humana! ¡Su sufrimiento no tendrá fin!”
“Una audaz pretensión.” Firme resolución.
“¿Como puedes acusar a otro de traición?
Tú, que vendiste el secreto de nuestros campos de perlas a los Kolat. Tú, que
les pagaste en oro para que cogiesen ciertas perlas para ti. Sabías que al
quitarlas de allí cientos de durmientes morirían, desprotegidos por su magia,
pero eso no era importante comparado con tu ansia de poder. ¿Cuántos durmientes
has matado, traidor?”
Pánico.
Desesperación. “¡Dejé que los débiles
muriesen para que los fuertes viviesen!”
“No. Tomaste la vidas de aquellos que sabías
que se te opondrían antes de que despertasen y viesen la oscuridad en tu
corazón. Traidor. Asesino.”
“Te destruiré! Ira. ¡Reinaré supremo sobre los
Naga! ¡Solo yo estoy preparado para ser Qatol!” Furia. ¡Poder!
“Nunca.” Serenidad. Valor.
“¡Eres demasiado débil para detenerme!” Aversión.
“Tu separación te ha dejado casi muerto,
¡mientras que mi poder nunca ha sido mayor! ¡Solo me arrepiento de que no
tender la satisfacción de matar a un igual!”
Ghedai reunió su poder para un brutal
ataque final. Sintiendo una debilidad en las defensas de Shasyahkar, soltó su
poder, y se encontró, para su sorpresa, que su enemigo bajaba todas sus
defensas.
“¿Dándote por vencido, Shasyahkar?” Burla. “¿Donde está ahora tu insolencia?”
Dolor.
Angustia. “¿Donde está tu alma, Ghedai?”
Triunfo.
Mientras
el poder de Ghedai rompía los últimos vestigios del alma del Shasyahkar, un
rebufo de fiera energía también atacó al Ghedai. Demasiado tarde, Ghedai se dio
cuenta de que el ritual que debía unir el alma de Moto Chen a la suya aún les
unía fuertemente, mantenida por el Shasyahkar. Los dos eran uno.
Y al
matar Ghedai al Shasyahkar, también se mataba a si mismo.
Los dos
jakla cayeron muertos sobre el campo de perlas. La cara de uno tenía una expresión
de felicidad y alegría, la del otro una máscara de asombro e incredulidad.
•
Chen
salió del lago, cintas de plantas de agua adhiriéndose a su cuerpo. Se las
quitó sin pensar, mirando hacia el acantilado donde momentos antes había estado
su hermano. Suspiró desilusionado y montó sobre su caballo, yendo hacia el
bosque.
Después
de un rato, desmontó y se sentó pesadamente sobre una gran formación de roca,
perdido en sus pensamientos. Los momentos se alargaron en horas mientras sus
ropas se secaban, y miró al sol empezar a tocar el horizonte tras los árboles.
Un suave
crujido sonó tras él, pero a Chen no le importaba. “¿Chen?” dijo la voz de
Akasha. “Chen, ¿está herido?” Él gruñó negándolo. “Entonces Chaozhu,” dijo
ella. “¿Ha terminado?”
Chen no dijo
nada durante un largo momento. Finalmente la contestó. “No quiso abandonar a
los Kolat,” se detuvo unos momentos, “y no pude matarle. Después de todo lo que
ha hecho, no pude.”
Una
suave mano tocó su hombro. “Es tu hermano.”
Él agitó
su cabeza. “No, ya no. Ya lo veo claro. El hombre que era mi hermano ha muerto.
Todo lo que queda es un iracundo y traicionero miserable que se parece a mi
hermano.”
“Lo
siento,” dijo ella tristemente.
Puso su
mano sobre la de ellas. “No lo sientas. Conozco mi deber. Sé lo que tengo que
hacer.” Chen se volvió a mirarla, acariciando su pelo con una mano. “Aunque me
cueste mi alma.”
“No es
tu culpa, Chen. No puedes controlar aquello en que se ha convertido tu
hermano.”
“Lo sé,”
dijo. “Pero cuando le mate, aún quedaré maldito por ello. ¿Qué ha pasado con
Ghedai y Shasyahkar?”
Akasha
miró hacia otro lado, su cara triste. “Su plan tuvo éxito,” dijo ella. “Pude
sentir su lucha incluso desde aquí.”
“Entonces
ha muerto tu sensei,” Chen contestó en voz baja.
“Mis dos
sensei han muerto,” contestó ella. “No juzgues muy rigurosamente a Ghedai. No
fue siempre como tú le viste. Era un erudito, un Naga con un verdadero don para
la magia. La codicia le corrompió tanto que se volvió contra su propia gente.”
“Codicia
humana,” contestó Chen. “De la clase de la que posee a mi hermano.”
Akasha
miró a los ojos de Chen. “No todos los vicios son vicios humanos,” contestó
ella. “Ghedai tomó una elección, y ha pagado por ello. Igual que nosotros.”
Chen
abrazó fuertemente a Akasha. Sintió el dolor y el cansancio disminuir, pero no
desaparecer. Sabía que nunca desparecerían completamente.
“¿Quién
protegerá a tu gente ahora que Ghedai y Shasyahkar se han ido?” Preguntó Chen.
“Hay otros,” dijo ella. “Los soldados que Ghedai
pretendía que tú liderases se despiertan. Siento como se mueven. Estarán
confundidos, desorientados. Alguien debe decirles lo que ha pasado. Los Tsuno
aún rondan por estas tierras. Presumiblemente, los Kolat también tienen planes
aquí. Alguien debe prepararles para los peligros a los que se enfrentarán.”
“Entonces
seamos nosotros,” dijo Chen. Montó sobre su caballo y extendió su mano hacia
Akasha. Sonriendo, ella montó tras él, y desaparecieron por el Shinomen.