Regalo Libremente Otorgado

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Togashi Rekai

 

 

 

 

Tsuruchi Okame caminó relajadamente desde la cubierta del kobune hasta el muelle, agradeciendo sentir suelo firme bajo sus pies una vez más. Hace tiempo que se había acostumbrado a los mareos que conlleva viajar por mar, pero aunque pudiera aguantarlo nunca se sentiría realmente a gusto. Los Yoritomo parecían estar como en casa en el mar, pero a ojos de Okame, las embarcaciones que usaban eran extremadamente frágiles, como una cáscara de huevo en un río.

 

“Cada vez que abandonamos el mar,” gruñó una voz detrás de Okame “parece que vallas a besar la tierra y dar gracias a los kami por estar a salvo. Pero supongo que deba esperar todo eso de alguien tan joven:” Okame se volvió para ver a un hombre de más edad envuelto en las ropas rojas de la familia Moshi, un porta-pergaminos le colgaba en un costado, el joven cazarecompensas arqueó una ceja.

 

“Quizá,” arguyó, “sólo sea suficientemente joven como para recordar que aún sigo vivo”

 

El shugenja resopló.”¿Arrastrarse por los bosques del Imperio en busca de fugitivos hace tiempo olvidados? No estoy tan seguro de que eso sea una vida completa, Okame-san. No puedo imaginar por qué tú y yo hemos sido emparejados, pero estoy seguro de que es el castigo por algún crimen atroz que cometí en vidas pasadas.”

 

Okame sonrió ampliamente. Moshi Gohiro era el individuo más irascible y quejica que conocía, por alguna extraña razón se habían hecho buenos amigos. Cosa que el viejo shugenja nunca admitiría, por supuesto. Parecía comunicarse únicamente con gruñidos de queja. Aún así, no se podía negar que los dos hacían un buen equipo.

 

Juntos, habían estado un mes peinando el imperio con la aparentemente imposible tarea de encontrar un ronin basándose en sus hazañas en la batalla de la Puerta del Olvido. Curiosamente, lo habían conseguido. Y ahora, siguiendo las ordenes, volvían con él a las Islas de las Seda y las Especias.

 

Muy cerca tras Gohiro, el viejo ronin Tsodai abandonaba el kobune. Aunque incluso mas mayor que Gohiro, Tsodai era casi el opuesto del Moshi. El Hombre de la Ola apenas había dicho una palabra durante todo el viaje, consintiendo acompañar a Okame por razones que el joven cazador no podía entender. Respecto al ronin, las instrucciones de Okane habían sido localizarlo, entregarle un pergamino sellado y esperar una respuesta. El ronin leyó detenidamente el pergamino, pensado por un rato, y después asintió.”Te acompañaré ante tu señor,” fue todo lo que dijo. Okame no lo oyó hablar desde entonces.

 

Okame se volvió hacia sus compañeros.”Venid,” dijo. “Debemos estar presentables antes de ir ante Komori-sama.”

 

Observó desde las sombras como los tres hombres abandonaban los muelles y se dirigían a una de las mejores posadas de la ciudad portuaria. Había acechado durante mucho tiempo en el penoso pilón de una ciudad, buscando desesperadamente un alma adecuada. Los hombres aquí eran rudos, independientes y carentes de esencia verdadera.

 

¡Pero estos tres! ¡Demasiados conflictos entre ellos! ¡ Demasiados deseos y arrepentimientos! Serian de mucho uso para el. Con ellos, quizá pudiera encontrar eso que tanto lo evito. En algún sitio de la isla había un alma dolida, dividida contra ella misma. Settozai podía sentirlo, pero no encontrarla. Ahora, quizá, los medios por los que encontraría la verdad detrás del poder habían llegado. Plantar las semillas seria fácil.

 

Sin ser visto por ojos mortales, se movió por las sombras siguiendo a los tres viajeros.

 

Con un baño caliente y ropa limpia, Okame sintió que la tensión del viaje se disipaba. Estaba revigorizado, completando otro trabajo. Su mente ya pensaba en el siguiente reto. ¿Tendría Komori alguna otra presa imposible para buscar? Sólo podía esperarlo. El alma de un samurai prosperaba por los retos planteados por su señor.

 

Frunciendo el ceño levemente, Okame miro el wakizashi colocado en la mesilla de su habitación. Cuando estaba abordo solía no llevar el arma. En su mente, el no era realmente miembro del Clan de la Mantis. Había nacido y siempre seria Avispa. Y como su primer señor Tsuruchi, retirado hacia tiempo, un verdadero Avispa no cree en el nivel otorgado por un trozo de metal.

 

Las acciones de un hombre eran la única medida que importaba.

 

Suspirando, Okame tomo la espada y bruscamente la coloco en su obi. Cuando se trata con los Yoritomo es mejor mantener las apariencias. Incluso, parecía que, cuando el señor de uno era tan excéntrico como era uno mismo. Con el desagradable peso del arma sobre su cadera, Okame cuidadosamente deshizo un lazo de seda negra, sobre el lazo  trenzado intrincadamente con sobresalientes tiras de seda amarilla, estaba el mon del Clan de la Avispa. Cuidadosamente, reverentemente, ató el lazo a su hombro izquierdo, el brazo con el que el cogía su arco. Tanto tiempo lo llevo que jamás aceptaría que su clan no hiciera si no desaparecer entre la Mantis.

 

Como Avispa nació. Como uno de ellos moriría.

 

Apropiadamente vestido, preparado en cuerpo y alma, Tsuruchi Okame abandono su habitación para reunirse con sus compañeros e ir ante su señor.

 

Sorprendentemente fue Tsodai el primero en hablar. “Vive aquí Yoritomo Komori?” preguntó, sin poder esconder la incredulidad en su voz.

 

“De hecho si,” contesto bruscamente Gohiro.”Supongo que aquí el buen gusto no importa.”

 

Los tres hombres permanecieron frente a un austero monasterio que vigilaba el océano. Estaba bastante lejos de la ciudad, a casi medio día a caballo. Estaba construido sobre la costa oeste de la isla, la parte mas azotada por las grandes tormentas tan frecuentemente engendradas. La orden de monjes que construyó el templo, sin embargo, era devota de Osano-Wo. A pesar de las incontables tormentas el edificio permanecía después de que el resto de la zona hubieran caído. Con el tiempo, el monasterio se había convertido en la única estructura en millas a la redonda. Los monjes parecían preferirlo así.

 

Según se aproximó a la puerta, Okame vio dos hermanos del monasterio emerger de la puerta tras el propio portón. Ambos hicieron una profunda reverencia, un gesto de respeto que Okame devolvió. “Decidle a Komori-sama que Tsuruchi Okame y Moshi Gohiro ruegan tener una audiencia con él.”

 

“Komori esta avisado de tu llegada,” dijo uno. “El aguarda en el interior.”

 

Según entraron en el monasterio, Okame pensó, no por primera vez, que era una situación realmente extraña. Yoritomo Komori había sido uno de los consejeros jefe de Aramasu, quizá el shugenja más importante de toda la Mantis. Cuando murió Aramasu, asesinado por el traicionero Clan Escorpión, Komori afeito inmediatamente su cabeza y se unió al monasterio. Fue una práctica muy poco ortodoxa, Okame aún creía que los juramentos que hizo seguían siendo verdaderos. No importa durante cuánto Komori necesitara sus servicios, él se los prestaría.

 

Komori se sentó en una larga sala, vacía salvo por los adornos ascéticos de un monje. Parecía sumido en la meditación, una delgada línea de humo de incienso se elevaba sobre la tarima en la que estaba sentado. Sus huesuda cara poseía una severidad que fue conocida en la corte del Clan Mantis. Ahora, Komori parecía en problemas, más que relajado, ido más que iluminado. Okame no lo había conocido nunca como para parecerle otra cosa.

 

El anciano Shugenja Mantis abrió sus ojos cuando Okame y sus compañeros se acercaron. “Okame san ¿debo suponer que este hombre que me traes es el que busco?¿Es Tsodai?”

 

Okame se arrodillo. “Lo es, mi señor.”

 

Komori asintió. “Me servís leal y útilmente, Tsuruchi Okame y Mochi Gohiro. Vuestras familias serán informadas de vuestras gloria y honor que traéis ante la Mantis en su nombre. Ahora, si no os importa, hablare con Tsodai a solas.”

 

Tuvo lugar un silencio sepulcral. La ceja de Komori se arqueó y Komori pareció horrorizado. “Es inútil para un samurai cuestionar a su señor, Okame.” Las palabras de Komori eran cortantes, tanto como para no dar lugar a discusión. “Estas libre hasta que te vuelva a necesitar.” Asintiendo en silencio, Okame reprimió el resto de preguntas que corroían su mente y salió de la sala servicialmente tras Gohiro.

 

En el momento en que las puertas se cerraron el viejo Shugenja se giro para dirigirse a Okame. “¿Has perdido el sentido? ¿En qué estabas pensando? ¡Hay muchas maneras de describir a Komori, pero tolerante no es la que yo usaría!”

 

El joven Avispa movió lentamente la cabeza. “¿No tienes curiosidad, Gohiro? Este es el tercer individuo que hemos traído por orden de Komori. Tres Hombres de la Ola, todos mayores y casi imposibles de encontrar. Aún no ha sacado partido de hallarlos, sólo los deja a su albedrío tras una misteriosa conversación. ¿No deseas saber la verdad?

 

“¡No!” exclamó Gohiro “¡y tú tampoco deberías! He visto comportamientos extraños en ti, Okame, pero este… esto es locura.” El Shugenja se dio la vuelta bruscamente, escudriñando a Okame. “¿Estas bien?¿Te resfriaste otra vez? Esas malditas junglas suelen tener ese efecto, incluso en los jóvenes y fuertes como tu.”

 

“No seas ridículo” se burló Okame “sólo deseo saber con que propósito gasto mis días ‘arrastrándome por los bosques del Imperio’ como tu dijiste.”

 

Meneando su cabeza, Gohiro abrió la boca para replicar, pero perdió la oportunidad. Con un sonoro chasquido de madera vieja las puertas de la celda de Okame se abrieron. Tsodai camino fuera, con perplejidad reflejada en su rostro. Los miró a los dos, en silencio, antes de mirar al pergamino que sostenía en sus manos, asido fuertemente en un puño. “Os agradezco haberme traído hasta aquí. Vuestro señor me ha ofrecido una suculenta suma por hacerle un trabajo al oeste de las tierras unicornio. Debo partir inmediatamente.” Los miro una vez mas, haciendo una rápida reverencia. “Os lo agradezco.”

 

Mirando al anciano Hombre de la Ola desaparecer por el vestíbulo del monasterio Okame se giro hacia Gohiro. “¿No te siente raro?¿No quieres saber qué pasa aquí?”

 

“Si,” admitió Gohiro, mirando fijamente a su amigo. “Quiero saberlo.”

 

La noche cayó sobre la isla. Dama Luna estaba a medio camino en el cielo, su luz brillando intensamente sobre las tierras Mantis. Okame se sentó sobre el suelo de tatami de su habitación en la posada. Iba a partir por la mañana, dirigiéndose a Rokugan una vez mas. Parecía que Komori tenia un encargo más para ser localizado, y sólo él y Gohiro inspiraban confianza para encomendarles la tarea.

 

Pero Okame no podía hacer esta misión. No sin respuestas. Los tres hombres que habían llevado ante Komori habían partido casi inmediatamente a las más lejanas e inhóspitas tierras del Imperio.¿Por qué?¿Con qué propósito?¿Les enviaba Komori tan lejos para protegerlos de algo?¿Para protegerse él? No podía abandonar las islas sin una respuesta.

 

Okame se deslizo fuera de su habitación, atravesó la entrada y salió a la calle. Una vida cazando fugitivos le había concedido el regalo del camuflaje, aunque se suponía una capacidad de un verdadero samurai. Deslizarse más allá de los centinelas de la ciudad fue sencillo; se les habían enseñado a fijarse en las criaturas que surgieran de la jungla, no en aquellas que salían de la ciudad. Una vez en la jungla, se movió más rápidamente, atravesando la espesa maleza como un depredador.

 

“Esto es suficientemente lejos, Okame.” A pesar de romper el silencio de la noche la voz era normal, tranquila. Instintivamente, el cazador tomó el cuchillo de su obi, preparándose para encararse a cualquier enemigo que se arriesgara a enfrentarse a él. Lo que vio le sorprendió.

 

“¿Gohiro? ¿Qué haces aquí?”

 

El anciano movió su cabeza. “Creo que esa es una pregunta a la que deberías responder. Había planeado seguirte para descubrir que había poseído tu mente, pero te iba a perder pronto en este lugar.” Movió la mano como ausente. “Por lo que si no puedo seguirte, debo pararte.”

 

“¡No!” insistió Okame, con un brillo extraño en sus ojos “¿No lo entiendes? ¡Komori esta usando la información que le conseguí! ¡Es mía! ¡Me merezco su confianza! Pero el no me la da, ¡por lo que voy a cogerla!

 

“¡Escucha lo que dices, Okame!” le pidió Gohiro. “¡No eres tu mismo! Pareces…” El entendimiento surgió en la mente del viejo shugenja mientras su voz caía. “Pareces un mercenario y un ladrón. Como otros dicen que son los Mantis.” Gohiro pensó un segundo, como intentando descubrir un mensaje oculto.

 

Okame rugió como un animal. “¡No soy Mantis, soy Avispa! Tomaré lo que merezco. Y si te interpones en mi camino tendré que matarte.” Él saltó repentinamente a través del espacio entre los dos hombres, atacando salvajemente con su cuchillo. Una ráfaga de viento velozmente invocada le derribó antes de que pudiera apuñalar a Gohiro, pero no antes de que su acero probara la carne. Okame chilló salvajemente.

 

El anonadado Shugenja quitó las manos de su abdomen, ambas húmedas por la sangre. Una sonrisa se asomó a sus labios. “Yo… no pensé… que su control sobre ti fuera tanto. Es… mi culpa. Maldíceme por idiota.” Cayó sobre sus rodillas, su vida disipándose. “Okame,” gruñó. “Tengo algo para ti.”

 

El Avispa sediento de sangre se acerco al moribundo Gohiro, dominado por la curiosidad. “¿Qué es?” Cuando estuvo a su alcance la mano del anciano salió disparada  y desgarró la muñeca de Okame, llenándola de sangre.

 

“He entregado mi vida libremente,” susurro Gohiro, “para librearte le la atadura de la bestia. El espíritu de latrocinio que ha tomado tu alma sólo puede robar; no puede aceptar lo que se le otorga libremente.”

 

Las palabras atravesaron el cuerpo de Okame como un rayo. Cada músculo pareció querer separarse de los huesos. Dejó escapar un grito de agonía…

 

Su grito fue contestado. Algo en lo profundo de las sombras de la jungla chillo de dolor. Okame se giró para mirar hacia la fuente del sonido. En la oscuridad no podía mas que tener atisbos. Era verde, del color de las plantas enfermas, con olor a carne podrida. Estaba cubierto pinchos. ¿Llevaría la cosa armadura? No podía decirlo. Era el producto de una pesadilla encarnado. Chilló de nuevo, un sonido que hizo que el alma de Okame se estremeciera de dolor. Avanzó hacia Okame, agitando dos grandes brazos cubiertos con pinchos y cuchillos curvados. Okame rodó rápidamente hacia atrás, desapareciendo en las sombras del bosque. La cosa se detuvo sólo un momento, mirando alrededor confusa, incapaz de localizar a Okame.

 

Poco después había desaparecido.

 

Okame permaneció solo en la jungla. Su mente era suya otra vez. “Gohiro,” susurró. Corrió al lado de su amigo. El anciano estaba aún vivo. Sus labios cubiertos de sangre. Okame abrió su boca, pero no le vinieron las palabras. Nada de lo que pudiera decir iba a aliviar la deshonra a la que había sometido al anciano.

 

“No digas nada,” dijo Gohiro, su voz era apenas un susurro. “Sabes lo que debes hacer, Tsuruchi Okame. Debes cazar a los cazadores. Debes redimir lo irredimible.”

 

Moshi Gohiro cerró los ojos y soltó su último aliento.

 

Okame se levanto de donde se encontraba. Komori debía saber lo que ocurrió, aunque significara la retirada de sus servicios. Era su deber informar del suceso. Con una ultima mirada a Gohiro, Okame hizo un juramente solemne.

 

“Encontraré a la bestia que me hizo esto, Gohiro,” susurró. “Vengaré tu muerte, amigo.” Sus dedos rozaron el lazo negro atado a su hombro. “Lo juro.”

 

El joven Avispa desapareció en la noche.