Sin Arrepentimiento

La última historia de Kachiko

by John Wick

Traducción de Mori Saiseki



Yojiro estaba delante de las escaleras, los ojos llenos de preocupación.


”Mi Señora,” dijo, su voz no queriendo salir de su garganta. “No puedo recomendaros que sigáis por ese camino.”


”No recuerdo haberte preguntado por tu opinión o por tus recomendaciones, samurai.” Ella puso el ultimo objeto en su bolso de mano, que ató a su obi.


El se inclinó mucho. “Perdón, Señora. No era mi intención ofenderos.” Entonces se dio la vuelta y miró a la escalera de piedra que conducía hacia abajo, a la cueva que albergaba el lago. Ella vio su aliento, sintió el aire frío que entraba desde la cueva. Se dio otra vez la vuelta para mirarla. “Si mi Señora esta segura – “


”Lo estoy.” Ella dio un paso hacia delante y bajó la mirada.  Adelantó su brazo, posando las yemas de sus dedos en la parte baja de su mentón. “Tan segura como cuando te di tu regalo.”


Ella le subió el mentón para que sus miradas se encontraran. “Ya no eres el hombre joven que entonces eras, Yojiro.”

 
El agitó su cabeza. “No.”


”El Escorpión Honesto, realmente.” Se paró, mirándole a los ojos. Estaban mojados y llenos de dolor. “Ahora les guiarás, Yojiro-sama,” dijo ella. “Necesitan hombres como tu.”


Sus palabras hubieran tenido más fuerza si hubieran sido acompañadas por una sonrisa, pero su propio miedo le impidió ese lujo. Ya no tenía más sonrisas. Ni siquiera una falsa, para engañar a un Escorpión de corazón blando.


En su lugar, dejó que sus labios le dieran un obsequio diferente. Suave, dulce y rápido. El tembló bajo el peso del beso. Entonces, ella se giró – dejando que las yemas de sus dedos surcaran su piel mientras se giraba – y le dejó atrás, en lo alto de las escaleras.


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Llevaba dos recuerdos con ella al adentrarse en la cueva.


El primero era aquello que Yokuni le dijo hace tanto tiempo.


Mientras estaba sentada bajo ese muro, mirando hacia el castillo que contenía al dios loco que era el Emperador, su voz cayó sobre ella como un relámpago.


”Tu eres Shosuro,” le dijo. “Lo llevas en tu sangre.”


Ella agitó su cabeza. “No lo entiendo.”


”La sangre no es corrupta. Es pura. Solo las acciones de los hombres hacen que la sangre esté manchada. Asesinatos, maho. Estas son las cosas que ensucian la sangre.”


”¿La sangre?” preguntó ella.


”Todos somos iguales, Señora del Escorpión, “ dijo. “A todos nos ata la sangre. Algún día, tu lo entenderás.”


El segundo era algo que Hoturi le había dicho, mucho tiempo atrás.


Estaban juntos, sus cuerpos apretados el uno contra el otro, con el frío aire nocturno, y las frías sabanas tocando su piel. Él le contó la historia de dos amantes y como el chico fue capturado por una bruja. La chica tuvo que adentrarse en el bosque y reconquistarle.


”¿Como lo hizo?” ella le preguntó, mirando dentro de sus profundos ojos oscuros.


El sonrió. “La bruja le hechizó de tal manera, que le hacía parecer cosas que no era. Durante todo el rato en el que ella le estuvo buscando, estaba justo delante, pidiéndola que le tocara, que le abrazara.”


Ella le tocó ligéramente su cara. “¿Eso es todo?”


El sacudió su cabeza. “No es tan sencillo como parece. ¿Tocarías a una araña que pudiera hablar?”


Ella se inclinó y le besó suavemente. “Si hablara con su voz, mi señor, lo haría.”


El rió suavemente. “¿Y si fuera un kumo, usando magia que hiciera que su voz pareciese la mía?”


Ella le besó otra vez. “Yo sabría la diferencia.” Ella cogió su pelo con su mano y le preguntó, “¿Cómo acaba la historia?”


”Ella estuvo buscando durante toda la noche y no le encontró. Y el se convirtió en esclavo de la bruja.”


Ella frunció el ceño. “Niña idiota. Yo te hubiese salvado.”


El la abrazó con más fuerza, susurrando en su oído. “Se que lo hubieses hecho.”


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Por supuesto, cuando llegó el momento, no pudo.


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La luz azul del lago se reflejaba en las paredes de la cueva. Ella se sentó justo al borde, temblando. El aire frío atravesaba su kimono, su piel y músculos, hasta llegar a sus huesos. Consiguió que sus dientes no castañearan, mascando pequeños dulces.


Los he evitado toda mi vida, pensó. Cogió otro de su bolso, lo metió en su boca y lo masticó, haciendo que el dulce sabor del caramelo pasara hasta su lengua.


No había razón alguna para seguir evitándolos.


Cuando la bolsa estaba vacía, suspiró, y se encogió de hombros.


”Este es tan buen momento, como cualquier otro,” susurró.


Sacó un pequeño cuchillo de su bolso y tiró la funda. Miró a la hoja, a su mano derecha, y después a las aguas azules. Tragó una vez. Pasó su lengua por el paladar. Sintió que sus dientes volvían a castañear.


”Ahora,”, susurró.


Y pasó la hoja a lo largo de su palma.


Solo dos veces había sentido antes el dolor de una hoja. Había oído que el dolor era menor con cada experiencia. Supuso que era otro truco de los sensei.


El corte era como fuego, y ella cayó al suelo. Sus rodillas dieron fuertemente con la tierra y casi gritó. Arrojó lejos de si el cuchillo, y apretó fuertemente su mano herida. La sangre fluía a través de la herida, goteando en el suelo. Apretó más fuerte.


”Aquí estoy, Shosuro,” susurró a las sombras de la cueva.


”Ven a por mi.”


Solo necesitó esperar un momento.


Sombras empezaron a moverse alrededor suyo, fluyendo como su sangre fluía en su mano. Ella se volvió a quejar de dolor, mientras el frío del miedo remplazaba al frío del aire.


La sombra no se formaba, pero se arremolinaba alrededor suyo como una bruma hambrienta.


Te conozco, dijo.


”Y yo a ti,” ella contestó.


Tu eres yo, dijo.


”Y yo soy tu,” ella contestó


Solo uno de nosotros puede ser yo, dijo.


Ella agitó su cabeza. “Que equivocada estás.”


Volvió a levantar su mano y apretó. Esta vez, las gotas de su sangre cayeron a las quietas aguas azules.


Las aguas temblaron.


Y algo se despertó.


”SHOSURO,” susurró el lago.


La sombra vaciló como un animal herido.


”SHOSURO,” volvió a susurrar y la sombra se alejó.


Pero Kachiko extendió su mano ensangrentada y la agarró – y la sombra estaba más fría de loque ninguna cueva podría estar. Más fría que el hielo.


Incluso más fría que el abrazo de un dios loco.


Pero siguió agarrada. Fuertemente.


”Tu eres yo,” le dijo a la sombra. “Y yo soy tu.”


¡NO! gritó la sombra. ¡NO! ¡AHORA NO!


Kachiko asintió. “Si. Ahora.”


”¿SHOSURO?” preguntó el lago, con voz confundida.


La sombra se retorcía en su mano, transformándose en una araña con un millón de patas y un millón de ojos y un millón de mandíbulas. Pero Kachiko la siguió agarrando fuertemente.


”Yo soy tu, y tu eres yo,” la dijo. “No podemos hacernos daño el uno al otro.”


Entonces, la sombra se transformó en un dragón de garras y dientes como cuchillas.


Kachiko agitó su cabeza. “Engáñate a ti misma si quieres, pero no me puedes dañar.”


¡Somos uno!


”¿SHOSURO?” rogó el lago. “¡SHOSURO VUELVE A MI!”


Ella se giró y dio un paso hacia el lago. “Nuestro señor nos llama, Señora. Es hora de que vuelvas al amor que hace tantos años dejaste atrás.”


¡NO! ¡NO! ¡NO!” gritó la sombra.


Kachiko asintió. “Si. Es el momento.” Su pie izquierdo encontró el agua, que tiraba hacia adentro.

                       
”¡SHOSURO!” les llamaba.


Kachiko dio otro paso, la sombra gritando y tirando mientras lo hacía. Toda la oscuridad fluía con ella, dejando la cámara llena de una luz azul brillante.


Cuando llegó a su cadera, la sombra había adquirido una última forma. La de una mujer joven.


Kachiko miró su cara, muy serena ahora. Muy quieta.


Por favor,” suplicó. “Por favor. Somos uno. Te puedo dar lo que quieras.”


Ella agitó su cabeza. “Lo único que quiero, tu no me lo puedes dar,” dijo.


Fue entonces cuando las aguas se levantaron, muy por encima de su cintura. Hacía frío, pero era caliente. Ella resbaló en las rocas del fondo y cayó sobre sus rodillas, la mano de la sombra todavía sujeta por la suya.


El azul del lago estaba por doquier, ahogando todas las sensaciones. Kachiko quedó sorda por su estruendo, cegada por su brillo. Heló su piel y llenó su boca con el sabor de agua dulce y amarga tristeza: una soledad que duraba siglos.


”SHOSURO,” rogó el lago.


”Kachiko,” dijo otra voz.


Miró hacia arriba. Y él estaba de pie en la orilla.


Ella se dio la vuelta. La sombra seguía agarrada por su mano, gritando al lago.


Kachiko se volvió al hombre que estaba en la orilla del lago.


”Di mi nombre otra vez,” le dijo.


El hombre sonrió. “Kachiko,” dijo.


”Otra vez,” ella le pidió.


Por tercera vez, pronunció su nombre.


”Kachiko.”


Sus labios temblaron. Sintió como sus ojos se ablandaban. Pero seguía agarrando fuertemente a la sombra.


Cuando le miró, por primera vez desde que ella bajó a esta cueva, se dio cuenta de algo que la estremecía más de lo que cualquier sombra o kami podría conseguir.


Abrió sus labios para decirlo, pero su voz la falló.


Pero él asintió. Los dos lo entendían.


Nunca volveremos a estar juntos.


Ella supo en ese momento que era lo que la había mantenido viva durante ese viaje a la tierra del fuego, arena y calor. Supo que era lo que la había mantenido viva cuando el ronin le abrió el cuello. Supo lo que la había mantenido viva cuando su Clan fue traicionado por lo que no tenían el coraje para enfrentarse a ella. Y supo por qué tenía el coraje para bajar hasta este algo y hacer lo que era preciso.


Era el saber que un día, estarían juntos. Para siempre.


Nunca estaríamos juntos otra vez.


Ella le miró mientras las aguas subían hasta su pecho. La sombra fue ahogada por las aguas del lago, pero ella no la soltó. Ella le vio de pie en la orilla del lago, sus manos sujetando su lanza, su cara ensangrentada por una batalla. 


Luchó para poder atravesar la puerta, pensó ella. Para estar aquí. Aquí conmigo.


Justo en ese momento, ella encontró una última sonrisa.


”Vacilaste,” dijo ella, lagrimas cayendo por sus mejillas.


El sonrió. Esa preciosa sonrisa.


Entonces, las aguas cubrieron su cabeza.


Y no había nada.


Ningún dolor.


Ninguna lagrima.


Ningún arrepentimiento.