Promesa de Primavera
por Shawn Carman
Traducción de Mori Saiseki
El frío
del invierno llenaba las tierras Moto, pero el inflexible suelo de piedra bajo
las piernas de Genki hacía tiempo que había cesado de sentirlo frío bajo ella.
La samurai-ko ignoró el palpitar en sus pantorrillas y muslos, e inclinó su
cabeza para volver a tocar el suelo una vez más. El altar era pequeño,
escondido en uno de los más remotos pasillos de Shiro Moto. Ella completó su
oración y volvió a levantar la cabeza.
El altar
era modesto, tenía solo los adornos más esenciales. Era austero, frío, e
implacable, muy parecido al hombre cuya memoria celebraba. Solo dos elementos
lo diferenciaban de los muchos otros como el que había desparramados por el
castillo. De un lado colgaba una simple bolsa de pergaminos, ahora vacía y muy
usada. Moto Chang había sido un sacerdote de los kami, aunque uno no muy
ortodoxo. Al otro lado colgaba un larga espada, un arma gaijin de sorprendente
tamaño y peso. Pocos entre los Unicornio aún las llevaban, ya que era un
residuo de una cultura que vivía mucho más allá de las tierras Moto. Chang
había usado la espada con habilidad nunca superada. Shugenja. Espadachín.
Magistrado. La vida de Chang había sido una extraña mezcla de inconexas
nociones e ideas.
Genki
rezaba ahora, como solía hacer, para que su padre la guiase y la diese
sabiduría. Él había caído en la Puerta del Olvido, y ella echaba de menos, más
que nunca, su visión brusca e inflexible. Nunca dudaba cuando se enfrentaba a
una decisión difícil. Nunca vacilaba cuando la adversidad mostraba su cara.
Incluso ante la muerte no se había resignado a someterse, soltando un hechizo
con su último aliento que había destruido a diez veintenas de sus enemigos.
Ahora
ella deseaba tener esa inquebrantable confianza. Genki cerró sus ojos y respiró
hondo, esperando que ahora, igual que lo llevaba haciendo varias semanas, las
Fortunas la bendijesen con un momento de claridad, y que pudiese ver su
verdadero rumbo. Hasta ahora, las Fortunas la habían abandonado. ¿Pero,
verdaderamente les podía culpar de ello?
Finalmente,
Genki aceptó que no la llegaría ningún entendimiento especial, por mucho tiempo
que estuviese sentada ante el altar a su padre. Con una última oración, se
levantó y se limpió el polvo y alisó las arrugas de su kimono. Parecía que sus
problemas eran suyos, y solo suyos. Que así fuese. Era Moto, y los Moto no se
apartaban de aquello que les preocupase.
Genki
fue de vuelta hacia sus habitaciones, yendo por los pasillos que solían usar
los sirvientes. Los sirvientes no se atreverían a hablar con ella, y así no
tendría que entablar conversaciones. Era algo que últimamente encontraba
difícil de hacer.
“Pensé
que podría encontrarte aquí,” dijo la voz de una mujer. Una mujer vestida con
los colores Shinjo salió por una puerta y bloqueó el pasillo, cruzada de brazos
y una sonrisa de satisfacción en sus labios. Era una mujer pequeña, pero su
postura denotaba una confianza sincera y entusiasta. “¿Creías que te escaparías
siempre de mi?”
Al
principio, Genki se quedó desconcertada, pero luego una cariñosa sonrisa
apareció en su cara. “Por supuesto que no, mi señora Haruko-sama.” Un brillo
malicioso apareció en sus ojos. “Nunca me podrían bendecir tanto las Fortunas.”
Haruko
sonrió de satisfacción por un momento, y luego soltó una carcajada. “Me estaba
empezando a preocupar, Genki-san,” dijo. “No te he visto en las últimas
semanas. Desde hace mucho tiempo nada menos el deber nos había separado durante
tanto tiempo.”
“Lo sé,
Haruko-san,” dijo Genki. “Perdóname. He estado preocupada.”
“Y
supongo que sé con que,” dijo Haruko con una sonrisa maliciosa. “Aún no has
preguntado porque estoy aquí.”
Genki
levantó las cejas. “Pero si venís aquí a menudo, Haruko-san.”
“Si, lo
hago,” asintió Haruko. “Pero hoy traigo grandes noticias.”
La joven
mujer agitó su cabeza. “Vale. ¿Qué gran honor ha llegado a la casa de los
Moto?”
“Pues
que he venido en compañía de mi hermano,” contestó con suficiencia. “Ha venido
a informar de sus actividades al Khan. Y, quizás, por otros asuntos.”
A Genki
se le cortó la respiración por un instante, y luego miró al suelo, avergonzada
por su reacción infantil. “¿Shono… desea verme?”
Haruko
se rió un poco. “Si no lo desea, es un estúpido. Bueno, más estúpido aún, que
mi hermano es bastante estúpido de vez en cuando.” Sonrió. “Ven. Vamos a buscar
a tu prometido a la corte del Khan.”
•
El Khan reunía a la
corte infrecuentemente, mucho más dispuesto a la guerra que a los detalles de
la corte y de la política. Cuando recibía a la corte, siempre había docenas de
personas que deseaban entrevistarse con él o que querían pedirle algo. Genki
había visto muchas veces al Khan enfadarse sobre su estrado, llevado casi hasta
la furia por las triviales enfados de todos ellos. Moto Chagatai entonces solía
salir de la habitación, dejando que sus consejeros Ide se ocupasen de las
consecuencias de su salida. No solía volver en varios días o incluso semanas,
permitiendo que aumentase el número de aquellos que buscaban su consejo, y el
proceso se repetiría. A Genki le parecía bastante ineficiente, pero no era ella
la que tenía que enfrentarse a los deseos de su señor.
Hoy,
afortunadamente, los asuntos aún no habían llegado hasta el punto de enfadar al
Khan, aunque no parecía muy contento de estar entre tantos visitantes e
invitados. Casi media docena de cortesanos y embajadores de varios clanes
revoloteaban a su alrededor, como buitres sobre un cadáver, cada uno esperando
el momento en el que poder ofrecerle su, sin duda, valiosa percepción de las
cosas.
Pero el
desagrado de Chagatai no duró mucho. Un hombre vestido con espléndidas túnicas
se acercó al Khan y le habló brevemente. El Khan inmediatamente dejó a los
cortesanos y se quedó solo hablando con el hombre durante unos minutos.
Finalmente, Chagatai asintió y le dio una palmada en el hombro, un gesto que
ella le había visto usar para expresar su aprecio a aquellos que le servían.
Los otros cortesanos se miraron entre si, no acostumbrados a ver contacto
físico en la corte, pero no dijeron nada. El hombre se inclinó profundamente
ante el Khan y se giró para abandonar la corte. Al hacerlo, la luz de las
lámparas se hicieron que saliese un reflejo morado de su ojo izquierdo.
Shinjo
Shono, General del ejército Junghar y daimyo de la familia Shinjo, se acercó a
las dos mujeres. Sonrió cuando las vio, asintiendo brevemente a Haruko.
“Konnichiwa, hermana,” dijo solo. Se volvió hacia Genki, y su sonrisa se
amplió. “Hola, Genki-chan.” Pareció luchar durante un momento por encontrar
palabras adecuadas que decir hasta que finalmente soltó, “Te he echado de
menos.”
“O, muy
elegante, hermano,” dijo Haruko, agitando un poco su cabeza. “Diariamente me
maravilla el que no te hayas casado mucho antes.”
Genki
ignoró a Haruko. Encontraba difícil mirarle a Shono a los ojos, no porque el
extraño ojo de cristal la afectase como le pasaba a muchos otros, sino porque
solo el verle la llenaba de conflictos e indecisiones. “Hola, Shono-kun,”
finalmente dijo, casi sin respirar. “Ha pasado demasiado tiempo.”
“Lo sé,”
dijo él disculpándose. “Mis deberes cerca del Shinomen me ocupan mucho tiempo,
y no creo que eso cambia en un futuro próximo. Pero el Khan parece contento, y
cuando llegue la primavera, ambos seremos perdonados de nuestros deberes
durante un cierto tiempo después de la boda.”
“Me
alegra,” dijo ella. Era una lucha tratar de ignorar el cosquilleo que sentía en
sus adentros.
“Bien,”
dijo él. “Andemos. Hay mucho de que hablar, y muy poco tiempo para ello.”
Haruko
se apartó, y los dos dejaron las habitaciones de la corte, y se dirigieron
hacia el jardín, enfrascados en la conversación.
•
La tormenta invernal no
cesaba, el rugiente viento audible incluso en las habitaciones más interiores
de Shiro Morito. Morito, daimyo del Clan del Buey y señor de la Llanura del
Corazón del Dragón, estaba sentado meditando en silencio en sus habitaciones
privadas. Siempre odiaba el invierno. Era casi imposible el hacer maniobras
militares de alguna importancia durante el invierno, y eso era lo que más le
gustaba al señor Buey. Se sentía verdaderamente vivo cuando cabalgaba por las
llanuras a la cabeza de su pequeño pero temible ejército. En el invierno, poco
se podía hacer salvo esperar. Esperar, y hacer planes.
Hubo un
crujido al otro lado de la habitación. Morito frunció el ceño. “Tus teatralidades
no me afectan, Tigre. Te deberías mostrar.”
Una
figura vestida con grandes túnicas pareció fundirse de entre las partes más
oscuras de la habitación. Una máscara dorada brilló desde las sombras, el
símbolo de un tigre blasonado en la frente. “Maestro Acero,” dijo una extraña
voz metálica, “me hacéis un perjuicio.”
Morito
gruñó. “Sé que algunos de los otros te temen, Tigre, pero yo no. Tienes poder
sobre los desleales y los traidores. Mi dedicación a la causa es absoluta.
Ningún hombre entre los Kolat es mi superior. Ni siquiera tu.”
“Por
supuesto que no,” dijo afablemente el Maestro Tigre. Su voz, su tono, su
postura eran evasivos. Tigre nunca revelaba nada si no era necesario – incluso
la suposición de que era un hombre era solo eso – una suposición. “¿No somos
los dos Maestros? Iguales, no superiores.” Cruzó la habitación para ponerse
junto a la mesa donde Morito estaba sentado. “Y como Maestros, recae sobre
hombres como nosotros ocuparnos de asuntos desagradables. Como Shinjo Shono.
Rumores en la corte dicen que se va a volver a casar.”
“¿Y
deseas vengarte otra vez de él?” Preguntó Morito.
“Cuando
mató a su padre prometimos que su familia no conocería la paz,” contestó Tigre.
“Hemos cumplido esa promesa una vez ya. De entre todos los Maestros, tu eres el
que conoces mejor a Shono. ¿Qué consejo das? Los demás Maestros esperan tu
contribución.”
Morito
se quedó en silencio durante un rato, pensativo. “Shinjo Shono no es nuestro
único enemigo en el Unicornio,” dijo finalmente. “Moto Chen sería más peligroso,
creo, si no estuviese tan preocupado con tu agente. Su hermano. He olvidado su
nombre.”
“Chaozhu
tiene muchos talentos,” musitó Tigre. “El atraer la atención de Chen es solo
uno de ellos. No subestimes aquello que pueda ser útil. Después de todo, Chaozhu
es uno de los principales lugartenientes de Shono.”
“¿Le
podemos usar contra Shono?” Preguntó Morito.
“No lo
creo,” dijo el Maestro Tigre, admirando un juego de espadas Yobanjin que
colgaban de la pared. “Chaozhu podría muy bien heredar el mando del Junghar si
muriese Shono. Demasiado valioso para arriesgarle en esta tesitura.” Se volvió
hacia Morito. “En cualquier caso, debemos ser discretos. Ambos, el Maestro
Sueño y el Maestro Nube han detectado poderosos augurios rodeando la boda de
Shono. Inmiscuirse en situaciones así puede ser peligroso.”
“Había
oído lo que dicen Sueño y Nube, y no me convence que sea eso preocupante,” dijo
Morito riendo. “¿Tienes miedo, Tigre?”
Tigre
miró fijamente a Morito. “Cuidadoso,” corrigió. “Siempre soy cuidadoso. La
novia de Shono debe morir, pero nos moveremos despacio. Cuidadosamente. Como es
nuestro método.”
“Nunca
he entendido tus juegos en la sombra, Tigre,” dijo Morito. “Si Shono te pone
furioso, mátale. No ataques a su familia y amigos.”
“Sabes
que no es tan simple,” concedió el Maestro Tigre. “Hemos cultivado la creencia
de que ya no existimos, una creencia que nos sirve bien, a pesar de que Shono
dice lo contrario. El que Shono siga viviendo es la prueba de que lo que dice
es falso.”
“Bah,”
dijo Morito. “Hay muchas formas de matar a un hombre. Podríamos destruir a
Shono y que parezca un acto político, o un cambio en la marea de una batalla, o
incluso un acto de la naturaleza.”
“Quizás,”
dijo Tigre. “Pero como no es un verdadero peligro para nosotros, nos
contentamos con saciar nuestra venganza contra él de otras formas. Pero… esta
última predicción. Me irrita.”
“Irrita,”
repitió Morito. “Irritar es una elección interesante como palabra. Yo hubiese
elegido otra.”
“Espero
que no sea miedo lo que escucho en tu voz, Maestro Acero,” le reprendió Tigre,
algo afilado escondido en su voz. “Sería muy impropio.”
“No temo
a ningún hombre mortal,” gruñó Morito. “Recuérdalo, Tigre.”
“Quizás
no, pero esto no es verdaderamente un asunto humano, ¿verdad? Al menos si Sueño
y Nube están en lo cierto.”
Morito
no encontró nada que decir, y por ello no dijo nada. Solo se quedó sentado y
escuchó el viento invernal rugir alrededor de su castillo, y deseó que llegase
la primavera.
•
Hacia solo un momento, el Khan había estado felicitando a Shono por la
eficiente ejecución de su deber. Pero el viejo samurai recordaba otra
conversación, una que había tenido lugar no hacía mucho tiempo. Había
aconsejado a Shono a buscar nuevos aliados, para encontrar una forma de acercar
su casa a aquellos que podrían ser útiles. Una boda, había dicho el Khan, sería
la forma más rápida para ello. Nada cimentaba tanto una alianza como una boda.
En aquel momento, a
Shono la idea de casarse le había parecido extraña. Ya conocía a Genki, por
supuesto, y la llevaba admirando muchos años. Pero nunca había pensado en
casarse. No desde que…
Shono se
había excusado ante Genki, y se había ido del jardín. Sabía que ella estaría
confundida por su marcha, dado que habían estado separados tanto tiempo, pero no
lo pudo evitar. Necesitaba un momento para pensar. Lo encontró en un pequeño
establo cercano a Shiro Moto. No había nadie cerca, y por un momento, Shono
podía estar solo con los fantasmas del pasado.
“¿Qué
está pasando?” Preguntó una voz familiar.
Shono rápidamente se
limpió la cara con la manga de su kimono y levantó la cara con una fingida
mueca. “¿No se me permite un momento de paz?” Preguntó.
“No cuando actúas así,”
dijo Haruko desafiante. La expresión de su hermana se dulcificó. Miró hacia su
hermano más alto con expresión de preocupación. “¿Qué ha pasado? ¿Estás
llorando?”
“No,” dijo Shono riendo
amargamente. “Un samurai no llora.”
“Tengo mejores cosas
que hacer con mi tiempo que escuchar estúpidas fanfarronadas,” soltó Haruko.
“¿Por qué abandonaste a Genki en el jardín? Ella probablemente cree que la has
dejado.”
“Yo… no haría eso,”
dijo Shono, mirando en la dirección del jardín. “Ella sabe que no lo haría,
¿verdad?”
“Por supuesto,”
contestó Haruko. “Solo quería que me prestases atención.” Cogió la mano de su
hermano con paciencia. “¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?”
Shono agitó su cabeza.
“El pensar otra vez en casarme, después de tanto tiempo.” Titubeó. “Pensaba en
Suren, y en los niños.”
Su hermana asintió. “Sé
que debes pensar a menudo en ella. Sabes que ellos querrían esto. Querrían que
fueses feliz. Que restaurases nuestra familia.”
Shono asintió. “Lo sé.
Pero es… difícil.”
“Por supuesto que lo
es,” dijo Haruko. “Estaba contigo cuando ocurrió, y no puedo siquiera
imaginarme lo difícil que tiene que ser.”
“Después de que fuesen…
después de que muriesen,” dijo, “juré que nunca me permitiría dar a los Kolat
otro objetivo. No sé si le puedo hacer eso a Genki, o a mi mismo.”
“No seas tonto,” le
reprendió Haruko. “Lo que le pasó a Suren y a tus hijos fue una tragedia, pero
aún no comprendías totalmente a nuestros enemigos. Mira todo lo que has hecho
desde entonces. Eso fue hace años, Shono. Ahora puedes proteger a Genki. Puedes
defender el hogar de nuestra familia. No la perderás, a no ser que titubees.”
Sonrió. “Nunca te he visto titubear, hermano.”
Shono sonrió un poco.
“Quiero creer que estás en lo cierto,” dijo. “Genki es distinta a todas las
mujeres que he conocido. A veces me recuerda a Suren, pero son muy diferentes.”
“A Suren le habría
caído bien,” dijo Haruko. “Ambas tienen un fuerte carácter.”
Shono se rió
bruscamente. “Eso es quedarse algo corto,” dijo.
Haruko sonrió, y los
dos se quedaron en silencio durante un momento. “¿Qué te hizo cambiar de
opinión?” Le preguntó ella finalmente.
“¿Sobre la boda?”
Contestó Shono. “Para ser honesto, no lo sé. Siempre me ha impresionado Genki.
Es hábil con la espada, es lista, y sabe cuando dar su opinión. Creo que nunca
he conocido a una mujer con tantas habilidades.”
“Cuando éramos niñas,
recuerdo que siempre cogía al vuelo las cosas nuevas,” asintió Haruko. “Tenía
tantas ganas de dominar las cosas nuevas.”
“Pero no es solo eso,”
continuó. “Es amable, inteligente. Siempre está dispuesta a discutir nuevas
ideas y compartir sus puntos de vista. Poco después de conocernos, ambos fuimos
heridos y pasamos mucho tiempo juntos, recuperándonos. Hablar con ella… era
embriagador. Aún lo es.”
“Y, por supuesto, es
muy guapa,” dijo Haruko sonriendo.
“Si,” asintió
inmediatamente Shono. “Pura y elegante, como la primera nevada del invierno.”
Haruko acarició con su
mano la mejilla de su hermano. “Sé que todo esto es muy difícil, Shono. Sé que
tiene que ser doloroso. Pero debes de ver lo que es verdad. Sabes que es lo
mejor. Te hará ser feliz.” Volvió a sonreír. “Y si no te casas con ella,
obtendré mucho prestigio arreglando el que ella se case con otra persona, por
lo que en cualquier caso saldré victorioso, y no creo que tu reputación pueda
caer aún más.” Sonrió con malicia.
Shono se rió. “Sabía
que dirías eso. Pero no tendrás la oportunidad de verlo. Me casaré con Genki.”
“Bien,” dijo ella.
“Venga, le prometí a Genki que te llevaría de vuelta, y una Shinjo cumple sus
promesas. Y esta vez, si vosotros dos no os quedáis en el mismo sitio, me voy a
enfadar mucho con ambos.”
“Ugh,” contestó Shono
sonriendo. “Creo que preferiría enfrentarme a los Kolat.”