Persistencia
por Rich
Wulf
Traducción de Mori
Saiseki
Hace unas semanas, cinco samuráis Cangrejo y un ronin se habían adentrado
en las Tierras Sombrías. Hoy, volvían seis Cangrejo. Kyuden Hida estaba en el
horizonte, y mil soldados Cangrejo estaban formados alrededor de el. Esperaban
en ordenadas filas, espada y lanza y arco en ristre.
Un Hiruma con ojos de lince fue
el primero en avistar a los viajeros, y dio un grito. El reunido ejército se
puso en acción sin dudarlo. Los viajeros se quedaron donde estaban, esperando
pacientemente para mostrar que no eran amenaza alguna. Al unísono, los soldados
marcharon hacia delante para rodear al pequeño grupo.
“Parece que las noticias viajan rápido,” observó Hida Enko.
“¿Te sorprende?” Contestó Hiruma
Todori. “Nuestros exploradores se mueven como el
viento por las llanuras. Los Kaiu están preparados sobre incontables atalayas, cada
uno listo para dar la señal a los demás si ven algún avance. Están
acostumbrados a diseminar la noticia de un ataque, pero también pueden
diseminar buenas noticias. Sin duda incluso el señor del Dojo
del Filo de la Navaja sabía que Kisada había vuelto solo horas después de que
llegásemos a la Última Esperanza de Shinsei.”
Hida Kisada se rió mientras observaba la reunida guardia
de honor. Trs su yelmo de acero intentó mantener
impasible su cara, pero un obvio orgullo brillaba en sus oscuros ojos.
Le gustaba estar en casa.
El Gran Oso detuvo su inspección, sus ojos parándose
sobre tres figuras cuando estas se adelantaron de entre la multitud. La primera
era una pequeña mujer, aunque llevaba armadura Cangrejo, un hacha, y se movía
con la gracia atlética y la fuerza de una guerrera. El segundo era un hombre
delgado vestido con túnicas de un azul tan oscuro que parecía negro. Llevaba
una larga lanza en una mano, su hoja extrañamente curvada y de color rojo
sangre. El tercero era un inmenso guerrero, casi tan grande como el propio
Kisada. Su armadura estaba bien cuidada pero tenía grabadas las cicatrices de
incontables batallas. Sus ojos estaban arrugados por las preocupaciones pero
mostraban una fiera determinación. Los oscuros ojos del guerrero y su
orgullosos andares le recordaron a Kisada a su hijo, Yakamo. Se detuvo ante
Kisada y se cruzó de brazos ante su ancho pecho. Este solo podía ser Kuon, su nieto.
“¿Omen?” Dijo Kuon, mirando al hombre de túnicas azul oscuro.
“Verdaderamente es Kisada,” dijo el hombre, el asombro
apareciendo en su cara.
Kuon miró a Kisada con
escepticismo. Levantó su puño derecho, y tras la orden, los soldados reunidos
desenvainaron sus armas. Kisada se puso tenso durante un instante, aunque no
mostró signo alguno de preocupación.
“¡Por el Gran Oso!” Gritó la mujer que estaba junto a Kuon, levantando su hacha como saludo.
En un solo y diestro movimiento, los soldados Cangrejo
levantaron sus armas y gritaron el nombre de Kisada.
Kuon sonrió un poco y también
se inclinó, mucho más de lo que debería un Campeón. Kisada devolvió el gesto
con igual inclinación, hacienda que su nieto se quedase sorprendido.
“Soy Hida Kuon, hijo de Hida O-Ushi y Hida Yasamura,” Kuon se introdujo a si mismo mientras se erguía, aunque
Kisada ya lo sabía.
“Soy Hida Kisada, hijo de Hida Atsumichi
y Hida Narumi,” contestó el Gran Oso, aunque Kuon ya lo sabía.
Kuon incline la cabeza, sus
ojos fijos en el suelo. Sacó su espada, aunque esta permaneció en su saya, y se
la ofreció a su abuelo con ambas manos. “Abuelo, te ofrezco a Yuruginai, Espada Celestial del Cangrejo,” dijo Kuon con voz marcada. “Esta espada, este clan, son vuestros
para gobernar.”
Kisada extendió una
mano hacia la espada, sus gruesos dedos siguiendo los exquisitos detalles de la
saya, pero no la cogió. “Es el destino de un Campeón gobernar su clan hasta que
muere,” dijo Kisada. “Ni siquiera el Señor del Cangrejo puede escapar su
destino, Kuon-sama.”
Kuon levantó la cabeza. Su cara
permaneció impasible, aunque Kisada podía detectar el alivio que se asomó tras
sus ojos. Desenvainó a Yuruginai y le saludó.
“Este es un inmenso honor, abuelo,” dijo Kuon, guardando la espada. “Os presento a mi esposa, Reiha, Dama del Cangrejo.”
“La conozco,” dijo Kisada, inclinándose ante Reiha. “Os he observado a los dos desde Yomi. Habéis
solventado crisis que harían que se derrumbasen hombres menos dignos, Kuon. Tenéis mi admiración.”
Kuon no dijo nada, solo incline
un poco su cabeza, agradeciendo el sincero halago. Se apartó un poco y extendió
una mano hacia Kyuden Hida. Al hacerlo, las filas de soldados Cangrejo se
abrieron tras él. “Que todo el Imperio sepa que incluso la muerte no impedirá
que un verdadera Cangrejo vuelva a su hogar,” gritó con una sonrisa de
satisfacción. “¡Kyuden Hida espera a su guerrero favorito, mi abuelo!”
Kisada miró hacia los muros de piedra gris y al enorme
cráneo demoníaco que estaba encima de las puertas. Para muchos, Kyuden Hida era
un lugar inhóspito, hogar de hombres y mujeres brutales que tenían la tarea
menos envidiable del Imperio. Para Kisada, era como había dicho Kuon… era su hogar.
Sonriendo tras su máscara de acero, Kisada continuó por
el sendero hacia Kyuden Hida.
•
Los salones del Campeón Cangrejo eran habitualmente un
lugar sombrío y silencioso, pero hoy no. A pesar de los esfuerzos de Kuon por mantener el orden, la noticia de que Kisada había
vuelto desde el Reino de los Benditos Ancestros había tenido un fuerte impacto
en su clan. Cualquier soldado que no estuviese de servicio sobre la Muralla, así
como los muchos que habían viajado hasta aquí para ver a Kisada con sus propios
ojos, se había aprovechado del evento para celebrar su alegría de ser un
Cangrejo. Como siempre, esta celebración se manifestaba con grandes cantidades
de sake, gritos, y la ocasional pelea amistosa con
los puños. Aunque Kuon reprendía a cualquiera que
viese causando demasiada conmoción, Kisada notó que su nieto no quería
abroncarles demasiado.
Hida Kisada permaneció apartado de los demás, tomándose
un tiempo en las habitaciones que le habían proporcionado para poner en orden
sus ideas. Kuon le había permitido todo el tiempo que
necesitase, aunque estaba invitado a cenar con su nieto y su familia en menos
de una hora. El viejo Cangrejo disfrutaba oyendo los gritos de alegría que
resonaban por todo el palacio, un lugar que contenía tantos tristes recuerdos. Una
vez, este lugar casi había caído en manos de los enemigos a los que se
enfrentaban los Cangrejo, y ese fracaso pesaba grandemente sobre los hombros
del Gran Oso.
Pero mientras Kisada estudiaba su reflejo en el lavabo se
preguntó si el término “viejo” aún le era aplicable. La cara que le miraba era
la cara de un joven fuerte, en su plenitud. Un brillante resplandor dorado
rodeaba su cuerpo. Aunque la Guerra de los Espíritus fue mucho tiempo después
de su muerte, había observado ese conflicto desde el más allá. Muchas veces se
había preguntado si la misma magia que otorgaba tal fuerza a los espíritus que
habían vuelto también había afectado sus mentes, haciéndoles lo suficientemente
arrogantes como para seguir al Crisantemo de Acero y luchar contra el verdadero
Emperador. Incluso ahora, siendo uno de ellos, no estaba seguro.
Había deseado tanto
aceptar la espada de su nieto. Había ansiado aceptar el mando que le había
ofrecido Kuon. Solo el conocimiento que tenía de lo
que los espíritus de Hantei le habían hecho al Imperio había detenido su mano… y
no había sido fácil. ¿Qué pasaría cuando completase lo que tenía que hacer? ¿Que
destino esperaba a un general que una vez había mandado ejércitos enteros? Ahora
volvía a tener ante si toda una vida. ¿Podría vivir esa vida sin interferir en
el destino de su clan? ¿Y si le necesitaban? ¿Cómo podría permanecer al margen
y seguir llamándose un Cangrejo? ¿Podría aceptar que el futuro del Cangrejo
estaba en manos lo suficientemente fuertes como para llevarlo sin su ayuda?
Una educada tos desde detrás de su puerta interrumpió la meditación
del Gran Oso.
“Adelante,” dijo Kisada, levantando su pesado yelmo y
colocándoselo en la cabeza.
La puerta se abrió, deslizándose, y entró Todori, el viejo explorador que había conocido en la Puerta
del Olvido. Se incline ante Kisada, casi tocando con su frente el suelo.
“Tanta sumisión no es necesaria,” dijo bruscamente Kisada.
“Levanta, Todori-san.”
“Por supuesto que es necesaria, Kisada-sama,” contestó Todori. “No todos los días está un hombre en presencia de
una Fortuna.”
“No tengo mucho de Fortuna,” contestó Kisada. “Aún
mantengo el título, pero perdí mucho poder cuando me volví otra vez mortal. Aún
lo puedo sentir, como si se me hubiese separado una parte de mi alma, pero esa
parte de mí que es de verdad la Fortuna de la Persistencia permanece en Yomi. Por
ahora, solo soy Kisada.”
“Solo Kisada,” contestó Todori con
una pequeña risa. “Las leyendas no hablan de modestia, mi señor. Fortuna o no, el
tener la oportunidad de serviros es un gran honor. Luchar a vuestro lado, como
hicimos en la Puerta, ha sido uno de los momentos más increíbles de mi vida. Y
eso es decir bastante, ya que he visto muchas cosas extrañas y espectaculares.”
“La no reconocida bendición de ser un Cangrejo,” contestó
irónicamente Kisada. “Hay muchas maravillas en estas tierras. Los Grulla adoran
la belleza, pero que hay comparable al amanecer sobre la Muralla Kaiu, cuando
ves los ejércitos del Kami Oscuro retroceder y te das cuenta de que estás vivo…
cuando ves que has triunfado. Quedaros con vuestros papeles doblados, Hijos de
Doji, mi alma disfruta con la victoria.”
“Bien dicho, Kisada-sama,” dijo Todori.
“Veros luchar en Volturnum y oíros hablar, puedo ver
porque mis ancestros os siguieron tan lealmente durante la Guerra de los Clanes.
Entiendo porque nuestros enemigos os temían tanto.”
“Quizás tus ancestros me siguieron con demasiada lealtad,”
dijo amargamente Kisada. “Cometí muchos errores. Muchos otros pagaron por ellos.
No desearía ver repetirse eses errores.” Su mirada descansó sobre el explorador.
Todori miró, incómodo, hacia
otro lado. “Entonces os gustará escuchar que el Señor Kuon
ha jurado nunca rendirse ante las Tierras Sombrías.”
“Lo sé,” contestó Kisada. “He estado observando al
Cangrejo con gran interés.”
“Y nosotros hemos estudiado vuestra leyenda con interés,”
dijo Todori. “Os gustará saber que hay muchos que se
sintieron decepcionados cuando no aceptasteis a Yuruginai.”
“¿Gobierna inadecuadamente mi nieto?” Preguntó Kisada.
“En absoluto,” contestó Todori,
“pero para muchos, Kuon es solo un hombre. Vos sois,
literalmente, un dios. Os seguirán hasta el corazón de Jigoku.”
Kisada miró en silencio a Todori.
“No he vuelto para usurparle el gobierno a mi nieto,” dijo. “He vuelto para
destruir a Iuchiban.”
“Eso no cambia el que haya muchos que estén ansiosos por
seguiros, Gran Oso,” dijo Todori.
Kisada suspiró. “Una cosa es mirar el reino de los
mortales, y otra el volver a vivir en el. Hay tantas cosas que me confunden, y
es por eso por lo que te he hecho llamar. No deseo que mis preguntas molesten a
mi nieto, quien ya tiene mucho de lo que ocuparse. No hasta que esté seguro.”
“Por supuesto, mi señor,” dijo Todori,
aunque parecía algo sorprendido.
“Al pasar por la Puerta del Olvido vi a otro guerrero con
vosotros,” dijo. “Cuando empezó nuestra lucha contra los Portavoces de la
Sangre, desapareció. Pero he oído como Enko hablaba
de él... encuentro extraño que tan poco os preocupase que un ronin se hubiese
perdido en las Tierras Sombrías, especialmente uno que había viajado junto a
vosotros solo unos minutos antes.”
La cara de Todori se volvió
adusta. “Si, Rezan,” dijo Todori. “No dudo que
desapareció en ese momento porque sabía que sería demasiado peligroso para él
permanecer entre nosotros.”
“¿Por qué?” Preguntó Kisada.
“Porque Rezan es un miembro de los ejércitos de Daigotsu,” contestó Todori. “Es
un Perdido.”
Los ojos de Kisada se entrecerraron tras su máscara. Sus
dedos se cerraron, formando un puño, las venas sobresaliendo en el dorso de su
mano.
“Explícate,” exigió.
“Como sabéis, Iuchiban ahora gobierna la Horda de las
Tierras Sombrías,” dijo Todori. “Hace casi un año, los
Portavoces de la Sangre atacaron el Castillo Hiruma. Nos
habrían invadido si no hubiesen aparecido Daigotsu y
sus seguidores. Ordené a mis tropas que no atacasen a los Perdidos a no ser que
estos les atacasen primero. Mi plan era permitir que los Portavoces de la
Sangre debilitasen a nuestro enemigo antes que enfrentarnos a los dos enemigos
al mismo tiempo, cuando ya estábamos en desventaja.”
“Un buen plan,” contestó Kisada.
“Pero cuando la batalla acabó, Daigotsu
no nos atacó,” dijo Todori. “Se retiró, enviando a su
sirviente, Kokujin, a negociar una tregua con el
Cangrejo. Ofreció un año de paz entre sus fuerzas y las nuestras, siempre que
no le atacásemos.”
“¿Y aceptaste?” Preguntó Kisada.
“No exactamente, pero no lo rechacé,” dijo Todori. “Daigotsu pareció
satisfacerse con dejar que nuestras acciones hablasen por nosotros. Cuando le
conté a Kuon la oferta del Señor Oscuro, se mostró de
acuerdo, aunque a regañadientes. Tras la Lluvia de Sangre, estaba claro que Iuchiban
era la mayor amenaza. Además, podemos atacar a Daigotsu
cuando queramos… aunque la mayoría ni siquiera sabemos donde está.”
Kisada levantó la vista, interesado por el cuidado con
que Todori había elegido las palabras. “Dices ‘la
mayoría.’ ¿Que significa eso?”
Todori se mostró muy
intranquilo. “Mi señor, no creo que os guste escuchar esto,” dijo en voz baja.
“Entonces cuéntamelo deprisa,” contestó el Gran Oso.
•
Aunque por los salones
de Kyuden Hida aún resonaba la celebración, el comedor del Campeón estaba casi
vacío. En su momento, Kisada tendría la oportunidad de encontrarse con su
gente, le había prometido Kuon. Por ahora, esta era
la oportunidad de Kisada de conocer a los nuevos líderes del Cangrejo. Aunque
Kisada sabía que no habría peligro en presencia de su nieto, no pudo evitar
sentirse desnudo sin su armadura. Incluso en Yomi era extraño que no llevase
armadura. Le reconfortaba mucho sentir el acero sobre su piel. Después de todo,
¿qué era un Cangrejo sin su caparazón?
Kuon estaba sentado en la
cabecera de la baja mesa, Reiha a su izquierda. Junto
a ella estaba sentado un samurai de aspecto brusco y que tenía la cabeza
rapada, su hermano, Benjiro. A la izquierda de este
estaba sentada una elegante y bella mujer mayor, Kuni Tansho,
daimyo de su familia. Junto a ella estaba sentado un
hombre de amplia barriga con las características patillas de los Kaiu. Kisada sabía
que era Umasu, el maestro de asedio. Había un asiento
vacío a la derecha de Kuon y al otro lado estaba
sentado el delgado shugenja que había conocido ante las puertas, a quién luego
le habían presentado solo como Omen. Más allá de Omen estaba el canoso Toritaka Tatsune, líder de su pequeña familia y sensei de Sunda Mizu Dojo.
Todori ocupaba el último asiento, junto a Tatsune.
Kuon se levantó al entrar su
abuelo y los demás le imitaron. Todos se inclinaron, saludando al Gran Oso, y
este contestó de igual manera. Con una orgullosa sonrisa, Kuon
señaló hacia el asiento que estaba a su derecha, ofreciéndoselo a Kisada. Kisada
fue al lugar que le habían reservado, sentándose cuando lo hizo su nieto. Los
demás también se sentaron en sus sitios. Una sirvienta entró en silencio en la
sala, y empezó a llenar las copas de sake que estaban
ante cada uno de los samuráis reunidos.
“Os brindo las más sinceras disculpas de Hachi, Señor de
los Yasuki,” dijo Kuon. “Sus obligaciones como
Campeón Esmeralda le tienen muy ocupado, aunque deseaba expresar su alegría por
tu retorno.”
“Bah, Hachi,” dijo Tatsune con una risa siniestra. “¿Qué podría ser más
importante que el Gran Oso volviendo de entre los muertos? ¡He venido desde
Toshi Ranbo para ver esto!”
“No juzgues tan severamente a Hachi,” dijo Tansho. “Ha servido bien al Señor Kuon,
pero no nació Cangrejo.”
“Ni yo,” replica Tatsune, “pero
aún respeto a nuestras leyendas.”
“Hablarme de Hiruma Rikiya,” dijo Kisada en voz baja, sorbiendo de su copa.
La reunión se quedó en silencio durante un largo momento,
sorprendidos por el repentino cambio de tema. Hida Kuon miró mal a Todori y luego se
dirigió a su abuelo. “Rikiya es un criminal,” contestó
Kuon. “Ha violado el juramento más sagrado de nuestro
clan. Espera su castigo en las mazmorras de Kyuden Hida.”
“Si admites mi curiosidad,” contestó Kisada, “¿qué ha
hecho?”
“Varios casos de traición, que recientemente me han sido
revelados,” dijo Kuon. “Cuando una banda de
exploradores Perdidos estaban siendo perseguidos por Portavoces de la Sangre, les
ofreció santuario en la Fortaleza de la Vela Solitaria. En varias ocasiones, ha
enviado a sus soldados al territorio cercano a la Ciudad de los Perdidos, donde
los Portavoces de la Sangre de Iuchiban pueden detectar la presencia de
aquellos que no tienen Mancha. Estos Hiruma llevaban
a los Portavoces de la Sangre a emboscadas preparadas por los seguidores de Daigotsu. Lo más preocupante de todo, se descubrió que ha
dado un excedente de grano a los Perdidos de Daigotsu
que iba a ser para los soldados Cangrejo.”
“En todos esos casos, Rikiya ayudó
a Daigotsu, con quién ahora estamos en paz,” dijo Reiha. “Sus acciones llevaron directamente a la muerte de
muchos Portavoces de la Sangre, y salvaron las vidas de incontables Cangrejo.”
“Inquietante,” contestó Kisada, dejando sobre la mesa su
copa. “Pero parece que el castigo de este hombre está claro. Es un traidor,
¿verdad?”
Kuon frunció el ceño. “Hay…
complicaciones.”
“¿Complicaciones?” Contestó Kisada. “¿Qué complicaciones?
No debe haber cesión alguna ante las Tierras Sombrías.”
“Rikiya no fue descubierto,” contestó Benjiro. “Confesó. Todos
los exploradores, todos los hombres que le ayudaron, sintieron que lo hacía por
una buena razón y mantuvieron el secreto. Cuando confesó, ellos también lo
hicieron. Han prometido que compartirán cualquier castigo que él tenga. Si es
ejecutado, más de cien samuráis Cangrejo le seguirán en la muerte. Los Hiruma no pueden soportar tal debilitamiento de sus
defensas, no con los Portavoces de la Sangre a la puerta.”
“Para complicarlo más,” añadió Tansho,
“fue Rikiya ante quién el ronin corrupto, Rezan, apareció
por primera vez. Fue él el que nos dijo que un alma volvería por la Puerta del
Olvido con la forma de derrotar a Iuchiban, aunque entonces no sabíamos quién
iba a volver. Cuando Rikiya supo que erais el héroe
que había regresado, vuestro ejemplo en la Guerra de los Clanes le hizo dudar
de lo que había hecho. Confesó porque sintió que no aprobaríais sus acciones.”
“Y no las apruebo,” dijo con seriedad Kisada. “Pero
encuentro difícil juzgarle, dadas las circunstancias.”
“A mi me pasa igual,” dijo Kuon.
“El día que murió mi madre prometí que nunca me rendiría ante el Señor Oscuro. Incluso
esta tregua que han acordado los Hiruma deja un sabor
amargo en mi boca, aunque reconozco que es necesaria. Tu consejo será
bienvenido, abuelo.”
Kisada tamborileó sus gruesos dedos sobre la mesa. Un
momento después, lentamente, una sonrisa se extendió por su ancha cara. “Darme
a este Rikiya,” dijo. “Mañana por la mañana salgo a
recuperar el corazón escondido de Iuchiban. Los Portavoces de la Sangre ya
conocen que lo busco. Harán todo lo posible por destruirme. Si este Rikiya es tan listo como parece, es posible que le necesite.
Si muere en esta búsqueda, morirá como un héroe. Si sobrevive, entonces
habremos triunfado, y se podrá redimir luchando contra las fuerzas del Señor
Oscuro. Daigotsu podrá disfrutar hora de nuestra
misericordia, pero mañana será otro día.”
“¿Y los seguidores de Rikiya?” Contestó
Tatsune. “¿Y si vuelven a ayudar a Daigotsu?”
“Quizás lo hagan,” contestó Kisada. “Quizás, como Rikiya, su honor les llevará a arrepentirse. Mientras tanto
solo podemos estar vigilantes. EL deber de un Cangrejo es imposible. Debe usar
todas las ventajas a su disposición… pero debe estar atento a no ser utilizado
a cambio. Esa es la lección de la Guerra de los Clanes. Nunca más volveremos a
ser títeres de la oscuridad.”
“Nunca más,” contestó Kuon.
Los demás líderes del Cangrejo murmuraron su asentimiento.
La habitación volvió a quedarse en silencio, aunque los sonidos de la
celebración aún resonaban por los salones. Reiha no
pudo evitar reír.
“Abuelo, no lo hagas,” dijo Kuon,
hacienda que Kisada le mirase, sorprendido.
“¿Hacer el qué?” Preguntó Kisada.
“No busques el Corazón Escondido,” contestó Kuon. “No he visto nunca a mi clan tan lleno de alegría y
valor como cuando supieron que habías vuelto. Te necesitamos.”
“Volví por una razón, Kuon,” dijo.
“Y esa razón aún se puede realizar,” dijo Kuon. “Benjiro ya se ha ofrecido
voluntario para buscar el corazón por ti. Es un buen guerrero. Le confiaría mi
vida, las vidas de mi esposa e hijos. Le confiaría el futuro de nuestro Imperio.”
“¿Te enfrentarías a Iuchiban, Benjiro-san?”
Dijo Kisada, mirando al samurai.
“Hai,” dijo Benjiro,
mirándole a los ojos a Kisada.
“¿Aunque estuvieses solo?” Preguntó Kisada.
“Hai,” dijo Benjiro.
“Admirable,” dijo Kisada. “Si el Señor Kuon fuese el que buscase el corazón y tu te ofrecieses a
reemplazarle lo entendería, ya que las vidas de todo el clan dependen del
liderazgo del Campeón. Pero yo ya no lidero al Cangrejo. Soy, como una vez fui,
solo un guerrero. ¿Preguntarías a otro guerrero, a otro Cangrejo, que se
escondiese en Kyuden Hida cuando aún tiene fuerzas para luchar y conoce al
enemigo?”
Benjiro no contestó, y miró
incómodo a su hermana. “No,” dijo. “No haría algo así. Retiro mi oferta.”
“No hace falta,” dijo Kisada encogiéndose de hombros. “Si
quieres puedes buscar el Corazón Escondido, pero yo estaré contigo.”
Benjiro sonrió un poco y volvió
a hacer una reverencia. “Como deseéis, Gran Oso.”
“Eres un hombre testarudo, abuelo,” dijo Kuon. “Aunque supongo que eso no es ninguna sorpresa. Sé
que en una búsqueda como esta es preferible un poco de sutileza, pero ofrezco
la Guardia de la Casa Hida para protegerte en tu viaje.”
“Te doy las gracias, pero no,” dijo Kisada. Cogió su copa
de sake y volvió a beber de ella. “Solo necesito a Benjiro y a Rikiya, así como aquellos
que me encontraron en la Puerta del Olvido; son unos buenos aliados.”
“¿Cuándo empezará esta búsqueda?” Dijo en voz baja Reiha.
Kisada miró a la esposa de su nieto, otra vez
impresionado por la mezcla de compasión y fuerza que veía en sus ojos. Kuon había elegido bien. “Mañana partimos hacia las tierras
León,” dijo.
•
Después de acabar de
cenar, Kisada se había excusado de los otros señores del Cangrejo. Fue tan rápido
como pudo a sus habitaciones, esperando no verse envuelto en una conversación
por el camino. Aunque quería conocer a la nueva generación del Cangrejo, lo que
verdaderamente deseaba era volverse a poner su armadura. No se encontraba cómodo
sin ella.
Pero mientras andaba por los pasillos de Kyuden Hida, las
palabras que antes había pronunciado Todori le inquietaron.
¿Entre los Cangrejo había tantos que deseaban seguirle a él en vez de a su nieto?
¿Acaso no recordaban los pecados que él había cometido durante su reinado como
Campeón? ¿Olvidaban tan fácilmente la historia? Y lo más preocupante de todo, se
encontró bastante intrigado ante esa posibilidad. Se encontró con que quería
volver a liderarles una vez más. ¿Era la influencia de la Puerta del Olvido? ¿Acaso
todos los que pasaban por su umbral estaban condenados a usurpar un poder que
no se merecían? ¿Por qué Toturi no había sufrido esa suerte?
Aunque quizás le pasó. ¿Se daría cuenta siendo el
Emperador? Se suponía que un Emperador fuese ambicioso.
Kisada se paró en mitad de las escaleras que llevaban al
siguiente piso. Sus años de experiencia en los campos de batalla le decían que
alguien le estaba observando, que le estaban siguiendo. Escuchó el sonido de
una solitaria y suave pisada antes de que el que le observa se diese cuenta de
que se había detenido. Kisada se volvió despacio y miró escaleras abajo. Ahí,
entre las sombras, había un niño pequeño. Este miraba a Kisada con grandes ojos
negros. Los ojos de su madre.
“Eres el hijo de Kuon, Ichiro,” dijo Kisada.
El niño asintió. “Ese es mi nombre por ahora, bisabuelo,”
dijo.
Kisada se sentó en las escaleras para estar a su misma
altura. Ichiro miró a los ojos de su abuelo con la
fiera valentía de un niño. Notó que el ojo izquierdo del niño estaba un poco
hinchado.
“¿Qué le ha pasado a tu cara, Ichiro?”
Preguntó Kisada.
“Senichi-san,” dijo Ichiro.
“¿Quién es ese?” Preguntó Kisada.
“Shinjo
Senichi,” dijo Ichiro. “Dijo que los Cangrejo
eran estúpidos por haberse alegrado de que hayas regresado. Dijo que la última
vez que viniste, hiciste más mal que bien. Yo le dije que estaba equivocado.”
Los ojos de Kisada se entrecerraron. “¿Por eso te pegó?”
“No,” dijo Ichiro. “Me pegó su
hermano Ryo.” Ichiro sonrió.
“Senichi no podía pegarme. Estaba llorando porque tenía
los dientes rotos.”
Kisada se rió a carcajadas. “Debes aprender la primera
lección del Cangrejo, pequeño Ichiro,” dijo. “Conoce
tu fuerza.”
Ichiro se encogió de hombros. “El
ojo de Ryo está peor,” dijo.
Kisada se volvió a reír. “Me imagino que tu padre se
enfadará,” dijo. “Esos niños Unicornio probablemente sean hijos de un
importante diplomático.”
Ichiro agitó la cabeza. “No,” dijo.
“No eran niños. Eran alumnos que están visitando Sunda
Mizu Ryu, y que han venido
a ver a una Fortuna que ha regresado.”
“¿Qué edad tienen?” Preguntó Kisada.
“Catorce y quince,” contestó Ichiro.
Kisada sonrió. “¿Sabe tu madre que ha pasado esto?”
Ichiro pareció algo asustado. “Aún
no,” dijo.
“Hm,” contestó Kisada. Sin duda
Ichiro tendría problemas cuando Kuon
y Reiha se enterasen, y con razón. A pesar de todo, no
podía evitar admirar la valentía del niño. Por supuesto, era difícil que alguno
de los chicos Unicornio admitiesen haber sido pegados por un niño, y si la
sangre Hida de este niño era pura, el hinchazón casi
sería inapreciable en unas pocas horas.
“Bien,” dijo, poniendo una mano sobre el hombro de Ichiro. “Senichi y Ryo aún pueden estar por ahí, ¿neh?
Es mejor que estés junto a mí mientras me reúno con las tropas. Por si necesito
un guardaespaldas, ¿entiendes?” Kisada levantó con seriedad una ceja.
La cara de Ichiro se enrojeció.
Asintió con rapidez. “Hai, bisabuelo,” dijo. “¡Estarás
a salvo conmigo!”
Kisada asintió y se puso en pie, intentando no sonreír. Continuó
andando, con el pequeño Ichiro tras él, valientemente
observando los pasillos por si algo amenazaba a su legendario bisabuelo.
Los días venideros no serían fáciles, pero Kisada no tenía
miedo. El futuro de su clan estaba en buenas manos.