La Muerte de un Héroe, 2ª Parte

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Togashi Rekai

 

 

 

Todos los ojos de la sala se posaron sobre el hombre conocido como el Yunque. Todos tomaron asiento en silencio, cómo él pidió, con la excepción de Agasha Chieh.

“Señor Naseru, como la etiqueta exige, le he traído un regalo en nombre del grupo,” dijo Chieh. De todo el grupo solamente ella parecía realmente no estar desconcertada por la súbita aparición del heredero Imperial. Echó las manos a su túnica y extrajo un pequeño pergamino. “Es un libro de poesía escrito por el propio Hantei XVI. Ha sido durante mucho tiempo un tesoro le las bibliotecas de Izaku. En agradecimiento por atender a tan humildes sirvientes, te lo entrego ahora.”

Naseru miró a la Fénix pensativamente por un momento. ”Aunque admito estar sorprendido de que supieras que era yo, no puedo aceptar ese regalo. Seguramente estaría mejor en tus afamadas bibliotecas donde todos podemos atesorarlo.”

Todos los ojos se volvieron hacia Chieh una vez más. La tradición pide que el receptor de un regalo lo rechace dos veces, y el que lo da ha de encontrar cada vez razones más convincentes para que lo acepte. Era uno de los juegos fundamentales en la corte y Chieh corrió un gran riesgo al escoger jugar con el Yunque. “Tampoco es eso,” replicó Chieh. “Por alguna razón, no son muchos los que parecen interesados en la poesía del crisantemo de hierro. Sin embargo, pensé que quizá el pergamino tuviera cierto valor sentimental para vos, ya que su espíritu fue tu sensei.”

“Lo que siento hacia el crisantemo de hierro no puede ser dicho en compañía agradable,” dijo Naseru. “Aunque reconozco el valor de tu regalo, creo que lo único que hará será rememorar recuerdos que es mejor dejarlos en el olvido.”

“Si no quieres tomarlo,” dijo Chieh, ofreciendo el pergamino una vez más. “Destrúyelo si es tu voluntad.  Y libra al Imperio de otro amargo recuerdo de la Guerra de los Espíritus.”

Naseru levantó una ceja. La Agasha estaba deliberadamente cerca de insultarle, pero evitó hacerlo directamente. Se echó hacia delante y tomó el pergamino con un leve asentimiento. “¿Paso tu examen, Agasha san?”

“¿Prueba?” Preguntó Chieh suavemente. “Solo quería daros un regalo, mi señor, de la misma manera en que, en su enmascaramiento como Otomo Kakasu, no buscaba ponernos a prueba, si no reunir un grupo diverso de sirvientes discretamente.”

“Que astuto el darte cuenta,” dijo Naseru, elevando una ceja impresionado. No se paró a mirar el pergamino, se lo dio a su yojimbo, quien lo guardó con una reverencia. “Sin embargo, basta de complacencias. Vallamos a lo que nos ocupa.” Naseru se sentó en la cabecera de una pequeña mesa. Un sirviente apareció y llenó una taza de té a su derecha. Aceptó en silencio y tomó un sorbo. “Se ha dado un problema que ha de ser tratado con la máxima discreción, así que os he convocado a los seis aquí. Cada uno de vosotros ha probado ser un samurai honorable y digno de confianza. La unión de vuestras habilidades y experiencias será útil a este propósito. No podría haber reunido a un grupo más capaz, encargué vuestro nombramiento directamente al Señor Sol y a la Señora Luna.” Sus ojos pasaron por todos, parando un momento sobre Utaku Yu-Pan, quien se movió incómoda en su asiento.

“Con permiso, Señor Naseru,” replicó Kijuro. “Aunque me cueste replicar a sus amigables palabras, me pregunto que tipo de problema es ese que no pueden resolver sus legiones. ¿Para qué ir a las montañas del Buey para buscar a alguien como Kijuro?”

“Este es un asunto que requiere más sutileza de la que las Legiones Imperiales pueden tener,” replicó Naseru. “El honor y la dignidad de los Grandes Clanes están en juego. Moshi Kakau, cuenta al resto lo que viste en la Casa de la Flor del Ciruelo hace dos meses.”

Kakau asintió, doblando las manos ante él y mirando sus nudillos mientras recordaba. “Nunca había estado en Ryoko Owari antes. Nunca he pasado mucho tiempo en el continente por esa razón. Nunca había visto una ciudad tan grande en mi vida... aunque, por supuesto, la Ciudad Eterna es mucho más grande. Me sentí como un goblin en Kyuden Hida con todos esos escorpiones alrededor. Como algunos de vosotros sabréis mi clan y el suyo no están en una situación amistosa últimamente. A pesar de ello, firmaron mis permisos de viaje y me hicieron pasar a la ciudad, amablemente.”

“Kijuro habría corrido por su vida,” dijo Kijuro secamente.

“Kijuro san, por favor,” dijo Naseru cortante. “Permite que es estimado Mantis termine su historia sin interrupción.”

“Mis disculpas, Naseru sama,” dijo Kijuro, asintiendo y dirigiéndose hacia Akemi para que le sirviera otra taza de sake.

“Kakau, si Ryoko Owari es un lugar tan peligroso para los Mantis, ¿Por qué estabas allí?” Preguntó Miya Shoin. El cortesano no había tocado la taza de sake que Kijuro le había servido.

“No diré que no tenía miedo,” dijo Kakau, mirando hacia abajo, “pero estaba ansioso por ver una vez más al hombre cuyo sacrificio consiguió el primer reconocimiento formal de nuestro clan por parte del Emperador.

Toritaka Akemi frunció el ceño. “¿Gusai?” preguntó con su voz fantasmal. “No sabía que fuera uno de los que habían regresado.”

“¿Gusai?” Repitió Utaku Yu-Pan, mirando a Kakau y Akemi. “¿Quién es Gusai?”

“Encantadora historia la de Gusai,” contestó Hantei Naseru. “Gusai fue el miembro de esa aberrante línea de sangre de los Cangrejo que viajó a las Islas de la Seda y de las Especias que se auto proclamaron el Clan de la Mantis 10 años antes de que hubiera algún clan menor de verdad. Durante una visita al Capitolio Imperial, él apostó con el Emperador que podía probar la fuerza del acero mayor que la fuerza de las palabras. Cuando el Emperador pidió una prueba, Gusai tomó un cuchillo escondido y la puso en la garganta del Emperador delante de toda la corte. El Emperador estuvo de acuerdo en que esa prueba era suficiente, y prometió legitimar la petición de Gusai de concederle un nombre de familia y su propio clan. Después de que Gusai retirara su hoja, el Emperador también firmó la orden de ejecución de Gusai. Así que la petición de la Mantis fue oída y un nuevo clan menor nació.”

“Encuentro el cuento un poco apócrifo,” dijo Chieh con un suspiro. “¿Por qué debería el emperador honrar a tan loco apostador después de que Gusai fuese ejecutado?”

“Porque la palabra de un Hantei es su deber,” dijo Naseru rotundamente. “No apostamos. No dudamos. Nuestras lealtades son ciertas, Agasha.” El Yunque enfatizó en nombre de la familia de Chieh, sus ojos mirando el mon Fénix de la empuñadura de su katana.

Chieh no dijo nada, simplemente miró su reflejo en su taza de sake.

“No recuerdo una familia Gusai en la Mantis,” dijo Yu-Pan, sin darse cuenta del leve conflicto entre el Yunque y la magistrado, o ignorándolo. “Aunque admito que no soy una experta en lo que respecta a los clanes menores.”

“No somos un clan menor, Otaku,” dijo Kakau, equivocando el nombre adrede.

Yu-Pan abrió la boca para soltar una replica enfadada. “No hay ninguna familia Gusai,” interrumpió Shoin rápidamente. “Ya no. Cuando el campeón Mantis Gusai Yurimanu intentó asesinar al Emperador su familia cayó en la vergüenza para siempre. Solamente el hecho de que los Mantis entregaran a su propio daimyo a la justicia del Emperador les permitió el retener el titulo de Clan Menor.”

“Suena a negocio sucio,” replicó Kijuro.

“Mi clan tiene... una colorida historia,” contestó Kakau.

“Me atrevo a decir que a tu ancestro no le agradó ver lo que ocurrió con su nombre cuando volvió de Yomi,” dijo Chieh, estudiando a Kakau.

“No, no lo estaba,” Kakau movió la cabeza. “Cuando Gusai volvió de la Puerta del Olvido intentó retomar su papel de campeón de la Mantis. Encontró la idea de un Bayushi liderando nuestro clan absurda. Para su sorpresa, encontró poco apoyo en la Mantis. Su nombre es una herida abierta, incluso ahora. Por lo que abandonó las islas y vagó en un exilio auto impuesto por Rokugan durante tres décadas. Hantei XVI ofreció a Gusai un puesto en sus ejércitos, una oportunidad de recuperar lo que había perdido, pero Gusai lo rechazó. No serviría a un Hantei. Sin ofender, mi Señor.”

“No ofendes,” contestó Naseru. “No eres el culpable de los defectos de tus ancestros.”

Kakau asintió con gratitud. “En cualquier caso, Toturi apreció la lealtad de Gusai, por la razón que fuera. Él le permitió unirse a los Héroes de Rokugan.”

“Ah,” dijo Chieh con un movimiento de cabeza. “Creo que sé donde nos lleva esto.”

“¿Lo sabes?” Kijuro parpadeó. “Me siento como en medio de una representación de kabuki. Kijuro no tiene ni una pista.”

“¿Y eso es una sorpresa?” Contestó Yu-Pan con desprecio hacia el Buey.

“Los Héroes de Rokugan fueron un selecto grupo de espíritus que sirvió a Toturi con honor durante las Guerra de los Espíritus,” contestó Chieh. “Como recompensa por su bravura, el Fénix usó su magia para cortar su vínculo con los Reinos Espirituales, haciéndoles mortales una vez más.”

“Creía que no había diferencias entre espíritus y mortales,” contestó Kijuro. “Salvo el aura, claro.”

“Un error común,” contestó Naseru. “Los espíritus que volvieron de Yomi y Toshigoku durante la batalla de la Puerta del Olvido fueron de carne y hueso una vez más, pero no son como el resto de los mortales. Necesitan menos descanso, menos comida, pueden hacer mayores esfuerzos y durante más tiempo, y vivir más. Desafortunadamente, también tienen una conexión innata con los Reinos Espirituales que eventualmente llena sus mentes de una extraña euforia, a veces conduciéndoles a la locura. Es esta locura lo que llevó a muchos de los espíritus a intentar dominar el imperio durante las Guerras de los Espíritus, aunque algunos eran tan fuertes como para resistirlo. Hantei XVI, quien ya estaba un poco loco antes de su muerte fue el pero de todos.”

“Mi gente cree que esa euforia está de alguna manera conectada por cualesquiera que fuesen las fuerzas que crearon la Puerta del Olvido,” añadió Chieh. “Los Isawa descubrieron un ritual que libra a un espíritu de su herencia extramundana y así elimina esta maldición. Sólo sobre un espíritu de los que sobrevivió a la guerra no tuvo efecto este ritual; la magia parecía no afectarle.”

“¿Y quien era ese?” Preguntó Kijuro.

“Mi padre, Toturi Primero,” contestó Naseru. “Ahora volvamos al tema que nos ocupa. Kakau, háblanos de tu encuentro con Gusai.”

Kakau asintió. “Lo encontré en la Casa de la Flor del Ciruelo, en Ryoko Owari. Él quería hablar sobre la muerte de Aramasu y la ascensión de un nuevo Campeón Mantis.

“¿Por qué te mandó a ti específicamente?” Preguntó Shoin.

“Yo le conocía,” Kakau contestó. “Le conocí hace seis años, cuando mi barco atracó en Yasuki Yashiki. Estaba ávido de oír noticias de su clan, a pesar de su exilio, por lo que me mantuve en contacto con él. Supongo que podrías decir que era su amigo, si es que Gusai tenía amigos.”

“¿Y tenía?” Preguntó Yu-Pan.

Kakau movió la cabeza, deteniéndose por un largo rato. “ Poco después de que yo llegara, Gusai fue asesinado. Su asesino pareció disolverse en las sombras, vestido con ropas tan negras como la noche. No tuve tiempo de actuar, tampoco Gusai. En un instante, el asesino tomó la vida de Gusai, y desapareció una vez más.”

“Pensé que quizá fue por eso por lo que se nos llamó,” dijo suavemente Chieh. “Mirumoto Tokeru e Isawa Ijime, otros dos espíritus legendarios más también murieron recientemente en extrañas circunstancias. En ambos casos, no hubo testigos. El Kitsuki que investigó la muerte de Tokeru fue capaz de descubrir pocas cosas.”

“Sin acritud, sabes demasiado sobre los Kitsuki para ser una Fénix, Chieh,” apuntó Kijuro. “Creía que vuestros clanes normalmente no se llevaban bien.”

“Soy poco normal,” dijo la Fénix fríamente.

“Ciertamente, poco normal,” secundó Naseru. “ Has dado con el centro del asunto, Agasha san. Es por estas muertes por lo que os he juntado a todos aquí. Parece que hay un extranjero en el Imperio con cierta inclinación a matar a nuestros ancestros retornados.”

“O sea que los muertos vuelven a donde pertenecen,” contestó Yu-Pan. “¿Qué hay de malo en eso?”

“Mi padre era un espíritu, Utaku,” dijo Naseru, clavando su ojo en ella. “¿También celebras su muerte?”

“Yo nunca… ¡por supuesto que no!” Tartamudeó Yu-Pan. “Toturi era diferente. ¡Él era Emperador!”

“Lo era,” dijo Naseru. “Tus experiencias personales han de mejorar tu juicio, no nublarlo. Permitir lo contrario es una muestra de carácter débil, Doncella Guerrera.”

“Si, mi Señor,” dijo Yu-Pan dolida.

“Es decir que estamos aquí para cazar a un asesino, ¿no?” Dijo Kijuro, ansioso de repente. “Sabe pues, Naseru sama que tienes al hombre adecuado, cabalgando con el mi Señor Morito, atrapamos al jefe de bandidos Heizo y a sus sesenta hombres, al final del invierno, ni más ni menos. Y el invierno del Buey no es exactamente como el resto de inviernos. Toma un invierno normal, ponle más hielo, nieve, y tristeza en general, así es el invierno del Buey. Por supuesto el sake ayuda.”

“Estoy bien informado de vuestras historias y capacidades,” replicó Naseru. “Todos vosotros habéis sido escogidos cuidadosamente para esta misión. Os voy a dar el poder de los magistrados, aunque alguno de vosotros ya ostente esa posición. Seréis puestos bajo las órdenes de Miya Shoin.”

Shoin parpadeó. “¿Yo?”

Chieh frunció el ceño. “¿Él? Él no es un magistrado con experiencia. Es un shisha – un recadero glorificado. ¡Yo he servido durante años como Magistrado Esmeralda!”

“Entonces te sugiero que pongas tu experiencia al servicio de tu oficial y dejes de faltarle al respeto,” contestó Naseru. El Yunque tomó un pergamino sellado de su obi y se lo pasó a Shoin, con un sello verde oscuro. “Aquí está el sello de vuestro nuevo oficio, así como tus primeras ordenes. Después de que hallas leído las ordenes del pergamino, puedes continuar la investigación de la manera que consideres relevante. Sabe que actúas con mi completo apoyo, y no permitas que nadie entorpezca el camino de la justicia.”

“Hai, Naseru sama,” dijo Shoin, aceptando el sello y el pergamino con una profunda reverencia.

“Muy bien, entonces,” contestó Naseru. “Te dejo la tarea de familiarizarte con tus tropas, y vuelvo a mis otras obligaciones. Ha sido un placer veros a todos. Sayonara.” Naseru se levantó y se inclinó hacia el grupo reunido. Los seis se levantaron y devolvieron la inclinación, y el Yunque partió tan rápido como había llegado con su siniestro yojimbo siguiendo su estela.

Los seis se pararon mirándose los unos a los otros.

“Aunque no lo deseemos, estamos unidos por la muerte,” dijo Akemi, “y sólo la muerte podrá romper esa unión.”

La sala se llenó de un tenso silencio de nuevo.

“Y bien…” Kijuro se aclaró la garganta. “¿Alguien quiere jugar al kemari?”

 

·

 

Miya Shoin se sentó solo en sus aposentos, estudiando las órdenes del Yunque a la luz de una vela. El sello verde de Magistrado Esmeralda brillaba allá en el pequeño escritorio. El resto de un pergamino, tinta y pincel se extendían ante él, aunque no había escrito ni un solo carácter. Miraba al dorso de su mano, brillando con la pálida luz de Yomi.

Una tos de cortesía sonó en la habitación detrás de él.

“¿Sí?” Llamó Shoin, mirando sobre su hombro. “¿Quién anda ahí?”

El panel shoji se deslizó a un lado y Agasha Chieh caminó hasta dentro de la habitación. Iba vestida con un kimono informal color rojo flamígero, blasonado con dragones y fénix volando. Su oscura melena estaba atada en dos largas trenzas, dándole una apariencia un poco infantil. El repentino cambio de carácter sólo hizo a la magistrado más intimidadora aún.

“Chieh san,” dijo Shoin, levantándose he inclinándose hacia ella. “No te esperaba.”

“Voy a donde me place,” contestó, acercándose más.

“Por supuesto,” asintió Shoin. “Chieh san, quería decir que es un privilegio poder participar contigo en esta misión. Tu reputación como magistrado te precede, y no puedo pedir a nadie más capaz.”

“Y eso es por lo que he venido,” dijo Chieh, sonriéndole casi imperceptiblemente. “Akodo dijo en una ocasión que la habilidad de un gran líder reside en saber como delegar la responsabilidad. Si te ves desbordado, Miya, sabe que puedes contar conmigo para liderar sin perder presencia. Podré llevar la carga.”

“Mis… agradecimientos, Chieh san,” dijo Shoin, caminando por su lado y ciñendo su sello y las órdenes de Naseru en su obi, “pero estoy escribiéndole una carta a mi tía.”

“Miya Yumi, la Heraldo Imperial,” Chieh dijo con un movimiento de cabeza.

“Pareces saber mucho sobre mi,” dijo Shoin, mirando de nuevo a la magistrado.

“Soy una magistrado, es mi deber saberlo todo,” contestó.

“¿Todo?” Preguntó Shoin.

“Todo,” contestó Chieh secamente. “Te puedo contar la historia de cada uno de los que viaja con nosotros.”

“¿Cualquiera de ellos?” Contestó Shoin.

Chieh sólo asintió. “Utaku Yu-Pan es una guerrera con talento, pero su actitud hacia los espíritus ha estropeado su progreso entre las Doncellas Guerreras, un grupo cuyo número incluye a su propia fundadora, Utaku Shiko, gracias a la Puerta del Olvido. Te puedo decir que los actos de Kijuro son incluso más impresionantes que sus historias, aunque ha sido discriminado por los de su clan por ser medio Yonbanjin. Te puedo decir que Kakau no sólo conocía a Gusai, si no que además es descendiente de él por parte de su madre Yoritomo. Te puedo contar que Toritaka Akemi ha pasado recientemente el examen de cazadora de fantasmas, y algunos de su clan temen por su cordura.”

“¿Y sobre mi?” Preguntó Shoin. “¿Qué más sabes sobre mi?”

Chieh sonrió, como ansiosa por el reto. “Tu madre era Seppun Yemi, una joven cortesana en el séquito de Toturi. Tu padre era Miya Donosu, Heraldo Imperial de Hantei XXVII, regresado a través de la Puerta del Olvido. Se enamoraron en el punto cumbre de las Guerras de los Espíritus, y se casaron poco antes de que Donosu partiera hacia su muerte a órdenes de Toturi. Tú naciste al poco de eso. Tu madre vivió solamente seis años tras tu nacimiento, sufriendo por su amor hacia Donosu. Fuiste criado por tu tía, Miya Yumi, heraldo de Toturi, y fuiste entrenado por su amante, Tsuruchi Ichiro.”

Shoin frunció el ceño. “¿Cómo sabes todo eso?” Preguntó. “Yumi sama no le dijo a nadie…”

“Pero tú lo sabes,” contestó Chieh. “Y puedo leer tu corazón y tu mente tan fácilmente como si las palabras estuvieran escritas en el cielo.”

“Sal de mi mente, shugenja,” escupió Shoin, agarrándola por el cuello de su kimono en un rápido movimiento.

“¿Es una orden?” Preguntó ella, golpeando su barbilla con una mano. “Me necesitas, Shoin sama. No puedes llevar a cabo esta tarea solo.”

Shoin la empujó, la cara marcada por la vergüenza, ¿cómo podía permitirse perder los estribos de esa manera? Se alejó de Chieh para calmarse.

“No me temas Shoin,” dijo Chieh, andando detrás de él y deslizando lentamente una mano sobre su hombro. “Miro a tu pasado y veo un brillante futuro. Pienso que estas destinado a la grandeza. Creo que por esto la luz de Yomi te ilumina, aún cuando ha abandonado a los Cuatro Vientos. Deseo ser parte de ese destino.”

Shoin volvió la mirada hacia Chieh. Sus ojos felinos le miraban implacablemente. “No te introduzcas en mis pensamientos de nuevo, Chieh,” dijo Shoin. “Por favor.”

“De acuerdo,” contestó ella, doblando los brazos con gracia bajo sus mangas. “No pretendía ofenderte, Shoin sama. Tu simplemente me pediste que te contara más sobre ti. Yo lo hice. ¿Puedes culparme por tan leal servicio?”

“Supongo que no,” dijo Shoin forzadamente.

“¿Entonces aceptarás la ayuda que te he ofrecido?” Preguntó ella. “Ya has rechazado el regalo en dos ocasiones.”

“Supongo que lo hice,” contestó Shoin. “En verdad prefiero tenerte de mi lado que contra mí. Por lo que mientras cesen tus intrusiones en la mente de los demás apreciaré tu ayuda.”

“Hecho,” dijo ella. “¿Cuáles son pues nuestras órdenes? ¿Dónde ha decidido enviarnos el Yunque?”

“Creí que lo sabías todo,” dijo él.

“El Yunque es un hombre difícil de leer,” contestó ella, “y tus ordenes me prohíben buscar la respuesta de una forma más oportuna.”

Shoin se rió. “Por la mañana, partiremos para visitar Kyuden Seppun. Naseru cree que uno de los objetivos de estos mata-espíritus puede hallarse allí.”

“¿Rezan, el poeta ronin?” Preguntó Chieh.

“El mismo,” contestó Shoin. “Por ahora, si consigo mantenernos a cada uno a salvo de los otros lo suficiente para abandonar Otosan Uchi, todo debería ir bien.”

Chieh rió suavemente. “El Yunque es un hombre travieso; n ole habría pedido que escogiera un grupo sabiendo que iban a despreciarse entre ellos. Creo que esa era su intención. Los roces deberían mantenernos alerta, en el fondo, eso nos hace más fuertes.”

“¿Eso crees?” Preguntó Shoin.

“O, como tú dijiste, tirarnos al cuello de los otros,” contestó ella. “En cualquier caso, nuestros problemas se resolverán.”

“Parece una filosofía suficientemente simple,” dijo Shoin.

“Soy una Agasha, mi gente son filósofos por naturaleza,” dijo ella. “Tú eres un Miya, tu gente es diplomática por naturaleza. Si alguien puede mantener a este grupo junto ese eres tú, ¿ne? No te negaré el papel de tu familia, y por lo tanto te invitaré a traer la paz entre nosotros.”

“Gracias,” dijo Shoin.

“No hay qué agradecer. En cualquier caso, es tarde, y ya dije lo que vine a decir. Te dejaré para que escribas tu carta, Shoin sama. Dale recuerdos a tu tía de mi parte.” Chieh  se inclinó profundamente, más profundamente de lo que la etiqueta exige. Shoin devolvió el gesto, y ella se giró para marchar.

“Chieh,” dijo él cuando ella llegaba a la puerta.

La shugenja miró hacia atrás sobre un hombro, ojos verdes brillando a la luz de la vela. “¿Sí?” Preguntó.

“¿Cómo sabías que era Naseru el que nos convocó?” Preguntó él.

“¿Me estás ordenando que te lo cuente?” Preguntó ella. “¿No te gusta el misterio?”

“No,” dijo Shoin tras pensar un momento. “No te lo estoy ordenando.”

“Bien,” contestó ella, desapareciendo en el ensombrecido pasillo. “El mundo es un lugar aburrido sin el misterio.”