Vislumbrar el Mañana

 

por Rich Wulf

 

Traducción de Hitomi Sendatsu

 

 

 

Kodotai Mura era como mucho una fortaleza menor, e incluso esa descripción era demasiado halagadora. A decir verdad, era poco más que una estación de paso para magistrados que viajaban y para errantes perdidos, que señalaba la frontera norte de las provincias Utaku, donde las tierras Unicornio se encuentran con las montañas del norte. El invierno aún no había llegado a Rokugan, pero en las faldas de las montañas del norte, la escarcha se podía ver en el suelo cada mañana y cada tarde. Con la solitaria atalaya y los diseminados anexos que la rodeaban contrastando fuertemente con las montañas del norte y las llanuras sin fin del sur, una fina capa de escarcha blanca cubriendo la hierba al atardecer, era una de las vistas más serenas que el Imperio podía ofrecer.

Moto Najmudin sonrió y espoleó su caballo hacia delante. Jinete y montura habían estado irascibles en los últimos días, por llevar casi una semana en al aire libre sin ninguna recompensa. Los bandidos a los que había estado persiguiendo parecían haberse fundido en las montañas, y ni siquiera el don que tenía Najmudin para seguir rastros había conseguido encontrarles. El tiempo invernal que se acercaba con rapidez hacía más complicadas las cosas, ya que los bandidos probablemente se refugiarían y permanecerían escondidos hasta la primavera, cuando volverían a salir para volver a amenazar las provincias Utaku. Entonces se les destruiría enseguida, de eso Najmudin no tenía ninguna duda. La única razón por la que habían sobrevivido hasta ahora era que el Khan tenía una gran parte de sus ejércitos apostados en la frontera oriental contra el León. Una vez que ese conflicto concluyese, las fuerzas Utaku volverían a casa. Los bandidos sobrevivirían menos de una semana cuando eso ocurriese.

Un mueca de preocupación amenazó con abatir el recientemente encontrado buen humor de Najmudin. Aunque estaba contento de volver a la civilización, por pequeña que esta fuese, despreciaba volver con las manos vacías. Incluso tras servir en los Magistrados Esmeralda durante casi cinco años, constantemente se preocupaba de si defraudaría a aquellos a los que servía. Quizás era pueril, pero no deseaba defraudar a su inmediato supervisor, Isawa Kurasu o incluso peor, a Doji Jotaro, el hombre que inicialmente le había dado el puesto.

Las botas forradas de piel del magistrado Unicornio hicieron un claro crujido al descabalgar fuera del establo. Le dio unas palmadas a su caballo para tranquilizarle, y le metió en el establo para que tomase forraje y agua, poniendo una manta caliente sobre el, y cepillándole a conciencia antes de dirigirse hacia la atalaya. Las raciones de viaje estaban bien, pero Najmudin tenía ganas de algo caliente, y además preferiblemente con carne de ternera. Nunca entendería como los demás clanes podían sobrevivir sin comer carne de ternera.

Como esperaba, el puesto avanzado estaba casi desierto. Esta era la octava visita de Najmudin a Kodotai Mura desde que fue enviado a esta región hacía seis meses, y nunca había visto a más de doce personas al mismo tiempo. Hoy solo había media docena, la mayoría de los cuales eran magistrados y centinelas que reconoció de visitas anteriores. Asintió e intercambió educados saludos, y luego aceptó un grato plato de estofado del cocinero, y se retiró a una mesa tranquila para disfrutar de su comida.

A la mitad de su segundo plato, Najmudin levantó la vista y se encontró con un sirviente cerca de la mesa, obviamente esperando a que se dirigieran a él. Levantó sus cejas al viejo, interrogativamente, y entonces el hombre se inclinó profundamente y le entregó un pergamino. Llevaba el anagrama del crisantemo – el símbolo del Campeón Esmeralda y sus magistrados.

Najmudin cogió enseguida el pergamino, asintiendo distraídamente al sirviente mientras rompía el sello y lo abría, su comida ahora olvidada. Desenrolló ansioso el pergamino, preguntándose si era un nuevo puesto o una nueva tarea que necesitaban que él hiciese. Disfrutaba de su trabajo aquí, por supuesto, pero siempre tenía la esperanza de algo más importante. Pero el mensaje que había dentro no era lo que esperaba. ‘Reúnete conmigo inmediatamente en la habitación de la esquina noroeste de la última planta. No le digas nada a nadie.’

El magistrado frunció el ceño. Esto era muy irregular. Sin embargo, el pergamino llevaba un sello imperial, y si había alguien en esta región que podía falsificarlos tan bien se quedaría muy sorprendido. Mirando a su alrededor por si había algo sospechoso, se levantó de su asiento y fue hacia las escaleras.

Técnicamente hablando, el puesto avanzado de Kodotai Mura era una propiedad Utaku. Esa familia mantenía y recogía los impuestos, pero tenía poco que ver con la estación de tránsito de los magistrados excepto para asegurarse de que se hallaba bien abastecida. El nivel superior se reservaba para los visitantes Utaku o para importantes magistrados de alto rango, aunque según los conocimientos de Najmudin ninguno había puesto los pies en el viejo edificio de madera en años. Caminó a la habitación designada con precaución, muy consciente de los muchos peligros que podrían esperarle dentro. Al fin, sin embargo, era un magistrado, y confiaba que aquellos que sirvieran con él no habrían permitido que un traidor se metiera entre ellos. Con un profundo suspiro y una mente resuelta, abrió la puerta de un empujón y entró a zancadas dentro.

“Cerrad la puerta, Najmudin,” dijo una voz familiar.

“¿Kurasu-sama?” Najmudin dijo en voz baja, rápidamente volviendo a colocar la puerta en su sitio. “¿Sois vos, señor?”

El hombre que surgió de entre las tenues sombras era sin duda el superior de Najmudin, mas apenas se le parecía. Sus, por lo general, espléndidas túnicas habían sido reemplazadas por ropajes peludos y monótonos que eran marrones en lugar de naranja y dorados. “Hai, Najmudin-san,” dijo. “Mas no debéis decirle a nadie que nos hemos encontrado aquí. Se supone que estoy atendiendo asuntos personales en las tierras Fénix.”

El Unicornio frunció el ceño. “¿Qué sucede, señor? Esto es... inusual.”

“En verdad lo es,” se mostró de acuerdo Kurasu. “He viajado hasta aquí para encontrarme con vos, ya que tenéis conocimientos que necesitamos.”

“¿Necesitamos?” dijo Najmudin, escudriñando las sombras.

“Si,” le llegó la voz de una mujer. Najmudin no podía ver nada, a pesar de sus finos sentidos de cazador. “¿Estáis seguro de que es de confianza, Kurasu?”

“Si, mi dama,” confirmó el Fénix. “Najmudin es quizás mi magistrado más intachable. Podéis confiar en su palabra de honor.”

Najmudin miró a Kurasu con sorpresa. Siempre había creído que el oficial Fénix le despreciaba, tanto por su nombre gaijin como por su admitida extraña mezcla de culturas Unicornio y tradicional. Escucharle decir tal cosa en verdad era un honor. “Gracias, mi señor.”

“Basta ya,” dijo de nuevo la mujer. Hubo un repentino cambio en la habitación, como si un viento que no pudiese ser sentido hubiese soplado. Las sombras de una sección de la habitación se desvanecieron, y una bella mujer Fénix con trenzas negras como un cuervo dio un paso adelante. “Estamos aquí con un propósito, no para cambiar cumplidos, ¡por favor!”

“Najmudin,” ofreció Kurasu, “esta es Agasha Chieh, gobernante actual de las provincias Agasha y antigua Magistrado Imperial.”

“No antigua,” corrigió. “Mantengo mi rango, así que cualquier cosa que os pida, Unicornio, no es un abandono de vuestros deberes, sino que los deroga.”

“Como digáis, mi dama,” dijo Najmudin con una inclinación.

“Habéis servido a los magistrados durante casi cinco años, desde vuestra victoria en el Campeonato Topacio en 1152,” dijo Chieh. “Durante ese tiempo habéis servido en una gran variedad de lugares, mas principalmente en tierras Grulla y Unicornio.” Le miró expectante.

“Mm, si, Chieh-sama,” consiguió decir, aún confuso e inseguro de lo que se esperaba de él.

“¿Os parece esto familiar?” Preguntó, asintiendo a Kurasu. El hombre sostenía un pergamino, desenrollado para que Najmudin pudiera ver los kanji pintados en la parte frontal.

El corazón del magistrado se hundió. “Si, Chieh-sama, me parecen familiar.”

“Decidme todo lo que sepáis sobre ello,” insistió ansiosa. “No os dejéis nada.”

Najmudin se frotó la barbilla. “Me temo que hay poco que deciros, mi dama. Mis asociados y yo descubrimos a un maho-tsukai operando en las tierras Grulla, apenas un año después de comenzar a servir al Campeón Esmeralda. Cuando fue al fin derrotado, encontramos ese símbolo representado de forma prominente en sus posesiones. Parecía ser alguna clase de señal, aunque ni los Asahina ni mi compañero Kuni pudieron descifrarlo. Creo que el eta que examinó su cuerpo indicó que lo tenía tatuado varias veces en su torso.”

Chieh sólo asintió, sus ojos entrecerrados y pensativos. “Y vuestro informe del incidente mencionaba algo más. ¿Reconocisteis el símbolo, Najmudin?”

El magistrado frunció de nuevo el ceño. “Meramente observé en mi informe que poseía una semejanza pasajera a un símbolo de las Arenas Ardientes. Un antiguo pictograma nómada. Era una de mis primeras misiones. Desde entonces he tenido la precaución de mantener las vanas especulaciones fuera de mis informes.”

“¿Qué significaba este pictograma nómada?” insistió Chieh.

“Una bestia mítica,” respondió. “Un animal legendario, similar a un caballo ardiente o a un ki-rin.”

Los dos Fénix se intercambiaron una rápida mirada, entonces Chieh se volvió de nuevo a él. “Otros agentes que sirven a Kurasu recientemente dieron con una secta blasfema de monjes que operaban en la Llanura del Corazón del Dragón y la destruyeron. Este símbolo se repetía muchas veces en sus posesiones.”

“¿Entonces el maho-tsukai no se hallaba sólo?” preguntó Najmudin. “¿Era parte de un grupo?”

“Quizás,” dijo Kurasu. “Tenemos poco en este punto. El asunto aún es muy confuso.”

“Pero hay lo suficiente para saber que algo sucede, y está demasiado cerca de las tierras Fénix para mi gusto,” dijo Chieh. “Pido que se investigue este asunto, preferiblemente con discreción. Lo haréis por mí, Najmudin,” le asintió. “Debéis preparaos para partir de inmediato. El Santuario del Ki-Rin es dónde comenzaréis.”

“Necesitaréis ayuda,” ofreció Kurasu. “Tengo hombres en los que confío, ¿pero preferiríais a alguien?”

“A mis viejos compañeros,” respondió Najmudin de inmediato. “Sirven por todo el Imperio, pero son los mejores hombres y mujeres que haya conocido. Son tanto de confianza como discretos. Os servirían bien.”

“Hecho,” dijo Chieh. “Serán llamados para que se os unan cerca de Otosan Uchi.”

Najmudin frunció el ceño. “Eso no está bien.”

El duro exterior de la mujer Fénix se rompió por primera vez, mostrando sorpresa. “¿Cómo decís?”

“Algo no está bien,” repitió Najmudin. “Un simple símbolo no es suficiente para reasignar a personal importante con tal abandono, incluso para un magistrado con tanto poder como vos, mi dama,” añadió rápido. “Hay más de lo que me decís. No os pido que seáis comunicativa, al menos mientras comprendáis que sólo puedo serviros bien si estoy al corriente de lo que puede oponerse a vuestra voluntad.”

Chieh se quedó mirando al Unicornio varios momentos, como si calculara su valor. “Si he de confiar en vos,” dijo finalmente, “entonces debéis darme vuestra palabra de que nadie, ni siquiera vuestros preciosos compañeros, sabrá lo que os voy a decir.”

“Por supuesto,” dijo al instante. “Sobre mi honor y mi vida, os doy mi palabra.”

“Mi dama,” comenzó Kurasu...

El shugenja Fénix desestimó sus preocupaciones. “El daimyo Agasha, el venerable Agasha Hamanari, se halla entre los mejores videntes de todo Rokugan. Hace varios meses, durante una meditación, gritó y se desmayó con una horrible fiebre. Se ha propagado sin disminuir durante meses, y sólo se muestra lúcido lo suficiente para gritar acerca de sangre. Temo que esté loco, como lo estuvo en una ocasión Isawa Norikazu, pero también temo que haya algo horrible que le haya vuelto así.” Enarcó una ceja al magistrado. “Y estoy convencida de que de alguna manera esto está relacionado. La única cosa comprensible que Hamanari-sama ha dicho en las tres semanas pasadas ha sido la palabra Ki-Rin.” Miró al hombre con una mirada penetrante. “¿Es suficiente, o tu curiosidad ilimitada todavía no ha sido saciada?”

“Perdonad mi arrogancia,” dijo Najmudin con una profunda reverencia. “Sólo deseo servir.”

“Estad seguro de que lo hacéis,” dijo fríamente. “Ahora. ¿Dónde están esos compañeros a los que hemos de llamar? Tenemos poco tiempo para frivolidades.”

“Tsuruchi Fusako es la primera,” dijo al instante Najmudin. “En la actualidad sirve con sus hermanos y hermanas Avispa en las montañosas tierras Mantis.”

Chieh asintió a Kurasu. “Aseguraos de que es reasignada al instante a Najmudin.”

“Kuni Jiyuna sirve en la actualidad en la Muralla Kaiu. Si es en verdad un asunto de maho, ella será indispensable.”

“Una Kuni, siempre una Kuni,” dijo la Fénix por debajo de su respiración. “¿Y el último?”

“Matsu Takenao. No estoy seguro, pero creo que está estacionado cerca de la lucha de la Ciudad de la Rana Rica. Podría montar y recogerle yo mismo, si lo deseáis.”

Chieh rió. Era un sonido tenue y amargo. “¿Un Unicornio, montar hasta el campamento León fuera de la Ciudad de la Rana Rica? Sois tan valiente como he oído.” sintió una tercera vez a Kurasu. “¿Y creéis que esos tres son también de confianza?” preguntó.

“Confío en todos ellos con mi vida,” dijo Najmudin.

La mujer asintió de nuevo. “Si, lo hacéis, aunque puede que aún no os deis cuenta de ello.” Tomó asiento y se reclinó, su expresión corporal sugiriendo agotamiento. “Sois libre de ir, viejo Campeón Topacio,” dijo con un gesto de la mano. “Que las Fortunas os concedan rapidez y el Tao os conceda guía. Me temo que necesitaréis ambas.”