Shugenjas de los Clanes

Way of the Shugenja

 

por Rich Wulf y Shawn Carman

 

Traducido por Hitomi Sendatsu

 

Cangrejo

 

 Kuni Tarochi permaneció quieto, su mano escudando sus ojos del sol mientras miraba al horizonte. Aunque todavía no había pasado su gempukku, conocía el deber de todo Kuni , el cual le había sido inculcado desde antes de que pudiera andar. Su sensei estaría enfadado, mas cuando volviera con la cabeza de alguna asquerosa criatura de las Tierras Sombrías, quizás finalmente conseguiría la oportunidad de pasar sus pruebas de gempukku.

            Tarochi caminó durante horas por las Tierras Baldías, sin ver más que el viento que soplaba sobre las rocas de la ancestral tierra natal Kuni. Tal como se alargaba el día, se desesperaba por encontrar algo – cualquier cosa – con la que volver. De otra manera, su castigo por dejar el hogar de Okabu-sensei sería severo. Tembló al pensar en lo que el Sensei le haría.

            Entonces lo vio, caminando rápido y erguido en el horizonte. ¡Un ogro! Tarochi apenas podía creerse su suerte. Buscó en su mochila el único conjuro que había dominado, Golpe de Jade. Miró al pergamino, tragó saliva, y comenzó a lanzar su conjuro. El ogro le oyó conjurar, y cargo contra el joven Kuni. Tarochi falló el conjuro, mientras la masiva bestia se acercaba. En el último instante, Tarochi gritó la plegaria en alto, y la respuesta fue inmediata. Motas de energía verde volaron de Tarochi al ogro, derribando al gigante con un alto crujido y un destello brillante.

            Tarochi, se alegró mucho, sacó su  wakizashi y caminó confiado hacia la postrada bestia mientras continuaba quieta. Levantó la espada, pero antes de que pudiera bajar la hoja sobre el cuello del ogro, su puño salió disparado velozmente y conectó con el pecho de Tarochi, haciendo que el muchacho retrocediera varios pies. Rebotó dos veces y se desplomó en la misma posición en la que aterrizó.

            El ogro se levantó, gruñendo. Su cara se encontraba marcada y rezumaba pus debido al conjuro, mas no había sido ralentizado lo más mínimo. Caminó hasta el muchacho y le cogió. Abriendo su boca completamente, se metió la parte superior del chico en la boca.

            Antes de que pudiera morder, su piel comenzó a hervir y a volverse de color verde pálido. Rugió de agonía alrededor de la forma floja de Tarochi que colgaba de su boca. El rugido del ogro se apagó hasta ser un gemido, y entonces cesó mientras su cuerpo se convertía en jade.

            Kuni Okabu extrajo a su estudiante de la boca del ogro de jade con cuidado. Susurrando una ferviente plegaria a los kami del agua, curó las heridas de su estudiante. Frunciendo el ceño, mas sin decir una palabra, llevó a su estudiante de vuelta a la solitaria casa que les servía como hogar y dojo al par.

 

 

Grulla

 

            Asahina Keitaro dejó la próspera vida de la noche a su alrededor mientras se arrodillaba en uno de los jardines del Templo del Sol Matinal. La frescura del aire nocturno se atenuaba con los aromas terrenales de la tierra y del exuberante follaje. Detrás de él, aún a pesar de no tocarlo, sentía la inmensidad, la resistencia inflexible del muro de piedra. Sus tallas era tan extensas, tan intrincadas y siempre cambiantes, que hacían falta años para verlas todas, décadas para comprenderlas. Las tallas cubrían el Templo por dentro y por fuera, y hablaba de sabiduría y serenidad, la historia de la familia Asahina, parábolas de los significados más profundos del Tao, y... otras cosas, cosas secretas, cosas que los muros vivientes impartían sólo a los elegidos.

            La serenidad de este jardín calmaba el alma preocupada de Keitaro, a pesar del alboroto del mundo exterior, a pesar del creciente cisma en la familia Asahina. El cotorreo de las criaturas nocturnas hizo cosquillas en su delicada percepción como un chico juguetón.

            Un chico juguetón...

            Sus pensamientos se volvieron hacia el chico. Juguetón, si, e intrépido, Nizomi parecía ser un chico de tres años normal hasta que veías sus ojos, dorados y rasgados como los ojos de un gato. Hasta aquellos que hablaban brevemente con él podían vislumbrar el fantástico intelecto del chico. Había mucho que Sekawa no le había revelado a Keitaro acerca de ese chico, y Keitaro tendría muchas preguntas para Sekawa cuando volviera. Había oído rumores de los increíbles talentos del chico, tales como su grulla de origami que de repente había volado, dejando una única pluma blanca como la nieve en su despertar. Algunos hablaban acerca de escuchar música en presencia del chico, sin un músico a la vista.

            Keitaro intentó meditar, mas no pudo apaciguar su ocupada mente. Pensamientos y preocupaciones acerca de la verdadera naturaleza de Nizomi, memorias de las extrañas circunstancias bajo las cuales Nizomi había llegado a su cuidado, el peso de las nuevas responsabilidades que le habían sido dadas desde que llegó Templo del Sol Matinal; esas obstinadas distracciones no le permitían concentrarse.

            De repente, la tenaz serenidad de Keitaro se hizo añicos. “Tío”, Nizomi saltó fuera del follaje, a menos de dos pasos de Keitaro. Chilló de forma triunfal, agitando un palo bifurcado. “¡Lo hice! ¡Te asusté!”

            Keitaro se habría divertido, mas el sobresalto hizo que su voz fuera más áspera de lo que debía haber sido. “¡Nizomi! ¡Debería darte vergüenza! ¡No asustamos a los demás! ¡Nunca!” El chico no debía haber sido capaz de sobresaltarle de tal forma, y Keitaro sintió que su cara se enrojecía de vergüenza. Tal falta de concentración podría costarle cara algún día.

            Mas las palabras de Keitaro hicieron poco para bajar el entusiasmo del chico. “¡Lo hice! ¡Lo hice!” Entonces se mostró curioso. “¿Por qué no me oíste, Tío?”

            “Yo... no lo sé” El chico había decidido llamas a Keitaro “Tío” poco después de llegar, a pesar de que Keitaro apenas era suficientemente mayor como para sentirse el tío de nadie.

            “Demasiadas preocupaciones, Tío. Demasiado de todo.”

            Keitaro se serenó, pero mantuvo su voz severa e inflexible. “En los Templos del Sol Matinal, Nizomi-chan, vivimos vidas de paz y tranquilidad. Asustar a alguien a propósito es una clase de violencia, y eso no lo soportamos.”

            Los ojos dorados del chico se volvieron hacia abajo. “Lo siento, Tío. Pero he acabado de leer los muros y no tenía mas lecciones hoy.”

            “¿Qué quieres decir con ‘acabado de leer’?”

            “Las he estudiado todas, los dibujos y los significados.”

            La alarma de Keitaro se apagó, para ser reemplazada con escepticismo. Decidió probar el insolente alarde del joven. “¿Conoces el significado de la parábola de los Diez Toros?”

            El chico asintió, “Significa que no tiene sentido buscar las huellas del toro. Jamás hubo un toro.”

            La total simpleza y corrección de la respuesta del niño de tres años conmocionó a Keitaro. Los había estudiado todos. Nizomi continuó. “Hasta estudié el de la juventud de Isawa Asahina, con todas las batallas.”

            “¿‘Batallas’, dices? El Templo es un lugar de paz. ¡A causa del mal que cometió en su juventud, Asahina abandonó toda violencia! ¡No hay representación de violencia en ningún lugar de estos muros! ¿Por qué dirías tal cosa?”

“Porque es cierto, Tío.” La ceja de Nizomi se plegó. “Las vi.”

            “¿Dónde? Enséñamelas.”

            “Gírate, Tío. Están en el muro que tienes detrás.”

 

 

Dragón

 

Mi unidad había sido diezmada, emboscada en lo que creíamos era nuestro territorio. Muchos de mis hombres se agitaron, muriendo, en la tierra detrás de mi cerca de los cuerpos de nuestros enemigos caídos. El número de los Fénix que nos atacaron era pequeño, pero su ventaja combinada con la magia que poseían los Isawa había reducido mi escuadra de treinta hombres a tan sólo otro y yo.

Mientras se aproximaban, mis espadas subieron lentamente – una flecha Shiba había herido el brazo que no lo había hecho la magia Isawa. Ya había comenzado a preparar mi alma para encontrarme con mis ancestros.

Entonces es cuando escuché un gran grito kiai y una sombra voladora por encima de mí bloqueó el sol durante un instante. No sabía quién era, mas un hombre que pertenecía claramente al Dragón saltó hacia el samurai Fénix y una espada de pura piedra se materializó en sus manos tatuadas. El primero, después el segundo y eventualmente el último de los Shiba cayeron ante su sagrada hoja mientras luchaba con la precisión de un adepto del Niten. No sé por qué el Isawa no arremetió con la furia de los elementos al recién llegado. Quizás se hallaba tan estupefacto ante lo que sucedía como yo.

El Isawa se rehizo, mas no antes de que el último de sus compañeros cayera. Lanzando un grito de venganza al cielo, el Fénix hizo caer fuego y relámpago sobre el hombre que había salvado mi vida.  Con un movimiento sin prisas, el guerrero dirigió su plácida mirada hacia el shugenja y levantó la mano como haciendo el ademán de parar el fuego con su palma abierta. La tierra explotó frente al hombre, levantándose en un gran puño para protegerle del fuego. Sin un momento de indecisión, la mano de tierra y barro se abrió, ascendió por el aire, y golpeó al shugenja Fénix, enterrándole. El extraño se paró sólo para arrodillarse al borde del montón de tierra, susurrando una plegaria de agradecimiento a los kami y otra para ver el alma del Isawa en su camino hacia Yomi.

Sabría después que Lord Uso-sama había enviado al yamabushi Tamori para ayudar a mis tropas. Había matado a los Shiba como si fueran niños, y sin embargo era un shugenja de poder equiparable al del Isawa que casi había sido mi perdición momentos antes. Aunque había nacido después de que los Agasha, que no poseen honor, abandonasen nuestro Clan, había oído historias  de su fuerza y de nuestra pérdida por su traición. Después de lo sucedido ayer, sólo puedo decir una cosa – con su marcha el Dragón seguro que ha ganado mas que el Fénix.

De los informes de Mirumoto Saiken, chui de los ejércitos Dragón.

 

 

León

 

            El templo se encontraba completamente tranquilo, sin distracciones salvo el calmante aroma del incienso ardiendo. Era un olor balsámico, relajante, uno que ayudaba a meditar. Incluso antes de su gempukku, Goroken había disfrutado meditar aquí con su abuelo, aunque las responsabilidades de Kitsu Juri como daimyo familiar habían limitado esas oportunidades. Ahora, sin embargo, una de las responsabilidades de su abuelo era entrenarle para que fuera un sodan-senzo, un shugenja de los ancestros del León.

            “Aclara tus pensamientos, Goroken”, regañó Juri.

            “Si, abuelo.” El joven se concentró en el aroma del incienso. El momento se alargó hasta convertirse en horas. La cabeza de Goroken dio vueltas con el penetrante aroma, mas no pudo separar su mente de su cuerpo tal como le había enseñado su sensei. Después de lo que pareció una eternidad de frustración, sintió una mano sobre el hombro. La vergüenza le llenó. Había fallado a su abuelo en la más básica de las tareas. “Abuelo”, comenzó mientras abría sus ojos, “lo...”

            Goroken ya no se encontraba en el templo. Era de noche, y se encontraba en una carretera polvorienta que llevaba a un puente poco más adelante. Más allá, la carretera serpenteaba en la oscuridad. Se quedó contemplando con ensimismamiento durante largo tiempo antes de girarse para mirar al hombre cuya mano descansaba en su hombro. “Abuelo”, exclamó.

            El hombre joven y bien formado que se erguía a su lado soltó una risa detrás de su máscara, el mempo de un león dorado con el ceño fruncido de fiereza. ¿O acaso no era una máscara? “No es exactamente lo que parezco en el reino físico, ¿o no? No, en este lugar, es el espíritu lo que importa. Eso es por lo que tú, que eres tan joven y fuerte, pareces pequeño y débil aquí. Aprenderás. Y así mientras crezcas en poder, llegarás a parecer distinto también.” Vio al joven mirar fijamente maravillado. “¿Es lo que esperabas, nieto?”

“No.”

            “Claro que no. Pero es algo que puedes comprender. Y eso es lo que es importante. Después de que te aclimates a los Reinos Espirituales, comenzarás a verlos tal como son en realidad... a verte a tí mismo tal como eres en realidad.”

            “Comprendo, abuelo.” Dijo Goroken con respeto. Continuó captando este nuevo medio, dándose cuenta de nuevos detalles cada vez. “¿Están los reinos tras este puente?” Juri asintió. “Entonces, ¿qué son esos?” Goroken indicó las figuras sombrías que  vagaban dentro y fuera de la percepción, justo en el límite.

            Kitsu Juri fijó a su nieto con una mirada penetrante. “Están perdidos. Fuera cual fuera su destino en la vida, fallaron. Ahora se encuentran entre los reinos, incapaces de encontrar su lugar. Los ayudamos cuando podemos, mas nunca podemos ayudarlos a todos. Hay demasiados, y somos muy pocos. Y tú todavía no estás preparado para eso.”

            “Como digas, abuelo.” El joven shugenja vislumbró su reflejo en el agua. Como su abuelo, su cara era igual a la de un león dorado, aunque su melena era irregular, y sus facciones se encontraban menos definidas.

            “Muy bien,” dijo Juri con una nota de ser definitiva. “¿Estás preparado para comenzar?” Hizo gestos hacia el puente en la distancia.

            Goroken asintió. Era un Kitsu. Era su destino.

 

 

Mantis

 

            La tormenta rugía fuera de control, haciendo el cielo de medio día tan negro como la media noche. Yoritomo Ikemoto cerró su boca y se fortaleció contra el viento que desgarraba su piel como un millar de diminutas hojas. Reviso, por lo que debía ser la centésima vez, la soga que le ataba al mástil, entonces volvió a sus obligaciones en cubierta. La bodega de carga se encontraba completamente llena, y varias cajas tuvieron que ser consignadas en cubierta. La tormenta amenazaba con lanzarlas por la borda, una pérdida inaceptable.

            Ikemoto acabó de atar una caja a la cubierta y se giró para contemplar la escena ante él. Gritó duramente a otro marinero que trabajaba en cubierta y había estirado su soga demasiado. Las advertencias de Ikemoto no fueron escuchadas, sin embargo; la tormenta hacía demasiado ruido como para permitir comunicarse a más de unos pocos pies. El marinero mantis observó con horror cómo el hombre era aplastado contra la cubierta por una gran ola, para luego ser lanzado por la borda como una muñeca de trapo. Ikemoto sólo pudo mirar mientras la tormenta le reclamaba.

            Al estar con los ojos fijos en la horrible visión, Ikemoto se sorprendió al ver al hombre ascender del agua como si hubiese sido izado por una mano grande e invisible. Apretando un brazo contra su costado y haciendo muecas de dolor, el marinero fue depositado gentilmente en cubierta. Ikemoto rápidamente llevó al hombre que tropezaba de vuelta a la parte de atrás del barco y le empujó de vuelta a la bodega con los otros. Se volvió para confirmar que no quedaba nadie más en cubierta antes de meterse él mismo.

            Y entonces lo vio. Un hombre, caminando por la superficie del agitado mar, las olas rompiéndose ante él como hojas al viento. No, caminando no. Flotando, a no más de la longitud de una hoja de la superficie del mar. Ikemoto se encontró sin habla. Jamás había contemplado tal proeza, y había navegado los mares para la Mantis muchos años junto a muchos shugenja distintos.

            Mientras el hombre se aproximaba, el agitado mar alrededor del kobune disminuyó casi de inmediato. Los vientos amainaron, y el rugiente trueno disminuyó. La tormenta, sin embargo, no amainó; Ikemoto podía ver el viento y la lluvia arremolinándose en una gran esfera al fondo del horizonte, con el diminuto kobune en el ojo de la tormenta. El extranjero se irguió con gracia por encima del borde del barco para aterrizar suavemente en la cubierta. Observó a Ikemoto sin expresión.

            “Un jinete de la tormenta,” dijo Ikemoto.

            El shugenja no respondió. “La dama Kitao necesita que este cargamento llegue a tiempo y sin complicaciones. Me aseguraré de que sea posible.” Metió sus manos en las mangas de su kimono y miró a Ikemoto de manera inexpresiva.

            “La voluntad de Kitao se hará,” dijo Ikemoto, girándose para convocar a los demás.

 

 

Fénix

 

            Isawa Nodotai examinó sus alrededores. No había dónde ir, ningún medio obvio de escape. Frunció el ceño ligeramente, sus labios formando una estrecha línea. Los Dragón estarían aquí en cualquier momento y se encontraría atrapado.

            Un sonido en las rocas de detrás de él hizo que Nodotai se girara lentamente. En la entrada de la grieta sin salida se encontraban tres bushi Mirumoto, sus ropas señalándoles como exploradores del ejército Dragón que se hallaba acampado a varias millas al oeste. No sonrieron al ver a su enemigo atrapado; no mostraron ninguna emoción. Sencillamente bloquearon su salida y avanzaron lentamente hacia él. Parecían ser soldados experimentados.

            Los Dragón se pararon a varios cientos de pies frente a Nodotai. El que se hallaba en el centro, un gunso según su armadura, dijo “No hay escapatoria, Isawa. No podéis esperar pararnos a los tres. Rendios y no seréis dañado.”

            “Sabéis que no puedo,” dijo Nodotai tranquilamente.

            “Entonces espero que os reunáis con orgullo con vuestros ancestros,” respondió el gunso. Los tres hombres comenzaron a avanzar de nuevo, sus hojas desenvainadas y sus expresiones serias. No había placer alguno en cortar en pedazos a un enemigo en apariencia desarmado.

            “Por favor,” dijo Nodotai con voz tenue. “Por favor no hagáis esto. No tengo deseos de dañaros. Rendios ahora y no recibiréis daño alguno. Los Fénix no matan a sus prisioneros.” El gunso frunció el ceño con disgusto; claramente había esperado que Nodotai suplicara por su vida.

            Los tres Dragones se pararon en seco, y los dos silenciosos miraron a su comandante con sorpresa. El gunso parecía sorprendido por la mera idea. “Pensé,” dijo muy lentamente, “que desearíais encontraros con vuestros ancestros con un corazón serio y que no ensuciaríais vuestros últimos instantes con un humor fuera de lugar.”

            “No hay humor en esta situación, estoy de acuerdo. Rendios ahora.”

            El gunso claramente se estaba enfadando. “Estoy bien versado en la heráldica y la historia de los Isawa. Tú,” hizo un gesto a los símbolos que rodeaban el mon familiar del kimono de Nodotai, “no eres mas que un iniciado. No puedes superarnos a los tres. A uno quizás, mas ni siquiera a dos.”

            “Ya veremos. Rendios ahora. No lo pediré de nuevo.”

            “Ya es suficiente,” gruñó el gunso. Los tres comenzaron a avanzar por última vez, sus hojas preparadas.

            “Lo siento,” susurró Nodotai.

            Las llamas eran inevitables.

 

 

Escorpión

 

            Koji abrió la cortina de seda sólo lo suficiente para echar un vistazo a la cámara intensamente iluminada de más allá. Miró hacia atrás con una sonrisa divertida. “¿Estás preparado, Toshiki?” preguntó.

            El joven shugenja carraspeó nervioso, entonces asintió. “Eso espero,” dijo.

“¿Eso esperas?” Koji se tocó la barba  bien cuidada y chasqueó su lengua. “Tu sensei habló de tus talentos con mucha mas confianza de la que exhibes. Debido a su recomendación, asumí que estarías preparado para esta prueba. ¿Estás seguro de que no ha malgastado mi tiempo?”

            “¡No, Koji-sama!”, dijo Toshiki rápidamente. “Claro que no -” Toshiki se calló de repente, dándose cuenta de que el maestro shugenja presionaba un dedo sobre sus labios, haciendo un gesto de silencio.

            “Ten cuidado, Toshiki-san,” dijo, echando un vistazo de nuevo a través de la cortina. “No sería bueno que se diesen cuenta de nuestra presencia.”

            “Hai,” dijo Toshiki, inclinando su cabeza tanto por respeto como para esconder el vergonzoso rubor que ocupaba sus facciones. Se sentía como un gran tonto. Muchos de los que compartían la habitación con Yogo Koji habían compartido el sentimiento antes o después.

            “Así que de nuevo te pregunto,” dijo Koji. “¿Estás preparado, Toshiki?”

            Toshiki asintió.

            “Entonces observa,” dijo, haciendo un gesto hacia la cortina. “Dime lo que ves.”

            Toshiki dio un paso adelante y echó un vistazo a través de las cortinas, observando en silencio durante un largo instante. “Ichiba-sama se reúne con el embajador León en la cámara de debajo,” dijo. “Sólo ellos dos; ni siquiera sus yojimbo están presentes. Parecen susurrarse el uno al otro.”

            “¿Oh?” preguntó Koji. “¿Y qué dicen?”

            “No puedo escucharles,” respondió Toshiki.

            “Los kami del aire pueden. Pueden hasta escuchar sus pensamientos, si sabes cómo pedírselo de forma adecuada. Pídeselo.”

            Toshiki parpadeó. “Pero, ¿qué pasaría si se dan cuenta del alboroto de los elementos? Si cualquiera de los dos es cogido espiando en individuos tan importantes, las consecuencias serán graves.”

            “No te preocupes por mí, Toshiki,” dijo Koji haciendo una mueca. “En caso de que dieras un traspié, escaparé del lugar lo suficientemente rápido. En cuanto a ti; bueno, te sugiero que no des un traspié.”

            Toshiki miró inseguro.

            La sonrisa de Koji se transformó en un fruncimiento de ceño. “Un kuroiban a menudo no tiene el lujo de practicar su magia en las circunstancias más seguras,” dijo Koji. “Aprende a tratar con la adversidad, u otro tratará con ella en tu lugar. ¿Me comprendes, Toshiki?”

            Toshiki se hallaba ya lanzando el conjuro.

 

 

Unicornio

 

            Hakari corrió por las llanuras abiertas, y saltó polvo al aire en el lugar en el que sus pies desnudos golpeaban la tierra como martillazos. El viento soplaba contra su pelo, azotando la tierra llana, y se giró para correr con él. Detrás de él, podía sentir la mente del joven invitado Kuni maravillándose con las vistas y los sonidos mientras los pasaban volando.

            El Iuchi miró hacia arriba al escuchar un halcón llamar a los cielos. Sin vacilar  ni un momento, los dos shugenja vieron ahora a través de los ojos del ave de presa. Cada detalle en millas a la redonda se metió en sus sentidos con la claridad del halcón.  El halcón hizo un picado repentino para coger la comida de la mañana, y Hakari rió al sentir al Kuni apretar su mano alrededor de la mano del Unicornio por acto reflejo. Hakari cambió su percepción una vez más, y ahora miraban de nuevo hacia el cielo. El halcón que habían sido hace un momento se lanzaba en picado hacia ellos a una velocidad de vértigo, y ambos sintieron el pulso acelerado del ratón de campo mientras giraba y huía de su muerte inminente. Con el oído perfecto del ratón, podían oír el ave de presa ganándoles terreno hasta que durante una mera fracción de segundo, ambos shugenja sintieron las garras contra la carne de su prestado recipiente.

            Y entonces se acabó.

            Hakari abrió los ojos, como hizo Kuni Watanubo que se encontraba a su lado. La cara del Cangrejo era una mezcla de gran fascinación y puro horror. El grito victorioso del halcón hizo que su atención pasara del otro de nuevo al cielo, donde podían observar la mota alejada que era el pájaro alejándose con su presa. Debajo de él, el caballo salvaje seguía tronando por la llanura hacia algún lugar desconocido.

            Después de un momento, Watanubo dejó escapar un largo soplido y asintió lentamente. “Si, Hakari-san.” dijo despacio, su aliento traicionando su asombro ante lo que acababa de pasar. “Creo que en verdad es más impresionante que invocar jade para atacar a un oni.” Hakari simplemente sonrió con conocimiento.