La Senda del Sauce
por
Ree Soesbee
Traducido por Mori Saiseki
La
oscuridad en las nubes retumbaba en el cielo sobre los estandartes de color de
fuego del hogar Matsu. Hacia el oeste, el descolorado y enfermo resplandor del
sol poniente brillaba cerca del horizonte, y un vigoroso viento soplaba a la
siniestra tormenta hacia los campos de batalla de las Llanuras Osari.
Matsu Tsuko, Señora de Leones, miró a los negros vientos que soplaban alrededor
de su alcázar, y maldijo lo que implicaban, tanto para ella como para el
Imperio al que servía. Una mujer alta, con ojos castaños brillantes como el
fuego, y una gruesa melena de pelo negro bajo su yelmo crinado, Tsuko solo
podía ser llamada guapa con un acto de generosidad. Su boca era demasiado dura,
su mentón demasiado rígido, y sus ojos no tenían nada de esa suavidad que
desean los hombres de sus mujeres todas las noches. Sus pensamientos cuadraban
más con la furia de la batalla, y sus manos tenían callos y deformadas por la
espada. Estaba orgullosa de su vida de guerrero, y muy a menudo lideraba sus
tropas a la victoria, pero ahora solo se sentía cautiva de un futuro que no
podía controlar.
Las nubes negras de la tormenta descendían sobre la llanura mientras los
pensamientos de Matsu Tsuko eran sobre las batallas que pronto empezarían sus
ejércitos. Le parecía que el viento apestaba al agrio choque de las espadas, y
las llanuras brillaban de rojo sangre por la tenue luz del sol. Los ejércitos
del ronin Toturi, una vez el honorable Campeón de su clan, pero ahora
deshonrado y proscrito, se estaban reuniendo cerca de estas llanuras, y entre
sus filas había extraños hombres serpiente. Permitió a sus pensamientos
detenerse tristemente en los Naga, de los que una vez solo se había hablado en
leyendas e historias, sabiendo que serían un factor crucial e inesperado en sus
futuros planes de victoria.
Tsuko cerró convulsivamente sus puños sobre la tosca piedra de la muralla. Los
Naga no tenían porque salir de esos mitos, ahora no, ¡no cuando el destino del
Imperio estaba en sus manos! La gente del Imperio solo conocía rumores sobre
los Naga, rumores que hablaban sobre una gente guerrera, antigua y reservada.
Pensar que estos hombres-bestia intentaban invadir el Imperio, y aún peor,
saber que un hombre que una vez fue el honorable Campeón de su clan les
lideraba, hizo que los ojos de Tsuko se entrecerrasen con ira y traición.
De repente, una voz seca atonal rompió sus oscuros pensamientos. “¿Señora
Matsu-san?” Ella miró por encima de su hombro a la puerta del alcázar, y vio a
Ujiaki, su medio-hermano, empujando a una delgada figura de ropajes azules
hacia el suelo, a solo unos pasos de ella. “Esta. . . mujer Grulla,” dijo
desdeñosamente, “ha sido encontrada por nuestros exploradores, cerca del ejército
ronin. Los hombres que la han capturado piensan que es una espía, llevando
mensajes desde el Palacio Doji a la horda sin honor de Toturi.” Miró con
desprecio hacia el montón de harapos azules, su pulgar describiendo círculos
alrededor de la empuñadura de su katana. Tsuko dejó su yelmo sobre la tronera,
y se volvió para mirar a la criatura. Pelo descolorido, típico del débil clan
Doji, caía sobre el cuello de un kimono azul. Tsuko la miró con desprecio, pero
la mujer mantuvo su cara hacia el suelo.
Mientras Tsuko movía a la extraña con una pesada bota, dijo burlonamente,
“Levanta, Grulla, y relátame los mensajes de tu clan al Ronin y su ejército.”
La mujer levantó la cabeza, y sus apacibles ojos se encontraron con los
brillantes y oscuros ojos de Tsuko. “¡Levanta!” Ordenó Tsuko, cogiendo el brazo
de la mujer y arrastrándola hasta que se puso en pie. Mientras la débil forma
de la mujer se enderezó con dificultad bajo el guantelete de Tsuko, está se dio
cuenta que la pierna derecha de la mujer estaba retorcida de una manera
extraña. “Eres una tullida.” Dijo insultantemente Tsuko, y se alejó de la mujer
Doji.
La mujer pegó un respingo, y luego se irguió y cuidadosamente ejecutó una
grácil reverencia. “Mi padre dijo que nací con el pie torcido dentro de la boca
de Fu Leng. No me corresponde a mi cuestionarlo.” Tsuko estudió por un momento
a la mujer, su cerrados ojos negros reflejando el odio y desdén que sentía por
todos los miembros del maldito clan Doji. “¿Cual es tu nombre, niña?” escupió.
“Mi nombre es Doji Shizue, Señora Matsu,” dijo suavemente la extraña de pelo
pálido, “y vuestro hermano estaba en lo cierto. Llevaba cartas a Kakita
Yoshi-san desde el ejército del ronin Toturi.”
Sorprendida por la descarada chica, Tsuko dijo, “¿Qué dicen las cartas? Dímelo
ahora, y mis samurai te permitirán una muerte honorable.”
La chica Grulla sonrió sardónicamente y volvió a inclinarse, “Sois demasiado
amable, Señora Matsu.” Detrás de Shizue, Ujiaki hizo una mueca ante el sutil
insulto y fue a empuñar su katana, pero se detuvo por la súbita fría mirada de
su Campeón.
Matsu Tsuko estudió a la chica durante un momento, y luego dijo
despectivamente, “He oído hablar sobre ti, niña tullida. Dicen que eres una
cuenta cuentos. Pasas el tiempo inventando entretenimientos en los jardines de
tu clan, para entretener sus delicadas mentes. Acróbatas, danzas, cuentos, tan
gentiles diversiones para que los honorables Doji no sean perturbados por la
cruda realidad de la guerra.” Su voz tenía veneno en su desprecio, “Mírate, con
todos tus tontos quejidos. Mira tu clan. Ha
caído, vuestro campeón ha sido deshonrado, y tu misión es un fracaso. Ahora tu
sola obligación es dar sentido a tu muerte. ¡Dime lo que había en esas cartas!”
Shizue se quedó callada ante el asalto verbal de Tsuko, y Tsuko continuó, sus
ojos brillando, “Relatas a tu clan historias de honor, historia y guerras…
¿serás la única que quede con vida de tu clan, deshonrada, para contar la
historia de su destrucción?”
Shizue se volvió más pálida, y dijo, “Señora Tsuko, os diré lo que pregunta,
pero no es lo que desea que sea. No llevaba planes de batalla, ni estrategias
de guerra al ejército de Toturi. No buscaba esas cosas, que vos consideráis tan
importantes. Solo buscaba una historia, que me dio uno de los hombres-serpiente
del ejército de Toturi.” Tsuko parecía escéptica, pero Shizue continuó, sentada
delicadamente sobre la tronera, doblando su tullido pie bajo los harapos de su
kimono de seda.
“Se ha dicho que la historia es solo el registro del periodo entre guerras. Los
Naga han venido al Imperio preparados para la guerra, pero no sabemos nada de
su historia. Fui a los ejércitos de Toturi para encontrar su historia, los
cuentos, de los Naga. Quería saber las razones por las que los Naga han vuelto,
y porque participan en las guerras del Imperio.”
“No tienen honor,” interrumpió Tsuko, gruñendo, “Bushi . . . ronin . . . no les
importa el Imperio, o proteger el Trono Esmeralda.”
Shizue aclaró cortésmente su garganta y dijo, “Tienen una leyenda sobre el
origen de su raza, que dicen viene desde mucho antes que los Siete Clanes
anduviesen por la tierra de Rokugan.” Ujiaki resopló incrédulo desde su rincón,
pero ella le ignoró. “Los Naga con los que hablé relataban esta historia de su
gente. . .” Los ojos de Shizue se medio cerraron mientras hablaba y su voz
cortó el atardecer.
“Una vez, dicen los Naga, no había hombres sobre la tierra de este mundo. La
diosa del Sol y su compañero, la Luna, surcaban juntos los cielos en una danza
de placer, creando toda la vida de la tierra y el mar, e iluminando el cielo
con su gemela presencia. Todo era paz y armonía, y las bestias deambulaban por
la tierra en caos y sin sabiduría.
“Los Naga dicen que la Diosa, que amaba todas las cosas bellas, pidió al Dios
que le diera un collar hecho con las estrellas más bellas del cielo nocturno.
Temiendo que si dejaba su lado, ella atraería a un nuevo amante, rehusó
adentrarse solo en la noche. Ella se lo pidió muchas veces, y él siempre
rehusaba. Pero la Diosa tanto quería el collar que concibió un plan para
engañar al Dios, y que este se lo trajera.
“Un día, la Diosa cogió una piedra del suelo, y la escondió en su obi. Invitó
al Dios a su gran palacio en las nubes, e hizo un banquete en su honor. Durante
el espléndido almuerzo, dio al Dios grandes cantidades de vino y pan para
adormecerle y emborracharle. Mientras él estaba sin sentido, le hizo ingerir la
piedra que había cogido del suelo, que se asentó en su amplio estómago.
“A la mañana siguiente, los dos Grandes empezaron a cruzar el cielo como habían
hecho muchas veces antes. Pero la piedra en el estómago del Dios le pesaba, y
le hizo ir más lento. Gritó a la Diosa, “¡Ayúdame, me estoy quedando atrás!”
Pero la Diosa solo rió, y surco el cielo alejándose de él. Muy pronto, la noche
llegó, y él se encontró solo con las estrellas. Desde muy lejos oyó la voz de
la Diosa, prometiéndole volver junto a él si le concedía su deseo. Por lo que
cogió muchas estrellas de la noche, y las juntó para hacer una cadena de joyas.
Entonces llamó a la Diosa para que volviese con él. Cuando ella vio que él le
había concedido el deseo, volvió, y él le dijo, “¡Todavía no puedo seguirte
fuera de la noche, porque estoy lastrado como si mis hombros cargaran con un
cargamento de plomo y piedra!”
“La Diosa, a la que solo le importaban sus joyas, le dijo que le podía curar de
ese extraño peso. Cuando él le ofreció las joyas, ella sacó el wakizashi de él,
le cortó por la tripa, y la piedra salió libre. En su dolor, el Dios dejó caer
el collar de estrellas, y estas se desparramaron por el cielo, formando el gran
Camino del Cielo que cuelga sobre Rokugan. El Dios nunca se recuperó de su
perversa herida, y hasta hoy la persigue por el cielo, lentamente y por la
noche él, y ella rápida como el día, irradiando su brillante alegría sobre la
tierra.”
“Bien, ¿pero qué tiene que ver esta historia de niños con los Naga que están a
punto de invadir Rokugan?” Interrumpió Ujiaki, hablando amargamente desde su puesto
tras de ellas, “Esta charla es perder el tiempo, Señora Matsu, y ¡el Ronin aún
sigue marchando sobre las llanuras de Osari!” Dijo malhumorado, y Shizue
rápidamente continuó.
“La piedra que estaba en el cuerpo del Dios, Había estado bajo el fango de la
tierra, y dentro de esa pieza de obsidiana había una pequeña serpiente verde,
durmiendo dentro de la dura piedra. Dentro del cuerpo del Dios, la serpiente
verde creció. El poder del Dios cambió a la serpiente, y empezó a pensar mas
allá del caos de los animales. Cuando la piedra fue liberada del estómago del
Dios, cayó a la tierra y se rompió en mil pedazos; cada uno de ellos se
convirtió en un Naga, cada uno parte de los demás, cada uno roto del mismo
bloque. La serpiente atrapada dentro de la piedra se convirtió en su primer
Campeón, y se llamó a si mismo 'Qatol.' Se dice que él enseño a su gente el
construir ciudades y bibliotecas, y que les enseñó a ser shugenja. Y como
vinieron de una piedra, siguieron siendo un pueblo. Unificado. Y así es como vienen
ahora a nosotros.”
Matsu Tsuko se había vuelto para mirar sobre los baluartes mientras se relataba
esta historia, mirando distante hacía la tormenta que gravaba la noche sobre el
alcázar. Cerró los ojos con pesadez, y se dio la vuelta, dejando atrás el cielo
ennegrecido por las nubes.
“Tu historia es curiosa, Doji,” dijo Tsuko. “Y como me has entretenido, te
dejaré vivir por esta noche. Pero la guerra no esperará por cuentos de niños, y
yo no tendré paciencia para aguantarte mucho tiempo. Ujiaki te llevará a una
habitación donde estarás bien guardada, y mañana no relataras mas historias.
Solo me contarás las cartas que llevaste al Ronin.” Hizo un gesto con su mano a
Ujiaki, y él llamó a un guardia de corps, quien asió a Shizue y la arrastró
severamente a través de la puerta, hacia los aposentos.
“No la puede dejar vivir, Señora. Ella es... es ... una Doji.” Dijo la palabra
con tal fervor que ella le miró duramente.
“No dejes a tu odio cegar tu honor, hermano,” dijo ella calladamente. “Si esta
chica nos puede decir mas cosas sobre esta gente-serpiente, estoy dispuesta a
escuchar. La Senda del Guerrero nos enseña que para vencer a un enemigo,
primero le tienes que entender.” Tsuko se volvió hacia el cielo oscuro de la
noche, despojado de estrellas debido a las gruesas y tormentosas nubes, y dijo,
“Ve ahora. Quiero estar sola.”
Ujiaki se inclinó un poco, y giró sobre sus talones, dejando a la Señora de los
Leones sola con la tormenta.
•
El salvaje golpe a sus costillas cogió a Tsuko por sorpresa, y su arma voló de
su mano mientras ella intentaba guardar el equilibrio. La patada que
inmediatamente siguió al golpe la dejó sin aliento en el suelo, el filo de una
arma en su cuello.
Ella gruño enfadada mientras Kage se plantó sobre ella, su espada de kendo aún
apuntando bajo la correa de su yelmo. “Tu postura,” dijo ásperamente, sus ojos
tan finos como puñales, “es aún muy amplia.” Dio un paso atrás con un
movimiento rápido, instintivamente limpiando la espada de madera en su suelto
gi. Asintió bruscamente a Tsuko y ella se puso en pie de un fluido movimiento.
“Kage, eres la única persona que conozco que aún me puede arrollar tan
fácilmente. Tsuko frotó sus magulladuras, quejándose por el dolor, y recogió su
arma.
Kage la miró durante un largo instante, y contestó, “Yo no te derroté,
Tsuko-san, tu te derrotas a ti misma.” Señaló con un delgado dedo a sus
piernas, “Si no tienes una base firme, siempre caerás. Ningún guerrero puede
tenerse derecho si no conocen el terreno que pisan. ¿Hie?”
Instintivamente respondiendo a su maestro de muchos años, Tsuko asintió,
“¡Hie!” Después, quejándose otra vez, se inclinó respetuosamente a su sensei de
confianza.
De repente, un miembro de la guardia entró en el tatami, su cara sonrojada y
sus ojos muy abiertos. Se inclinó con prisa ante Kage y ante la Señora Campeona
y la entregó un pergamino, suspirando, “Desde el frente, Matsu-sama.”
Tsuko abrió el mensaje, leyó la rápida escrita caligrafía, para luego arrugarlo
salvajemente. Gruñendo colérica, la conducta de Tsuko cambió de ser la de una
estudiante a ser la matriarca del Clan más fiero de Rokugan. Mientras
destrozaba el mensaje en sus manos dijo con aspereza, “Caballería.” Salió
bruscamente del tatami, su guardia de corps siguiéndola muy de cerca. Kage miró
en silencio su espalda mientras ella se marchaba, la usada espada de madera
balanceada perfectamente en su mano.
•
La
puerta a la habitación vigilada de Doji Shizue dentro de los gruesos muros del
Alcázar Matsu se abrieron sin aviso y Matsu Tsuko entro como un huracán, su
negra melena meciéndose tras ella. “Creía que los Naga no tenían caballería.”
Tsuko bramó, “Tienen colas como serpientes, no piernas como los guerreros,
¿como pueden montar a caballo? ¡Pero a pesar de ello estas. . . abominaciones
fueron vistas saqueando uno de nuestros pueblos para obtener suministros para
esa maldita horda ronin!” Tsuko tiró el arrugado pedazo de papel al suelo cerca
de Shizue.
Shizue estaba sentada en alfeizar con sus manos entrelazadas, mirando
pacíficamente a través de las gruesas barras de hiero hacia las colinas que
rodeaban el Alcázar Matsu. “Buenos días, Señora,” dijo suavemente, “¿Espero que
haya dormido bien?”
Tsuko resopló y se acercó a Shizue, su botas de suela de acero resonando en el
duro suelo como campanas de aviso en un poblado en llamas. “Dime, tullida. Dime
la magia que tienen los Naga que les permite cabalgar a lomos de un caballo con
una cola de serpiente por piernas.” Tsuko estaba de pie cerca del banco, sus
manos cerradas a sus lados.
“¿Magia, Señora?” Shizue volvió finalmente su mirada de la ventana y miró la
alta figura de Tsuko. “No magia. Solo un regalo.”
“¿Un regalo?”
Shizue se detuvo. Sonriendo un poco, dijo, “Un regalo de la propia Diosa del
Sol, me han dicho.”
“La Diosa del Sol no ha bajado desde el cielo para saquear mis pueblos de
arroz, Doji.”
“No, Matsu-san, pero hace mucho tiempo bajo del cielo.” Shizue miró
calmadamente a los violentos ojos de Tsuko y continuó, “Hubo una vez que el
dominio Naga sobre las tierras que ahora conocemos como Rokugan era absoluto.
Su pueblo prosperaba como un clan, con Qatol, su anciano Campeón, gobernándoles
con sabiduría. Se dice que no conocieron guerra entre ellos. Hubiesen vivido en
paz, salvo las batallas que luchaban contra el mal del las Tierras Sombrías.”
Shizue se ensombreció, “Este era la época que los Naga llaman la Primera Quema
de las Tierras.”
“¿La Primera Quema? ¿Quema de qué?” Dijo suspicazmente Tsuko.
“De los pantanos. De las Tierras Sombrías, y de todo la maldad que hay allí.
Los Naga siempre han luchado contra las Tierras Sombrías, Señora, ya que los
Naga siempre se han sentido responsables de su primer despertar.”
Con una sonrisa victoriosa, Tsuko declaró, “Sospechaba que los Naga estaban en
la raíz del mal de la Tierras Sombrías.”
Shizue replicó, “Con su perdón, mi Señora, pero la historia no empieza así.”
Cambiando de postura en el duro banco, el pie torcido de Shizue sobresalía del
dobladillo de su roto kimono, como una garra de una extraña bestia. Mientras
Shizue se movía, arteramente lo volvió a cubrir con su kimono. “Las Tierras
Sombrías existían mucho antes que los Naga.”
Matsu Tsuko pensó durante un segundo, y luego ordenó, “Continua, Doji.” Shizue
inclinó su cabeza en un grácil asentimiento.
“Los Naga una vez tuvieron entre ellos un amable Señora,” empezó Shizue, “una
mujer de tan extraña belleza y espíritu que la Diosa del Sol brillaba más en su
presencia. Esta mujer era llamada por su gente, Ashgara, y era la hija única de
Qatol.”
“A Ashgara le gustaba sentarse junto al río y cantar mientras tejía abanicos
con las cañas verdes que crecían en sus orillas. Solía sentarse durante horas,
tejiendo y mirando a la Diosa del Sol danzar por el cielo. Un día, mientras
buscaba plantas para su afición, anduvo mas allá por el lecho del río de lo que
antes lo había hecho. Allí se encontró una escondida laguna lejos de la rápida
corriente. Extraños juncos crecían por allí, de color rojo como la sangre y
suaves al tacto, pero más fuertes que cualquiera que hubiese visto antes. Con
un cuchillo afilado cortó muchos, y los abanicos que hizo ese día eran los
mejores que se habían visto jamás.”
“Al día siguiente, Ashgara volvió a la laguna para ver si podía encontrar más
juncos. Ante su asombro, ¡las cañas que había cortado se habían vuelto tan
gruesas y fuertes como antes! Ella alabó las extrañas plantas y las volvió a
cortar para hacer mas abanicos selectos. Al volver al mismo sito al día
siguiente, Ashgara se encontró que habían vuelto a crecer durante la noche.
Decidió que las cañas debían de ser mágicas y decidió acercarlas al poblado.
Fue cuando arrancaba la planta para transplantarla que encontró entre sus
raíces una extraña perla, tan grande como el puño de un niño. Miró a la
increíble perla, maravillándose ante su buena suerte, y llevó los rojos juncos
al poblado para plantarlos en el río cerca del pueblo.”
”Al día siguiente volvió a ir a los juncos mágicos. Ante su sorpresa, estaban
marrones y muertas. Ashgara miró a las marchitas plantas y recordó una vieja
historia que hablaba de extrañas perlas que los dragones usaban para su magia.
Ashgara se dio cuenta demasiado tarde lo que había encontrado, y se dio la
vuelta para volver a casa de su padre. Pero antes de que pudiese huir, una gran
sombra apareció sobre ella desde la orilla. Con miedo, miró sobre su hombro y
vio un dragón sobresaliendo de las olas del río.”
“Yu Lung, que ese era el nombre del dragón, la sonrió, enseñando dientes tan
largos como espadas. Dijo que la otorgaría un deseo a cambio de que le
devolviese la perla. Ashgara pensó durante un asustado momento, recordando las
veces que había mirado a la Diosa del Sol bailar por el cielo y cuanta alegría
la danza traía a su pueblo. Temblando, pidió al dragón la habilidad de danzar
como la Diosa del Sol. Los ojos del dragón se entrecerraron maliciosamente, y
entonces su boca se abrió mucho. Vapores, espesos y pesados, la rodearon.”
“Cuando Ashgara despertó mucho mas tarde, era de noche, y el dragón y su perla
habían desaparecido. Se intentó incorporar pero se encontró que la pesada
balanza de su cola había desaparecido, y volvió a caer a la blanda orilla.
Mirándose, Ashgara se quedó boquiabierta. ¡Le habían robado su preciosa cola, y
en su lugar tenía dos horrorosas piernas! Cuando la encontraron los Naga estaba
llorando cerca del río, y la llevaron a su padre, Qatol.”
“Sin saber lo que hacer con su hija, Qatol la dejó en su habitación bajo una
guardia de soldados Naga.” Shizue miró rápidamente a Tsuko y a su guardia, y
continuó, “Estuvo en el palacio durante muchos días, sin poder enfrentarse con
su gente debido a la vergüenza de sus piernas. Qatol era benévolo con su hija
pero su gente no la aceptaba como era. La llamaban “abominación” y “tullida,” e
intentaban convencer a Qatol que había que echarla a los pantanos del sur. Él
siempre lo rehusaba hacer. Muchos Shugenja intentaron revertir el maligno
hechizo que ella tenía, pero no había nada que hacer, y Ashgara se afligía por
su mala suerte.”
“Muchas semanas más tarde una gran sequía asoló la tierra. El brillante
mediodía se volvió de repente en una noche oscura y tenebrosa. La oscuridad
reinaba, el Sol no apareció en el cielo, y la tierra se ennegreció. Con la
ausencia del Sol los oscuros habitantes de las Tierras Oscuras se expandieron
desde el sur, trayendo muerte y enfermedades con ellos. Los Shugenja Naga
realizaron muchos hechizos, y ante su asombro, descubrieron que la Diosa del
Sol había sido capturada y arrojada a la oscuridad del Inframundo por un
poderoso Dios. Oyendo esto, los Naga se desesperaron. Al principio, muchos
guerreros Naga fueron a rescatar al dulce Sol, pero todos los que fueron a las
Tierras Sombrías morían allí. El tiempo pasó, la tierra cayó en la devastación
y ruina, las cosechas se marchitaron, y el pueblo Naga empezó a pasar hambre.”
“Ashgara plañía por su moribundo pueblo. Sabía que no tenían futuro a no ser
que el Sol volviese al cielo. Por ello, pidió a su padre que la dejase ir a las
Tierras Sombrías para buscar allí su destino. Al principio Qatol rehusó dejarla
ir, pero ella le pidió ir, diciendo que si encontraba la muerte, al menos
moriría con honor. Con el corazón desolado, Qatol se vio obligado a conceder el
deseo de su hija. Pero, como regalo de despedida, la ofreció elegir entre las
pocas armas que quedaban entre su gente. Dándose cuenta que los Naga
necesitaban todas sus armas para vencer a los Oni que deambulaban por la
tierra, solo eligió un gran escudo de obsidiana que había sido esculpido por
Qatol de la misma piedra de la que nacieron los Naga.”
“Luego, la princesa Naga se adentró en las Tierras Sombrías. El camino era
oscuro y traicionero, y se encontró con muchos Mujina malvados que la
insultaron e intentaron llevarla hacía las mortíferas arenas movedizas. Pero
siempre corría más que ellos en sus fuertes piernas o se escondía entre las
oscuras aguas del pantano hasta que los grandes Oni hubiesen pasado.
Finalmente, en las profundidades de las Tierras Sombrías, encontró una entrada
hacia el Inframundo.”
“La entrada de la cueva era estrecha, resbaladiza, y cubierta por gruesas
lianas. Ashgara pasó despacio por el traicionero suelo, sus pies agarrándose
con firmeza a la piedra, que hubiese sido tan resbaladiza como el hielo para la
cola de un Naga. Cuando llegó a la abertura, miró hacia dentro y vio una
oscuridad tan absoluta que de solo mirarla le dolían los ojos. Llamó hacia la
cueva, pero no hubo contestación. Solo un pequeño brillo en la oscuridad la
aseguró que había encontrado la prisión de la Diosa del Sol. Pero, ahora, ¿cómo
la ayudaría a escapar? Si Ashgara se aventuraba en la oscuridad, también se
perdería. Ni siquiera había madera para hacer un pequeño fuego.”
“Ashgara
estaba tan pensativa que no se dio cuenta de que un poderoso Oni llegó a
vigilar la cueva. De sus inmensas garras goteaba veneno y su abierta boca babeaba
vómito y fango. Pequeños ojos rojos que estaban hundidos en el cráneo se hendieron
hasta lo más profundo de su alma. Ashgara estaba atrapada, solo con la
oscuridad de la cueva tras ella. ¡El gigantesco Oni silbó de placer al encontrar
tal bocado para su almuerzo! Deseoso, la intentó coger con sus garras.”
“Ashgara suplicó por su vida y le pidió al Oni bailar ante él antes de que la
destruyera. Pensando solo en su propia diversión, el Oni accedió a dejarla
bailar. Ashgara quitó el pulido espejo de su brazo y empezó a bailar en la boca
de la cueva. Sus movimientos eran lentos, rítmicos, y precisos, la obsidiana en
sus manos opaca y oscura. Posando delicadamente ante el Oni, pensó sobre su
gente que había muerto en las Tierras Sombrías. Bailó una danza de tristeza,
recordando los pocos Naga que quedaban y que podían estar muriendo en los
palacios del norte. Dando la vuelta suavemente al escudo que brillaba
débilmente en sus gráciles manos, retuvo la mirada del Oni en sus movimientos,
y bailó hasta que pensaba que moriría de miedo y cansancio. Las garras del Oni
se abrían y cerraban instintivamente, esperando su comida.”
“Mientras su mirada revoloteaba sobre ella, sintió un escalofrío detrás del
débil brillo de la piedra pulida, y extendió un flaco brazo en un delicado
gesto de súplica. Babeando de placer, el Oni intentó cogerla cuando ella pasó
cerca de él. Rápidamente ella se puso detrás de la brillante pieza de
obsidiana, evadiendo su intento en un decorativo movimiento. Temblando con
miedo, terminó su danza, el escudo brillando con fuerza en sus manos, y el Oni
se abalanzó sobre ella deseoso.”
“Solo para ser parado por un fulgor que salió de la mujer que estaba en la
entrada de la cueva.” Shizue hizo una pausa para que sus palabras tuvieran
mayor impacto.
“¿La Diosa volvió?” Dijo Tsuko, sentada en una silla cerca del banco,
pensativa.
“Si. Y echó a la oscuridad de la tierra, quemándola con su resplandor y
ayudando a los Naga a expulsar a los Oni de vuelta a los hoyos de los pantanos
del sur. Ese fue la Primera Quema de las Tierras. Además, como regalo para que
se recordara a la brava Ashgara, la Diosa del Sol le dio a todas las mujeres
Naga la habilidad de cambiar sus colas por piernas para que bailaran para ella.
Por ello, las mujeres Naga pueden cambiar de cola a piernas como nosotros nos
cambiamos un kimono por una armadura.”
La habitación se quedó en silencio mientras la Señora de los Leones
reflexionaba sobre este extraño relato. Después, Tsuko frunció el ceño y llamó
a sus guardias mientras se levantaba, “Llevar a Agetoki a la habitación del
consejo. Debo hablar con él.” Mientras salía de la habitación de Shizue, sonrió
tristemente a la mujer Grulla, y le dijo al guardia, “Dile que prepare los
caballos. Luchamos al amanecer.”
La puerta se cerró tras Tsuko con un sordo golpe, y Shizue volvió a mirar por
la ventana de su celda. Kage, saliendo del tatami, miró hacia el alcázar
mientras cruzaba el patio allá abajo y notó el color azul en la ventana.
Entrecerrando sus ojos, aligeró el paso y desapareció por las puertas
interiores del alcázar.
•
La noche se asentó otra vez sobre la alcázar Matsu, los vientos chocando
contra las paredes con un súbito frío. Estandartes que habían sido colgados el
día anterior chasqueaban violentamente y luchaban contra el aire. Uno se
rompió, agitándose salvajemente hasta que lo engulló la oscuridad y ya no se le
pudo ver. El alcázar del Clan León se mantuvo audaz e inviolable tras pesado
muros de granito y sólidas puertas de hierro. Pero ni muros, ni puertas, ni
fortificaciones podían mantener afuera la oscuridad. Se deslizaba por
corredores, se escondía en habitaciones sin usar, y pasaba silenciosamente a
través de puertas cerradas.
Doji
Shizue estaba tumbada sobre un duro catre en una de las habitaciones espartanas
del alcázar. Su cara, los delicados, pálidos rasgos de su clan, se volvieron
hacia la tenue luz de la ventana y sus delicados ojos grises se abrieron. Se
había despertado de repente, la oscura quietud de la noche rodeándola. Por
alguna razón, el espíritu de la noche había cambiado, volviéndose mas quieto y
conteniendo una extraña tensión que Shizue no había notado antes. Se levantó,
su pálido pelo cayendo al suelo, y se ajustó el roto kimono alrededor de su
cuerpo. Un sutil cambio en el aire revoloteaba alrededor de ella como el
brumoso aliento de un ki-rin, y se estremeció. Abriendo las pesadas
contraventanas de metal de su ventana de barrotes, Shizue miró hacia fuera e
intentó encontrar de donde venía.
Él se arrastraba por los altos alféizares, sus pies tocando el suelo con la
delicadeza de un leopardo sobre piedra mojada. Vestido de negro, los rasgos de
su cara envueltos en tela, saltó sin que nadie se diera cuenta desde el muro
interior hasta el tejado del propio alcázar, aterrizando sin hacer ruido sobre
las tejas. Con práctica y eficiente, encontró una ventana que daba a una vacía
cámara, y se dejó caer sobre el antepecho de la ventana. Con un mínimo
esfuerzo, abrió el candado, y el ninja desapareció dentro.
Las estrategias de la batalla del día siguiente en su mano, Matsu Tsuko andaba
con los pasos de una Leona cautiva mientras se refugiaba en los familiares
corredores del Alcázar Matsu. Era su tradición andar por ellos antes de liderar
a su gente a la guerra. Como comandante de las legiones León, cada batalla la
traía nuevas preocupaciones, nuevas estrategias, y nuevos muertos. Sabiendo que
sus órdenes podían sentenciar a sus hombres a la muerte, paseaba por estos
corredores para encontrar la sabiduría de batalla de sus ancestros. El
santuario que buscaba era uno de tradición, hollando las sendas que su padre, y
su madre antes que él, habían pisado.
Silenciosamente, el ninja fue pasando por los corredores. El también pasaba
como si hubiese estado entre estas habitaciones mil veces antes, pero no estaba
aquí para buscar sabiduría. Los guardias que estaban apostados ante la candada
puerta cayeron rápidamente ante su kusarigama, el arma encadenada que le había
ayudado a escalar los muros, y la puerta fue fácil de forzar. Sin otro ruido
que el paso de una nube en la noche, entró en la candada habitación.
El ninja se deslizó silenciosamente en la habitación, cerrando la puerta con un
suave 'click'. Shizue se dio la vuelta, su pelo girando en un blanco borrón sobre
la pálida luz de la ventana. Por un momento, se miraron el uno al otro, el
ninja y la cuenta-cuentos, atrapados entre la oscuridad del alcázar y el
estrecho gajo de luna que rompió entre las nubes. Entonces, con un anhelo, ella
saltó sobre él y él cogió la forma de su amante, que lloriqueaba suavemente.
Shizue murmuró, “Me van a matar por la mañana ya que no les doy información
sobre el ejército de Toturi.” Su, una vez rígida, compostura se había roto, y
ahora parecía frágil, casi de porcelana. “Debemos escapar, debo volver ante
Kakita-san, debe saber que los Naga no son de las Tierras Sombrías. . .” Sus
susurros eran entrecortados, y él la silenció suavemente con su mano.
Rápidamente, la llevó hasta la puerta, su cojera más ágil de lo que les había
parecido a sus captores. “Hay guardias,” dijo él calladamente, “pero podemos
pasarles.” Con confianza abrió la puerta un dedo de ancho y miró por la
abertura. Un segundo más tarde, la llevó hacia la oscuridad del alcázar.
Dejando a un lado los muchos guardias del palacio Matsu era difícil y
peligroso, muchas veces forzando a Shizue y al espía ninja a esconderse en
oscuras alcobas mientras pasaba un centinela. Los corredores eran oscuros y
sinuosos, llevándoles a un laberinto de habitaciones. Pero el ninja nunca
desesperó, siempre siguiendo la senda que les llevaba hacia abajo, alejándose
de los centinelas, y hacia las grandes puertas interiores.
Tsuko ralentizó su camino por el alcázar, escuchando intensamente en el frío y
quieto aire. Un débil sonido llegó a sus oídos y se detuvo. Frunciendo el ceño
al repetirse el ruido, silenciosamente sacó su katana de su funda. Otra vez
escuchó el sordo deslizar… que recordaba a un pie tullido arrastrándose por el
corredor de piedra. Maldiciéndose a sí misma, Tsuko se apretó contra la pared
mientras el sonido se movía hacia ella.
Al llegar a la esquina del corredor, el ninja titubeó. Con un grito corto,
Tsuko saltó desde la alcoba, su espada embistiendo hacia Shizue. La
cuenta-cuentos gritó, y el ninja la dio un empujón para quitarla de en medio,
la espada cortando la carne de su brazo. Shizue trastabilló hacia atrás, lejos
de los dos combatientes mientras el ninja se agachaba, sacando su kusarigama de
su gi.
“Bien, Doji,” siseó Tsuko, “¿Tu honorable clan mandó a este ninja?” Su espada
estaba inmóvil en el aire entre ellos mientras la cadena del ninja empezó a
girar. Ella volvió a cargar sobre el ninja, fallando por poco mientras él
giraba bajo su golpe. Ella gruñó y se giró para enfrentarse a él, pero el ninja
danzó hacia un lado, su cadena nublándose en dirección a las piernas de Tsuko.
Saltando, Tsuko evitó la enredada cadena, y aterrizó con su katana lista para
golpear, solo para encontrarse que el ninja se había vuelto a mover. Él la
interceptó cuando ella saltó hacia él, y con un solo movimiento, la arrojó al
suelo de un suicida golpe. Mientras Tsuko intentaba respirar, girando
rápidamente hacia un lado, él se puso en pie y se volvió a enfrentar con ella.
Tsuko asió fuertemente su espada, preparándose para otro intercambio, cuando se
dio cuenta de las gotas de sangre que había en el suelo bajo ella. Una salvaje
sonrisa irrumpió en su cara, u escupió, “Ya estas herido, asqueroso ninja.
Estás más lento... pronto no serás mas que carne ensartada en mi,” ella cargó,
gritando, “¡ESPADA!” Su súbito golpe falló al girar el ninja hacia un lado,
pero su hombro golpeó con fuerza y se oyó al ninja quejarse de dolor.
El constante girar de la cadena se ralentizó mientras el ninja trastabilló
hacia atrás, pero rápidamente volvió a incrementarse, manteniendo a Tsuko a
raya mientras él se recuperaba. Shizue estaba de pie, paralizada por el miedo a
un lado del pasillo, mirando el combate sin poder ayudar, mientras Tsuko volvió
a cargar.
Entonces, más rápido que una serpiente atacando, el ninja golpeó. Girando la
cadena sobre su cabeza, lanzó el peligroso garfio hacia el brazo que sujetaba
la espada de Tsuko. Sin dejar que Tsuko se pudiese recuperar de la carga que
ella había hecho, envolvió la cadena sobre la espada y tiró. La espada voló de
su mano, cayendo lejos de su alcance.
Agachándose, Tsuko agitó su cabeza incrédula. “Solo un hombre me puede desarmar
así,” gritó. Saltando furiosa sobre el ninja, le quitó su mascara. Sobresaltada
al reconocer su cara, trastabilló en shock.
“No, Madre, no soy Kage. Pero él me enseñó bien. Tan bien como os enseño a
vos.” Su pausa dio a Matsu Hiroru el segundo que necesitaba para dar un duro
golpe en la sien de la Campeona del Clan León, que la hizo caer al suelo. “Y
deberías saber, Madre,” le dijo al cuerpo inconsciente, “Nadie me ‘manda’ a
ningún sitio, al que yo no quiera ir.”
Volviendo a tapar su cara con la mascara, Hiroru cogió a Shizue en sus brazos,
“Ahora debemos correr. Sus gritos han debido alertar a la guardia.” Shizue
asintió, rápidamente atando un trozo de su kimono sobre su herida y colgándose
de su cuello. Él empezó a correr, en dirección las puertas interiores del
alcázar.
Los guardias de la puerta habían sido alertados, y al acercarse el ninja,
sacaron sus armas y se prepararon para atacar. “¡No les puedes vencer!” Murmuró
Shizue, su caliente aliento en la oreja del ninja, “¡Debes huir, y
abandonarme!”
Hiroru no contestó, y al acercarse a la puerta, sacó una pequeña bola de
porcelana de su cinturón. Arrojándosela a los guardias, corrió hacia delante
con todas sus fuerzas, cogiendo fuertemente a Shizue. Cuando la bola chocó,
nubes de gas sulfuroso emanaron, cubriendo la puerta y haciendo que los
guardias tuviesen un ataque de tos. “Cierra los ojos,” advirtió, y se lanzó
contra la masa de nubes. Shizue hundió su cara en el hombro del ninja mientras
el gas mordía sus ojos y sus pulmones, el sulfuro haciendo que brotaran
lágrimas de sus cerrados ojos. Alrededor suyo, oyó a los guardias boquear y
aullar al ser cegados por los amargos gases.
Después de unos momentos, salieron de la niebla envenenada a un amplio patio
fuera del alcázar. Hiroru huyó hacia una arboleda de sauces, su pecho
inflándose con el esfuerzo de llevar a Shizue. “Debemos montar,” dijo, “tengo
un caballo esperando en los árboles.”
•
Desde
lo alto de las murallas que rodeaban el Alcázar Matsu, Akodo Kage vio como el
caballo que llevaba dos figuras se desvanecía en la noche, mientras los
guardias salían tropezando de las nieblas que se dispersaban con lentitud. Las
alarmas sonaban dentro del alcázar, pero Kage sabía que era demasiado tarde. La
llegada de su antiguo y rebelde alumno no la había podido predecir. “¿Hiroru y
la chica Doji?” Pensó silenciosamente, “Que imprevisto.” Se detuvo, mirando los
rayos en la tormenta que estaba sobre él. “Pero…” reflexionó, “que útil.” Una
sonrisa poco característica cruzó su cara mientras daba la espalda a la
tormenta y se desvanecía en la oscuridad del alcázar.
•
En
los intervalos
De
fuerte viento y lluvia
La
primera cereza brota.
– Chora