Movimientos Iniciales

 

por Shawn Carman y Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Un año, mientras disfrutaba de su tiempo libre en las bibliotecas de los Akodo, Kaneka se había encontrado con una leyenda llamada, Persistencia. Era la historia de la ascensión, caída, redención, y muerte de Hida Kisada. La parte más impactante de la historia, la parte que aún tenía guardada Kaneka en su memoria, era la descripción del escritor de la vida en la Muralla Kaiu. La amenaza más mortífera que había sobre la muralla, el enemigo más peligroso al que te podías enfrenar, era el silencio.

            No eran los abrumadores ataques de las hordas goblins ni los ocasionales asaltos de gigantescos oni recién salidos del Hoyo lo que verdad ponía a prueba el valor de cada uno. Con el tiempo, un guerrero se adaptaba a ese tipo de extrañas amenazas. Eran los días de paciente espera, cuando no venía amenaza alguna, cuando un soldado simplemente se quedaba en su puesto al borde de la muralla, mirando hacia las Tierras Sombrías. En esos momentos no podías hacer otra cosa sino preguntarte cual sería la siguiente bestia horrible que vendría. Las cosas que podía crear tu propia mente quitaban de tu alma el valor y la esperanza más eficientemente que cualquier monstruo. La muralla podía ser fuerte y estar entera, pero si un guerrero miraba a izquierda o derecha la vería extenderse hacia el infinito. Se preguntaría si, en otro lugar de las tierras Cangrejo, sus hermanos estaban siendo invadidos, hacienda que su vigilia en ese lugar fuera irrelevante. Durante todo el tiempo, relataba el escritor, un Cangrejo podía sentir como le miraban las Tierras Sombrías, alimentando sus temores y usándolos para crear más demonios.

            A Kaneka le habían parecido interesantes esas palabras, pero siempre se había preguntado si eran verdad. Seis años atrás, cuando cabalgó hasta la Ciudad de los Perdidos, se encontró con que las Tierras Sombrías eran un lugar intimidatorio pero no había conocido tanto miedo y desesperanza como había descrito el autor Cangrejo. En las Tierras Sombrías constantemente se había visto rodeado de enemigos. Había aceptado desde el primer momento que moriría, y no sintió pesar. Sus únicos camaradas habían sido soldados de arcilla y tres hermanos que habían sido, hasta ese momento, sus mayores rivales. No había tiempo para pensar en su situación – la urgencia le había hecho concentrarse. Aquí, guardando la Muralla por orden del Emperador, la mente a veces deambulaba. Aunque ignoraba la mayoría de sus pensamientos más sombríos, había visto la desesperanza crecer en los ojos de sus soldados. Veía la hastiada y muerta mirada de los veteranos soldados Cangrejo. La Muralla Kaiu no era solo un campo de batalla, era el yunque sobre el que caía el martillo de las Tierras Sombrías. Aquellos que estaban sobre ella o se forjaban convirtiéndose en armas sin emociones, o se quebraban.

            Por ello, al menos, Kaneka sentía algo de gratitud hacia su hermano por enviarle. Aquellos de sus soldados que no muriesen o se volviesen locos durante el tiempo que estuvieran allí se convertirían en mejores soldados. Por supuesto que no es que Naseru hubiese tenido eso en mente cuando le  “asignó” a este lugar, pero en un lugar como este el Shogun prefería pensar en positivo.

            Un silbido surgió en la distancia, hacienda que Kaneka levantase la vista con curiosidad. Los soldados Cangrejo que tenía a su alrededor se pusieron en movimiento, dándose prisa en reforzar la muralla o corriendo hacia la señal. Los Cangrejo tenían muchas señales para los ataques, nunca confiando en una sola no fuese a ser que las Tierras Sombrías empezasen a imitar sus señales para debilitar sus defensas. Cuando Kaneka había preguntado a los Cangrejo que le enseñasen su sistema de señales, su significado, y como elegían cual usar en cada momento, habían rehusado. Sus tropas estaban aquí como reserva – si de verdad querían saber lo que estaba pasando simplemente tenían que seguir a los Cangrejo. A Kaneka no le gustaba estar en una posición subordinada, pero no podía discutirlo ya que era eso precisamente lo que le había ordenado el Emperador.

            “Kaneka-sama,” un guerrero Fénix corrió hasta él y se incline profundamente. “La quinta sección está siendo atacada.”

            Se había terminado el tiempo de espera.

            “Avanzar,” ladró Kaneka a la docena de samuráis que le rodeaban. Todos salieron corriendo hacia el este por la zona que estaba siendo asediada. “¿Qué tipo de enemigos, Nizoru?” Preguntó.

            “Variados, mi señor,” contestó Nizoru mientras corrían. “Principalmente ogros y bakemono, pero hay un puñado de oni en su retaguardia. Los Hiruma desconocen esa especie.”

            Kaneka juró en voz baja. En la Muralla, los enemigos no identificados eran siempre los más mortíferos. No había forma de saber lo que podía hacer un oni hasta que no había matado a varias personas. A veces casi podía sentir un malvado placer proveniente de las propias Tierras Sombrías, mirando hacia la ofensiva Muralla cada vez que sus habitantes se lanzaban contra ella. Sospechaba que un día, cuando Daigotsu e Iuchiban hubiesen sido destruidos, los Cangrejo descubrirían que un mal mucho mayor existía aún en las profundidades de esta asquerosa tierra. Ese día se preguntó si incluso él tendría el valor de seguir luchando.

            “Ordena a las reserves que refuercen la tercera y la cuarta sección,” ordenó a Nizoru. “No se abrirán camino para amenazar al resto de la muralla.” Señaló a otro de los guardias que corría junto a él. “Poneros tras la Muralla y ayudar a los Hida en caso de que algo atraviese sus líneas.”

            La quinta sección era la porción central de la Muralla Kaiu entre la quinta y la sexta atalaya. El área entre esas dos torres estaba bajo el mando de Kaneka, la porción que a regañadientes Hida Kuon le había asignado tras su llegada. No había sido una tarea agradable, porque había muchos Cangrejo que aún sentían bastante aversión al Shogun por su papel en la Guerra Yasuki de hacía unos años. El hecho de que Kaneka actuaba bajo las órdenes del Emperador tampoco ayudaba mucho; a los Cangrejo no les gustaba la implicación de que no podían cumplir con su deber ellos solos. En los meses transcurridos, a los Hida no les había empezado a caer bien Kaneka, pero le respetaban y confiaban lo suficiente en él como para dejar esta pequeña sección de la Muralla para que él la defendiese. Kuon había empezado a respetar a regañadientes a Kaneka e incluso le había dado un arma de jade para su propia defensa – aunque era solo un cuchillo. Por supuesto que había un puñado de Cangrejos entre sus fuerzas, todos elegidos personalmente por el Señor Kuon para asegurarse de que los soldados del Shogun no cometiesen un error grave en la defensa de la Muralla.

            La quinta sección era una zona de guerra. El muro de arqueros sobre la sexta sección detuvieron su inmisericorde ataque sobre las fuerzas de las Tierras Sombrías solo el tiempo suficiente como para permitir que entrasen Kaneka y su guardia, luego cerraron filas y continuaron disparando una aparentemente interminable lluvia de flechas sobre la masa de criaturas que tenía debajo suyo. La guardia de Kaneka formó un perímetro defensivo a su alrededor y fueron hacia adelante al unísono, golpeando contra el flanco de un gran grupo de bakemono como un tsunami contra la costa. “¡Danjuro!” Gritó Kaneka. “¡Sobu! ¡A mi!”

            Los dos tenientes lucharon por entre las líneas hacia él. La armadura de Shiba Danjuro brillaba tanto como el sol al amanecer, mientras que la de Hida Sobu era oscura y estaba mellada, tan amenazante como una noche sin luna en la intemperie. Los dos tenientes no podían ser más diferentes. “¡Informar!” Les ordenó.

            “Los bakemono atacan en oleadas,” gritó Danjuro sobre el clamor. “¡Intentan forzar que se debilite nuestra defensa para que los ogros la puedan atravesar!”

            “Los oni no están atacando,” añadió Sobu. “¡Esperan en reserva!”

            Kaneka asintió y golpeó con su espada, atravesando a tres goblins que le atacaban de un solo tajo. “Estar preparados para ordenar a vuestros hombres que se retiren del frente,” ordenó. “Cuando ataquen los oni vendrán muy rápido.”

            Como si lo hubiese ordenado, una gigantesca criatura con el cuerpo como el de un rábano se alzó sobre el borde de la muralla y cayó sobre la piedra. La mayoría de los hombres de Kaneka escaparon, pero un par de Legionarios quedaron aplastados por la enorme masa de la cosa. La bestia bailó sobre tres patas parecidas a muñones, soltando una espantosa risa infantil mientras miraba la carnicería que acababa de hacer. A pesar del caos, Kaneka no pudo evitar pensar que parecía un niño gordo saltando en los charcos tras la lluvia.

            “¡Fuego!” Gritó.

            Su orden fue seguida casi instantáneamente por una lluvia de flechas procedentes de las secciones sexta y cuarta. En menos de un segundo la bestia estaba cubierta por docenas de flechas llameantes. Hubo un puñado de ataques de fuego que solo podían provenir de unos shugenjas, y la podrida carne de la bestia empezó a arder. Hubo un agudo sonido mientras la criatura ardía. Kaneka palideció cuando se dio cuenta de que estaba escuchando como aumentaba de volumen la risa de la criatura.

            “¡Es una trampa!” Gritó Sobu.

            La criatura se estremeció y murió. Al hacerlo, se rompió la masa en forma de bulbo que era su cuerpo. Algo negro y de patas largas salió, saltando desde su interior. Se movía demasiado rápido para que el ojo humano lo pudiese seguir, pero revoloteó sobre la Muralla y desapareció por algún lado a la derecha de Kaneka. Kaneka no tuvo tiempo de buscarla, ya que tres ogros aparecieron por la brecha, subiendo para unirse a la refriega. “¡Fuego!” Volvió a gritar Kaneka, señalando hacia las criaturas con su espada.

            Pero mientras cumplían con sus órdenes, algo golpeó el costado de Kaneka con una fuerza que le hizo perder el aliento. Uno de sus guardias había saltado encima de él apretando sus brazos contra el suelo y tenía su espada contra el cuello del Shogun. Un reguero de su sangre corría por toda la hoja hasta la mano del guardia. Los ojos del guardia eran totalmente negros, igual que el cuerpo del oni. “¡Matar Shogun!” Jadeó el hombre en tono cantarín. Sus palabras reverberaban extrañamente, como si llegasen desde lo hondo de un pozo.

            “¡Danjuro!” Gritó una voz. El poseído samurai levantó por un momento la vista, su espada no dejando en ningún momento la piel del cuello de Kaneka. En el borde de su visión, Kaneka podía ver a Shiba Danjuro señalándole. “No te muevas, Danjuro-san,” dijo el Fénix con una mirada significativa. “Yo me ocuparé de esta bestia.”

            Kaneka frunció el ceño, confundido, abrió la boca para responder, y entonces se dio cuenta del plan del Fénix.

            “¡No Danjuro!” Gritó el demonio, mirando confundido a Kaneka. “¡Shogun!”

            “Bestia estúpida,” escupió Danjuro. “¡Yo soy el Shogun!” Adoptó una postura defensiva con su espada.

            La criatura pareció dudar, y luego miró otra vez a Kaneka, sus ojos entrecerrándose. En un instante, Kaneka supo que la criatura le iba a matar a pesar de todo, pero Danjuro le había dado el momento de duda que necesitaba. Sacó el cuchillo de jade de su obi y lo clavó en el costado de la criatura. Esta rodó hacia un lado, chillando, y se lanzó hacia Danjuro.

            Hida Sobu apareció junto a Danjuro, salvajemente golpeando en el cráneo con su tetsubo al poseído samurai. Kaneka pudo ver por la forma en que se movió la cabeza del guardia que su cráneo se había hecho pedazos. Pero siguió luchando, sin importarle el daño que había soportado su cuerpo robado. Apartó a Sobu de allí con un fuerte golpe del dorso de su mano, y volvió para terminar con la vida de Danjuro. Kaneka lanzó su daga de jade hacia la criatura, golpeándola en todo el pecho. El demonio siseó de dolor y cayó hacia atrás por el golpe. Sobu, ahora otra vez en pie, cayó sobre el poseído Cangrejo con una ráfaga de golpes de su tetsubo. El sonido de huesos rompiéndose y de un demonio chillando siguió durante unos segundos, y luego hubo silencio. Kaneka pensó, miró hacia las hordas que se acercaban, y vio a una docena de otros oni como el primero.

 

 

            El alojamiento que había estado usando Kaneka durante los últimos meses no se podía decir que era lujoso, era como le gustaba al Shogun. A los Cangrejo no les importaba el confort en los puestos militares, una filosofía que a Kaneka le pareció muy refrescante. Hacía tiempo que opinaba que los lujos innecesarios llevaban a la debilidad, y no toleraría las debilidades en si mismo o en sus hombres. Era casi desafortunada la desconfianza que los Cangrejo sentían hacia él, considerando lo similares que eran tanto en tácticas como en filosofía personal. Las vacías paredes de piedra de sus pequeñas habitaciones le ayudaban a estar concentrado, le ayudaban a recordar su propósito. Por ello les estaba agradecido.

            “¿Me habéis hecho llamar, mi señor?”

            Kaneka levantó la vista y le hizo un gesto al que había hablado para que entrase. “Fuiste el primero que se unió a mi cuando llegué a tierras Fénix, Nizoru,” dijo llanamente.

            “Si, Shogun.”

            “Me has servido bien y lealmente desde entonces,” añadió Kaneka. “Tendrás el mando de las legiones de Shiba Hayako, ascendiendo al rango de shireikan. Ella cayó hoy en la batalla.” Miró fijamente al guerrero. “Intenta honrar a sus guerreros como ella lo hizo.”

            “Lo haré, Kaneka-sama,” contestó el guerrero con una reverencia. Se quedó parado un momento después de que Kaneka le devolviese una inclinación de cabeza, hacienda que este le volviese a mirar y levantase las cejas interrogativamente. “Perdonad mi impertinencia, mi señor, pero había un mensajero Imperial pidiendo veros en la sala de la corte, aunque me temo que nuestros anfitriones estaban… mostrándose difíciles.”

            Kaneka apenas consiguió suprimir una sonrisa. Los Cangrejo soportaban incluso menos que él a los parásitos Imperiales. Consideró dejar que el mensajero sufriese durante un rato, pero decidió no hacerlo. Eso solo agriaría aún más la actitud de Kuon hacia él. “Dile que le recibiré ahora,” dijo, enrollando fuertemente un pergamino. “Y por favor prepara estos para que sean entregados.”

            “Ahora mismo, mi señor,” contestó Nizoru, cogiendo los pergaminos mientras hacia otra reverencia.

            Kaneka retuvo el pergamino durante un segundo más. “Esta es una carta sobre la muerte de Hayako, así como mis alabanzas a Shiba Mirabu tanto de ti como de Danjuro por vuestros servicios. Que le quede bien claro al mensajero que espero que este mensaje llegue intacto y con bastante rapidez.”

            “Por supuesto,” dijo Nizoru. “¿Deseáis algo más, mi señor?”

            El Shogun se quedó callado durante unos momentos. “¿Cuantos hombres perdimos hoy, Nizoru?”

            “Diecisiete, Shogun,” contestó el Fénix. “Ochenta y seis en lo que va de mes.”

            Kaneka asintió y despachó al guerrero con un movimiento de su mano. Nuevos reclutas llegaban todos los días, y llevaban años haciéndolo. A su ejército no le faltaban soldados, aunque se lamentaba de la pérdida de tantos buenos hombres. Era una buena muerte, sacrificándose por el Imperio, pero de todas formas era una muerte, en una guerra que no era la suya. Los Cangrejo estaban mas que capacitados para mantener la Muralla sin su ayuda. Si sus soldados tenían que morir en batalla, al menos que esa batalla significase algo y que llevase gloria al título de Shogun.

            Después de un momento de introspección, Kaneka sintió como alguien se acercaba a su puerta. “Entre,” dijo en voz alta cuando apareció una silueta al otro lado de su panel de shoji.

            El panel se deslizó, abriéndose, y un alto y robusto hombre con un bien recogido moño entró en la habitación. “Saludos, gran Shogun,” ofreció con una amplia sonrisa y una reverencia excesivamente cortés.

            “Saludos, humilde mensajero,” dijo Kaneka, levantando una ceja. “¿Qué noticias traes de Toshi Ranbo?”

            El mensajero parpadeó. “Soy Otomo Shujito,” continuó. “Mi asociado, Kakita Munemori-sama, me pidió que os trajese noticias de la capital.”

            “Lo suponía,” dijo Kaneka irritado. “Deja de hacerme perder el tiempo y entrega tu mensaje.”

            Shujito frunció el ceño. “Como deseéis,” dijo finalmente. “He traído una colección de pergaminos que resumen los eventos que han ocurrido al norte del Imperio. Munemori-sama pensó que quizás estaríais poco enterado, tan lejos de la sociedad civilizada.”

            Kaneka se giró lentamente par mirar al mensajero. “Quizás quieras hacerle saber a Hida Kuon lo lejos que estamos de la ‘sociedad civilizada.’ Estoy seguro de que encontrará tus comentarios muy esclarecedores.”

          “Venga, Shogun, ambos sabemos que te enviaron aquí porque el Emperador teme tu mayor poder y astucia,” se rió Shujito, señalando a la desnuda habitación. “Apenas puedo creer que a un individuo como tu le hagan vivir en un lugar así. Los Cangrejo no te aprecian. ¿Por qué les defiendes?”

            “Porque soy un huésped en su casa, y he luchado junto a ellos,” dijo Kaneka en voz baja. “Vuelve a hablar mal de ellos y te cortaré la lengua de tu boca y te tiraré al otro lado de la muralla. El olor de tu sangre atraerá rápidamente a los depredadores, por lo que ruega que te desangres antes de que lleguen.” Sonrió, pero no era una amable expresión.

            “Yo lo… lo siento, Kaneka-sama,” dijo el hombre, palideciendo visiblemente. “Yo… no lo entiendo. Munemori me dijo que… erais uno de los nuestros.”

            “Un aliado pero no un parásito que se ve a si mismo mejor que a lo hombres que protegen su decadente forma de vida,” dijo Kaneka. “Yo quiero lo mejor para el Imperio, pero eso no significa que tenga que aguantar a estúpidos. Si no puedes ver la deuda que todos le debemos al Cangrejo, entonces seguro que le haría un favor al Imperio haciendo que no tengan que protegerte.”

            “Si, por supuesto,” tartamudeó el mensajero. Cayó de rodillas, apretando su frente contra el suelo en una muestra de humildad. “Perdonadme, Kaneka-sama.”

            “Gánate mi perdón,” dijo con una mueca despreciativa, volviendo a su pequeña mesa de escritorio. “¿Qué noticias me traes de Munemori?” Volvió a preguntar.

            Shujito se mojó los labios y se levantó, alisándose su ropa. “Por supuesto que estaréis al tanto del reto que el Emperador le ha lanzado a Iuchiban.”

            “Hipérbole,” dijo Kaneka con un gesto de su mano. “Ambos sabemos que Naseru no se espera que Iuchiban responda, aunque sería mejor para él si el Portavoz de la Sangre lo hiciese. Iuchiban fue derrotado dos veces cuando los clanes se aliaron en su contra. Nadie espera de verdad que Iuchiban repita los errores del pasado con tanta facilidad, especialmente no mi hermano. No, esa proclama ha sido simplemente para aumentar la confianza de su gente más que para otra cosa. Iuchiban atacará donde elija, no cuando nosotros queramos. Pero el Emperador sabe que no podemos quedarnos sin hacer nada mientras que el Portavoz de la Sangre hace planes – debe hacer algo, o al menos aparentar que lo hace.”

            “Muy cierto,” contestó Shujito. “Las apariencias son muy importantes. Por ello, ¿no es verdad que el Shogun estará al lado de su hermano en el caso de que venga el Portavoz de la Sangre?”

            Kaneka se recline por un momento y lo consideró. “Me desterraron aquí porque el Emperador me ve como a una amenaza,” dijo Kaneka, “y no estaba completamente equivocado en eso. Me envió a guardar la Muralla para que estuviese lejos de los asuntos Imperiales. No creo que le gustase mucho verme volver.”

            “Pero con todos los respetos, Señor Shogun, nada mayor que una jauría de goblins ha conseguido atravesar la muralla desde vuestra llegada aquí,” contestó Shujito. “¿No se podría decir que vuestra misión ha sido un éxito y que ahora la mejor manera en que podéis defender al Imperio es la de apoyar el reto de vuestro Emperador? ¿No ha jurado el Señor Kuon que las invasiones del pasado no se repetirían? ¿No sería un gesto del mayor respeto posible el confiar en el juramento del señor de los Hida?” El Otomo extendió sus manos, y luego las metió en sus mangas.

            Kaneka frunció el ceño. “¿Por qué desafiar tan abiertamente al Emperador?” Preguntó Kaneka. “¿Qué conseguiría yendo a Toshi Ranbo? Al menos aquí puedo hacer algo bueno, mientras espero mi oportunidad.” Kaneka dio vueltas por la habitación, en silencio, considerando las posibilidades. “Pero si aparezco con mis fuerzas en Toshi Ranbo, diciendo que he llegado por orden del Emperador, Naseru solo tiene dos opciones. Puedo apoyar lo que yo he dicho y tácitamente liberarme de mi exilio en este lugar, o me puede denunciar por desobediencia… en cuyo caso parecería estúpido por enviando lejos a su Shogun cuando espera el ataque del mayor enemigo del Emperador. Demostraría ser incapaz de controlar a sus súbditos, y al final se vería forzado a ocuparse de mi a través de la fuerza.” Se frotó pensativamente el mentón.

            “Con las Legiones tan diseminadas buscando a Iuchiban, la fuerza no es una opción que tenga en estos momentos,” dijo Shujito.

            “Lo sé,” contestó Kaneka. “Quizás yo pueda ayudarle en eso, ayudando a mi hermano a proteger su mal defendida ciudad.” El Shogun sonrió levemente. “Los Grulla y León son los mayores aliados de mi hermano, pero dudo que le apoyasen si yo ocupase Toshi Ranbo. Kurohito ya se ha enfrentado antes a mi – si no amenazase al Emperador no creo que estuviese dispuesto a arriesgar otra vez a sus Grulla contra mi. En cuanto al León… dudo que abiertamente se me opusieran.”

            Shujito levantó las cejas, sorprendido. “¿Consideráis que vuestras fuerzas son rival par alas de los Grulla y León? Me habían dicho que llegasteis a tierras Cangrejo con solo unos cientos de soldados bajo vuestro mando.”

            Kaneka miró con asco al hombre. “No seas estúpido. Cinco años manteniendo mis campamentos, ¿y solo unos cientos bajo mis órdenes? He limitado mis fuerzas a solo unos cientos en cada momento. Entreno a mis soldados, y luego les envío de vuelta a sus puestos. Desde que llegué aquí, he dio poco a poco ordenando a todos los que han servido bajo mi mando que vuelvan a mis ejércitos. Casi tengo tres mil guerreros Fénix a mis órdenes, y dos mil más de distintos clanes, mayoritariamente León, Dragón, y Cangrejo.” Agitó la cabeza. “¿No te dijo nada de esto Munemori? Estoy seguro de que lo sabe.”

            “Habéis usado bien vuestro exilio, Señor Shogun,” dijo Shujito, impresionado.

            “Yo no pierdo el tiempo, Otomo,” contestó. “Ahora no pierdas el tuyo. Necesito de tus servicios.”

            “Lo que pidáis, mi señor.”

            Kaneka se volvió a sentar ante su mesa, y empezó a escribir una carta a sus aliados en Toshi Ranbo