Palabras Envenenadas
por Shawn Carman
Traducido por Mori Saiseki
La brisa nocturna soplaba suavemente
por el balcón. Akodo Kaneka dejó al viento soplar sobre él, a través de él.
Deseó que se llevara la tensión, la frustración, y la ira que bullía dentro de
él. Era bastante irónico. En el campo de batalla, siempre había estado en calma
y sereno. Fue cuando fue introducido en la política de alto nivel de la corte,
a raíz de la muerte de su padre que las iras habían comenzado. Entendía el
honor y la fuerza. Eran los juegos que jugaban los cortesanos, el engaño y la
manipulación lo que le enfurecía…
El tipo de juegos al que su “querido
hermano pequeño” Naseru jugaría.
Una nueva ola de hostilidad surcó a
través suyo al pensar en Naseru. Sabía, de alguna manera, que había sido su
hermanastro el que había puesto en movimiento estos irritantes juegos. Habría
esperado encontrar partidarios de Naseru entre los Grulla y los Escorpión, pero
aún, en los clanes que consideraba sus aliados, había algunos que estaban
deseando que se humillase en la corte. Shiba Yoma del Fénix, hasta Ikoma Fudai
de su propio clan… parecía que no habría corte en donde estaría a salvo de sus
manipulaciones.
El susurró del panel de shoji detrás
suyo indicaba el fin de su tranquilidad. La brisa trajo de repente el sonido de
pies arrastrándose y un ligero murmullo, como si muchas voces estuvieran
hablando detrás de abanicos. Kaneka hizo una mueca. “Esta noche no quiero
discutir sobre nada más, Higatsuku-san,” dijo Kaneka secamente.
Aún sin darse la vuelta, Kaneka
podía sentir la sonrisa del Escorpión. “Me calumnias, Kaneka-sama. Mis amigos y
yo solo quisiéramos disfrutar de la brisa nocturna, como aparentemente tu has
hecho. ¿No nos encontrarás una falta por disfrutar de ese simple placer?”
“Encuentro falta en cualquier acción
que esconda bajo ella un motivo falaz.” Kaneka giró un poco su cabeza para
mirar, por encima de su hombro, al Shosuro y a sus acompañantes. Estaban muchos
de los aduladores del Escorpión, pertenecientes a otros clanes, así como la
infame tentadora Bayushi Yasuko. “Pero tu no sabes nada de eso, ¿verdad,
Higatsuku?” Muchos cortesanos se volvieron para ver su respuesta.
“Desde luego que no, mi señor,” dijo
astutamente el cortesano. “Nada más soy un pobre sirviente del Imperio,
intentando ayudar a Rokugan en este momento tan difícil.” Higatsuku anduvo
hasta acercarse a la barandilla, a una confortable distancia de Kaneka. “Muy
parecido a ti, Kaneka-sama. Solo puedo imaginar la carga a la que te debes de
enfrentar en tu lucha por ascender al trono.” Un coro de astutas sonrisas llenó
a los acompañantes de Higatsuku, y Yasuko rió entre dientes detrás de su
abanico.
Los ojos de Kaneka se cerraron un
poco. “Solo deseo aquello que es mi herencia. Soy el hijo mayor del Emperador
Toturi I. Esto,” señaló con su mano las habitaciones de la corte que estaban
detrás de ellos, “es solo una distracción.”
“No puedo imaginar que alguien dude
de su legitimidad, mi señor,” Higatsuku alisó calmadamente una arruga de la
manga de su kimono, mientras dirigía hacia Yasuko una sonrisa encantadora. “Hay
pocos Vientos que tengan tanto parecido con Toturi como vos. Por ejemplo,
¿quien de entre vuestros hermanos ha estado sirviendo como un sucio Wave Man,
como hizo vuestro padre durante muchos años? No puedo pensar en uno solo de
entre ellos.”
Una explosión de risa aprensiva
recorrió por los acompañantes de Higatsuku. Algunos miraron con aprensión a
Kaneka, como anticipando una respuesta violenta. El sonido de su respuesta
enmascaró el ruido seco que provino de donde Kaneka agarraba la barandilla. Sus
nudillos estaban blancos, y la madera parecía que se iba a astillar entre sus
manos. “¿Qué has dicho, Escorpión?”
El
áspero susurro del Viento trajo un súbito final a toda conversación. La noche se
quedó inexplicablemente silenciosa durante unos breves instantes, antes de
romperse. “¡Kaneka-sama! ¡Higatsuku-san!” sonó
una clamorosa voz desde los paneles de shoji. “¡Creíamos que ya os habíais
retirado por esta noche! Por favor, venir con nosotros. Estábamos discutiendo
sobre la naturaleza del samurai, y nos gustaría oír vuestras opiniones sobre la
materia.” Su anfitrión, Otomo Baiken, estaba tan risueño como siempre y
completamente al margen de la obvia tensión que había en el balcón.
“Desde luego, Baiken-sama,” dijo
rápidamente Higatsuku. “Una fortuita coincidencia, ya que el señor Kaneka y yo
estábamos discutiendo las virtudes del Bushido exaltadas por su padre. Estoy
seguro que desearía un momento para ordenar sus pensamientos.” EL Escorpión y el
Otomo desaparecieron rápidamente en el edificio, mientras Kaneka estaba aún
vacilando por culpa de las palabras de Higatsuku.
“Nadie
habla mal de mí, o de mi padre. Pronto lo aprenderás, Escorpión.” El hombre al
que Rokugan conocía como el Bastardo se calmó para poder entrar otra vez en la
corte. “Y te lo enseñaré, ya sea por mis métodos... o por los tuyos.” Con
severa decisión, Kaneka pasó por la puerta, de vuelta entre los cortesanos,
depredadores que deseaban su sangre.
El sol
de la mañana brillaba con fuerza a través del abierto panel, mientas Shosuro
Higatsuku andaba por sus habitaciones. Había muchas cosas que hacer hoy, muchas
tareas sutiles que hacer, para que los Escorpiones pudiesen coger una posición
de influencia sobre los Otomo. Considerando todo, sería muy fácil. Sonriendo,
se volvió hacia la puerta de su habitación para salir.
Akodo
Kaneka estaba, con los brazos cruzados,
bloqueando su salida.
Higatsuku se paró abruptamente, y
dio unos pasos hacia atrás antes de recuperar su compostura. La sonrisa de
Kaneka le dijo que su sobresalto era evidente en su cara. Higatsuku hizo una
mueca para si por ello. “Kaneka-sama,” dijo suavemente. “Me has sorprendido.
Yo… no estaba esperando el placer de tu compañía tan temprano. Y en mis habitaciones.
Bastante poco convencional, ¿no crees?”
La sonrisa de Kaneka solo creció.
“¿Quizás esperabas a otro? ¿Quizás… quizás a tu amiga Yasuko? No creo que te
hubiese parecido eso poco convencional.”
El
cortesano puso mala cara. “No se lo que quieres decir, Kaneka-sama.”
“O, creo que si lo sabes,” dijo
simplemente Kaneka. “Ni soy tonto, ni
ciego. Quizás los demás piensen que estás jugando algún juego, pero yo se que
tu afecto por ella es genuino.”
El ceño de Higatsuku se frunció. “¿Por qué has venido? Esto es muy…”
“Es poco convencional, como has dicho, Higatsuku,”
interrumpió Kaneka. “Pero tu y yo somos
hombres poco convencionales, ¿o no? Como las cosas que me dijiste anoche, por
ejemplo. Sin mencionar que te dejé conservar tu cabeza después de tan descarada
deshonra. Desde luego, deberías agradecerme que me sienta tan poco
convencional.” Kaneka se quedó delante de las puertas, impidiendo a Higatsuku
salir, aunque lo intentase.
“Dices
la verdad, desde luego,” dijo cuidadosamente Higatsuku. El Escorpión estaba
claramente a la defensiva. Que hubiese entrado en sus habitaciones para
enfrentarse con él en privado le había enervado. Kaneka mantenía cuidadosamente
su fría y amenazante sonrisa. “No se en lo que estaría pensando, para decir tal
cosa. Os pido vuestro perdón, Kaneka-sama. En ocasiones, incluso yo, no pienso
antes de hablar.”
“Lo
dudo mucho, Higatsuku. La verdad, estoy bastante seguro de que nunca dices
nada, sin haber antes considerado completamente sus ramificaciones. Esa fue la
razón por la que retuve mi espada anoche. Porque me pregunté cuales podían ser
tus motivos. Y ahora creo que los entiendo.” Anduvo con calma a través de la
habitación.
“No
podía entender el motivo de hacer eso, especialmente cuando mi reacción, lo que
más quería hacer, era rebanarte en trocitos. Pero, claro, eso te hubiese sido
ventajoso, ¿no? El Viento con lazos más estrechos con el León, el enemigo del
Escorpión, en desgracia y sin posibilidad de ascender al trono.”
“Señor Kaneka,” empezó Higatsuku, “Seguro que no puedes pensar que
yo podría...”
“El Clan Escorpión,” continuó Kaneka,
cortando abruptamente a Higatsuku, “asediado por uno de los herederos al trono.
Mis hermanos y hermana hubieran deseado con fervor ver que erais restituidos.
Que gran regalo, tener a los tres Vientos en deuda con vosotros.”
“¡Nunca!” insistió Higatsuku. “Nunca nos
hubiésemos rebajado tanto como para...”
“¡Y en la corte de los Otomo!” La voz de Kaneka se elevó para
acallar a Higatsuku. “¡Que mortificados iban a estar! ¡Que deseosos de
dulcificar ese horrible acto cometido en su propia corte! Otro beneficio para
el Escorpión. Y todo por algo deshonroso que dijiste sobre mi padre. Que precio
más pequeño a pagar.” Kaneka se acercó mucho. “¿No es así, Higatsuku?”
Higatsuku intentó tragar saliva,
pero no pudo. Bajo su mirada, buscando desesperadamente algo que decir. Pero no
pudo.
Kaneka se irguió de repente.
“¿Sabias sobre mis partidarios en el Clan Mantis, Higatsuku? Hay muchos.
Les irritaría saber que estuve presente en la muerte de
Aramasu. Aunque creo que su ira sería mitigada, al saber los Escorpiones que
estuvieron presentes. Como tú. Ya, tu no diste el golpe mortal, pero fue por tu
orden que Kamman lo hizo.” La sonrisa de Kaneka volvió a aparecer. “Hay muchos
Mantis que no pararían hasta ver a ese hombre muerto, Higatsuku. Y entonces tu
muerte no serviría para nada.”
“No,”
gruño Higatsuku, habiendo finalmente encontrado su voz. “Para
nada.”
Kaneka
asintió. “Si me vuelves a hablar como me hablaste anoche, Higatsuku, te encontrarás
muerto por la espada de otro en el plazo de una semana. Y mi nombre nunca será
ni sospechoso. ¿Lo entiendes?”
Higatsuku asintió calladamente.
Kaneka frunció el ceño. “No. No, no creo que lo entiendas.”
Con un rápido, suave movimiento, el
brazo de Kaneka salió disparado. Su puño cerrado conectó directamente con la
boca de Higatsuku, mandándole de bruces al suelo. El Escorpión tosió y respiró
con dificultad, rociando de sangre y trozos de dientes el suelo de la
habitación. Kaneka rápidamente cruzó la habitación, y pisó la muñeca del brazo
hábil de Higatsuku. El otro lo puso sobre el cuello del cortesano. Los sonidos
entrecortados se convirtieron rápidamente en roncos.
“Ahora,”
susurró Kaneka a través de dientes apretados. “He aprendido algunos de tus
trucos, idiota, pero no todos. Ni de cerca todos. Necesito a alguien con tu
talento si quiero ascender al trono. Y por eso te ofrezco una elección, Shosuro
Higatsuku. Me puedes jurar lealtad... o me puedes dar tu vida. Tendré
cualquiera de las dos.”
Kaneka levantó levemente la presión
sobre el cuello de Higatsuku, lo suficiente como para que el Escorpión pudiese
formar palabras. “Te... serviré… Kaneka-sama. Permitidme… vivir... y seré
vuestro hasta la muerte.”
Sin mediar palabra, Kaneka levantó su
pie del cuello del cortesano. El Escorpión boqueó para respirar, y casi se
atraganta con la sangre de su maltrecha cara. Por unos momentos, Kaneka solo le
miró. “No le cuentes a nadie nuestra alianza, Higatsuku. Será nuestro secreto,
por ahora.” Se volvió para abandonar la habitación. Justo antes de desaparecer
por la puerta, se volvió por última vez. “Y límpiate. Ningún sirviente mío
puede aparecer tan manchado.”
Algunos días más tarde, Higatsuku
estaba sentado a oscuras. Estas eran unas habitaciones distintas, mucho menos
elaboradas. Como estaban situadas en una posada de uno de los sectores menos
respetables de Otosan Uchi, era algo esperado. Higatsuku pasó sus dedos sobre
sus labios sin darse cuenta, sintiendo la piel suave y sin romper. Había estado
sentado en la oscuridad durante casi una hora. Si no volvía pronto a la casa de
Baiken, los otros sospecharían que pasaba algo raro.
Justo
al pasar ese pensamiento por su mente, Higatsuku oyó un crujido en la ventana
que estaba tras de él. Dándose la vuelta, no se sorprendió al ver a un hombre
vestido de negro agachado en la entrada de la ventana del tercer piso.
Higatsuku saludó profundamente. El otro le miró calladamente durante un
instante, y luego dijo simplemente “¿El Shugenja que te envié te ha curado la
cara?”
“Hai, Tai-sama,” dijo Higatsuku.
“Bien,” contestó Bayushi Tai. “No le
serviría de nada al clan que tu porte se destruyese. Tu cara es muy conocida en
la corte.”
“Es un honor servir, Tai-sama.”
“Si, si,” Tai agitó su mano. “¿Está hecho?”
“Está,” asintió Higatsuku. “Kaneka
reaccionó como tu dijiste que lo haría. Aunque,” se palpó su mentón
delicadamente, “No estaba… listo para la brutalidad de sus acciones.”
El espía Escorpión rió ásperamente.
“Se decidió no compartir esa información contigo, Higatsuku. Tu creíble
respuesta convenció a Kaneka de su
propio ingenio.”
“Si, bien,” replicó
Higatsuku. “Me impresionó mucho la gran exactitud de tu
predicción. El llamado “Hijo Olvidado” reaccionó exactamente como predijiste.”
Tai lo
negó con su cabeza. “Fue Yojiro-san el que preparó el plan, Higatsuku. Sus
agentes en Ryoko Owari estudiaron a Kaneka durante meses. Yojiro conoce a ese
hombre quizás mejor que se conoce a si mismo.”
Higatsuku aclaró su garganta. “Es
perceptivo, de eso no hay duda.” Dudó.
“Él… él mencionó mi… afecto por Yasuko.”
“¿De verdad?” Tai parecía algo sorprendido. “Quizás haya
una profundidad en él que no hemos anticipado. Pero poco importa. Por ahora es
nuestro, durante todo el tiempo que le necesitemos. Tu parte en esto es la más
importante, Higatsuku. Nunca debe sospechar de tu rol en este engaño.”
Higatsuku
se inclinó muy profundamente. “Nunca lo hará, Tai-sama. Siempre estaré…” La voz
de Higatsuku se fue callando. Cuando se levantó del saludo, Tai había desaparecido.
Solo el sonido del viento daba alguna pista de que algo se había movido.
“…vigilante,” terminó Higatsuku.