Tribu Única

Amanecer de Sangre, 9ª Parte

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Las Arenas Ardientes…

 

            “El hermano del Emperador, su guardián, su shugenja, y su prometida, todos perdidos en el desierto lejos de su hogar,” dijo Adisabah, metiéndose en el relato. “Adisabah les vio, desde las almenas de su castillo. Vio la ambición, el miedo, la devoción, y el odio dibujado en sus almas y lo encontró interesante. Por ello Adisabah los recolectó.”

            Katamari miró sorprendido al Rakshasa. “¿Tú… les recolectaste?”

            “Eso no era inusual,” contestó Adisabah. “Era una criatura engreída y caprichosa en aquella época, bastante acostumbrada a su propia superioridad. No conocía a los mortales ni las alianzas ni límites a su propio poder. Recolectó a estas cuatro almas y las metió en su castillo, solo para… mirarlas de vez en cuando. Igual que tu puedes coleccionar peces en un estanque del jardín.”

            “Los peces no hacen maho,” contestó Katamari.

           “Realmente, tampoco lo hacía Otomo Jama,” contestó Adisabah. “Tanto Yajinden como Jama sabían mucho de maho, eso es verdad, pero no lo usaban, aún no. El único de los cuatro que estaba Manchado en aquel momento era Suru. A Jama le intrigaba el poder del maho, pero no quería que ese poder le controlase; hasta que no pudiese encontrar una forma de controlarlo, aprendía sobre el pero nunca usaba su poder. Forzó a Suru y a otros a que usasen esas negras artes por él, mientras que él y Yajinden permanecían puros.”

            “Entonces Suru fue un estúpido,” dijo Katamari.

            “No es tan simple,” dijo Adisabah. “Estos cuatro… tenían unos vínculos entre ellos como nunca antes había visto, y nunca he vuelto a ver. Suru servía a Jama con todo su corazón y alma, aceptando a los otros con el mismo fervor solo porque Jama así lo hacía. Tsugiko era un extraño tesoro – amaba verdaderamente a Jama, compartía la devoción que entonces Yajinden aún tenía por las Fortunas, y se compadecía del dolor que Suru aguantaba en nombre de su señor. Yajinden adoraba a Jama por su aguda mente, confiaba en Suru como si fuese su hermano, y miraba a Tsugiko con ojos codiciosos pero que nunca admitiría a nadie, ni siquiera a si mismo.”

            “¿Y Jama?” Preguntó Katamari.

            “Esa es la mejor parte,” dijo Adisabah. “Jama les despreciaba a todos, pero les necesitaba a todos, por lo que siempre estaban a su lado.”

            “¿Incluso a Tsugiko, la que le adoraba tanto?” Preguntó Katamari.

            “Bueno, Jama la amaba,” contestó Adisabah. “También la odiaba. Estas cosas no son excluyentes entre si.”

            “No creo que sea posible,” dijo con firmeza Katamari.

            “Por eso tu eres el Doomseeker, y yo soy una bestia,” contestó Adisabah. “En cualquier caso, para estos cuatro cree un hechizo especial, una prisión que le parecía divertido a la naturaleza arrogante de Adisabah. Mientras los cuatro viviesen, todos permanecerían sanos y fuertes. Si Jama intentaba escapar de algún modo, el hechizo tomaría su vida pero los otros serían libres. Si cualquiera de los demás escapaba, serían libres, pero los otros tres morirían. Si cualquiera de ellos atacaba a uno de los otros, los cuatro morirían. Por ello, unidos por las cadenas de su propia devoción, Adisabah pensó que una fuga, aunque no imposible, al menos sería interesante – y permanecer entretenido es muy importante cuando uno es inmortal.”

            “Estás loco,” dijo Katamari.

            “Estaba loco, eso es verdad,” contestó Adisabah. “Me gusta creer que he cambiado desde entonces, pero es difícil ver la propia alma desde dentro.”

            “¿Y cómo escaparon?” Preguntó Katamari. “Supongo que lo consiguieron.”

            Adisabah asintió. “Recuerda que Jama dejó su hogar buscando los conocimientos de los khadi. Esto encontró en mis inmensas bibliotecas. No aprendió lo suficiente como para saber como quitarse el corazón, pero supo de personas y lugares donde podría encontrar los conocimientos que buscaba, e instantáneamente escapó.”

            “¿Cómo?” Preguntó Katamari.

            “Le dijo a Doji Tsugiko que se quitase la vida,” dijo Adisabah, “y ella así lo hizo, y quedaron libres. Nunca más volvió a pensar en ella, aunque otros si lo hicieron.”

            “¿Ordenó a su amada que se matase?” Preguntó Katamari, asombrado.

            “Ese es el carcelero, Doomseeker,” dijo Adisabah. “Un hombre que hace que otros le amen y les ordena morir sin dudarlo y sin remordimientos. Ese es el hombre contra quién lucharás.”

            Iuchi Katamari no contestó durante un rato. “Sigue,” dijo finalmente.

            Adisabah sonrió. “Entonces Jama siguió hacia la más maravillosa y miserable de todas las ciudades de este o de cualquier mundo – Medinaat-al-Salaam…”

 

 

En Otro Lugar…

 

            El Nezumi miró su reflejo en el agua inmóvil. Brillantes ojos negros le devolvían la mirada, en una lustrosa y bella cara recubierta de corto pelo marrón. El pelo alrededor de sus mejillas estaba trenzado con abalorios, brillantes trozos de metal, y plumas. Bigotes bien cuidados colgaban iguales a ambos lados de su hocico. Era la viva imagen de un robusto y sano Nezumi – aunque un poco más pequeño que los demás. Aún así, mientras el Buscanombres estudiaba su imagen, no podía quitarse de encima la sensación de que algo estaba un poco mal.

            “¿Qué ves, Te’tik’kir?” Preguntó una profunda voz desde más adentro de la cueva. “Encontraste una visión del futuro o solo para-paras a admirar tu bonito pelo?”

            Te’tik’kir miró rápidamente por encima de su hombro, sorprendido por el sonido de la voz. Un inmenso Nezumi plateado estaba agachado junto a un fuego al fondo de la cueva. Llevaba una rota armadura de samurai hecha de retales, el botín recogido tras una larga vida en las Tierras Sombrías. Un tsuba de metal le cubría un ojo, pero no podía cubrir la profunda cicatriz que biseccionaba la cara del Nezumi. Le llevó a Te’tik’kir un momento reconocerle. Era Mat’tck, cacique del Hueso Tullido, su mayor aliado y quizás su único amigo de verdad. Los demás miembros de la tribu nunca entendían de verdad a Te’tik’kir, solo le valoraban por su magia. Mat’tck no era como los demás. Era astuto, valiente, y no temía hacer sacrificios por el futuro de la tribu. Por supuesto, incluso Mat’tck a veces no llegaba lo suficientemente lejos. Pensaba demasiado en el Hoy. Te’tik’kir siempre pensaba en el Mañana. La mayoría de los Nezumi consideraban al Mañana la muerte; Te’tik’kir veía un mayor potencial, no solo la muerte, en los misterios del futuro.

            Que raro, pensó Te’tik’kir, que no hubiese reconocido inmediatamente a su cacique.

            “¿Estás enfermo, Te’tik’kir?” Preguntó Mat’tck, mirando a su amigo con un tic de preocupación. “No tienes buen aspecto.”

            “Bien, bien,” contestó Te’tik’kir, agitando su cabeza para aclarar sus confusos pensamientos. “No el suficiente tiempo para descansar. Necesito volver al sueño, ser uno con el Transcendente, encontrar el camino más seguro para nuestra tribu.”

            “No hay tiempo para descansar-descansar,” dijo Mat’tck. “Exploradores dicen que Terrores aún siguen-siguen muy de cerca. Necesitamos seguir moviéndonos.” El viejo cacique suspiró. “Necesitamos seguir corriendo.”

            “Volveremos algún día,” dijo Te’tik’kir, un brillo de esperanza en sus ojos. “Los Terrores Elementales pueden echar al Hueso Tullido de su tierra, pero la Tribu Única la podrá tomar-retomar, escupir en la Tumba del Cielo, y robarle de vuelta las Tierras Sombrías al Mañana.”

            “Nosotros hablamos-hablamos muchas veces de esto, Te’tik’kir,” dijo Mat’tck, mirando con su ojo rojo al chamán. “Incluso si todas las tribus se unen, la Tumba del Cielo es un lugar peligroso. Otras tribus… Oreja Deshilachada… Tercer Bigote… no son guerreros como el Hueso Tullido. Me pregunto-pregunto si la Tribu Única es solo un sueño…”

            “Si, solo un sueño,” contestó Te’tik’kir, “pero los sueños son cosas poderosas. Las tribus menores pueden volver a ser guerreros, como Hueso Tullido… solo necesitan un líder fuerte para unirles.”

            “Para conquistarles, querrás decir,” dijo Mat’tck.

            “Si, si es necesario,” contestó Te’tik’kir. “La pérdida de unos cuantos Nezumi no es nada comparado con la fuerza de la Tribu Única. Lo veo-veo claro, Mat’tck.”

            “¿Si?” Preguntó el cacique. “Yo sueño, como tu sueñas, Te’tik’kir. Sueño con que la Tribu Única volverá. Sueño con que arrancaremos a Fu Leng de la Tumba del Cielo y le lanzaremos de vuelta al cielo donde nació. Sueño con que las Tierras Sombrías volverán-crecerán a ser verdes y frondosas y que el Imperio Nezumi renacerá del sueño. Pero no crearé-construiré ese Imperio sobre los huesos de los Nezumi. Dejaré que los Terrores nos maten a todos antes de levantar una lanza contra los míos.”

            “La Tribu Única nunca será si nos dejamos morir,” dijo amargamente Te’tik’kir.

            “Entonces moriremos,” contestó Mat’tck, aunque su voz era firme y fuerte. “Y morir-moriremos sin miedo, escupiéndole a la cara al Mañana. Nuestra batalla final hará temblar los cielos. El relato de esta historia se escuchará desde las Madrigueras del Tercer Bigote a los Bosques del Verde-Verde-Blanco. Todos conocerán la fuerza del Hueso Tullido, y nuestro Nombre será recordado por siempre. Las otras tribus susurrarán nuestros nombres, y su miedo saldrá corriendo. Así nacerá la Tribu Única.”

            Te’tik’kir abrió su boca para contestar, pero las palabras no surgían. No podía pensar en algo que decir a tan emocionante discurso…

            “Es un estúpido,” contestó la Oráculo Oscuro de la Tierra.

            “¿Por qué echarías a perder así tu vida, Nezumi?” Terminó el Oráculo Oscuro del Agua.

            La visión de Mat’tck se desvaneció, para ser reemplazada por cuatro oráculos, de pie en las profundidades de su volcán. El aire estaba lleno de ceniza ardiente y humo ácido. Lava burbujeante quemaba la tierra en tiras, desembocando en charcos de barro humeante. Las cuatro figuras estaban en medio de todo ello, sin verse afectados por ello ni preocupándose por la destrucción que traía su presencia. Te’tik’kir estaba ante ellos, sujeta la lanza con ambas manos. Magia Nezumi se alimentaba del poder del Nombre, el sentido de uno mismo así como de la habilidad para cumplir el fin último de la persona. Cuando el camino de Te’tik’kir’s era claro y conciso, pocos chamanes podían igualar su poder. Hoy, en este lugar, los elementos no podían hacerle daño.

            “No podéis matarme,” dijo Te’tik’kir.

            “Arde, alimaña,” dijo la Oráculo Oscuro del Fuego.

            Llamas verdes bañaron al Buscanombres, pero este permaneció dentro de ellas sin que le tocasen.

            “¿Cómo?” Preguntó el Oráculo Oscuro de la Tierra.

            “Vuestros secretos fáciles de encontrar-ver para alguien que ve las profundidades de los sueños y las pesadillas,” contestó Te’tik’kir. “Conozco vuestras reglas. No hago nada contra vosotros, no supongo una amenaza. No podéis matar-matarme.”

            “Aún,” contestó el Oráculo Oscuro del Aire.

            “Dejadme hablar-hablar, no desearéis dañarme,” dijo el Nezumi.

            “Habla entonces,” contestó el Oráculo Oscuro del Agua.

            “El poder de la magia de Nombre es fuerte,” dijo Te’tik’kir. “Incluso más fuerte que la magia elemental que os ata. Ayudadme, y podréis ser libres.”

            “¿Cómo?” Preguntó la Oráculo Oscuro de la Tierra.

            “Uniré a la Tribu Única, que una vez gobernó sobre todas estas tierras,” dijo Te’tik’kir. “Los humanos no pueden destruir la Tumba del Cielo – no pueden acercarse sin perder su Nombre a Fu Leng. Pero los Nezumi… Nezumi son demasiados fuertes para que Fu Leng les quite el Nombre. Con la Tribu Única, podemos destruir a los demonios. Podemos derrotar a los goblins. Con la Tribu Única, los Nezumi pueden sacar a Fu Leng de su tumba y mandarle-lanzarle de vuelta a los cielos. Seréis libres.”

            El Oráculo Oscuro del Aire frunció el ceño. “Interesante. ¿Qué quieres de nosotros, Nezumi?”

            “Cacique de Hueso Tullido es sabio y fuerte, pero tiene miedo de dar órdenes a las otras tribus, como debería,” dijo Te’tik’kir. “Soltar a vuestros demonios sobre la Tribu del Hueso Tullido. Forzarnos a ir hacia el norte, fuera de las Tierras Sombrías. Una vez que hayamos perdido nuestro hogar, Mat’tck verá la verdad. Conquistará las tribus, como tiene que ser para alguien con su Nombre. Renacerá la Tribu Única.”

            “Una táctica desesperada, pero fascinante,” contestó el Oráculo Oscuro del Fuego.

            “Entonces ha llegado el momento en el que haga una pregunta, como es mi derecho,” dijo el Nezumi. “¿Funcionará? ¿Si hacemos que el Hueso Tullido vaya hacia el norte, renacerá la Tribu Única? ¿Viviré para verlo?”

            La Oráculo Oscuro de la Tierra asintió. “Si.”

            “Entonces sellemos el trato,” dijo Te’tik’kir, inclinándose ante los Oráculos a la manera de Rokugan.

            Cuando Te’tik’kir se volvió a enderezar, estaba en el centro de un campo de cadáveres. Caídos guerreros Nezumi yacían en todas direcciones. Las extrañas formas de horripilantes bestias, criaturas hechas de pura roca, perseguían a los supervivientes que huían. Intentó invocar su magia, llamar a un rayo para que matase a una de las bestias… la magia no llegó. Le había fallado a su gente, fallado su propósito. Su Nombre era débil. Te’tik’kir sintió como desaparecía la fuerza de su pequeño cuerpo. Cayó de rodillas, agarrando su lanza entre las manos. Había sido un estúpido. Un estúpido y un arrogante. Su tribu había hecho bien al rechazarle. Y Mat’tck…

            “Te’tik’kir,” susurró una ronca voz.

            El joven chamán levantó la vista, esperanzado, al sonido de la voz de su cacique. La esperanza abandonó sus ojos con la misma rapidez. Mat’tck yacía en la base de una gran roca, un trozo de piedra clavada en su cuerpo. Un brazo estaba cerca de él, sobre la tierra, arrancado de su hombro. Los Terrores de la Tierra no habían sido misericordiosos. Te’tik’kir corrió junto a Mat’tck, invocando su magia para adormecer los dolores de su cacique.

            “Lo siento, cacique,” susurró Te’tik’kir.

            Mat’tck frunció el ceño. “Te’tik’kir…” dijo el cacique, su único ojo mirando desesperadamente a su viejo amigo. “Hicimos… hicimos temblar los cielos?”

            Te’tik’kir inclinó su cabeza. Una solitaria lágrima cayó por su hocico y colgó de sus bigotes. “Si, Mat’tck,” dijo. “Lo hicimos.”

           Mat’tck suspiró y sus labios apuntaron una sonrisa. Su cola tembló por última vez y su ojo bueno se quedó fijo en el cielo, sin verlo. Te’tik’kir enterró su cara entre sus zarpas, superado por la vergüenza y la culpabilidad.

            “Todos los grandes líderes cometen un solo error,” dijo la Oráculo Oscuro de la Tierra desde detrás suyo. “El error de Mat’tck fue confiar en ti.”

            Te’tik’kir levantó la vista desde donde estaba agachado al acercarse la Oráculo, rodeada por sus demonios de piedra. Miró a Te’tik’kir con una mezcla de pena y asco.

            “No quería que esto pasara,” dijo Te’tik’kir, llorando.

            “Idiota,” contestó la Oráculo Oscuro. “No eres el primer mortal que creía que nos podría usar contra el Noveno Kami. No serás el último. Tu Tribu del Hueso Tullido perecerá antes de que acabe este día, y uno más de los enemigos de Fu Leng se desvanecerá en tu Mañana.”

            “Entonces matadme,” dijo Te’tik’kir, derrotado.

            “Lo haré,” contestó la Oráculo Oscuro. “Una vez que nos hayas visto exterminar tu tribu. Te prometí que vivirías para ver reunida la Tribu Única, y lo harás… una tribu, unida en la muerte.” La Oráculo Oscuro de la Tierra extendió una mano hacia un Nezumi que huía.

            “Muere,” dijo, invocando su magia.

            No pasó nada.

            La Oráculo Oscuro parpadeó, confundida. Sus Terrores se movieron inquietos. El guerrero que huía miró hacia atrás, aterrorizado, igual de confundido por seguir vivo.

            Te’tik’kir se puso en pie y se volvió para mirarla, furia brillando en sus negros ojos. Sostuvo su lanza, desafiante. Un aura de poder le envolvió con silenciosa amenaza mientras el chamán invocaba su magia.

            “Hoy no morirá ningún Hueso Tullido mas,” gruñó, su voz resonando con poder. “¡Quemaré un camino hasta el Mañana y te llevaré conmigo, Oráculo!”

            “¡Matadle!” Dijo el Oráculo Oscuro, señalando desesperadamente hacia el chamán.

            Te’tik’kir golpeó la tierra con su bastón, haciendo un gran estruendo. Los Terrores Elementales gritaron de dolor al rasgar sus cuerpos la magia del chamán, devolviéndoles a la tierra que los había creado. La Oráculo Oscuro quedó ilesa, de pie entre montones de escombros.

            Su magia pareja, la Oráculo lentamente desenvainó la katana que tenía en la cadera y avanzó hacia el chamán. Cortó el aire con un simple golpe, cortando en dos la lanza. Te’tik’kir tiró a un lado las rotas mitades antes de que ella hubiese acabado el golpe, y saltó sobre ella, chillando como un animal.

            La Oráculo Oscuro de la Tierra se derrumbó bajo una furia de dientes brillantes y garras salvajes.

            Te’tik’kir se despertó como siempre lo hacía, sentado en la cresta de una montaña, mirando a las Tierras Sombrías. El mundo se extendía en todas direcciones ante él, yermas llanuras, bravos mares, afiladas montañas intentando llegar al cielo. Solo había estado una vez en toda su vida en este lugar, cuando solo era un cachorro. Abrumado por las burlas e insultos de sus hermanos de camada, se había ido solo hasta llegar a este lugar. Fue aquí donde se dio cuenta por primera vez de lo grande que era el mundo, más grande que el resguardado mundo de la tribu. Aunque el paisaje estaba muerto y solucionado, podía ver más allá, y ver el maravilloso mundo que existió en este lugar antes de que Fu Leng cayese del cielo y lo corrompiese todo.

            Solo había estado aquí una vez, y su memoria había permanecido. Ni siquiera podía asegurar donde estaba este lugar… esas cosas importaban poco en el I-thich, el Reino de los Sueños. Aquí, todas sus más importantes memorias estaban tan frescas como el día en que las encontró, igual que sus mayores fracasos. El viejo Nezumi miró a sus zarpas, ahora arrugadas por la edad. Su pelo, antes marrón, ahora tenía manchas blancas.

            “¿Cuanto tiempo mas?” Susurró Te’tik’kir al vacío aire.

            “Estúpido Buscanombres,” contestaron los espíritus. Te’tik’kir podía sentir, que no ver, su presencia. Eran los Transcendentes, chamanes como él que se habían vuelto poderosos seres de sueño puro, guiando y protegiendo la raza Nezumi. “Toda tu vida quisiste vivir, gobernar, ser recordado para siempre. Has vivido el doble de lo que anteriormente lo haya hecho jamás el más viejo Nezumi. Lideras al Hueso Tullido, la tribu más poderosa. Tu Nombre resuena con mito y leyenda. ¿No es eso lo que querías?”

            “No lo es,” contestó Te’tik’kir.

            “Entonces has conseguido sabiduría, Te’tik’kir,” contestaron los espíritus. “Los Oráculos Oscuros te prometieron que vivirías para ver la Tribu Única, ya que predijeron la destrucción del Hueso Tullido. Al final, tu Nombre fue lo suficientemente fuerte como para alterar el destino que ellos vieron, pero su promesa te mantiene en el reino mortal. Pronto verás cumplirse esa promesa. Tendrás tu puesto junto a nosotros.”

            Te’tik’kir levantó la vista, sus viejos ojos alumbrándose con el brillo de una esperanza largamente olvidada. “¿La Tribu Única?” Preguntó. “¿Viviré para verla?”

            “Despierta, Te’tik’kir,” contestaron los espíritus, y mientras se desvanecía el mundo de los sueños, el viejo chamán casi sintió como si notase una extraña tristeza en sus voces.

 

 

            El Lugar de Reunión estaba hoy en silencio. Los guerreros Nezumi que hacían guardia en ese lugar estaban nerviosos, vigilantes. Solo Te’tik’kir parecía despreocupado, meditando arrodillado junto al fuego.

            “Esto es una locura,” gruñó Kan’ok’ticheck, dando vueltas cerca del pequeño fuego del chamán. “Deberíamos irnos de aquí. Los Tsuno van junto al Señor Oscuro. No se puede confiar en ellos.”

            “Los Tsuno no son de las Tierras Sombrías,” contestó Te’tik’kir, sin abrir los ojos. “Son más viejos que la Tumba del Cielo.”

            “¿Y eso les hace diferentes?” Contestó Kan’ok’ticheck. “La Mancha es la Mancha. Si juegas con Mancha, eres enemigo de todos los Nezumi. Eso es todo lo que tenemos que saber.”

            “¿Condenarías también a la Zarpa Manchada?” Preguntó Te’tik’kir.

            “Si,” dijo con fiereza Kan’ok’ticheck.

            Te’tik’kir abrió los ojos y miró con tristeza al gran Rátido blanco. “La Zarpa Manchada no son malvados, Kan’ok’ticheck.”

            “Están-están junto al Señor Oscuro,” dijo Kan’ok’ticheck.

            “Porque murieron sus Recordadores,” dijo Te’tik’kir. “Porque perdieron la memoria del Ayer perdieron la esperanza del hoy. Deberíamos ayudarles.”

            “Demasiado tarde para ayudarles,” contestó secamente Kan’ok’ticheck. “Es obvio que las tribus están de acuerdo. Me hicieron Jefe de Jefes, se unieron tras de mi para erradicar a la Zarpa Manchada. Incluso tu propia tribu, Hueso Tullido, dice que la Zarpa Manchada debe morir.”

            Te’tik’kir frunció el ceño y volvió a mirar al fuego. Kan’ok’ticheck era un líder brillante y un cacique sabio. Cinco de las más poderosas tribus, Oreja Deshilachada, Tercer Bigote, Verde-Verde-Blanco, Diente Mellado, y su propia Hueso Tullido se habían aliado, nombrándole Jefe de Jefes en este mismo lugar. En otras circunstancias, eso hubiese alegrado a Te’tik’kir, reavivado su esperanza de que la Tribu Única pudiese renacer. Pero esta alianza tenía un único propósito – destruir la Zarpa Manchada. Te’tik’kir finalmente se vio forzado a asentir, o a arriesgarse a perder su puesto en su tribu. Era una decisión que no le sentó bien al viejo chamán. Sabía mejor que casi todos como una situación desesperada podía forzarle a uno a tomar decisiones estúpidas. No abandonaría la esperanza de que de alguna manera la Zarpa Manchada pudiese ser salvada.

            El mensaje de los Tsuno solo creó mayor controversia. Llegó en un sueño, apareciendo simultáneamente en las mentes de los chamanes de cada tribu (excepto en la de los Verde-Verde-Blanco, que no tenían chamanes). Eso no era inusual para los Tsuno, cuyo dominio del reino de los suelos era solo rivalizado por los Nezumi. Los Tsuno decían que Daigotsu ya no estaba, que un nuevo señor, Iuchiban, había asumido el mando de las Tierras Sombrías.

            Los Tsuno, siempre odiando a los humanos, no confiaban en este nuevo Señor Oscuro. En vez de ello, ofrecían una alianza a los Nezumi. Juntos, podrían comprobar la fuerza de este Iuchiban. Una vez que el nuevo Señor Oscuro hubiese arrasado el Imperio de los humanos, Tsuno y Nezumi estarían unidos y también le echarían, quedándose con Rokugan para ellos.

            La idea de volverse en contra de los humanos, aunque preocupante, no había tenido tanta oposición como esperaba Te’tik’kir. Muchos Nezumi solo expresaban pesar de que sus amigos del Clan Cangrejo sufriesen, y esperaban que se pudiese llegar a un acuerdo para poder encontrarles un lugar en el nuevo Imperio. La mayoría de los que no querían la alianza solo lo hacían por la natural desconfianza que sentían por los Tsuno, no por dudas que tuviesen por destruir a los humanos.

            Al final, decidieron que solo con más información podrían tomar una decisión, y que una oportunidad de saber más sobre los misteriosos Tsuno no se podía desaprovechar. Como el más poderoso de todos los chamanes, Te’tik’kir era la elección natural para ser el representante. Kan’ok’ticheck exigió acompañarle, como líder de hecho de las tribus Nezumi. Te’tik’kir se preguntó si ese era el verdadero motivo del jefe, o si solo venía para asegurarse de que Te’tik’kir no mostraba demasiada compasión por los antiguos aliados del Señor Oscuro. Era una pena que Kan’ok’ticheck desconfiase así de él. Era un líder astuto, ingenioso, y carismático, algo que no había visto el viejo chamán desde Mat’tck.

            Quizás, pensó irónicamente Te’tik’kir, decía algo bueno de Kan’ok’ticheck el que no confiase en él.

            Te’tik’kir levantó la vista del fuego, sus negros ojos escudriñando la oscuridad. “Vienen,” dijo simplemente. “Prepárate.”

            Los exploradores que estaban agachados en las sombras miraron del chamán a su jefe con dudas en sus ojos. Kan’ok’ticheck solo frunció el ceño e hizo un gesto enfadado. El jefe podría discutir con Te’tik’kir en asuntos de política, pero era lo suficientemente sabio como para no discutirle el poder de su magia.

            El aire se arrugó en el centro del Lugar de Reunión, y la asquerosa forma de un Tsuno surgió de la nada. Estaba vestido con una armadura de placas superpuestas de acero irregular, dejando expuesto solo su cabeza con cuernos. Junto a él estaba una encorvada figura envuelto en una gruesa capa, su cara oscurecida por un ancho sombrero de paja. Llevaba una larga lanza en una mano, similar a la que llevaba Te’tik’kir.

            “Soy Sochi,” dijo el Tsuno en Rokugani, su voz sorprendentemente clara y tranquila. “¿Eres el Buscanombres?”

            “Lo soy,” contestó Te’tik’kir en el lenguaje humano.

            “¿Donde está Tsuno Nintai?” Preguntó Kan’ok’ticheck sospechando algo, hablando a Te’tik’kir en la lengua Nezumi. “¿El Tuercealmas convoca esta reunión y luego no aparece?”

            Los rojos ojos del Tsuno miraron fijamente al cacique, y luego se volvieron hacia Te’tik’kir. “Tus sirvientes están mal entrenados, chamán,” dijo, también hablando en Nezumi.

            “Kan’ok’ticheck no es mi sirviente,” contestó Te’tik’kir, hablando ahora en su lengua. “Es el Jefe de Jefes, líder de cinco tribus.”

            El Tsuno resopló burlonamente. “¿Los que no tienen magia os gobiernan?” Contestó. “Sois una raza de niños.”

            Kan’ok’ticheck enseñó los dientes, pero no picó en la trampa del Tsuno.

            “Perdonadles, Sochi,” dijo la figura de la capa. “Mi gente ha olvidado mucho de lo que antes nos hizo grandes.” Se quitó el sombrero de paja, mostrando una cara de roedor de blanco pelo.

            “Un Nezumi,” dijo Kan’ok’ticheck. “Sin duda Zarpa Manchada.”

            “No, Jefe de Jefes, no soy Zarpa Manchada,” contestó el Nezumi. “Soy Ikm’atch-tek, de la Tribu Única.”

            “No hay Tribu Única,” dijo Te’tik’kir.

            “La habrá,” contestó Ikm’atch-tek.

            “Tienes un nombre extraño, ‘Cacique-Mañana’,” dijo Kan’ok’ticheck.

            “Así es,” contestó Ikm’atch-tek. “Es tradicional para vosotros que un chamán raramente lidere su tribu, aunque siempre hubo excepciones,” asintió hacia Te’tik’kir, “y en vuestra tradición Mañana es sinónimo de muerte, una palabra de mal Nombre. Pero no todas vuestras tradiciones son las mías. Perdonadme por entrar en contacto con vosotros de esta forma tan peculiar, pero desde que nos encontramos, los Tsuno han deseado ayudarme de cualquier modo.”

            “¿Quién eres?” Preguntó Te’tik’kir.

            Ikm’atch-tek sonrió tenuemente. “No soy un Recordador,” dijo, “pero esta historia me es bien conocida, y te ayudará a aceptar quién soy. Hace muchas eras, Cinco Razas crearon este lugar de la nada. La civilización que crearon estas Cinco Razas se derrumbó, por su cortedad de miras, y otros vinieron a reemplazarles. Entre ellos estaban los Naga y nuestra propia raza, los Nezumi.

            “En aquella época éramos criaturas bastas y primitivas, poco más que animales. Los Naga nos usaron como comida y como bestias de carga, y con el tiempo se olvidaron de nosotros. Lentamente aprendimos del legado que dejaron tras ellos, y cuando llegó el dominio de los ogros, nuestro lugar fue el de sus sirvientes. Pero los ogros nos subestimaron, y con el tiempo conquistamos su civilización desde dentro. El Imperio Nezumi gobernó estas tierras durante siglos, antes de que Fu Leng cayese del cielo.”

            “Eso ya lo sabemos,” dijo Kan’ok’ticheck.

            “¿Si?” Preguntó Ikm’atch-tek. “¿Estabas tu allí? Yo si.”

            “Imposible,” soltó Te’tik’kir. “Lo que dices pasó hace siempre ayer.”

            “¿Imposible, Te’tik’kir?” Preguntó Ikm’atch-tek. “¿Es tan difícil creer que un chamán que ha hecho que su destino descarríe no se haya visto forzado a vivir hasta que se redima? ¿Es mi historia tan rara para ti?”

            “Quizás no tan rara,” contestó Te’tik’kir, “pero si lo que dices es cierto, ¿donde has estado? ¿Por qué esperar tanto antes de mostrarte?”

            “Cuando cayó Fu Leng, usé mi magia para salvar lo que pude,” contestó Ikm’atch-tek. “Moví mi hogar y mi tribu a I-thich, pero mi magia surgió sin control, y no fuimos capaces de regresar. Allí, perdidos en un reino de pesadillas eternas, más allá de donde podían llegar los Transcendentes, vi a mis hermanos marchitarse y morir por la desesperación, incapaces de volver a casa. Yo también estaba desesperado cuando Nintai y su orden finalmente me encontró.”

            “Los Tsuno,” dijo Kan’ok’ticheck, mirando temeroso a Sochi.

            Ikm’atch-tek asintió. “Sochi, déjanos, amigo mío,” dijo Ikm’atch-tek. “Está claro que tu presencia aquí solo está perturbando a los temerosos.”

            El Tsuno asintió, retrocediendo a las sombras.

            Ikm’atch-tek esperó un rato antes de continuar, como asegurándose de que el Tsuno se había ido. “¿Seguro que habéis oído historias de viejas ruinas Nezumi volviendo de la nada, apareciendo espontáneamente como de un sueño? Esto es todo lo que estoy haciendo. He encontrado otros lugares, como mi propio hogar, reliquias de la vieja civilización Nezumi. Serán el hogar de la Tribu Única. Una vez que los humanos hayan sido exterminados, podremos ir también a sus hogares y sus ciudades. Los Tsuno están deseosos de ayudarnos en esto; también tienen mucho que ganar.”

            “No nos aliaremos con los Tsuno,” dijo Kan’ok’ticheck.

            Ikm’atch-tek se encogió de hombres. “Eres irrelevante,” dijo. “Eres un guerrero, un mero sirviente. Es la magia la que siempre ha determinado el destino de nuestro pueblo, por eso es la opinión de Te’tik’kir la única que importa. ¿Nos ayudarás, Te’tik’kir? ¿Verás restaurada la Tribu Única?”

            “Los humanos son nuestros aliados,” contestó Te’tik’kir. “Los Tsuno os traicionarán, como traicionaron a su Señor Oscuro. Lo que ofreces tiene un alto precio.”

            Ikm’atch-tek frunció el ceño. “Que pena,” contestó. “Tienes gran influencia sobre estos bárbaros que solo son un salto atrás. Tu Nombre tiene poder. Unido al mío, podríamos determinar el futuro de nuestra raza. En contra del mío… algo habrá que hacer.”

            Las manos de Te’tik’kir agarraron con fuerza su lanza. A su lado, Kan’ok’ticheck se puso tenso. “¿Es esto un reto?” Preguntó.

            “Una prueba,” contestó Ikm’atch-tek. “No conozco la extensión de tu poder, Te’tik’kir, y como todos sabemos, el poder viene del Nombre. Probaré la fuerza del tuyo. Mientras hablamos, la Zarpa Manchada, armadas con armas de mi imperio perdido y acompañados por los Tuercealmas de Nintai, han tendido una emboscada a tu tribu, el Hueso Tullido. Mientras hablamos, los Asoladores de Sochi han rodeado este lugar, preparados para matar al Jefe de Jefes y a sus seguidores. Con tu magia, podrías correr a tu gente, salvarles de mi Zarpa Manchada, o podrías salvar al único Nezumi que puede liderar las tribus contra mi.”

            “O te podría destruir,” contestó Te’tik’kir. El chamán levantó su lanza en el aire, y un rayo de energía blanca surgió del cielo, golpeando a Ikm’atch-tek.

            El Cacique del Mañana permaneció donde estaba, aunque el humo y el polvo se arremolinaron atravesando su imagen. “Esa nunca fue una opción, Te’tik’kir,” contestó. “Nunca estuve aquí. Ahora haz tu elección, Buscanombres.”

            El Cacique del Mañana desapareció entre los metálicos gritos de guerra de los Tsuno que avanzaban.

            “¿Qué harás, Buscanombres?” Preguntó Kan’ok’ticheck seriamente a Te’tik’kir.

            El chamán no dijo nada, pero mantuvo preparada su lanza, poniéndose espalda contra espalda con Kan’ok’ticheck mientras avanzaban los Tsuno.

            Un trueno resonó encima de ellos, y sangre llovió del cielo.