¿Qué es la Lealtad?

Relato de la votación storyline en las GAMA


por Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

            El Shogun miraba como sus ejércitos cruzaban el campo de entrenamiento frunciendo el ceño con intenso malestar. Los ashigaru se estaban volviendo más hábiles, pero no era suficiente. No era suficiente por mucho. Si de verdad iba a dar el paso de abrazar su destino como defensor de Rokugan, entonces solo aceptaría la perfección. Lo que buscaba era difícil. Ya algunos le habían llamado usurpador, pero no le comprendían. Era la seguridad del Imperio lo que él más valoraba, y no permitiría que nadie interfiriese eso.

Ni siquiera su hermano. Ni siquiera el Emperador.

Pero Naseru era poderoso, y no compartía el poder fácilmente. Kaneka no se podía permitir error alguno. Necesitaba aliados. Samuráis que estuviesen dispuestos a ayudarle había muchos… pero no en los que pudiese confiar. Pero eso era un problema a considerar en otro momento. Se frotó el mentón mientras pensaba en formas de mejorar las técnicas de sus soldados. Pasaron unos momentos antes de que notase al heraldo arrodillado en la tierra cerca de él, esperando que le prestase atención.

Kaneka hizo un brusco gesto para que el hombre se levantase. Este rápidamente lo hizo, inclinando su cabeza y ofreciendo un pergamino sellado alargando el brazo. El Shogun lo aceptó y luego hizo que se retirase el hombre con un movimiento de su mano. Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio el sello que había en el pergamino. Lo abrió rápidamente, leyendo su contenido con una confundida expresión.

“Señor Shogun,” empezaba la carta, “Prepararos para la llegada del Khan.”

Eso era todo lo que decía.

Kaneka miró la carta durante un largo instante, asombrado, y luego la tiró a una cercana hoguera. Habían pasado muchos años desde que cabalgó junto a Moto Chagatai, el brillante aunque errático líder del Clan Unicornio. Cualquier alianza entre ellos había sido prohibida por el Emperador. ¿Estaba loco el Khan al hacer algo así? ¿O había algo más aquí de lo que parecía haber? No tenía ni idea de lo que planeaba Chagatai, pero no tenía ninguna duda de que el resultado le sorprendería.

Igual que en los viejos tiempos.

El Shogun se rió, una larga y fuerte risa. Los ashigaru miraron temerosamente a su líder durante un breve instante, y rápidamente volvieron a hacer su katas de práctica con redoblado esfuerzo.



            Los Unicornio llamaban a estructuras como esta “chomchogs.” Desde fuera parecían elaboradas tiendas de campaña construidas con cuero y lona. Por dentro, eran tan lujosas y bien decoradas como el más orgulloso palacio Doji. Cojines de seda cubrían el suave suelo de fieltro. Rico incienso flotaba en el aire y, desde detrás de una cortina, llegaba el suave sonido de un samisen. Aunque los fuertes y fríos vientos de las llanuras aullaban por fuera, el interior estaba tranquilo y sereno.

El Shogun dejó que el trozo de tela de la entrada se cerrase tras él mientras observaba lo que le rodeaba. Aunque muchos soldados Unicornio patrullaban por fuera, solo había dos samuráis dentro – Chagatai y su esposa, Rumiko. El Khan era un hombre bajo, de fuerte constitución con los rudos rasgos característicos de un Moto. Moto Rumiko era alta y delgada. Sus regios rasgos hablaban de unos ancestros de mayor tradición Rokugani, pero llevaba las pieles y cueros de una Unicornio. Se levantaron de sus asientos al acercarse Kaneka. Chagatai le ofreció su mano derecha sin decir palabra, escudriñando cuidadosamente al Shogun. Kaneka no dudó, agarró la mano de Chagatai y la apretó firmemente.

La ancha boca de Chagatai mostró una pequeña sonrisa. “No has olvidado nuestras costumbres,” dijo, inclinándose profundamente. Rumiko imitó el gesto.

“¿Cómo podría olvidarme?” Preguntó Kaneka, devolviendo la reverencia del Khan. “La cultura del Unicornio es un raro y único tesoro de este Imperio.” Señaló al interior de la tienda de campaña que le rodeaba. “Esto, por ejemplo. ¿Quién más tiene la habilidad de viajar con tanta rapidez, en tal confort?”

El Khan se rió. “Algunos días pienso que el chomchog es el mejor invento de mi clan,” dijo. “Cálido, portátil, y seguro.”

“Si el Emperador conociese su confort quizás abandonaría su propio palacio,” añadió Rumiko.

“No lo creo,” contestó el Shogun. “La vida del nómada no es para mi hermano. Necesita su corte, donde las delicadas flores pueden mirarle y adorarle mientras las sombras retuercen su camino.”

“Una pena,” dijo Chagatai. “Los Shinjo creen que el verdadero héroe es un hombre que no busca la fama por sus grandes hazañas. Yo escuché relatos de los logros de tu hermano antes de que ascendiese al trono, relatos que pocos conocen. Es un gran hombre. Grandes hombres no deberían permitir que mentes pequeñas usurpasen su poder.”

“¿Es por eso por lo que has venido a Toshi Ranbo, Chagatai?” Preguntó Kaneka. “¿Para ayudar a mi hermano?”

“Creo que él no aceptaría ninguna ayuda que yo le ofreciese,” contestó Chagatai. “Para él soy un monstruo. Soy el Khan, el violento cacique del oeste que corre salvaje por las llanuras y destroza los ejércitos de la Mano Derecha. Creo que me teme.”

“Naseru no se atemoriza fácilmente,” dijo Kaneka.

“¿Estás seguro?” Preguntó el Khan. “Dime, Shogun. ¿Fuiste tú o él el que decidió no enviar tus ejércitos para acabar con la Guerra que yo empecé en Kaeru Toshi?”

“¿Y eso qué importa?” Preguntó Kaneka.

“Es una diferencia Imperial,” contestó Chagatai en voz baja. “Al principio, pretendía que la Guerra de la Rana Rica fuese rápida y brutal. Esperaba retomar rápidamente la ciudad y acabar así la guerra no solo para impedir que los León hiciesen mayor el conflicto – pero acabar con la guerra antes de que tú llegases. La Lluvia de Sangre complicó las cosas, y la guerra prosiguió, para detrimento de la reputación de tu hermano. Más de un samurai ha preguntado porque el Emperador prohibió a su propio Shogun que llevase la paz a este Imperio roto por la guerra. ¿Temía la lealtad que una vez te juré? ¿Temía que si mis ejércitos podían retar incluso al Clan León, unidos con tus propias tropas ninguna fuerza en Rokugan podría detenerte y que recuperarías el trono de tu padre?”

“¿Quién lo sabe?” Contestó con dureza Kaneka. “La mente del Emperador está tocada por los Divinos Cielos. ¿Quién puede conocerle de verdad?”

“Ah, pero también es un hombre,” contestó Chagatai, “y he matado suficientes hombres como para reconocer el miedo cuando lo veo. Esta es la mayor debilidad del Justo Emperador – que no puede compartir el poder. Que teme a aquellos que tienen la fuerza para poder ayudarle.”

El Khan miró intensamente a Kaneka, sin decir nada durante casi un minuto. La delicada música siguió durante el silencio. No por vez primera, Kaneka encontró gracioso que tantos despreciasen a Chagatai por ser un bárbaro ignorante, solo para luego ser aplastados bajo los cascos de su ejército.

“Y si no has venido a ayudar a mi hermano,” dijo cuidadosamente Kaneka, “¿por qué estás aquí?”

“Para ayudarte, poderoso Shogun,” contestó Rumiko, sorprendiendo a Kaneka con su fría y cantarina voz. “Seguro que vuestra intención es atacar a los enemigos ocultos de Naseru, los que susurran en las cortes y le roban sus fuerzas. Esos hombres son cobardes, y tras matar a Matsu Nimuro, nadie en Rokugan es tan temido como mi esposo.”

“Rumiko dice la verdad,” añadió Chagatai. “Dejemos saber a los que desafían al Emperador que se enfrentan al poder del Shogun – y al salvajismo del Khan.”

“Todo por la gloria del Hijo del Cielo, por supuesto,” dijo Kaneka.

“Por supuesto,” dijo Chagatai, y la ambición brillaba en sus ojos.

“Una alianza así será prohibida,” contestó Kaneka. “Recuerda que el Emperador, cuando ascendió al trono, me ordenó abandonar todos los juramentos que tu y los demás me habíais hecho.”

“Y tú cumpliste tu promesa,” dijo Chagatai. “Ahora nosotros debemos cumplir la nuestra. El Clan Unicornio ha jurado proteger al Emperador, y para hacer eso eficientemente debemos combinar nuestra fuerza con la tuya. Con la magia de tus aliados Fénix y la fuerza de mis jinetes, ¿qué fuerza en Rokugan se nos opondrá?”

“¿Y qué hay del Clan León?” Preguntó Kaneka.

“Los León desean solo ser la Mano Derecha del Emperador,” dijo sucintamente Rumiko. “Dejémosles. Que sus heridos ejércitos protejan el orgullo de un Emperador maniatado, su mano derecha, recubierta de un guante de seda. El Clan Unicornio será el puño armado del Shogun, y conocerá la verdadera gloria.”

“Perdona la impetuosidad de mi esposa,” dijo Chagatai, aunque en su voz solo sonaba la admiración. “Aunque ahora es Unicornio, aún tiene el fiero orgullo de una Matsu.”

Kaneka solo asintió, distraído. En su mente se estaban formando múltiples posibilidades. Una vez, hacía mucho tiempo, había deseado el trono de su padre. Eso estaba en el pasado. El sacrificio de su hermana Tsudao le había mostrado sus propias limitaciones. Lo mejor de si mismo surgía con una espada afilada en la mano y un ejército a sus espaldas. No podía inspirar a los hombres normales como podían Tsudao y Naseru. No podía ser un Emperador.

Pero acababa de ver lo débil que era en verdad un Emperador, y no por culpa de Naseru. El hombre que se sentaba en el Trono de Acero era débil, vulnerable, descansaba en la caridad de otros el que tuviese poder. Aunque Naseru era un hombre astuto y capaz, incluso él no podía dejar de ser manipulado. El Gozoku había pervertido su influencia en todos los niveles. Kaneka se unió al principio a ellos porque admiraba sus ideales – dejar al imperfecto Emperador su trono mientras que ellos verdaderamente gobernaban el Imperio – pero en el fondo eran corruptos y despreciables. Había jurado echarles de sus madrigueras y destruirles. ¿Y entonces qué? ¿Simplemente retirarse y esperar a que el siguiente manipulador retorciese el gobierno de su hermano?

No.

Rokugan era una tierra de samuráis, una tierra de guerreros. Un Emperador siempre estaría sentado en el trono y servir de brillante ejemplo, un resplandeciente Hijo del Cielo para que todos adoraran – pero solo un guerrero podía traer la verdadera seguridad. ¿No tenía Kaneka ambición? Quizás no. Cada vez que pensaba en su plan podía sentir crecer en su interior los viejos celos y el resentimiento hacia sus hermanos Imperiales. Dejó que atemperasen su decisión. Fuesen cuales fuesen sus defectos, él era mejor que los villanos que gobernaban el Gozoku.

Con la ayuda de Chagatai, todo sería tan simple. Podría sacar a la luz a los jefes del Gozoku y destruirles. Hecho eso, podría restaurar la buena reputación de su hermano. Podría usar lo que quedase del Gozoku – a aquellos que eran hombres verdaderamente honorables, aunque engañados – para proteger al Emperador de futuros errores. El Shogun gobernaría a todos, con el Khan a su lado. Guerreros con poder incontrovertible.

“¿Aceptarás mi ayuda, poderoso Shogun?” Preguntó el Khan, algo de ansiedad en su voz.

“Si dijese que no,” contestó Kaneka, “¿eso te haría cambiar de opinión?”

“¿Tu curiosidad hará que deniegues lo que te ofrezco?” Contestó el Khan, mostrando unos blancos dientes. Rumiko también sonrió.

“Creo que no,” dijo Kaneka. “Acepto. Que los enemigos del Hijo del Cielo tiemblen ante el Shogun… y el Khan.”