Reconstruyendo la Corte

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

Kyuden Miya brillaba bajo el sol de la mañana. El castillo llevaba horas activo a pesar de que el sol se acababa de elevar sobre el horizonte. Miya Shoin, el Heraldo Imperial y el elegido sucesor del daimyo familiar Miya Yumi, su tía adoptiva, entró orgullosamente en el patio. Su daisho estaba sujeto firmemente por su obi. Una capa de paja ‘horo’, la marca identificativa de un shisha – los incansables mensajeros del Imperio – colgaba a su espalda. Un sirviente estaba ante él con su montura preparada. Shoin montó sobre la bestia con un fluido movimiento, asintiendo al sirviente, despachándolo, y luego se volvió a arengar a sus hombres.

Una docena de los mejores shisha Miya estaban reunidos en el patio, cada uno vestido para viajar, igual que Shoin. Todos llevaban la indumentaria tradicional de un heraldo, y cada uno estaba montado sobre un buen caballo Imperial, caballos nacidos de la manada que los Unicornio habían dado al Emperador hacía muchos años. Shoin estuvo un momento mirando a los hombres y mujeres que tenía ante él. “Cada uno tenéis vuestras tareas,” dijo finalmente. “Nuestro deber es de los más sagrados. La Corte Imperial se ha vuelto a convocar, y nosotros debemos llevar la noticia a la gente de Rokugan. Debemos informar a los Grandes Clanes que se espera a sus representantes. Debemos informar a todos que la Corte estará a su disposición, para que puedan pedir a los cortesanos que se preocupen de sus preocupaciones. Sean Grulla o Gorrión, todos los clanes de Rokugan deben saberlo. Ningún clan se quedará sin representación.” Giró su caballo hacia las puertas de Kyuden Miya. “Sabed que yo también iré. Ningún Miya descansará hasta que este deber se haya completado. Cada uno de vosotros conoce su encargo. Que las Fortunas os den velocidad.”

Como uno solo, los heraldos Miya salieron cabalgando del castillo y se separaron hacia los cuatro vientos.

                                                                                                                            

 

CANGREJO

“Ya te lo he dicho, Miya,” gruñó el viejo samurai de pelo gris, “el Señor Kuon ya no está aquí.”

La cara del heraldo era de desesperación. “Pero este es el tercer lugar donde le he buscado. Cuando llegué a Kyuden Hida, me dijeron que había ido a Yashiki. Cuando llegué allí, me dijeron que fuese a Sunda Mizu Mura. Y ahora…”

“Ahora,” dijo irritado Toritaka Tatsune, “el Señor Kuon ha ido a inspeccionar la Gran Muralla del oeste.” Se acercó un poco. “¿Estás sugiriendo que el Campeón Cangrejo debería retrasar sus deberes para tu conveniencia? ¿Es tu valioso mensaje tan importante que tiene precedencia sobre nuestra defensa de Rokugan? ¡Quizás si Daigotsu supiese que estabas aquí, retrasaría sus ataques el tiempo suficiente para que pudieses entregar tu mensaje!” Tatsune golpeó la mesa violentamente para puntualizar sus comentarios, haciendo que la botella de sake temblase peligrosamente.

El heraldo Miya palideció. “Perdonadme, Tatsune-sama. No quería ofenderos.” Se inclinó profundamente. “Quizás tengáis razón, y mi presencia aquí sea molesta. Si no tenéis objeción, dejaré la nota al Señor Kuon con vos, y me iré.”

Tatsune frunció el ceño. “Por supuesto, vete.” Se inclinó, pero solo un poco, y luego rió cruelmente cuando el heraldo, obviamente aliviado, se giró y salió de la habitación tan rápidamente como pudo. Tatsune miró al pergamino sellado y a la marca de la Corte Imperial que llevaba. Haciendo una mueca de dolor, se agachó y frotó su herida pierna.

Sus viejas heridas le habían estado doliéndole más últimamente. Había estado pensando en retirarse de su puesto como sensei, ya que no quería que su carga se convirtiese en la del clan. Pero ahora… quizás había una forma en la que podría seguir sirviendo al Cangrejo. Un nuevo campo de batalla, lleno de enemigos que solo un verdadero Cangrejo podía derrotar…

Tatsune sonrió y se rió para si mismo. Esto podría ser muy interesante.

                                                                                                                            

 

GRULLA

Doji Kurohito asintió mientras aceptaba el pergamino. “Te doy las gracias, heraldo. Habíamos estado esperando una notificación así desde hace tiempo.”

El heraldo se inclinó muy profundamente. “Shoin-sama deseaba tener todo preparado antes de enviar las invitaciones, Kurohito-sama. Le parecía impropio hacer que los Grandes Clanes esperasen a que la corte comenzase una vez que hubiese sido anunciada.”

El Campeón Grulla hizo un gesto, pasando de las palabras. “Lo más seguro es que Shoin deseaba que no tuviésemos oportunidad de hacer planes para aprovecharnos de la formación de la corte. Tu señor es bastante astuto.” Kurohito sonrió levemente, e hizo una señal al heraldo para que se levantase. “Vuelve a tu señor y llévale las gracias de los Grulla. Tiene nuestro apoyo en todo, y solo tiene que pedirnos lo que desee.”

El heraldo sonrió y se inclinó profundamente por segunda vez, y luego se giró y abandonó la habitación de la corte, dejando a Kurohito solo con su mujer. “¿Es como esperábamos, esposo?” Preguntó Doji Akiko, levantándose tras él. “Y si es así, ¿a quién mandamos a la pequeña corte de Shoin?”

“Si, es como esperábamos,” asintió Kurohito. “Planea convocar la corte en Kyuden Miya hasta que un lugar más permanente pueda ser elegido.” El Campeón se frotó la barbilla, pensando. “Quizás podamos encontrar la forma de seleccionar algo que se adapte a nuestras necesidades.” Se quedó pensativo durante un momento, y luego se volvió hacia su mujer. “¿Me acompañarías a la corte?”

Akiko sonrió. “Por supuesto, aunque necesitaremos encontrar representantes más permanentes. Con mis propios deberes ante el Concilio Elemental, no puedo permanecer durante mucho tiempo en la corte.”

“Todos tenemos nuestros deberes,” dijo Kurohito con una mirada de resignación. “Entonces tender que seleccionar a otros. ¿Pero en quién podemos confiar esta responsabilidad?”

“En Seishiro,” dijo Akiko al instante. “Se ha mostrado tanto leal como competente. Te servirá bien.”

Kurohito asintió. “Cierto es. Creo que también elegiré a Handen.”

“¿Handen?” Preguntó Akiko. “¿Por qué?”

“Nos sirvió bien durante… aquello desagradable en Kyuden Kakita. Parece que busca demostrarnos algo, como si purgase algún pecado.” El Campeón se encogió de hombros. “Me importan poco sus pecados, siempre que eso le haga un vasallo más deseoso y competente.”

“Siempre pragmático,” sonrió Akiko. “Yasuki Hachi y Nagori también estarán presentes, aunque es posible que no puedas depender en ellos para promover tus intereses en vez de los de Hachi.”

“No necesito la ayuda de Hachi, ni tampoco la espero,” dijo Kurohito. “Él sirve al Imperio, no al Grulla. No, tender todo lo que necesito.” Se levantó del estrado. “Me retiraré a nuestras habitaciones. Tengo una carta que preparar para mi querido amigo Matsu Nimuro.”

                                                                                                                            

 

DRAGÓN

Mirumoto Uso andaba por entre los caminos de montaña que cruzaban las traicioneras tierras que rodeaban a Shiro Mirumoto. Otros podían considerar a las montañas como un reto, pero para Uso eran simplemente su hogar. Andaba aparentemente al azar, pero el sonido de gritos kiai del cercano Dojo de la Montaña de Acero se volvieron cada vez más cercanos. Finalmente, rodeo una curva y se detuvo ante una gran roca sobre el camino que llevaba a Shiro Mirumoto.

Un hombre estaba sobre la roca, su pecho desnudo y cubierto de tatuajes que giraban. El hombre calvo hizo una serie de golpes tan rápidos como un rayo con sus espadas gemelas, y luego las giró y las metió dentro de la saya que tenía en su obi. Se bajó de un salto de la roca, y aterrizó justo delante de Uso, inclinándose profundamente. “Saludos, Uso-sama.”

“Hola, viejo amigo,” dijo Uso sonriendo. “Veo que tu entrenamiento continúa.”

“La vida es un viaje,” dijo Mirumoto Rosanjin, enseñando su familiar sonrisa. “Debo continuar moviéndome hacia delante. Parar es morir.”

“Interesante,” dijo Uso. “Esperaba que dijeses algo parecido.” Sacó un pergamino. “Recibí hace unos días noticias de Satsu-sama. Desea que cada daimyo de las familias que seleccione a un representante a la Corte Imperial.” Agitó su cabeza. “Poco convencional, por decir algo, pero debemos hacer los que pide nuestro Campeón. No cuestionaré su sabiduría.” Uso miró a Rosanjin. “Te he seleccionado.”

Rosanjin levantó sus cejas. “Mi señor, no cuestionaréis la sabiduría de Satsu-sama, pero creo que deberíais cuestionar la vuestra. ¿Por qué me habéis elegido?”

“Necesito a alguien en el que pueda confiar para que piense bien bajo circunstancias difíciles, y para representar las especiales filosofías del Clan Dragón. De todos aquellos que creo que pueden hacer esa tarea, tú eres en el que más confío.”

“Me honráis, Uso-sama,” el general se inclinó. “¿Estáis seguro de que los otros daimyo no elegirán a alguien más indicado? Es posible que no haya necesidad de que depositéis inadecuadamente vuestra confianza en mi.”

Uso frunció el ceño. “Quizás, y quizás no. Mizuochi ha elegido a uno de sus vasallos, Tadashi, creo. Aparentemente ha forjado algún tipo de alianza con los Ningyo. Parece indicado para la corte.”

“Excelente,” dijo Rosanjin. “¿Y los otros, si es que puedo preguntarlo?”

Las arrugas en la frente de Uso se volvieron más profundas. “Shaitung eligió a Mirumoto Tsuge, un antiguo estudiante tuyo. Creo que se vio involucrado en el reciente problema con el Oráculo Oscuro.”

“Una rara elección.”

“Así pensé yo también,” asintió Uso. “Pero ella dice que la lealtad de Tsuge es incuestionable. Prefiero no discutir con ella.” Se miró a los pies. “Y Satsu-sama ha elegido a Vedau.”

Rosanjin levantó las cejas. “Lo siento mi señor, pero pareció que habíais dicho Vedau. ¿Hitomi Vedau?”

“El mismo,” suspiró Uso. “Como dije, no cuestionaré la sabiduría de Satsu-sama.”

El general abrió su boca como para decir algo, luego lo pensó mejor y solo asintió. “Como digáis, mi señor.”

“Partes en tres días, Rosanjin-san,” dijo Uso. “Por favor, prepárate para el viaje a Kyuden Miya.”

Rosanjin se volvió a inclinar. “Haré todo lo mejor que sepa para serviros, Uso-sama”

                                                                                                                            

 

LEÓN

Las puertas de Shiro Matsu se abrieron de golpe al salir corriendo dos docenas de Guardias de Élite Matsu a encontrarse con las dos figuras que cabalgaban hacia el castillo. Ambos estaban ensangrentados y uno casi llevaba en volandas al otro. “¿Qué está pasando aquí?” Demandó el comandante de la guardia.

“Heraldo Miya,” jadeó uno de ellos. “Traigo… mensaje importante… para Matsu Nimuro-sama.”

“Está malherido,” dijo el otro samurai, un León. “Necesita ayuda ahora. Llevadnos dentro.”

El comandante frunció el ceño al ver que le daban órdenes tan libremente, pero se giró hacia uno de sus soldados. “Informa al señor Nimuro que un heraldo imperial ha llegado, y que está herido.” Se volvió hacia los dos viajeros. “Venid con nosotros.”

El grupo entró por las puertas del castillo, los guardias sujetando ahora al herido heraldo. El hombre rechinó los dientes por el dolor, pero no gritó. El otro anduvo sin ayuda, no haciendo ningún movimiento para limpiarse la sangre de su ropa.

Poco después, un shugenja atendía al heraldo. Los guardias miraban mal al aún no identificado León, pero su atención se vio distraída por la llegada de Matsu Nimuro, Campeón del Clan León. El gran guerrero se acercó al grupo y miró despacio a los que le rodeaban. “¿Vivirá?” Preguntó al shugenja que atendía al heraldo. Viendo el asentir del Kitsu, preguntó: “¿Qué ha pasado?”

“Bandidos,” jadeó el heraldo. “Tendieron una emboscada a los Guardianes Akodo que me estaban escoltando hasta aquí… les diezmaron con flechas, y luego atacaron.” Gimió cuando el shugenja le administró una pomada a sus costillas. “Ganaron tiempo con sus vidas, pero mi caballo estaba herido. No pude escapar.”

La cara de Nimuro era una mascara de ira. “Yo mismo destruiré a esos locos. Nadie trae la deshonra a las tierras León.”

“No, mi señor,” continuó el heraldo. “Ese,” señaló hacia el soldado León que le había ayudado, “me salvó. Mató a la mayoría de los bandidos mientras me llevaba sobre un hombro para protegerme.”

“Manda a los patrullas,” ordenó Nimuro al comandante de la guardia. “Encuentra a los demás.” Nimuro miró al soldado León. “¿Como conseguiste matar a tantos cuando habían fracasado los Guardianes?”

El hombre no dijo nada, solo inclinó su cabeza, como avergonzado.

“Luchó como un demonio,” dijo el heraldo. “Como si no le importase morir. Su fiereza… aterrorizó a los bandidos. Se asustaron.”

Nimuro frunció el ceño y examinó el kimono del soldado. “Un Novio de la Muerte. Eso explica bastante. ¿Quién eres? Dime tu nombre.”

“Una vez fui Akodo Setai, Nimuro-sama,” dijo el León inclinándose. “Ahora no soy nada, un hombre sin honor.”

El reconocimiento apareció en los ojos del Campeón. “He oído hablar de ti. Eres el Novio de la Muerte que no puede morir.”

Setai bajó su cabeza avergonzado. “Doce años, mi señor. He sido un fracaso.”

“¿Y si yo te agradeciese este servicio,” preguntó Nimuro, señalando hacia el heraldo, “pedirías permiso para hacer los tres cortes?”

“Hai, Nimuro-sama.”

“Entonces no tendrás recompensa,” dijo Nimuro. “Muy pocos vasallos tienen la destreza que hoy has demostrado.” Se detuvo y pensó durante un momento. “Si no me equivoco, el heraldo trae noticias sobre la Corte Imperial.” Miró al heraldo, quién asintió. “Setai, tu heroico acto de hoy ha asegurado que el León no deje de mostrar su fuerza en la corte. Has salvado a todo el clan de la deshonra. Tu propia deshonra ha sido lavada.” Miró a Setai intensamente. “Si quieres ser el primero que tenga un puesto en esta corte, ya no serás más un Novio de la Muerte.”

Los ojos de Setai se abrieron, una mezcla de temor y esperanza. “No soy un político, sama,” dijo con voz ahogada, no queriendo creer lo que estaba escuchando. “Temo que solo os volvería a fallar.”

“Tendrás amplia ayuda,” dijo Nimuro. “Mandaré a Kitsu Juri para que también nos represente, para atemperar tu valentía con su sabiduría. Y no dudo que Ikoma Sume pronto encuentre un lugar también en esta corte. ¿Aceptas mi oferta, Setai?”

Setai inclinó su cabeza, su cara roja de excitación. “Como deseéis, mi señor.”

                                                                                                                            

 

MANTIS

Yoritomo Katoa se quedó totalmente en silencio y puso su mano sobre la espada que descansaba sobre la mesa. Miró al heraldo penetrantemente. “Creo que has pronunciado mal el nombre de mi Campeón, Miya. Sugiero que lo corrijas.”

El heraldo dio un paso hacia atrás. “Yo… no lo entiendo. Tengo instrucciones de entregar este mensaje a Yoritomo Kumiko, Campeona del Clan Mantis. ¿Qué estáis…”

Katoa se levantó. “Mi Campeona,” dijo con voz profunda y callada, “es Yoritomo Kitao. Si vuelves la decir otra cosa, tu y yo tendremos más que palabras.”

El heraldo tartamudeó un momento. “Es… Yo… eh, por supuesto, Yoritomo-sama. Yo… no quería insinuar otra cosa. ¿Si… pudiese… entregaros el mensaje a vos? ¿Veréis pronto a Ku… Kitao? Es difícil seguir sus movimientos mientras permanezca en el mar.”

Katoa cogió el pergamino de la temblorosa mano del heraldo. “Fuera,” siseó. “Yo entregaré tu mensaje. Kitao me encargó que me ocupase de todos sus asuntos en este puerto.”

El heraldo huyó del edificio en una poca disimulada carrera. Aún frunciendo el ceño, Katoa rompió el sello del pergamino y leyó su contenido.

                                                                                                                            

 

NEZUMI

Miya Tsuruken pensó que hacer durante un largo rato antes de finalmente calmar sus nervios y meterse en la abertura del tronco de un gigantesco árbol. Llevaba tres días deambulando por la espesura intentando localizar a algún miembro de la tribu de la Oreja Deshilachada, una banda de Nezumi especialmente gregaria, y que le habían dicho que vivía en las estribaciones del sur del Shinomen Mori durante esta época del año. Finalmente se había encontrado con una especie de patrulla esta mañana, y había pasado la mayor parte del día en lo que se podía llamar generosamente negociaciones con los guerreros de la jauría, antes de ser finalmente admitido a ver a Zin’tch, el líder de la tribu.

Le llevó un momento al heraldo a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Durante esos pocos segundos, Tsuruken ocupó su tiempo mordiéndose el labio, intentando no vomitar el terrible y fétido olor que había dentro del árbol. Cuando finalmente pudo ver entre las sombras, Tsuruken pudo casi ver la silueta de un viejo Nezumi sentado tranquilamente, mirándole con una extraña expresión. “Hola,” solo dijo.

“Saludos, noble Zin’tch,” dijo el heraldo, tropezándose un poco en el nombre. “Soy un emisario de Miya Shoin, el Heraldo Imperial. Me ha pedido que os extienda su invitación a que asistáis a su recién convocada Corte Imperial, en reconocimiento a los valerosos esfuerzos que vuestra tribu ha hecho para ayudar al Cangrejo a derrotar al Onisu Kyofu.”

“¿Qué corte?” Preguntó Zin’tch. “¿Gran-gran reunión?”

“Esto… si,” dijo Tsuruken.

“¿Por qué no decir reunión?”

“Yo… esto… no lo sé,” dijo el heraldo.

“¿Qué ser el valor?” Continuó Zin’tch.

“Valentía. Bravura.” El heraldo tenía un poco más de confianza.

“¿Por qué no decir valentía?” Bizqueó el Nezumi.

Tsuruken parpadeó. “Nuestra gente disfruta de las palabras… por ello las coleccionamos, y usamos muchas.”

El viejo Ratling sonrió, mostrando afilados dientes blancos. “Zin’tch puede entender,” dijo. “Pero vosotros humanos. Tan raros. Pero yo iré a reunión. ¿Quizás coleccionar algunas de vuestras palabras?”

“Shoin-sama estará encantado,” dijo Tsuruken con una sonrisa forzada.

“¿Estará encantado?”

“Ahora me tengo que ir,” dijo el heraldo en voz alta, levantándose de repente. “Tengo más procla… mensajes que entregar.”

“¡Buen empiece!” Dijo alegremente Zin’tchy, claramente encantado con la palabra más simple. “¡Aún hay esperanza para ti!”

                                                                                                                            

 

ESCORPIÓN

Bayushi Kaukatsu estaba sentado ante su escritorio, un grueso montón de pergaminos sin usar cerca de su mano izquierda, esperando su atención. El Canciller Imperial no se dio prisa, saboreando cada palabra, usando cada oportunidad para crear puentes o asegurase el favor de otro. Su deber era el Imperio, asegurarse, pero hacía mejor su deber usando sus cualidades, y la manipulación siempre había sido su mejor cualidad.

El asunto que actualmente ocupaba su atención era la recién convocada Corte Imperial. Estaba algo enfadado que Shoin y Tadaji hubiesen colaborado sin su aprobación o incluso sin que lo conociese, pero no era tan arrogante como para desechar lo que sin duda sería una increíble oportunidad por tan vanas razones. Él, más que cualquier otro, podría beneficiarse por la convocatoria de la corte. Después de todo, ¿No era él el Canciller Imperial? Ya había ganado muchos favores viajando a las cortes de varios clanes, y ejecutando sus deberes. El que todos estuviesen en un único lugar sería mucho más conveniente.

A pesar de eso, estaba el problema de los representantes de su clan. Kaukatsu sabía que era importante mantener al menos un pequeño barniz de imparcialidad, y por ello no podía ser el único Escorpión de la corte, aunque sin duda sería el miembro más importante de su clan. El Campeón también estaría ocupado con la inminente desavenencia con la llamada Torre Umbría. Kaukatsu apuntó mentalmente el escribir una carta a Higatsuku cuando acabase esta. Si el todopoderoso Shogun estuviese ocupado en otras cosas, y Kaukatsu sospechaba fuertemente que lo estaría, entonces Higatsuku podría servir de una manera más… tradicional en la corte.

Era también importante que el Canciller estuviese bien protegido. A pesar de que sin duda los Seppun estarían presentes en grandes números, Kaukatsu decidió llevar también a su nuevo yojimbo. Sonrió. Eso sin duda sería divertido.

Permitiéndose solo un momento para reírse, Kaukatsu volvió a sus cartas. Estaría trabajando hasta bien entrada la noche. Era un trabajo difícil, claro, pero tan gratificante para alguien que lo disfrutase tanto como él lo hacía.

                                                                                                                          

 

UNICORNIO

Moto Chen estaba sentado sobre una roca que daba sobre la ciudad Naga, ociosamente comiendo una bola de arroz. Era uno de sus rituales diarios, uno que había mantenido de una forma o de otra desde los días de su gempukku. Un silencioso momento de introspección cada día le permitía mantener las cosas en perspectiva. Dado lo extraña que se había vuelto su vida, la perspectiva era algo que necesitaba desesperadamente.

Chen se levantó y limpió los restos de su comida de su arrugado kimono. Había visto a un jinete acercándose a la ciudad, y sería una falta de etiqueta hacia sus aliados Naga si no estaba al menos un poco presentable cuando llegasen las visitas. Pensó por un momento que casi se sentiría aliviado si era un asesino, ya que últimamente había tenido poca diversión. Pero al acercarse el jinete y desmontar, Chen se vio gratamente sorprendido. “Shinjo Shono,” dijo, levantando su mano en forma de saludo. “Esto es inesperado.”

El daimyo Shinjo le devolvió el saludo con una breve reverencia. “Chen-sama.”

El general frunció el ceño. “Yo debería llamarte sama, no al revés.”

Shono obvió el comentario. “Tienes mi respeto sea cual sea tu puesto, Chen. Me importa poco la tradición aquí fuera.” Shono señaló al vasto bosque que rodeaba la ciudad Naga.

“Es cierto,” asintió  Chen. “¿Qué puede hacer un humilde samurai por el comandante del Junghar?”

“Traigo un mensaje del Khan,” dijo Shono, buscando un pergamino en sus alforjas. “Desea que representes al clan en la corte.”

Chen soltó una carcajada, doblándose y poniendo las manos sobre sus rodillas. Se recuperó un momento después, encontrándose con que Shono le miraba con expresión divertida. La cara de Chen se volvió seria. “No puedes decirlo en serio.”

“No sabía que Chagatai-sama tuviese predisposición a las bromas,” dijo Shono sonriendo.

“¿Corte?” Chen casi gritó. “¿Ha olvidado lo que pasó la última vez?”

“Por supuesto que no,” contestó Shono. “Y no ha olvidado lo que ha pasado desde entonces. Desea enviar un mensaje a la Corte.”

Chen agitó su cabeza. “Todo lo que pasó, pasó porque el Khan lo deseó.” Sonrió seriamente. “Eso suena como Chagatai.”

“Si,” estuvo de acuerdo Shono. “Y sirve también para que nuestros aliados Naga tengan una voz en la corte. Dos enemigos, un golpe.”

El general cogió el pergamino de Shono con una reverencia. “Cumpliré con los deseos del Khan.”