No Hay Esperanza


por
Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 



“Se dice que incluso los Dragones Elementales temían el poder de nuestro poderoso Emperador. En vez de enfrentarse a su ira, cerraron los Cielos Divinos, dándoles la espalda a los que decían proteger.” –Miya Satoshi, Heraldo Imperial, 1129 por el Calendario Isawa, el Séptimo Año del glorioso Reinado de Hantei XXXIX.



A través del agujero en el cielo, los Dragones Elementales miraban a la tierra que tenían debajo.

 

No estaban contentos.

 

“No hay esperanza,” dijo Tierra.

 

“Jigoku ha ganado,” dijo Fuego, frunciendo el ceño con rabia, mientras vapor salía de sus poderosas mandíbulas.


“Esto no está bien, hermana,” dijo tristemente Trueno. “No tendría que ser así.”


“Muchas cosas no tendrían que ser,” contestó Tierra, su gran cabeza descansando sobre anillos de piedra amontonados. “Pero son. Rokugan está perdido.”


“Hermanos, hermanas, no nos precipitemos sacando conclusiones,” dijo Aire, su sinuoso cuerpo deslizándose entre los de los demás. “Consultemos al Vacío, que estuvo mirando muy de cerca Rokugan durante el último año.”


El Dragón del Vacío se volvió de donde había estado mirando por el agujero en el cielo. Los demás no se habían dado cuenta de su presencia, tan fantasmagórica se había vuelto su cuerpo. No era ningún secreto que Vacío estaba más unido a los humanos que los demás, y había sufrido considerablemente. A su lado estaba sentado Jade, la pequeña criatura que aún no era del todo dragón. Vacío bajó su cabeza en reconocimiento a sus hermanos y empezó su informe.


“Se ha cumplido un año desde que los Truenos cayeron,” dijo Vacío.


“El Señor Oscuro, Fu Leng, se ha declarado a si mismo Emperador de Rokugan. La Traidora Kachiko gobierna a su lado.”


“¿Emperador?” Dijo Fuego. “Necedad. La destrucción es el único deseo de Fu Leng.”

 

“Ya no,” dijo Vacío. “Ha saboreado el poder del Emperador y se ha encontrado con que le gusta. Ha demandado que todos aquellos que antes sirvieron bajo Hantei, ahora sirvan bajo él, o serán destruidos. Los León fueron los primeros. Con los Siete Truenos derrotados, Fu Leng salió de la Ciudad Prohibida, y dio a los ejércitos una única oportunidad de jurar fidelidad. Ikoma Tsunari, que antes lideró a los que servían al Hantei, no se quiso inclinar ante la horrorosa cosa que surgió del Palacio. Ikoma Ujiaki no tenía ese tipo de dudas; golpeó a Tsunari y juró fidelidad a Fu Leng, quien le ordenó atacar a los ejércitos de los Truenos.”


“Seguro que no todos los nobles León servirán al Señor Oscuro,” dijo Tierra, aunque su voz tenía pocas esperanzas.


“No todos, no,” dijo Vacío. “Pero si algunos. Los suficientes. La derrotada Horda de Fu Leng se levantó en contra del mando de Ujiaki. E Día del Trueno se convirtió en un día de matanza. Ikoma Ujiaki se convirtió en el Rikugunshokan de la Legión de Jigoku.”


Vacío se detuvo durante un largo momento, dejando que los demás absorbiesen la terribles noticias. “Los Grulla fueron los siguientes,” dijo. “Los estragos de la Guerra de los Clanes había hecho disminuir bastante sus ejércitos, pero los hijos de Doji no querían rendirse. Una semana después del Día del Trueno, la Legión de Jigoku llegó a Shinden Asahina. El nuevo Campeón Esmeralda de Fu Leng estaba junto a Ujiaki – Doji Hoturi. No llevaba armadura, ostentando orgulloso el agujero que Fu Leng había hecho en su pecho. Kuwanan, señor de los Grulla, se adelantó a caballo para retar a lo que seguramente era otro impostor portando el nombre de su hermano. Hoturi el Despiadado volvió cabalgando una hora más tarde con la cabeza de Doji Kuwanan empalada en la punta de su yari. En menos de una hora, Shinden Asahina ardía. Ese día, los samurai del Clan Grulla murieron.”


“¿No sobrevivió ninguno?” Susurró Aire, deseando no creerlo.


“Uno solo...” dijo Vacío. “Solo quedó un Grulla....”


Los Dragones inclinaron sus cabezas en silencio. Si cayó una lágrima del ojo de Jade, nadie lo mencionó.


“Los Fénix fueron los siguientes,” continuo Vacío. “La Legión derrotó a los ejércitos Shiba como fardos de hierba, pero mientras ellos sacrificaban sus vidas, el Gran Maestro reunió a cuantos shugenja pudo, y organizó un éxodo masivo hacia el norte. El Gran Maestro fue retado por Isawa Tsuke, el caído Maestro del Fuego, muerto en el Día del Trueno, pero ahora revivido por el maho terrible del Emperador. Al lado de Tsuke estaba Kuni Yori, Yogo Junzo, Kitsu Okura, y el misterioso Daigotsu. Naka Kuro no podía enfrentarse al nuevo Consejo Oscuro de Fu Leng. Su alma fue arrancada de su cuerpo y encarcelado en un trozo de obsidiana por Kuni Yori, con una perversión de la técnicas que usaban los Kuni para atrapar los espíritus de los Oni. Aquellos Fénix que le hicieron la reverencia al Consejo Oscuro, se salvaron. Aquellos que no lo hicieron, que fueron muchos, fueron destruidos.”


“¿Y qué pasó con el Clan Dragón?’ Dijo bruscamente Fuego. “No les has mencionado.”


“La suya es una la historia más extraña,” dijo Vacío. “Desde que Hitomi volvió con su gente, la Montaña Togashi se ha visto envuelta en sombra y silencio.”

 
“Aquellos que osan visitar a Hitomi, no retornan. Los Dragón ahora solo son fantasmas. Incluso los oni no van allí.”


“¿Y qué pasó con los demás?” Preguntó Aire.


“Los Escorpión, Cangrejo, los Naga, el Ejército de Toturi, y los Unicornio se reunieron en las Llanuras del Trueno,” dijo Vacío, volviendo a mirar por el agujero en el cielo. “Toturi e Hida Yakamo les lideraban. Todos vosotros sentisteis lo que vino a continuación. Los Elegidos de Fu Leng.”


“Los ashura,” gimió la voz del Dragón Celestial, y siete pares de ojos se volvieron hacia arriba para mirar al enorme ojo de la criatura que sostenía los cielos. El ojo, antes dorado, era ahora marrón oscuro veteado por venas plateadas.


“Si,” dijo Vacío. “La más terrible creación del Emperador, como dedos de la muerte, samuráis fantasmagóricos que planean en el aire, como si a la tierra le asqueara su tacto. Donde se detenían, los samurai se desmenuzaban en polvo, sus alas parecidas a las de las polillas, llevaban el símbolo de la muerte, tan afiladas como una Espada Kaiu. Sus flechas caían trayendo la plaga y la corrupción. Agasha Tamori e Iuchi Karasu combinaron su magia para destruir al ashura más poderoso, pero fueron a su vez destruidos, cuando el impío poder de la criatura estalló. Toturi supo que esta vez no habría escapatoria.


“Entonces fue cuando...”


Vacío se quedó en silencio, no queriendo relatar más la historia.


“Entonces fue cuando tu Oráculo interfirió,” dijo Tierra, un tono acusador en su profunda y baja voz.


“Si,” dijo Vacío. “Isawa Kaeda rescató a los héroes que quedaban.”


“¿Entonces Rokugan está ahora corrupto, como las Tierras Sombrías?” Preguntó Tierra.


“No,” dijo Vacío. “Fu Leng prefiere a sus súbditos incorruptos, para que puedan sentir el terror de su reinado. La Mancha es ahora un regalo que se da a su discreción.”


“¿Alguien ha escapado su dominio?” Preguntó Aire.


“Tres ciudades Naga aún quedan en pie, y las Islas de las Especias y la Seda mantienen una especie de paz,” dijo Vacío. “Fu Leng solo tiene un puñado de barcos, ninguno de los cuales está preparado para atacar las islas. Es ahí donde los héroes se reúnen. Hida Yakamo, Togashi Mitsu, Yoritomo, Horiuchi Shoan, incluso Toturi. Desafortunadamente, las Islas nunca estuvieron preparadas para albergar a tantos. Se basan en incursiones tipo guerrillas, y en la piratería para robar la comida que necesitan.”


“Un amargo final para un samurai,” dijo Fuego.


“Este no es el final,” susurró Vacío, aunque parecía que n incluso él se creía sus palabras.


“Siempre fuiste un iluso,” dijo Fuego con una mueca. “No es extraño que tu Oráculo desequilibrase los elementos al actuar directamente.”


“¡IDIOTA!” Rugió repentinamente el Dragón Celestial, agitando los Cielos. “¡Ya no importa! ¡Ya no hay equilibrio! ¡Mil años de oscuridad consumirá a Rokugan! Debemos cerrar el agujero en el cielo, y darle la espalda a los mortales.”


“¿Quieres que les abandonemos?” Dijo Vacío.


“No tenemos elección,” dijo Trueno. “No podemos arriesgarnos a que Fu Leng también conquiste los Cielos.”


Vacío dejó caer su cabeza, sus ojos, parecidos a las estrellas, brillando. “No puedo abandonar a Kaede. Iré al reino mortal y me quedaré con ella.”


“Eres demasiado débil, Vacío,” dijo Trueno. “Quédate aquí, y deja que yo la proteja. Deja que Isawa Kaede sea el Oráculo del Trueno.”


“Estarás solo, Trueno,” dijo gravemente Tierra. “No te podremos ofrecer ayuda una vez que los cielos se sellen.”


“No necesitaré ninguna,” contestó Trueno descaradamente. “Cuando volváis, me encontraréis esperándoos, o me encontraréis muerto.”


“Que así sea,” dijo el Dragón Celestial. “Cuando vuelva nuestra hermana Agua, Trueno se irá, y el agujero se cerrará. Los Cielos Divinos estarán cerrados a Rokugan durante mil años.”


El Gran ojo de Dragón Celestial se cerró. Esta discusión se había acabado. Los Dragones Elementales se fueron cada uno por su lado, volviendo a sus respectivas y enigmáticas vidas.


“¿Donde ha ido Agua?” Preguntó con curiosidad el pequeño Jade, sus ojos fijos en los del Vacío.


“A devolver lo que hemos cogido,” susurró Vacío.


“¿La geisha?” Preguntó Jade.


Vacío asintió. “Ahora ella no pertenece a este lugar.”


“Eso es triste,” dijo Jade. “Trueno dijo que su hijo podría ser el mayor héroe del Imperio.”


“No te desesperes aún, Jade,” dijo Vacío, mirando hacia Rokugan por última vez. “Creo que el Imperio necesita, ahora más que nunca, héroes.”