La Muerte de un Héroe, 8ª Parte

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Togashi Rekai

 

 

“Pareces perdido, amigo” dijo el extraño, mirando hacia abajo tras su sombrero de ala ancha.

El anciano samurai miró hacía arriba, con los ojos nublados por la bebida y el cansancio. Aparte del dueño que estaba a sus menesteres, ellos eran los dos únicos que quedaban en la casa de sake. A esas horas de la noche los sabios se iban a sus casas en una ciudad como Ryoko Owari. “¿Quién eres?” preguntó el samurai. “¿Qué quieres?”

“¿Yo?” rió el extraño. “Es una de las preguntas más difíciles que me han hecho. Basta decir que he sentido algo familiar en ti.” El extraño se sentó en la mesa del samurai. “Si no me equivoco, eres uno de los que vino del Reino de la Masacre.”

El samurai se burló. “¿Quién te lo dijo?” preguntó.

“Lo veo escrito en tu espíritu,” contestó el extraño, poniendo sus manos sobre la mesa. El propietario se aproximó con una botella y una copa en la mano, pero una sola mirada del extraño le hizo cobijarse en la antesala.

“No,” rió el samurai. “Pasé el ritual. Los Fénix eliminaron mi aura. Alguien debe habértelo dicho. Quién fue, ¿el inútil de Aramasu? ¿Te mandó a que me mataras? ¿Eliminar la amenaza a su mandato de la Mantis?”

El extraño rió. “No me manda Aramasu,” dijo el extraño, “y no eres una amenaza. Eres una sombra, un recuerdo de tiempos que el mundo prefiere olvidar. Te he visto antes. Desde el centro de la Senda os vi luchar y mataros los unos a los otros durante mil años.”

“¿Quién eres?” preguntó el samurai.

“Otra sombra,” dijo el hombre. Echó la cabeza hacia atrás, mostrando sus ojos. Dos pozos de oscuridad miraban al demacrado samurai.

“Eres un Goju,” dijo el samurai con un balanceo de cabeza.

“¿No coges tu arma?” Rió el extraño. “Hay muchos en el Imperio que me matarían por lo que soy.”

“Buena suerte,” dijo el samurai, buscando su taza.

“¿No estás si quiera preocupado?” preguntó.

El samurai giró la muñeca; un cuchillo apareció al instante en su mano. Con otro leve movimiento desapareció. “No, no del todo,” dijo él. “¿Qué quieres?”

“Compartir expectativas,” dijo el extraño. “Parece que tenemos mucho en común.”

El samurai miró al extraño en silencio.

“Una afirmación como esa requiere explicación,” rió el extraño. “Disculpa mi inclinación por el silencio dramático, mil años revoloteando más allá de la existencia me han hecho así.”

“Entonces explícate,” dijo el samurai.

El extraño asintió. “Una vez yo fui un asesino. Maté por capricho de mi señor, sacrificando mi honor por él. Cuando la existencia de mi orden fue descubierta, mi señor se volvió contra nosotros. Mis hermanos y yo fuimos cazados como bestias. Él podía habernos avisado, dándonos tiempo para escapar y desaparecer, tal y cómo se nos había enseñado. Mi padre, mis hermanos, todos fueron ejecutados. Sólo gracias a una unión impía con la Oscuridad Viviente unos pocos de nosotros fuimos capaces de escapar. Nos convertimos en los Goju.”

“¿Te estás intentando comparar conmigo, ninja?” el samurai rió.

“No me digas que no ves el símil,” contestó el extraño. “Te he visto, Gusai. He visto tu vida. He visto tu muerte. Te he visto luchar durante siglos en los sangrientos campos de Toshigoku. No es que crea que seamos iguales, Mantis. Sé que lo somos.”

“¿Me viste en Toshigoku?” El samurai rió sin creerle.

El extraño asintió. “Se me ordenó vigilar los caminos entre los Reinos de los Espíritus, mirar las Sendas para que cuando llegara el día de abrir la puerta los Goju estuvieran preparados. Solía mirar los campos de Toshigoku, donde ejércitos de asesinos luchaban unos contra otros en un combate sangriento sólo para levantarse de nuevo al día siguiente. Te vi luchar diestramente contra la guardia del hogar Chuda. Fui testigo de tus dieciséis duelos contra Hantei XX. Estaba mirando cuando Akodo Kenburo te abrió desde la garganta a la tripa, y también cuando se la devolviste. El Reino de la Masacre era una fuente de divertimento, Gusai. Te conozco bien. Para un hombre acostumbrado a la muerte, ¿es difícil verse devuelto a la vida? ¿O es más difícil ver que a nadie le importa? Nadie, salvo quizá, el chico – el último de los seguidores que mandó Aramasu para ti. El resto se hicieron ronin, ¿no es así? Mejor eso que servir a un loco, supongo.”

“¿Qué quieres?” preguntó el samurai.

“Ayudarte,” dijo el extraño.

“No seré una marioneta de la Sombra,” dijo el samurai.

“Ya no hay Sombra, Gusai san,” contestó el extraño. “Estabas allí cuando murió.”

“¿Entonces qué quieres?” preguntó el samurai.

“Lo mismo que tú,” dijo el extraño. “Fueron los Hantei los que masacraron mi orden. Quiero ver morir a los Hantei.”

“Entonces hazlo tú mismo,” dijo el samurai.

El extraño gruñó. “Me temo que no,” dijo. “Mil años revoloteando en un reino más allá de la existencia me ha impuesto ciertas limitaciones.” El extraño extendió una mano; la mano atravesó la superficie de la mesa. “Ahora soy sólo un sueño.”

“¿Y por qué no se lo pides a otro Goju?” Preguntó el samurai.

“El resto han sido tomados por las Tierras Sombrías,” se rió el extraño. “Ya no son lo que eran.”

“Entonces ¿Cómo pretendes ayudarme, fantasma?” preguntó el samurai.

“Te puedo enseñar ciertas cosas,” dijo el extraño. “Cómo fundirte con la sombra. Como desaparecer sin dejar rastro, como mejorar tus fuerza y velocidad, como hacerte invulnerable a todo salvo al poder del propio cielo. La Oscuridad Viviente está muerta, pero su poder permanece. Puedo enseñarte a tomar poder de la Nada, y cuando hallamos acabado pintarás tu nombre en la memoria del Imperio con la sangre del último Hantei.”

“Interesante,” dijo el samurai.

“Piénsalo,” contestó el extranjero. “Tenemos todo el tiempo del mundo…”

“¿Gusai-sama?” Dijo una voz desde la puerta de la casa de sake.

El samurai alzó la mirada. Un joven Mantis, poco más que un crío, estaba en el pórtico. Escudriñando la casa de sake, confuso.

“Creí oírte hablar con alguien,” dijo Kakau.

“Era… Nada,” dijo Gusai, mirando el asiento vacío donde el extraño había estado momentos antes.

 

 

“¿La has visto?” Preguntó Kijuro, frenando a su montura. El animal estaba exhausto; todos lo estaban. El grupo apenas había parado desde que dejaron las tierras Buey. Ahora, con Otosan Uchi casi a la vista, se apresuraron incluso más.

“Yu-Pan está sobre la siguiente colina,” dijo Akemi, señalando en la dirección mientras movía su caballo hacia el del Buey. “Ella paró lo suficiente para decirnos que el camino está despejado.”

“Y para quejarse sobre la baja calidad de su montura Buey comparándola con la suya, sin duda,” rió Kijuro. Aunque el Buey estaba visiblemente cansado sus ojos aún brillaban.

“No,” dijo Akemi pesadamente, “no dijo nada de eso.”

“Hum…” contestó Kijuro mirando en la dirección que indicó Akemi. “Sigue igual. Sin ira, sin enfado, sin sentimientos de ningún tipo.”

“Desde que descubrió que Kakau era un traidor,” dijo Akemi.

“Eso me preocupa,” suspiró Kijuro.” “Creo que debí dejarla matar al Mantis cuando pude. Quizá ahora no estuviese así.”

“Eso nunca lo sabremos,” dijo Akemi. “Cada uno nos comportamos de manera diferente ante la traición.” Ella examinó al Buey curiosamente durante un rato.

“¿Pasa algo?” Preguntó Kijuro, sintiendo su mirada y girándose hacia ella.

“No se lo has contado al resto,” dijo ella.

“¿Contarles qué?” Preguntó Kijuro. “¿Que eres escorpión?”

Akemi no dijo nada.

Kijuro cayó por un momento también. “Akemi,” dijo finalmente. “Cuando luchamos contra Gusai en casa de Yasuki Kaneko, ¿recuerdas lo que pasó?”

“Vagamente,” dijo ella. “Todo fue muy rápido.”

“Yo caí,” contestó él. “Yu-Pan cayó. Tú eras la única que permaneció. Estuviste frente a Gusai únicamente con el pergamino que tus maestros Shosuro te dieron. Defendiste a una mujer a la que no conocías, arriesgando tu vida, contra un enemigo que no sabías si podrías derrotar. Puede que no seas quien dices, Shosuro Tani, pero he visto quien eres en realidad.”

“¿Y quién soy?” Preguntó ella.

“Eres un Samurai al que llamo orgullosamente camarada,” dijo Kijuro, y por una vez su expresión era seria. Un segundo después volvió a mostrar su amplia sonrisa. “I si no estuviera casado, flirtearía contigo más seriamente de lo que lo he hecho hasta ahora.”

Akemi sonrió. “Gracias, Kijuro,” dijo, inclinando su cabeza. “Me da pena que nuestra relación halla sido tan breve.”

“¿Oh?” contestó Kijuro. “Pensé que cuando esto acabara seguirías con nosotros. Seguramente una vez salvemos la vida del Yunque nos dará otra gran misión de la que ocuparnos.”

“Puede que no para mi,” dijo Akemi.

Kijuro gruñó con curiosidad.

“Otros tres butei han muerto persiguiendo al asesino que ahora sabemos es Gusai,” dijo Akemi. “Todos ellos fueron capaces de determinar que el asesino tenia conexión con la Nada. Cuando Naseru comenzó a organizar este grupo, pidió a Bayushi Yojiro un Butei Escorpión, alguien que supiera como combatir a la Oscuridad Viviente, pero de quien nuestro enemigo no sospechara. Yo era la única posible. Normalmente los butei invierten meses o años mejorando su máscara. Ellos invierten sus vidas disfrazados de alguien que nunca existió, preparados para seguir las ordenes del Escorpión. En muchos casos, su identidad falsa es más real que la original. Yo era un caso especial. Ningún verdadero Halcón creería que soy quien digo ser.”

“¿Cuál es pues el problema?” Preguntó Kijuro. “No te acerques a tierras Halcón.”

“No es tan sencillo,” contestó ella. “Los butei tienen éxito solamente porque la gente no sabe que existimos. Mi continuada existencia como Toritaka Akemi puede levantar… incomodas sospechas. Ya he sido descubierta,” miró a Kijuro. “Cuando esta misión acabe, sería un riesgo para el Clan Escorpión que yo siguiera en mi posición. Me lo imaginaba desde antes de partir para unirme al grupo, por lo que pregunté a mi sensei que pasaría cuando acabase la misión.

“¿Y qué te dijo?” Preguntó Kijuro.

“Seré llamada a un dojo alejado en las tierras de mi familia,” dijo Akemi, “y permaneceré allí para siempre.”

“¿Estás segura?” Preguntó Kijuro. “Pareces un agente muy valioso como para ser desperdiciado.”

“No seré desperdiciada,” contestó ella, encogiéndose y retirando el pelo de sus ojos. “Me convertiré en una profesora, una sensei para preparar a la siguiente generación de butei.”

“No parece que la idea te haga ilusión,” dijo Kijuro.

“Se me enseñó a ser una espía, no una profesora,” escupió Akemi.

“Un verdadero dilema,” dijo Kijuro, rascándose la barbilla. “Bien, algo es seguro. Pase lo que pase, siempre serás bienvenida entre los Buey, Shosuro Tani. Un samurai puede desaparecer fácilmente en las montañas, incluso de los ojos de Yojiro.”

Akemi frunció el ceño. “¿Sugieres que abandone mi propio clan?”

“Claro que no,” dijo Kijuro. “Eso sería una estupidez ¿ne? (N del T: ne es una partícula japonesa que usan como nuestro '¿no?' Y como las question tags inglesas). Estoy seguro de que disfrutarás siendo sensei. De cualquier modo, he de volver y ver que tal están Shoin y los otros. ¡Cuida de nuestra Doncella de Batalla!” Con una mueca picaresca, el gran Buey dirigió a su caballo y se alejó al galope.

La mujer que se llamaba a si misma Toritaka Akemi le miró partir, con una ceja arqueada pensativa.

 

 

“Debemos llegar pronto a Otosan Uchi,” dijo Miya Shoin, mirando hacia los tres caballos que le seguían. “Para cuando lleguemos, Yu-Pan y los otros le habrán dicho al Señor Naseru que nos acercamos. Con suerte, Gusai estará tan cansado como nosotros- “ Shoin se cayó de repente, lanzando una mano para sujetar el codo de Agasha Chieh. Sus ojos se abrieron rápidamente; ella se estiró en la silla.

“Perdóname, Shoin sama,” dijo ella, con su cara sonrojada. “No estoy acostumbrada a viajar tanto, tan rápido.”

“¿Hay algo que Agasha Chieh no puede hacer?” Exclamó Rezan, con tono medio burlesco.” ¿Qué será lo siguiente? ¿Caerán las fortunas del cielo?”

“Vigila tu lengua, poeta” dijo Chieh. “Aún estoy lo suficiente despierta como para invocar a los Kami de fuego.

“Tomo nota,” dijo Rezan, inclinándose respetuosamente en su silla. “Me disculpo por divertirme a tu costa. Recuerda, sin embargo, que Shoin y yo estamos acostumbrados a viajes largos. El es un mensajero de las Familias Imperiales, y yo… bueno, en mi juventud había sitios del Imperio en los que no era bienvenido. Mejor seguir cabalgando que arriesgarme a meter la pata con un marido o padre celoso.”

Chieh rió. “A veces me maravillo por el esfuerzo que haces por tapar tus malos actos de tu vida pasada, Rezan,” dijo ella. “Creo que son muchos los que disfrutarían más de las historias de esos actos que de su poesía.”

“Nunca pensé en eso,” dijo el ronin con una mirada de decepción.

“Debemos de despertar a Kakau,” dijo Shoin gesticulando hacia el prisionero. El Mantis estaba inconsciente, atado a la silla., su montura seguida de la de Rezan. Normalmente, era tabú atar a un samurai con una cuerda, pero en este caso las ataduras servían más para mantener a Kakau en la silla que para mantenerle prisionero. El Mantis se había cansado rápido en el viaje de vuelta a la capital. Después de la cuarta vez que cayó de su silla , Kijuro decidió atarle.

“Despierta,” dijo Rezan. Con un solo movimiento el ronin cogió su katana con la velocidad del rayo. Kakau cayó de bruces al suelo, las cuerdas que lo sostenían a la silla habían sido cortadas limpiamente. Rezan envainó su espada lentamente.

“No tenías que hacer eso,” dijo Shoin, saltando de su silla para atender al caído Mantis. Kakau se sentó con un gruñido.

“¿Por qué habría de preocuparme?” Preguntó Rezan, torciendo el gesto mientras miraba al Mantis. “Él escogió servir a un asesino.”

“No tenía elección,” dijo Kakau, levantándose con la ayuda de Shoin. Las cuerdas aún ataban sus brazos a sus costados. “Gusai es el único señor que he conocido.”

“Tu familia la tuvo,” contestó Rezan. “Se volvieron ronin.”

“¿Ronin?” escupió Kakau. “¿Crees que me convertiría en un sucio—“

“Acaba esa frase,” dijo el poeta ronin con una mano posada en el puño de su katana. “Por favor.”

Kakau palideció, pero no esquivo la mirada helada del ronin.

“Rezan san, aguanta tu espada,” dijo Shoin.

“Pero soy sólo un ronin Shoin sama,” dijo Rezan, avanzando hacia Kakau. “Yo no juré lealtad a nadie. No debo responsabilidad a nadie, ni siquiera a un magistrado del heredero Imperial.” Desenvainó unos centímetros de katana. Shoin se asustó un poco, preguntándose si Rezan mataría a Kakau allí mismo. El sudor asomó en la frente de Kakau. “No respondo ante nadie, salvo ante mi.”

Con otro rápido movimiento la espada del ronin voló en libertad, cortando el aire delante de Moshi Kakau. Una hoja voló en el airé al lado de la cara de Kakau, cortada en dos mitades. El poeta miró a los ojos de Kakau de nuevo y envainó su filo.

“Shoin, vete,” dijo Rezan. “Deseo hablar con el prisionero.”

Shoin se paró un instante, después asintió y se marchó. Rezan se acercó a Moshi Kakau, susurrando, de forma que sólo él pudiera oír.

“Aún hay tiempo para escoger, Moshi Kakau,” dijo.

“Soy un traidor,” dijo Kakau. “¿Quieres que traicione también a Gusai y mi vida, toda mi vida haya sido en vano? Me mantenéis vivo solamente porque podéis usarme contra Gusai. Lo único que me espera es la muerte.”

“Pero, ¿qué hay tras la muerte?” Dijo Rezan. “Tiempo. Mucho tiempo. Tiempo para pensar en todo lo que hiciste mal, y es sorprendente lo que puedes llegar a recordar con tanto tiempo en tus manos.”

“Él es mi ancestro,” dijo Kakau, “no le puedo traicionar.”

“Le estás traicionando,” contestó Rezan.

“¿Qué?” Respondió Kakau.

“No sabes por lo que ha pasado Gusai,” dijo Rezan, “el recorrió el Reino de la Masacre durante siglos. Quizá algún día habría estado preparado para la reencarnación, pero la Puerta del Olvido alteró el ciclo kármico. Él no es el hombre que fue una vez, sólo conoce la muerte. Gusai no debería estar aquí. Sirviendo al ser en que se ha convertido estás estropeando su recuerdo más que… bueno… No puedo pensar en ello, pero lo intenté.”

¿Qué hay de ti, poeta?” Preguntó Kakau. “Tú también viniste por la puerta del olvido, tampoco deberías estar aquí.”

“Y no hay día que no me arrepienta de haber abandonado el Yomi,” dijo Rezan, su voz extrañamente vacía. “Pero hasta que no empiece a hacer pactos con los poderes oscuros y a matar gente en sus camas, creo que tendré la moral para permanecer aquí. Aún hay tiempo para tomar la decisión correcta, Kakau.”

“¿Cómo?” Preguntó Kakau. “Incluso si quisiera ayudar, no hay forma de que confiéis en mi de nuevo.”

“No me preguntes, yo soy un simple ronin,” Rezan se encogió de hombros. “Creía que tu clan tenía recursos.”

 

 

“Has vuelto para decirme que mi vida está en peligro,” dijo Hantei Naseru, su cara se relajó mientras estudiaba a los tres samurai vestidos con ropa de viaje que estaban delante de él. “¿Es acaso noticia? ¿Tenéis idea de cuanta gente en Rokugan me quiere muerto?” El Heredero Imperial pareció distraído, incluso aburrido. Grandes pilas de papel esperaban sobre su mesa; una piedra de tinta y un pincel estaban a mano, apartadas por un momento.

“Naseru sama, es una situación extraordinaria,” dijo Miya Shoin. Avanzó un poco, Kijuro y Chieh permanecieron donde estaban.

“No dudo que este asesino sea habilidoso,” contestó Naseru. “Es por eso que llamé a un grupo habilidoso para ocuparse del problema. Confío totalmente en ti, Miya Shoin. Estoy seguro de que sabrás como ocuparte del problema.”

“No estás seguro aquí, Naseru sama,” dijo Shoin. “Debes moverte a-“

“¿Dónde?” Preguntó Naseru, fijando su único ojo sobre el heraldo. “¿Donde, de todo Rokugan, voy a estar más seguro que en el Palacio Imperial? ¿Cómo sé que el asesino no espera tenderme una emboscada más allá del castillo? ¿Cómo sé que no es lo que él espera? Admitiste que hay un espía en tu grupo, que fuiste manipulado para que el asesino tuviera información que le permitiera moverse fácilmente. ¿Cómo se que no está otra vez ocurriendo lo mismo? No, Miya Shoin. Cuando dudo, pienso en lo que si, y se que el Palacio es seguro.”

“Con el debido respeto, señor, Moshi Kakau fue asignado a mi grupo,” dijo él. “No fue mi decisión escogerle a él.”

“No, pero si lo fue confiar en él,” contestó Naseru. “Yo sólo te di herramientas, sisha. Es tu responsabilidad usarlas sabiamente. Seis extraños, sacados de cada esquina de un Imperio al borde de la guerra, ¿y sólo has hallado uno con algo que esconder? Pensándolo todo, creo que no lo hiciste muy bien.”

Kijuro miró al suelo.

“No me mal interpretes, Shoin san,” prosiguió Naseru, tomando el documento superior de la pila más cercana. “Tomo tu advertencia seriamente. Si no confiara en ti no te habría recibido. Sin embargo, tengo que tomar en consideración la otra miríada de amenazas del Imperio en este momento. Si necesitas la ayuda de los miharu, están a tu disposición. Creo que incluso tenemos una montura Utaku que la Doncella de Batalla puede tomar si lo desea; fue un regalo a la casa imperial de su familia de hace unos años. Me temo que tenemos poco cristal que ofreceros; me temo que se ha convertido en algo meramente decorativo tras la Guerra contra la Sombra. Aparte de El Arma, lo único que tengo ha sido empleado para crear la guardia de palacio.”

“Mi señor,” presionó Shoin, “esperamos que –“

“¿Qué me vaya por seguridad?” El Yunque sonrió. “Si huyera aterrorizado cada vez que alguien me amenaza, ¿quién haría todo el trabajo que hay por aquí?”

“Por supuesto, señor Naseru,” dijo Shoin bajando la cabeza. “Lamento la interrupción.”

“No hay nada que lamentar,” dijo Naseru volviendo su atención a los documentos. “Sólo dejadme tranquilo y os lo agradeceré.”

Los tres se inclinaron una última vez y salieron. Las puertas se cerraron pesadamente tras ellos.

“La arrogancia,” dijo Shoin cuando no les pudieron escuchar. “Como si nunca le hubiera preocupado que su vida estuviera en peligro.”

“Hai,” asintió Kijuro solemnemente. “A mi también me gusta. Espero que llegue a Emperador.”

Shoin miró a Kijuro con curiosidad.

El Buey sonrió ampliamente. “¡Hablo en serio!” Dijo. “Su vida sufre un peligro inminente pero no va a cambiar su modo de vida. Es un valor que no se ve todos los días. Además, confía totalmente en nosotros. Reconoce que, con el poderoso Kijuro protegiéndole, no puede haber peligro. Ese es el tipo de sabiduría que necesitamos en el trono.”

“Kijuro,” dijo Shoin, tocándose la sien para evitar el dolor de cabeza.

“No, de cierta manera el Buey tiene razón,” dijo Chieh. “Naseru nos ha hecho el mayor favor posible.”

“No entiendo,” respondió Shoin.

“Naseru se quita de nuestro camino,” contestó ella. “Sabe que nosotros conocemos la situación mejor que él. Sabe que no tenemos tiempo de hacer un informe detallado. Prefiere dejar el asunto en manos de quienes lo dominan. No es arrogancia. Es liderazgo.”

“Sigo creyendo que es arriesgado,” dijo Shoin

“Claro que lo crees,” dijo ella. “Tú eres el que tiene que hacer el trabajo de verdad.”

“¿Por donde empezamos?” Preguntó Shoin. “¿Debemos alertar a los miharu?”

“Creo que no,” dijo Chieh. “Tenemos que acabar esto nosotros mismos. Gusai confía en el camuflaje y el despiste, y como huésped de Toshigoku, tiene paciencia infinita. Si ve a la guardia en alerta puede que sospeche que estamos esperándole y vuelva más tarde.”

“¿Y qué sugieres?” Preguntó Shoin. “¿Esperamos a que Gusai aparezca, y entonces atacamos?”

“No hace falta esperar,” dijo ella. “Estoy segura de que Gusai está ya aquí, buscando la oportunidad de atacar.”

“Démosle una,” dijo Kijuro cruzando los brazos sobre su ancho pecho.

“¿Podrías crear una ilusión de Naseru sobre una figura de paja, como hiciste conmigo?” Preguntó Shoin.

“No,” contestó Chieh. “Aún le debo mucho al kami del fuego desde la última vez. Sin embargo, creo que puedo conseguir esa imagen por mi misma, como ya sabes, se me da bien cambiar mi apariencia.”

“Eso puede ser muy peligroso, Chieh,” dijo Kijuro. “Gusai es muy poderoso. ¿Qué ocurrirá cuando te ataque?”

“Entonces ‘El Poderoso Kijuro’ le detendrá,” dijo Shoin. Kijuro le dirigió al heraldo una sonrisa jocosa. “Venid, vamos a buscar a los otros,” dijo Shoin. “Tenemos mucho que pensar.”

“Eso hay que quitárselo de en medio,” dijo Kijuro con un asentimiento de cabeza. “Olvida tus planes lo antes posible. Así cuando algo falle y el plan se resquebraje, podrás pensar y seguir actuando.”

“El plan no fallará, Kijuro,” advirtió Chieh.

“Claro que si,” dijo Kijuro. “Es un plan, ¿no?”

 

 

Kakau se encogió en la esquina de su celda, mirando a sus manos cruzadas. El pequeño Mantis estaba pensando, dándole vueltas a las palabras del ronin. No le gustaba estar así. Toda su vida había sabido lo que estaba bien – obedecer a su señor, como se le había enseñado. Incluso cuando sus profesores marcharon, Kakau permaneció leal. Había nacido al servicio de Gusai; no había conocido otra cosa. Y si él, también, hubiese abandonado, ¿entonces qué? ¿A qué propósito serviría? ¿Qué le quedaría a su señor?”

Ahora tenía dudas. Ahora se preguntaba si había desperdiciado su vida. Se encontró a si mismo envidiando al ronin, un hombre que vivía en la sombra de falsa leyenda. ¿Era él algo diferente? En las leyendas Gusai era inteligente, ambicioso, y tenía recursos – como todo Mantis debe de ser. El hombre al que él servía no era el Gusai de las leyendas.

“¿Pensando en tu muerte, Mantis?” Preguntó una voz fría.

“Yu-Pan,” dijo Kakau mirando hacia arriba. Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no había oído acercarse a Yu-Pan.

La Doncella de Batalla llevaba armadura ligera colores lavanda y blanco. Tenía una lanza corta en una mano. Su cara aún era plana, sin expresión, como un cadáver.

“No era nada para ti, salvo un caballo,” dijo ella. “Para mi, ella era la única amiga que he tenido.”

“Lo siento,” dijo él, dándose cuenta de lo poco convincente que sonaba.

“Lo sé,” dijo ella. “No hay forma de que lo supieses. No te preocupes. He venido a sacarte.”

Kakau parpadeó. “¿Qué?” Dijo él.

“Hiciste lo que hiciste por lealtad,” dijo ella. “No puedo culparte de haber sido manipulado por Gusai. Lo otros te quieren muerto, pero no te conocen. Tampoco a mi. Ellos no se preocuparon por hablar conmigo, tú sí. Ellos no entienden. Piensan en mi como la loca Doncella de Batalla, y piensan en ti como el traidor.” Se agachó y metió una mano en la celda, abriendo la mano hacia ella en la manera Unicornio.

Kakau no dijo nada, no pudo pensar nada que decir. Tomó la mano de ella en las suyas.

“Estoy preparada para darte una segunda oportunidad, Moshi Kakau,” dijo ella. “Estoy preparada para sacarte de aquí. Sólo tienes que hacer algo por mi y te daré una segunda oportunidad.”

“Dilo,” dijo Kakau, “y lo haré.”

Yu-Pan sonrió dulcemente. “Sangra sobre la arena siete días mientras el sol abrasa tu despreciable cadáver.” Con un fuerte tirón, Yu-Pan cogió el brazo de Moshi Kakau. El Mantis se golpeó con las barras de la celda y cayó al suelo gruñendo.

Yu-Pan le miró y escupió sobre él. Le pegó un puntapié en el hombro a través de la reja.. “Ahora sabes lo que es que te arranquen la esperanza, cerdo,” siseó. “Cuando vuelva, verás la cabeza de tu ancestro arrancada sonriéndote ensartada en la punta de esta lanza, y entonces morirás.”

Con esto, Utaku Yu-Pan se giró y abandono los calabozos. El sonido de sus fuertes zancadas resonó durante un momento.

“Lo merezco,” concluyó Kakau, mirando al techo y agarrando su cara dolorida.

“Kakau…” susurró una voz a su oído.” ¿Vives aún?”

Kakau abrió los ojos.

“¿Kakau?” repitió la voz. “¿Eres su prisionero aún?”

Kakau movió la muñeca del modo que le había enseñado su ancestro. Mejor que un cuchillo un ofuda sagrado – un pergamino bendito – apareció en su mano. Kakau lo desenrolló y leyó el hechizo, permitiéndole esto hablar a distancia con su maestro. “Si, Gusai sama,” dijo. “Estoy aquí, y van a por ti. La Doncella de Batalla me ha prometido que te matará personalmente.”

“¿Sí?” Dijo él. “¿Cuántos son?”

Kakau paró un instante, después tomó una decisión. “Sólo cinco,” dijo él. “Dejaron el poeta en el Eje Norte.”

“¿Por qué?” Dijo Gusai, sospechando.

“Dijo que le causó mala impresión al señor Naseru la última vez que él visitó Otosan Uchi,” dijo.

“Propio de Rezan,” dijo Gusai.

“¿Debo escapar señor?” Preguntó él. “Aún no se han dado cuenta de que soy shugenja. Puedo salir fácilmente de esta mazmorra. Podemos enfrentarnos a ellos juntos, dos hijos de Osano Wo, como uno.”

Gusai rió. “¿Hijo de Osano Wo?” Dijo. “Creo que no. Eres un descendiente tan bueno como se podía esperar de estos tiempos débiles, Kakau, pero aún tienes mucho que aprender. Escapa si debes, pero no requiero tu ayuda. Este juego está casi terminado. Espero que ellos intenten engañarme de nuevo, como lo hicieron cuando me hicieron creer que había matado al mocoso Miya. No importa. Si intentan tenderme una trampa, déjales. Les mataré y me ocuparé del último Hantei a su debido tiempo. Contactaré contigo cuando esté listo para actuar.”

“Si, mi señor,” dijo Kakau, inclinando su cabeza, finalizando el hechizo. Ya no pudo oír la voz de su ancestro.

Moshi Kakau plegó sus rodillas sobre el pecho en la húmeda mazmorra Imperial, solo.

 

 

La luna llena brillaba sobre Otosan Uchi. El tiempo era tranquilo y apacible; la noche de verano perfecta. Kumanosuke se paró y respiró hondo. El aire tenía el aroma del mar. Era uno de los placeres que hacía que la vida mereciera la pena. Cuando eres tan pobre como lo era Kumanosuke, debes aprender a disfrutar los pequeños placeres, o no tendrás placeres que disfrutar. El viejo mercader descargó la pesada carga de lana que llevaba sobre un hombro. Llegaba tarde en el reparto, seguramente no importara que tardara un poco más de tiempo. Se inclinó sobre una de las vigas que soportabas la Carretera de los Mas Altos, y escarbó en su furoshiki buscando la pipa y la bolsa de tabaco Yobanjin que Jun le vendió la semana anterior.

Kumanosuke se paró, y escuchó. Juraría que había oído fuertes pisadas sobre la madera. Esto indicaba que alguien estaba usando la Carretera de los Más Altos. Desde la muerte del Emperador, el paso de madera elevado que atravesaba el corazón de la Ciudad Imperial había caído en desuso. Los Cuatro Vientos la usaban de vez en cuando; técnicamente ellos tampoco tenían derecho, pero ¿quién se lo iba a decir? Miró alrededor para asegurarse de que nadie miraba, Kumanosuke escaló la columna de siete pies y asomó su cabeza por un lado. Apoyando su barbilla sobre la más sagrada de las carreteras Imperiales, miró en todas direcciones. Desde el corazón de la ciudad pudo ver antorchas acercándose.

“Perdone, señor, pero ¿qué está haciendo?” dijo una voz a su izquierda.

Kumanosuke se sobresaltó y cayó. El hombre vestía la túnica negra de los Kanrinin, los vigilantes escogidos por la familia Miya para mantener y proteger la carretera del Emperador. ¡Samurai! Kumanosuke se arrodilló inmediatamente. “¡Lo siento, mi señor!” rogó Kumanosuke. “¡No pretendía ofender, sólo era curiosidad!”

“Vete de aquí,” ordenó el hombre.

“¡Si, mi señor!” Dijo el viejo mercader. Se levantó velozmente, se cargó el paquete de lana, y marchó calle abajo. El cuidador tomó una lija de sus ropas y comenzó a pulir las vigas sagradas de la Carretera de los Más Altos.

“¿Algún problema?” Preguntó un segundo Kanrinin, saliendo de las sombras tras el primero. “Sólo un campesino. Ni siquiera se dio cuenta de la guardia,” dijo Shoin, mirando al lazo de seda atado a su lija. “¿Estás segura de que estas escrituras le dañarán?”

“Akemi dijo que si,” susurró Kijuro, intentando parecer despreocupado mientras empezaba a trabajar en la columna más cercana con su propia herramienta. “Yo creo en ella. Aunque eso no importa. Esta es la cuarta noche que hacemos esto. Kijuro comienza a tener ampollas. Kijuro es un Samurai, no un carpintero, Shoin sama.”

“Eres un Kanrinin,” le corrigió. “Sigue lijando.”

“Aún me pregunto qué es lo que fallará,” dijo Kijuro mirando a la palma de su mano. “Aunque ya tengo una buena idea.”

Shoin se rió.

Kijuro suspiró. “Creo que he oído al ‘Señor Naseru,’” susurró.

“Espero que está lista,” dijo Shoin nerviosamente.

“Yu-Pan siempre está lista,” contestó Kijuro

Shoin asintió, mirando arriba cuando las pisadas se acercaban en el puente sobre ellos. Como de costumbre, los dos hombres se inclinaron en el suelo mientras tres figuras pasaban sobre ellos – el señor Naseru y dos yojimbo bien armados. En realidad era Agasha Chieh disfrazada de Naseru, acompañada de dos figuras con la armadura de los Miharu Seppun. Con las ilusiones de Chieh en su lugar, Gusai sería, probablemente, incapaz de notar la diferencia. Shoin y Kijuro esperaron a que pasasen, y luego se levantaron. Las calles de alrededor de las Carretera de los Más Altos estaban vacías en ambos lados, como lo habían estado desde que se construyó la carretera. Los dos hombres tenían buena visión de sus aliados sobre el puente. También la tendría Gusai. La mano derecha de Shoin se apoyó sobre una gruesa viga y el yumi allí escondido. Su mano izquierda se movió sobre el cubo de sus pies, preparado para quitar la tapa, coger una flecha de dentro y disparar.

No ocurrió nada.

“Hum,” dijo Shoin frunciendo el ceño. “No ha habido suerte. Acerquémonos, Kijuro.”

Repentinamente Kijuro cayó sobre Shoin por la espalda. Los dos hombres cayeron en el suelo, gruñendo con dolor. Un rápido viento pareció cortar el aire sobre ellos. Shoin miró incrédulo como la viga de al lado de su cabeza explotaba en astillas, sin hacer ningún ruido. Algo oscuro correteó por las vigas hasta el puente.

“Shoin…” susurró Kijuro. “Me imaginé lo que fallaba en el plan…”

Shoin miró hacia atrás. La sangre fluyó por la barbilla del Buey. Había una gran herida abierta en el lado izquierdo de Kijuro; el Buey había sido lo suficientemente rápido como para empujar a Shoin, pero no pudo salvarse a si mismo.

“El problema…” dijo Kijuro, “es que Kijuro no estará allí para terminarlo.”

“¡No!” Gritó Shoin. “Kijuro aguanta.” Tumbó al gran samurai sobre su espalda y miró alrededor desesperado. Pudo ver la figura sombría moviéndose rápidamente por la carretera de los Más Altos, hacia los otros. ¡Chieh! ¡Rezan! ¡Yu-Pan! ¡Cuidado!” Ellos no parecieron oírle. Shoin blasfemó, tomó su yumi del escondite y sacó una flecha del cubo. Una de las guardas de Akemi estaba en la punta. Soltó la flecha en dirección al asesino. La criatura paró un instante, miró hacia atrás y siguió moviéndose. Una nube de oscuridad le envolvió, frustrando cualquier otro intento de disparo.

“¡Maldición!” Dijo Shoin. “¡Kijuro aguanta, volveré!”

“¡No!” Gritó Kijuro tan fieramente que Shoin se paró. “Vuelve,” dijo el Buey, “Kijuro tiene algo más que darte…”

 

 

“¡Señor Naseru, cuidado!” Gritó Akemi cuando la criatura de sombra se abalanzó sobre ellos. Golpeó fuertemente a Akemi, sacándola volando de la carretera del Emperador. Ella aterrizó en la calle con un golpe seco, y permaneció inmóvil. Una niebla negra les envolvió; pareció como si el mundo solo fuese la Carretera de los Más Altos, y nada más.

“¡Por las Fortunas!” juró Chieh, girándose hacia el asesino. Era una mezcla de hombre y sombra con los miembros desproporcionadamente largos, y largas y aserradas garras. Su cara, la de un hombre viejo poseído por el odio.

“Acabemos con el engaño,” dijo Gusai. Movió su muñeca y la ilusión que envolvía a Agasha Chieh desapareció. La Fénix permaneció en su verdadera forma, una exótica joven con un gran moño. Chieh gritó una plegaria a los kami, pero Gusai lanzó un orbe de oscuridad a la shugenja. La nube la golpeó en la cara. Retorciéndose mientras hilos de oscuridad se metían en su nariz y boca. Incapaz de hablar o respirar, ella cayó sobre sus rodillas.

“¡Libérala, Gusai!” Pidió el otro guardia, colocándose en posición de lucha con su katana aún guardada. “Creo que me encontrarás un poco más difícil que la Halcón.”

“¿Qué criatura eres tú?” Preguntó Gusai. “Tu voz es demasiado grave para ser la Doncella de Batalla.”

“No soy ninguna criatura,” dijo el samurai, quitando su mempo. “Durante dos siglos he servido a los ejércitos del Yomi, entrenándome con los mejores Samurai de toda la historia. Loe Héroes de Rokugan no eran mis amigos, pero merecían muertes mejores de las que les diste. Estoy preparado para enfrentarme a ti, demonio, y mandarte de vuelta a Toshigoku”

“El poeta borracho,” dijo Gusai sorprendido.

“Lo suficientemente sobrio como para matar otro Goju,” contestó Rezan.

“¡No soy un Goju!” Gritó Gusai, cargando contra Rezan. La espada del poeta quedó libre con un brillo cegador, con un lazo negro colgando del filo. Atravesó el cuerpo de Gusai como si sólo fuese una sombra. La criatura se partió en dos mitades, fundiéndose entre las tablas del puente, y no se le vio más. Rezan sujetó su espada recta por un momento, preparado para un segundo ataque. Después, con un giro de muñeca, guardó su arma y se arrodilló para ayudar a Chieh.

“Deberías haber esperado un poco más,” siseó la voz de Gusai. Una gran garra apareció entre las tablas, agarrando a Rezan del cuello. El asesino de las sombras se fundió a través de la Carretera de los Más Altos, levantando al ronin en vilo. Con una risa triunfante lanzó a Rezan hacia la niebla. En algún lado se oyó el golpe de un cuerpo atravesando un muro de madera.

Gusai se giró para mirar a Agasha Chieh, aún encerrada en el globo de oscuridad. “Estúpidas guardas Escorpión,” rió. “La Oscuridad Viviente está muerta. Cabe pensar que después de los tres primeros butei habían aprendido…” El asesino extendió una garra hacia la garganta de Agasha Chieh, hasta que el sonido menos esperado le hizo parar.

El sonido de cascos en la Carretera de los Más Altos.

Gusai miró hacia arriba, incrédulamente, cómo la Doncella de Batalla emergía de la niebla totalmente armada, montada en un caballo con barda. “Aléjate de Chieh,” ordenó Utaku Yu-Pan. Apuntó su lanza hacia el asesino.

“Heh.” Gusai pasó una garra por sus labios. “¿Tienes más lacitos con los que atacarme?”

“No del todo,” contestó Yu-Pan. Dio un golpe a la lanza en un lado. La cubierta de la punta se quitó, mostrando un brillante filo de cristal. Sin más palabras Yu-Pan cargó. Agasha Chieh rodó rápidamente hacia un lado, prefiriendo caer del puente a quedarse en el camino de la Doncella de Batalla. Gusai lanzó un siseo inhumano, y se lanzó a por ella, su cuerpo estirándose en una figura de oscuridad. Caballo y asesino chocaron en una lluvia de sangre y chispas. Alguien gritó. El caballo calló relinchando del puente, dañado por el ataque de Gusai. Yu-Pan golpeó el puente, y rodó varias veces, perdiendo su lanza en el proceso. Varios pies más lejos, Gusai se agachó en el puente, con una garra a su lado. Un manantial de energía blanca fluyó de la herida que ella le había infligido, él la miró con odio.

“Ataca al caballo. Las Doncellas de Batalla no saben luchar sin un caballo,” dijo Gusai con una mueca de dolor. “Es lo que siempre dicen, ¿no?”

“Famosas últimas palabras de muchos samurai,” contestó Yu-Pan. Ella alcanzó su lanza desesperadamente, algo merodeaba abajo, en la calle.

“Eso habrá que verlo,” dijo Gusai, abalanzándose de nuevo sobre ella.

La Doncella de Batalla rodó hacia un lado mientras Gusai pasaba sobre ella. Ella acabó agachada, y se giró buscando la luz de la lanza, estaba en algún sitio al otro lado del puente. Ella pudo ver una alteración en la oscuridad de ese lado; Gusai había aterrizado al lado de la lanza. Ella empezó a gatear por las maderas, pero casi al instante paró. La fuerza se escapó de su cuerpo mientras ella miraba incrédula.

Moshi Kakau estaba en la calle enfrente de ella, sujetando la lanza con punta de cristal. Con un gesto desafiante la lanzó sobre su hombro. La lanza desapareció en las sombras.

“Bien hecho, descendiente,” dijo Gusai, arrastrándose hacia Kakau, mientras dirigía a la Doncella de Batalla una mueca salvaje. “Quizá seas un chico de Osano Wo después de todo.”

“Si,” dijo Kakau. “Ambos somos hijos de Osano Wo. Vallamos con él.”

Gusai miró a Kakau, confuso. El pequeño hombre cargó contra su ancestro, cogiendo las muñecas del asesino con el desafiante grito de los cielos. Los cielos gritaron en respuesta, un rayo de luz blanca hizo eco a la llamada del shugenja. Alimentando el hechizo con su vida, Kakau y Gusai fueron consumidos por la brillante luz blanca. Las sombras que los rodeaban desaparecieron, y durante un rato la carretera que rodeaba Otosan Uchi fue tan brillante con el sol de medio día.

Cuando terminó el cadáver abrasado de Moshi Kakau calló a la calle. La figura desecha de Gusai tropezó, su cuerpo humeando energía blanca. “Igual que los otros,” dijo Gusai, pateando el cuerpo abrasado. “¡No mereces llamarte Mantis! ¡No mereces llamarte samurai! ¡Ninguno de vosotros!” Gusai miró a la ciudad, y levantó la mirada para ver la figura de Miya Shoin sobre la Carretera de los Más Altos con su arco en una mano.

Lo siguiente que vio fue un fogonazo de luz, reflejado por la punta de una flecha hecha con el cristal de Kijuro.

Y Gusai no volvió a ver después de eso.

 

 

Shoin salió del Palacio Imperial, parpadeando ante la brillantez del sol. “Hoy brilla,” dijo.

“Teniendo en cuenta las sombras con las que hemos tratado últimamente, prefiero que brille, gracias,” dijo Rezan. El poeta se sentó en un banco del jardín, el saco furoshiki sobre un hombro.

“Estoy de acuerdo Rezan sama,” dijo Shoin riendo.

“Rezan san, por favor,” contestó. “Me conoces lo suficiente como para saber que no merezco tanto respeto.”

“Si tú lo dices, Rezan sama,” contestó Shoin.

“Me empiezas a preocupar,” dijo el poeta.

“¿Vas a algún sitio, Rezan?” Preguntó Shoin moviendo la cabeza hacia la mochila del poeta. “El Señor Naseru dijo que eres más que bienvenido aquí. Nos ha ofrecido a todos un puesto como Magistrados Esmeralda, también te podría conseguir uno a ti.”

“¿Qué han dicho los otros al respecto?” Preguntó Rezan.

“Yu-Pan aceptó,” dijo Shoin, “aunque ha ido a resolver ciertos problemas en tierras Utaku. Akemi desapareció.”

“De vuelta a tierras escorpión, ¿o siguió la oferta de Kijuro?” Preguntó Rezan.

Shoin miró sorprendido. “¿Cómo sabes eso? Kijuro me lo dijo cuando murió y me dijo que nadie más lo sabía.”

“Después de doscientos años es difícil no darse cuenta de ciertas cosas,” dijo Rezan. “Sólo ten cuidado con Chieh o ella sacará hasta lo más recóndito de tu mente.”

“Cierto,” rió Shoin. “¿Qué dices de unirte a nosotros? Con tu experiencia serás un gran magistrado.”

Rezan rió. “No es que no fuera a ser una gran aventura, pero he de seguir moviéndome,” dijo. “Un poco de heroísmo es bueno para el ego, pero volví por una razón ¿recuerdas?”

Shoin asintió. “Suerte entonces. Espero que la encuentres.

“Gracias,” dijo. “¿Vas a Shiro Morito?”

“Sí,” dijo Shoin.

Rezan paró un instante, después tomó un trozo de papel de su bolsillo. “Lleva esto allí por mi, ¿te importa? Es para el funeral de Kijuro”

Shoin miró el papel.

 

Sin hombres solos –

Sin hombres sin amigos.

La montaña ríe.

 

“Es duro,” dijo Rezan, mirando al suelo con vergüenza. “Como ya dije, no soy un buen poeta. Me tomé licencias sobre la métrica, las sílabas están mal.

“Puedes hacerlo, eres Rezan, ¿no?” Dijo Shoin.

“Eso es lo que creo,” contestó Rezan.

“Creo que Kijuro lo habría apreciado,” dijo Shoin, doblando cuidadosamente el papel y guardándolo en su obi.

“Tu padre estaría orgulloso de ti, Shoin,” dijo Rezan. “Cuando vuelva al Yomi, estoy seguro de que le diré lo que se ha perdido.

“Te veré allí, poeta,” dijo Shoin.

Rezan sonrió, inclinó la cabeza una última vez, y caminó sin decir adiós.

Después de un rato, Shoin fue al final de los muelles, al final de la ciudad. Habría esperado haber encontrado a Agasha Chieh allí, pero allí estaba. Su figura no estaba cubierta con ilusiones. Ella apareció como realmente era – una sorprendente joven con pelo largo blanco. Estaba sentada en el muelle, mirando al kobune quemándose con una mirada confundida. Shoin se sentó a su lado.

“No lo entiendo,” dijo ella, su voz aún ronca por la batalla de la noche anterior.

“Tampoco yo,” dijo Rezan que estaba a su lado. “Siempre pensé que las prácticas funerarias Mantis eran un poco raras.”

“No me refiero a eso,” dijo ella. “¿Entregaste el informe?”

Shoin asintió. “Naseru sama estaba bastante impresionado, especialmente cuando le conté lo de tu truco con el muñeco de paja. Dijo que ni siquiera tu padre podría – “

Chieh dirigió una dura mirada a Shoin. “¿Sabes por qué siempre altero mi apariencia, Shoin? ¿Por qué me oculto tras ilusiones?”

“Er… no,” dijo Shoin.

“El nombre de mi padre es Agasha Hisojo,” contestó ella.

“¿Tu padre era Agasha Hisojo?” Preguntó Shoin, sorprendido. “He oído hablar de él. Era un gran magistrado, mi tía coincidió con el en un par de ocasiones.”

“Era el más grande, poderoso y famoso magistrado del Clan Dragón,” le corrigió. “Se dice que sin sus negociaciones, los Agasha nunca se habrían unido pacíficamente al Fénix. Incluso cuando los otros Agasha fueron tachados de traidores, mi padre siguió siendo bienvenido por los Kitsuki por su trabajo como magistrado. ¿Tienes idea de lo que es ser la hija de una leyenda no en uno, si no en dos clanes?” Ella miró a Shoin.

“En verdad, si,” dijo.” Recuerda, mi padre fue un héroe en dos épocas diferentes.”

“Y desde que nos conocimos me ha irritado ver lo bien que lo llevas,” contestó ella. “He pasado toda mi vida intentando salir de la sombra de mi padre, para ser más grande de lo que él era, para hacer que la gente me conociera por lo que soy… pero la otra noche casi muero… y ahora no me doy cuenta de eso. Mira.” Ella señaló al Kobune ardiente. Kakau nos mintió, nos engañó, incluso nos saboteó. ¿Pensamos que un acto heroico es suficiente para justificar todos sus actos de maldad?”

“Un acto de maldad suele tirar por la borda una vida de buenos actos,” contestó él. “¿Por qué no habría de funcionar en el otro sentido?”

“¿Por qué?” Pensó ella, mirando el fuego.

“Entonces,” dijo Chieh, mirando condescendientemente a Shoin. “¿Por qué no me dijiste que Akemi era Escorpión?”

“Hay cosas que nunca cambian,” dijo Shoin, moviendo la cabeza.