La Senda del Ninja
Way of
the Ninja
por Rich Wulf y Shawn Carman
Traducción de Mori Saiseki
La luz de la Luna cayó sobre las
antiguas piedras de la Muralla Kaiu, haciendo sombras en los profundos surcos
que los elementos y el tiempo habían horadado. Oscuridad absoluta caía sobre los espacios donde los arqueros
Hiruma y los maestros de asedio Kaiu habían estado solo unas semanas antes,
preparados para hacer llover la muerte sobre los ejércitos de las Tierras Sombrías,
una y otra vez.
Hombres aún patrullaban estas
piedras, y se subían sobre esta gran Muralla, pero ya no eran los guardianes
del Imperio. Donde antes habían estado durante siglos los Cangrejo, ahora
caminaban los Perdidos. Hombres y mujeres que habían sido corrompidos por la
asquerosa Mancha de las Tierras Sombrías, pero a los que no les había vuelto
loco su poder. Al menos no locos en el sentido habitual; mantenían su
personalidad e inteligencia, aunque al único señor al que ahora rendían
pleitesía era al Señor de las Tierras Sombrías. Estaban donde antes habían
estado los Cangrejo, pero sus ojos miraban en una dirección diferente – hacia
el norte y el oeste. Guardaban las Tierras Sombrías ante el Imperio.
Los Perdidos eran más disciplinados
de lo que nunca antes había visto Shosuro Yudoka en hombres corruptos. Eran
samurai. Yudoka no sabía que encontraba más aterrador, las salvajes hordas de
bestias Manchadas contra las que se había enfrentado en su juventud, o esta
nueva Horda, tan iguales a la gente de Rokugan, pero tan increíblemente siniestros...
Mientras el ninja miraba cuidadosamente desde la oscuridad, los nuevos
guardianes de la Muralla Kaiu apenas se movían, excepto para ir de un puesto a
otro. Al viejo Escorpión casi le enervaba el orden preciso del ejército
Manchado al pasar por su escondite una y otra vez mientras patrullaban.
Casi.
Yudoka no pretendía estar mas de una
noche en tierras Cangrejo, y mucho menos toda una semana. Le importaban poco
los Hida y su guerra sin fin contra las Tierras Sombrías, excepto cuando
afectaba a su familia y a su clan. Y ahora era así. Durante años, había
dedicado su vida a cazar a los últimos de los Goju y de los Ninube – ninjas
caídos que han escapado que habían escapado cuando fue destruida la Oscuridad
Viviente. Muchas de las cosas que caían bajo su lanza habían sido criaturas de
la Mancha que estaban junto a los Goju y los Ninube. Los ninjas caídos habían
encontrado un nuevo hogar en las Tierras Sombrías. Muchos de ellos ahora vivían
en esa retorcida tierra, sirviendo bajo esa misteriosa criatura que ahora se
hacía llamar el Señor de las Tierras Sombrías. Las caras que antes habían
perdido a la Oscuridad les habían sido devueltas por el poder del Dragón de la
Sombra, aunque sus ojos ahora brillaban con el poder de Jigoku.
Shosuro Yudoka solo había oído
“Daigotsu” como juramento de los Goju cuando morían ante él, pero le decían el
nombre del que servían. El primero de los ninja favoritos de Daigotsu llegó a
por él el día después de que Yudoka creyese que había destruido al último de
los servidores de la Oscuridad Viviente. En su ignorancia, el señor de los
Shosuro casi había encontrado su muerte cuando los asesinos vinieron a por él.
Los Goju habían cometido un gran
error al no matarle. Ahora Yudoka no descansaría hasta que el último de ellos
hubiese sido destruido. Incluso cuando tuviese una edad avanzada no detendría
su vendetta. Todos y cada uno de los Goju moriría, y cuando hubiese acabado,
dejaría que la muerte le cogiese de la mano, para que le arrastrase hacia los
ensangrentados campos del Reino de la Matanza. Yudoka sonrió. Sería una vida
bien vivida, una vida sin remordimientos. Todos los Escorpiones soñaban por
tener una vida así.
Dos sombras pasaron junto a Yudoka,
e instintivamente dejó de respirar. Incluso se ralentizó el palpitar de su
corazón; muchos Goju podrían alertarse ante un ruido tan estruendoso. Otra
patrulla. Otros dos Perdidos que no le vieron. Yudoka sabía que aún era la
presa, pero también era el cazador, y la presa que él buscaba le había traído
hasta aquí.
¿Pero por qué?
Cansado de esperar, Yudoka se alejó
lentamente de su escondite. La parte de arriba de la Muralla Kaiu estaba
rodeada a cada lado por barreras de tres metros, pero había bastantes huecos
para que arqueros y máquinas de asedio disparasen sobre los de abajo. Yudoka se
metió por uno de esos huecos, escalando por la superficie de afuera de la
Muralla. Se agarró a la antigua piedra con sus garras para escalar de acero,
que sobresalían de la parte de atrás de sus guantes y de la punta de sus botas.
Mantuvo su cuerpo horizontalmente a lo largo de la piedra, a sesenta metros
sobre las Tierras Sombrías. Sus viejos músculos gritaron por el esfuerzo; los
ignoró. Antes de que Yudoka se pudiese mover más por la muralla, oyó una risa
que le resultaba familiar.
“Enhorabuena, Yudoka-sama,” la voz
susurró a su oído. “Me has encontrado.”
Antes de que Yudoka pudiese
reaccionar, un fuerte puñetazo le golpeó en el costado. Cayó; en breves
segundos, quedaría aplastado en la imperdonable tierra. Levantó la vista para
ver la satisfecha sonrisa del Goju que había estado cazando. Ella estaba
agachada sobre la Muralla, y sonreía victoriosa. Yudoka la conocía, como
conocía a todos. “Nishiko,” escupió Yudoka. Una vez fue una ninja Shosuro, una
camarada de Yudoka. Nishiko había experimentado con la Oscuridad, esperando
encontrar una forma de que sus hermanos Shosuro pudiesen luchar contra ella.
Había sido corrompida por su poder, uniéndose a las filas de la Sombra. Ahora
servía a Daigotsu como una Goju. No había envejecido ni un día en estos treinta
años; era más joven y fuerte que Yudoka.
Pero Yudoka estaba preparado.
Yudoka dejó de caer por el aire con
un restallido, a treinta metros de donde se había sujetado. Nishiko parecía
confundida. Yudoka disfruto con la expresión de ella, y tiró tres shuriken a su
cara. Uno la hizo un corte en la mejilla; los otros dos fallaron al agacharse
ella. Estaba distraída, y eso era suficiente. Sin hacer ruido, Shosuro Yudoka
corrió pared arriba por la Muralla Kaiu.
O eso le hubiese parecido a un observador,
si hubiese habido alguno. La mayoría no se hubiesen fijado la rapidez con la
que Yudoka usaba el cinturón de engranajes y poleas escondido bajo su pesada
capa, enrollando el casi invisible cordel, fijado a la Atalaya Kaiu con una
simple gota de adhesivo. El cinturón era de diseño Kaiu; el irrompible cordel
era un fetiche menor Grulla; el adhesivo, alquimia Dragón. El resto era ingenio
Shosuro y una vida de entrenamiento. El viejo ninja saltó a través de un
pequeño hueco en la Muralla, aterrizando sobre su superficie delante de Shosuro
Nishiko. Con un movimiento de su muñeca, una larga lanza de doble hoja apareció
en su mano, el arma a la que Yudoka llamaba ‘Pinzas y Cola.’
Yudoka siempre había creído en que
la preparación y en el talento, cuando se aplicaban correctamente, podían obrar
milagros. Cuando vio la mirada de miedo en los ojos de Nishiko, supo que esa
era una lección que ella no había aprendido.
“¿Cómo?” Preguntó ella.
Yudoka no dijo nada, solo emitió un
largo siseo tras su máscara.
Nishiko miró hacia su izquierda y
hacia su derecha. No podía ver a ningún guardia. Una segunda figura apareció de
entre las sombras, un hombre mucho más joven con sueltas ropas negras, y una
simple máscara negra – el cómplice invisible de Yudoka, Bayushi Tai. Llevaba
una daga de jade en una mano, preparado para atacar. Negra sangre goteaba de su
punta. Al intentar tender una emboscada a Yudoka, ella solo había conseguido
mostrarse.
“¿Maestro?” Susurró Tai, dando un
paso hacia delante.
Yudoka solo agitó su cabeza. Tai no
estaba preparado para enfrentarse a Nishiko. Aún no. El joven ninja asintió y
volvió a desvanecerse.
“Le mataré, y luego te mataré a ti,
viejo,” dijo Nishiko con una mueca, sacando su ninja-to con la misma velocidad
del viento.
Yudoka no dijo nada, solo
encogiéndose de hombros, como aceptándolo.
Nishiko saltó sobre el viejo ninja,
como si quisiera empujarle por el borde de la Muralla. Con un movimiento
practicado, Yudoka giró su lanza. La levantó sobre su cabeza en un amplio arco,
cortando el arma de Nishiko en dos, y acuchillándola con la otra punta. Nishiko
gruñó cuando el filo de cristal la cortó la muñeca, pero rápidamente sacó una
larga daga de su manga. Ahora que estaba dentro del alcance del arma de Yudoka,
intentó cortarle el cuello.
Yudoka exhaló fuertemente, y una
nube de rodante neblina blanca explotó de la abierta boca de su máscara.
Nishiko gritó y dio una voltereta hacia atrás, apenas evitando otro golpe de la
espada de Yudoka mientras el veneno la cegaba. Se giró y aterrizó ágilmente de
pie, frotándose los ojos con una mano, y sosteniendo su cuchillo defensivamente
con la otra.
“Los Kuni hacen un té estupendo de
la hoja del loto y con jade en polvo,” dijo Yudoka, su boca ahora vacía. “En
los últimos años, han creado una mezcla usando también cristal. Parece ser que
a los Goju no les gusta nada.” Yudoka hizo girar su bastón en un lento
remolino, y avanzó hacia la caída ninja de la sombra.
Nishiko dio varios pasos hacia
atrás, golpeándose contra la pared del muro, aún medio cegada por el cristal.
“Un Shosuro nunca abandona un objetivo,” dijo ella, su voz disgustada. “Seguro
que lo recuerdas de nuestro entrenamiento.” Luces se movieron sobre la Muralla,
a lo lejos. “Te han visto, Yudoka. Creo que ha llegado el momento de que huyas,
a no ser que creas que el niño pueda matar a toda una patrulla de samuráis de
Daigotsu.”
“Habremos acabado antes de que
lleguen,” contestó Yudoka con calma, apartando en el aire, como si fuese un
insecto, una flecha de punta de obsidiana.
Los ojos de Nishiko se
entrecerraron. Sin dudarlo, dio dos rápidos pasos hacia Yudoka, y este se
agachó, adoptando una posición defensiva. En vez de atacar, ella dio un gran
salto sobre él. A su fuerza le ayudaba el poder de los Goju, y aterrizó lejos
de él, en el delgado borde de la muralla. Con una sonrisa burlona, Nishiko se
giró y corrió alejándose del Shosuro hacia una de las grandes atalayas.
Yudoka maldijo. Dando varios pasos
hacia atrás, corrió hacia la muralla. Plantando fuertemente su bastón en el
suelo, saltó en el aire. Su pie encontró asidero en un ladrillo roto, a tres
metros del suelo, casi invisible en la oscuridad. Un segundo salto, y sus dedos
encontraron asidero en la parte de arriba de la barrera. Un instante más tarde,
Yudoka corría también por el camino de treinta centímetros de ancho que había
en la parte de arriba de la Muralla Kaiu, sujetando horizontalmente su bastón
para guardar el equilibrio. Ella había ganado unos segundos con su prodigioso
salto, pero nada más.
Desde abajo, los Perdidos disparaban
sus flechas hacia Yudoka. Él los ignoró; la mayoría fallaban. Algunas golpeaban
su pesada capa, trabándose sin hacer daño en la paja bajo la seda. Yudoka
escuchó el romper de cristal más abajo, y vio una nube de humo rodar sobre los
arqueros. Tai. El chico había arriesgado mucho al moverse tan cerca de una
docena de Perdidos armados. Yudoka esperaba que pudiese escapar hasta ponerse a
salvo, y continuó persiguiendo a Nishiko. Los dos saltaban sobre los huecos en
la Muralla hacia una torre donde aún esperaban más arqueros.
Yudoka frunció el ceño bajo su
máscara de porcelana. Ella no se lo estaba poniendo nada fácil.
Nishiko volvió a saltar, aterrizando
sobre la pared de la atalaya, como una mosca, y empezó a escalar el muro.
Yudoka se detuvo en su base, girando su bastón para deflectar la primera
andanada de flechas. Cogiendo una granada en forma de huevo de las
profundidades de su capa, la tiró sobre la parte de arriba de la torre. Los
guardias que había dentro gritaron cuando el humo oscureció su puntería. Yudoka
no perdió ni un instante, escalando el muro solo con sus pies y una mano,
manteniendo lista su lanza con la otra. Se fijó en el arquero más cercano
mientras escalaba. Saltando por encima del borde de la torre, cogió con sus
garras por el cuello de la armadura al hombre, poniéndole en el camino de la
daga de Nishiko. Yudoka giró su lanza con un fiero grito, abriéndole los
estómagos de los cuatro arqueros que quedaban antes de que estos se diesen
cuenta de que estaba allí. El humo del nageteppo se aclaró, mostrando a Nishiko
frente a él, respirando con fuerza, y frunciendo el ceño mientras le miraba con
su ensangrentado tanto preparado. Mirando hacia atrás, pareció darse cuenta de
que ahora estaba con su espalda hacia las Tierras Sombría. Para volver a la
muralla de abajo debía pasar a través de Yudoka.
“¿Y bien?” Dijo Yudoka.
Nishiko se asomó por el borde; el
suelo se perdía en la niebla.
“Saltar,” dijo Yudoka mientras
avanzaba, “no sirve para nada.”
“No,” le contestó Nishiko, dando un
lento paso hacia detrás, hasta que uno de sus pies colgaba sobre la piedra.
“Solo para los débiles.”
Nishiko cayó hacia atrás,
desapareciendo en la neblina sin siquiera gritar.
Yudoka corrió hasta donde la
Manchada ninja había estado hacía solo un momento antes, y miró hacia abajo
sobre el borde de la Muralla. No vio nada. La caza seguiría.
Gritos y otra nube de flechas volaba
por el aire hizo que Yudoka volviese a prestar atención a la situación en la
que estaba. Estaba arrinconado en una Muralla Kaiu controlada por un ejército
organizado de soldados de las Tierras Sombrías. Tai estaba más abajo, solo, o
quizás muerto.
Afortunadamente, le quedaban algunos
trucos más.
Yudoka saltó hacia el cielo
nocturno, cayendo hacia la niebla.