Pactos
por Shawn Carman
Traducción
de Mori Saiseki
Algunos
días, Hantei Naseru casi estaba contento de que Otosan Uchi hubiese sido
destruido. Era una sensación pasajera, por supuesto, y una que le causaba una
enorme sensación de culpabilidad. Después de todo, Otosan Uchi había sido su
hogar, y muchos amigos, o al menos aliados, habían perdido sus vidas cuando la
ciudad ardió. Casi todos los días echaba de menos su hogar. Pero si no hubiese
ocurrido esa tragedia, con toda seguridad no hubiese llevado su corte a Ryoko
Owari Toshi. Y la llamada Ciudad de las Mentiras era un sueño hecho realidad.
Todos
tenían secretos. Cada kimono tenía una espada escondida. Veneno goteaba de las
lenguas de los traidores, y manchaba el té de los poco precavidos. Estúpidos
cambiaban mentiras y engaños como si fuesen monedas, sin pensar en que podían
ser manipulados con la misma facilidad con la que ellos manipulaban a otros.
Para Naseru, era la mayor cancha que jamás había visto antes.
Por el
momento, las cosas estaban relativamente en calma. Bayushi Kaukatsu había
vuelto a casa para ocuparse de unos asuntos personales, y en su ausencia,
muchos otros había tomado esa oportunidad para hacer lo mismo. Bajo
circunstancias diferentes, Naseru hubiese organizado algún evento importante,
durante la ausencia de Kaukatsu, solo para demostrar al arrogante Escorpión
quién era el señor aquí. Pero las relaciones entre Naseru y el Canciller habían
mejorado últimamente, y no había razón en este momento para enemistar sin
sentido al viejo cortesano. En vez de eso, planeaba ocuparse de algunas
peticiones para encuentros personales, que se habían ido acumulando desde hacía
tiempo. Algunos llevaban esperando semanas e incluso meses. Era lamentable
aplazarlos durante tanto tiempo, ya que con toda seguridad estaba sacrificando
potenciales aliados al hacerlo, pero bajo circunstancias normales, su agenda
simplemente no podía permitir más de uno o dos a la semana.
Ahora
que tenía un día completo de reuniones, que posiblemente le aburriesen sobremanera,
Naseru estaba disfrutando de un agradable paseo a través de la ciudad,
dirigiéndose a su salón de audiencias. Aquí y allí, había samurai por las
calles, perdidos en sus propias maquinaciones. Casi podía ver los complots
bullendo y creciendo en sus mentes. La primavera era su estación favorita del
año. Habiendo hibernado todo el invierno, la ambición florecía y daba frutos
durante la primavera hasta el verano. Y Ryoko Owari era un jardín tan bonito.
•
Naseru suprimió un suspiro
cuando la sonriente enviada Unicornio dejó la habitación. Era una chica
preciosa, pero desesperadamente, no tenía ni idea de la verdadera naturaleza de
lo tratados y alianzas en Rokugan. A menudo se preguntaba como un clan que
había producido un hombre tan brillante como Ide Tadaji, parecía tan inepto en
asuntos de la corte. Tadaji-sensei había sido una gran inspiración para el
joven Hantei Naseru, y fuera de la tutela bajo el Crisantemo de Acero, no había
tenido un maestro mejor. Al contrario que con Hantei XVI, Naseru no había
deseado la muerte violenta de Tadaji. Mirándole trabajar entre los cortesanos
de la corte de su padre, había sido una experiencia reveladora.
Desgraciadamente, el único otro Unicornio que le había impresionado era el
Michisuna, el alumno de Tadaji, que tenía algo de la percepción e instinto de
su maestro, y el caído en desgracia daimyo Shinjo, Shinjo Shono, que era
tremendamente ingenuo, pero un orador impresionante. Antes también le había
impresionado Moto Chagatai, pero eso era antes de que el Khan se hubiese unido
a Kaneka. Claramente, Naseru había sobreestimado a Chagatai.
Aclarando
sus pensamientos, Naseru se concentró en el siguiente asunto que tenía ante él.
Un representante Fénix, aparentemente, hablando por la familia Shiba. Al menos
no tendría que tratar con el desesperadamente aburrido Shiba Yoma. Yoma tenía
engañada a casi toda la corte, haciéndola creer que era un hombre magnánimo,
haciendo un deber sagrado al representar la voluntad de los Maestros
Elementales, pero Naseru sabía que no era así. Había algo bajo la superficie de
ese, algo que tenía muy bien escondido. Quizás otra alianza, o quizás un oscuro
secreto que deseaba mantener escondido. En su momento, cometería un error.
Entonces pertenecería al Yunque.
“Naseru-sama,”
dijo un tenue voz en la entrada de la habitación. Naseru miró al guardia. No
era frecuente que uno de ellos entrase en la habitación sin que él se lo
hubiese pedido expresamente. Sabían que no le gustaban las interrupciones.
“Señor Naseru,” volvió a empezar el guardia, “hemos recibido un mensaje de
vuestro próximo visitante. El representante Fénix nos ha hecho llegar la
noticia de que no se podrá reunir con vos hoy. Una dolencia le dejó postrado
anoche.”
“Que
desafortunado,” dijo Naseru. “Será difícil que pueda volver a concertar otra
entrevista sin tener que esperar bastante. Una pena.” Miró al guardia. “¿Ha
llegado alguno de los siguientes? Quizás pueda ver a alguno de ellos.”
“No, mi
señor,” contestó el guardia. Miró hacia abajo, obviamente avergonzado por algo.
“¿Qué te
preocupa?” Preguntó Naseru.
“Mi
señor, vino antes un extraño, pidiendo veros. No llevaba colores o anagramas de
clan, por lo que hicimos que se fuese. No tenía concertada una audiencia.”
“Eso no
es inusual,” dijo Naseru, volviendo a sus pergaminos. “¿Dijo algo importante?”
“Si, mi
señor,” contestó el guardia. “Dijo que os traía un regalo. Y dijo que os
dijéramos que traía saludos de Kakita Marui y de Doji Eloka.”
Naseru
miró fríamente al guardia. “Encontrarle. Ahora. Traerle aquí.”
“Si, mi
señor,” dijo el guardia, sus ojos muy abiertos. “Ahora mismo.” Desapareció de
la habitación, mientras Naseru rápidamente recogía los pergaminos de la reunión
anterior, y los guardaba. Apenas tuvo tiempo de terminar antes de que
reapareciese el guardia. “Estaba esperando en la calle, mi señor. Me pidió que
os trajera esto.” El guardia levantó un pequeño paquete envuelto cuidadosamente
en papel de arroz de color granate.
Naseru
asintió y le hizo una señal al guardia para que se acercase. El joven hombre,
no tenía más de veinte, dejó el paquete en su mano, y luego retrocedió a una
distancia respetable, con su cabeza inclinada, para n poder ver lo que contenía
el paquete. Naseru lo desenvolvió con su típico cuidado, buscando escondidas
agujas envenenadas entre el envoltorio. Desde hacía años que no había recibido
un paquete con una trampa así, pero prefería no arriesgarse. Una vez que había
abierto el paquete, Naseru se quedó sin respiración por un instante. Miró al
guardia. “Hazle entrar, y cierra la puerta. Estate preparado por si te llamo.”
“En
seguida, mi señor,” dijo el guardia, saliendo instantáneamente. Unos momentos
más tarde, un hombre pesadamente envuelto con gruesas túnicas de color rojizo
entró en la habitación. Sus manos estaban metidas en las voluminosas mangas de
su kimono. Sus rasgos eran oscuros, pero no de una forma poco atractiva.
“Buenos
días, Hantei Naseru-sama,” ofreció el hombre en un tono alegre y frívolo.
“¿Como
es que conoces a Marui y a Eloka?” Demandó Naseru.
“Tengo
una bastante beneficiosa relación con el Oráculo Oscuro del Aire,” contestó el
desconocido. “Hay poco que ella no ve. Los asesinos Grulla que mandasteis tras
vuestro hermano Kaneka es uno de los muchos secretos que ella me ha susurrado.”
“Kaneka
no es mi hermano,” contestó heladamente Naseru. “Tienes un gusto extraño para
los regalos,” añadió, sacando el serrado trozo de cristal del paquete que
acababa de desenvolver. “Debo decir que hay pocos que apreciarían el
significado de tan especial objeto.”
El
desconocido sonrió. “Pensé que podríais apreciar un souvenir. Estoy bastante
seguro de que os marchasteis con tanta prisa que no tuvisteis tiempo para hacer
turismo.”
Naseru
dejó el cristal junto a su asiento, y le hizo un gesto al desconocido para que
se sentase frente a él. “Entonces, sabes lo que pasó en la Ciudad de la Noche.
Raro, considerando que había muy poca gente presente en ese momento, y tú no
estabas entre ellos.”
El
desconocido no hizo ademán de sentarse. “Mi señor no es de los que permite que
eventos así pasen desapercibidos.”
“Que
perceptivo tiene que ser tu señor.”
Otra
vez, había esa extraña sonrisa. “Si, mucho. Y me ha mandado hasta vos para
haceros una oferta. Una oferta digna de un Emperador, se podría decir.”
“No soy
Emperador,” dijo firmemente Naseru.
“No, no
lo sois. Pero lo podéis ser. Y si ascendéis al trono,” el desconocido se
inclinó como para conspirar, “esta oferta os hará ser muy amado por vuestro
pueblo.”
“Basta,”
dijo Naseru. “Tu regalo no me ha puesto de humor para juegos. ¿Quién es tu
señor?”
“Daigotsu,
Señor Oscuro de las Tierras Sombrías.” El hombre levantó su mano izquierda, la
palma hacia abajo. Ahí, encima de la muñeca, un único ojo miraba a Naseru tras
un espesa tela blanca.
Si el
desconocido había esperado una dramática reacción, estaría decepcionado. Naseru
sintió alarma por la noticia, pero no mostró nada. “Interesante. Había oído que
en algún momento, Daigotsu intentó negociar algo con el Cangrejo. No sabía que
su influencia se extendía más allá de sus tierras.”
“Daigotsu
está en todos lados,” dijo el desconocido con una extraña intensidad. “No hay
nada que no pueda coger.” Había algo en su voz, algo vagamente fanático.
Naseru
despreciaba a los fanáticos. Eran muy difíciles de manipular. “Vale,” dijo,
sonando algo aburrido. “Soy un hombre ocupado. ¿Qué mensaje manda tu señor?”
El
desconocido dudó un momento, como confundido por la respuesta de Naseru. “El
Señor Oscuro conoce vuestras experiencias en la Ciudad de la Noche. Fue
bastante traumático, o así tengo entendido. ¿Perdisteis a alguien cercano a
vos?”
“Si,”
contestó Naseru. No había razón para negarlo.
“Y un
hombre que ha visto lo que vos habéis visto, es un hombre que entiende los
peligros de confrontar un poder así. Sabéis que terrores pueden ser soltados
sobre el mundo de los hombres, ¿no es verdad? Un verdadero Emperador nunca
desearía que su pueblo experimentase cosas así.”
“No,”
estuvo de acuerdo el Yunque. Pensó en su padre, y en como había dedicado su
vida a proteger a la gente de Rokugan.
“Daigotsu
desea ofreceros la seguridad de poder prevenir exactamente ese tipo de dolor,”
dijo el desconocido, su voz un susurro seductor. “El Imperio y las Tierras
Sombrías no tienen porque ser enemigos. Todo lo que tenéis que hacer es dar
vuestra palabra de que los ejércitos de Rokugan no entrarán en las Tierras
Sombrías, y a cambio, las legiones de Daigotsu se quedaran lejos del Imperio.
¿Qué podríamos desear de vuestro mundo? No es nuestro, y no nos quiere. ¿Y para
qué querríais nuestro mundo? No hay razón por la que debamos hacer la guerra
entre nosotros. No tiene sentido.”
“¿Tu
señor se condenaría a vivir en la tierra salvaje?”
El
desconocido volvió a reír. “¿Pensáis que las Tierras Sombrías no son más que
una retorcida tierra salvaje? No, Naseru-sama, Daigotsu no haría una cosa así.
Ha construido una gran ciudad en el corazón de las Tierras Sombrías, una ciudad
de Obsidiana, igual que Otosan Uchi era una ciudad de esmeraldas.”
“Una
ciudad de los Perdidos,” dijo Naseru.
“Si, una
gran capital para el oscuro imperio de Daigotsu. Claramente un hombre como vos
puede apreciar la necesidad de la civilización. No somos unos locos
hambrientos. Al menos no todos, y aquellos peligrosos para los demás tienen sus
energías canalizadas de una forma productiva. Podemos ser vuestros vecinos, incluso
aliados, si nos dejáis. Podemos coexistir en paz, aunque no entrañablemente.”
“Los
Cangrejo se opondrían a un acuerdo así,” observó Naseru.
“Los
Cangrejo no pueden llegar tan dentro de las Tierras Sombrías como para
encontrar nuestra ciudad. Con la escasez de jade que está experimentando el
Imperio, ningún ejército lo suficientemente grande como para tomar nuestra
ciudad, podrá llegar hasta ella,” contestó el desconocido. “No pueden traspasar
el muro que hemos erigido para mantenerles fuera. La tierra salvaje que hay en
medio… pueden viajar por ahí si así lo desean. Hay cosas peores que los
Perdidos con los que tendrán que tratar. De cualquier modo, no pueden llegar a
la ciudad.”
“Debe
estar muy claro lo que estamos negociando,” dijo Naseru mientras se levantaba y
paseaba por la habitación. “Tu señor ofrece un pacto de no-agresión, así como
una promesa de una relación más civilizada entre su gente y mi pueblo.”
“Si, si,
exactamente eso.”
“¿Qué
seguridades tengo, de que simplemente no emplearéis el tiempo en amasar un
ejército lo suficientemente grande, como para asediar Rokugan?”
“¿También
tendréis tiempo, no es verdad?” Preguntó el desconocido. “No somos tan ingenuos
como para creer que no reforzaréis vuestras fuerzas durante el tiempo de paz.”
La
mirada del Yunque era de acero. “No creo que las Tierras Sombrías estén
interesadas en un acuerdo de paz eterna.”
“No,”
admitió fácilmente el desconocido. “¿Pero qué tratado dura para siempre? Desde
luego, no en Rokugan.”
Naseru
volvió a rascarse el mentón, su frente arrugada. “Me inclinó a estar de acuerdo
con un pacto así, con el entendimiento de que durará hasta un lejano futuro.
Después de todo, si tu señor no puede cumplir su palabra, entonces habremos
tenido tiempo suficiente como para preparar nuestras defensas. Y eso beneficia
en ultimo término a la gente de Rokugan. Les evitaremos muchos sufrimientos.”
La
sonrisa fantasmagórica del desconocido reapareció. “Sabía que seríais el más
razonable de los Cuatro Vientos.”
“Si te
tengo mi promesa, entonces necesito a cambio una muestra de confianza.”
Ahora
había silencio por parte del desconocido. “¿Qué deseáis?” Preguntó finalmente.
Naseru
abrió sus manos, señalando la habitación. “Te he aceptado en mi hogar. Te he
tratado como a cualquier otro representante, y llegado a un acuerdo que
beneficia a ambas partes. Me merezco la oportunidad de pedir lo mismo.”
“No
entiendo.”
“Es muy
simple,” contestó Naseru. “Necesito saber donde puedo mandar mis embajadores.
Si necesito una audiencia con tu señor, ¿como puedo saber donde encontrarle?”
“A,”
dijo el desconocido. “Lo entiendo. Deseáis saber la ubicación de la Ciudad de
los Perdidos.”
“Creo
que es justo. Después de todo, no tengo ejércitos que enviar. No represento
ninguna amenaza militar para Daigotsu.”
“Si,”
pensó el desconocido. “Si, creo que estaría de acuerdo. Y sería posible que un
pequeño grupo llegase a la ciudad si tuviesen suficiente jade, y protección
mágica.” Masculló algo en un idioma que Naseru no entendió. “Abrir vuestra
mente, Naseru-sama.” Levantó su mano izquierda, y el ojo que había en su muñeca
miró hacia Naseru.
Una
visión atrapó al Yunque. Volaba sobre la tierra, como lo podía hacer un pájaro,
viajando al sur por las provincias Cangrejo a gran velocidad. La Ciudad de los
Perdidos se irguió ante él, al sureste de las provincias Hiruma. Vio enormes
edificios de obsidiana, barracones, incluso puertos. Y en el centro de la
ciudad, un gran templo. Luego, la visión se desvaneció. Tomó aire para
serenarse, y luego volvió su atención hacia el hombre que le esperaba
pacientemente. “Habéis sido un invitado exquisito, desconocido,” dijo. “Tu
oferta es muy generosa, y sirves bien a tu señor.”
“Muchas
gracias, Naseru-sama,” dijo el hombre, inclinándose.
“Prometiste
comportamiento civilizado,” se dijo el Yunque. “Una pena que yo no hiciese una
promesa igual.” Con velocidad de rayo, Naseru atacó. Cogió al desconocido
totalmente desprevenido para la daga de cristal que Naseru sacó de su manga. La
luz se reflejó en la hoja, igual que lo había hecho en el trozo de cristal que
estaba sobre la mesa, al otro lado de la habitación. La daga estaba enterrada
profundamente en la garganta del desconocido, mucho antes de que pensase en
gritar o en balbucear un encantamiento.
Boqueando,
el desconocido intentó arañar a Naseru, aunque el heredero se echó hacia atrás.
Un reguero de un fluido amarillo y espeso brotó de su herida, manchando sus
ropas y marcando el suelo con su asqueroso toque. El hombre cayó hacia delante,
intentó desesperadamente arrastrarse hacia Naseru, y luego cayó al suelo. Un
humo delgado y nocivo empezó a invadir sus ropas.
“¡Guardias!”
Gritó. Las puertas se abrieron de golpe, al entrar cuatro guardias en la
habitación, sus espadas sonando al ser desenvainadas. Uno se quedó quieto,
horrorizado, mientras que los otros tres se interpusieron inmediatamente entre
Naseru y el cadáver. “Destruir eso,” dijo firmemente. “Y no hablarle a nadie de
esta visita. Voy a trasladar el resto de mis entrevistas a los salones de la
corte de la ciudad. Una vez que hayáis limpiado la habitación, traer a un
shugenja para que la purifique, y que os purifique a vosotros también.” Miró a
los hombres. “Nada de esto ha pasado.”
Los
guardias asintieron en silencio, mientras Naseru salía de la habitación y se
alejaba por el pasillo.
•
Era tarde esa noche cuando
Naseru pudo volver a su casa. Había sido un día muy interesante. Tendría que
avisar pronto a Tsudao y a Sezaru sobre la información que había descubierto.
Pero no enseguida. Durante un tiempo, no sería posible hacer algo con esa
información, y por lo tanto le beneficiaba guardárselo hasta el día en que
pudiese capitalizarla. Sezaru seguramente intentaría encontrar la Ciudad de los
Perdidos, y destruirla personalmente, un intento que solo terminaría en un
fracaso total. Tsudao llevaría enseguida hasta allí a sus ejércitos, dejando
vulnerable al Imperio a la ambición de hombres como Kaneka. No, no sería bueno
que sus hermanos supiesen inmediatamente lo que acababa de conocer.
En el
momento en que Naseru cerró el panel de shoji tras él, supo que no estaba solo.
Había una poco natural quietud en la habitación, que solo podía causarla
alguien escondido en la oscuridad, esperando. O tenía otro inesperado visitante
deseoso de hablar de algún asunto, o había alguien aquí que quería matarle. Por
un breve instante, deseó tener a Sunetra a su lado. Casi instantáneamente,
apartó de su mente esos sentimientos. El actual malestar entre su clan, había
requerido últimamente mucho de su tiempo. No, si iba a haber un atentado sobre
su vida, tendría que ocuparse él. Ya se había enfrentado a un buen número de
asesinos en el pasado, y su asaltante se encontraría con que no iba a ser un
blanco fácil.
Naseru
cruzó tranquilamente la habitación y encendió una lámpara. Colocó una taza de
té, como si fuese a prepararse un trago antes de retirarse. Aguantó la
respiración durante un breve instante, mientras se arrodillaba para sacar su té
favorito de un pequeño cajón a un lado de la mesa. Este sería el momento más
tentador para el asesino.
Nada. Ni
ruido ni movimiento, dagas no volaron por la oscuridad, ni hubo agujas
envenenadas. Su visitante estaba para otra cosa que no fuese un asesinato, o
era un incompetente total.
“¿Té?”
Ofreció Naseru a la oscuridad.
Después
de varios segundos, un gruñido le contestó. “¿No tenéis algo más fuerte?”
“Por
supuesto que no. Beber sake antes de ir a la cama es una señal de debilidad y
de vejez. Pero hay un viejo que vive pasillo abajo, por lo que estoy seguro que
encontrarás ahí algo de beber.”
Otro
gruñido. Hubo un susurro de tela y movimiento, y luego, una figura simplemente
apareció de la nada para ponerse al otro lado de la mesa de Naseru. “Entonces,
el té servirá.”
“Muy
bien,” dijo el Yunque, sirviendo dos tazas. Miró a su invitado, notando la
insignia de un lobo en el tsuba de su katana. “¿Aún te haces llamar Yamainu? ¿O
eso ha cambiado en el corto espacio de tiempo desde que hablamos por última
vez? Es difícil de seguir.”
“Yamainu
servirá,” dijo el otro hombre, sentándose sobre un confortable cojín, frente a
su anfitrión. “Los nombres no son importantes.”
“No
opino lo mismo. Los nombres tienen una gran importancia. Ya que tienes tantos,
debes de ser muy importante.”
“Esta
noche no estoy de humor para bromas,” contestó Yamainu. “Hice lo que me
pedisteis, pero no me gusto. Aún no me gusta.”
“Que las
Fortunas nos amparen,” dijo Naseru. “¿Un asesino con un código de honor? Que
novedoso.”
“Cuando
me enfrento a un hombre y le dejo vivir, mancilla mi reputación. Un hombre como
yo vive y muere por su reputación.”
“Te
pagué bien para que hicieses exactamente lo que te pedí,” dijo Naseru
calmadamente. “Si no te gusta, puedo encontrar a otros que con gusto aceptarían
mis encargos futuros.”
“No,
no,” insistió Yamainu. “Es que… ¿por qué no me dejasteis matarle? Se que lo
podía haber hecho. Shogun del Imperio… ¡bah! Es solo un título para asustar a
los débiles mentales.”
“No
quiero que Kaneka muera. Al menos aún no. Necesitaba darle una razón para que
se me enfrentase públicamente. Hasta ahora, nuestras discusiones han sido, en
su mayor parte, privadas.”
“¿A
quién le importa lo que haga públicamente?” Obviamente, el asesino estaba
asqueado con la idea de que juegos políticos influenciasen su trabajo.
“Necesito
que la gente crea que Kaneka inició las hostilidades entre nosotros,” respondió
Naseru. “Hay demasiada gente que supondría, demasiado rápidamente, que yo era
el responsable si él muriese o desapareciese. Puedes decir que tengo un pequeño
problema con mi reputación.”
Yamainu
resopló. “Solo deseo que estos pequeños juegos no os cuesten otro ojo. Es eso
lo que queréis decir, ¿no es verdad? Sobre vuestro pequeño problema.”
Naseru
se quedó muy callado. “Te olvidas de quién eres, ronin. No te creas que puedes
jugar conmigo. Te puedo asegurar que nunca saldrías vivo de esta habitación,
aunque yo muriese también. ¿Estás preparado a terminar tan pronto tu carrera?”
Los ojos
de asesino se entrecerraron, y por un momento, Naseru pensó que cogería su
espada. Pero un instante después, solo agitó su cabeza, y cogió su taza de té.
“Sois el patrón. No volveré a hablar de eso.”
“Muy
bien,” dijo tersamente el Yunque. Después de considerarlo, añadió. “¿Montaste
el ataque de la forma en que especifiqué?”
Yamainu
volvió a fruncir el ceño. “Lo hice. ¿Para qué fue todo eso? ¿Qué importa el
acento de mis ayudantes, o que tipo de espada llevasen?”
Naseru
sonrió irónicamente. “Llámalo… una prueba para la organización de Kaneka. Ya
veremos que sacan en claro de eso.”
El
asesino miró a su patrón durante un rato, sorbiendo ocasionalmente su té.
“Supongo que debería estar contento de que aún haya hombres como vos,” dijo
finalmente. “Es muy tranquilizador respecto a mi productividad futura.”
Naseru
solo sonrió. “Hablemos de otras cosas. Los hombres de Kaneka te estarán
buscando. Estaría bien que desaparecieras de la vista, al menos durante un
tiempo.” Sonrió. “Tengo un encargo que necesita a un hombre de talento como tú.
No es en tu línea de trabajo habitual, pero pagaré lo suficientemente bien como
para que no importe.”
“Suena
bien,” dijo Yamainu. “¿Qué clase de trabajo es?”
“Explorar,” contestó Naseru. “Necesito que me confirmes
la localización de algo.”