Sobre Gaijutsu


por
Ree Soesbee

 

Traducción de Mori Saiseki

 

Hitomi descansa en su trono de marfil, la mano de piedra descansando suavemente contra su fría mejilla. Quizás lleve ahí un día, cien días, mil vidas... o quizás sea esa la ilusión. El tiempo pasa. Ahora está Togashi sentado sobre el trono, su arrugada cara ennegrecida por obsidiana. Los ojos son iguales. Ahora, la luz de la luna se refleja en el cristal del cuerpo de ella.

“Relátame una vez mas la historia, y te dejaré marchar...” promete ella.

Si. La diré lo que ha preguntado, y cuando haya acabado, los ojos de Togashi no me mirarán más desde dentro de su cara. Los ojos del Padre. ¿Dónde estás ahora, Togashi, padre de todo, me pregunto?

Los ojos de ella son mi única respuesta.

Fui criado al lado del kami, y conocí su secreto desde el día que nací. Dicen que los hijos del Sol no tienen piedad, pero sé que eso es falso. Fue un padre para mi. Ero todo lo que veía en el mundo. La única memoria visual que tengo es la de su cara.

La cara de Togashi.

“El niño morirá,” habían dicho los sirvientes, pero cuando Togashi entró en la habitación, guardaron silencio. Después de que los labios del bebé fuesen manchados con su sangre, el Campeón susurró, “Tiene mucho que hacer...”

Cuando llegó la epifanía, yo llevaba la ansiedad ya que él me dijo que podía. Mientras otros luchaban con espadas o hechizos, yo luché con visiones.

El sol brillaba y un resplandeciente cielo estaba sobre los palacios Mirumoto. Pájaros volaban por encima y un rugiente río bajaba por la ladera de la montaña, pero el viejo Gaijutsu no vio nada de ello. Solo el zumbido de alas, el sonido del agua rompiéndose contra las rocas, este era su mundo. Conocía cada crujiente rama y hoja que caía, aunque no podía ver ninguna de ellas.

Las memorias de Gaijutsu pasaron ante él, mientras el caliente sol de verano tocaba su piel. Tras él, una pisada le avisó de la llegada de ella. Esperó hasta que sintió su joven mano tocar la suya, y escuchó su voz reír en su oído, “¡Te cogí, abuelo!”

“Hitomi,” sonrió, tocando su cara con la yema de sus dedos. “Lo hiciste. No te oí llegar.” Casi tenía siete años. Él casi sesenta, y el sol había marchitado sus viejos huesos.

“¿Qué estás haciendo, abuelo?” Preguntó ella, sentándose en la hierba junto a él.

“Mezclando los colores de mis tatuajes.” La enseñó los fuertes rojos, brillantes azules y pálidos verdes, conociendo a cada uno por el tacto, y por otro sentido. Sentido de la visión. Las preguntas de ella eran rápidas e inteligentes, y sus dedos tocaron con deseo los colores. “¿Puedes ver los colores, abuelo?”

Gaijutsu sonrió. “No, niña. Pero no tengo que verlos para saber que son bellos.”

“¿Abuelo, das a todos los ise zumi sus tatuajes?”

“Si, mi niña. Ese es mi sitio aquí.” Sus manos movieron un rico naranja de las hierbas de su cuenco de madera, y sonrió ante su frío tacto.

“¿Cuando me harás uno?” Volvió a reír, pero su risa fue cortada por un sonido en el bosque. La cabeza de Gaijutsu se volvió, instintivamente, y vio a Togashi salir de la sombra del árbol.

Era siempre desconcertante, pensó Gaijutsu, aún después de tanto tiempo. Su mundo era una oscuridad viva, un vacío lleno de sonidos y tactos, pero vacío de vista. Nunca había visto un árbol o un río, nunca había sabido como era un caballo, o visto la cara de su hijo. Pero siempre, en la oscuridad, podía ver a Togashi. Sin una explicación, esa intrusión desde la nada era surrealista, pero durante sesenta años, Gaijutsu había aguantado su presencia.

Si Togashi habló, Gaijutsu no le oyó. La voz no estaba en su oído, sino en su mente. El sonido era tan profundo como las raíces de las montañas, recubierta por capas de edad y cansancio. “Qué, quieres un tatuaje, Mirumoto Hitomi-san,” preguntó el Campeón.

Valiente para su edad, Hitomi se inclinó como la había enseñado su hermano, y susurró, “Yo... yo quiero ser un ise zumi, como mi abuelo.” Gaijutsu sintió como su mano apretaba la suya al acercarse Togashi. Aunque no podía ver a la chica, vio el cariño en la cara de Togashi, al mirar este hacia un pequeño punto en la oscuridad que rodeaba al viejo hombre.

“Amas mucho a tu hermano mayor, Hitomi-san.” Las palabras no eran una pregunta, pero Gaijutsu sintió como su nieta asentía. “Entonces, en el día en que celebre su aniversario de bodas, te daré lo que pides.”

Ese día era dentro de tres semanas.

Sintió como Hitomi se inclinaba, pero el movimiento era breve, y lleno de emoción. “¿Togashi tatuaría a alguien tan joven?” Pensó Gaijutsu, asombrado, y en su mente, la cara de su Señor se volvió hacia él.

No será joven durante mucho tiempo más. Con eso, Togashi se fue, y la ausencia de su presencia era un vacío en la oscuridad.

“Su máscara me asusta.” Susurró ella, abrazando a Gaijutsu por su cuello.

Hasta ese momento, Gaijutsu nunca había sabido que para los demás, el Campeón del Dragón llevaba máscara.

¿Como la puedo ver? La pregunta deseaba ser preguntada, pero Gaijutsu no se movió de su asiento en el frío suelo de madera. Al pie del trono de marfil, miró a la cara de su nieta.

Nunca supe que era tan bella.

Su fría piel de alabastro brillaba con la luz de una distante luna, y su suave pelo negro caía largo, por debajo de sus hombros. En su kimono plateado, los dobleces suavemente cubriendo las curvas de su musculoso cuerpo, Hitomi parecía una Emperatriz – como la propia Madre del Cielo. Debía de tener muchos pretendientes, ahora que era la Campeón del Dragón, pensó Gaijutsu. Nunca la podía ver cuando era una niña – solo estaba Togashi.

Pero ahora se ha ido, y nuestros modos se han ido con él.

Abuelo, sabes lo que te tengo que pedir. Su voz resonó, como antes hacía la de Togashi, en el vacío que rodeaba su mundo. Es la hora.

Gaijutsu asintió. “¿Se han ido todos los demás? Todos los ise zumi. Que desperdicio tan terrible...” Le dolían sus huesos, aunque era suave el almohadón sobre el que estaba arrodillado. Durante un momento, su mente se quedó en aquel lejano día, cuando el sol había calentado su piel, y la risa de su nieta resonaba en el viento.

Les ofrecí una elección. Aquellos que no quisieron servirme me han traicionado. Pero no les cazaré.

“Lucharán contra ti.”

Lo sé.

“No creen que tengas el derecho a tomar los grandes secretos de Togashi. Quizás tengan razón...” Los ojos de ella, amarillos y verdes con la luz del universo, miraron a su alma. “Si haces esto, nieta, puede significar la muerte del Dragón...” Ella no dijo nada.

Y la vida de una nueva época.

“Soy demasiado viejo, Hitomi-chan. Demasiado viejo para comprender más cosas. Estoy demasiado cansado como para hacer el viaje hasta el monasterio, y no quiero dejar las montañas donde nací. Si Togashi está muerto, deja que siga a mi Señor hacia la oscuridad. No quiero que vaya solo.” Las palabras eran difíciles de pronunciar, pero la sonrisa de ella aligeró su carga. “Deja que mi muerte sea honorable.”

La sonrisa de Hitomi calentó su anciano corazón, y sintió como sus frías manos tocaban las suyas.

Un rápido dolor le llegó desde atrás, y el mundo explotó con luz de las estrellas. Levantó sus brazos, y de repente, pudo ver – la luna, las montañas, sus propias manos cubiertas con la rica y espesa sangre de Togashi. Tan bella, susurró, pero sus palabras se perdieron al hincarse el sol naciente. Levantó una mano para coger la de ella, y Hitomi le llevó al borde de los Divinos Cielos. Descansa en paz, Abuelo. Siempre estarás conmigo.

Y luego ella desapareció, y la luz se cerró alrededor suyo, para siempre.