Pactos

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

            Algunos días, Hantei Naseru casi estaba contento de que Otosan Uchi hubiese sido destruido. Era una sensación pasajera, por supuesto, y una que le causaba una enorme sensación de culpabilidad. Después de todo, Otosan Uchi había sido su hogar, y muchos amigos, o al menos aliados, habían perdido sus vidas cuando la ciudad ardió. Casi todos los días echaba de menos su hogar. Pero si no hubiese ocurrido esa tragedia, con toda seguridad no hubiese llevado su corte a Ryoko Owari Toshi. Y la llamada Ciudad de las Mentiras era un sueño hecho realidad.

            Todos tenían secretos. Cada kimono tenía una espada escondida. Veneno goteaba de las lenguas de los traidores, y manchaba el té de los poco precavidos. Estúpidos cambiaban mentiras y engaños como si fuesen monedas, sin pensar en que podían ser manipulados con la misma facilidad con la que ellos manipulaban a otros. Para Naseru, era la mayor cancha que jamás había visto antes.

            Por el momento, las cosas estaban relativamente en calma. Bayushi Kaukatsu había vuelto a casa para ocuparse de unos asuntos personales, y en su ausencia, muchos otros había tomado esa oportunidad para hacer lo mismo. Bajo circunstancias diferentes, Naseru hubiese organizado algún evento importante, durante la ausencia de Kaukatsu, solo para demostrar al arrogante Escorpión quién era el señor aquí. Pero las relaciones entre Naseru y el Canciller habían mejorado últimamente, y no había razón en este momento para enemistar sin sentido al viejo cortesano. En vez de eso, planeaba ocuparse de algunas peticiones para encuentros personales, que se habían ido acumulando desde hacía tiempo. Algunos llevaban esperando semanas e incluso meses. Era lamentable aplazarlos durante tanto tiempo, ya que con toda seguridad estaba sacrificando potenciales aliados al hacerlo, pero bajo circunstancias normales, su agenda simplemente no podía permitir más de uno o dos a la semana.

            Ahora que tenía un día completo de reuniones, que posiblemente le aburriesen sobremanera, Naseru estaba disfrutando de un agradable paseo a través de la ciudad, dirigiéndose a su salón de audiencias. Aquí y allí, había samurai por las calles, perdidos en sus propias maquinaciones. Casi podía ver los complots bullendo y creciendo en sus mentes. La primavera era su estación favorita del año. Habiendo hibernado todo el invierno, la ambición florecía y daba frutos durante la primavera hasta el verano. Y Ryoko Owari era un jardín tan bonito.



            Naseru suprimió un suspiro cuando la sonriente enviada Unicornio dejó la habitación. Era una chica preciosa, pero desesperadamente, no tenía ni idea de la verdadera naturaleza de lo tratados y alianzas en Rokugan. A menudo se preguntaba como un clan que había producido un hombre tan brillante como Ide Tadaji, parecía tan inepto en asuntos de la corte. Tadaji-sensei había sido una gran inspiración para el joven Hantei Naseru, y fuera de la tutela bajo el Crisantemo de Acero, no había tenido un maestro mejor. Al contrario que con Hantei XVI, Naseru no había deseado la muerte violenta de Tadaji. Mirándole trabajar entre los cortesanos de la corte de su padre, había sido una experiencia reveladora. Desgraciadamente, el único otro Unicornio que le había impresionado era el Michisuna, el alumno de Tadaji, que tenía algo de la percepción e instinto de su maestro, y el caído en desgracia daimyo Shinjo, Shinjo Shono, que era tremendamente ingenuo, pero un orador impresionante. Antes también le había impresionado Moto Chagatai, pero eso era antes de que el Khan se hubiese unido a Kaneka. Claramente, Naseru había sobreestimado a Chagatai.

            Aclarando sus pensamientos, Naseru se concentró en el siguiente asunto que tenía ante él. Un representante Fénix, aparentemente, hablando por la familia Shiba. Al menos no tendría que tratar con el desesperadamente aburrido Shiba Yoma. Yoma tenía engañada a casi toda la corte, haciéndola creer que era un hombre magnánimo, haciendo un deber sagrado al representar la voluntad de los Maestros Elementales, pero Naseru sabía que no era así. Había algo bajo la superficie de ese, algo que tenía muy bien escondido. Quizás otra alianza, o quizás un oscuro secreto que deseaba mantener escondido. En su momento, cometería un error. Entonces pertenecería al Yunque.

            “Naseru-sama,” dijo un tenue voz en la entrada de la habitación. Naseru miró al guardia. No era frecuente que uno de ellos entrase en la habitación sin que él se lo hubiese pedido expresamente. Sabían que no le gustaban las interrupciones. “Señor Naseru,” volvió a empezar el guardia, “hemos recibido un mensaje de vuestro próximo visitante. El representante Fénix nos ha hecho llegar la noticia de que no se podrá reunir con vos hoy. Una dolencia le dejó postrado anoche.”

            “Que desafortunado,” dijo Naseru. “Será difícil que pueda volver a concertar otra entrevista sin tener que esperar bastante. Una pena.” Miró al guardia. “¿Ha llegado alguno de los siguientes? Quizás pueda ver a alguno de ellos.”

            “No, mi señor,” contestó el guardia. Miró hacia abajo, obviamente avergonzado por algo.

            “¿Qué te preocupa?” Preguntó Naseru.

            “Mi señor, vino antes un extraño, pidiendo veros. No llevaba colores o anagramas de clan, por lo que hicimos que se fuese. No tenía concertada una audiencia.”

            “Eso no es inusual,” dijo Naseru, volviendo a sus pergaminos. “¿Dijo algo importante?”

            “Si, mi señor,” contestó el guardia. “Dijo que os traía un regalo. Y dijo que os dijéramos que traía saludos de Kakita Marui y de Doji Eloka.”

            Naseru miró fríamente al guardia. “Encontrarle. Ahora. Traerle aquí.”

            “Si, mi señor,” dijo el guardia, sus ojos muy abiertos. “Ahora mismo.” Desapareció de la habitación, mientras Naseru rápidamente recogía los pergaminos de la reunión anterior, y los guardaba. Apenas tuvo tiempo de terminar antes de que reapareciese el guardia. “Estaba esperando en la calle, mi señor. Me pidió que os trajera esto.” El guardia levantó un pequeño paquete envuelto cuidadosamente en papel de arroz de color granate.

            Naseru asintió y le hizo una señal al guardia para que se acercase. El joven hombre, no tenía más de veinte, dejó el paquete en su mano, y luego retrocedió a una distancia respetable, con su cabeza inclinada, para n poder ver lo que contenía el paquete. Naseru lo desenvolvió con su típico cuidado, buscando escondidas agujas envenenadas entre el envoltorio. Desde hacía años que no había recibido un paquete con una trampa así, pero prefería no arriesgarse. Una vez que había abierto el paquete, Naseru se quedó sin respiración por un instante. Miró al guardia. “Hazle entrar, y cierra la puerta. Estate preparado por si te llamo.”

            “En seguida, mi señor,” dijo el guardia, saliendo instantáneamente. Unos momentos más tarde, un hombre pesadamente envuelto con gruesas túnicas de color rojizo entró en la habitación. Sus manos estaban metidas en las voluminosas mangas de su kimono. Sus rasgos eran oscuros, pero no de una forma poco atractiva.

            “Buenos días, Hantei Naseru-sama,” ofreció el hombre en un tono alegre y frívolo.

            “¿Como es que conoces a Marui y a Eloka?” Demandó Naseru.

            “Tengo una bastante beneficiosa relación con el Oráculo Oscuro del Aire,” contestó el desconocido. “Hay poco que ella no ve. Los asesinos Grulla que mandasteis tras vuestro hermano Kaneka es uno de los muchos secretos que ella me ha susurrado.”

            “Kaneka no es mi hermano,” contestó heladamente Naseru. “Tienes un gusto extraño para los regalos,” añadió, sacando el serrado trozo de cristal del paquete que acababa de desenvolver. “Debo decir que hay pocos que apreciarían el significado de tan especial objeto.”

            El desconocido sonrió. “Pensé que podríais apreciar un souvenir. Estoy bastante seguro de que os marchasteis con tanta prisa que no tuvisteis tiempo para hacer turismo.”

            Naseru dejó el cristal junto a su asiento, y le hizo un gesto al desconocido para que se sentase frente a él. “Entonces, sabes lo que pasó en la Ciudad de la Noche. Raro, considerando que había muy poca gente presente en ese momento, y tú no estabas entre ellos.”

            El desconocido no hizo ademán de sentarse. “Mi señor no es de los que permite que eventos así pasen desapercibidos.”

            “Que perceptivo tiene que ser tu señor.”

            Otra vez, había esa extraña sonrisa. “Si, mucho. Y me ha mandado hasta vos para haceros una oferta. Una oferta digna de un Emperador, se podría decir.”

            “No soy Emperador,” dijo firmemente Naseru.

            “No, no lo sois. Pero lo podéis ser. Y si ascendéis al trono,” el desconocido se inclinó como para conspirar, “esta oferta os hará ser muy amado por vuestro pueblo.”

            “Basta,” dijo Naseru. “Tu regalo no me ha puesto de humor para juegos. ¿Quién es tu señor?”

            “Daigotsu, Señor Oscuro de las Tierras Sombrías.” El hombre levantó su mano izquierda, la palma hacia abajo. Ahí, encima de la muñeca, un único ojo miraba a Naseru tras un espesa tela blanca.

            Si el desconocido había esperado una dramática reacción, estaría decepcionado. Naseru sintió alarma por la noticia, pero no mostró nada. “Interesante. Había oído que en algún momento, Daigotsu intentó negociar algo con el Cangrejo. No sabía que su influencia se extendía más allá de sus tierras.”

            “Daigotsu está en todos lados,” dijo el desconocido con una extraña intensidad. “No hay nada que no pueda coger.” Había algo en su voz, algo vagamente fanático.

            Naseru despreciaba a los fanáticos. Eran muy difíciles de manipular. “Vale,” dijo, sonando algo aburrido. “Soy un hombre ocupado. ¿Qué mensaje manda tu señor?”

            El desconocido dudó un momento, como confundido por la respuesta de Naseru. “El Señor Oscuro conoce vuestras experiencias en la Ciudad de la Noche. Fue bastante traumático, o así tengo entendido. ¿Perdisteis a alguien cercano a vos?”

            “Si,” contestó Naseru. No había razón para negarlo.

            “Y un hombre que ha visto lo que vos habéis visto, es un hombre que entiende los peligros de confrontar un poder así. Sabéis que terrores pueden ser soltados sobre el mundo de los hombres, ¿no es verdad? Un verdadero Emperador nunca desearía que su pueblo experimentase cosas así.”

            “No,” estuvo de acuerdo el Yunque. Pensó en su padre, y en como había dedicado su vida a proteger a la gente de Rokugan.

            “Daigotsu desea ofreceros la seguridad de poder prevenir exactamente ese tipo de dolor,” dijo el desconocido, su voz un susurro seductor. “El Imperio y las Tierras Sombrías no tienen porque ser enemigos. Todo lo que tenéis que hacer es dar vuestra palabra de que los ejércitos de Rokugan no entrarán en las Tierras Sombrías, y a cambio, las legiones de Daigotsu se quedaran lejos del Imperio. ¿Qué podríamos desear de vuestro mundo? No es nuestro, y no nos quiere. ¿Y para qué querríais nuestro mundo? No hay razón por la que debamos hacer la guerra entre nosotros. No tiene sentido.”

            “¿Tu señor se condenaría a vivir en la tierra salvaje?”

            El desconocido volvió a reír. “¿Pensáis que las Tierras Sombrías no son más que una retorcida tierra salvaje? No, Naseru-sama, Daigotsu no haría una cosa así. Ha construido una gran ciudad en el corazón de las Tierras Sombrías, una ciudad de Obsidiana, igual que Otosan Uchi era una ciudad de esmeraldas.”

            “Una ciudad de los Perdidos,” dijo Naseru.

            “Si, una gran capital para el oscuro imperio de Daigotsu. Claramente un hombre como vos puede apreciar la necesidad de la civilización. No somos unos locos hambrientos. Al menos no todos, y aquellos peligrosos para los demás tienen sus energías canalizadas de una forma productiva. Podemos ser vuestros vecinos, incluso aliados, si nos dejáis. Podemos coexistir en paz, aunque no entrañablemente.”

            “Los Cangrejo se opondrían a un acuerdo así,” observó Naseru.

            “Los Cangrejo no pueden llegar tan dentro de las Tierras Sombrías como para encontrar nuestra ciudad. Con la escasez de jade que está experimentando el Imperio, ningún ejército lo suficientemente grande como para tomar nuestra ciudad, podrá llegar hasta ella,” contestó el desconocido. “No pueden traspasar el muro que hemos erigido para mantenerles fuera. La tierra salvaje que hay en medio… pueden viajar por ahí si así lo desean. Hay cosas peores que los Perdidos con los que tendrán que tratar. De cualquier modo, no pueden llegar a la ciudad.”

            “Debe estar muy claro lo que estamos negociando,” dijo Naseru mientras se levantaba y paseaba por la habitación. “Tu señor ofrece un pacto de no-agresión, así como una promesa de una relación más civilizada entre su gente y mi pueblo.”

            “Si, si, exactamente eso.”

            “¿Qué seguridades tengo, de que simplemente no emplearéis el tiempo en amasar un ejército lo suficientemente grande, como para asediar Rokugan?”

            “¿También tendréis tiempo, no es verdad?” Preguntó el desconocido. “No somos tan ingenuos como para creer que no reforzaréis vuestras fuerzas durante el tiempo de paz.”

            La mirada del Yunque era de acero. “No creo que las Tierras Sombrías estén interesadas en un acuerdo de paz eterna.”

            “No,” admitió fácilmente el desconocido. “¿Pero qué tratado dura para siempre? Desde luego, no en Rokugan.”

            Naseru volvió a rascarse el mentón, su frente arrugada. “Me inclinó a estar de acuerdo con un pacto así, con el entendimiento de que durará hasta un lejano futuro. Después de todo, si tu señor no puede cumplir su palabra, entonces habremos tenido tiempo suficiente como para preparar nuestras defensas. Y eso beneficia en ultimo término a la gente de Rokugan. Les evitaremos muchos sufrimientos.”

            La sonrisa fantasmagórica del desconocido reapareció. “Sabía que seríais el más razonable de los Cuatro Vientos.”

            “Si te tengo mi promesa, entonces necesito a cambio una muestra de confianza.”

            Ahora había silencio por parte del desconocido. “¿Qué deseáis?” Preguntó finalmente.

            Naseru abrió sus manos, señalando la habitación. “Te he aceptado en mi hogar. Te he tratado como a cualquier otro representante, y llegado a un acuerdo que beneficia a ambas partes. Me merezco la oportunidad de pedir lo mismo.”

            “No entiendo.”

            “Es muy simple,” contestó Naseru. “Necesito saber donde puedo mandar mis embajadores. Si necesito una audiencia con tu señor, ¿como puedo saber donde encontrarle?”

            “A,” dijo el desconocido. “Lo entiendo. Deseáis saber la ubicación de la Ciudad de los Perdidos.”

            “Creo que es justo. Después de todo, no tengo ejércitos que enviar. No represento ninguna amenaza militar para Daigotsu.”

            “Si,” pensó el desconocido. “Si, creo que estaría de acuerdo. Y sería posible que un pequeño grupo llegase a la ciudad si tuviesen suficiente jade, y protección mágica.” Masculló algo en un idioma que Naseru no entendió. “Abrir vuestra mente, Naseru-sama.” Levantó su mano izquierda, y el ojo que había en su muñeca miró hacia Naseru.

            Una visión atrapó al Yunque. Volaba sobre la tierra, como lo podía hacer un pájaro, viajando al sur por las provincias Cangrejo a gran velocidad. La Ciudad de los Perdidos se irguió ante él, al sureste de las provincias Hiruma. Vio enormes edificios de obsidiana, barracones, incluso puertos. Y en el centro de la ciudad, un gran templo. Luego, la visión se desvaneció. Tomó aire para serenarse, y luego volvió su atención hacia el hombre que le esperaba pacientemente. “Habéis sido un invitado exquisito, desconocido,” dijo. “Tu oferta es muy generosa, y sirves bien a tu señor.”

            “Muchas gracias, Naseru-sama,” dijo el hombre, inclinándose.

            “Prometiste comportamiento civilizado,” se dijo el Yunque. “Una pena que yo no hiciese una promesa igual.” Con velocidad de rayo, Naseru atacó. Cogió al desconocido totalmente desprevenido para la daga de cristal que Naseru sacó de su manga. La luz se reflejó en la hoja, igual que lo había hecho en el trozo de cristal que estaba sobre la mesa, al otro lado de la habitación. La daga estaba enterrada profundamente en la garganta del desconocido, mucho antes de que pensase en gritar o en balbucear un encantamiento.

            Boqueando, el desconocido intentó arañar a Naseru, aunque el heredero se echó hacia atrás. Un reguero de un fluido amarillo y espeso brotó de su herida, manchando sus ropas y marcando el suelo con su asqueroso toque. El hombre cayó hacia delante, intentó desesperadamente arrastrarse hacia Naseru, y luego cayó al suelo. Un humo delgado y nocivo empezó a invadir sus ropas.

            “¡Guardias!” Gritó. Las puertas se abrieron de golpe, al entrar cuatro guardias en la habitación, sus espadas sonando al ser desenvainadas. Uno se quedó quieto, horrorizado, mientras que los otros tres se interpusieron inmediatamente entre Naseru y el cadáver. “Destruir eso,” dijo firmemente. “Y no hablarle a nadie de esta visita. Voy a trasladar el resto de mis entrevistas a los salones de la corte de la ciudad. Una vez que hayáis limpiado la habitación, traer a un shugenja para que la purifique, y que os purifique a vosotros también.” Miró a los hombres. “Nada de esto ha pasado.”

            Los guardias asintieron en silencio, mientras Naseru salía de la habitación y se alejaba por el pasillo.



            Era tarde esa noche cuando Naseru pudo volver a su casa. Había sido un día muy interesante. Tendría que avisar pronto a Tsudao y a Sezaru sobre la información que había descubierto. Pero no enseguida. Durante un tiempo, no sería posible hacer algo con esa información, y por lo tanto le beneficiaba guardárselo hasta el día en que pudiese capitalizarla. Sezaru seguramente intentaría encontrar la Ciudad de los Perdidos, y destruirla personalmente, un intento que solo terminaría en un fracaso total. Tsudao llevaría enseguida hasta allí a sus ejércitos, dejando vulnerable al Imperio a la ambición de hombres como Kaneka. No, no sería bueno que sus hermanos supiesen inmediatamente lo que acababa de conocer.

            En el momento en que Naseru cerró el panel de shoji tras él, supo que no estaba solo. Había una poco natural quietud en la habitación, que solo podía causarla alguien escondido en la oscuridad, esperando. O tenía otro inesperado visitante deseoso de hablar de algún asunto, o había alguien aquí que quería matarle. Por un breve instante, deseó tener a Sunetra a su lado. Casi instantáneamente, apartó de su mente esos sentimientos. El actual malestar entre su clan, había requerido últimamente mucho de su tiempo. No, si iba a haber un atentado sobre su vida, tendría que ocuparse él. Ya se había enfrentado a un buen número de asesinos en el pasado, y su asaltante se encontraría con que no iba a ser un blanco fácil.

            Naseru cruzó tranquilamente la habitación y encendió una lámpara. Colocó una taza de té, como si fuese a prepararse un trago antes de retirarse. Aguantó la respiración durante un breve instante, mientras se arrodillaba para sacar su té favorito de un pequeño cajón a un lado de la mesa. Este sería el momento más tentador para el asesino.

            Nada. Ni ruido ni movimiento, dagas no volaron por la oscuridad, ni hubo agujas envenenadas. Su visitante estaba para otra cosa que no fuese un asesinato, o era un incompetente total.

            “¿Té?” Ofreció Naseru a la oscuridad.

            Después de varios segundos, un gruñido le contestó. “¿No tenéis algo más fuerte?”

            “Por supuesto que no. Beber sake antes de ir a la cama es una señal de debilidad y de vejez. Pero hay un viejo que vive pasillo abajo, por lo que estoy seguro que encontrarás ahí algo de beber.”

            Otro gruñido. Hubo un susurro de tela y movimiento, y luego, una figura simplemente apareció de la nada para ponerse al otro lado de la mesa de Naseru. “Entonces, el té servirá.”

            “Muy bien,” dijo el Yunque, sirviendo dos tazas. Miró a su invitado, notando la insignia de un lobo en el tsuba de su katana. “¿Aún te haces llamar Yamainu? ¿O eso ha cambiado en el corto espacio de tiempo desde que hablamos por última vez? Es difícil de seguir.”

            “Yamainu servirá,” dijo el otro hombre, sentándose sobre un confortable cojín, frente a su anfitrión. “Los nombres no son importantes.”

            “No opino lo mismo. Los nombres tienen una gran importancia. Ya que tienes tantos, debes de ser muy importante.”

            “Esta noche no estoy de humor para bromas,” contestó Yamainu. “Hice lo que me pedisteis, pero no me gusto. Aún no me gusta.”

            “Que las Fortunas nos amparen,” dijo Naseru. “¿Un asesino con un código de honor? Que novedoso.”

            “Cuando me enfrento a un hombre y le dejo vivir, mancilla mi reputación. Un hombre como yo vive y muere por su reputación.”

            “Te pagué bien para que hicieses exactamente lo que te pedí,” dijo Naseru calmadamente. “Si no te gusta, puedo encontrar a otros que con gusto aceptarían mis encargos futuros.”

            “No, no,” insistió Yamainu. “Es que… ¿por qué no me dejasteis matarle? Se que lo podía haber hecho. Shogun del Imperio… ¡bah! Es solo un título para asustar a los débiles mentales.”

            “No quiero que Kaneka muera. Al menos aún no. Necesitaba darle una razón para que se me enfrentase públicamente. Hasta ahora, nuestras discusiones han sido, en su mayor parte, privadas.”

            “¿A quién le importa lo que haga públicamente?” Obviamente, el asesino estaba asqueado con la idea de que juegos políticos influenciasen su trabajo.

            “Necesito que la gente crea que Kaneka inició las hostilidades entre nosotros,” respondió Naseru. “Hay demasiada gente que supondría, demasiado rápidamente, que yo era el responsable si él muriese o desapareciese. Puedes decir que tengo un pequeño problema con mi reputación.”

            Yamainu resopló. “Solo deseo que estos pequeños juegos no os cuesten otro ojo. Es eso lo que queréis decir, ¿no es verdad? Sobre vuestro pequeño problema.”

            Naseru se quedó muy callado. “Te olvidas de quién eres, ronin. No te creas que puedes jugar conmigo. Te puedo asegurar que nunca saldrías vivo de esta habitación, aunque yo muriese también. ¿Estás preparado a terminar tan pronto tu carrera?”

            Los ojos de asesino se entrecerraron, y por un momento, Naseru pensó que cogería su espada. Pero un instante después, solo agitó su cabeza, y cogió su taza de té. “Sois el patrón. No volveré a hablar de eso.”       

            “Muy bien,” dijo tersamente el Yunque. Después de considerarlo, añadió. “¿Montaste el ataque de la forma en que especifiqué?”

            Yamainu volvió a fruncir el ceño. “Lo hice. ¿Para qué fue todo eso? ¿Qué importa el acento de mis ayudantes, o que tipo de espada llevasen?”

            Naseru sonrió irónicamente. “Llámalo… una prueba para la organización de Kaneka. Ya veremos que sacan en claro de eso.”

            El asesino miró a su patrón durante un rato, sorbiendo ocasionalmente su té. “Supongo que debería estar contento de que aún haya hombres como vos,” dijo finalmente. “Es muy tranquilizador respecto a mi productividad futura.”

            Naseru solo sonrió. “Hablemos de otras cosas. Los hombres de Kaneka te estarán buscando. Estaría bien que desaparecieras de la vista, al menos durante un tiempo.” Sonrió. “Tengo un encargo que necesita a un hombre de talento como tú. No es en tu línea de trabajo habitual, pero pagaré lo suficientemente bien como para que no importe.”

            “Suena bien,” dijo Yamainu. “¿Qué clase de trabajo es?”

            “Explorar,” contestó Naseru. “Necesito que me confirmes la localización de algo.”