La Moneda de la Traición, Parte

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

            Akasha dormía inquieta. Daba vueltas bajo su edredón, su frente arrugada, concentrada, llena de sudor. Ocasionalmente, extraños ruidos saldrían de sus labios, alternándose entre callados gemidos e inquietantes siseos.

            En el sueño, Akasha flotaba en las profundidades del océano. El agua era oscura y estaba agitada. Rotas plantas y sorprendidas criaturas la pasaban volando a increíbles velocidades, atrapadas en algún vórtice gigante. Akasha estaba inmóvil en medio del caos. A pesar de que comprendía que solo era un sueño, no podía evitar sentir miedo. Las sensaciones eran muy reales.

            Entre las revueltas aguas, una pálida forma se apareció ante ella. Shasyahkar, el moribundo jakla que había visitado sus sueños hacía algunos meses. “¿Por qué no has hecho lo que te pedí, Akasha? Mi tiempo se acaba.”

            “Lo sé, sensei,” gritó ella por encima del rugiente agua que asolaba sus oídos, “pero hubo muchas cosas de las que tuve que ocuparme antes de que pudiese…”

            “Cosas triviales,” dijo secamente el espectro. “Cosas humanas sin importancia. Comparadas a la supervivencia de nuestra raza, ¿fueron tus tareas tan importantes?”

            “No lo entiendes,” empezó ella.

            “Desde luego que no.” A pesar de la obvia debilidad de su figura, era terrible su iracundo aspecto. “Debes completar tu búsqueda, y pronto, o todo se habrá perdido. Tenías que ser el Legado de los Naga, pero si no puedes hacer lo que debes, en vez de ello serás su maldición.”

            “Sensei, por favor,” dijo ella, suplicando.

            “No puedo mantener esta reunión,” dijo el Naga. “Estoy muy lejos de los campos de perlas. Haz lo que tienes que hacer, Akasha. Y yo haré lo mismo.” Con eso, la figura se alejó hacia las oscuras aguas.

            Akasha se levantó súbitamente, un grito en su garganta. Su agitada respiración empezó a estabilizarse cuando reconoció donde estaba.

            Chen se movió junto a ella. “¿Qué pasa?” Preguntó en voz baja. Instantáneamente estaba alerta y preparado, anticipando un ataque.

            “Un sueño,” dijo ella sin aliento. “Solo era un sueño.”

            Se relajó visiblemente. “¿De qué era?”

            Akasha dudó. Hasta ahora, no le había dicho la verdad a Chen. Desde luego que no era por que no confiase en él. Ella había jurado mantenerlo en secreto, y a pesar de que era muy distinta a los Unicornio entre los que había vivido toda su vida, valoraba la inviolabilidad de un juramento tanto como ellos.

            Pero ahora, Chen estaba a punto de convertirse en parte. Si permanecía en silencio, su ignorancia podía desequilibrar el delicado equilibrio por el que había luchado tanto para conseguir. Peor aún, la vida de Chen podría estar en peligro, y eso era algo que ella no permitiría. ¿Pero por donde empezar?

            Chen estaba ahora sentado, su cara una máscara de preocupación. “Cuéntamelo.”

            “Ghedai no es el único jakla Naga despierto,” finalmente empezó, “aunque él cree que es así. Hay otro, un ser llamado el Shasyahkar. Es como un padre para mí… aunque los Naga no conocen esa palabra. Ghedai y él discutieron sobre el destino de los campos de perlas Naga, y Ghedai le atacó. Shasyahkar se quitó del Akasha para engañar a Ghedai y que creyese que había muerto, y ha permanecido escondido desde entonces. Shasyahkar no puede sobrevivir apartado de la fuente de su magia. Se muere.”

            “¿Como sabes esto?”

            “Hace un año, Shasyahkar vino hasta a mi en un sueño, y me contó su lucha con Ghedai. Estaba convencido que Ghedai se había vuelto loco por el poder. He estudiado los secretos de las Perlas Doradas con él en sueños desde entonces.”

            “¿Perlas Doradas?” Chen frunció el ceño. “¿Como la que te vio nacer?”

            Akasha asintió. “Shasyahkar dice que Ghedai quiere para si el poder de las perlas, pero yo no estoy segura. Sin la influencia del Akasha, Shasyahkar se ha vuelto… errático. Es difícil saber lo que piensa.”

            Chen miró profundamente a sus ojos. “Hay algo más.”

            Ella volvió a asentir, bajando la cabeza. “De lo que hablamos en el poblado de los Indomables, los rituales que Ghedai quiere usar… hay algo más. No sabía como decírtelo.”

            “Todo acabará bien,” dijo él. “No tienes nada que temer. Cuéntamelo.”

            Akasha respiró hondo y sonrió con tristeza. Luego empezó a explicar el verdadero propósito de su visita al gran Shinomen Mori que veían en el horizonte.

 

 

            Los bushi de la familia Moto usaban muchas exclamaciones para mostrar sorpresa, algunas de las cuales se referían a la anatomía de las Fortunas o los Kami de una forma colorista, y que la mayoría de los shugenja las encontrarían blasfemas. Moto Chen usó una de esas expresiones, haciendo que Ghedai le mirase inquisitivamente.

            “¿Por qué es relevante en este momento la capacidad reproductora de Shiba?” Preguntó el Naga con curiosidad.

“Los humanos no pueden sentir las emociones de los demás,” explicó Akasha con una sonrisa. “Frecuentemente usamos… coloristas exclamaciones para expresar cosas como la sorpresa o el asombro.”

            “O justo cuando nos quedamos sin habla,” añadió Chen, mirando con asombro a su alrededor. “Está habitación es asombrosa. Nunca he visto una cosa igual.” El soldado frunció el ceño mientras pensaba en cuantas veces había dicho esas mismas palabras en los últimos dos meses. Los Jinetes de la Tormenta Mantis andando despreocupados por el océano, el poblado secreto de los Indomables, y ahora esto. Aparentemente, no tenía un vocabulario tan grande como creía.

            La cámara de rituales de Ghedai dominaba el piso bajo de un gran templo Naga. El templo tenía una cierta elegancia, pero su parcial estado ruinoso lo hacia parecer de otro mundo. El interior estaba lleno de largas mesas de piedra, y de altares de algún tipo, cada uno cubierto con perlas de diferentes tamaños y colores. Chen solo podía imaginar el valor de un tesoro así.

            “Maestro,” dijo Akasha, mirando a su alrededor sin respirar, “¡hay tantas! ¿De donde han venido todas ellas?”

            El orgullo de Ghedai era evidente. “Las he estado reuniendo de diferentes templos por todo el gran bosque. Al principio, temí que los Tsuno las pudiesen encontrar y destruirlas si permanecían indefensas, pero he llegado a darme cuenta de que hay muchos y grandes secretos dentro de estas perlas que puedo descubrir para bien de todos los Naga.”

            “Si los Naga guardasen pergaminos en vez de perlas, esto sería Kyuden Isawa,” Chen dijo con ironía.

            “Guardamos pergaminos,” dijo Ghedai, mirando al antiguo general con una expresión de curiosidad. “Los usamos para registrar historia, teoría mágica, y cosas parecidas. ¿O era eso más de tu ‘humor?’ Me temo que no lo entiendo muy bien.”

            “La mayoría de los humanos tampoco entienden el humor de Chen, maestro,” añadió Akasha.

            “En cualquier caso,” interrumpió el soldado, “¿qué tipo de rituales pensáis hacer, Ghedai-sama?”

            El Naga se balanceó de un lado a otro, abriendo sus brazos y girando su cabeza como si estuviese contando sus perlas preciosas. “Si, he descubierto muchos rituales en estos últimos días,” dijo. “Tu Legión ha hecho que se retiren los Tsuno, aunque, a veces, aún se mueven por el bosque. Con ellos lejos, he aprendido muchos secretos de las perlas.”

            Chen frunció el ceño. Ghedai estaba hablando sobre los Tsuno, los demonios que asesinaban a los guardianes Naga y encarcelaban a sus hermanos durmientes, como si fuesen un inconveniente menor. Una extraña actitud para el así llamado protector del Shinomen Mori, pero era cierto que los Naga era un pueblo extraño. “¿En qué ritual tendré que participar directamente?”

            “Si, General, si,” dijo Ghedai, como si recordase el motivo de la reunión. “El primero es un ritual nuevo. Por lo que yo sé, nunca antes se ha usado antes.”

            “Maestro, ¿no será eso arriesgado?” Había inquietud en la voz de Akasha. “El efecto de nuestra magia sobre los humanos es impredecible en la mejor de las circunstancias.”

            “Hay peligro en todas las cosas nuevas, Akasha,” confirmó Ghedai, “pero todos mis estudios y experiencia me lleva a creer que este saldrá bien. Es similar a un poderoso rito usado durante tu guerra contra el Vil, hace unos años.” Se volvió hacia Chen. “¿Qué sabes del Ojo Brillante?”

            “El Ojo Brillante. ¿Es así como vosotros los Naga os referís al sol?”

            “No,” le corrigió Ghedai. “Vosotros humanos llamáis al Ojo Brillante ‘el sol.’” Luego siseó contento, y Chen se dio cuenta de que se estaba riendo. “Por favor, continua.”

            “Oh,” Chen se rascó la barbilla. “Bueno, el Señor Sol es Hida Yakamo, un Cangrejo que ascendió después de servir como padrino de la Dama Amaterasu cuando ella cometió jigai.”

            “¿Y antes de eso?”

            “Fue Campeón Cangrejo, y se perdió en una batalla ante Shiro Hiruma.” El antiguo general frunció el ceño. “He oído rumores de que fue devuelto a la vida gracias a un ritual Naga, aunque no los entiendo muy bien.”

            “No devuelto a la vida, no de verdad,” dijo Ghedai. “Un poderoso ritual invocó el alma de Yakamo desde los lejanos lugares de los Reinos de los Espíritus, y lo unió a nuestra fuerza de vida comunal, el Akasha, la misma fuerza de la que nuestra Akasha toma su nombre. Esto permitió que la mente comunal de nuestra gente habitase en su cuerpo.”

            “¿Entonces no era realmente Yakamo?” Preguntó Chen.

            Ghedai parecía confundido. “Haces una distinción que yo no comprendo. Vosotros humanos no entendéis que un alma puede ser una, y al mismo tiempo muchas. Lo que restituimos fue Yakamo, y también era el Akasha. Es… difícil de expresar el concepto usando solo vuestro burdo lenguaje. En cualquier caso, no es importante. El proceso que usamos para restituir el alma de Yakamo le hizo parte de nuestra fuerza de vida, capaz de comunicar y entender a los Naga de la única forma en que puede hacerlo un Naga. Como tú debes hacer, Moto Chen.”

            Chen dio un involuntario paso hacia atrás, al darse cuenta de lo que iba a pasar. “¿Estás sugiriendo que vas a hacerme a mí lo mismo que se hizo con Yakamo?”

            “No, por supuesto que no,” dijo el jakla moviendo la mano. “Para hacerlo, primero te tendríamos que matar. Terriblemente ineficaz.” Señaló hacia el otro lado de la habitación, hacia un gran par de perlas iguales, cada una metida en un pequeño altar de piedra. “Pero usando estas magníficas perlas que he descubierto, creo que será posible traer una única mente humana al Akasha. Tristemente, las perlas no sobrevivirán el proceso, pero estoy convencido de que se puede hacer.”

            “Increíble,” dijo boquiabierta Akasha. “¿De donde han venido, maestro?”

            “Las encontré en un antiguo vivero, que no había sido usado desde siglos antes del primer Gran Sueño,” contestó Ghedai. “No puedo decir lo que hacían allí. Pero fuese cual fuese su uso original, ahora servirán bien a los Naga. Traerán un gran general a nuestra gente.”

            Moto Chen miró hacia abajo, extrañamente avergonzado por los elogios de Ghedai. “Perdonad que os diga esto, pero no parece que necesitéis en este momento a un general.”

            “Pronto,” dijo Ghedai. “He encontrado el modo de despertar a determinados individuos dentro del Akasha. Con ello, podríamos despertar los suficientes guerreros para proporcionarte un ejército adecuado para proteger el bosque, destruir a los Tsuno así como reforzar la frontera sur de tu clan.”

            “Un ejército de guerreros Naga. Es difícil de imaginar.”

            “No tendrás que imaginártelo mucho más, General. Empezaremos mañana. Necesitarás descansar. Será difícil.”

            Chen asintió. “Mañana será.”

 

 

            “Todo esto es muy raro,” dijo Chen mientras dejaba sus espadas en un improvisado atril de armas. “Lo que me contaste en el viaje de vuelta desde las tierras Cangrejo…”

            “¡No hables de ello aquí!” Le advirtió Akasha en voz baja.

            Chen asintió. “Casi parece imposible,” terminó.

            “Ojalá fuese así,” dijo ella con tristeza, quitándose su fina y enjoyada tiara.

            “No temas,” dijo Chen, sonriendo cariñosamente. “Me aguantar cualquier cosa que pase. Luché contra los Shi-Tien Yen-Wang junto a Moto Chagatai. No sobreviví solo para morir en una cama de perlas en un bosque encantado. ¿Quién escribiría un poema sobre eso?”

            Akasha le sonrió también. “¿Solo un poema? ¿Para el gran Moto Chen? Pensaba que lo normal sería una obra de teatro.”

            “Bah,” contestó Chen con una sonrisa irónica. “Sabes que odio aguantar toda una obra de teatro.”

            “¿Pero como te haría justicia un poema?” Ella le tomó el pelo. “¡Moto Chen! ¡General del Junghar! ¡Asesino de Kolats! ¡Veterano del mar y el azote de la costa Fénix! ¡Defensor del Shinomen Mori!”

            “Vale, quizás sea necesaria una obra de teatro,” admitió Chen, frotándose pensativo la barbilla. “¡Sé que mi madre se hubiese sentido orgullosa!”

            Ambos disfrutaron del momento durante un rato, pero una nube llegó pronto a los rasgos de Chen. Akasha sabía en lo que estaba pensando. “La unidad de Chaozhu está situada a varias horas al norte de aquí. Hablé con uno de los exploradores Naga que ha visitado el campamento.”

            Chen asintió. “Sospechaba que estarían cerca.”

            “Llevaré el mensaje mañana, como me pediste.” Se arrodilló y le miró a los ojos. “¿Estás seguro de que lo quieres hacer?”

            “No lo sé,” confesó. “Pero tengo que intentarlo. Tengo que asegurarme.” Ella no dijo nada, pero tocó la frente de él con la suya. “¿Estás segura de que puedes llevar el mensaje sin ser vista? No confió en nadie bajo el mando de Chaozhu, y no quiero que arriesgues tu vida sin necesidad.”

            “No es innecesario,” contestó Akasha, “y por supuesto que puedo. Después de todo, están en el Shinomen.”

 

 

Ghedai puso ambas manos sobre la gran perla de color bronce que estaba en el centro de lo que había preparado. “Habrá una molestia,” dijo, su voz baja y extrañamente reconfortante. “No te alarmes. Pasará.” Su cola se movió, anticipándose al poder que este ritual despertaría.

Chen no dijo nada, pero su boca formó una delgada línea. Su cara era de concentración, y al asentir Ghedai, puso su mano izquierda sobre la perla de color bronce que tenía ante él. La mirada inquisidora de Ghedai fue contestada por un segundo asentimiento mudo.

El jakla sonrió. Muy pronto, no serían necesarias las palabras. El reconfortante abrazo del Akasha envolvería a Chen, llevándole a la mente comunal de la raza Naga. Sería un igual entre ellos, una parte de un todo.

El peón perfecto.

¿De verdad pensaba el humano que le sería dado un ejército Naga, y la forma de controlarlo? Era concebible que era lo suficientemente ingenuo para creerlo, pero casi parecía imposible de creer. A pesar de todo, hacía mucho que Ghedai había aprendido a no subestimar la capacidad de los humanos para auto-engañarse. Una vez que estuviese conectado al Akasha, sería sencillo dominar sus pensamientos. Era débil, un ser menor, y no podría resistir el poder de un verdadero jakla. Entre su gente, Chen ya se le miraba con desprecio, un general caído llevando una escandalosa aventura con una chica medio–Naga. ¿Quién creería que era raro si empezase a despilfarrar la considerable fortuna de su familia hacia los Naga? Una fortuna que Ghedai podría usar para buscar más de los perdidos campos de perlas, para reunir más poder para si mismo.

Con una sonrisa, Ghedai cerró los ojos y empezó el ritual.

Ghedai oyó a Chen dar un ahogado grito mientras enfocaba el Akasha hacia la frágil mente del humano. La resistencia del general era impresionante para una especie tan débil, pero Ghedai se concentró y empujó. La mente de cientos de miles de Nagas brotaron hambrientamente, deseosos de añadir los pensamientos de Chen a los suyos. El asalto de pensamientos y emociones martilleó la fuerza de voluntad de Chen, debilitando y haciendo que el humano se agachase visiblemente, sus dientes apretados contra el dolor.

El labio superior de Ghedai se rizó, en una muestra de repugnancia muy humana. Ninguna mente humana se le podía resistir. Con fuerte determinación, lanzó toda su voluntad tras un único asalto mental…

Y encontró la mente de Chen abierta y esperándole.

Ghedai gritó ahogadamente, sus ojos abriéndose de golpe. Chen se había enderezado, su postura firme e inflexible. Sus ojos estaban abiertos, pero no eran ojos humanos. Brillaban con una tenue luz verde. “Gracias,” dijo levemente Chen, y su voz sonaba extrañamente como un siseo.

“¿Qué significa esto?” Demandó Ghedai. Su voz estaba llena de furia y temor al mismo tiempo.

“Tu locura debe terminar, Ghedai,” contestó Chen. “He vuelto para que sea así.” Los rasgos de Chen estaban cambiando, deslizándose como agua en un riachuelo. Una brillante Perla de Piel de Camaleón cayó desde su abierta mano. Chen ya no era Chen. Ni siquiera ya era humano. Ghedai le reconoció inmediatamente, y se maldijo por caer en una ilusión tan simple.

“¡Shasyahkar!” Siseó Ghedai.

“Si,” dijo el Shasyahkar, asintiendo tristemente. “Sobreviví a tu traición. Gracias a ti, vuelvo a ser uno con el Akasha.” La pálida piel del Naga se volvió más verde y sana por momentos. Fue hacia Ghedai con su mente, cogiendo la mente del jakla a través del Akasha. Ghedai se defendió luchando, cogiendo la voluntad de Shasyahkar con la suya. Sus dos mentes luchaban furiosamente en un reino de puro pensamiento y emoción.

“¡Deberías haber muerto en silencio, estúpido!” Ultraje. “¡Te destruiré por esto!”

Shasyahkar no gastó energía en palabras, pero redobló su ataque mental. Las perlas esparcidas por la habitación zumbaron y se agitaron con la fuerza de la batalla de los dos jaklas.

 

 

            Un solitario caballo destrozaba los matorrales de Shinomen. El jinete miró a su alrededor, como si buscase algo. Por fin, sus ojos se posaron sobre una formación rocosa especial, y tiró de las riendas del caballo con fuerza hacia la derecha. Después de unos momentos abriéndose camino por la espesa vegetación, emergió en un pequeño claro, con un acantilado que miraba sobre un lago bastante grande. Un solitario hombre estaba en la cara del acantilado, sus brazos cruzados. Esperando.

            “No puedo creer que fueses tan estúpido como para pensar en que me encontraría contigo,” gruñó Moto Chaozhu. “¿Donde está tu caballo?”

            “Has venido,” dijo Chen, ignorando la pregunta de su hermano. “Sabia que lo harías.”

            “¿Y qué es esto?” Escupió Chaozhu, levantando su mano. Un mechón de pelo, en forma de coleta y canoso, estaba enrollada en la palma de su mano. “¿Creíste que un mechón de pelo de nuestra madre haría que me echase a llorar y te suplicase perdón?”

            Chen agitó su cabeza. “Sencillamente pensé que te recordaría tiempos mejores.”

            “Tiempos mejores,” el hermano mayor se mofó, saltando de su montura. “Como si no se hubiesen borrado cualquier memoria entrañable que tuviese de ti. Nunca te perdonaré por traicionarme, Chen, por coger el puesto que era mío por derecho.”

            “¿No?” Preguntó Chen. “Ni siquiera ahora que has llegado a un acuerdo con alimañas para apoderarte de mi título?”

            “¡No puedes hablarme de esa manera!” Gritó Chaozhu. Sus dientes estaban apretados, sus ojos locos. “¡Soy un oficial del ejército del Khan! ¡No eres nada! ¡Soy tu hermano mayor y me respetarás!”

            “Siempre has tenido mi respeto, Chaozhu,” dijo Chen, su voz elevándose para igualar al de su hermano. “Tu lo tiraste. Yo no fui el que metí esta cuña entre nosotros, hermano. Fuiste tú.”

            “Todo lo que era tuyo tendría que haber sido mío,” dijo con odio Chaozhu. “Tú nunca te lo mereciste. Nunca fuiste digno de ello. Yo poseía el talento y las habilidades; tú solo te ganaste el favor de Chagatai como un Grulla maullador. Ahora,” señaló hacia el símbolo de rango que adornaba su armadura, el distintivo de un shireikan, “la ventaja es mía.”

            “¿A qué coste?” Preguntó Chen. “Te has convertido en el enemigo.”

            “Tus acusaciones no tienen base,” dijo Chaozhu, sus ojos mirando a todos lados como si buscasen oídos fisgones. “Aunque perdone tus acusaciones, y te desee una larga vida, Chen, solo con tus teorías paranoicas. Vuelve a acusarme, y revocaré la clemencia que te he mostrado.”

            La furia que Chen había sentido tan a menudo durante los últimos meses estaba extrañamente ausente. “No es demasiado tarde, Chaozhu,” dijo Chen. “Cualquier control que los Kolat tengan sobre ti, te ayudaré a romperlo. Aún eres mi hermano. Compartimos la misma sangre.”

            “Veremos la sangre de quién corre por tus venas,” dijo amenazadoramente el hombre más grande mientras sacaba un cuchillo de su cinturón. “Veamos si tu inhumana amante te encuentra tan arrebatador cuando te haya decorado la cara con acero Moto.”

            “O sea que así es como va a ser,” dijo Chen, su voz resignada.

            Chaozhu se tiró hacia delante, su hoja dando un ancho golpe que rebanaría la garganta de Chen. Pero Chen anticipó la maniobra, y saltó alejándose del golpe. Chaozhu se enderezó y llevó la hoja hacia arriba con un fiero movimiento. Desesperadamente, Chen cogió la hoja con su mano izquierda, la hoja haciéndole un profundo corte en su carne, mientras la punta se clavaba en su costado. Con un grito de furia, propinó un puñetazo al mentón de su hermano mayor. Era un golpe calculado y deliberado que causó que un sonido de rotura resonase por el claro. Chen quitó el cuchillo de las debilitadas manos de su hermano, le dio la vuelta en su mano, y levantó en alto el arma. Chaozhu miró hacia su hermano, sus ojos abriéndose con miedo. Chen hizo una mueca, apretó su puño sobre el mango del cuchillo, y golpeó a Chaozhu en la sien. Sangre bajó a los ojos de Chaozhu mientras trastabillaba hacia atrás.

“La vida en la carretera te ha hecho fuerte, hermanito,” siseó Chaozhu. Se limpió la sangre de su cara con su antebrazo, y desenvainó su katana.

            “¿Fuerte?” Preguntó Chen. Tiró al suelo el ensangrentado cuchillo y se volvió hacia el acantilado. No podía irse por donde había venido sin pasar por donde su hermano estaba con su espada, y no desenvainaría su propia espada contra Chaozhu. “Si defines fuerza como voluntad de derramar la sangre de tu hermano, entonces ruego que siempre sea más débil que tú. Espero que no vivas para arrepentirte del camino que has elegido, Chaozhu.” Con eso, Chen saltó del acantilado para caer en el lago que había debajo.

            Chaozhu corrió hacia el borde, y miró hacia la superficie del lago. Chen ya estaba saliendo por una orilla, su caballo esperándole al borde de la línea de árboles. Haciendo una mueca con ira, Chaozhu envainó su katana y se fue.

 

 

            El ondulante mar que era el Akasha hervía y enturbiaba con furia. No había forma ni sustancia en la batalla, solo la abrumadora presencia mental de dos poderosa jakla.

            Sentí como morías, Shasyahkar.” Curiosidad.

            No.” Desafío. “Voluntariamente me separé del Akasha para escapar de ti.

            Es imposible sobrevivir tanto tiempo separado del Akasha.” Incredulidad.

            Pena. “¿Te has vuelto tan retorcido por tus mentiras qué no puedes aceptar la verdad? Si, debía de haber muerto, pero no lo hice. Akasha me ayudó. A través de ella, fui capaz de coger suficiente fuerza para prepararme para este día.”

            ¡Akasha!” Ultraje. Traición. “¡Asquerosa humana! Asquerosa y traicionera humana! ¡Su sufrimiento no tendrá fin!”

            Una audaz pretensión.” Firme resolución. “¿Como puedes acusar a otro de traición? Tú, que vendiste el secreto de nuestros campos de perlas a los Kolat. Tú, que les pagaste en oro para que cogiesen ciertas perlas para ti. Sabías que al quitarlas de allí cientos de durmientes morirían, desprotegidos por su magia, pero eso no era importante comparado con tu ansia de poder. ¿Cuántos durmientes has matado, traidor?”

            Pánico. Desesperación. “¡Dejé que los débiles muriesen para que los fuertes viviesen!”

            No. Tomaste la vidas de aquellos que sabías que se te opondrían antes de que despertasen y viesen la oscuridad en tu corazón. Traidor. Asesino.”

            Te destruiré! Ira. ¡Reinaré supremo sobre los  Naga! ¡Solo yo estoy preparado para ser Qatol!” Furia. ¡Poder!

            Nunca.” Serenidad. Valor.

            ¡Eres demasiado débil para detenerme!” Aversión. “Tu separación te ha dejado casi muerto, ¡mientras que mi poder nunca ha sido mayor! ¡Solo me arrepiento de que no tender la satisfacción de matar a un igual!”

            Ghedai reunió su poder para un brutal ataque final. Sintiendo una debilidad en las defensas de Shasyahkar, soltó su poder, y se encontró, para su sorpresa, que su enemigo bajaba todas sus defensas.

            “¿Dándote por vencido, Shasyahkar?” Burla. “¿Donde está ahora tu insolencia?”

            Dolor. Angustia. “¿Donde está tu alma, Ghedai?” Triunfo.

            Mientras el poder de Ghedai rompía los últimos vestigios del alma del Shasyahkar, un rebufo de fiera energía también atacó al Ghedai. Demasiado tarde, Ghedai se dio cuenta de que el ritual que debía unir el alma de Moto Chen a la suya aún les unía fuertemente, mantenida por el Shasyahkar. Los dos eran uno.

            Y al matar Ghedai al Shasyahkar, también se mataba a si mismo.

            Los dos jakla cayeron muertos sobre el campo de perlas. La cara de uno tenía una expresión de felicidad y alegría, la del otro una máscara de asombro e incredulidad.

 

 

            Chen salió del lago, cintas de plantas de agua adhiriéndose a su cuerpo. Se las quitó sin pensar, mirando hacia el acantilado donde momentos antes había estado su hermano. Suspiró desilusionado y montó sobre su caballo, yendo hacia el bosque.

            Después de un rato, desmontó y se sentó pesadamente sobre una gran formación de roca, perdido en sus pensamientos. Los momentos se alargaron en horas mientras sus ropas se secaban, y miró al sol empezar a tocar el horizonte tras los árboles.

            Un suave crujido sonó tras él, pero a Chen no le importaba. “¿Chen?” dijo la voz de Akasha. “Chen, ¿está herido?” Él gruñó negándolo. “Entonces Chaozhu,” dijo ella. “¿Ha terminado?”

            Chen no dijo nada durante un largo momento. Finalmente la contestó. “No quiso abandonar a los Kolat,” se detuvo unos momentos, “y no pude matarle. Después de todo lo que ha hecho, no pude.”

            Una suave mano tocó su hombro. “Es tu hermano.”

            Él agitó su cabeza. “No, ya no. Ya lo veo claro. El hombre que era mi hermano ha muerto. Todo lo que queda es un iracundo y traicionero miserable que se parece a mi hermano.”

            “Lo siento,” dijo ella tristemente.

            Puso su mano sobre la de ellas. “No lo sientas. Conozco mi deber. Sé lo que tengo que hacer.” Chen se volvió a mirarla, acariciando su pelo con una mano. “Aunque me cueste mi alma.”

            “No es tu culpa, Chen. No puedes controlar aquello en que se ha convertido tu hermano.”

            “Lo sé,” dijo. “Pero cuando le mate, aún quedaré maldito por ello. ¿Qué ha pasado con Ghedai y Shasyahkar?”

            Akasha miró hacia otro lado, su cara triste. “Su plan tuvo éxito,” dijo ella. “Pude sentir su lucha incluso desde aquí.”

            “Entonces ha muerto tu sensei,” Chen contestó en voz baja.

            “Mis dos sensei han muerto,” contestó ella. “No juzgues muy rigurosamente a Ghedai. No fue siempre como tú le viste. Era un erudito, un Naga con un verdadero don para la magia. La codicia le corrompió tanto que se volvió contra su propia gente.”

            “Codicia humana,” contestó Chen. “De la clase de la que posee a mi hermano.”

            Akasha miró a los ojos de Chen. “No todos los vicios son vicios humanos,” contestó ella. “Ghedai tomó una elección, y ha pagado por ello. Igual que nosotros.”

            Chen abrazó fuertemente a Akasha. Sintió el dolor y el cansancio disminuir, pero no desaparecer. Sabía que nunca desparecerían completamente.

            “¿Quién protegerá a tu gente ahora que Ghedai y Shasyahkar se han ido?” Preguntó Chen.

            “Hay otros,” dijo ella. “Los soldados que Ghedai pretendía que tú liderases se despiertan. Siento como se mueven. Estarán confundidos, desorientados. Alguien debe decirles lo que ha pasado. Los Tsuno aún rondan por estas tierras. Presumiblemente, los Kolat también tienen planes aquí. Alguien debe prepararles para los peligros a los que se enfrentarán.”

            “Entonces seamos nosotros,” dijo Chen. Montó sobre su caballo y extendió su mano hacia Akasha. Sonriendo, ella montó tras él, y desaparecieron por el Shinomen.