Vientos de Cambio

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Hitomi Sendatsu



 

El viejo entró cojeando en la Sala del Trono de Kyuden Seppun, sus movimientos inseguros y vacilantes. Su bastón de cristal sonaba fuerte mientras caminaba. Un hombre más joven permanecía a su lado, preparado para ofrecerle una mano firme en caso de necesitar ayuda. Tercamente no la pedía. El viejo no mostró ninguna atención a los guardias Seppun mientras entraba en la sala del trono. Sus ojos miraban el Trono de Acero, y una mirada dolorida cruzaba sus facciones curtidas.


“Ide Tadaji-sama,” saludó Doji Tanitsu. “Miya Shoin.” El bien parecido Grulla se adelantó de su lugar al lado del trono, inclinándose de forma profunda. Tadaji y Shoin eran dos de las figuras políticas más respetadas de Rokugan. Tadaji había sido Consejero Imperial a finales del reinado del   Emperador Toturi. Shoin era el Heraldo Imperial, nombrado en fechas recientes para ese rol siguiendo el retiro de su tío, Yumi.


“Konnichiwa, Tanitsu,” respondió Shoin, devolviendo la inclinación mientras sus agudos ojos recorrían la habitación, “Había supuesto por la escasez de legionarios que guardan Kyuden Seppun que nos habíamos perdido a vuestra señora.”


“Toturi Tsudao y la Primera Legión han marchado al norte. Es su meta unir al Imperio contra las Tierras Sombrías como hizo en una ocasión su padre. Pretende comenzar acabando la guerra entre el Dragón y el Fénix.”


“Está bien así,” respondió Tadaji. “No hemos venido a hablar con Toturi Tsudao, sino con vos, Doji Tanitsu.”


Tanitsu respondió con una risita auto-desaprobatoria. “¿Conmigo?” respondió. “¿Por qué desearíais verme?”


Los ojos de Tadaji miraron más allá de Tanitsu, enfocados en el Trono de Acero. “Este es el tercer trono que he visto vaciarse en mi vida, Tanitsu,” susurró. “Una cosa que he aprendido del pasado es que el imperio no se reconstruirá por si mismo. Hombres y mujeres fuertes han de adelantarse y coger las riendas del poder. Debemos reconstruir la Corte Imperial para que cuando un nuevo emperador se ofrezca, tenga un lugar que gobernar.”


“Es por esto que os buscamos, Doji Tanitsu,” dijo Shoin. “Quién quiera de los Cuatro Vientos sea el que tome el trono, seréis el mejor para aconsejarle. Tenéis la agudeza política para aseguraos de que el nuevo Emperador reine con sabiduría y justicia, y, más importante, sois amigo de cada uno de los herederos de Toturi.”


“¿Quién sea que tome el trono?” preguntó Tanitsu con una expresión molesta. “El trono pertenece a Tsudao, Toturi Segunda. Se ha proclamado a sí misma emperatriz.”


Tadaji sacudió la cabeza lentamente. “Proclamarte emperador no te convierte en ello.”


“Vigilad vuestra lengua, Unicornio,” vociferó un Guardia Seppun, acercándose a Tadaji con una mano en su katana. Los otros seis Seppun también avanzaron, todos con el ceño fruncido de furia.


“Amigos, por favor,” dijo Tanitsu, cambiando la mirada de un guardia al siguiente con una expresión nerviosa. “Este es Ide Tadaji, héroe delo Imperio, amigo del Emperador Toturi.”


“Entonces que se disculpe,” dijo otro guardia. “¡No toleraremos tal falta de respeto a la Emperatriz en su propia corte!” Acercó su lanza al pecho de Tadaji. De repente, el fruncimiento de ceño del guardia cambió a ser de confusión. La lanza se tambaleó en su mano y se convirtió en cenizas.


“A pesar de que elogio vuestra dedicación a mi hija,” dijo una voz tranquila desde las puertas de la sala del trono, “no toleraré tan duro tratamiento a un viejo amigo.”


Todos los ojos se volvieron a la parte de atrás de la habitación. Allí permanecía una mujer con túnica brillante naranja y oro bordada con símbolos de la Familia Imperial y el sagrado kanji del Vacío. Su pelo caía suelto sobre sus hombros alrededor de una cara bella, sin edad. Sus ojos eran unos pozos gemelos y sin fondo de un negro puro.


Doji Tanitsu inmediatamente se arrodilló, con la cabeza inclinada. Shoin y Tadaji también se arrodillaron. Tadaji hizo una mueca de dolor, apoyándose en su bastón mientras comenzaba a arrodillarse. Los Guardias Seppun sólo la miraban con confusión.


“Levantaos, viejo amigo,” dijo la Emperatriz Kaede, extendiendo una mano mientras entraba en la sala del trono. “No necesitáis probarme vuestra lealtad, no después de todo lo que vos y Shoin habéis hecho para preparar a mi sucesor.” La Emperatriz Kaede ascendió el estrado hasta el Trono de Acero, se giró, y se sentó en el.


“¿Pero por qué esos otros no me muestran respeto?” preguntó, mirando a los Guardias Seppun.


“Si en verdad sois Kaede, entonces ¿dónde habéis estado desde el funeral de Toturi?” Exigió un guardia con una sonrisa.


“Como soy Emperatriz, no deberíais preguntarme,” respondió. “Mas como soy un Oráculo, he de deciros la verdad.” Extendió una mano y dijo una palabra mágica. Los ojos de los guardias se abrieron mientras sus mentes se llenaban de visiones de las insondables Tierras Dragón. Comprendieron la terrible falta de equilibrio que se había forjado contra el Orden Celestial, y como un Oráculo se había corrompido para arreglarla. Los guardias vieron a Fu Leng arrasar los Cielos Celestiales con su magia impía. Vieron al Kami Oscuro matando dioses con su lanza de ébano. Vieron el poco tiempo que tenía el Imperio para arreglar las cosas.


Con rodillas temblorosas, los Seppun se arrodillaron ante su Emperatriz.


“Shoin y Tadaji no dudan de mí, ya que fui yo quién les envió en su búsqueda para reconstruir la corte,” dijo Kaede con voz suave. “Y sin embargo no necesitáis búsqueda o visiones para creer que soy quien digo, Doji Tanitsu. ¿Por qué es eso así?”


El Grulla levantó la vista, su hermosa cara llena de lágrimas. “Vos sois mi Emperatriz,” respondió. “Recuerdo esos ojos. Son los mismos ojos que me miraban hace diez años, el día que dejé por primera vez Otosan Uchi. Recuerdo vuestra voz, ya que es la voz que me dijo que Toturi Tsudao no me amaba.”


“Siento haberte herido, Tanitsu,” respondió Kaede. “En ese momento era necesario que Tsudao estuviera sola para que pudiera hacerse lo bastante fuerte para encontrar su destino. En ese momento, lo que dije era cierto.”


“¿En ese momento?” repitió Tanitsu en silencio.


“Tenemos mucho que hacer, Tanitsu.” respondió Kaede. “Llevaos a Tadaji y ayudadle a llamar a aquellos a los que ha escogido para la nueva Corte Imperial. Todos deben estar en posición cuando mi sucesor tome el trono.”


“¿Vuestro sucesor, emperatriz?” preguntó un guardia.


“Fu Leng está desbocado en un reino al que no pertenece, haciendo que el equilibrio entre luz y oscuridad oscile en favor de Jigoku,” respondió Kaede. “Eso me concede la libertad para tomar el trono durante un tiempo sin causar un gran daño, mas no puedo permanecer aquí. Ha llegado el tiempo de que los Cuatro Vientos dejen a un lado sus diferencias y se reúnan aquí para que uno de ellos pueda ser nombrado Emperador.”


“Eso será difícil, Dama Kaede,” dijo otro guardia. “Naseru y Kaneka están en guerra el uno con el otro en Ryoko Owari y nadie salvo el Dragón ha visto a Toturi Sezaru durante muchas semanas. ¿No sería más sencillo simplemente ir a buscar a aquel que hayáis elegido como vuestro heredero? Entonces él o ella podrá traer la paz al Imperio, y podrá arreglar las diferencias con sus hermanos con el tiempo.”


“No.” respondió Kaede. “Todos los Emperadores residen tanto en el Cielo como en la Tierra. Que un nuevo soberano ascendiera mientras Fu Leng hace la guerra en Tengoku empañaría el trono para siempre. Antes de que un Emperador pueda ser elegido, Daigotsu ha de ser derrotado.”


Shoin asintió. “Enviaré mensajeros rápidos al Clan Cangrejo,” respondió. “No tengo dudas de que Hida Kuon estará preparado para marchar contra la Ciudad de los Perdidos en poco tiempo. Daigotsu no tendrá ninguna oportunidad.”


Kaede suspiró. “Subestimáis al Hantei perdido, Shoin,” respondió. “Daigotsu ha preparado bien sus defensas. Los soldados que se atrevan a entrar en las Tierras Sombrías sin el bendito jade rápidamente se corromperán por la locura del Señor Oscuro. El jade es demasiado raro y precioso en estos días para equipar un ejército tradicional lo suficientemente grande para desafiar a los Perdidos de Daigotsu. Si el Señor Oscuro marchara fuera de las Tierras Sombrías, los ejércitos de los clanes podrían derrotarlo muchas veces, mas mientras se esconda en su templo ni el poderoso Cangrejo puede desafiarle.


“Entonces ¿qué debemos hacer, emperatriz?”


“Toturi derrotó a Fu Leng una vez,” respondió. “Daigotsu es el heredero de Fu Leng de forma tan segura como los Cuatro Vientos son los herederos de Toturi. Cada uno tiene una pieza distinta del puzzle, un arma diferente que puede ser usada contra el Señor Oscuro. Sólo juntos pueden triunfar. Es por eso que los Cuatro Vientos han de reunirse antes de que un nuevo Emperador pueda reinar.”


“Mandaré mis mensajeros,” dijo Shoin confiado. “Haremos todo lo que podamos para traer la paz a los Cuatro Vientos. No os fallaremos, Alteza.


Kaede sólo asintió, sus ojos insondables viendo un futuro incierto.

 

 

La Espada estaba radiante, como siempre, en su armadura dorada, sus ojos marrones pensativos mientras estudiaba las filas de soldados de barro animados que seguían a sus legiones. El Campeón Jade los llamaba los hijos de Tadaka. Creados hace décadas por el Trueno Fénix, estaban destinados a ser un arma contra Fu Leng. Cuando el Maestro de la Tierra se corrompió, fueron sellados, negados de su destino. En un sentido, Tsudao sentía una afinidad con los extraños autómatas. Si hubiera sido su elección, ¿se habría convertido en un guerrero, en un líder?


Si hubiera sido su elección, no habría necesidad de guerreros.


“Esto es ridículo,” dijo Asahina Sekawa con voz ronca. La cicatriz profunda que desgarraba su garganta y su barbilla hacía la sonrisa del Campeón de Jade particularmente amenazadora. “Los Fénix son los aliados de mi clan. Deberían permitirnos que los ayudáramos. Los Hijos de Tadaka son el arma perfecta para derrotar a los secuaces de Agasha Tamori.”


“Mi hermano es un tozudo,” respondió Toturi Tsudao. “No aprecia que se le ofrezca ayuda cuando no cree que la requiera. Si somos demasiado enérgicos, se lo podría tomar como un insulto o una amenaza.”


“No temo a vuestro hermano,” dijo Bayushi Paneki con voz fría. El Escorpión se encontraba, como siempre, no muy lejos de Tsudao.


“Tampoco yo,” dijo Tsudao. “Ni deseo herirle. ¿De qué sirve acabar esta guerra si comenzamos otra?”


“Supongo que tenéis razón, Alteza,” dijo Sekawa, rascándose la barbilla. El Campeón Jade no era conocido por someterse al juicio de otros, mas se sometía al de Tsudao. La respetaba no por ser la hija de Toturi, o por mandar la Primera Legión, o incluso por declararse Emperatriz. La respetaba porque era el único samurai que había derrotado alguna vez a Daigotsu en combate solitario. “Incluso así,” continuó, “estoy inquieto. Nunca he visto a los soldados de barro tan agitados. Ven un enemigo que no podemos ver. Se preparan para la batalla.”


“Mantenles así,” dijo Tsudao.

 

 

El Yunque se permitió una ligera sonrisa mientras desenvolvía el paquete que le había llegado esa mañana. Abrió la caja y sacó una botella de Sake de Amistosa con el Viajero, cristal verde oscuro decorado por una etiqueta pintada con colores alegres. Una figura política importante como él recibía muchos mensajes, la mayoría de los cuales eran siempre leídos por espías o informantes. Eso era inevitable. Naseru había dejado de preocuparse hacía mucho de un problema con el que no se podía tratar de forma efectiva. En su lugar, buscó soluciones.


El soborno era algo común entre oficiales de puesto elevado. No era inusual para hombres como Naseru el recibir de forma regular regalos caros del otro lado del Imperio en retorno de favores sin especificar. Los mencionados espías e informantes rara vez prestaban atención a tales objetos.


Naseru rompió el sello, abrió la botella, y sacó el pergamino a prueba de agua enrollado dentro. Sostuvo el pergamino sobre su mesa baja, permitiendo que el líquido chorreara a su copa de sake. Cuando estuvo aceptablemente seco, desenrolló el pergamino y estudió sus contenidos. En la parte superior de la página, había un mensaje escrito con un código complejo.


“Señor Naseru,” decía, “Me disculpo por la falta de detalle de este mapa, mas fué lo mejor que pude hacer dados los suministros de jade que tenía disponibles. Si adquiero mas, emprenderé otra misión de exploración y os mandaré una versión más detallada. - Yamainu.”

 

Los ojos de Naseru se abrieron mientras estudiaba el resto de la página . Yamainu era un sirviente leal, y como siempre, menospreciaba mucho sus propios talentos y habilidades. La información que contenía la página era mas de lo que Naseru podría haber esperado ver.


Era un mapa, con el camino que llevaba a la Ciudad de los Perdidos.

 

 

El Bastardo se encontraba de mal humor hoy. El ataque a Ryoko Owari no había estado yendo bien. Las defensas de su hermanastro Naseru eran más formidables de lo que había esperado. Aunque Kaneka no tenía dudas de que su superioridad de tropas superaría a cualquier oposición con el tiempo, se preguntaba cuánto se debilitaría con este gámbito. Incluso si era capaz de eliminar a  Naseru, ¿mantendría la fuerza para defenderse contra los desafíos de sus otros hermanos?


E incluso aunque derrotara a Naseru, ¿qué clase de victoria era esa? Comenzó esta campaña para asegurar el trono que su padre le había negado, no para matar a sus propios hermanos. No dudaba que Naseru merecía la suerte que le llegaba, mas no hacía que la batalla fuera menos desagradable.


Kaneka pensó de nuevo en la invasión de Otosan Uchi, cuando sus ejércitos habían marchado sobre la ciudad caída para enfrentarse a las hordas de Daigotsu. Ese había sido un enemigo digno de luchar en su contra, aunque la verdad no es que fuera una sorpresa. El Imperio había sido creado para luchar contra las Tierras Sombrías.


Kaneka miró hacia el sur, hacia las agujas no vistas de la Ciudad de los Perdidos, y se preguntó si volvería a enfrentarse a un enemigo digno de nuevo.

 

 

El Lobo dejó una pluma de llamas mientras volaba sobre las montañas del Clan Dragón, espíritus de aire y fuego soportándole fácilmente arriba. Sus pensamientos eran confusos, igual que tan a menudo. Una máscara blanca colgaba de su garganta, con un sol naciente en la frente. La máscara había sido un regalo de su madre, creada por la magia de un Oráculo. Hacía más de un año, Daigotsu había robado la máscara y la había usado en un impío ritual para concederle a Fu Leng acceso a los Cielos Celestiales.


Sezaru no podía evitar preguntarse si cualquiera de esas cosas no hubieran sucedido de no haber sido tan tozudo y egoísta.


[[No estabas siendo egoísta. Simplemente querías respuestas a tus preguntas, y sólo los Oráculos podían darlas.]]


“¿Pero cómo lo sabía Daigotsu?” se preguntaba Sezaru, complaciendo a la extraña voz en la parte de atrás de su mente. “¿Cómo sabía Daigotsu que buscaría a los Oráculos?”


[[Porque sois iguales. La pregunta real que deberías hacerte es: ¿por qué no te diste cuenta antes de lo que planeaba el Señor Oscuro?]]


Sezaru no tenía respuesta.


[[Quizás lo sabías. Quizás lo sabías, pero no te importaba. Quizás tu venganza era más importante.]]


Sezaru no dijo nada. Levantó su máscara y se la colocó sobre su preocupada faz. Invocando una vez mas su magia, cruzó volando las montañas para encontrase con su hermana.

 

 

El Señor Oscuro esperaba.


La espera era la parte más difícil.


Durante años había planeado esto, colocando en posición todas las piezas. Recordaba el orgullo que sintió cuando la última piedra del templo había sido colocada en su sitio. Recordaba la excitación cuando hasta figuras tan legendarias como Tsukuro y Garen unieron su fuerza a su búsqueda, inclinándose el lealtad a él. Recordaba su triunfo cuando hasta el Lobo cayó derrotado. Recordaba el gozo sin igual cuando la Fortuna de la Muerte cayó ante él, y Fu Leng ascendió al Cielo Celestial. Incluso si fallaba ahora, tales memorias le sustentarían en cualquiera que fuera la vida de ultratumba que le esperara.


La espera, sin embargo, era intolerable. Daigotsu esperaba, como lo había hecho durante los últimos meses, en el Templo del Noveno Kami. Aquí, protegía la base de poder de su dios oscuro. Aquí, esperaba a los hijos de Toturi, el hombre que asesinó a Fu Leng.


“Cuatro Vientos de Cambio y un Vacío entre ellos,” dijo Daigotsu con una pequeña sonrisa.


Aquí, cambiaría el imperio por siempre.