La Última Lección
por Seth Mason
Traducción de Mori Saiseki
“En el año 1133 terminó finalmente nuestro
sabio Emperador con la enloquecida huida del venenoso profeta conocido como el Ronin
Encapuchado. No habiendo podido asesinar a nuestro glorioso señor con su banda
de traidores, el descendiente de Shinsei deambuló libre por la tierra,
alimentando las semillas de la revuelta y de la blasfemia. Con su infalible
visión, el Hantei Imperial designó que su incomparable Consejo Oscuro tuviese
el deber de terminar con la posible amenaza que el último descendiente de
Shinsei planteaba…” – Miya Satoshi, Heraldo Imperial, 1133 por
el Calendario Isawa, el Undécimo Año del Glorioso Reinado de Hantei XXXIX
“Estás sentenciado a muerte, traidor, por el
imparable deseo del Inmortal Emperador Hantei,” la cara no-muerta del Maestro
Oscuro de la Tierra se retorció en una sonrisa, mientras leía los papeles que
tenía a su cargo. Kuni Yori continuó, mientras el pequeño hombre estaba de pie,
en postura defensiva, entre su desesperado compañero y los cuatro Maestros. “Si
consientes, voluntariamente, a los deseos de tu señor y dueño, evitarás la
dolorosa muerte por destrucción, a manos del Consejo Oscuro.” Yori bostezó
perezosamente, rascándose con una mano las suturas que salpicaban su cara.
Al lado de Yori, Kitsu Okura entrecerró sus
pálidos ojos dorados con una sonrisa despreciativa mientras miraba al Ronin
Encapuchado. “Espero que te sometas de buena gana,” dijo tajantemente el
corpulento Maestro Oscuro del Agua, mientras retorcía su mano en la empuñadura
de su usado y grabado bastón. Los anillos que estaban puestos en la punta
tintinearon silenciosamente.
Tras ellos dos, el blanco pelo del más joven
maestro fluía sobre la brisa de la mañana. Daigotsu miraba impasible tras su
máscara blanca. A su lado, el cuerpo momificado que era Yogo Junzo miraba a
Shinsei con sus vacías cuencas de los ojos.
Shinsei dejó que su vista deambulase a su
alrededor antes de hablar. Los Maestros le habían encontrado justo al lado de
un bosque en tierras Akodo, donde se había encontrado con un leñador llamado
Honzo. El Ronin había estado pasando el tiempo charlando sin prisa con el
extraño cuando aparecieron los Maestros. El aterrorizado leñador se escondió
tras Shinsei. El Ronin Encapuchado se volvió y sonrió afectuosamente al otro
hombre, “Siento no haber tenido más tiempo para poder hablar contigo, Honzo,”
dijo con genuino pesar en su voz.
Honzo solo pudo asentir mudamente, moviendo
rápidamente sus ojos entre el pequeño profesor y los Maestros Oscuros. “¿Vamos
a morir, señor?” Susurró.
Shinsei sonrió. “Si, Honzo. Así lo creo,”
dijo alegremente, alcanzando algo tras de él y bajo su capa. El pequeño hombre
sacó su flauta shakuhachi y la giró con una mano. Mientras la vara empezaba a
dar vueltas, el cuervo de Shinsei saltó de su hombro con un irritado graznido y
desapareció en el bosque. “Todo el mundo muere, algunos de nosotros antes que
otros.” El Ronin Encapuchado empujó hacia un lado a Honzo, mientras los
Maestros miraban su vara cautelosamente.
El joven granjero trastabilló debido al
impacto y desapareció.
“¡¿Qué es esto?!” Siseó Okura, golpeando
rápidamente su bastón para ponerlo en posición de combate. “¿Donde ha ido el
otro hombre?”
“Daigotsu. Junzo,” dijo bruscamente Kuni
Yori arrogantemente. “Encontrar al estudiante del mendigo. El bonito Camino de
Shinsei muere aquí.”
Los dos Maestros desaparecieron
silenciosamente.
“¿Esto?” Dijo Shinsei con curiosidad,
mientras atacaba a los dos hombres que quedaban. “Esto es una vara, estimado
Maestro,” con movimientos que incluso los sentidos sobrenaturales de Okura no
podían seguir, el monje se le acercó y desarmó al Maestro del Agua, y después
le rompió su mandíbula con dos movimientos precisos. La flauta tocaba una
canción espeluznante, mientras se movía por el aire.
“¡Asqueroso enano!” Rugió Yori, invocando
una nube de oscuros espíritus con un gesto. “¿Crees que puedes ganarle al
Consejo?” Los pies del Manchado shugenja planeaban un poco sobre el suelo,
mientras la tierra se agitaba y retrocedía debido a su influencia. El suelo
empezó a rasgarse y a chorrear hacia fuera, como si fuese una pieza de
porcelana que se estuviese rompiendo.
Shinsei gruñó mientras volvía su vara, que
no cesaba de girar, para protegerle de los fragmentos, aunque unos cuantos
traspasaron su defensa y cortaron su brazo y su pierna. El ataque terminó con
rapidez al volar Yori hacia él, y el Ronin Encapuchado detuvo su vara el
suficiente tiempo como para golpear con su punta en la tierra a sus pies.
“La tierra se siente ofendida por ti,
Maestro,” susurró.
Una dentada aguja de roca salió del suelo,
golpeando a Yori en el aire. Okura se recobró y soltó un inhumano alarido a
través de su destrozada mandíbula. El Maestro Oscuro del Agua saltó sobre
Shinsei y le golpeó firmemente en el pecho con su hombro. Los dos hombres
cayeron. Shinsei sintió la tierra que estaba bajo él empezar, lentamente, a
disolverse en un espeso lodazal por orden del Maestro del Agua, chupándole hacia
abajo. El Maestro del Agua sonrió triunfante mientras deslizaba, con una mano,
la mandíbula a su sitio.
Yori estaba tembloroso, mirando ferozmente
al burbujeante hoyo de barro. “¿Se ha ido?” Preguntó el Maestro Oscuro de la
Tierra.
La mirada en la cara de Okura era de gran
decepción, mientras el otro Maestro andaba hacia él. “Para empezar, el que el
Señor Fu Leng alguna vez cayese bajo las maquinaciones de este hombre es-”
empezó el Maestro del Agua, pero se calló cuando el inconfundible ruido de que
se estuviese rompiendo la base de una árbol llegó a sus oídos. Yori y Okura
miraron hacia el borde del bosque que estaba a pocos metros, y se encontraron
con que un gigantesco árbol estaba cayendo hacia ellos. Ambos hombres se
intentaron mover, pero se encontraron que, de alguna manera, sus pies estaban
bien sujetos por el barro, que se había extendido para envolver sus propios
pies.
Ninguno de los dos Maestros tuvo tiempo de
defenderse, antes de que el árbol les aplastase en el mismo lodazal que ellos
habían creído que había atrapado a Shinsei. El Ronin Encapuchado estaba de pie
junto al recientemente formado tocón y miraba la escena con cierto regocijo en
sus ensombrecidos rasgos. “Te agradezco tu sacrificio, hermano árbol,” susurró
sonriente.
“No eres tan estúpido como pareces, Pequeño
Profesor,” dijo una agradable voz desde las oscuras profundidades del bosque.
Shinsei no tenía que volverse para saber quién era el que le saludaba. El
cuerpo de Daigotsu pareció derretirse con la oscuridad que le rodeaba, hasta
que apareció sólidamente de pie con los brazos cruzados a la espalda. “Por lo
que debes de saber que tu lucha no puede acabar bien para ti.” El Maestro del
Vacío suspiró.
“Lucharé, hijo de Hantei,” dijo y se volvió
para enfrentarse con Daigotsu. “Igual que un padre siempre luchará por su hijo,
a cualquier precio, ¿neh?” El pequeño hombre levantó interrogativamente una
ceja al Maestro.
La respuesta de Daigotsu no llegó.
“¡No pierdas el tiempo, Daigotsu!” Gritó
otra voz por encima de ellos, y ambos hombres miraron hacia arriba, para ver al
Maestro Oscuro del Aire precipitándose hacia ellos desde el cielo. Negros rayos
de electricidad bailaban por las retorcidas y marchitas manos de Yogo Junzo,
mientras atacaba al Ronin Encapuchado con la velocidad y precisión de un
halcón.
El suelo explotó, convirtiéndose el lugar
donde había estado Shinsei un instante antes, en humo ennegrecido y escombros.
El monje apenas tuvo tiempo suficiente para escapar de la antinatural explosión
de poder que estalló del Maestro Oscuro del Aire. Aterrizó ágilmente, y giró su
vara para enfrentarse a Junzo en el aire. El Maestro gruñó cuando el arma chocó
con su marchito cuello. El pequeño monje se alejó rápidamente de las garras de
Junzo, que le intentaban golpear.
Un dolor surgió en el brazo izquierdo de
Shinsei y sintió como, de repente, sangre goteaba hasta la punta de sus dedos.
El monje miró hacia un lado, y vio a Daigotsu, que estaba demasiado alejado
como para golpearle, cantando en voz baja, y moviendo complejamente su cuchillo
de obsidiana. Otro rápido tajo del Maestro Oscuro del Vacío dejó una senda de
sangre colgando en medio del aire, en la estela del arma, y Shinsei dio un paso
hacia atrás cuando otro tajo surcó su pecho.
Junzo fue dando tumbos hacia el monje, un
gemido sepulcral resonando en su destrozada garganta. Una nube de humo de color
verde oscuro hirvió por la boca de Junzo, por donde antes había estado su
mandíbula. Daigotsu echó el cuchillo hacia atrás una vez más, y rápidamente,
Shinsei cogió el brazo del Maestro Oscuro del Aire y echó hacia delante al
shugenja no-muerto. Un chorro de polvo verde llenó el aire ante Daigotsu, y el
Maestro Oscuro del Vacío gritó sorprendido al ver su ataque ser usado contra su
compañero Maestro. Daigotsu dejó caer su cuchillo alarmado, mientras se alejaba
de la envenenada sangre de Junzo.
Shinsei echó rápidamente a un lado el cuerpo
inerte de Yogo Junzo y tiró su vara al Maestro Oscuro del Vacío. Distraído por
la sangre ácida de Junzo, la punta de la vara chocó directamente con la máscara
de Daigotsu. La porcelana se rompió en mil pedazos, y cayó de la cara del
Maestro Oscuro del Vació.
Daigotsu rugió de frustración, llevándose
una mano a su herida cara. “¡Sufrirás, monje!” Gritó el Maestro Oscuro mientras
sacaba las astillas de porcelana de su cara y se las tiraba a Shinsei. Las
pequeñas piezas cruzaron la distancia entre los dos hombres con velocidad
sobrenatural, y explotaron con un resplandor oscuro cuando golpearon al Ronin
Encapuchado.
La sonrisa de satisfacción nunca abandonó la
cara de Shinsei mientras caía. El monje retorció su mano izquierda de una
manera extraña, y Daigotsu sintió un repentino dolor en sus tobillos. El
Maestro Oscuro del Vacío miró hacia abajo por un instante, para ver la vara de
Shinsei como animada por su propia voluntad. El bo rápidamente golpeó a
Daigotsu en el tobillo, para luego elevarse entre sus piernas, mientras le
desequilibraba. El Maestro cayó, gritando sorprendido, y golpeó el suelo
fuertemente, con la cabeza.
Shinsei no tuvo tiempo de saborear la
victoria ya que de repente, su mundo explotó con fuego. El Ronin Encapuchado
fue lanzado hacia arriba y hacia atrás por la explosión, cayendo a bastante
distancia del linde del bosque. No dudó en seguir moviéndose al caer, rodando lejos
de otro misil de fuego, lanzado desde el cielo. Mientras el monje se ponía en
pie, miró al cielo y vio la inconfundible figura del más temido Maestro Oscuro
de Fu Leng. Isawa Tsuke miraba con desprecio mientras revoloteaba cada vez más
cerca. Su cuerpo parecía un cuerpo quemado por las llamas, la carne estirada
sobre los huesos, y recubierto de asquerosas cicatrices. Una nube de fuego
verde rodeaba a Tsuke. Despreocupadamente, cogió dos puñados de fuego y se los
tiró al Ronin Encapuchado. Los rayos de fuego eran todo menos lentos, y el
pequeño monje se encontró saltando y rodando sobre el suelo a toda velocidad
para seguir vivo. El Maestro Oscuro se mantenía alejado, revoloteando en el
aire lo suficientemente cerca para seguir con su ataque, pero lo suficientemente
lejos como para estar a salvo de los trucos del monje. Justo cuando este
intentaba otro salto, la tierra que estaba bajo él cedió, transformándose en un
espeso barro. Por encima de su hombro, Shinsei vio a Kitsu Okura levantarse
lentamente y usar su magia oscura.
Una de las ráfagas de Tsuke impactó
directamente con el pecho de Shinsei y le mandó volando. Shinsei se arqueó en
el aire e intentó girar su cuerpo para aterrizar sano y salvo, pero de repente
se dio cuenta de que no estaba cayendo. El poder de Yogo Junzo le mantenía en
el aire, sobre una columna de viento concentrado. El ataque murió tan
rápidamente como empezó, y el Ronin Encapuchado fue lanzado con fuerza contra
el suelo.
Los pulmones de Shinsei se quedaron sin aire
debido al impacto, pero este se negó a quedarse quieto. El hombre pequeño rodó
hacia un lado y se puso en pie de un salto, solo para sentir que algo se erguía
junto a él, que le cogía por los brazos y el torso. Ennegrecidas raíces habían
salido de la tierra y sujetaban firmemente al monje, indefenso ante el Consejo
Oscuro de Fu Leng.
Los cinco shugenja corruptos anduvieron
cansadamente hacia el Ronin Encapuchado. Este les miró desafiante. Daigotsu se
puso delante de sus iguales y volvió a sacar su cuchillo de obsidiana. Anduvo
sin miedo, y se puso sobre una rodilla, a un paso del legendario hombre, al que
él y los demás Maestros habían por fin derrotado. “¿Creíste que podrías
desafiar la voluntad del Señor Oscuro, hombrecillo? ¿Al poder del Emperador?”
Susurró, presionando la punta de su arma contra el pecho de Shinsei. “Es
imposible que nos hubieses derrotado, incluso con tus impresionantes
habilidades. Dime, monje. Dime porqué aún me miras como si hubieses ganado, y
escucharé. No recibirás una oferta igual de los demás.”
Shinsei miró directamente a los ojos de
Daigotsu y luego a los cuatro hombres que estaban tras él, lo suficientemente
lejos como para no entender completamente lo que se estaba hablando. “No
necesito derrotar al Consejo, hijo de Hantei. Tú lo harás por mi,” dijo. El
monje sonrió afectuosamente y con un rápido movimiento rompió sin esfuerzo las
cadenas alrededor de sus muñecas y atrajo el oído del Maestro Oscuro del Vacío
a su boca.
El Ronin Encapuchado susurró rápidamente en
el oído del sorprendido Maestro, para luego coger fuertemente las manos de
Daigotsu con las suyas. Con un esfuerzo final, Shinsei hundió el cuchillo en su
propio pecho y cayó al suelo, lejos del Maestro Oscuro del Vacío.
Tsuke y Okura empezaron a ir rápidamente
hacia el lugar, temiendo que el monje intentase resistirse más. Daigotsu se
movió rápidamente hacia ellos, su mano derecha aún sobre el cuchillo que estaba
firmemente clavado en el pecho de Shinsei. “¡Alejaros!” Dijo bruscamente, y los
otros Maestros le obedecieron.
“Coger el cuerpo,” dijo firmemente Yori
mientras el cuerpo de Shinsei se agitaba con espasmos de dolor. “Creo que
podemos hacer algo interesante con el último descendiente de Shinsei.”
“No,” contestó Daigotsu, sacando el arma de
su victima en un pequeño estallido de sangre. El Maestro Oscuro dejó que su
penetrante mirada se detuviese más en Yori que en los demás. “Dejarle a los
carnívoros. Que las pandillas de ronin encuentren su cuerpo. Que Toturi oiga
que Shinsei ha sido asesinado, y que nadie pueda discutirlo.”
Cada uno de los otros Maestros pareció
empezar a protestar, pero el Maestro Oscuro del Vacío miró a cada uno de ellos
con una intensidad tal, que solo habían visto en otro ser – en su Emperador.
“Ahora,” terminó Daigotsu. “Volvamos a Otosan Uchi y llevemos al Trono Imperial
la noticia de nuestra victoria.” Sin preámbulos, el cuerpo de Daigotsu pareció
disolverse en el aire.
Los Maestros miraron hacia donde Daigotsu
había estado, claras expresiones de desconfianza y de odio en sus caras.
“¿Y qué hay del estudiante del monje?”
Preguntó Okura. “El que desapareció.”
“Quédate y búscale si quieres,” siseó Tsuke.
“Yo me vuelvo a Otosan Uchi.” El Maestro del Aire desapareció en un
chisporroteo de llamas. Yori y Junzo también desaparecieron. Kitsu Okura miró
por última vez alrededor del claro, se encogió de hombros, y desapareció.
•
Tímidamente, el frágil cuerpo de Honzo sacó
su cabeza de un montón de hojas caídas, con la mirada de una oveja que acababa
de ver a cinco lobos pasar por su lado. Cuando vio el cuerpo del pequeño
maestro caído en el sendero, corrió rápidamente y cayó de rodillas, sollozando.
“Hon… Honzo… por favor. Estoy… intentando
dormir…” llegó una débil voz desde el cuerpo.
El joven leñador casi cayó de espaldas al
oír el sonido de la voz de su señor. “¡Shinsei!” Gritó. “¡Estáis vivo!”
El pequeño monje sonrió débilmente y miró a
su último alumno. “Me muero, Honzo… la rueda kármica ha terminado para mí. El
momento de Shinsei ha acabado.” Tosió un poco, sangre manchando sus labios.
“¿Qué haremos, maestro?” Preguntó
desesperado Honzo. “¿Quién nos enseñará? ¿Quién nos mostrará el Camino?”
“¿No es obvio?” Rió el Ronin Encapuchado.
“Tú lo harás.”
”Nunca podría hacer eso… soy… solo un
hombre… no soy nada especial…” su voz se desvaneció cuando Shinsei miró a los ojos
al granjero.
“Por eso… debes ser tu…” dijo Shinsei.
“Si no se por donde empezar, maestro,” dijo
Honzo débilmente.
Ante eso, el pequeño monje sonrió. “Con un…
simple paso, Honzo…” habló roncamente.
Y luego no habló más.
Honzo enterró al pequeño monje y se alejó
del bosque. Cuando el cuervo se posó en su hombro, apenas lo notó.