La Muerte de un Héroe,
2ª Parte
por Rich
Wulf
Traducción de Togashi Rekai
Todos los ojos de la sala se posaron sobre
el hombre conocido como el Yunque. Todos tomaron asiento en silencio, cómo él
pidió, con la excepción de Agasha Chieh.
“Señor
Naseru, como la etiqueta exige, le he traído un regalo en nombre del grupo,”
dijo Chieh. De todo el grupo solamente ella parecía realmente no estar
desconcertada por la súbita aparición del heredero Imperial. Echó las manos a
su túnica y extrajo un pequeño pergamino. “Es un libro de poesía escrito por el
propio Hantei XVI. Ha sido durante mucho tiempo un tesoro le las bibliotecas de
Izaku. En agradecimiento por atender a tan humildes sirvientes, te lo entrego
ahora.”
Naseru miró a la Fénix pensativamente
por un momento. ”Aunque admito estar sorprendido de que supieras que era yo, no
puedo aceptar ese regalo. Seguramente estaría mejor en tus afamadas bibliotecas
donde todos podemos atesorarlo.”
Todos
los ojos se volvieron hacia Chieh una vez más. La tradición pide que el
receptor de un regalo lo rechace dos veces, y el que lo da ha de encontrar cada
vez razones más convincentes para que lo acepte. Era uno de los juegos
fundamentales en la corte y Chieh corrió un gran riesgo al escoger jugar con el
Yunque. “Tampoco es eso,” replicó Chieh. “Por alguna razón, no son muchos los
que parecen interesados en la poesía del crisantemo de hierro. Sin embargo,
pensé que quizá el pergamino tuviera cierto valor sentimental para vos, ya que
su espíritu fue tu sensei.”
“Lo que siento hacia el crisantemo de
hierro no puede ser dicho en compañía agradable,” dijo Naseru. “Aunque
reconozco el valor de tu regalo, creo que lo único que hará será rememorar
recuerdos que es mejor dejarlos en el olvido.”
“Si no quieres tomarlo,” dijo Chieh,
ofreciendo el pergamino una vez más. “Destrúyelo si es tu voluntad. Y libra al Imperio de otro amargo recuerdo
de la Guerra de los Espíritus.”
Naseru levantó una ceja. La Agasha
estaba deliberadamente cerca de insultarle, pero evitó hacerlo directamente. Se
echó hacia delante y tomó el pergamino con un leve asentimiento. “¿Paso tu examen,
Agasha san?”
“¿Prueba?” Preguntó Chieh suavemente.
“Solo quería daros un regalo, mi señor, de la misma manera en que, en su
enmascaramiento como Otomo Kakasu, no buscaba ponernos a prueba, si no reunir
un grupo diverso de sirvientes discretamente.”
“Que astuto el darte cuenta,” dijo
Naseru, elevando una ceja impresionado. No se paró a mirar el pergamino, se lo
dio a su yojimbo, quien lo guardó con una reverencia. “Sin embargo, basta de
complacencias. Vallamos a lo que nos ocupa.” Naseru se sentó en la cabecera de
una pequeña mesa. Un sirviente apareció y llenó una taza de té a su derecha.
Aceptó en silencio y tomó un sorbo. “Se ha dado un problema que ha de ser
tratado con la máxima discreción, así que os he convocado a los seis aquí. Cada
uno de vosotros ha probado ser un samurai honorable y digno de confianza. La
unión de vuestras habilidades y experiencias será útil a este propósito. No
podría haber reunido a un grupo más capaz, encargué vuestro nombramiento
directamente al Señor Sol y a la Señora Luna.” Sus ojos pasaron por todos,
parando un momento sobre Utaku Yu-Pan, quien se movió incómoda en su asiento.
“Con permiso, Señor Naseru,” replicó
Kijuro. “Aunque me cueste replicar a sus amigables palabras, me pregunto que
tipo de problema es ese que no pueden resolver sus legiones. ¿Para qué ir a las
montañas del Buey para buscar a alguien como Kijuro?”
“Este es un asunto que requiere más
sutileza de la que las Legiones Imperiales pueden tener,” replicó Naseru. “El
honor y la dignidad de los Grandes Clanes están en juego. Moshi Kakau, cuenta
al resto lo que viste en la Casa de la Flor del Ciruelo hace dos meses.”
Kakau asintió, doblando las manos
ante él y mirando sus nudillos mientras recordaba. “Nunca había estado en Ryoko
Owari antes. Nunca he pasado mucho tiempo en el continente por esa razón. Nunca
había visto una ciudad tan grande en mi vida... aunque, por supuesto, la Ciudad
Eterna es mucho más grande. Me sentí como un goblin en Kyuden Hida con todos
esos escorpiones alrededor. Como algunos de vosotros sabréis mi clan y el suyo
no están en una situación amistosa últimamente. A pesar de ello, firmaron mis
permisos de viaje y me hicieron pasar a la ciudad, amablemente.”
“Kijuro habría corrido por su vida,”
dijo Kijuro secamente.
“Kijuro san, por favor,” dijo Naseru
cortante. “Permite que es estimado Mantis termine su historia sin
interrupción.”
“Mis disculpas, Naseru sama,” dijo
Kijuro, asintiendo y dirigiéndose hacia Akemi para que le sirviera otra taza de
sake.
“Kakau, si Ryoko Owari es un lugar
tan peligroso para los Mantis, ¿Por qué estabas allí?” Preguntó Miya Shoin. El
cortesano no había tocado la taza de sake que Kijuro le había servido.
“No diré que no tenía miedo,” dijo
Kakau, mirando hacia abajo, “pero estaba ansioso por ver una vez más al hombre
cuyo sacrificio consiguió el primer reconocimiento formal de nuestro clan por
parte del Emperador.
Toritaka Akemi frunció el ceño.
“¿Gusai?” preguntó con su voz fantasmal. “No sabía que fuera uno de los que
habían regresado.”
“¿Gusai?” Repitió Utaku Yu-Pan,
mirando a Kakau y Akemi. “¿Quién es Gusai?”
“Encantadora historia la de Gusai,”
contestó Hantei Naseru. “Gusai fue el miembro de esa aberrante línea de sangre
de los Cangrejo que viajó a las Islas de la Seda y de las Especias que se auto
proclamaron el Clan de la Mantis 10 años antes de que hubiera algún clan menor
de verdad. Durante una visita al Capitolio Imperial, él apostó con el Emperador
que podía probar la fuerza del acero mayor que la fuerza de las palabras.
Cuando el Emperador pidió una prueba, Gusai tomó un cuchillo escondido y la
puso en la garganta del Emperador delante de toda la corte. El Emperador estuvo
de acuerdo en que esa prueba era suficiente, y prometió legitimar la petición
de Gusai de concederle un nombre de familia y su propio clan. Después de que
Gusai retirara su hoja, el Emperador también firmó la orden de ejecución de
Gusai. Así que la petición de la Mantis fue oída y un nuevo clan menor nació.”
“Encuentro el cuento un poco
apócrifo,” dijo Chieh con un suspiro. “¿Por qué debería el emperador honrar a
tan loco apostador después de que Gusai fuese ejecutado?”
“Porque la palabra de un Hantei es su
deber,” dijo Naseru rotundamente. “No apostamos. No dudamos. Nuestras lealtades
son ciertas, Agasha.” El Yunque enfatizó en nombre de la familia de Chieh, sus
ojos mirando el mon Fénix de la empuñadura de su katana.
Chieh no dijo nada, simplemente miró
su reflejo en su taza de sake.
“No recuerdo una familia Gusai en la
Mantis,” dijo Yu-Pan, sin darse cuenta del leve conflicto entre el Yunque y la
magistrado, o ignorándolo. “Aunque admito que no soy una experta en lo que
respecta a los clanes menores.”
“No somos un clan menor, Otaku,” dijo
Kakau, equivocando el nombre adrede.
Yu-Pan abrió la boca para soltar una
replica enfadada. “No hay ninguna familia Gusai,” interrumpió Shoin
rápidamente. “Ya no. Cuando el campeón Mantis Gusai Yurimanu intentó asesinar
al Emperador su familia cayó en la vergüenza para siempre. Solamente el hecho
de que los Mantis entregaran a su propio daimyo a la justicia del Emperador les
permitió el retener el titulo de Clan Menor.”
“Suena a negocio sucio,” replicó
Kijuro.
“Mi clan tiene... una colorida
historia,” contestó Kakau.
“Me atrevo a decir que a tu ancestro
no le agradó ver lo que ocurrió con su nombre cuando volvió de Yomi,” dijo
Chieh, estudiando a Kakau.
“No, no lo estaba,” Kakau movió la
cabeza. “Cuando Gusai volvió de la Puerta del Olvido intentó retomar su papel
de campeón de la Mantis. Encontró la idea de un Bayushi liderando nuestro clan
absurda. Para su sorpresa, encontró poco apoyo en la Mantis. Su nombre es una
herida abierta, incluso ahora. Por lo que abandonó las islas y vagó en un
exilio auto impuesto por Rokugan durante tres décadas. Hantei XVI ofreció a
Gusai un puesto en sus ejércitos, una oportunidad de recuperar lo que había
perdido, pero Gusai lo rechazó. No serviría a un Hantei. Sin ofender, mi
Señor.”
“No ofendes,” contestó Naseru. “No
eres el culpable de los defectos de tus ancestros.”
Kakau asintió con gratitud. “En
cualquier caso, Toturi apreció la lealtad de Gusai, por la razón que fuera. Él
le permitió unirse a los Héroes de Rokugan.”
“Ah,” dijo Chieh con un movimiento de
cabeza. “Creo que sé donde nos lleva esto.”
“¿Lo sabes?” Kijuro parpadeó. “Me
siento como en medio de una representación de kabuki. Kijuro no tiene ni una
pista.”
“¿Y eso es una sorpresa?” Contestó
Yu-Pan con desprecio hacia el Buey.
“Los Héroes de Rokugan fueron un
selecto grupo de espíritus que sirvió a Toturi con honor durante las Guerra de
los Espíritus,” contestó Chieh. “Como recompensa por su bravura, el Fénix usó
su magia para cortar su vínculo con los Reinos Espirituales, haciéndoles
mortales una vez más.”
“Creía que no había diferencias entre
espíritus y mortales,” contestó Kijuro. “Salvo el aura, claro.”
“Un error común,” contestó Naseru.
“Los espíritus que volvieron de Yomi y Toshigoku durante la batalla de la
Puerta del Olvido fueron de carne y hueso una vez más, pero no son como el
resto de los mortales. Necesitan menos descanso, menos comida, pueden hacer
mayores esfuerzos y durante más tiempo, y vivir más. Desafortunadamente,
también tienen una conexión innata con los Reinos Espirituales que
eventualmente llena sus mentes de una extraña euforia, a veces conduciéndoles a
la locura. Es esta locura lo que llevó a muchos de los espíritus a intentar
dominar el imperio durante las Guerras de los Espíritus, aunque algunos eran
tan fuertes como para resistirlo. Hantei XVI, quien ya estaba un poco loco
antes de su muerte fue el pero de todos.”
“Mi gente cree que esa euforia está
de alguna manera conectada por cualesquiera que fuesen las fuerzas que crearon
la Puerta del Olvido,” añadió Chieh. “Los Isawa descubrieron un ritual que
libra a un espíritu de su herencia extramundana y así elimina esta maldición.
Sólo sobre un espíritu de los que sobrevivió a la guerra no tuvo efecto este
ritual; la magia parecía no afectarle.”
“¿Y quien era ese?” Preguntó Kijuro.
“Mi padre, Toturi Primero,” contestó
Naseru. “Ahora volvamos al tema que nos ocupa. Kakau, háblanos de tu encuentro
con Gusai.”
Kakau asintió. “Lo encontré en la
Casa de la Flor del Ciruelo, en Ryoko Owari. Él quería hablar sobre la muerte
de Aramasu y la ascensión de un nuevo Campeón Mantis.
“¿Por qué te mandó a ti
específicamente?” Preguntó Shoin.
“Yo le conocía,” Kakau contestó. “Le
conocí hace seis años, cuando mi barco atracó en Yasuki Yashiki. Estaba ávido
de oír noticias de su clan, a pesar de su exilio, por lo que me mantuve en
contacto con él. Supongo que podrías decir que era su amigo, si es que Gusai
tenía amigos.”
“¿Y tenía?” Preguntó Yu-Pan.
Kakau movió la cabeza, deteniéndose
por un largo rato. “ Poco después de que yo llegara, Gusai fue asesinado. Su
asesino pareció disolverse en las sombras, vestido con ropas tan negras como la
noche. No tuve tiempo de actuar, tampoco Gusai. En un instante, el asesino tomó
la vida de Gusai, y desapareció una vez más.”
“Pensé que quizá fue por eso por lo
que se nos llamó,” dijo suavemente Chieh. “Mirumoto Tokeru e Isawa Ijime, otros
dos espíritus legendarios más también murieron recientemente en extrañas
circunstancias. En ambos casos, no hubo testigos. El Kitsuki que investigó la
muerte de Tokeru fue capaz de descubrir pocas cosas.”
“Sin acritud, sabes demasiado sobre
los Kitsuki para ser una Fénix, Chieh,” apuntó Kijuro. “Creía que vuestros
clanes normalmente no se llevaban bien.”
“Soy poco normal,” dijo la Fénix
fríamente.
“Ciertamente, poco normal,” secundó
Naseru. “ Has dado con el centro del asunto, Agasha san. Es por estas muertes
por lo que os he juntado a todos aquí. Parece que hay un extranjero en el
Imperio con cierta inclinación a matar a nuestros ancestros retornados.”
“O sea que los muertos vuelven a
donde pertenecen,” contestó Yu-Pan. “¿Qué hay de malo en eso?”
“Mi padre era un espíritu, Utaku,”
dijo Naseru, clavando su ojo en ella. “¿También celebras su muerte?”
“Yo nunca… ¡por supuesto que no!”
Tartamudeó Yu-Pan. “Toturi era diferente. ¡Él era Emperador!”
“Lo era,” dijo Naseru. “Tus
experiencias personales han de mejorar tu juicio, no nublarlo. Permitir lo
contrario es una muestra de carácter débil, Doncella Guerrera.”
“Si, mi Señor,” dijo Yu-Pan dolida.
“Es decir que estamos aquí para cazar
a un asesino, ¿no?” Dijo Kijuro, ansioso de repente. “Sabe pues, Naseru sama
que tienes al hombre adecuado, cabalgando con el mi Señor Morito, atrapamos al
jefe de bandidos Heizo y a sus sesenta hombres, al final del invierno, ni más
ni menos. Y el invierno del Buey no es exactamente como el resto de inviernos.
Toma un invierno normal, ponle más hielo, nieve, y tristeza en general, así es
el invierno del Buey. Por supuesto el sake ayuda.”
“Estoy bien informado de vuestras
historias y capacidades,” replicó Naseru. “Todos vosotros habéis sido escogidos
cuidadosamente para esta misión. Os voy a dar el poder de los magistrados,
aunque alguno de vosotros ya ostente esa posición. Seréis puestos bajo las
órdenes de Miya Shoin.”
Shoin parpadeó. “¿Yo?”
Chieh frunció el ceño. “¿Él? Él no es
un magistrado con experiencia. Es un shisha – un recadero glorificado. ¡Yo he
servido durante años como Magistrado Esmeralda!”
“Entonces te sugiero que pongas tu
experiencia al servicio de tu oficial y dejes de faltarle al respeto,” contestó
Naseru. El Yunque tomó un pergamino sellado de su obi y se lo pasó a Shoin, con
un sello verde oscuro. “Aquí está el sello de vuestro nuevo oficio, así como
tus primeras ordenes. Después de que hallas leído las ordenes del pergamino,
puedes continuar la investigación de la manera que consideres relevante. Sabe
que actúas con mi completo apoyo, y no permitas que nadie entorpezca el camino
de la justicia.”
“Hai, Naseru sama,” dijo Shoin,
aceptando el sello y el pergamino con una profunda reverencia.
“Muy bien, entonces,” contestó
Naseru. “Te dejo la tarea de familiarizarte con tus tropas, y vuelvo a mis
otras obligaciones. Ha sido un placer veros a todos. Sayonara.” Naseru se
levantó y se inclinó hacia el grupo reunido. Los seis se levantaron y
devolvieron la inclinación, y el Yunque partió tan rápido como había llegado
con su siniestro yojimbo siguiendo su estela.
Los seis se pararon mirándose los
unos a los otros.
“Aunque no lo deseemos, estamos
unidos por la muerte,” dijo Akemi, “y sólo la muerte podrá romper esa unión.”
La sala se llenó de un tenso silencio
de nuevo.
“Y bien…” Kijuro se aclaró la
garganta. “¿Alguien quiere jugar al kemari?”
·
Miya Shoin se sentó solo en sus
aposentos, estudiando las órdenes del Yunque a la luz de una vela. El sello
verde de Magistrado Esmeralda brillaba allá en el pequeño escritorio. El resto
de un pergamino, tinta y pincel se extendían ante él, aunque no había escrito
ni un solo carácter. Miraba al dorso de su mano, brillando con la pálida luz de
Yomi.
Una tos de cortesía sonó en la
habitación detrás de él.
“¿Sí?” Llamó Shoin, mirando sobre su
hombro. “¿Quién anda ahí?”
El panel shoji se deslizó a un lado y
Agasha Chieh caminó hasta dentro de la habitación. Iba vestida con un kimono
informal color rojo flamígero, blasonado con dragones y fénix volando. Su
oscura melena estaba atada en dos largas trenzas, dándole una apariencia un
poco infantil. El repentino cambio de carácter sólo hizo a la magistrado más
intimidadora aún.
“Chieh san,” dijo Shoin, levantándose
he inclinándose hacia ella. “No te esperaba.”
“Voy a donde me place,” contestó,
acercándose más.
“Por supuesto,” asintió Shoin. “Chieh
san, quería decir que es un privilegio poder participar contigo en esta misión.
Tu reputación como magistrado te precede, y no puedo pedir a nadie más capaz.”
“Y eso es por lo que he venido,” dijo
Chieh, sonriéndole casi imperceptiblemente. “Akodo dijo en una ocasión que la
habilidad de un gran líder reside en saber como delegar la responsabilidad. Si
te ves desbordado, Miya, sabe que puedes contar conmigo para liderar sin perder
presencia. Podré llevar la carga.”
“Mis… agradecimientos, Chieh san,”
dijo Shoin, caminando por su lado y ciñendo su sello y las órdenes de Naseru en
su obi, “pero estoy escribiéndole una carta a mi tía.”
“Miya Yumi, la Heraldo Imperial,”
Chieh dijo con un movimiento de cabeza.
“Pareces saber mucho sobre mi,” dijo
Shoin, mirando de nuevo a la magistrado.
“Soy una magistrado, es mi deber
saberlo todo,” contestó.
“¿Todo?” Preguntó Shoin.
“Todo,” contestó Chieh secamente. “Te
puedo contar la historia de cada uno de los que viaja con nosotros.”
“¿Cualquiera de ellos?” Contestó
Shoin.
Chieh sólo asintió. “Utaku Yu-Pan es
una guerrera con talento, pero su actitud hacia los espíritus ha estropeado su
progreso entre las Doncellas Guerreras, un grupo cuyo número incluye a su propia
fundadora, Utaku Shiko, gracias a la Puerta del Olvido. Te puedo decir que los
actos de Kijuro son incluso más impresionantes que sus historias, aunque ha
sido discriminado por los de su clan por ser medio Yonbanjin. Te puedo decir
que Kakau no sólo conocía a Gusai, si no que además es descendiente de él por
parte de su madre Yoritomo. Te puedo contar que Toritaka Akemi ha pasado
recientemente el examen de cazadora de fantasmas, y algunos de su clan temen
por su cordura.”
“¿Y sobre mi?” Preguntó Shoin. “¿Qué
más sabes sobre mi?”
Chieh sonrió, como ansiosa por el
reto. “Tu madre era Seppun Yemi, una joven cortesana en el séquito de Toturi.
Tu padre era Miya Donosu, Heraldo Imperial de Hantei XXVII, regresado a través
de la Puerta del Olvido. Se enamoraron en el punto cumbre de las Guerras de los
Espíritus, y se casaron poco antes de que Donosu partiera hacia su muerte a
órdenes de Toturi. Tú naciste al poco de eso. Tu madre vivió solamente seis
años tras tu nacimiento, sufriendo por su amor hacia Donosu. Fuiste criado por
tu tía, Miya Yumi, heraldo de Toturi, y fuiste entrenado por su amante, Tsuruchi
Ichiro.”
Shoin frunció el ceño. “¿Cómo sabes
todo eso?” Preguntó. “Yumi sama no le dijo a nadie…”
“Pero tú lo sabes,” contestó Chieh.
“Y puedo leer tu corazón y tu mente tan fácilmente como si las palabras
estuvieran escritas en el cielo.”
“Sal de mi mente, shugenja,” escupió
Shoin, agarrándola por el cuello de su kimono en un rápido movimiento.
“¿Es una orden?” Preguntó ella,
golpeando su barbilla con una mano. “Me necesitas, Shoin sama. No puedes llevar
a cabo esta tarea solo.”
Shoin la empujó, la cara marcada por
la vergüenza, ¿cómo podía permitirse perder los estribos de esa manera? Se
alejó de Chieh para calmarse.
“No me temas Shoin,” dijo Chieh,
andando detrás de él y deslizando lentamente una mano sobre su hombro. “Miro a
tu pasado y veo un brillante futuro. Pienso que estas destinado a la grandeza.
Creo que por esto la luz de Yomi te ilumina, aún cuando ha abandonado a los
Cuatro Vientos. Deseo ser parte de ese destino.”
Shoin volvió la mirada hacia Chieh.
Sus ojos felinos le miraban implacablemente. “No te introduzcas en mis
pensamientos de nuevo, Chieh,” dijo Shoin. “Por favor.”
“De acuerdo,” contestó ella, doblando
los brazos con gracia bajo sus mangas. “No pretendía ofenderte, Shoin sama. Tu
simplemente me pediste que te contara más sobre ti. Yo lo hice. ¿Puedes
culparme por tan leal servicio?”
“Supongo que no,” dijo Shoin
forzadamente.
“¿Entonces aceptarás la ayuda que te
he ofrecido?” Preguntó ella. “Ya has rechazado el regalo en dos ocasiones.”
“Supongo que lo hice,” contestó
Shoin. “En verdad prefiero tenerte de mi lado que contra mí. Por lo que
mientras cesen tus intrusiones en la mente de los demás apreciaré tu ayuda.”
“Hecho,” dijo ella. “¿Cuáles son pues
nuestras órdenes? ¿Dónde ha decidido enviarnos el Yunque?”
“Creí que lo sabías todo,” dijo él.
“El Yunque es un hombre difícil de
leer,” contestó ella, “y tus ordenes me prohíben buscar la respuesta de una
forma más oportuna.”
Shoin se rió. “Por la mañana,
partiremos para visitar Kyuden Seppun. Naseru cree que uno de los objetivos de
estos mata-espíritus puede hallarse allí.”
“¿Rezan, el poeta ronin?” Preguntó
Chieh.
“El mismo,” contestó Shoin. “Por
ahora, si consigo mantenernos a cada uno a salvo de los otros lo suficiente
para abandonar Otosan Uchi, todo debería ir bien.”
Chieh rió suavemente. “El Yunque es
un hombre travieso; n ole habría pedido que escogiera un grupo sabiendo que
iban a despreciarse entre ellos. Creo que esa era su intención. Los roces
deberían mantenernos alerta, en el fondo, eso nos hace más fuertes.”
“¿Eso crees?” Preguntó Shoin.
“O, como tú dijiste, tirarnos al
cuello de los otros,” contestó ella. “En cualquier caso, nuestros problemas se
resolverán.”
“Parece una filosofía suficientemente
simple,” dijo Shoin.
“Soy una Agasha, mi gente son
filósofos por naturaleza,” dijo ella. “Tú eres un Miya, tu gente es diplomática
por naturaleza. Si alguien puede mantener a este grupo junto ese eres tú, ¿ne?
No te negaré el papel de tu familia, y por lo tanto te invitaré a traer la paz
entre nosotros.”
“Gracias,” dijo Shoin.
“No hay qué agradecer. En cualquier
caso, es tarde, y ya dije lo que vine a decir. Te dejaré para que escribas tu
carta, Shoin sama. Dale recuerdos a tu tía de mi parte.” Chieh se inclinó profundamente, más profundamente
de lo que la etiqueta exige. Shoin devolvió el gesto, y ella se giró para
marchar.
“Chieh,” dijo él cuando ella llegaba
a la puerta.
La shugenja miró hacia atrás sobre un
hombro, ojos verdes brillando a la luz de la vela. “¿Sí?” Preguntó.
“¿Cómo sabías que era Naseru el que
nos convocó?” Preguntó él.
“¿Me estás ordenando que te lo
cuente?” Preguntó ella. “¿No te gusta el misterio?”
“No,” dijo Shoin tras pensar un
momento. “No te lo estoy ordenando.”
“Bien,” contestó ella, desapareciendo
en el ensombrecido pasillo. “El mundo es un lugar aburrido sin el misterio.”