Voces

Los Últimos Días de la Puerta del Olvido

por
Ree Soesbee

 

Traducción de Mori Saiseki

 




“‘¡Goju!’ grito, y mi voz no tiene fin ‘¡Voy a por ti!’ –Isawa Hochiu, Maestro del Fuego



Los Cinco Maestros estaban al otro lado de la puerta de Volturnum, su poderosa magia manteniendo a raya a las hordas de la Sombra. Una legión de oni y de bestias de la Mancha hicieron una matanza en los ejércitos que había fuera de la ciudad; si salían los ejércitos que había dentro, no habría esperanza para los samuráis del Imperio.


Isawa Hochiu estaba junto a los otros, sus dedos extendidos mientras oleada tras oleada de fuego salía por el aire. Su leal yojimbo hacía tiempo que había caído, su negro pelo manchado de rojo en la pálida arena de la ciudad interior de Volturnum. Hochiu vio como los Grulla pasaban cerca de él, ignorando los peligros que había en la ciudad interior, para defender a los Maestros Elementales contra la amenaza de las Tierras Sombrías – ogros y trolls con terribles garras y potentes cachiporras de hierro. El comandante Grulla, su brazo derecho en cabestrillo e inútil, ordenó otro ataque bajo una ola de asfixiante calor. Con su orden en sus corazones, los Daidoji atacaron a las bestias con fieros yari y brillantes espadas.


Cerca, Taeruko tropezó y cayó de rodillas, el torrente de piedras cayendo en cascada y muriendo al caer ella pesadamente al suelo. Junto a ella, Shiba Ningen fue a cogerla la mano, con preocupación en sus grandes ojos marrones.


“No puedo ponerme en pie,” jadeó ella, su pelo moviéndose alrededor de su cara con las caricias del viento.


“Eres la Maestra de la Tierra,” dijo Ningen. “Puedes hacer lo que quieras.” La seguridad de su voz encendió una llama en los ojos de ella, y Taeruko se puso, temblando, en pie. Apoyándose en el pequeño hombro de Ningen, gritó, y las piedras se volvieron a elevar a sus órdenes. En el campo de batalla, los Hida cantaron victoria, desgarrando los ejércitos de las Tierras Sombrías. La batalla no iba muy bien, a pesar de los sacrificios del Imperio. Aunque los ise zumi Dragón habían forjado un camino hasta las puertas de la ciudad y atravesando las murallas exteriores de Volturnum, la ciudad interior – la que hubiese albergado a la nobleza y la fuerza de su gente – permanecía cerrada a los ejércitos imperiales. La lucha atravesó las ruinas y fue hacia la ancha explanada que una vez fue la ciudad exterior. Samuráis se metían en edificios en ruinas que ahora no eran más que cimientos, y saltaban desde pilares que estaban solos en lo que una vez pudieron ser calles de la ciudad.


Los Cinco Maestros estaban ante las puertas interiores de Volturnum, conteniendo a los ejércitos de la Sombra que permanecían dentro. Los sirvientes del Goju hacían pocos esfuerzos por huir de la ciudad, contentos con la fuerza de su posición, mientras que Ninube y las bestias de las Tierras Sombrías luchaban para erradicar los ejércitos del Imperio. Si los soldados de Rokugan pudiesen solo mantener la ciudad exterior y la llanura, quizás pudiesen lanzar un asalto contra los Goju que aún estaban dentro de las puertas interiores. Hasta entonces, era deber de los Maestros Elementales el mantener la ciudad interior al margen, y mantener cerrada la gran puerta de acero que daba al domino de Goju.


Las visiones habían asolado a Hochiu desde que había llegado a esta maldita llanura. Las almas perdidas de samuráis pasaban ante él, contando historias de como murieron en el camino hacia la Ciudad Eterna. Hochiu no podía hacer que se fueran, y no podía ignorar sus palabras. Algo en lo que decían hicieron que montase en cólera, una furia que solo saciaba la llama.


 

Soy Hiruma, de la línea de los exploradores Cangrejo, y conozco las Tierras Sombrías mejor que nadie.


 

Hochiu cubrió sus ojos mientras el espíritu se elevaba ante él. “Vuelve a Jigoku,” le dijo, pero este flotó en el aire con las manos extendidas. Agasha Gennai se puso ante el cansado Maestro del Fuego, haciendo que los vientos se convirtiesen en una tempestad, y devolviendo las flechas de los arqueros no-muertos.


“¡Vigila tu espalda, chico!” Dijo Gennai mordazmente. “¡Tengo demasiadas cosas que hacer como para ocuparme de alguien que debería ser mi igual!”


Tenía razón. Demasiado joven, demasiado inexperto... quizás quedaba demasiado de su padre en él, pensó Hochiu. Su encuentro en Morikage había sido breve, pero aún recordaba las palabras de Isawa Tsuke. “Nunca puedes evitar tu destino... solo engañarlo por un tiempo.” Hoichu intentó continuar, haciendo caer rayos y llamas sobre la ciudad de Volturnum, y defendiéndose con una calor blanco que quemaba flechas y fundía las espadas de metal de aquellos que osaban acercarse a él.


Esto es lo que mi padre hubiese hecho en Otosan Uchi,” pensó Hoichu mientras luchaba, “si hubiese vivido lo suficiente como para encontrar el camino.”


La colina se movió, y otra legión de Sombras se lanzaron sobre la puerta, buscando urgentemente la forma de llegar a los ejércitos que había en la llanura. La ciudad estaba sobre una alta colina, sus olvidados edificios rotos y caídos. Debajo, sobre el amplio terreno de las Tierras Sombrías, un pantano putrefacto rodeaba a una llanura seca y llena de polvo. El grueso de los ejércitos del Imperio luchaba allí, con solo unas pocas y valientes legiones intentando llegar a la ciudad, luchando contra los sirvientes Goju con todas sus fuerzas hasta que sus cuerpos sin rostro caían ante la Puerta del Olvido.


“¿Donde está Goju Adorai?” Gritó Taeruko, desesperadamente buscando al Señor de la Sombra. “Debe estar en algún lugar de la ciudad. ¿Pero por qué no hemos sentido su ira? ¿Qué trabajo no le deja venir a la batalla?” Ninguno de los samurai que pasaban junto a los Maestros Elementales podía contestar – no habían visto al Señor de la Oscuridad. Lo más seguro es que estuviese en algún lugar dentro de la ciudad, rompiendo la piedra que unía Jigoku al mundo. Cuando la piedra se hubiese vuelto Sombra, las tierras de los muertos la seguirían, y los ancestros de Rokugan serían destruidos.


 

Anduve por los ejércitos mientras se levantaban en este sangriento amanecer. Vi sus ojos.


 

Las visiones pasaron ante los ojos de Hochiu, y luchó para contenerlas. Había mucho por hacer – una distracción no solo significaría su propia muerte, sino también la muerte de los mil samuráis en la llanura. Tenían que contener a la Sombra dentro de la ciudad, o los ejércitos del Imperio habrían perdido.


Otra legión, esta vez de valientes León, pasó por la puerta que guardaban los Maestros Elementales. Su comandante saludó al Maestro del Fuego y dio a su teniente la orden de atacar. Hochiu vio como se movían por las calles de la ciudad, luchando contra sombras que se despegaban de edificios y se movían por su propio albedrío. Vio las tropas Ikoma empezar a luchar entre ellos mientras la magia shinobi de los Goju se infiltraba entre ellos y les corrompía.


“Tenemos que ayudarles,” dijo Hochiu balbuceando, sin saber como hacerlo.


“No se puede hacer, primo,” murmuró Isawa Tomo. Su aura dorada salía de su pálida piel, iluminando la cresta de la colina. “Si entra un grupo más grande, los oni y sus hordas derrotaran los ejércitos en la llanura. Menos gente, y no tendrán opción de llegar a la puerta.”


“¿Donde está la puerta? Iré yo, y veré si la magia puede ayudar a destruir el poder de los Goju.”


“Dentro de la ciudad hay un edificio cuyos muros se curvan hacia arriba como si fuese una gigantesca concha, abrazando el vacío cielo con ennegrecidos dedos. En ese coliseo descansa el arco. Es tan grande como cien humanos, más alto que cualquier árbol, y más ancho que diez caballos juntos. Brilla con una luz distinta a todas las demás – pero está cubierto por la Oscuridad de la Sombra, por lo que su luz se esconde de nosotros. No tienes posibilidad de llegar hasta el. Incluso si pudieses volar, sus sirvientes saltarían de los edificios para encontrarte, y con que solo te tocasen una vez con sus garras, te arrancarían el alma.” La voz de Tomo era triste, su cara marcada por el pesar. “Me gustaría dejarte ir, pero no puedo. No te permitiré tirar por la borda tu vida en un esfuerzo inútil. Cuando los ejércitos terminen con las hordas en la llanura, entraremos todos juntos en la ciudad.”


“¡Si pudiesen…!” Gritó Hochiu, lágrimas llenando sus ojos mientras dejaba caer una cascada de fuego sobre los enemigos del Imperio. Onis ardieron, gritando con desesperación mientras sus cuerpos explotaban en llamas blancas. “. . .Para entonces será muy tarde. ¡Tenemos que mandar a alguien – un pelotón de nuestros mejores yojimbo, o la Guardia de la Avalancha – a alguien!  En este momento, el primer Goju destruye la puerta, matando a los espíritus de Jigoku. ¿Cuánto tiempo más pueden aguantar?”


 

Nunca había visto tantos muertos....


 

Otro fantasma, otra visión, y Hochiu cerró sus ojos al relato del espíritu. “¡Tomo-san!” Gritó. “Has visto la puerta. ¿Qué se debe hacer?”


“No podemos hacer nada,” dijo otra voz. Isawa Hochiu al principio la confundió con otra visión. Abrió sus ojos a la oscuridad de las Tierras Sombrías, y vio luz dentro de la ciudad de la Sombra, saliendo desde muy dentro de sus muros. Escuchó los gritos de los Goju cuando una dorada luz les abrasó, convirtiendo su fluida carne en cenizas. El hombre junto a Hochiu sonrió, señalando hacia el creciente resplandor. “Nada… por ahora.” No era un hombre alto, pero era elegante, sus ojos verde esmeralda brillando extrañamente bajo una rota jingasa. Pálido pelo blanco caía hasta sus hombros, y por un momento, confundió al desconocido con un Grulla. Pero el hombre no llevaba anagramas. Sus rasgos eran extraños al sonreír, sus dientes algo afilados, y sus ojos brillando con una luz interior. “Mira, Maestro del Fuego, y versa el principio de lo que será.”


“¿Qué es ese resplandor?” Taeruko le gritó a Gennai. El Shugenja del Aire miró hacia la ciudad de las Sombras desde altura donde estaba, llevado por el viento. Alrededor de él, flotaban diez bushi Escorpión, su protección contra los oni y los oscuros kansen del aire. Sus espadas brillaron, girando en el viento, y el Maestro del Aire respondió, “Viene un ejército desde el centro de la ciudad. Pero es un ejército distinto a todos los que he visto...”


El guerrero Bayushi gritó, “Mi señor Agasha, el ejército viene hacia nosotros. ¿Hago una señal a Saigorei-sama y le pido que avancen los ejércitos que tenemos debajo?”


“No” Gennai sonrió de repente, mirando mejor al espíritu dorado que lideraba la carga. “No creo que el general de los ejércitos aliados necesite luchar contra este enemigo – pero creo que querrá estar aquí cuando las puertas de Volturnum por fin sean nuestras.”


“Taeruko-san, haz un camino desde la ciudad a los que están en el campo. Que no haya oni. Hochiu-san, suprime las Sombras que hay dentro de la puerta. Temen tu fuego y la luz que ella trae, y tu fuerza de voluntad les puede echar hacia atrás el tiempo suficiente como para que estos espíritus salgan de la ciudad.” Gennai levantó sus manos, y su voz llenó el aire, cabalgando sobre el viento con los ecos del trueno. Mientras los otros corrían a ayudarle, el Maestro del Aire envió una galerna a la ciudad de la Sombra, vaciando las calles. La Sombra que estaba dentro de las murallas de Volturnum soltó un grito de furia, incapaz de atacar al ejército dorado y destruirles antes de que pudiesen escapar.


Las grandes puertas de Volturnum crujieron, al intentar los Goju luchar contra la voluntad unida de los Cinco Maestros. Ningen aguantó, sus ojos claros y pacíficos, y las puertas de metal no se movieron.


“¡Ahora, Ningen-san!” Gritó Gennai desde lo alto. “¡Ábrelas!”


Cuando lo hizo, un ejército de espíritus dorados pasó montando relucientes caballos a través de las puertas de la ciudad de la Sombra, sus cascos con herraduras de hierro levantando las piedras y la tierra. Mil samurai, ensangrentados por el combate, y gritando antiguos gritos de batalla del Imperio, las atravesaron rápidamente, y Hochiu miró a sus rudas caras.


Ante ellos, deteniendo su caballo para ver que el último pasaba por las puertas de la ciudad, estaba el Emperador de todo Rokugan – Toturi Primero. Su piel estaba bañada por un aura dorada, llevaba una antigua armadura y sostenía una espada desconocida, levantando su estandarte de batalla con confianza. “¡A mi!” Gritó, y los ejércitos tras él rugieron deseosos. “¡Ahí está vuestro enemigo! Ahí están vuestros hijos, los hijos de vuestros hijos, y el corazón del Imperio. Así como me habéis jurado lealtad, también habéis jurado ayudarles.”


Su cuerpo era puro, su corazón valiente, y Hochiu no podía ver rastro del destrozado Emperador que había gobernado Rokugan durante los últimos tres años. Mientras les ordenaba con voz alta y resonante, los samurai que le seguían vitorearon. Los ejércitos atravesaron deprisa la puerta de la ciudad, lanzándose desde la batalla sin esperanza de la ciudad hacia la gran llanura donde Sombra y Tierras Sombrías luchaban juntas para destruir los ejércitos del Imperio. Quizás con estos extraños refuerzos cambiaría el signo de la batalla.


Cuando la primera fila de los espíritus samurai se encontró con el enemigo surgió un gran grito desde los ejércitos aliados del Imperio.


“¡Mi señor!” Gritó Hochiu, sus ojos muy abiertos. “¿No puede alguien continuar la batalla en Volturnum? ¿Qué pasa con la ciudad interior?”


Los ojos de Toturi estaban llenos de preocupación. “De que aquellos que vinieron conmigo por la Puerta del Olvido,” dijo sobre su inquieto caballo-espíritu, “más de la mitad murieron luchando contra Adorai en el corazón de la ciudad. Los demás se volvieron manchados en el momento en que entraron en la ciudad. Este lugar está lleno del enfermizo poder de Fu Leng – la Mancha es tan fuerte aquí como la Sombra, y no podemos luchar contra ambas. El Imperio no puede continuar su batalla con tales pérdidas. Solo fue gracias a tu valentía, y la de los Maestros Elementales,” Toturi asintió a los demás, “que escapamos del centro de la ciudad para poder hoy luchar.” Mientras Ningen forzaba que la puerta de acero se cerrase tras los últimos del ejército de los espíritus, Toturi giró su gran caballo y siguió a los demás hacia la guerra.


 

Sé que las hordas de demonios no han terminado de atacar.

Vendrán más, por el horizonte, y debemos seguir hacia delante.


 

“Tiene que haber una forma,” pensó Hochiu, mientras seguía luchando y los ejércitos del Imperio luchaba a su alrededor. “Una forma de que alguien llegue a la puerta – una forma de derrotarles. ¡Esta batalla no servirá de nada si no podemos encontrar la llave!”


“Tu eres la llave, Hochiu-san,” dijo una voz calladamente, y Hochiu se sorprendió al poderla escuchar sobre el rugido de sus propias llamas. Se volvió para ver a un extraño samurai de pelo blanco mirándole.


“¿Quién eres?” Preguntó el Maestro del Fuego.


“No tengo nombre, Hochiu. Ninguno que pudieses entender.”


Gritos surgieron de la batalla al soltar los guerreros Naga otra lluvia de mortíferas flechas. El viento se arremolinó alrededor de las flechas voladoras, guiándolas hacia las criaturas de la Sombra en las murallas interiores con increíble puntería. Cristal brillaba en la pobre luz del sol, clavándose en huesos negros y en caras sin rostro. El pálido samurai sonrió, y el viento cesó.


“¿Qué estás…?” Preguntó Hochiu, pero esta vez su pregunta mostraba que entendía a la criatura que se inclinaba educadamente ante él.


“Estoy aquí para ayudarte como mis compañeros ayudan a tus ejércitos. La ciudad interior está bien defendida, y nadie podrá llegar hasta la puerta a tiempo. Ahora, Goju completa su ritual, y la piedra de la Puerta del Olvido se vuelve negra y muerta. Muy pronto todo Jigoku estará igual.”


“Los ejércitos de Toturi no pudieron sobrevivir las blasfemias que había dentro de la ciudad – ¿cómo podremos nosotros?” La voz de Hochiu mostraba poca esperanza, pero su cara tenía un ansia por intentarlo.


El hombre sonrió. “Estás en los cierto, Hochiu, ningún humano puede hacerlo. Pero yo puedo.”


Hochiu agitó su cabeza, volviendo a restaurar el fuego en sus manos con una rápida palabra y una gesto. “No puedo ir. Hay demasiado que hacer aquí. Sin mi....” Hochiu miró hacia los otros Maestros Elementales, la esperanza desapareciendo de su cara. “Me necesitan.”


“Si, Hochiu, te necesitan. Pero el Imperio te necesita más.” Los ojos del hombre estaban llenos de escondidos miedos, pero sonrió con una haciendo una extraña mueca. “¿Quién más puede ir? ¿Taeruko?”


La voz del Maestro de la Tierra flotó por el aire como si estuviese allí para contestar. “No puedo irme. Sin mi, la puerta caerá y la Sombra atrapará a nuestros ejércitos. Aquí se necesita la fuerza de la Tierra. Sus piedras nos protegen.”


“¿Tomo?”


“He estado más allá de la puerta....” contestó Tomo, y Hochiu vio la cara del hombre dentro de las llamas de su propia magia. “Y a mi me necesitan aquí. Hay demasiados samurai que me necesitan, que han caído a la Mancha y a sus propias heridas. Si me voy, todos morirán, y no quedará nadie por el que luchar.”


El samurai pálido hizo un gesto, y la cara dentro de las llamas volvió a cambiar. “¿O Gennai?”


Gennai no contestó, pero Hochiu vio como comandaba a los samurai Fénix desde arriba, dándoles información sobre los movimientos de sus oponentes, levantándoles por el aire con su magia para protegerles de sus garras y la Mancha de sus enemigos. Sin Gennai, los Fénix caerían – y el grito de guerra de Shiba Tsukune resonó en su visión. Ella le necesitaba por su sabiduría y su fuerza. Gennai no podía ir, no mientras ella viviese.


Y Hochiu no cambiaría su vida por la suya.


“Te seguiré,” dijo resueltamente Hochiu. “Pero necesitaré un yojimbo. Si voy a morir, entonces moriré como un Fénix, luchando junto a mi familia.”


“No temas, shugenja.” La criatura sonrió, sus ojos color esmeralda brillando con una extraña alegría. “No estarás solo.”


 

Determinación. No podemos vacilar; no podemos fracasar.


 

 “¡Fuera espíritus!” Gritó Hochiu, quemando con furia el suelo. El fantasma desapareció, sorprendido por la violencia del Maestro del Fuego, pero sus palabras aún resonaban en la mente de Isawa Hochiu.


“Déjame ayudarte,” dijo una voz a través del fuego, y Hochiu sintió fuertes manos levantándole del suelo. Ni siquiera se había dado cuenta de que había caído de rodillas, tan fuerte había sido su ira. Mirando a la cara del samurai, vio una belleza distante, aún más magnífica por la sangre y la violencia que les rodeaba. “Soy… Shiba Saiko,” dijo ella, titubeando ante la mirada de él. “Yojimbo al shugenja conocido como Agasha Fukishi. Pero ahora mi señor ha muerto, y yo lucho para morir.”


“Entonces lucha junto a mi,” dijo Hochiu.


El pálido samurai sonrió. “¿Entonces estamos listos?”


Sin ser visto, Shiba Ningen se había cercado a la colina. Ahora metió su mano en la mano de pálido desconocido. “¿Te vas a llevar a mi primo?” Preguntó inocentemente.


Con rápida tristeza, el hombre se arrodilló ante el pequeño niño, mirando a los ojos al Acólito del Vacío. “Sabes que nos debemos ir.”


Ningen asintió. “Eres valiente.” Miró a los tres compañeros, sus ojos deteniéndose en la yojimbo Shiba. “Todos lo sois.”


Hochiu dijo, “Dirás a los demás que nos hemos ido. Diles que si no volvemos, a sido un gran honor para mi luchar junto a ellos. Especialmente… Taeruko.” Hochiu se sonrojó un poco. “Dala… todo,” terminó débilmente, incapaz de decir las palabras.


Ningen sonrió. “No te preocupes, Maestro del Fuego. Se lo dirás tú mismo.” El joven shugenja del Vacío sonrió una vez más al pálido samurai. “¿Me puedo despedir de ti?”


“Por supuesto,” dijo el hombre. Rodeando con sus brazos al niño, le dio un abrazo a Ningen. Ignorando el protocolo, el hombre y el niño susurraron entre ellos durante unos minutos, pero lo que dijeron se perdió en el viento que les rodeaba. Cuando acabó, el hombre se levantó y el niño se inclinó profundamente. Luego, sin decir otra palabra, Ningen continuo hacia las puertas de la ciudad, preparando su voluntad para forzarlas a que se abriesen una vez mas.


“¿Qué os ha dicho?” Dijo la yojimbo, asombrada ante tal muestra de afecto.


El samurai del pelo blanco miró al niño con una sonrisa triste. “Solo lo que necesitaba oír: que no se me olvidará.” Dio un respingo, frotando sus manos en una súbita muestra de preocupación. “Venid. Las puertas se abrirán solo un momento, para que los Goju no puedan escapar para amenazar a los ejércitos de la ciudad exterior.”


Ningen puso sus regordetas manos sobre la superficie de metal de la puerta, susurrándola mientras sus dedos pasaban por el antiguo pergamino.


 

Todo lo que pido es que seas lo suficientemente valiente como para seguir.


 

Apartándose de la puerta, Ningen continuo cantando, y una sustancia negra fluyó sobre las puertas de acero. No era la negrura de la Sombra, sino un vacío lleno de estrellas. Cuando las tremendas puertas se abrieron por si mismas, la tinta fluyó entre ellas, una barrera de vacío contra una ciudad de negrura y asquerosas sombras.


“Id ahora,” susurró el niño, y Hochiu empezó a andar. El pálido hombre vestido de blanco le cogió del brazo.


“Así no,” dijo el samurai, sus rasgos cambiando. “Así.” Su cuerpo se empezó a estirar, los brazos convirtiéndose en hilos de humo y las piernas extendiéndose de su cuerpo en grandes patas. Hochiu y Shiko dieron un paso hacia atrás, asombrados por la transformación mientras el samurai de pelo blanco cerraba sus ojos con regocijo.


El cuerpo se alargó imposiblemente, su color cambiando, escamas reuniéndose en la piel del hombre.


Cuando acabó, el hombre había desaparecido como una repentina lluvia de verano, y en su lugar había un Dragón. Los ojos, grandes, brillantes esmeraldas de poder e indescriptible sabiduría, miraban desde la reluciente piel de escamas, y sus garras se extendían en un gesto de paz.


“No andarás, Maestro del Fuego. Cabalgarás, y tu yojimbo contigo. Solo así resistirás la Mancha de la ciudad.”


“No puedo pediros que hagáis esto....”


“No tienes elección. Aceptaré el peso de la Mancha para que puedas vivir para salvar al Imperio. Así son las cosas. Es nuestra única opción.”


“¿Es honorable sacrificar a un Dragón inmortal para que puedan vivir los mortales?” Dijo en voz baja Hochiu.


“Ven conmigo, samurai,” rugió el Dragón, “si deseas cambiar el mundo.”


Después de eso, no hubo discusión.


 

Miro a los ejércitos de los oni, y veo nuestra muerte en sus ojos.


 

La ciudad interior de Volturnum pasaba rápidamente bajo ellos, a solo unos centímetros, mientras el serpenteante cuerpo del Dragón se retorcía y giraba por las sinuosas calles. Bajo parapetos en forma de arcos y sobre altos muros de piedra volaba el gran kami, su cuerpo de serpiente proyectando luz sobre edificios y piedras que solo habían conocido la sombra desde hacía mil años.


Pero al pasar, la eternal luz del Dragón comenzó a apagarse, perdiéndose en la nada al cobrarse su peaje la Mancha. “¡Debes detenerte!” Gritó Hochiu. “¡Aún podemos volver a las puertas exteriores!” Pero el Dragón no hizo caso. Esta no era una ciudad que otorgase segundas oportunidades – no era un lugar donde el fracaso se recompensase con otra cosa que no fuese la muerte. Aunque el Dragón sentía como su alma inmortal se apartaba de la Mancha, aún corría hacia delante, llevando la esperanza bajo el aliento de vientos silenciosos.


Por fin, el gran coliseo estaba ante ellos, lleno de arcos y negro por su edad y la oscuridad. Sus pilares, antes relucientes y brillantes, ahora estaban retorcidos y corrompidos por los shinobi de los ninja. Sus altas columnas se movían como si estuviesen vivas, moviéndose con errante gracia bajo un cielo tan oscuro que la luz del sol no podía traspasarlo. Dentro del edificio, gritos de ansiedad luchaban con gritos de burla y risas asquerosas.


Aterrizando ante el arco en ruinas que llevaba hacia la luz, la forma del Dragón cambió repentinamente, cayendo sobre si mismo hasta que solo quedaba la cáscara del hombre. Su pelo blanco, antes lustroso y largo, se había vuelto gris y deshilachado, cayendo en gruesas matas desde piel de color verde. Luchaba por respirar jadeando, su cuerpo retorciéndose por la Mancha, los huesos de sus piernas rompiéndose bajo el peso de su aterrizaje. Solo permanecían sin cambios sus ojos de color esmeralda.


“Hochiu,” murmuró el Dragón del Aire. “Corre. Hay… poco tiempo. Sabe que estás aquí... te estará esperando, Hochiu…”


Dando un traspiés, el Maestro del Aire asintió. “Gracias. Por todo.”


“Recuerda…” susurró el Dragón una vez más, y su cuerpo empezó a cambiar, convirtiéndose en ceniza y perdiéndose en el viento que soplaba por el corazón más secreto de Volturnum. Un dragón, ya no del aire, sino de cenizas y sombra, se arrastró alejándose por pasillos de oscuridad, escondiéndose de la luz que le había maldecido por su valentía. En segundos, el camino estaba vacío.


“Debemos darnos prisa,” dijo la voz de Seiko, cerca de él. Pero con ella, Hochiu podía oír la presencia de miles de otros, sus dedos presionando su piel como si quisieran arrastrarle dentro de los oscuros pasillos del edificio.


 

Los escuchó. Recuerdo.

Los ogros huyeron. No tuvieron elección y cayeron en las llamas.

¿Aún me maldicen?


 

Hochiu cogió el brazo de su yojimbo mientras desenvainaba la espada de su saya mientras ella preparaba su lanza. “Si Goju me ve, me matará sin misericordia. No nos podremos acercar lo suficiente como para poder usar esto.” Levantó una katana hecha de cristal, bendiciendo al Escorpión que le había dado la espada.


“Entonces os tendrá que ver donde no estéis.”


Los pasillos eran largos y oscuros, con rayos de luz saliendo de la arena ante ellos. Hochiu siguió la oscura figura de Seiko por la oscuridad, confiando en que la bushi le guiase bien. Gradualmente, la oscuridad remitió, y las sombras que caían de las paredes y apretaban la carne de Hochiu retrocedieron. “Quedaros aquí,” susurró Seiko, y su voz sonaba ronca. Las sombras cubrían su cara mientras sus dedos le tocaron suavemente en los labio. “Sabréis cuando atacar.”


La habitación que una vez contuvo a la Puerta estaba totalmente abierta, hierba muerta atravesando rotas piedras. Una botella rota de sake descansaba contra el arco inferior de la Puerta, y oscuras huellas de cascos cubrían el polvo del gran salón de audiencias. Muros rotos rodeaban la habitación, con el suficiente espacio para albergar fácilmente a mil humanos. Hochiu tragó saliva, miro a la Puerta, y vio sombras revolotear alocadamente por el salón.


Algo vivía aquí – algo de oscuridad y engaño.


 

Hoy la vi. Estaban lejos de mi posición, pero juro que ella sintió como mis ojos la seguían.


 

Hochiu salió al saliente que llevaba hacia la Puerta de Volturnum, viendo como las sombras que guardaban la gran estructura se giraban hacia él. “¡Goju!” Gritó, y su voz resonó a través del gran salón de audiencias. “¡Enfréntate a mi!”


Las sombras se acercaban con cautela, sus amplios ojos oscuros en de la oscuridad. Hochiu rió cuando les vio moverse hacia él. “Soy el Maestro del Fuego,” dijo arrogantemente. “¿Creéis que vuestras garras me pueden hacer daño, cuando he llegado desde tan lejos?” Por un instante, levantó su mano como si fuese a rociarles con lava ardiente y lenguas de fuego, pero luego se detuvo. “No,” dijo. “Guardaré mi ira para Goju – cuya magia negra merece mi atención – y no para las bestias que pretenden servirle. Sois perros, nada más, y ni siquiera os merecéis que me divierta con vosotros.”


“Bien dicho, shugenja,” dijo una de las sombras de la Puerta mientras se separaba de ella, convirtiéndose en un alto y delgado hombre cuyos ojos rojos relucían bajo un delgada jingasa. Sus manos desaparecían en sombras, rodeadas y acariciadas por sus sirvientes. Susurró algo, y tres de ellos saltaron sobre Hochiu.


El shugenja se giró, cortándoles con la espada de cristal de su yari, cercenando la oscuridad con luz y viendo como se retiraban doloridos. Hochiu se hizo a un lado grácilmente mientras espadas giraban en las manos del hechicero, sus negros filos goteando Mancha y veneno.


Atacó. Su bastón golpeó a uno de los andadores-de-sombras en la pierna, lo giró, cercenando el miembro, y tiró a la bestia contra sus compañeros. Dos desaparecieron en la oscuridad, mientras el tercero gritaba agónicamente, su pierna purificada por el toque de la piedra y desvaneciéndose en cenizas.


Corrió hacia el infernal hechicero, su lanza ante él, pero Goju se desvaneció en la oscuridad, reapareciendo al final del delgado saliente. “Aún no, Maestro del Fuego,” dijo burlonamente Adorai, soltando otro torrente de ácido negro de la punta de sus dedos. Se derramó en el suelo, casi rompiendo la delgada piedra, y Hochiu saltó en el aire para aterrizar en el suelo del coliseo antes que el delgado parapeto cayese en un abismo de sombra.


Mientras tanto, Jigoku seguía ardiendo con furia, sus llanuras destruidas por la magia negra del Goju. Hochiu vio los ejércitos, liderados por Yoritomo y los Truenos, reunirse para un asalto final contra los ninja de la Sombra.


“No puedes hacer nada para salvarles,” dijo Adorai, usando la distracción del Maestro del Fuego en su beneficio. Metió una mano en la espalda del Maestro, rompiendo las costillas de Hochiu y metiendo sus dedos en el corazón del shugenja. “Míralos morir, Fénix, y luego ve a unirte a ellos. Tu muerte será más dulce cuando te haya robado la esperanza.”


“Yo… siempre… tender… esperanza,” jadeó el shugenja, colgando del puño de Goju. Se retorció, insertando su lanza en el hombro del ninja y forzando a Goju a soltarle antes de que el hechicero pudiese coger el corazón de entre sus costillas. Sangre brotaba del cuerpo del Fénix, pero no miró al Goju que estaba ante él.


“Ahora…” susurró el herido, extendiendo su mano a alguien que estaba en las sombras.


Antes de que Goju pudiese girarse para ver a quién invocaba el Maestro del Fuego, los espíritus de Jigoku se arremolinaron alrededor de su cara, gastando sus espíritus de reluciente esencia dorada, arrastrando al hechicero hacia atrás con resplandores de fuego y luz. Todos los espíritus, todas las voces que se habían agolpado alrededor del Maestro del Fuego se mostraron en una sola luz blanca al hechicero infernal. Miles de samurai que habían muerto a manos de la Sombra se liberaron de su deshonra otorgando sus almas en la lucha final.


Más allá de la muerte, más allá del deshonor, golpearon al Goju, haciendo que se alejase del impostor que tenía a sus pies. Gritó, con sus manos llenas de garras intentando agarrar a los errantes espíritus de Jigoku, maldiciéndolos. Una voz final susurró en el oído de Hochiu mientras este salía de su escondite al borde del suelo del coliseo, susurrando sus bendiciones antes de entregar su alma eterna a manos del Goju.


 

Soy un curandero, no un bushi. Hago lo que puedo para curar sus heridas. Pero no puedo salvarles.


 

“Pero yo si puedo,” dijo Isawa Hochiu, resonando el sentimiento de la voz del espíritu mientras la katana de cristal silbaba hacia el cuello de Goju Adorai. El hechicero se giró, enfrentándose a la espada justo cuando esta le cortaba el cuello. Un ultimo grito agónico movió las piedras de su lugar de descanso. “¿Por qué?” Preguntó a la actriz Shosuro, mirando su cara amoratada.


“Porque cuando esto empezó, no éramos nada – tu clan destruido, el mío exiliado. Donde antes éramos débiles, ahora somos fuertes – juntos, como tenía que ser. Nos hemos redimido, tu y yo, Fénix y Escorpión,” dijo Shiko, sangre goteando desde la comisura de su boca. Arrodillándose junto a ella, Hochiu la quitó la capa y miró su terrible herida. “El padre de mi padre, cuando empezó el Imperio, fue un Fénix. Yo soy su hija, y mi corazón es fiel. Aunque no os pudo servir, Isawa, yo si he podido. Pero ahora debéis matarme... antes de que la Sombra me robe el alma.”


“Has hecho mucho más que redimirte, Escorpión,” dijo él en voz baja, viendo como la luz dorada de la Puerta se desvanecía en la nada. “Te has dado a ti – y a tu clan – una nueva vida. Que encuentres en paz tu siguiente reencarnación.” Su muerte fue en silencio, sin ser acompañada por ceremonias ni himnos, y, cuando terminó, Hochiu puso su capa sobre su cara, colocando los dobleces de seda para que se convirtiese en una máscara.


Ella entraría en el inframundo como debía hacerlo un Escorpión.


La oscuridad se difuminó alrededor de las grandes murallas de Volturnum, y el sol salió de entre las nubes, rompiendo piedras y sombras con su poder. Rayos de luz solar bailaron sobre la tierra alrededor de la antigua ciudad, renovando la esperanza del Imperio, y haciendo retroceder a las bestias de las Tierras Sombrías. “Esta ciudad será para siempre sagrada para nosotros,” dijo el Sol, su voz resonando por los Divinos Cielos. “Que nunca más sea vista en oscuridad. Ni por el día…”


“Y nunca por la noche,” replicó la suave voz de la Dama Luna.


 

Soy la Luna, y soy el Sol. Soy todo lo que el Imperio ha sido o será. Te doy este regalo porque eres lo suficientemente valiente como para recordar. Eres Akodo – nacido del deber, honor y valentía. En eso se convertirá tu alma, ahora que eres libre. Y aquellos que una vez fueron, volverán a ser Akodo, para enseñar a sus hermanos las maneras del Imperio y dar a tu noble casa el renacimiento en una nueva época, un nuevo Rokugan.


Habrá más historias – para los valientes que las vivan.