La Mala Muerte de Hida Amoro

 
por
Rob Vaux

 

Traducido por Mori Saiseki



El color rojo cubría el horizonte en una ola aulladora, una sabana ininterrumpida de color rojo empapado. Pulsando, golpeando en sus oídos como un terremoto, se extendía desde una lado del horizonte hasta el otro, tapando todo detrás de su poder. Parecía que no recordaba nada antes de que estuviera ahí, ni podía llegar a imaginarse que pasaría si se desvaneciera. No había forma de luchar contra ello, no había que cuestionarlo. Solo estaba su presencia que aturdía su mente.


En algún sitio, alguien estaba gritando.


Eventualmente, el repiqueteo en su cráneo paró un poco – desde abarcar el todo hasta solo desquiciante. Ya podía ver colores y texturas en el rojo. Una especie de llanura, rota por lo que parecían colinas en lontananza. Grandes montones de algo en la llanura, rompiendo la simetría de lo que tendría que haber sido perfectamente plano. Algunos de los montones parecía que se movían, pero no podía ver los detalles. Sobre todo ello, estaba un gran orbe rojo, el ojo frenético desgarrador de lo que tenía que haber sido el sol


Si. Alguien estaba gritando.


El océano volvió a girar, y entonces todo lo que podía ver era el rojo, sintiéndolo golpear como la marea. Cerró fuertemente sus ojos y cabalgo sobre la ola tan lejos como pudo, esperando a que volviera a remitir y que los pensamientos pudieran hundirse a través de ella. Cuando abrió sus ojos, había retrocedido más. Las formas abstractas habían tomado una forma más definida, hasta el punto de que ya era capaz de saber donde estaba. Las distantes colinas ya se podían ver claramente, el sol en el cielo ya se podía identificar como tal. El océano rojo estaba en total retirada, alejándose como la marea para revelarle más y más lo que tenía ante él. Vino por partes, cada una en su momento para no agobiarle y para que no volviera a caer el rojo otra vez sobre todo.


No-dachi. Había una espada larga no-dachi en su mano, teñida de un rojo fuerte que no se desvanecía con el océano en retirada. No, teñida no era la palabra adecuada. Repleta era una palabra mejor. Repleta y goteando hasta más arriba de su codo.


Humo. Había humo en el cielo. No era de color rosa como había pensado en un principio, si no de un rico y profundo negro, el humo de algo quemándose. El sol brillaba con rabia a través de ese humo, fastidiado por que esa pequeña oscuridad tuviera la imprudencia de tapar su cielo.


Cuerpos. Estaba rodeado por cuerpos. Algunos todavía se movían, pero la mayoría ya no. Muchos de ellos tenían un armamento raro de plata y azul que creía que debería de recordar por alguna razón. Otros cerca de él estaban decorados de forma diferente, en rosa y negro. De alguna manera le imbuían de una especie de miedo, pero los cuerpos en plata y azul, no. Pero unos y otros estaban por todos lados, diseminados hasta donde los ojos podían ver.


¿Y quién coñ.. estaba gritando?


Ahora las cosas empezaron a pasar más rápidamente, la marea roja casi se había ido. El mundo se estaba enfocando, los colores frescos y vibrantes como el Primer Día. Los pensamientos se empezaron a conectar entre si, formando ideas, mostrándole más claramente la situación. El movimiento que había notado antes eran los buitres, bajando para darse un festín con los cuerpos de los muertos. Ninguno de los cuerpos se movía y estaba seguro que no había nadie mas de pie. Una batalla. Este era el lugar donde había habido una batalla, una que había terminado hace tiempo. ¿Había ganado o perdido su bando? ¿Importaba? No demasiado. Seguía en pié. Eso significaba que estaba vivo, lo que significaba que su bando había ganado. A lo mejor. Ganar era bueno – pensó. La victoria era una cosa curiosa si venía con alguien con quien celebrarla. Lo que llevaba a la pregunta, ¿quién era “alguien”? Y aún mas, ¿quién era el enemigo al que “alguien” había derrotado? Estos pensamientos ocurrieron con una lucidez pasmosa, mientras que el rojo de su vista se venía abajo, dejándole por vez primera con todo lo que había pasado


Gradualmente, después de algunos instantes, Hida Amoro fue capaz de dejar de gritar.

 


*******************************************************************************************************************************************************************

El campamento Cangrejo resonaba con la celebración, los fuegos artificiales y con los juerguistas borrachos bailando con igual ferocidad. Plantado en el corazón de la tierra nuevamente capturada, los habitantes no tenían ningún reparo en bajar su guardia. Las fuerzas Grulla defensoras habían sido aplastadas, su pequeño ejército destrozado y dispersado a los cuatro vientos. El primer paso para tomar el Trono Esmeralda ya estaba dado. Y aunque habría otras campañas en el futuro — otros enemigos que aplastar como éstos habían sido — podían esperar. Porque esta noche, los vencedores gozarían de los despojos.


La tienda de Amoro era la única silenciosa, su vacía oscuridad sofocando el derrame de la cercana fiesta. Su dueño estaba arrodillado dentro, mirando fijamente el mapa de la batalla colgado tan delicadamente al otro lado de su camastro. Se había bañado y cambiado, la sangre limpiada de sus manos por chicas sirvientes sonriendo con suavidad. Su espada larga estaba envainada a su lado y su hoja brillada como el mar más puro. Cada huella rojiza había sido meticulosamente quitada. Amoro no se dio ni cuenta. Ni advirtió el mapa, o a las chicas sirvientes, o el agua con la que ellas habían limpiado su cuerpo. Todo se desvanecía ante la memoria de ESO.


La poca gente que lo vio en un verdadero combate, y vivió para contarlo, creía que su rabia le definía. Pensaban que él amaba su bruma, la ola de roja sangre que corría por su cuerpo cada vez que pisaba el campo de batalla. “Es un frenético,” decían. “Los frenéticos viven para la lucha y la rabia que les engulle cuando los sonidos del acero suenan en sus oídos.” Pero ellos eran los tontos. La verdad era que Amoro nunca recordaba lo que hacía mientras estaba bajo la influencia de su rabia. El océano obscurecía todo, dejándolo sin idea de lo qué él había hecho o porqué.


No, era el volver de eso lo que amaba, la lenta vuelta inexorable a la cordura después de que todo hubiera caído ante él. Las vistas, los sonidos, las sensaciones que se deslizaban por su cuerpo una a una, mientras que su sangre se enfriaba... era como ver la Tierra hecha de nuevo cada vez que sucedía. Como volver a nacer – mirando todo lo que había alrededor suyo de una forma distinta y regocijante. Experimentar eso, sentir el lento chorro de sensaciones convertirse en un torrente... ¿qué era el mero tacto de una mujer, o la limpieza de su cuerpo, comparado a eso? ¿Cómo podían esos bobos de ahí fuera esperar que lo celebrase, cuando las verdaderas mieles de la victoria habían venido y ya se habían ido?

 

Solo cuando el ejercito se moviera, él sería feliz. Porque entonces él podría hacerlo otra vez.


Sus grandes músculos se flexionaban en anticipación; sus ojos oscuros centelleaban con placer. Una leve muestra de sonrisa cruzó sus labios, una que habría enviado a esas chicas sirvientes corriendo con temor si la hubiesen visto. Si, hacerlo otra vez... para renacer en el campo de batalla como había sido hoy...


Su ensueño se paró de repente por el sonido de alguien que se aproximaba. Agarrando su no-dachi, movió sus pies para agacharse.


”¡Moléstame si quieres jugar con fuego, enano!” bramo, rompiendo el silencio como una bala de cañón.


”La batalla ha acabado, Amoro. ¿O acaso lo has olvidado?” La blanda voz era medida y controlada. “Pido permiso para entrar la tienda de campaña del gran señor. Preferiblemente sin ser destripado.”


”Yori.” Amoro suspiró, calmándose un poco. “Creí que eras un borracho que había venido a molestarme.”


”Seguramente. La mayoría se preguntaría por que no te has unido a la fiesta. Algunos de los más locos incluso te hubieran buscado. Pero yo tengo algo diferente en mente. Algo beneficioso para ti y para nuestro ejército. ¿Puedo entrar?”


Amoro gruño en afirmación, moviendo sus piernas y envainando su espada. Kuni Yori podía ser cualquier cosa, pero nunca un plasta. Y tampoco abandonaba la seguridad de su tienda sin una buena razón


El shugenja entró con reverencia, casi con cautela. Los suaves pliegues de su túnica de terciopelo rozó silenciosamente sus zapatillas, la extraña marca pintada en su rostro destacando en fuerte contraste con su oscuridad. Las puntas gemelas de su bigote se movían silenciosamente alrededor de su burlona boca – una sonrisa de labios prietos que nunca parecía tan risueña como debería. Saludó con una reverencia casi burlona a Amoro, y luego se volvió para ver el mapa de la batalla, dándole la espalda al frenético.


”Recibí hoy una carta de tu tío. Manda un saludo y expresa su satisfacción por el progreso de nuestra campaña.”


La cara de Amoro se retorció con una burla. “Me siento honrado que el Gran Oso haya decidido conceder tantos elogios. Una pena que no pudiese participar.”


Yori continuo placidamente estudiando las marcas del mapa. “¿Crees que este es el único frente en el que estamos luchando? Hida Kisada tiene mucho más en su cabeza que una matanza de miserables Grullas. Hay un ronin advenedizo acercándose al Paso de Beiden. Los Mantis han estado molestando la construcción de nuestra flota. La magnitud de su ambición abarca todo Rokugan. Harías bien en recordarlo la próxima vez que hables con el Oso.”


Los músculos de Amoro se flexionaron, sus manos apretadas en señal de frustración.


”Lo tendré en consideración.”


”Bien. También te diré que, aún contento con tus progresos, tu tío ha expresado alguna... preocupación por tu actuación en el campo de batalla.”


Amoro podía sentir la sangre subirle por la cara.


”Y dime, por favor, ¿qué exactamente, le agraviaba de mi actuación en el campo de batalla?!”


Yori se dio la vuelta lentamente para, por primera vez, mirar de frente al frenético.


”¿Tienes alguna idea de lo que pasó hoy?”


”¡Por supuesto! Ganamos. Los Grulla fueron machacados.”


”Si, ganamos, gracias en buena manera a ti. Mataste a más de cuatrocientos bushi Grulla con tus manos, Amoro. Cuatrocientos.
Eso es una proeza que ni siquiera el Gran Oso puede igualar.”


”Entonces, ¿cual es el problema?”


”El problema son las ciento treinta tropas Cangrejo que también mataste.”


Amoro vaciló un poco. “¿Cangrejo
?”


”¿Aún  nadie te ha hablado de esto? Tu mando completo fue destruido, Amoro. La mayoría de ellos por tu propia mano. Los mataste en medio de la batalla. Parece que cualquier objetivo te es válido una vez que empiezas.”


Amoro considero por un momento el hecho. “Eso no me concierne. Los Grullas han muerto; Yo les inflingí más del doble de bajas que ellos hicieron. En una guerra de desgaste, eso se considera una victoria.”


”Por el amor de Dios, Amoro, mataste a tres chicos mensajeros que te intentaban decir que la batalla había acabado. ¡Niños de diez años! Estuviste cortando cuerpos durante tres horas antes de que finalmente te calmaras lo suficiente como para ser alejado de allí


”¡¡¡
IRRELEVANTE!!!” Su rugido había vuelto. “¡¡¡La victoria es lo único que importa!!! ¡Si mi mando se interpone entre mis enemigos y yo, entonces lo destruiré! Si tu te interpones entre mis enemigos y yo, entonces te destruiré! Cuando empieza una batalla...” las memorias se le agolpaban. “… entonces nada más me importa.” Las venas de su cuello pulsaban debajo de sus tensos músculos


Yori soportó la explosión sin mover un músculo. Su sonrisa sardónica se suavizó un poco mientras metía sus manos en las profundidades de su túnica.


”Lo sé, Amoro, lo sé. Tu tío también lo sabe; por eso está preocupado. Y las tropas de ahí fuera también lo saben. Es la tercera vez que tu mando ha sido destruido. Nadie más volverá a ponerse bajo tus ordenes.”


”Mándame solo. Mándame conmigo mismo. No me importa.”


”No te podemos mandar solo, Amoro. Incluso a ti te cercenarían en un santiamén.”


”¿Entonces qué?” Su sangre se estaba enfriando un poco. “Debo seguir luchando, mago. Debo. Es lo único que me mantiene con vida.”


Las manos de Yori salieron de su túnica en un flash, sujetando un pergamino oscuro. Parecía diferente a los demás pergaminos de su biblioteca; su cuero era suave y casi aceitoso por la forma que tenía de brillar a la luz. Las manos del shugenja parecía vibrar al contacto con el. No estaba seguro, pero Amoro podría jurar después que el pergamino latía ligeramente – casi como si estuviera vivo.


”¿Qué es eso?”


”Eso, mi querido Amoro, es la solución a tus dificultades. Me lo dio un cayado aliado que quiere que los Cangrejo emerjan triunfantes. Lo he estado estudiando durante algún tiempo, y creo que tengo la suficiente fuerza como para manejar su magia.”


Amoro se mojó sus labios, escondiendo el nerviosismo que repentinamente le había embargado. 


”¿Y como va a ayudar a mi… problema?”


Los ojos de Yori brillaron con alegría. “Te va a dar las tropas que necesitas.”


********************************************************************************************************************************************************************

El campo de batalla estaba ahora en silencio, poblado solo por los fantasmas de los muertos. Los buitres se habían ido con la llegada de la noche, e incluso los insectos estaban en silencio, como si supieran lo que iba a pasar. No se podía ver el suelo debido a los cuerpos que lo cubrían.


Amoro y Yori se movían lentamente por el osario, su camino iluminado por la única antorcha que llevaba Amoro en sus manos. El frenético maldijo, mientras caminaba entre los cuerpos de los caídos.


”¿Qué estamos haciendo aquí fuera, mago?”


”Como te he dicho antes: haciéndonos con tus tropas. Di ordenes para que los muertos no fueran movidos de donde habían caído, y tu acción de esta tarde ha hecho que incluso los más temerarios no se acerquen.”


”¿Y como va… esto,” escupió, dándole una patada a una mano helada, “a ayudarnos?”


”Paciencia, mi señor, paciencia. Para magia como esta, es una necesidad hacerla en el sitio adecuado.”


Siguieron, la antorcha haciendo sombras tenebrosas de armaduras rotas y trozos de hueso. El shugenja pisaba cuidadosamente entre los cuerpos, preocupándose de no quebrantar a ninguno de los muertos sin enterrar. Amoro era menos cuidadoso; sus botas pisoteaban todo lo que se encontraban.


Al fin llegaron a una especie de claro, un área de donde los cuerpos habían sido movidos para descubrir una tierra empapada de sangre. Un círculo había sido trazado alrededor del perímetro con lo que parecía polvo de tiza, y una serie de figuras extrañas habían sido cavadas en el ennegrecido suelo de alrededor.


”Para,” ordenó Yori, en voz baja. Amoro obedeció
.


”Estamos ahora en el centro del campo de batalla, el sitio donde las furias han entretejido entre ellas. Es aquí de donde sacaremos el poder que necesitamos. Entra en el círculo, Amoro, Y por el bien de ambos, no muevas nada.”


Amoro miró interrogativamente al mago, pero hizo lo que le había dicho este, dando un paso cómicamente largo sobre la tiza y hasta dentro del círculo. Yori le siguió, el palpitante pergamino negro todavía en sus manos. Mientras lo hacía, la antorcha que estaba en manos de Amoro chisporroteó y se apagó. El frenético tensó sus músculos, pero no se movió. Podía sentir acercarse al rojo, un remedio contra su creciente nerviosismo. Pero no dejó que le abrumara.


Desde detrás suyo, oyó la voz de Yori.


”Este círculo está formado por los huesos de tus ancestros, Amoro. La familia Hida ha luchado contra los Shadowlands desde tiempo inmemorial, y yo he estado más años de lo que quisiera recordar en busca de los secretos que guardaban. Su poder te dará la fuerza que necesitas para liderar a tus nuevas tropas.”


Amoro se dio la vuelta con lentitud, hasta que estaba frente al mago. Yori sonrió esa prieta sonrisa suya, y puso el pergamino ante sus ojos. El desagradable latido de su piel de ébano era fácil de notar, incluso en esta noche tan oscura. Con manos temblorosas, Yori cogió el sello, desapareciendo su sonrisa sardónica.


”No te muevas, Hida Amoro. Ni siquiera un pequeño movimiento.”


Un lúgubre chillido sonó, un sonido tan desagradable y tan humano, que Amoro no pudo evitar gritar él también. El pergamino se abrió casi por su propia voluntad, y la noche se iluminó con un impuro resplandor verde. Amoro podía ver figuras blasonadas en la piel – figuras cuyo significado él no podía comprender, pero cuya forma amenazaba locura a aquel que las leyese. Podía sentir la Ola volver, esta vez más cerca. 


Yori empezó a cantar, una voz aguda y penetrante totalmente distinta de los habituales tonos sosegados del Shugenja. Las palabras pasaron a través de Amoro sin comprensión, llenándole con un deseo irracional de escapar a cualquier coste. La Ola amenazaba con arrollarle.


Mientras el cántico continuaba, las negras figuras en el suelo también empezaron a brillar de un verde asqueroso. El pergamino ahora estaba palpitando con un ritmo regular, su superficie parecía que respirase. Al aumentar el sonido de los chillidos, unos tentáculos rezumaron lentamente de el pergamino, y subieron por el tembloroso cuerpo del mago. Yori parecía no darse cuenta de su presencia; había echado su cabeza hacia atrás y estaba gritando el encantamiento a las estrellas que estaban sobre él. Las palabras formaban una burla blasfema de su simetría celestial. Sus ojos se volvieron blancos, y un poco de sangre salió por su oído izquierdo. 


Sin avisar, los tentáculos salieron disparados del cuerpo de Yori, pasando sobre el círculo en una explosión palpitante que acompasaba el latido del pergamino. A cuatro kilómetros de allí, un centinela Cangrejo se dio cuenta de la aparición de los tentáculos. Vio su segura, rodante marcha por el campo de batalla, se dio cuenta como se movían y volaban sobre el paisaje, y entonces entró con calma en la tienda de su sargento, y le desgarró el cuello con sus propios dientes. Cuatro de sus compañeros centinelas también vieron los tentáculos; se les encontró al día siguiente: desnudos, apiñados en un agujero a dos leguas de distancia, y gimiendo como bebes. Un búfalo de agua que había sido confiscado por el ejército Cangrejo, dio a luz a una gimiente pesadilla, algo retorcido con colmillos que salió a mordiscos del vientre de su madre y salió vacilante y enloquecido a la noche. Nadie se había dado cuenta de que la bestia estaba preñada.


Amoro estaba horrorizado mientras veía al pergamino hacer su retorcida magia alrededor suyo. De algún modo pudo mantener a raya a su miedo; en el ojo del huracán podía mantener su sano juicio e ignorar las terribles ramificaciones de lo que estaba viendo. El canto aumentó de volumen, pero él creía que lo podía soportar, e incluso disfrutar de el si tuviese que hacerlo. El palpitar del pergamino se había sincronizado con el palpitar del rojo de detrás de su cráneo.


Con lentitud, los cuerpos de los muertos empezaron a estremecerse.


Al pasar cada ola sobre ellos, sus formas parecía que se llenaban con una vida impía. Los cuerpos de los soldados Cangrejo y Grulla se levantaron de sus lugares de reposo, cogiendo sus ensangrentadas armas y ajustándose sus destrozadas armaduras. Manos retorcidas se apretaron contra la tierra mientras músculos rotos volvieron a funcionar. Lamentos llenaban el aire, luchando a través de pulmones inundados de sangre. Se incorporaron con dificultad, los soldados muertos, asiéndose al aire e incorporándose como si estuvieran borrachos. 


El canto bajó en intensidad, decreciendo los golpes de verde malsano. Los gritos no eran tan subyugantes, y Amoro podía sentir el pánico en su alma empezar a retroceder. Entonces, de una forma silenciosa que desmentía los horrores que había engendrado, la ceremonia se acabó.

 
Amoro intentó con su mecha volver a encender la antorcha. Al encenderse chisporroteando, pudo ver a Kuni Yori levantarse despacio. El shugenja estaba casi totalmente envuelto en su túnica, su cuerpo temblando incontroladamente. El pergamino negro había desaparecido. El frenético se agachó para intentarle ayudar a levantarse. 


”Yori…”

”¡No me toques!” siseó el mago, su cuerpo atormentado por más espasmos. Su cara estaba escondida detrás de los dobleces de su capucha, pero Amoro podía ver manchas de sangre goteando dentro de la oscuridad que había ahí dentro.


”Estaré… bien, Amoro,” sus palabras eran forzadas, pero uniformes. “El hechizo... necesita peaje. Pero eso no importa ahora. Contempla tu nuevo ejército.”


Señaló y Amoro por primera vez dejó de mirar al shugenja.


Bushi y samurai con heridas demasiado atroces para que un hombre vivo las pudiera soportar estaban en silencio, mirando a los dos, sin expresión. Sus rudas caras y rostros torcidos no tenían emoción, sus ojos y bocas agujeros que contenían la oscuridad de innumerables eones tras de si.


”Estas tropas son tuyas, mi señor, para que hagas con ellas lo que quieras. No pueden ser dañadas por arma mortal, por lo que tus… arranques no les afectarán.”


Yori extendió una mano torcida a su compañero. Tenía un extraño medallón, de color hueso, con un sello extraño y turbador en el.


”Esto es una fusión de los huesos de tus ancestros. Con el, tendrás el poder para controlarlos y mandarlos. Mientras que toque tu piel, te obedecerán sin rechistar.”


Al intentar coger Amoro el talismán, una seca sacudida corrió por la base de su espina dorsal. Parecía extrañamente ligera en su mano, y el sello calentaba su piel con una calor sobrenatural. 


”¿Entonces me seguirán?”


”Mientras tengas el medallón, su tuyos para mandar. Pero aún hay más.” Los escalofríos volvieron al cuerpo de Yori, pero su voz se mantuvo firme. “La magia que les anima es fuerte, más fuerte que cualquiera que haya usado antes. Y seguirá funcionando, más allá de esta noche. Cada enemigo que derribes con ese trinquete en tu posesión, volverá a nacer, de la misma manera que estos. Todos y cada uno, Amoro.”


Su cuerpo se consumía con una serie de espasmos que parecían sin control. Volvió a mirar a la cara de Amoro, su pálido rostro lleno de sangre coagulada.


”Cada batalla que ganes traerá a más bajo tu estandarte. Cada victoria aumentará tus fuerzas. Con ellos tras de ti, Hida Amoro, serás invencible.”


Amoro sonrió mientras comprendía las palabras del mago. “Si… seré invencible.” Miró a su nuevo mando y puso el medallón en su cuello. “Y ellos tras de mi, podré luchar siempre.”


La noche resonó con la demente risa de Yori.


********************************************************************************************************************************************************************

La ola roja remitió, dejando una vez más a su visión que se defendiera por si misma. Los detalles volvieron revoloteando, uno a uno, dándole un nuevo nacimiento del mundo en el que gozar. Ahora estaba en un campo de batalla diferente, una llanura distinta en donde soldados distintos habían luchado y muerto. Sus armas estaban aún empapadas, el humo aún tapaba el cielo. Sus aullidos todavía rompían el silencio. Pero esta vez, no era el único hombre que aún vivía.


O, con más precisión, no era el único hombre que aún se movía.


Estaban todos alrededor suyo, una pesada masa de inhumana humanidad que se reía de la mano helada de la muerte. A las heridas purulentas que cruzaban sus cuerpos se les unían unas nuevas, horribles cortes de los que manaban gusanos y apestaban a matadero. Sus herrumbrosas armas estaban cubiertas por la sangre enemiga; unos pocos estaban sin armamento, sus uñas y sus dientes manchados de igual manera. Unos pocos Grullas luchaban contra la masa, y mientras miraba, vio a su mando disponer de ellos con una eficacia horrenda. Sus grito bajó a un tono moderado y sonrió de una manera horrible, su boca manteniéndose abierta. Estas eran justo las tropas que necesitaba.


Los zombis alrededor suyo parecían especialmente mutilados, y no pudo evitar preguntarse si todo el daño lo había causado el enemigo. Con curiosidad, casi sin querer, blandió su no-dachi hacia más cercano: un sargento Cangrejo con un espantoso agujero en su estómago. El brazo de la criatura se descolgó con un sonido rasgado y mojado, cayendo al suelo con un convulso golpe. Su dueño lo miró con los ojos en blanco, y después levantó la vista hasta el frenético. No hizo ningún movimiento para atacar a su antiguo atacante. La sonrisa de Hida se amplió. No tenía ningún miedo a un motín.


Una mano temblorosa agarró su bota y miró hacia abajo, distraído de su maravilloso nuevo descubrimiento. Emergiendo de un montón de cuerpos, había un soldado Grulla horrendamente herido. Miró hacía el frenético con un semblante pálido y ensangrentado.


”P-por favor, Señor,” rogó el soldado. “P-por favor, perdóneme. No m-m-me entregue a e-e-ellos...”


La cara de Amoro se llenó de alegría mientras giraba su espada. “Gustosamente,” rió tontamente, insertando el no-dachi en el hombro del condenado soldado. El soldado se estremeció una vez, una mirada catatónica en su cara, y se quedó quieto.


Amoro sacó su espada del cuerpo, y dio un paso atrás para seguir inspeccionando su mando. Estos se movían sin ton ni son, parecía que estaban perdidos sin enemigos a los que depredar. A sus renacidos ojos, eran la cosa más bonita que jamás había visto.


”Mis soldados, hoy ya hemos acabado aquí.” Su grito fue ronco debido al esfuerzo. “Quedaros donde estáis, y mañana, volveremos a marchar a la batalla.” 


Un florecer de calor no natural surgió del pecho de Amoro, y podía sentir el medallón contra su piel. Palpitaba en ritmo con su corazón, y podía sentir su magia negra correr por dentro de él. Como si fueran uno, los zombis se detuvieron, sus desiguales tropiezos desapareciendo en una onda. Se quedaron completamente quietos, sus formaciones sin romperse debido a una acción, a un movimiento o al respirar.


Un movimiento a los pies de Amoro cogió al frenético desguarnecido. Con inusitada rapidez, dio un salto atrás, girando su espada sobre su cabeza y preparándose para un asalto. No se tenía porque haber preocupado. Mientras estaba ahí, los cuerpos de sus enemigos caídos se separaron unos de otros, levantándose con un crujir de huesos para ponerse en formación. Sus ojos estaban ahora vidriosos, su temblorosa vida reemplazada por una vacío hueco en el corazón de sus pechos. A su cabeza estaba el soldado Grulla, sangre fresca todavía fluyendo de la herida del hombro. El palpitar contra su pecho proseguía mientras los no-muertos de mandíbulas abiertas le miraban, esperando a que les volviera a dar ordenes.


”Bienvenidos al estandarte del Cangrejo, amigos míos.” Tenía que procurar a toda costa no reírse.


Las tropas le esperaban cuando regresó a la mañana siguiente, sin cambios en sus filas desde la noche anterior. Los muertos nuevos se entremezclaban con los más “veteranos,” formando desiguales regimientos de aproximadamente diez cada uno. Marcharon tras su líder, moviéndose paralelamente, aunque a cierta distancia, del grueso del ejército Cangrejo. No podía ser que los nuevos compañeros de Amoro estuvieran cerca de tropas vivas. Poco después de mediodía, se volvieron a enfrentar con los Grulla, y otra vez, Amoro surgió victorioso. Mientras los días se convertían en semanas, su mando crecía, y las batallas se convirtieron en un asedio sin fin. Cada nuevo conflicto le proporcionaba nuevos cuerpos, que eran convertidos en nuevas tropas por el poder de la terrible ceremonia. Atacaban despacio, pero con una presión sin pausa, en marcado contraste con su comandante, que siempre estaba perdido en la Ola. Cuerpos Cangrejo y Grulla se entremezclaban entre ellos, pero la armadura que portaban tenía poca importancia contra los enemigos a los que se enfrentaban. Todos ellos veían la promesa en su vacío rostro, y ninguno quería enfrentarse al nuevo ejército del frenético. Algunas cosas eran peores que la muerte. Se corrió la noticia, y muy pronto, no había nadie en el ejército opositor que quisiera enfrentársele.


********************************************************************************************************************************************************************

Los Cangrejo reclamaron otra celebración, otra Victoria había sido conseguida. Ahora, los Grulla estaban en completa retirada, sus fortalezas ardiendo, sus soldados desperdigados. Una vez más, Hida Amoro estaba sentado solo en su tienda, y esta vez, no había ningún temor de que tontamente un soldado pudiera entrar a molestarle. Los guardias con mascaras de porcelana que estaban fuera – seleccionados personalmente para este destino – emanaban un aura que incluso los más tontos no se atreverían a cruzar.


Amoro deambula arriba y abajo, sus manos abriéndose y cerrándose. Hacía tres días que no había entrado en acción, y se estaba impacientando. Había recibido recientemente noticias de su tío: el ronin Toturi estaba preparando una terrible respuesta contra el ejército Cangrejo cerca del Paso de Beiden. Amoro tenía que ir hacia allí y dar al perro una muestra del verdadero poder del Cangrejo.


Lo que le parecía bien a Amoro. Excepto que el Paso de Beiden estaba a casi cuatro días cabalgando de aquí, lo que significaba que perdería más tiempo en anticipación. Una semana entera sin combatir... el solo pensamiento le llenaba de desesperación. Intentaba por cualquier medio no perder la compostura. Por lo que estaba de mal humor dentro de su tienda, e intentaba mantener quieta a la Ola.


Desde luego que había consuelos. Los Grulla obviamente no eran rivales para él, y la novedad de ver a sus propias tropas volverse contra ellos ya le estaba cansando. Supuestamente Toturi era bastante hábil. Para un perro sin honor, sabía mucho de las maneras de la guerra, y pondría una fuerte resistencia si se le daba la oportunidad. Pensar que podría haber un nuevo reto era suficiente para mantener a raya a su galopante aburrimiento.


Y no esperaba que se quejaran sus tropas.


Un suave roce en la puerta de su tienda interrumpió sus pensamientos. Los zombis se adelantaron a bloquear la entrada, protegiendo a su señor de la negra forma envuelta en una túnica que estaba delante e ellos. Una callada voz sonó.


”Frenético. Necesito hablar contigo.”


Amoro se irguió, su cara radiante. “¡Yori! Dejarle entrar, dejarle entrar.” Los guardias se volvieron para atrás al escuchar su orden.


Yori entro despacio en la tienda, sus manos metidas en su túnica. Su cara parecía más delgada, más consumida desde la última vez que Amoro le había visto. Patas de gallo se podían ver en las comisuras de sus ojos – ojos que no habían perdido su loca luz. Su piel estaba seca y rota, sus mejillas hundidas que revelaban los huesos que había debajo de ellas. Solo su sonrisa permanecía intacta – callada, pero sardónica, un nexo con el hombre que había sido. A Amoro pareció no afectarle el cambio.


”Me alegra verte, amigo mío. No he tenido la oportunidad de agradecerte mi nuevo ejército.”


”Si… agradécemelo
.” El mago se inclinó un poco, para después fijar sus ojos en Amoro con una mirada quieta. “La verdad es que he venido aquí para discutir contigo esta situación.”


Amoro se sobresaltó. “¿Qué quieres decir?”


”He estudiado el pergamino que usé para crear tu… ejército, y he descubierto algunas impurezas en el hechizo.”


”¿Afectarán estas impurezas a mis tropas?”


”No lo sé. Pero quiero asegurarme antes de que marches a enfrentarte a Toturi.”


La sonrisa de Amoro se convirtió en una carcajada.


”¿Te quieres asegurar?! Hablas como una vieja, Yori. Quejándote de ‘quizáses’ y de ‘a lo mejores’.”


Yori no se movió. “Las viejas no manejan las magias que yo uso, Amoro. Sal conmigo, y permíteme reequilibrar el hechizo antes de que partas por la mañana


”Creo que no, shugenja. No tengo intención de rondar por la noche para calmar tus tontos miedos.”


”El deseo es irrelevante, Amoro. Vendrás conmigo si quieres mantener tu ejército.”


De repente, La Ola estaba ahí. “¿Crees que me puedes ordenar?!” Levantó el medallón para que lo viera el mago. “No tengo dudas sobre este poder, y ningún remordimiento al usarlo. Ahora sal de mi tienda, o usaré el regalo en el que me lo dio.”


La sonrisa de Yori cambió inapreciablemente. “¿Es eso una amenaza, Hida Amoro?”


”Llámalo como quieras. No me sacaras de mi cama por un capricho.”


”No es un capricho, Amoro. Nada más lejos. ¿Acaso creíste que este poder era gratis? ¿Acaso creíste que vendría sin un precio? Estamos jugando con las magias más negras del alma, frenético. No debes creer que la puedes blandir como un niño malcriado juega con la katana de su padre.”


”¿PORQUÉ NO?!”
Amoro luchó por mantener su compostura. “¡No le pasa nada MALO a mis tropas! Este poder es fuerte. Lo controlo sin dudarlo. ¡Los únicos defectos son los que has permitido crear a tu imaginación!” Sacó como un rayo su no-dachi. “”Sal ahora de mi tienda antes de que te descuartice ahí mismo!”


Yori se quedó inmóvil, sin modificar su sonrisa.


”Muy bien. Si estas tan convencido. A lo mejor es... excesiva preocupación.”


Dando lentamente la vuelta sobre sus talones, Yori salió de la tienda.


********************************************************************************************************************************************************************

El Paso Beiden. Amoro estaba delante de una columna de sus tropas mientras inspeccionaba el barranco de la montaña. No imponía demasiado, al menos desde aquí. Pero el pequeño barranco entre los picos de las Montañas Sekitsui tenía la llave del destino del Imperio. Era el único camino en setecientos kilómetros, formando una puerta entre la mitad del este y la mitad del oeste de Rokugan. Cualquiera que desease ser Emperador necesitaría controlarlo.


Y ahora estaba a dos leguas de distancia. Podía ver el humo del ejército Cangrejo, coronando las montañas. Tenía que reprimirse para no cargar ahora sobre las montañas. Había marchado durante tres días seguidos, forzando, sin dormir, para poder llegar al Paso a tiempo para esto. Su primo Sukune estaba ahí arriba, por algún lado, preparándose para parar la marcha de Toturi. Y no quería que eso pasara sin su presencia.


La evidencia de pequeñas escaramuzas era clara, mientras continuó hacia delante. Las cabañas y los molinos a lo largo del camino estaban abandonados, sus ocupantes hacía mucho que los habían dejado para irse a terrenos más seguros. Bastantes estaban destruidos, pilas de escombros o de maderos ennegrecidos en vez de edificios. Los matojos a lo largo del camino habían sido pisoteados por muchos pies, las hojas y ramas ocasionalmente manchadas de rojo. Los signos de lucha crecieron mientras continuaban hacia delante, llenando su alma con anticipación. Una semana era demasiado tiempo de espera.


Fueron dos horas más antes de que vieran por primera vez a los soldados. Se movían hacia él por el camino, su armadura brillante bajo el sol de mediodía. Al principio, creyó que era un contingente Cangrejo, que venía para darle escolta hasta Sukune. Pero al acercarse y ver con más claridad los signos de sus estandartes, las marcas verde-oro señalaban su verdadera lealtad. Dragones.


Cuidadosamente disminuyó la marcha, levantando su mano para ordenar a las tropas que tenía detrás suyo. Algo era extraño. No debería haber enemigos a este lado del Paso, y no esperaba ninguna resistencia antes de encontrarse con Sukune. Cualquier tropa del Clan Dragón bajo el mando de Toturi tendría que marchar a través del Paso para llegar hasta aquí, y sabía que tan rápidamente, eso no era posible. Que estas ropas del Clan Dragón marcharan a plena luz por un camino controlado por el Cangrejo era doblemente confuso. Simplemente, no deberían estar ahí.


Esperó hasta que estaban a quinientas yardas de él, y entonces mandó parar a su ejército. El Océano tiraba de las esquinas de su mente, pero todavía no quería soltarlo. No quería malgastar preciosa energía en una escaramuza.


Mientras estaba ahí, un par de hombres se destacaron del ejército Dragón y marcharon hacía él, sus brazos levantados como señal de parlamentar. EL más alto montaba un abigarrado caballo marrón, su armadura blasonada con el azul y blanco del Clan Grulla. El otro iba a pie, su calva cabeza y su pecho descubierto cruzado por tatuajes. Amoro se tensó. Las leyendas sobre los Ise Zumi Dragones – hombres tatuados – y los poderes misteriosos que usaban, eran abundantes cuando era niño. No estaba dispuesto a dejar que se acercara uno sin más.


Se adelantó para encontrarse con ellos a la mitad del camino, levantando sus manos como ellos lo hacían. Quería oírles antes de matarles; Sukune querría saber como habían traspasado sus líneas. Amoro sonrió descuidadamente al acercarse, un burdo intento para relajarles.


”Estáis muy lejos de vuestro hogar, Dragones. ¿Os importaría explicarme vuestra presencia aquí, en legítima tierra Cangrejo?”


La voz del Grulla a caballo era dura e inflexible mientras miraba al ejército del frenético.


”El gran Hida Amoro en carne y hueso. He oído relatos de mis parientes sobre ti y tu legión de no-muertos. Tienes una gran reputación, frenético.”


”¿Y por eso estáis traspasando? ¿Para alabar mis progresos militares? No lo creo. ¿Cómo atravesasteis las líneas de Sukune, guapetones? El paso esta sellado y no hay otra ruta.”


Los ojos del Grulla nunca atendieron sus preguntas.


”Mi nombre es Doji Kuwanan. Mi general Toturi me ha mandado aquí para pedirte que te retires.”


Amoro casi no pudo contener la sonrisa.


”¿Retirarme? Ya que lo dices con tan buenas maneras, ¿qué puede hacer un hombre honorable sino obedecer esa humilde petición?” La alegría desapareció de sus ojos. “Estas en mi camino, pequeño Grulla. Muévete, antes de que añada tu maloliente esqueleto a mis filas.”


”Te aseguro, frenético, que tus hombres no nos dan miedo. ¿Crees que intentaríamos interceptarte sin prepararnos contra ellos?”


”A lo mejor no me escuchaste. Estáis entrando en tierras Cangrejo sin permiso. Os encontráis detrás de las líneas enemigas, sin ayuda. Os alejaréis del campo de batalla o os destruiré, como ya he destruido a vuestros parientes.”


La cara de Kuwanan era impasible.


”Si por mi fuera, frenético, te mataría aquí mismo por las abominaciones que has soltado. Pero Toturi me ha ordenado que te de una oportunidad para retirarte, y yo te la doy. Vete por donde has venido, frenético. No te lo pediré otra vez.”


”¡Al infierno tu petición, Grulla, y al infierno tu general canalla sin honor!” Escupió
Amoro.


”Muy bien,” se giró y espoleó a su caballo de vuelta a las líneas Dragón. Amoro blandió su espada y se preparó a ordenar a sus hombres hacia delante, pretendiendo cercenar al samurai montado a caballo. El estaba tan enfocado en el Grulla, que no prestaba atención al Ise Zumi, quien aún no se había movido. De un simple y fluido movimiento, el hombre calvo se plantó delante del Cangrejo. Una enigmática sonrisa jugó en sus labios, y los dibujos de tinta en su piel danzaban como si estuvieran vivos. El tomó aliento rápidamente, y entonces miró a Amoro a los ojos.

 

Una gota de niebla desconocida rodeó al frenético, soplado como por bramidos desde la boca del Ise Zumi. Amoro tosió y escupió, la nube llenando sus poros. El sacudió su cabeza para aclarar su vista, solo para encontrar al hombre tatuado, retirándose tras las líneas del Dragón. La Ola amenazaba con ser grande.


”¡¡¡Por eso tendré tu corazón, mago!!! ¡¡¡Tu corazón en una bandeja!!!”


Con esas palabras, la tensión entre las dos fuerzas se rompió. Amoro prácticamente no tuvo tiempo de levantar su espada antes de que se le echaran encima los Dragones. Cruzaron la distancia a velocidad impresionante y casi le habían alcanzado antes de que tuviera la presencia de animo para ordenar a sus tropas hacía adelante. La legión zombi se adelantaron como si fueran uno, impactando contra los más rápidos soldados Dragones en torpes oleadas. Los músculos de Amoro se tensaron, esperando a que sus oponentes le encontrasen. Cerró sus ojos mientras su furia amenazaba con reventar...


…y no pasó nada. La Ola estaba ahí, nublando los bordes de su visión. Simplemente no quería sumirle bajo su superficie, dejándole lúcido y vigilante mientras la batalla se engranaba alrededor suyo. Miró de un lado a otro, buscando la silueta del Ise Zumi.


”¿Qué hiciste? ¿Que me has hecho, cobarde?!”


No había contestación. Un par de bushi Dragón se habían desprendido de la multitud y se le acercaban con furia en sus ojos. El instinto de combate funcionó, y giró el no-dachi casi sin pensar. Los soldados cayeron ante si instantáneamente, sus cuerpos cayendo apilados ante si. Se puso tieso y esperó al siguiente ataque, pero de alguna manera, se sentía extraño. Debilitándose. Era un niño en un dojo, haciendo sus ejercicios, pero sin sentirlos. La Ola roja se mofaba y no quería acogerle.


Más tropas consiguieron pasar, soldados mezclándose como querían. Las legiones de Amoro luchaban con abandono, sin pensar, arrastrando bushi tras bushi a que aumentaran sus filas. Pero a los Dragones parecía que no les importaba la suerte de sus hermanos. Peleaban con una fiera eficacia, aplicando una táctica específica contra sus oponentes. Cortaban cabezas. Separaban manos de los brazos. Rompían rodillas justo por encima de la espinilla. Todo eso estaba diseñado no para parar la podrida legión de Amoro, sino para ralentizarles. Pero para que, el frenético no lo sabía.


Otro soldado cargó contra él, y se vio obligado a volverse a defender. Sintió frustración, algo que no había sentido nunca antes. ¿Qué estaba mal? ¿Cómo podía la Ola no querer abrazarle?


A su izquierda, un grupo de zombis arrasaron a un grupo de Dragones, empalando a los hombres en sus armas herrumbrosas. Un trio de bushi saltaron sobre el tumulto, sus espadas brillando, y luego se retiraron. Los zombis se dieron la vuelta e intentaron seguirles, pero sus piernas se doblaron y rompieron por debajo de las bien hechas heridas. Amoro gruñó en frustración al ver a sus tropas arrastrarse detrás de sus presuntas victimas como niños. ¿Cómo podían hacer esto?!


Un repentino brillo le llamó la atención. Entre la maraña de soldados, vio al Ise Zumi que le había echado este hechizo. No, corrección, vio a varios Ise Zumi, sus cuerpos descamisados chocando con las armaduras ensangrentadas de sus compañeros de combate. Habían formado una línea en el camino, a media legua de distancia, y mientras Amoro miraba, escupieron una nube de llama amarilla por sus labios. Era como fuegos artificiales, una llamarada de calor y luz que encendió el suelo que estaba delante de ellos. Los zombis que se les acercaban se vieron envueltos en el infierno, su piel y sus huesos crujiendo bajo las intensas llamas. Los Ise Zumi se retiraron y volvieron a respirar, la violenta nube ayudando a crecer al creciente fuego. Los zombis que estaban dentro de ella eran incapaces de continuar. La magia que les sostenía no podía con la brutal destrucción de sus formas físicas. Mientras que los músculos ardían y los tendones se rompían, caían de rodillas, sus putrefactos cuerpos formando una obscena pira funeraria.


Esto era un problema que Amoro no podía ignorar. Un rasgueo llegó a su pecho, y cogió el amuleto de hueso en su mano. Su latido pareció crecer al sacarlo de su cadena y elevarlo sobre su cabeza.


”¡¡¡Quitarles de ahí, soldados míos!!!” gritó, la vituperante Ola dando poder a su voz. “¡Llevarles hacía su deshonrosos magos para que todos mueran juntos!”


Como uno, los zombis se movieron para seguir las ordenes de su señor. Cambiaron su ataque para formar una línea, y empezaron a llevar a sus oponentes hacia las llamas. Los Dragones no parecían sorprendidos, y se retiraron hacia los hombres tatuados. Los soldados no-muertos, ahora sazonados con recientes muertes Dragón, no les podían seguir, sus destrozados miembros sin poder moverse con efectividad. Al llegar a las llamas, los Dragones saltaron sobre ellas, con una rapidez y agilidad increíble de ver. Amoro podía sentir a la frustración volver a crecer.


”¡Matarles! ¡Matarles a todos!”


Cuando chocaron con el muro de carne no-muerta, los Ise Zumi aguantaron en su sitio. Fuego salía por sus ennegrecidos dientes en borbotones cada vez mayores, expandiendo el infierno ante ellos con cada respiración. Las tropas de Amoro no podían ver el peligro en el que se encontraban, no reaccionaban ante el abrumador calor de las llamas. Tambaleaban hacía la hoguera de uno en uno, consumidos como cestos de mimbre al hacerlo.


Amoro cogió con más fuerza el talismán, sintiendo su poder subir por su brazo. La única esperanza era forzar a atravesar la hoguera.


”¡Adelante, perros! ¡¡¡He dicho que ADELANTE!!! ¡No permitiré que estos tramposos venzan al la fuerza más poderosa de Rokugan!”


Los zombis no entendían nada sobre la urgencia de su señor, avanzando pesadamente con la misma velocidad y ritmo que tenían siempre. Ola tras ola caía en la envolvente llama de los Ise Zumi, sus caras sin enterarse de la destrucción de sus filas.


”¡Más rápido, animales! ¡Más rápido
! ¡¡¡MÁS RÁPIDO!!! ¡¡¡MÁS RÁPIDO!!! ¡¡¡ATRAVESARLES!!! ¡¡¡DEBÉIS HACERLO!!!”


El golpear en su cráneo había tomado dimensiones elefantinas, pero su lucidez permanecía intacta La Ola no quería remitir. Su frustración, unida a las destrucción sin sentido de sus soldados, mandó a Amoro al borde de la locura. Aulló como un animal salvaje mientras los Ise Zumi se adelantaron aún más, sus gritos produciendo ecos por el valle.


De repente, la marea cambió. Las explosiones desaparecieron, los fuegos ardían pero no eran alimentados. Vio a los escupe-fuegos caer, y luego retirarse de la podrida hoguera como viejas cansadas. Les asistían las tropas regulares, que también se retiraron. Podía ver a Kuwanan montado sobre su corcel desde aquí, señalando a sus hombres que se retiraran en toda regla. Tan rápidamente como había empezado, parecía que la batalla había acabado. El aullido de Amoro se convirtió en una risa al verles retirarse, sabiendo que podían ser perseguidos.


”¡Les tenemos! ¡Ahora les tenemos!”


Los zombis se retiraron del fuego, sus cortas mentes finalmente entendiendo el peligro que representaba. Se movieron al unísono, arrastrándose despacio hasta donde su señor les esperaba.


Un goteo de hueso cayó de su cerrada mano. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el talismán ya no latía.


Abrió sus dedos para ver los destrozados restos del talismán escaparse entre ellos.


Las caras de los zombis ni se inmutaron mientras que lentamente se le acercaban.


Una garra cayó sobre su hombro y se volvió sin pensar. El zombi que estaba detrás suyo no paró en su ataque mientras su cabeza caía desde sus hombros. Amoro le dio una patada salvaje y se fue dando vueltas, solo para ser reemplazado por otro. Ahora estaban alrededor suyo.


”No...” suspiró calladamente. “No, no es justo...”


Esquivó con rapidez, intentando tejer un camino a través de ellos para alcanzar algún tipo de libertad. Le bloquearon por todos lados. Cortaba miembros que le agarraban y armas que se rompían, viéndolos caer, solo para ser reemplazadas por más.


”¡No podéis hacer esto!
¡¡¡¡¡NO PODÉIS!!!!! ¡¡¡SOY VUESTRO SEÑOR!!! ¡¡¡ME OBEDECERÉIS!!!”


Las caras de las tropas no cambiaron mientras le cogían. Sus golpes se volvieron más desesperados. A penas notó los trozos de talismán mientras caían al suelo bajo sus pies.


Se dio cuenta como si le hubiesen echado un jarro de agua fría, y una espantosa calma se asentó en su pecho. Dio vueltas a su espada en lentos círculos mientras le rodearon.


”Que así sea.”


Al enfrentarse a su mando por última vez, la Ola finalmente se liberó de la magia Dragón. Surgió tras sus ojos, llenando su alma con su abrumador poder y reduciendo su visión a una neblina rojo-sangre.


Esta vez, sabía que se ahogaría en ella.