Legado
de Fuego
por
Traducción de Mori Saiseki
Miya
Shoin estaba ante la Corte Imperial y hablaba con voz
clara. Todos estaban pendientes de sus palabras.
“Que la gente de Rokugan sepan
que el descendiente de Shinsei ha vuelto,” dijo el
Heraldo Imperial con voz clara. “Ha salido de su escondido refugio para ofrecer
esperanza e inspiración al Imperio. Le ha ofrecido a nuestro justo Emperador
una búsqueda… la búsqueda de la iluminación.”
Shoin
se calló, dejando que sus palabras penetrasen. Un confundido zumbido de
conversaciones pasó por la reunida corte, pero Mirumoto Masae
se arrodilló en silencio junto a sus hermanos Dragón. El retorno del Ronin Encapuchado podía haber sido una sorpresa para
muchos, pero no para su clan. Era la verdadera razón por la que había venido a
la corte.
“¿Cuál es esta búsqueda?” Preguntó
ansiosamente Bayushi Kwanchai.
“El descendiente de Shinsei ha ofrecido cinco pruebas imposibles,” contestó Shoin. “Al primero que completa cada prueba le será dado un
regalo de inestimable valor, un libro de antigua sabiduría, de un total de
cinco libros. Al que primero consiga completar las cinco pruebas, el hijo de Shinsei le ofrecerá un sexto libro, un compendio de la
mayor sabiduría de Shinsei, una muestra de verdadera
iluminación. El que gane este premio se convertirá en consejero personal del
Emperador, el guía del Justo Toturi-sama en su propia senda de iluminación.”
“¿Cuál es la naturaleza de
esas pruebas?” Inquirió Kitsu Juri.
“Son las siguientes,” contestó
Shoin, sacando un delgado pergamino de su obi y
leyéndolo ante la corte. “El herrero que pueda forjar un yelmo lo
suficientemente duro como para destrozar mil espadas se quedará con el Libro de
la Tierra. El erudito que pueda contener mil años de aprendizaje en un solo
pergamino se quedará con el Libro del Aire. El guerrero que pueda derrotar a
mil enemigos de un solo golpe se quedará con el Libro del Fuego. El general que
pueda llevar sus tropas de una punta del Imperio a la otra en una sola noche se
quedará con el Libro del Agua. El sabio que pueda hacer algo mayor que esas
cuatro cosas juntas se quedará con el Libro del Vacío. Y el alma verdaderamente
iluminada que pueda completar esas cinco tareas se convertirá en el Guardián de
los Cinco Anillos.”
“Bah,
enigmas,” dijo Yoritomo Katoa burlándose.
“¿Esperabas algo menos de Shinsei, Katoa-san?” Preguntó Doji
Nagori con una sonrisa. “Creo que estas pruebas son una idea maravillosa. ¿Qué
mejor forma de inspirar a la gente en estos tiempos oscuros?”
“Matar Portavoces de la
Sangre,” contestó secamente Toritaka Tatsune.
“Prorrumpo este edicto en
nombre del Emperador,” continuo Shoin, frunciendo el
ceño al Cangrejo, reprobándole. “Que todos los que acepten el reto de Shinsei den un paso al frente e intenten estas pruebas. Los
libros han sido bien escondidos y cerrados con magia. No existe una única forma
de completar estas pruebas, pero los kami serán
vuestros jueces. A la persona que mejor complete cada prueba los propios
espíritus le revelarán el lugar donde están los libros, y podrá conseguir su
premio el título de Guardián.”
“Interesante, ¿no crees?” Susurró
Mirumoto Rosanjin, mirando a Masae.
“Estúpido,” contestó Masae. Se levantó y salió de la sala, moviéndose
discretamente para no interrumpir los anuncios del Heraldo. Anduvo con mayor
rapidez cuando llegó a las salas exteriores del palacio, hacienda que varios
Guardias Imperiales la mirasen sospechosamente.
“Masae,”
la llamó Rosanjin, su clara voz resonando por las
silenciosas salas.
La
joven samurai se detuvo. “¿Si, mi señor?” Dijo con firmeza.
“¿Mi señor?” Repitió Rosanjin, un tono dolorido en su voz. Fue rápidamente junto
a ella, mirando a la más baja mujer con expresión de preocupación. “¿Por qué
tan formal, Masae-chan?”
La expresión de orgullo de
Masae se evaporó, y mostró una sonrisa avergonzada. Era
difícil permanecer enfadado con alguien tan sincero y franco como su hermano
mayor. “Lo siento, Rosanjin,” dijo ella. “No debería
estar enfadada contigo. No fuiste tú el que me envió aquí.”
“¿Estás enfadada con el
Señor Satsu?” Preguntó Rosanjin,
sorprendido. “¿Por qué? Nunca me contaste porque te envió aquí, aunque confieso
que tampoco te lo pregunté. Estaba contento con volverte a ver.”
“No te conté porque me
enviaron aquí porque no sabía si creérmelo o no,” dijo Masae,
señalando hacia las salas de la corte. “Satsu me
envió aquí por las pruebas de Shinsei.”
“Pero las pruebas acaban
de ser anunciadas,” contestó Rosanjin. “¿Cómo podría haber sabido Satsu-sama…”
Rosanjin terminó ahí su pregunta, dándose cuenta de
que había cuestionado la previsión del Campeón Dragón.
“Satsu
vio una oportunidad para que un Dragón pudiese ganar aquí la iluminación,” contestó
Masae. “En vez de eso me encuentro con…” Señaló hacia
la corte con expresión de asco.
“No lo entiendo,” contestó
Rosanjin. “Seguro que los enigmas de Shinsei son complejos, y el camino será difícil, ¿pero no
es valiosa la recompensa?”
“Rosanjin,”
suspiró Masae. “Siempre eres un guerrero. Cuando
éramos niños, a ambos nos gustaban las historias que contaba nuestra madre, pero
mientras que tú escuchabas ansioso las historias de los grandes héroes, a mí
siempre me fascinaban las historias sobre Shinsei. Siempre
he soñado con encontrar una fracción de su sabiduría, de conseguir un poco de
la iluminación que él poseía. Yo no digo que esté verdaderamente iluminada, pero
sé esto – la iluminación no es un premio que se pueda ganar con la punta de una
espada. Estas pruebas, estos libros… son una farsa. La sabiduría no se puede
otorgar así. Apenas me puedo creer que alguien con la sangre de Shinsei apruebe estas pruebas.”
“Quizás haya más de lo que
veamos, Masae-chan,” ofreció
Rosanjin.
“Dudo que esto sea algo
más que uno de los juegos del Emperador,” contestó Masae.
“Esta es una senda de falsa iluminación y yo no la puedo seguir, ni siquiera
por orden de mi Campeón. Regresaré ante el Señor Satsu
y le informaré de mi fracaso. Ruego por que se apiade de mí.”
“Eres demasiado dura
contigo misma,” dijo Rosanjin en voz baja.
“Creo que no lo
suficientemente dura,” contestó ella. “No hay razón alguna para que permanezca
aquí. Konichiwa,
Rosanjin-kun. Me ha gustado volverte a ver, aunque haya sido algo tan breve.” La joven
samurai-ko hizo una brusca reverencia y siguió su
camino a través del Palacio Imperial.
Rosanjin
se cruzó de brazos y miró con expresión de tristeza como se marchaba su hermana.
Rogó porque algún día ella encontrase la verdad que tan desesperadamente
buscaba.
•
Masae había deambulado durante días desde que llegó a las
montañas. Al principio, había querido volver a la Alta Casa de la Luz e
informar inmediatamente a Satsu. Realmente no podía
explicar porque no lo había hecho. El haber regresado a sus provincias de
origen la había calmado. El viento en las altas montañas tenía un efecto
tranquilizador en su inquieta alma, y no pudo evitar encontrar que este lugar
le era algo familiar. Mientras guiaba su caballo por el sendero de la montaña, meditó
sobre la belleza del silencio y se preguntó que traería el futuro.
Desgraciadamente, el
silencio no duró. El viento la hizo llegar un conocido ruido, el sonido de las
pisadas de muchos cascos de caballos acompañadas por el rechinar de armaduras. Espoleó
a su caballo para que galopase, una mano yendo a su daikyu.
Coronó el cerro y se encontró con una legión de samuráis Fénix marchando por el
sendero de montaña. Ante ellos había un ancho valle. En su centro había un
Castillo del Clan Dragón. Un gran grupo de guerreros rodeaba el castillo, arma
en mano, esperando pacientemente a los Fénix.
El ejército Fénix se
detuvo a una prudente distancia de los Dragón. Un par de jinetes salieron del
grupo, cabalgando hacia los Dragón. Dos bushi Dragón salieron
cabalgando para encontrarse con ellos. Masae subió un
poco más el cerro para poder escucharles más claramente.
La líder de los Fénix era
una joven mujer con las vivas túnicas de una shugenja Isawa. El Dragón era un
hombre delgado y ajado con finas túnicas verdes y un sombrero de ala ancha. Se
miraron con frialdad guante un tiempo antes de que empezase a hablar la Fénix.
“Soy Isawa Mino, magistrada del Clan Fénix,” anunció con voz clara, lo
suficientemente alta como para que llegase al valle. “He venido aquí a reclamar
el deber que se nos ha confiado.”
“Soy Shiki,
de la Casa Tamori,” dijo el Dragón como respuesta. “Tu clan ha fracasado en sus
obligaciones, pero no necesitas compartir ese fracaso a no ser que quieras
hacerlo. No pretendas exigir una responsabilidad que se le dio a otro.”
“¿Fracasado?” Respondió
amargamente Mino. “Nuestros clanes compartían esa responsabilidad. ¿No
compartimos entonces ese fracaso?”
“El Pacto está a salvo,” respondió
Shiki, sonriendo levemente. “A salvo de los enemigos
del Imperio, y a salvo de tu incompetencia.”
“Insultas la memoria de mi
hermana y me insultas a mí,” contestó Mino. Sacó un grueso pergamino de su obi.
“Llevo conmigo una copia del tratado entre la Dama Shaitung
y el Maestro Nakamuro, el tratado que acabó con
nuestra guerra y detalló el futuro de lo que habéis robado. ¡El deber que
habéis usurpado es del Fénix, y yo lo reclamaré aunque sea por la fuerza!”
“Si puedes,” la corrigió Shiki.
Mino hizo una mueca
despectiva. Giró a su caballo y lo dirigió hacia su ejército, levantando una
mano al prepararse para dar la orden de ataque.
Masae
había visto bastante. Había sobrevivido una guerra entre Fénix y Dragón – no
quería soportar otra.
“¡Deteneros en nombre del
Señor Satsu!” Gritó, galopando por el valle hacia los
dos oficiales.
“Tu Campeón no me da
órdenes, Mirumoto,” replica Mino, aunque no dio la señal de atacar.
“Ni creo que el Concilio
Elemental te haya dado permiso para declarar la guerra contra los Tamori,” contestó
Masae. Se volvió hacia Shiki. “Ni aprobaría la Dama Shaitung que derramases
sangre Isawa. Darme ahora mismo una explicación.”
“Shiki
tiene el Pacto Oscuro del Fuego en su fortaleza,” dijo Mino. “Pertenece al
Fénix.”
Masae
sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. El Pacto Oscuro era un
peligroso artefacto corrupto. Cinco años atrás el Oráculo Oscuro del Fuego
instigó una Guerra entre Dragón y Fénix. Isawa Nakamuro
y Tamori Shaitung pusieron al descubierto el complot
del Oráculo Oscuro y usaron el Pacto para desterrarle para siempre de Rokugan.
“Déjame ver el tratado que
tienes en tu mano, Mino-san,” pidió Masae, extendiendo
una mano.
La Fénix dudó durante un
largo instante, luego asintió, y le entregó el documento a Masae.
Esta rápidamente leyó el tratado. Como había dicho Mino, describía el final de
las hostilidades entre Dragón y Fénix. El Pacto Oscuro, que no podía ser
destruido con garantías, se sellaría dentro de un altar para proteger a ambos
clanes de su Mancha. El altar sería construido en tierras Dragón, y protegido
por samuráis Fénix.
“¿Por qué está aquí el
Pacto y no dentro de su altar?” Preguntó Masae, volviéndose
hacia Shiki.
“Porque los Fénix no han
podido protegerlo,” dijo Shiki con un cansado suspiro.
“Al llegar mis tropas se encontraron el Altar siendo atacado por un grupo de
bandidos que usaban maho. Salvamos el Pacto, pero el altar quedó destruido. No sobrevivió
ningún Fénix, lo que seguramente sea para bien, debido al modo tan miserable en
el que fracasaron en su misión.”
“Tú sabes que mi hermana
defendió ese altar,” dijo Mino en voz baja.
“¿Si?” Contestó Shiki, mirando a Mino con fingida sorpresa.
“¡Shiki!
En el nombre de la Dama, ¿qué estás haciendo?” Preguntó Masae.
“Mantente al margen,
Mirumoto,” siseó Mino. “Los Tamori han insultado a mi familia y a mi deber. Volveré
a Kyuden Isawa con el Pacto, sea cual sea el coste.”
“¡Idiotas!” Gritó Masae para que su voz resonase por el valle. “¡Los dos!” Masae se quitó el yelmo y lo tiró al suelo. Su cara estaba
roja de ira.
“Vigila tu lengua,
Mirumoto,” dijo Shiki. “Estas son mis tierras.”
“¡No!” Rugió Masae. “¡No lo son! Estas tierras pertenecen al Justo
Emperador, quién se las ha confiado a nuestro Señor Satsu,
y que triste se pondría si viese la mezquina arrogancia que ha consumido tanto
a su vasallo como a su aliado. ¡Mirad esto!” Levantó el pergamino que Mino la
había dado. “¿Qué veis?”
“Veo un acuerdo que ha
sido roto,” dijo Mino.
“Yo veo un tratado con un
aliado indigno,” dijo Shiki.
“¿Cómo podéis estar tan
ciegos?” Preguntó Masae. “Cada día nuestro Imperio se
enfrenta a las Tierras Sombrías. Todos nosotros luchamos contra ese mal, a
nuestra manera. Hace cinco años, Agasha Tamori usó
nuestra ignorancia y estupidez e hizo que nos enfrentásemos entre nosotros. Isawa
Nakamuro y Tamori Shaitung
derrotaron al Oráculo Oscuro y le desterraron de nuestras tierras… ¿y ahora os
enfrentáis el uno contra el otro por una cuestión de estúpido orgullo? Shiki, ¿dices que luchaste contra los bandidos que
destruyeron el altar?”
“Así es,” contestó Shiki. “Les destruí.”
“¿Siquiera sabes quienes
eran?” Preguntó Masae. “¿Portavoces de la Sangre? ¿Servidores
del Oráculo Oscuro? ¿Yobanjin? ¿Kolat? ¿A caso te
importó? ¿O te gustó tanto el poder tener la oportunidad de avergonzar a los
Fénix que no te importó conocer la verdad?”
Shiki
no dijo nada.
“Y tú, Mino,” dijo,
volviéndose hacia la Fénix. “Qué rápido levantaste un ejército para defender el
honor de tu hermana. ¿No hubiese sido más fácil ir al Maestro Nakamuro y así conseguir que este asunto se resolviese
pacíficamente? ¿O es que de verdad eso no era lo que deseabas?”
Mino se quedó en silencio.
“Durante mil años, nuestros
ancestros lucharon por la paz. Me pregunto porque se molestaron cuando
estúpidos arrogantes como vosotros ansían la guerra.” Masae
volvió a levantar el tratado de paz. “Usáis este documento como un escudo, como
prueba de que os han engañado. Yo os digo que cosas como estas no deberían ser
necesarias.” Masae rompió en dos el tratado, dejando
que las piezas se las llevase el viento. “Todos los verdaderos servidores de
Rokugan saben donde está su verdadero enemigo.” Se volvió hacia el ejército
Dragón, y luego hacia el Fénix. “Que Shiki y Mino se
maten entre sí por su orgullos si es lo que deben hacer, pero sabed que al
hacerlo sirven aún al Oráculo Oscuro, así como cualquiera de vosotros que luche
junto a ellos. Cualquiera que luche bajo sus órdenes no se merece ser llamado samurai.”
Shiki
miró a Masae con los ojos muy abiertos, negro de ira.
Mino solo inclinó su cabeza, avergonzada por sus acciones.
“¿Me quieres decir algo, Shiki?” Le preguntó Masae, impertérrita
ante la iracunda mirada del shugenja.
“No me puedo creer lo que
me acabas de decir,” contestó Shiki en tono enfadado.
Masae
frunció el ceño y fue a coger su espada.
“No,” dijo Shiki, levantando una mano. “No me has entendido, Mirumoto.
Lo que me has dicho… no tendría que haber sido dicho. Perdí muchos amigos en la
guerra contra el Fénix… ansiaba vengarles. No puedo perdonar a los Fénix por
haber sido los peones del Oráculo, pero les iba a vengar reanudando la guerra
que él empezó.”
“Volveré a tierras Fénix y
consultaré con el Maestro Nakamuro,” dijo Mino en voz
baja. “El Pacto permanecerá en tierras Dragón, por ahora.”
Shiki
se inclinó profundamente ante Mino, aunque estaba claro que no disfrutaba de la
victoria.
Los dos ejércitos
retrocedieron en silencio, volviendo a su fortaleza o al largo camino de vuelta
a Kyuden Isawa. Masae permaneció sola en el valle. Un
ligero movimiento la llamó la atención, y se giró para ver un trozo del roto
tratado movido por la brisa. Lo siguió, agachándose para coger la otra mitad
mientras tanto. Voló por el valle, y acabó deteniéndose alrededor de un
promontorio de rocas. Masae escaló las piedras con
facilidad y alargó un brazo para coger el pergamino roto. Repentinamente, el
viento la golpeó por la espalda, hacienda que tropezase. Alargó un brazo para
mantener el equilibrio y se sorprendió cuando tocó metal.
Bajó la Mirada y vio un
extraño libro, cubierto de bronce y atado con seda blanca y azul. En su
cubierta estaba blasonado el símbolo del aire.
Los ojos de Masae se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que
acababa de descubrir.
El Libro del Aire.