Servir
Way of the Shugenja
por Rich Wulf y Shawn
Carman
Traducción de Hitomi Sendatsu
Soshi Angai jamás había estado en el Salón de los Ancestros anteriormente; pocos Escorpión eran bienvenidos en este el más sagrado de los lugares santos del León. Hoy, mediante un acuerdo de su señor, Bayushi Yojiro, se le había concedido permiso para visitar el Salón. Su sensei Escorpión la había enseñado a no mostrar nunca sorpresa o asombro ante aquellos que no eran de su Clan, sin importar cuán sinceros esos sentimientos pudieran ser. Mejor esconder las emociones propias, dejar a un enemigo en potencia con la guardia baja, y hacerles creer que lo mejor que podían hacer apenas valía nada. A pesar de sus lecciones, a Angai le fue imposible esconder su sobrecogimiento en el Salón de Ancestros. La energía espiritual pura en este lugar casi era tangible; jamás había sentido algo igual.
Angai
caminó pausadamente por los largos pasillos, observando estanterías y
estanterías de urnas que contenían las cenizas de los mayores héroes del Clan
León. Grandes estatuas de los héroes más prominentes del León se erguían de
forma orgullosa a distancias regulares a lo largo de ambos muros. Parecían
observar a Angai con desaprobación, como si estuviesen enfadados con su
presencia. Se sentía como si las estatuas la miraran. Otro visitante podía
atribuir el sentimiento a mera superstición; como Shugenja, Angai sabía más. Se
movió rápido, ávida de acabar con sus asuntos antes de que los espíritus se
mostrasen impacientes.
Su
guía, un pequeño hombre vestido con una túnica de color marrón terroso, se giró
y señaló a un salón lateral. “Aguarda dentro,” dijo el guía.
“Arigato,”
dijo Angai, inclinándose ante el hombrecillo.
El
Kitsu no dijo nada, simplemente devolvió la inclinación y la miró con extraños
ojos dorados. Ella pasó al pequeño santuario. En las sombras, notó un hombre
alto con un kimono negro, observándola en silencio. Su mano descansaba de forma
despreocupada en la empuñadura de su katana. No le hizo caso, y continuó por el
estrecho pasillo. Podía sentir cómo la seguía. Obviamente era un yojimbo,
cumpliendo simplemente con su obligación. Se sentía un tanto asombrada de que
sólo hubiera un guardián, mas el hombre con el que estaba a punto de
encontrarse no requeriría mas de uno.
Al
final del pasillo, mil diminutas motas de luz iluminaban el santuario. Angai
creyó al principio que eran velas, mas rápidamente se dio cuenta de que eran
kami de fuego, bailando alrededor de la estatua de una mujer alta con armadura
pesada. Un hombre solitario con túnica roja y blanca se encontraba arrodillado
frente al santuario, con la cabeza baja en señal de obediencia. Mientras Angai
esperaba que el hombre acabara sus oraciones, estudió la cara de la mujer.
“La
dama Matsu,” susurró el yojimbo. “Fundadora de la mayor familia de Rokugan, uno
de los Siete Truenos originales, uno de los grandes héroes de mi anterior Clan,
y el ancestro más ilustre de mi señor.”
“Dio
la vida para salvar el Imperio,” dijo el hombre arrodillado ante el santuario.
“Como lo hizo mi padre.” Con un movimiento negligente, el hombre empujó su
trenza sobre un hombro y se puso de pie, mirando a Angai con unos fieros ojos
negros. “Sois el Escorpión,” dijo Toturi Sezaru.
“Mi
nombre es Soshi Angai,” respondió, inclinándose profundamente ante el Lobo. “Es
un honor conocerle. Mi señor, Bayushi Yojiro, me ha confiado un regalo para
vuestr-“
Él
suspiró, volviéndola la espalda para ponerse de nuevo frente a la estatua en
medio de su saludo. “La dama Matsu sacaba sus fuerzas de la soledad,” dijo el
hombre arrodillándose ante el santuario. “Podríamos aprender mucho de ella.”
Angai hizo una pausa, con la boca abierta,
sin saber qué decir.
“El
Señor Sezaru ha tenido un día muy pesado, Angai-san,” dijo una voz detrás de ella.
Un hombre con túnica marrón claro de los Miya apareció a su lado. Angai casi
pegó un salto; no había visto al hombre que estaba allí. “Por favor, permitidme
aceptar el regalo del Escorpión en su nombre,” dijo, “y aceptad sus gracias en
el mío. Soy Miya Gensaiken, representante oficial de Toturi Sezaru.”
“Mis
gracias, Gensaiken-san,” dijo Angai, inclinándose profundamente ante el
cortesano. El hombre sonrió cortésmente.
“¿Por
qué habéis venido aquí?” Preguntó Sezaru, mirándola por encima del hombro. “Si
el Escorpión piensa que puede aprender algo espiándome, se equivoca.”
“Con
respeto, mi señor, malinterpretáis mis intenciones,” respondió Angai.
Sezaru
se burló. “¿Lo hago?” Preguntó. “Es extraño que el Escorpión haya decidido
ofrecerme su ayuda ahora, de entre todos los momentos. Mientras mi padre seguía
vivo, el Amo de los Secretos se encontraba sumamente falto de interés por mi
existencia. Sin embargo, ahora que pretendo hacer mi propio intento para
conseguir el trono, Bayushi Yojiro envía a la hija del daimyo Soshi a ayudarme.
Pensé que el Escorpión era más sutil que eso.”
“Tenéis
razón,” respondió Angai. “Como dije, malinterpretáis mis intenciones. No soy
una espía; si el Escorpión quisiera controlar de forma encubierta vuestras
acciones, no os insultaríamos siendo tan obvios. El Señor Yojiro se enteró de
la desafortunada muerte de vuestro ayudante, Asako Ryoma. Meramente esperábamos
que podríais considerarme un sustituto aceptable. Como probablemente sabréis,
fui candidata en el Test del Campeón Jade, y ahora sirvo como magistrado Jade.
Creo que os puedo servir tan capazmente como Ryoma lo hizo una vez.”
“Eso
sería en verdad maravilloso,” dijo Miya Gensaiken. “Quizás haríamos bien
escuchándola hasta el final, Señor Sezaru. La muerte de Ryoma fue una gran
pérdida para todos nosotros.”
Sezaru
frunció el ceño. “¿He de creer que vuestros motivos son puramente altruistas?”
Preguntó.
“Claro
que no,” respondió Angai. “Sin embargo, el beneficio mutuo para nuestros grupos
vale vuestra atención.”
“¿Oh?”
Preguntó Sezaru, interesado de repente. “¿Y cómo es eso?”
Angai
miró por encima de su hombro. “¿Podemos hablar en privado, mi señor?” Preguntó.
El
Yojimbo de Sezaru carraspeó de forma audible. Sezaru simplemente sonrió. “Creo
que puedo cuidar de mí mismo por unos momentos, Koshei.”
El
Yojimbo se inclinó de forma brusca. Gensaiken copió el gesto con mas gracia.
Los dos salieron de la habitación, aunque el cortesano le echó una mirada
curiosa a Angai mientras salía.
“Ahora,
¿sobre qué queríais hablar Angai-san?” Preguntó Sezaru.
“El
Escorpión ha observado vuestras hazañas con interés, mi señor,” respondió.
“Como puede que sepáis, nuestro Clan fue el primero en salir en búsqueda de la
criatura que mató al Emperador.”
“Sí,”
dijo Sezaru con calma. “Lo único adecuado, ya que fue vuestro Clan el que falló
en proteger a mi padre en primer lugar.”
Angai
asintió, indiferente. “Nuestro fracaso fue un hecho lamentable, más
inevitable.”
“¿No
buscáis evitar la culpa?” Preguntó Sezaru, arqueando una ceja.
“¿Cuál
sería el sentido? Preguntó. “Mejor centrarnos en que tal cosa no vuelva a
suceder jamás. Hemos observado vuestras hazañas detenidamente durante los
últimos meses. A diferencia de los otros herederos de Toturi, habéis perseguido
implacablemente al asesino de vuestro padre, tan implacablemente como nosotros.
Compartís nuestra sed de justicia, y esa es la razón de que deseemos serviros.
Creo que podríamos aprender mucho si compartiéramos información sobre esos
Onisu.”
Los
labios de Sezaru se comprimieron en una firme línea. “¿Onisu?” dijo
rápidamente. “¿Dónde aprendisteis esa palabra? ¿Uno de los Oráculos -?”
“Como
dije, hemos cazado al asesino del Emperador tan implacablemente como vos,”
respondió. “Sabemos muchas cosas de las pesadillas.”
“Imposible”
dijo Sezaru con un gruñido. “Los Soshi no sabían nada. Registré sus bibliotecas
en persona.”
Angai
se permitió una pequeña sonrisa. “No hablo en nombre de los Soshi,” dijo.
Sezaru
ladeó ligeramente su cabeza. “Entonces, ¿de quién?” Preguntó. “¿Los Magistrados
Jade?”
“No,”
dijo. “Represento a una hermandad de shugenjas que comparten vuestro interés en
destruir a los Onisu, así como a aquel que los invocó. Nos hacemos llamar los
Kuroiban.”
“Nunca
he oído hablar de esa organización,” dijo Sezaru.
“Nadie
de fuera de los Kuroiban nos ha conocido,” respondió. “Nadie, eso es, excepto
el mismo Emperador.”
“¿Y
cuál es el propósito de los Kuroiban?” Preguntó Sezaru.
“Somos
la Guardia Negra,” dijo. “Destruimos a los enemigos del Imperio. Vivimos para
servir, mi señor.”
“Interesante,”
dijo Sezaru, cruzando los dedos y sentándose en la base de la estatua de Matsu.
“Decidme más, Angai-san...”